Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES +18.


Historia editada por Karla Ragnard, Licenciada en Literatura y Filosofía

Capítulo 46:

La entereza de estar contigo

Solo vi que se levantó con la ira acumulada, empujando la mesa para ir tras él. Edward no se alejó en ningún momento, pero sí lo hizo conmigo, sacándome del lugar.

—¿Eso pretendes? —gruñó, queriendo ir tras Edward.

—¡No te atrevas a tocarlo! —espeté, poniéndome en medio de los dos—. ¡Tampoco le hagas daño, Edward! —Me dirigí hacia Jasper—. ¿Esto es lo único que te importa?

Bufé, ofuscada. Solo le importaba su orgullo, nada más. ¿Por qué no se preocupó de Fred cuando más le necesitaba? Todo esto era una lucha de egos que comenzó cuando perdí el completo interés por él, y mi hijo, a su corta edad, comenzaba a notar la importancia de un padre presente y los efectos que aquello proporcionaba a su vida. Seguía sintiendo que mi gran error fue haber pensado que Jasper podría darme la estabilidad que sola podía brindarle a mi hijo. Era una mujer fuerte, capaz de mucho sin necesidad de ningún hombre, ¡había sacado adelante a mi pequeño sin la ayuda de nadie más que la de mi madre! ¿Por qué? No entendía en qué estuve pensando al creer que un hombre podía generarme una seguridad que solo yo tenía en mí. Me olvidé de quién era por complacerlo a él y a su familia, pero también dejé que mi hijo viera lo que ningún pequeño debía: a su madre posponiéndose, temerosa de sus logros porque a Jasper le molestaba lo que podía ser, una mujer brillante, independiente y capaz de todo y más. Los hombres como él no me merecían, era demasiado para tan poco… y Jasper lo sabía. Fred merecía paz, felicidad y que nadie lo rechazara por ser diferente, que lo amaran, que le protegieran y que lo integraran en su familia; Jasper nunca lo hizo de la manera correcta, aunque lo intentó, pero erró más de lo tolerable en el camino. Mi pequeño no merecía ni la sombra de ello.

—Mi hijo creyó en ti, te veía como un padre —gruñí.

—Pero este imbécil me quitó…

—¿Qué? —bramé, interrumpiéndolo—. No te ha quitado nada, Jasper, él realmente te veía como un padre. ¿De verdad dudas del amor que te dio mi hijo?

Bajó la mirada y tragó.

—Claro que no dudo de él…

—Te veía como uno, Jasper, pero Edward no tiene la culpa de amarlo y respetarlo, de darle una familia numerosa, con abuelos que lo adoran, un amor trascendental… a su madre enamorada —susurré—. Me duele, de verdad, me duele muchísimo, pero esto es solo consecuencia de tus propios actos. Edward y yo… —Me mordí el labio inferior—. Vamos a casarnos.

Sus ojos brillaron de manera intensa, porque el dolor de escucharme era palpable.

—Vaya —susurró.

—Edward va a reconocerlo, Jasper. Es su padre, Fred lo ama, lo respeta y lo admira muchísimo. Es feliz con él, sabes que es así.

—Me harás perderlo.

—No tiene que ser así, jamás impediría que tú sigas viéndolo porque él aún te adora, de verdad, es solo que… Edward es su padre.

Frunció el ceño.

—Es muy difícil de explicar —añadí—. Ten.

Saqué los resultados de los exámenes y se los entregué en las manos; las suyas temblaban.

—¿Qué es esto?

—Edward y yo tuvimos historia cuando Fred aún no existía. Ninguno lo recordaba y… Sé que parece un sueño, pero es real. —Suspiré—. Realizamos exámenes y confirmamos que Fred es hijo de Edward, biológico.

Sus ojos se desencajaron, parecía que saldrían de sus cuencas.

—¿Qué estás hablando, Isabella? —inquirió, aumentando el tono de su voz.

La rabia y desesperación que vi en él me resultó tan dura como desilusionante, lo que en realidad no tenía absolutamente ninguna razón de ser. ¿Cómo desilusionarme de alguien de quien ya no espero nada?

—Es la realidad, Jasper, no es tan fácil de aceptar, pero a nosotros nos hace felices.

—¿Que a ustedes…? —Comenzó a reírse con furia—. ¡¿Me viste la cara de estúpido todos estos años?!

—Por favor, sabes que yo…

—¡Me hiciste reconocer a un hijo sin siquiera contarme que este imbécil iba a volver a tu vida y a actuar como si nada pasara!

La manera en que hablaba de Fred… Dios mío.

—No te atrevas a usar ese lenguaje con mi esposa —bramó Edward, poniéndome detrás de él—. Sé que quieres hacerte cargo de esto, eres capaz, pero no quiero permitir que falten el respeto de mi hijo y el tuyo, ¿bien? —me dijo con suavidad. Entonces se dio la vuelta para enfrentar a Jasper—. Y tampoco te atrevas a referirte a mi hijo como una carga.

—No he dicho eso…

—Reconociste a Fred porque querías hacerte cargo de su educación, no es un juego. Esperaba, en alguna parte de mi ser, que te interesara su bienestar, porque yo no planeo interferir si él quiere verte, porque te agradezco profundamente el que hayas estado con él desde los tres años. Bella no te hizo reconocer a nadie y lo sabes, lo hiciste porque la amabas, ¿no?

Bajó la mirada, como si se estuviera sintiendo culpable.

—Y si piensas que esto lo sabíamos, pues no es así. Creo que no soy quién para recriminarle a otro que seas mal padre, porque ni tú ni yo nacimos sabiéndolo, pero sí sé que jamás tomaría a Fred como una carga y que, antes de saber que era sangre de mi sangre, lo amaba y quería ser su padre, respetando siempre la memoria del hombre que se hizo cargo de él cuando era muy pequeño. —Edward bufó, como si se tragara la rabia y el rencor—. Pero constantemente… —gruñó—. No permitiré que recrimines a Bella por esto y que mi hijo vea que lo rechazas porque es mío.

—¿Ahora jugarán a la familia? Me hiciste perder todo, Edward Cullen, jamás permitiré que te quedes con mi hijo.

Sentí deseos de llorar. Por un momento pensé que él iba a pensar en el beneficio de Fred, como cualquiera que lo amara.

—Nadie se quedará con nadie, yo soy capaz de aceptar que sigas en contacto con él, de la misma forma en que debiste hacerlo cuando dejaste de estar conmigo. Pero Fred ya no te reconoce, lo sabes bien —exclamé—. Lo único que te pedí era que dejaras de estar con tus padres, que dejaras de aceptar su violencia, pero nunca te importó.

No le di alas al brillo angustiado de sus ojos, no me lo permití.

—Pero al fin soy libre del miedo a amar. No quiero que mi hijo vuelva a verme de la manera en que lo hizo frente a mi infelicidad, así como tampoco quiero que vuelva a verse enfrentado a las personas que insultaron su procedencia, su ser y a su mamá. Él tampoco lo quiere. Y si no eres capaz de verlo desde ese punto, no permitiré que esté cerca de ti.

—Me quitaste todo, Edward Cullen. Ahora ustedes se casarán y… —Se acomodó la mandíbula—. Mi hijo… No aceptaré nada, él es mío…

—Perderás el juicio si quieres ir a uno, soy su padre y haré lo posible para reconocerlo. Fred te quiere muchísimo, pero eres un maldito egoísta y egocéntrico que solo piensa con el orgullo. Nunca valoraste a Bella, no notaste la increíble mujer que es, sus virtudes, su hermosura… su capacidad de amar, su inteligencia y la increíble madre que es. Ni yo tengo las palabras adecuadas, pero me propuse valorarla, porque soy el hombre más afortunado que puede existir. Ahora lo sabes, ahora que ella es feliz, así como notaste que mi hermana era una mujer capaz de todo por ti, a quien dañaste profundamente. Si no te partí la cara y te hice pedazos por cómo heriste a Alice, fue porque ella me lo pidió. Mi hermana es fantástica y demasiado para ti. No permitiré que Fred vea el rechazo en ti, ahora me tiene a mí, yo lo amaré tal como es, así como ya lo hago.

Jasper dio un paso al frente, pero Edward apenas pestañeó.

—Nos veremos en el juicio —amenazó.

—Nos vemos en él —replicó mi Bestia.

Entonces se fue, cerrando la puerta con tanta fuerza que todos los cristales vibraron. Cuando apenas nos quedamos en silencio, me apoyé todavía más en Edward, juntando mis labios en su espalda, abrazándolo desde atrás. Mis músculos se relajaron rápidamente y sentí que un gran peso se quitaba de mis hombros.

—Ya lo sabe —susurró, dándose la vuelta—. Todo está bien.

Me contuvo, besándome el cuello en el intento.

—No quería que esto llegara a este punto. Si tan solo actuara de la manera correcta una sola vez —musité.

—Eso ya no es un asunto que puedas arreglar. Somos hombres adultos, y si le importa más la idea de dañarte en el intento, dejando a un lado al pequeño que creyó en él, creo que está haciéndole un favor. Fred merece que lo amen, lo sabes bien.

—¿Por qué quiere hacerme daño? —inquirí, mirándolo a los ojos.

—Porque sabe que te ha perdido.

—Pero él estaba enamorado de Alice, es…

—Jasper sigue enamorado de ti, Bella, ¿no te has dado cuenta?

Tragué.

—Supo demasiado tarde que ha perdido a una mujer… impresionante. Cuando realmente perdió a Alice, que es increíble también, se quedó sin pan ni migaja. No pensó que Fred aún le necesitaba, ¡él todavía lo quiere mucho! —Su rostro se crispó de rabia, por lo que solo pude acariciarle las mejillas—. Voy a seguir luchando por mi familia y quiero que lo sea de la manera correcta.

Me acurruqué en sus brazos y él me regó besos por el cabello.

—Vamos a comenzar este diez —le recordé.

Sentí que sonreía.

—No te imaginas lo mucho que me entusiasma la idea.

Me reí.

—Y vaya buenos calificativos me has dado.

Nos miramos a los ojos y continuamos sonriéndonos.

—Es lo que pienso de ti. Todos los días me siento francamente bendecido por tener una esposa como tú.

Sentí cosquillas en el estómago.

—Oh, vamos. ¿Qué me dices a mí? Ni te imaginas lo suertuda que soy…

—¿Por qué? —inquirió, juntando su nariz con la mía.

—¿Y así me lo preguntas? Mírate.

—¿Qué hay de especial?

Me reí.

—Todo. Simplemente, soy la mujer más afortunada del mundo.

—Dos afortunados se han encontrado.

—Tal cual.

Dio caminos suaves con sus labios en mi hombro y cuello hasta llegar a mi oreja.

—Te amo.

Suspiré, dichosa, feliz…

—Te amo, cariño.

.

James me había notificado el comienzo de la demanda de paternidad, mientras también hacíamos todo lo posible para que Agatha pronto fuera hija mía, ya de forma legal. Sin embargo, mi cabeza tampoco dejaba de dar vueltas respecto a lo poco que quedaba para nuestra boda.

Sentí un estremecimiento en mi barriga.

—¡Ya estamos aquí! —chilló James, entrando de forma rápida a la casa.

Detrás de él venían Esme, mamá, Alice y mis mejores amigas, todas chillando también.

—¡Es la prueba del vestido! —canturreó mamá, dando brincos hacia mí.

Estaba nerviosa. ¡Muchísimo! Sentía que mi corazón se iba a salir.

—Solo quedan dos semanas, mamá —le susurré, mordiéndome el labio inferior.

—Todo estará bien.

Ya estaba todo listo, como el lugar y la idea de la decoración. Queríamos que fuera una boda sencilla, pero a nuestro estilo, por eso habíamos elegido el gran terreno cercano a la laguna de la cabaña. Eran pocos invitados y solo los que considerábamos nuestra familia. Estaba tan emocionada que todos los días soñaba con esa fecha, lo que tampoco era fácil con Edward a mi lado, despertándome diario entre besos. Por Dios, estaba tan feliz.

—Estoy ansiosa por verte con el vestido —dijo Esme, juntándome las mejillas entre sus manos.

—¿Ha podido ver a Edward con su traje?

Su rostro se volvió pícaro.

—Ni te imaginas lo guapo que se ve. ¡Está divino!

Me mordí el labio inferior. Por Dios, moría por ver a mi futuro esposo así.

Me fui en el coche con James, que estaba más alterado que nunca… en el buen sentido.

—¡Usaré un traje divino ese día! ¿Brillos? Por supuesto que sí. Seré la estrella de la noche… no tanto como tú, claro que no, cielo.

Me quedé mirándolo mientras pasábamos por la avenida, entrecerrando mis ojos para descifrar porqué estaba tan contento. Él me miraba de reojo y sonreía, como si intentara aguantarlo, pero rompiendo la cordura en el intento.

—Ya, dime qué ha pasado porque tus ojos brillan como dos piedrecillas preciosas —exclamé, tirando de su brazo.

Se mordió el labio inferior.

—Me han invitado a salir.

Me hice la sorprendida y luego dejé escapar un grito.

—¿Quién?

Apretó los labios.

—¡Jonas!

Los dos volvimos a gritar mientras el semáforo seguía en rojo. Parecíamos adolescentes.

—¿Es en serio? —inquirí.

Mi amigo no daba más de la felicidad. Parecía un pequeño.

—¡Estoy tan feliz! —volvió a chillar—. ¿Crees que de verdad le intereso?

—James, por favor, sabes perfectamente que sí.

—¡No lo sé!

Suspiré y puse los ojos en blanco.

—¿Vas a dudar de ti mismo? Eres un hombre muy guapo.

—Ya, pero es… Jonas.

Lo miré mal.

—¿Qué es un "Jonas"?

—Vamos. Quizá le gustan los chicos malos como él, yo apenas soy…

—Ni te atrevas.

Bajó la mirada.

—Tienes razón. Estoy actuando como los tontos. ¿Qué me pongo?

—El traje rojo está bien.

—¿Llevo condones?

—Y lubricante.

—Vale. ¿De sabores o sensaciones?

—Sensaciones.

Chocamos las palmas y él botó continuamente el aire hasta que no salió nada más de sus pulmones.

—En realidad, el sexo es en lo último que he pensado hacer con él… y eso que me muero por ello —susurró.

Sonreí.

—Desde que lo vi por primera vez quería conocerlo, charlar, dormir con él, reírme a su lado… —Suspiró—. Creo que fue amor a primera vista, ¿sabes? ¿Eso te sucedió con Edward?

Dios, de solo recordarlo sentía que se me levantaban los vellos del cuerpo.

—No tienes idea de cuántas veces me ocurrió hasta que finalmente asumí que lo quería todo con él —respondí.

—¿Crees que Jonas vea eso en mí?

Me reí.

—Estoy segura.

Respiró hondo y asintió.

—Nos veremos luego de tu boda.

—¿Tanto?

—Lo sé, es solo que… quiero enfocarme en ti primero. Desde que supe que perdiste a Greg, me propuse cobijarte y que no sintieras que estabas sola con cada paso que dabas a futuro —susurró.

—Oh, James —gemí y lo abracé.

—Te quiero, maldita loca.

—Y yo a ti, baboso. Además, eres mi dama de honor principal, que nadie diga lo contrario.

—Y la más hermosa, perra.

Nos acabamos riendo hasta que finalmente llegamos a la tienda de vestidos que había seleccionado. La dueña y encargada de la confección era una madre soltera que había conocido en un taller de psicología al que había ido para aprender a lidiar con el cansancio de mi bebé enfermizo, así que un día prometí ayudarle a comprarle un vestido genial, imaginando que en algún momento, muy en mi interior, podría usarlo con el hombre de mis sueños. Y aquí estábamos.

—Bella, qué gusto verte de nuevo —exclamó luego de darme un abrazo.

—Estoy ansiosa, sé que haces trabajos maravillosos, pero me muero por ver el resultado.

Todos quienes me acompañaban estaban entusiastas, esperando a verme con él.

—Es momento de que te lo pruebes. Si vemos algo que no te gusta, le hacemos el cambio, aún quedan dos semanas para el gran día.

Asentí.

.

Cuando salí del probador y caminé hacia los demás, vi que poco a poco sus rostros se desencajaban de manera exagerada. No supe qué estaba ocurriendo hasta que me vi al espejo que había a un lado, perfecto para contemplarme en su totalidad.

Vaya.

No me había equivocado en pensar en este vestido. No, claro que no. Estaba… Dios, no tenía calificativos. Era divino. Tenía un corte sirena que se amoldaba a mis caderas y a mis nalgas, lo que daba la imagen de un bonito corazón. Mis hombros quedaban al descubierto, para luego caer con una tela semitransparente de brillos rojos preciosos hasta mis muñecas. Mis pechos se guardaban en otro corte similar al de un corazón, ajustándolos para que se viera el canal de estos de forma sensual. La caída era suave hasta más allá de mis pies, con una pequeña cola divina de velos rojos que simulaban lo que era yo: una mujer apasionada y vital. ¿Mi parte favorita? El corte desde la mitad de mi muslo hacia abajo, lo que me permitía mostrar mis piernas. Todo en su totalidad era una tela marfil divina, con transparencias que se acompañaban con un encaje espectacular, pero, sin duda, lo mejor eran los brillos rojos que me hacían un ser de completa luz.

—Isabella, por Dios, ¡estás hermosa! —exclamó Esme, acercándose para darme un abrazo.

—¿Lo cree?

—Mi hijo estará boquiabierto.

Cuando me giré, mamá estaba que se echaba a llorar, así que la abracé también. A medida que nos cobijábamos juntas, noté que quería decirme algo al oído.

—Esta siempre fue la imagen que esperé ver en ti —susurró.

—¿Con un vestido precioso?

—No. Feliz. Si tan solo te vieras la expresión, Bells.

Suspiré y asentí, porque estaba en lo cierto, hoy era completamente feliz.

Me di un par de vueltas mientras mis amigos también miraban el gran trabajo que habían realizado y la manera ideal que tenía de acomodarse a quién era. Cuando finalmente Alice y yo nos quedamos frente a frente, sentí la necesidad de saber cómo estaba, de ahondar en sus ojos brillantes, imaginando que parte de todo esto debía traerle recuerdos de su compromiso con Jasper. De alguna manera me sentía culpable, pues en su momento le abrí los ojos, rompiendo sus ilusiones.

—Qué vestido tan lindo, no puedo imaginarme a nadie más que a ti en él —dijo ella, poniendo sus manos en mis hombros.

—Alice —la llamé.

Alzó la mirada hacia mí.

—¿Cómo estás? Ya sabes…

Suspiró.

—Podría sentir muchas cosas, pero no te mentiré que a veces me pregunto por qué. Él me mintió, vi en Jasper cosas que no es capaz de darme, pero en especial, vi a un cobarde y… no puedo estar con un cobarde. Mi sobrino está primero, no puedo soportar la manera en que él dejó a un lado todo por el orgullo. Creo que estoy mejor así, ¿sabes? Y… entre nosotras, he conocido a alguien —susurró.

Levanté las cejas y sonreí.

—¿De verdad?

Asintió de forma entusiasta.

—Es un chico de la universidad. Es alguien completamente diferente y, la verdad, me gusta muchísimo.

—Imagino que lo llevarás a la boda.

—Claro que sí.

Nos acabamos riendo y finalmente ella tomó una de mis manos.

—Gracias por abrirme los ojos y también gracias por amar a mi hermano. Somos muy diferentes y yo la oveja negra de mi familia. —Sonrió—. Pero créeme que nos amamos. Ya sé que eres parte de la mía y yo de la tuya, pero quiero darte la bienvenida de igual forma.

—Gracias, Alice, aunque no lo creas, para mí es muy importante.

—Y por eso lo hago. Bienvenida, estoy feliz de tener una cuñada y amiga como tú. —Me dio un último abrazo, como invitándome a disfrutar de mi vestido, así, a solas, saboreando los últimos momentos que me quedaban hasta tener que sacármelo.

Sí, iba a casarme. Sí, iba a casarme y con un vestido precioso. Sí, iba a casarme con el hombre de mis sueños. Vaya fortuna.

.

Bebí el último sorbo de mi copa y me tambaleé al bajarme de la silla.

—Hey, con cuidado —carcajeó Alice mientras James intentaba acomodarse en medio de su lugar, terriblemente borracho.

—Extraño a Tetas Falsas —dijo Victoria, apoyada en la mesa mientras intentaba mantener la mirada acorde a la realidad.

Rose no había podido venir por obvias razones, estar embarazada de varias semanas y a punto de parir no compatibilizaba con una despedida de solteras en un antro de Chicago. Pero sí, nos hacía muchísima falta.

—El espectáculo del stripper fue fatal —acordó James—. Lo siento, Bella.

Le quité importancia con un movimiento de manos, pero la verdad es que sí, había sido terrible. ¿Desde cuándo los strippers hacían de todo menos pretender que una olvidara su futura boda? Vale, con Edward nadie me hacía rozar esa posibilidad, pero al menos debía divertirme, y la verdad era que no había sido así. Al menos estaba borracha hasta los huesos.

—Ya pasa de las dos. —James miraba su reloj con la vista algo distorsionada—. Es momento de dejar a la novia en casa o acabará despertándose a mala hora para todo lo que se avecina mañana.

Asentí, aunque por dentro sí estaba muy nerviosa. Mañana era mi boda, sí, ¡mi boda! Dios mío. ¿Podía estar más feliz? No, claro que no.

Esperamos a que el taxi nos recogiera y finalmente nos subimos en él, todos muy borrachos, aunque el peor siempre era James, que por su personalidad se veía mucho más intenso. Mientras pasábamos cerca de la zona de los bares, el coche se vio en la obligación de parar de manera brusca. Cuando quise mirar para ver qué había ocurrido, vi una flamante motocicleta bloqueando el paso, la misma que Edward había comprado hacía muy poco.

Sonreí.

Cuando miré a mis amigos, noté que sonreían también, por lo que supuse que ya sabían lo que iba a ocurrir.

—Ve con él.

Me mordí el labio inferior y sin pensarlo mucho me bajé del coche, corriendo hasta la motocicleta.

—Hey, nena, hasta que te encuentro —dijo con la voz ronca.

—Seguiste mis pasos.

—Siempre lo haré. ¿Vienes conmigo?

Me reí y me subí con ayuda de su mano.

—¿A dónde?

—A darte una despedida de soltera como corresponde.

Ay de mí.

—¿Y cómo estuvo la tuya? —inquirí mientras lo abrazaba.

—¡Fatal! —aseguró.

—Oh, ¿por qué?

—Porque quería que quien me bailara fueras tú.

—¡¿Había una mujer?!

—Así es.

Me reí.

—Bueno, puedo darte un baile si quieres —jugueteé mientras besaba su cuello.

—Esta vez quiero complacerte a ti —ronroneó mientras acariciaba mis muslos descubiertos.

Aceleró y la motocicleta hizo un fuerte rugido. Avanzamos rápidamente hasta que él nos condujo hacia el bar, que hoy parecía estar cerrado. Cuando llegamos, vi que la entrada estaba decorada con cintas rojas.

—¿Y esto? —inquirí mientras me ayudaba a bajar.

—Es para ti.

Me comencé a reír por los nervios.

—Vaya.

—Ven conmigo.

Tomó mi mano y la besó mientras me llevaba hacia la entrada principal.

—Aún tengo la decoración del cumpleaños de James. Digamos que me entusiasma la dominación.

Me sonrojé.

—Y la he acondicionado.

—¿Qué?

Todo estaba perfecto. El ambiente era oscuridad, cuero, erotismo. No tenía palabras adecuadas para darle más características, porque lo que veían mis ojos era impresionante. Parecía que Edward había reacondicionado todo para darme una despedida de soltera que pudiera recordar hasta sonrojarme.

—Sé que no vas a querer comer y que estás muy borracha para soportarte los pies —aseguró.

Me eché a reír como un cerdo, la misma risotada de Fred.

—Vaya que sí —añadió—. Así que solo te tengo bocadillos.

—¿Bocadillos?

—Dulces.

—¿Para qué?

—Ya lo verás. ¿Vienes conmigo?

—Claro que sí.

Di brinquitos hasta subirme a su cuello desde atrás, lo que causó sus carcajadas. Al darme la vuelta, nos devoramos los labios a besos, caminando juntos mientras yo intentaba seguir en puntillas. ¡Era tan alto!

—Espera, espera.

Fue hasta el sofá y desde ahí sacó una caja, sosteniendo algo detrás de su espalda.

—¿Y eso? —inquirí.

Cuando finalmente reveló lo que tenía oculto, me puse las manos en el pecho.

—Edward —gimoteé.

Eran flores, todas rojas como la sangre. No, no eran rosas, sabía que Edward quería que todo fuera diferente.

—Son camelias —susurró, acariciándolas con suavidad—. Digamos que cuando las veo me recuerdan a tu rubor, como el que tienes ahora.

—Ay, Edward. —Me limpié bajo los ojos mientras las sostenía, oliéndolas en el momento.

—Cuando te emborrachas siempre sueles ponerte muy sensible —susurró luego de besarme la frente.

—Es que siempre buscas hacerme llorar.

—No, solo quiero recordarte que soy feliz a tu lado.

Seguí acariciando las flores mientras él lo hacía con mis mejillas.

—Porque realmente lo soy.

Suspiré, dichosa de oírlo.

—Abre la caja.

Él me ayudó a sostener las flores y finalmente pude abrirla. Dentro había otra caja, pero de terciopelo negro. Al levantar la tapa me encontré con un collar hermoso que parecía ser de oro, con un precioso dije de corazón rojo que brillaba junto a la luz del lugar.

—Edward, es bellísimo —susurré.

—Supongo que también pensé en ti cuando lo vi.

Sentí un nudo en la garganta.

—Es muy sencillo, lo sé, pero cuando veo un corazón rojo, pienso en ti. Eres la mujer más fuerte que he conocido en mi vida y creo que eso fue lo primero que me hizo enamorarme de ti. —Sostuvo mi rostro con una de sus manos—. Dentro de ti hay tanta pasión que no todos pueden amarte como deben, hay tanto en ti que cualquiera moriría por estar a tu lado, eres maravillosa, eso lo sabes, pero no pararé de decírtelo. Te compré este collar en cuanto lo vi, digamos que solo soy un hombre muy enamorado, y también muy apasionado. Haría cualquier cosa por ti, nena, cualquier cosa. ¿Llevarías esto mañana? —inquirió.

Me mordí el labio inferior y asentí con rapidez.

—No me lo pensaría ni un minuto.

Me di la vuelta para que me pusiera el collar y finalmente lo hizo, para entonces besarme el cuello y luego los hombros.

—Ahora pondré un poco de música. Relájate.

Me acomodé en medio del sofá, uno que estaba frente a una pista de baile donde había una barra de metal para bailar con ella. Las luces hacían un baile sensual que se mezclaba con la pintura del lugar, rojo pasión y negro. Cuando finalmente me concentré en los detalles, vi que en la mesa había una charola tapada y dos vasos de champagne. Y de pronto, la música de Led Zeppelin cobró vida, a diferencia de las luces, que se apagaron sin remedio.

—¿Edward? —pregunté, mirando hacia todos lados.

Por poco doy un grito cuando las luces volvieron a encenderse de golpe, pero únicamente en la parte del escenario que había delante de mí. Casi se me caen las bragas cuando vi a Edward en medio del lugar, frente a la barra, usando su traje de bombero, con la chaqueta medio abierta para que pudiera ver su pecho desnudo. Si los strippers comenzaran así, juraba por mi vida que las despedidas de soltera serían muy diferentes.

Edward comenzó a bailar al son de Whole Lotta Love, moviéndose de tal forma que parecía un hombre entrenado para ello. Quería levantarme del sofá y correr a sus brazos, pero me contuve, disfrutando de ser testigo del mejor acontecimiento para una mujer a punto de casarse. En serio. Edward sería la razón por la que me divorciaría, pero vaya que tenía suerte de que el marido fuera él.

Cuando juntó sus ojos con los míos, sonrió, enseñándome su sensualidad. A medida que seguía bailando, se quitaba la chaqueta, mostrándome su pecho desnudo y tatuado. Yo estaba en la orilla del sofá, observando todo con mucha atención. Conforme la canción seguía avanzando, Edward continuó, esta vez con los pantalones, que se quitó de un solo movimiento. El baile se volvió más sensual y se fue acercando a mí hasta que se quitó el casco y me lo puso sobre la cabeza.

—Qué bien te mueves —le dije por sobre la música.

Solo recibí otra sonrisa y Edward se apoyó en el respaldo del sofá, encarcelándome con sus brazos. Me hizo tocarlo, especialmente en el pecho y finalmente en el abdomen. Se había aceitado, por Dios, ¿no era un pecado andante? Aproveché, entonces, de llevar mis dedos hacia su ropa interior, la que hoy estaba tan apretada que pronto iba a dejar salir lo que tanto me gustaba, apuntando ya al cielo.

—Dime, ¿te está gustando? —me preguntó, empujándome con suavidad para que me acostara sobre el sofá.

—¿Qué crees? —inquirí.

Se rio.

Me acabó rompiendo el vestido en pedacitos. ¡Maldito!

—¡Edward! —chillé.

—Sht.

Me abrió las piernas con fuerza y se acomodó entre ellas.

—¿Quieres dolor? —preguntó.

—Mientras seas tú quien me lo provoque.

Volvió a sonreír.

Me dio la vuelta y me hizo apoyar las rodillas y las manos sobre el sofá. Me levantó el culo y saboreó mis nalgas, una a una, como si se tratara de un manjar. Finalmente me dio una nalgada, la que disfruté como una loca, aunque… luego no fueron nalgadas, sino un latigazo fuerte que me hizo ver estrellas. Me fascinó.

—Es nuestra última noche de solteros, no quiero que esto sea una despedida a vivir nuestros mejores momentos, sino que se convierta en la bienvenida a un mundo de posibilidades —me dijo al oído.

Me mordí el labio.

—Una bienvenida fascinante a nuestra vida de casados.

—Tal cual.

Abrió la tapa de la charola, enseñándome los deliciosos cupcakes rojos. Me ofreció y me los dio en la boca, haciéndome disfrutar. Sin embargo, cuando creí que no podía sorprenderme más, Edward hundió crema entre mis nalgas, dispuesto a comérsela entre ellas. Cuando sentí sus labios, barba y lengua, vi estrellas.

—¡Dios mío! —gimoteé.

Nunca me acostumbraba al diverso placer que significaba aquel lugar prohibido para muchos, pero no para nosotros.

Edward siguió haciendo lo suyo, sacándome fuertes gritos a medida que me veía envuelta en crema, dulce y colores, y su lengua mojada en mí. Sumado a ello, me daba ligeros latigazos con lo que parecía ser una cuerda de cuero, siempre con esa bestialidad que me gustaba de él. Pronto continué mirando al techo con desesperación, buscando la forma de callar mis gritos llenos de placer.

—Nuestro comienzo —continuó diciendo, para luego mover la lengua desde la raja de mi intimidad hasta el final de mis nalgas.

Hundió sus dedos con crema en mi boca y chupé con desesperación, intensamente feliz mientras me hacía el amor con su lengua.

—Sigue. Quiero más —jadeé.

—¿Más dolor?

Asentí, para luego recibir otro jugoso latigazo.

.

Cuando me moví, todo mi cuerpo dolió. Enseguida sonreí. Al girarme vi a Edward abrazándome sobre el sofá del bar, el que anteriormente habíamos hecho sostenernos con diferentes posiciones. Había sido realmente divino y el culo lo tenía marcado con los latigazos. Finalmente, cuando recordé que hoy era nuestra boda, mi corazón comenzó a acelerarse.

—Parece que ayer nos conocimos —le susurré, acariciándole el cabello.

Sí, claro que parecía que era ayer, pero ya era mucho de eso.

—Te amo tanto, cariño —añadí, besando sus mejillas—. Te estaré esperando allá.

Saqué una hoja y escribí rápidamente, esperando a que esta distancia entre nosotros hasta el gran momento sirviera para aumentar las expectativas.

Sí, hoy era el gran día.

.

Mamá corría de un lado a otro mientras recibía llamados de los Cullen, que estaban alistando el lugar para mi boda. Yo me metí al cuarto, donde ya me esperaban Rose y Alice para alistarme.

—Ya queda tan poco —dijo Rose, con las lágrimas en los ojos.

—Ni se te ocurra, que acabaré llorando. ¡Y apenas si he visto a mis hijos! ¿Saben si está bien?

—Están perfecto, jugando con Nana como si no hubiera un mañana —me dijo Alice.

—¿Y ya están listos?

—No te imaginas lo hermosos que se ven —respondió.

Quería llorar. Hoy más que nunca los necesitaba.

Finalmente, Rose y Alice me alistaron, la primera dedicándose al cabello y la segunda con mi maquillaje. Rosalie me hizo un tomado perfecto, haciendo que mi cabello se recogiera en un pequeño velo, junto con algunos brillos en mis hebras. Alice, por su lado, destacó mis ojos y mis labios, estos últimos con el rojo siendo el protagonista.

—Estás tan hermosa, Bells. Muero por verte con tu vestido —dijo Rose.

—¿Toc-toc? —exclamó Victoria, entrando con delicadeza.

—¡Vicky! —grité.

Cuando me vio, se llevó las manos a los labios.

—Oh, Dios, voy a llorar —dijo.

—No, no lo hagas, me harás llorar a mí también.

Nos abrazamos, a lo que se unieron Rose y Alice.

—Es el gran día, ¿no? —susurré—. Sé que ya he pasado una vez, pero se siente tan diferente…

—Es el amor —mencionó Rose, acariciándome el brazo—. Todo lo que diferencia las cosas es el amor…

—Y bueno, el tener el apoyo de quienes amo —agregué, mirándolas a todas—. Mi boda pasada fue tan vacía… —Suspiré—. Hoy es todo lo contrario.

—Porque lo es —agregó Alice—. La historia que existe entre mi hermano y tú es especial y esto también lo es.

Agradecía poder ser acompañada por ellas, algo que antes no habría sucedido. Cuando estaba con Jasper, él se sentía celoso por ellas, por lo que me prohibió llevarlas a mi boda. ¿Por qué lo permití? Claro, por miedo a estar sola, el peor de los consejeros.

Finalmente, las tres decidieron dejarme a solas para que pudiera ponerme el vestido. Cuando lo hice y me vi en él, ya preparada, no supe cómo no ponerme a llorar, pero lo logré. Me sentía tan feliz. ¡Y me veía divina!

Cuando terminaba de ponerme los tacones, James tocó a la puerta y luego entró con mi madre. Ambos se llevaron las manos a los labios y dejaron de respirar por un momento.

—¡Por Dios, Bella! —chilló él, corriendo a abrazarme.

James me abrió sus brazos mientras mamá lloraba en medio de la emoción que seguramente sentía al verme así. Él me sostuvo, sabiendo que estaba nerviosa.

—Es el gran día —me susurró al oído, actuando de forma paternal.

Luego, cuando fue el turno de mi madre, ella tomó mis manos y me quedó mirando por varios segundos.

—Estoy tan feliz, tesoro.

—Mamá, lo sé.

Me besó la mejilla.

—Te lo mereces todo.

—Te amo, mamá.

—Te amo, cariño.

Cuando acababa de decir eso, Victoria y Rose entraron a la habitación, mirándome lista para salir. Ambas se taparon los labios y gritaron, para entonces poner los ojos llorosos como mi madre.

—Por favor, no hagan que llore con ustedes —supliqué, apretándome bajo los ojos para calmarme.

Ambas negaron y corrieron hacia nosotros, echándose a llorar en el intento.

—Estás tan hermosa —chilló Rosalie, acariciando mis hombros descubiertos.

—Edward va a enloquecer en cuanto te vea —añadió Victoria—. Merecen tanto seguir este camino de felicidad, pero tú, especialmente, mereces a este hombre tan impresionante. Toda tu vida has tenido que lidiar con obstáculos y has ido hacia adelante, siendo una mujer capaz, fuerte… No tienes idea de cuánto te admiro. Tienes un pequeño que vivió con tanto amor, pero que siempre necesitó que su mamá fuera feliz. Sé que aquello no lo da un hombre, pero sé que él será un compañero que luchará por él, por ti y por su familia.

Rose me acariciaba el cabello, llevándome a más emociones dulces.

—Es el día, cariño, sé que es el comienzo de dicha y momentos inolvidables —añadió ella.

Me miré al espejo nuevamente y me sentí enormemente feliz. No había manchas en mi vestido de novia, no tenía una expresión triste en mí y estaba rodeada de las personas que más me amaban, comprendiendo que, esta vez, iba a casarme con el hombre de mi vida. Todo dejaba de importar, ese pasado tan duro, tan cansino, donde me vi pisoteada por los demás, siendo tan joven e inexperta, con mi pequeño a cuestas, sintiendo que era una carga y que el hombre con el que me casaría era todo lo que merecía. Pero no, ahora sí sabía lo que me merecía, en mi capacidad de mujer, de madre, de ser humano… Todos ameritábamos un amor fuerte, vivaz, capaz de solventar los problemas, pero por sobre todo, que me respetara y yo lo respetara a él. Edward era el hombre de mi vida, a quien quería por el resto de mis días, el padre de mis hijos y el compañero que deseaba para cada aventura que se acercaba a nosotros.

—¿Él ya está abajo? —inquirí, nuevamente con las náuseas en mi garganta.

Todos asintieron, entusiastas porque bajara.

—Por Dios —susurró mamá, viniendo hacia mí para acariciarme las mejillas—. Siempre soñé con verte así.

Me reí mientras buscaba la forma de no echarme a llorar.

—¿Casada?

Negó rápidamente con una sonrisa.

—Con esta dicha. Ese hombre es un premio, te ama tanto y te respeta de tal forma que puedo sentirme en paz, porque una mujer como tú merece a alguien como él. Pero además de eso, él es un afortunado, ¿sabes por qué? —Negué—. Porque eres una mujer impresionante. Sé que siempre te lo digo, pero estoy tan orgullosa de ti.

—Mamá… —gemí.

—Shh… —Me calló para que no arruinara mi maquillaje—. Ve, sigue ese camino de felicidad, tu Edward te espera.

Pero cuando creí que podía sostenerme a los sentimientos, vi que Agatha y Fred se asomaban por la entrada y luego corrían a mi encuentro. Me agaché para alcanzarlos y finalmente los abracé.

—Mamá —susurró Agatha, separándose para mirarme con los ojos brillantes—. Mami… —Sonrió, como si estuviera viendo a una princesa de verdad. No podía creerlo—. Mamita.

Me reí y acaricié sus cabellos.

—¿Qué crees que diga papá cuando me vea?

Hizo un puchero y volvió a abrazarme.

—Es el mejor día del mundo —respondió—. Quiero que papi te vea.

Fred estaba callado, contemplándome como no lo había hecho desde que era un bebé, como cuando me vio por primera vez en cuanto lo tomé en mis brazos.

—¿Qué ocurre? —le pregunté, poniendo mis manos bajo su barbilla.

—Te amo, mami, eres feliz —dijo, haciéndome tragar—. Eres hermosa.

Fred, que siempre me pedía en navidad que dejara de llorar, sabía que hoy era otra persona y que estaba haciendo esto con todos mis deseos y amor.

—Papi quiere verte. ¡Papi está feliz! ¡Ve con papi! —exclamó él, tirando de mi mano para que fuera.

—Creo que ellos deberían llevarte a él —dijo James.

Sonreí y asentí, tomándolos a ambos de la mano para ir hacia adelante.

—¿Y cómo se ve papá? —pregunté para calmar los nervios, caminando con ellos hacia el jardín, en donde él ya estaría esperándome.

—¡Es un príncipe! —chilló Agatha, con Fred dando brincos.

Respiré hondo y vi el extraño sol invernal ante mis ojos, para luego fijar mi mirada al horizonte, con las flores a mi alrededor. Cuando los invitados me vieron, todos se levantaron mientras la música sonaba. Entonces, llamé la atención de la única persona que tenía en mente en este momento, además de mis hijos, Edward, que al darse la vuelta y encontrarse conmigo, sonrió como jamás había visto en mi vida. Él vestía un traje ajustado a su fuerte cuerpo, de color burdeos oscuro; llevaba una flor rojo furia en la solapa, haciendo alarde a esa pasión que nos caracterizaba. Fue suficiente para mí contemplar al hombre de mi vida para reafirmar una vez más lo decidida que estaba a casarme con él. Y cuando entendí que sí, que Edward iba a ser mi esposo, que viviría mi vida a su lado, que lo amaba con un fervor tan difícil de explicar, tan loco, tan… único, lloré.


Buenos días, les traigo un nuevo capítulo de esta historia. Ya nos estamos acercando en esta recta final, donde las cosas, poco a poco, comenzarán a tomar su lugar. Todavía queda mucho por tocar, pero... ha llegado el gran día para que estos dos al fin sellen este amor tan intenso que sienten el uno con el otro. ¿Y qué mejor que en un 14 de febrero? ¡A disfrutar del amor! ¡Cuéntenme qué les ha parecido! Ya saben cómo me gusta leerlas

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