Este capítulo es especialmente importante para mi porque, gracias a él, se me ocurrió el embrollo de esta historia. Es decir, aquí fue cuando nació el personaje de Alessandro y el de Otis, y una vez que escribí esta escena fue que empecé a trabajar hacia atrás para poder contar esta historia y el cómo llegaron a este momento. Y ya por eso, lo amo. Y porque hago sufrir a Saga, en fin.

De confusiones

Otis se había lanzado con todas sus fuerzas en contra del de Géminis y fue así como ambos atravesaron el portal y cayeron estrepitosamente al piso al llegar del otro lado. Saga tardó apenas un momento en levantarse para enfrentar a quien estuviera junto a él. Otis hizo lo mismo. Echó una mirada al rededor para ubicarse. Para su suerte, el portal los llevó apenas a unos cuantos metros de las cuevas, y eso era doblemente bueno porque los efectos del sello ya se sentían desde ahí, lo que significaba que Saga empezaría su pelea en desventaja. Además, Alessandro, que había llegado junto a Alfa apenas unos momentos antes, también estaba ahí. La chica yacía tirada a un lado, perfectamente noqueada por la droga que le inyectaron.

Alessandro elevó tan solo un poco su cosmo para dar la alarma a los renegados que se encontraban en las cercanías y se lanzó en contra del de Géminis. Saga ya estaba empezando a pelear con Otis, lanzando golpes y patadas, pero Otis no tenía como objetivo derrotarlo, nada más llevarlo a donde el sello tendría más efecto. Saga no se estaba esperando el ataque de Alessandro y lo tomó desprevenido, pero se repuso pronto. Dio un salto hacia atrás y de pronto se sintió extraño, como que no podía controlar su cosmo tan bien como debería.

La lluvia de golpes de sus dos oponentes lo distrajo un segundo más, el suficiente como para de repente verse rodeado por al menos otros cinco hombres que lo empujaban a la montaña a sus espaldas. Cada segundo que pasaba su cosmo se debilitaba más y más hasta que un certero golpe cargado de cosmo por parte de Alessandro lo llevó directamente contra la pared.

Y ya no pudo sentir su cosmo. Estaba confundido. Su armadura también lo estaba. Se sentía pesado, apenas y podía mantenerse de pie bajo el peso de la armadura. Nunca le había pasado eso. Entonces sucedió: la armadura de Géminis dejó su cuerpo y fue a ensamblarse lejos de él y del sello.

Saga levantó la mirada en el momento en el que todos sus atacantes se iban en contra de él. Intentó repelerlos con todas sus fuerzas, pero eran demasiados. Él era fuerte y sabía pelear, pero nunca se había enfrentado a tantos atacantes sin su cosmo y cuando ellos sí podían usarlo, en especial Alessandro y Otis. Los dos hombres no le daban tregua, uno lo sujetó y el otro comenzó a lanzarle golpes cargados de cosmo. Dos hombres más le sujetaron los brazos e intentó quitárselos de encima, pero sólo lo logró a medias. Un sabor metálico inundó su boca cuando un golpe de Otis impactó en su cara. Sintió patadas conectando contra su abdomen y el horrible crujido de sus costillas. Otro golpe impactó en su pómulo, y su cabeza golpeó la pared a su espalda. La sangre comenzó a correr por su frente, nublándole la vista. Más golpes contra su estómago, las rodillas dejaron de sostenerlo. Alguien lo sujetó antes de que terminara en el piso y los golpes continuaron.

—¡Suficiente! —gritó Alessandro—. Llévenlo adentro. También a la mujer.

Sin ningún reparo cuatro hombres lo levantaron del piso y se lo llevaron al interior de una caverna. Casi no podía ver debido a la sangre, le dolía respirar y su cosmo estaba perdido. Intentó forcejear, pero quienes lo sostenían estaban usando cosmo, y no lograba soltarse. Lo llevaron arrastrando hasta el interior de las cuevas. No supo cuánto tiempo les llevó, pero de pronto sintió que lo arrojaban dentro de una celda, luego lo encadenaron a la pared, le regalaron algunos cuantos golpes más y cerraron la puerta. Quiso levantarse pero todos los músculos de su cuerpo se revelaron contra el movimiento. Giró sobre su espalda, sentía los brazos pesados. Se quedó ahí sin tener mucha idea de qué hacer ahora y sin poder pensar claro.

Llevaron a Alfa a otra celda, en el extremo opuesto del de Saga. La chica estaba dormida y le llevaría un buen rato despertar. La armadura de la mujer también había abandonado su cuerpo y se encontraba fuera, junto a la de Géminis. Alessandro las estaba mirando. Tenía pensado ponerles un sello, como los que le puso a la suya y a la de sus seguidores, pero antes de que pudiera hacerlo, la armadura de Géminis brilló con fuerza y desapareció. Seguramente el otro gemelo la llamó. Sonrió. No tardarían en dar con ellos. Entró a la cueva y decidió hacerle una visita a su nueva inquilina. Antes de llegar a la celda de ella fue a asomarse a la de Saga, quien seguía tendido en el piso respirando pesadamente.

—Sí sabes que es mejor que te comportes, ¿no es así? Si intentas algo las consecuencias no van a caer sobre ti, sino sobre ella.

Saga no contestó. Ni siquiera volteó a verlo. Alessandro lo miró algunos momentos más y reparó en el anillo que el hombre llevaba puesto, sonrió, luego siguió su camino a la celda de la chica. La dejaron también tirada en el piso, pero sin cadenas. Alessandro se arrodilló junto a ella y la giró para poder verle la cara. Estaba justo como la recordaba.

La ley de las Saintias era todavía más estricta que la de las Amazonas y le parecía una completa estupidez que esta joven se hubiera saltado las reglas dos veces en dos vidas distintas. Y todo por el gemelo de Géminis. Por supuesto, en su vida anterior, él mismo había muerto antes que ella, pero Roberto se encargó de contarle a Otis los detalles y éste se los contó a él. Por cierto, tenía que contactarse con Roberto pronto para saber qué tal iban sus planes por allá. Levantó a la mujer del suelo y fue a colocarla sobre una plataforma que haría las veces de cama. Luego salió de la celda y cerró tras de sí.

Se fue a su "oficina" a contactarse con Roberto. El chico le dijo que tenía en su poder al niño y además a la madre y a la niña. Alessandro estaba complacido, lograron obtener todos sus objetivos y además tenían en su poder a un Santo de Oro. Otis pasó a verlo poco después. Se quedaron las siguientes horas planeando cuál sería su siguiente movimiento.

Alfa despertó sintiéndose mareada y con náuseas. Miró a su alrededor, estaba en un lugar por completo desconocido. Se incorporó a medias para poder ver mejor el lugar: una celda, sin ventanas, en lo que parecía una cueva. Tenía una sola entrada, y lo único que había ahí dentro era la plataforma en la que se encontraba, unas cadenas a lo lejos, y lo que le pareció ser un agujero en el suelo, en una esquina, junto a la pared. Logró sentarse en la plataforma, mientras se sujetaba la cabeza. No había nadie más ahí. Recordaba apenas lo que sucedió: Jivika fue quien le clavó una jeringa con sedante. Sabía que le pidió ayuda a Saga, pero no estaba segura de si él lo habría notado.

Se levantó por completo e intentó encender su cosmo, pero literalmente no lo encontró. No lo sintió consigo. Una sensación de pánico comenzó a apoderarse de ella, pero se obligó a calmarse. Fue hasta la puerta, que era de madera, con marco y refuerzos de metal. La golpeó con los puños, luego le dio patadas. Comenzó a gritar que estaba despierta, que era hora de que alguien fuera a darle explicaciones. Luego se detuvo y escuchó. Nada. No había absolutamente nada. Repitió los golpes, las patadas y los gritos.

De pronto la puerta se abrió, Alfa retrocedió un paso, dispuesta a cargar en contra de quien se encontrara del otro lado, y eso hizo, pero unos brazos la atraparon. Era Alessandro quien la sujetó con fuerza y la obligó a regresar al interior de la celda mientras Otis le sujetaba las muñecas. La empujaron hasta una pared lejana y ahí le encadenaron un brazo.

—¡Mierda! ¿Qué es lo que quieren ustedes dos además de una venganza imaginaria? —gritó Alfa mientras tiraba de la cadena.

—Antheia, calma. Estás aquí por una buena razón. Tú también deberías tener problemas con la diosa, ¿no? Gracias a ella, pues... te suicidaste.

—¿Cómo sabes eso y exactamente por qué habría de importarte?

—¿No me recuerdas? Nos encontramos un par de veces. Todos te vimos sirviendo a Atenea como una Saintia. Hasta que te fugaste, claro. Mi nombre es Guiannis.

—En realidad no me importa tu nombre.

—Pero a mi me importa el tuyo. Y me intrigan tus habilidades. Tu amigo Roberto me dijo que tienes una técnica... bueno... interesante. ¿No es así?

—Y quieres que me ponga a tu servicio como Jivika o ese patán. Lamento informarte que eso no es posible. No me interesa servir tus órdenes y no tengo nada en contra de la diosa por sus acciones ni por mis acciones pasadas.

—Ah. Así que sí recuerdas tu vida pasada. Fue interesante, ¿no es así? En especial por la manera tan trágica en la que le diste fin. Antheia, deberías reconsiderar tu posición. Alguien necesita darle un par de lecciones a la diosa. También al otro gemelo de Géminis, ¿no? Gracias a él pasaron todos los infortunios de tu vida pasada.

—Me estás aburriendo, Alessandro, y la respuesta es: no.

—Muy bien, te daré un poco de tiempo y espacio para que reconsideres. Vamos Otis, tenemos cosas qué hacer. ¡Ah!, y Antheia, yo que tú guardaría mis energías. Esa cadena te va a quitar fuerzas si peleas mucho con ella. Un consejo, nada más. Nos vemos pronto —dijo Alessandro con una sonrisa y luego él y Otis salieron de la celda.

Alfa miró su muñeca, luego la cadena y el lugar en el que estaba asegurada a la pared. Terca como son los Tauro, se levantó y comenzó a tirar de ella, luego a jalar con todas sus fuerzas y a intentar pasar su mano por el grillete, pero no funcionó. La cadena se cerró más sobre su muñeca y podía sentir que, efectivamente, tenía cada vez menos fuerzas. Se dejó caer en el piso. Miró a su alrededor. Debía que pensar en algo o bien esperar que Saga supiera en dónde se encontraba.

La puerta de la celda de Saga se abrió y dos hombres entraron. Sin cuidado lo sujetaron de los brazos y lo levantaron del suelo. Alessandro entró también.

—Lo siento mucho, Géminis, pero tu mujer fue desobediente, y ya sabes cómo son las reglas —le dijo para luego hacer una seña a Otis.

El otro hombre se acercó a Saga y comenzó a golpearlo una y otra vez en cualquier lugar que sus puños y piernas alcanzaran. Ningún sonido salió de los labios de Saga. No le iba a dar ese gusto. No supo cuánto tiempo lo sostuvieron en esa posición, su vista estaba cada vez más nublada. Lo soltaron de pronto y cayó al piso. Después escuchó que lo dejaban solo de nuevo. Volvió a girar sobre su espalda, aunque sus costillas rotas protestaron. Después de un momento más se levantó del suelo con bastante esfuerzo y caminó a la entrada. No se escuchaba nada ni parecía haber movimiento. Tiró de la cadena, pero esta se cerró más alrededor de su muñeca. Miró a su alrededor, algo tenía que ocurrírsele y pronto.

En el Santuario Kanon llamó a la armadura de Géminis cuando se convencieron de que el cosmo de Saga no se sentía por ningún lado. Y la armadura llegó con él apenas unos momentos después. Eso lo preocupó bastante, o Saga se quitó la armadura o se la arrebataron junto con su cosmo. Al menos no la tenían en su poder, pero eso sólo significaba que su hermano estaba desprotegido: sin cosmo y sin armadura.

Aldebarán ya casi llegaba a la isla, Deathmask se encontraba en Creta buscando a Dicro. Los renegados estaban encerrados en los calabozos, sin incluir a Jivika, y todos los Dorados restantes se reunieron en Aries para escuchar la historia de Shaka y Mu. Kanon no podía esperar más tiempo: debía ir en busca de su hermano y de Alfa. La junta no tardó en disolverse, y quedaron en que Kanon y Mu irían a reunirse con Aldebarán a Longyearbyen para buscarlos, pero primero Kanon llevaría a Vivien a Creta para que ayudara a Deathmask a buscar a Dicro.

Roberto y Emma estaban ocultos dentro de la cueva. Los sedantes que tenían guardados debían de aguantarles el tiempo necesario para que Alessandro pudiera recogerlos. Les dijo que lo más seguro es que alguien del Santuario ya hubiera ido a buscarlos así que más les valía mantener sus cosmos apagados. Alessandro les dijo que en cuanto los Dorados hicieran su movimiento, él iría por ellos. No tardarían.

La puerta de la celda se abrió de repente. Alfa se levantó del rincón en el que había estado sentada y avanzó un par de pasos a la entrada. En ese momento la figura de Alessandro entró por la puerta y se le quedó mirando con una sonrisa.

—Traigo a alguien que sé te gustará ver —le dijo ampliando más su cínica sonrisa.

Avanzó hacia ella dejando la puerta libre y por ahí entraron tres figuras: dos de los súbditos de Alessandro con alguien cargado entre ellos. Era Saga. Alfa lo miró sin ninguna expresión en particular en el rostro, ni siquiera cuando los dos subordinados arrojaron a Saga a sus pies. Estaba semi inconsciente, sin su armadura y se veía a las claras que lo habían sometido a una buena paliza. El Santo, apenas tocó el suelo, intentó levantarse, pero sólo logró poner las manos en el piso y levantar la cabeza hacia ella. Alfa lo miró, luego de regreso a Alessandro.

—¿Qué te hace pensar que me interesa ver a este sujeto? —preguntó Alfa con saña.

—¿Ah, no te interesa, mi querida Antheia? —contestó Alessandro mientras le hacía una seña a uno de sus soldados para que levantara a Saga del piso.

El Santo intentó resistirse, pero no le quedaban muchas fuerzas. El otro soldado se acercó y lo tomó de los brazos, haciendo que los mantuviera detrás de su cuerpo. El primer hombre le dio un fuerte puñetazo en el estómago, lo que provocó que Saga se doblara y tosiera, intentando recuperar el aire. Alfa de nuevo no hizo ningún ademán. Alessandro hizo otra seña y volvieron a golpear a Saga una y otra vez, esta vez usando cosmo, hasta que terminó en el piso, luego siguieron pateándolo.

—No estoy segura a qué quieres llegar o qué se supone pretendes que haga —dijo Alfa mientras miraba a Alessandro, ignorando por completo a Saga.

A todo esto el de Géminis seguía sin hacer ningún sonido más que el del aire que era expulsado de sus pulmones con fuerza. Alessandro la miró con una ceja enarcada y una sonrisa.

—¿Así que ya no te interesa tu amado Déuteros? —preguntó.

Alfa aprovechó la oportunidad para sonreírle ampliamente, casi de manera psicótica.

—¿Déuteros? ¿En serio eres así de idiota? —Alfa dejó escapar una risa. —Ese de ahí no es Déuteros, pedazo de animal, tienes al gemelo equivocado. Este idiota de aquí es Aspros.

Los golpes hacia Saga cesaron y la habitación quedó en silencio. Alessandro se había quedado mudo y empezaba a enrojecer de ira. Miró a la puerta en donde Otis estaba recargado y con una expresión de completa confusión en el rostro.

—¡Miente! —gritó avanzando un par de pasos hacia ellos—. Está casada con éste, ¡tiene que ser Déuteros!

Alfa comenzó a reír.

—¿Asumiste que este es Déuteros porque me casé con él? ¿En serio?

—¿Por qué otra razón lo hubieras hecho?

—Ay, no sé, ¿para vengarme quizá? ¿Por culpa de quién crees que Déuteros siempre fue una sombra? ¿Por culpa de quién tuvimos que huir del Santuario? ¿Por culpa de quién Déuteros tuvo que luchar y morir por su causa? Por culpa de él. —Y señaló a Saga con desdén.

El Santo seguía tirado en el lugar en el que lo dejaron. No levantó la mirada ni hizo ningún movimiento.

—Pero gracias por traérmelo y hacer la mayor parte del trabajo. Estoy bastante segura de que aquí puedo terminar de eliminarlo. Ahora, si esperas que haga lo que quieres, vas a tener que buscarte otra manera y de preferencia no equivocarte de gemelo. Lo bueno es que nada más son dos, ya no hay manera de que pases por la misma vergüenza otra vez.

Alessandro miró a Otis cada vez más furioso. Incendió su cosmo, invocando también sus recuerdos y comprobó que, en efecto, el que se encontraba ahí tirado no era Déuteros, giró sobre sus talones.

—Tenías un único trabajo —dijo acercándose peligrosamente a Otis—. Y tú, —gritó volviéndose hacia Alfa—, tómalo como un gesto de buena voluntad. Haz con él lo que te plazca. Pero estás advertida, el siguiente que entre por esta puerta sí va a ser tu amado Déuteros y me vas a obedecer a sabiendas de que, si no lo haces, lo mato lenta y dolorosamente frente a ti.

—Si es que se deja atrapar primero y logras traerlo hasta aquí —contestó Alfa de brazos cruzados y una sonrisa cínica—. Pero a cada momento que pasa dudo más de tus habilidades.

Un rayo de cosmo fue a estrellarse en contra de la mujer, lo que la envió directo a chocar contra la pared a sus espaldas, aún así ella no se quejó y volvió a levantar la mirada.

—No juegues con tu buena suerte, Antheia, porque se va a terminar más pronto de lo que esperas —dicho eso le hizo una seña a los soldados y a Otis y los cuatro salieron de la celda.

Alfa se quedó quieta en el lugar en el que había caído mientras se aseguraba de que los hombres se alejaban. Cerraron la puerta y los pasos no tardaron en escucharse. Contó un par de minutos antes de animarse a moverse. Con el mayor sigilo que pudo se acercó a Saga quien, una vez más, intentaba incorporarse al menos para quedar sentado. Alfa se arrodilló junto a él y lo ayudó. Luego lo vio a los ojos. Las manos comenzaron a temblarle. Saga no tenía ninguna expresión en particular en la cara. La veía sin saber exactamente qué decir.

—Nada de lo que acabo de decir es verdad —murmuró Alfa antes de tomarlo por los hombros—. Fue lo primero que se me ocurrió para hacer que te dejaran en paz.

Saga cerró los ojos y asintió, luego la atrajo hacia sí para abrazarla. Alfa estaba a punto de comenzar a llorar pero se contuvo. Jamás había visto a Saga en ese estado. Tenía golpes por todas partes, las ropas que vestía estaban desgarradas, la nariz, la frente y la boca le sangraban, tenía un corte muy marcado en el pómulo y seguro tenía el hueso roto además de al menos un par de costillas. Ella lo abrazó y le pasó la mano por el cabello.

—¿Estás bien? —le preguntó Saga en un murmullo.

Alfa asintió con la cabeza.

—Anularon tu cosmo, ¿no es así? Lo mismo hicieron con el mío.

Saga asintió y se separó de ella para volver a verla y asegurarse de que se encontraba bien.

—¿Te hicieron algo?

—No. Quieren que me pase de su lado. Quieren los recuerdos de Antheia y quieren mis habilidades. Roberto está con ellos y les dijo de mi técnica. ¿En qué momento te capturaron?

—Al mismo tiempo que a ti. Te atraparon en la montaña y yo bajé a ayudarte, pero Alessandro se puede teletransportar y eso hizo, contigo. Te sentí pedir ayuda antes de que quedaras inconsciente y me di cuenta de que estaban aquí así que abrí un portal y te seguí. Pero este lugar es el que sella nuestros cosmos. Yo no lo sabía y cuando me di cuenta ya era tarde. Géminis me dejó y ellos...

—Aprovecharon la oportunidad de atacar a un Santo Dorado que no puede usar su cosmo ni armadura. Son una bola de cobardes.

—No van a tardar en venir por nosotros, estoy bastante seguro de que se dieron cuenta del lugar en el que estamos, pero no creo que Kanon sea el indicado para venir y seguramente va a querer hacerlo.

—Tenemos que salir antes. Pero no sé cómo. Ni siquiera sé en dónde estamos. No debiste seguirme.

—Es muy tarde para lamentarse por eso, estoy aquí y no podía dejarte sola. Ya se nos ocurrirá algo, y si no, ya vendrá la caballería. Y estamos en Svalbard. Es un archipiélago en el medio de la nada cerca del polo norte.

Alfa asintió, pero en seguida le mostró la muñeca que había mantenido a su espalda.

—No van a dejar que me vaya tan fácilmente —le dijo.

Saga tomó la muñeca de su esposa entre sus manos. Era el mismo tipo de cadena que le pusieron a él, y no nada más iba a apretarse cada vez más si ella intentaba quitársela, era esa la que la mantenía débil. Estaba drenando su energía. No la iba a matar, pero si se aseguraría de que no pudiera echarse a correr en un futuro cercano.

—Mu sabrá cómo abrirla. No te preocupes por eso. Vamos a salir de aquí pronto. —Saga tomó fuerza y se levantó con ayuda de Alfa. Luego caminó hasta la puerta. No se escuchaba nada desde afuera.

—No se encuentran ahí. Están lo suficientemente confiados de que no podemos salir por nuestros propios medios. Ya grité, ya intenté romper la puerta, por eso me encadenaron.

—¿Intentaste derrumbarla en serio?

—No. Quería romperla y que alguien viniera, pero el que vino fue él. Por eso me encadenó, si no hubiera sido él quizá hubiera podido salir. Saga, no le interesan mucho aquellos que no tienen idea de quién fueron en sus encarnaciones pasadas, le interesan los que sí las recordamos. Sabe que no puede controlar a Santos de mayor categoría que el Bronce, pero sí sabe que con mi técnica podría hacerlo. Por eso le intereso yo. Por eso y por haber sido una Saintia. Supone que tengo secretos de Atenea que lo ayudarán a tomar el control del Santuario. Es un idiota engreído. Los Santos de Oro no le sirven fuera de este lugar porque la única manera que tiene de mantenerlos bajo control es anulando su cosmo y sin cosmo no le sirven.

—Quiere el poder de todos. Quiere hacer exactamente lo mismo que yo y Aspros pretendimos hacer en su momento, pero al menos yo tenía el poder del dios de la Guerra—. Negó con la cabeza mientras se ponía a examinar la puerta. Debía haber una manera de abrirla, pero sin el poder que le daba su cosmo y con costillas rotas, no estaba seguro de que podría quitarla a la fuerza.

Volteó a ver a Alfa quien estaba sentada de nuevo cerca del lugar en donde él había dejado su más reciente charco de sangre.

—La idea no era que me atraparan. Lo siento. —Y un par de lágrimas escaparon de sus ojos.

Saga no tardó ni un parpadeo en llegar con ella y abrazarla.

—No es tu culpa. Nunca lo ha sido. Estabas conmigo, con Shaka y con Mu y de todas maneras lograron atraparte y nosotros no pudimos impedirlo. Si acaso es culpa nuestra. Tenemos mayor rango que tú. Esto no debió haber pasado porque nosotros debimos poder impedirlo. Pero hey, no importa. Estoy aquí. Te encontré y los demás no van a tardar en venir por nosotros, además descubriste su plan. Hasta este momento nada más los considerábamos una bola de renegados de esos que siempre han habido. Ahora sabemos que son diferentes, o al menos su manera de hacer las cosas es diferente y podremos hacer algo al respecto.

—No me gusta verte así.

—No es la primera vez que me rompen un par de costillas, voy a estar bien.

—Pero…

Pero Saga no la dejó continuar porque la besó. Estuvo preocupado, no había tenido ni idea del por qué se la llevaron. Lo único que quería era rescatarla y llevarla directo a casa.

—Vamos a salir de aquí, te lo aseguro —le dijo cuando se separaron.

Se quedaron ahí sentados en el piso y abrazados por las siguientes horas. Alfa lo revisó para ver si había algo que pudieran hacer al respecto de sus múltiples heridas, pero fuera de vendarle la muñeca izquierda, y la rodilla, todo lo demás requería cuidados que no tendrían hasta regresar al Santuario.

De pronto ambos pusieron atención a sus alrededores, como si hubieran escuchado o sentido algo, pero en realidad ni escucharon ni sintieron nada, porque sin cosmo no tenían manera de saber más allá de lo que sus sentidos les decían. Saga se levantó, no sin esfuerzo, y caminó a la puerta. Pegó el oído en ella con la esperanza de escuchar algo, pero no. Y eso era lo raro. De pronto todos los sonidos desaparecieron de aquél lugar. Volteó a ver a Alfa y negó con la cabeza. Se quedó ahí intentando detectar algo por los siguientes minutos, pero al final regresó con su esposa y la abrazó.

Pasó al menos una media hora antes de que escucharan algunos pasos acercándose. Saga se levantó y fue a sentarse contra la pared frente a la que estaba Alfa. Los pasos se encontraban justo fuera de la puerta y momentos después ésta se abrió y Alessandro entró. Miró a Alfa, luego a Saga. Cerró la puerta.

—Pensé que a estas horas ya lo habrías eliminado, Antheia.

—Mi nombre es Alfa y me encantaría saber cómo esperabas que lo matara cuando me tienes encadenada con tu juguetito éste que me quita fuerza. Si esperabas que lo matara de aburrimiento entonces estás en lo correcto, quizá así lo logre.

—Ah, ¿tus cadenas te lo impiden? Es toda una lástima entonces. Vas a tener que dejarlo vivo un tiempo más. Vine a traerte noticias. Me informan que un grupo de Dorados viene en camino. ¿Adivinas quién está entre ellos?

—No, no me imagino, pero si quieres te lo presento para que le puedas escribir cartitas de amor.

—Insolente como siempre. Espera sentada, porque pronto te lo voy a traer y entonces no te va a quedar de otra que obedecer. Y tú, Aspros, espero que te estés dando cuenta de la joyita con la que te casaste —dicho eso se dio la media vuelta y salió.

Sus pasos no tardaron en escucharse lejos. Saga se levantó y regresó a su lugar junto a Alfa

—No va a poder atraparlos, no te preocupes por ellos —le dijo.

—Me preocupa que se va a escapar, estoy bastante segura, no es idiota, por mucho que lo aparenta. Sabe que no tiene el poder suficiente para hacerles frente a pesar de que aquí no puedan usar cosmo. Si sólo viniera Kanon, tal vez. Pero no va a intentarlo contra "un grupo de Dorados".

Y tenía razón, el plan de Alessandro no era enfrentarse a los Dorados. Al menos no todavía.