Disclaimer: Los personajes son de Rumiko Takahashi. La trama me pertenece en entereza, aunque a ustedes no les parezca.
Capítulo 61.
Todo el cuerpo le temblaba y aún más cuando hacía aquellos ruidos extraños mezclados con llanto: sollozos, les decían. La anatomía actualmente inerte de Kōga yacía ahí, junto a ella y tenía tanto miedo, que incluso ya sentía frío. No podía salir aún de la impresión de haberlo visto morir de esa forma, todavía no podía creerlo, pero sí que tenía ganas de salir corriendo de ese lugar.
Se había quitado la atadura de su pie izquierdo y arrastrado como pudo buscando un celular. Sabía que lo tenía en su falda, así que fue directo hasta su ropa esparcida por el suelo. Claro, ahí estaba.
Y sintió que el mundo estaba a su favor, ya que aún tenía señal. Prendió su localizador como pudo, limpiando sus dedos ensangrentados con la ropa. Tenía muchas llamadas de Sango y de toda su familia. Eran recientes.
Tecleó al 911 de inmediato, comenzaba a sentirse mareada y con mucho frío. Las cosas ya no se veían con tanta claridad.
—Ayuda… por favor…
—¿Podría decirnos cuál es su emergencia?
—No-no sé dónde estoy, me secuestraron… por favor… localícenme —con un último suspiro de conciencia, dejó la llamada abierta mientras susurraba cerca del aparato— me… estoy… desangrando…
—¡Aguante un poco, estamos rastreando la llamada! ¡¿Hola?!
No hubo más respuesta.
Cuando por fin había llegado a aquel extraño lugar, se preguntó si tal vez era demasiado tarde. No tenía idea de dónde había sacado Kōga ese tiradero, pero había llantas y chatarra alrededor de la casa abandonada. Sentía nervios, tenía mucho frío.
Podía sentir un aura pesada, algo malo había pasado. Corrió lo más que pudo hasta la entrada y sin hacer ruido caminó hasta encontrar el cuarto iluminado.
Lo que vio la dejó muda. No podía procesar aquello. Kagome yacía desmayada o muerta, cerca del celular con pantalla prendida. ¿Acababa de llamar a alguien? Y el cuerpo de Kōga sobre la cama en un charco de sangre le hizo temblar las piernas.
No podía ser posible.
—No… Kōga… —se el atoraron las lágrimas en la garganta cuando notó aquella cámara que estaba grabando. Entonces su primo sí había ido a hacerle daño a Kagome, sin embargo… no podía ser, en serio Kagome lo había asesinado.
No supo qué hacer, pero miró para todos lados, respirando con dificultad, tragándose las lágrimas y reemplazándolas por pánico. Sentía que la sangre se le había ido de la cara y pronto se desmayaría por la impresión. No podía ni siquiera ver qué le había pasado a su primo, pero si Kagome ya había llamado a alguien, la policía vendría pronto y ella no iba a ser una cómplice.
No, todo eso tenía que ser un maldito sueño.
Estaba completamente desesperado y lleno de angustia. Se sentía impotente e impaciente. Claro, no podían salir a buscar a Kagome a ningún lugar ya que sería inútil, no tenían una puñetera idea de dónde estaría. Era asqueroso.
No podían aún avisarle a la policía, solo empezar a buscar en los hospitales o en el peor de los casos, en la morgue. Y él se negaba a hacer eso. La última opción que le quedaba era ir a buscar a Kikyō, sería la única persona en la vida que conocería el paradero de su maldito primo. No importaba si no quería decirle, él conseguiría la información.
Por otro lado, su familia estaba desconcertada mientras todo seguía aclarándose. Sango tuvo que confesar que sabía de su relación desde que eran adolescentes, que supo del vídeo desde la primera semana, por qué Kagome lo había ocultado todo y también se enteró de que él no era hijo biológico de Midoriko.
Todo era un caos. Las lágrimas de su mamá no paraban de rodar y su padre parecía querer desparecer. Sango también había llorado y pedido perdón. No puso demasiada atención, incluso al enterarse de toda la farsa del noviazgo con Kōga, él solo pensaba en dónde buscar a su hermana.
—Si algo le pasa a mi hija, yo….
—¡No va a pasarle nada! —InuYasha golpeó la mesa y se levantó—. ¡Pero si seguimos aquí, sí que vamos a pasarla mal!
—¡Pero, ¿qué podemos hacer?! ¡No tenemos idea de dónde pueden estar y la policía no nos va a ayudar aún! —Sango también se levantó. InuYasha no entendía la situación grave. Si Kagome estaba con Kōga y a este le pasaba algo, la culparían a ella. Así que esperaban que todo estuviera medianamente bien.
—Iremos donde Kikyō y…
El sonido del celular de Midoriko los interrumpió. Vieron casi en cámara lenta cómo la mujer contestaba el móvil. El corazón se les iba a salir del pecho en ese instante. InuYasha sentía una gota de sudor rodarle por la sien y Tōga tenía las manos sudando.
Sango parecía querer arrebatarle el celular a Midoriko, pero en cambio, se mordió la boca.
—¿Familiares de la señorita Kagome Taishō?
—¡Sí! —respondieron todos, al unísono.
—Acérquense al hospital general, la paciente se encuentra estable, pero ha perdido sangre y…
—¡Estamos saliendo para allá ahora mismo!
No dejaron siquiera terminar la llamada cuando los Taishō ocupaban un auto y Tanaca el propio. Condujeron hasta el hospital general con la misma expresión que hacía solo un par de días, cuando Kagome había sido herida. Demasiada presión.
Sango, por su parte, empezaba a experimentar mareos, ya no se estaba sintiendo bien. Era como si algo le apretara la cabeza y, además, sentía cólicos. ¿Estaba pasando tan mal? Sentía que esa situación de Kagome la estaba volviendo loca y no lo podía evitar.
Todos llegaron al hospital y corrieron dentro, buscando noticias sobre Kagome.
—Sí, soy su madre.
—Señora, su hija ya está estabilizada, aunque débil por la pérdida de sangre. —Habló la enfermera mientras la secretaria en la recepción tecleaba la información—. Por ahora está dormida y no se admiten visitas.
—¡¿Cómo que no puedo ver a mi hermana?! —InuYasha estaba a punto de volverse loco.
—Guarda silencio, aquí no es la clínica. —Lo regañó Tōga, en voz baja.
—Pues vamos a trasladarla.
Sango seguía sintiendo náuseas y las piernas querían fallarle. Aunque sabía que Kagome estaba bien, o al menos en lo que cabía, no podía dejar de sentir aquel malestar en el cuerpo. Incluso sintió una onda de calor por dentro.
—¿Ustedes son familiares de Kagome Taishō?
Todos giraron ante el llamado de una voz autoritaria que les había inmutado la atención. Sango lo reconoció al instante: era aquel mismo oficial que había estado molestando a Kagome la última vez que estuvo en la cárcel. Maldito.
—Así es. —Afirmó Tōga.
—Soy el oficial Takemaru. —Se presentó, con aquella actitud cínica que lo caracterizaba. Por alguna razón él parecía disfrutar de todo aquello e InuYasha lo notó al instante. Le dieron náuseas y ganas de golpearlo—. Escuché que se llevarían a Taishō de este hospital.
—Así es, mi hija no va a permanecer mucho tiempo aquí —Tōga se alzó ante el oficial y eso fue un reto de miradas.
—No aquí, pero sí en la cárcel.
Sango soltó un aullido de dolor puro mientras se tomaba del vientre. Todos se pusieron alerta. Mierda. Mierda. Por un momento la mente de InuYasha estaba divagando en sobre lo que acababa de escuchar y ahora Sango estaba poniéndose mal. Unas enfermeras corrieron por ella mientras era asistida por sus padres. InuYasha llamó a Miroku rápidamente.
—M-Miroku, necesito que vengas al hospital general… —vio las piernas de Sango bañadas en sangre— mierda…
—¡Dime ya qué sucede!
—Miroku, creo que Sango está teniendo un aborto…
No supo cuánto tiempo había pasado, pero estaba en una cama cuando abrió los ojos. Por un momento se sintió como en un sueño y que lo que había pasado fue una ilusión. Pero al darse cuenta de que estaba en un hospital con la herida recién tratada, supo que todo había sido real.
A su lado estaba su madre, llorando y sollozando algo que ella no entendía. No dijo una palabra, no pensó en nada más que en el hecho de que ella estaba viva y que Kōga no. Lágrimas amargas empezaron a rodar sin que ella hiciera mayor esfuerzo por producirlas. No entendía qué pasaba, pero no las podía detener. Las imágenes del rostro de Kōga siendo asesinado no paraban de dar vueltas en su cabeza, era algo horrible. No podía ni siquiera respirar bien, estaba como muerta en vida.
Todo lo que había vivido anteriormente… todo había sido su culpa.
—¿Kagome? ¡Kagome!
Sintió a su madre abrazarla y posarse sobre ella. La escuchaba llorar amargamente y pedirle perdón por todo. Seguía sin entender.
«Madre, perdóname tú a mí… maté a un hombre, mamá, con mis propias manos»
Seguía sin poder decir palabra. ¿En dónde estaban su padre e InuYasha? ¿Y Sango? ¿Y Miroku? ¿Dónde estaban todos? Seguía mirando a la luz de arriba y se acordaba que así se había despertado antes junto a Kōga.
No podía mover sus labios ni hacer alguna otra expresión. Su mente solo regresaba las escenas vividas. Quería a gritos abrazar a su madre.
—Mamá, Miroku está… ¡Kagome!
InuYasha también había corrido hacia ella. No pudo verlo a la cara, aunque él se paró junto a ella para leerla, como siempre lo hacía. No podía decir si estaba bien o no, no podía moverse si quiera. Las lágrimas no dejaban de rodar.
—No ha dicho una palabra… —Midoriko se separó de ella, como si se fuera a romper.
—Kagome… hay cosas que debes saber, por favor, dinos algo… —no sabía cómo empezar a decirle que unos malditos policías la estaban buscando para encerrarla por la muerte del maldito de Kōga y que Sango había perdido a su bebé y Miroku estaba destrozado. Toda esa maldita mierda—. ¡Kagome!
—Por favor, les pido que salgan de la habitación. —Había llegado el doctor y necesitaba su espacio. El semblante de la paciente era preocupante—. Por favor, podrán verla mañana, cualquier cosa que vayan a decirle… —los miró con seriedad. Algo escuchó de que la meterían a la cárcel, pero a él le parecía injusto—, que sea mañana.
Se había quedado lejos de la propiedad mientras esperaba escondida a que llegara alguien y llegó una ambulancia y tres patrullas. Eso la dejó más tranquila, así que antes de que pudieran pillarla, tomó el camino que pudo y se marchó.
Durante el trayecto estaba tan desconcertada y triste que casi se choca. Solo escuchó el claxon del auto que casi la hace pedazos, pero ya que iban en una calle transitada y era más de media noche, andaba despacio para evitar esos contratiempos.
A su mente no llegaba más que el cuerpo inerte de Kōga sobre el charco de sangre y todo aquel desorden que más parecía una carnicería. Fue espantoso y no supo cómo reaccionar. No podía creer que él había ido a propiciar su muerte intentando matar a Kagome. Era irónico, así era como había acabado. A la final, solo había sido un loco obsesionado por aquella…
¡Qué diablos tenía esa tonta, que todos querían caer antes sus encantos! ¡Su primo había perdido la cabeza por ella y no podía entender por qué tanta obsesión! Solo era un cuerpo bonito manchado por el incesto, nada más. Sin embargo, Kagome no merecía eso que Kōga iba a hacerle. Pensarlo, la enfermaba.
Después de toda esa mierda, debía empezar a enfrentar a sus tíos, a sus papás, a la prensa, a los accionistas de la editorial… todo iba a ser un caos mediático y ella, francamente, no tenía cabeza si quiera para pensar en darse un baño. Ni siquiera podría vivir su duelo, es que estaba en shock. Esa misma noche tendría que avisarles, antes de que la maldita prensa lo hiciera un espectáculo mediático.
Entonces su primo de toda la infancia se había ido. Kōga se había ido para siempre. Y ella era quien debía encargarse de su funeral.
Y también de hacerle pagar a la responsable de aquella muerte. Apretó el volante de su auto mientras inspiraba hondo, sabiendo que algo ahí no estaba bien.
«Kagome»
Se estaba removiendo inquieta en la camilla, como si algo le tuviera de las manos. Podía oír su quejido ahogado, ver su rostro desfigurado por la desesperación. ¿Estaba teniendo una pesadilla? La habitación de hospital estaba oscura, aunque las luces del pasillo se alcanzaban a ver.
De pronto, despertó, porque sintió una extraña mano tocarle el cuello. Cuando abrió los ojos, pudo ver un horripilante rostro putrefacto que parecía sonreír. Estaba lleno de sangre por todos lados y en el pecho traía enterrado un cuchillo.
Kagome chilló de pánico y comenzó a llorar al instante, mientras aquella mano sangrienta la apretaba con más fuerza, quitándole el aire.
—Ahora vas a irte conmigo… —Su voz parecía la del mismísimo diablo, se escuchaba como brazas ardientes que la estaban quemando—. Me asesinaste, Kagome, no tuviste compasión en enterarme este cuchillo.
—No-no fue a-así, lo-lo j-juro… —estaba a punto de perder el oxígeno que le quedaba.
—¡Deja de mentirte! ¡Tú querías matarme y clavaste con gusto ese cuchillo en mí! —rio con aquel tono de voz del averno.
Kagome, en su inconsciencia, intentó recordar aquel momento… ¿Realmente lo había hecho a propósito? ¿Estaba acaso sonriendo cuando mató a Kōga…? ¿Lo mató?
«Kagome… despierta y afróntame»
No, no podía ser, ella no era una asesina. ¡No lo era!
—¡No!
«Kagome, Kagome…»
Se despertó jadeando con fuerza, sudaba y sentía que el aire le hacía falta. Estaba temblando de miedo y no pudo recordar bien lo que estaba soñando, pero sus ojos pesaban como si fueran hechos de cemento. Se echó de nuevo a la cama y entre todo su adormecimiento, su mente le hizo de nuevo la misma pregunta:
«¿Realmente no mataste a Kōga a conciencia?»
Continuará…
Esta vez, fue el turno de Kagome para hablar con su conciencia.
July: HAHAHAHAHAHAHA amé mucho tu comentario, creo que mucha gente esperaba que Kōga muriese, se supone que era lo más justo. Pero, bueno, esto es lo último que Kagome sufre. Te extrañaba por acá, linda.
Iseul: yo casi lloré con tu review, me hiciste totalmente feliz.
Laurita Herrera: Tú siempre estás bien conectada con la historia, me encanta que a veces aciertas y aun así te sorprende, me sacas grandes sonrisas siempre con tus hermosos comentarios. Muchas gracias en verdad.
