Capítulo 65: Tambores de guerra

—Llevamos más Chrysos en unos meses que en el resto de nuestra vida… —dijo Milo, ahogando un bostezo, mientras se desparramaba en su silla. Un par de sonrisas no disimuladas adornaron alguno de los rostros de sus hermanos al escucharlo. Lo cierto era que tenía razón.

—¡Por los dioses, Milo! —exclamó Kanon cuando atravesó la puerta—. ¿Qué forma de sentarse es esa?

El escorpión, perplejo ante la pregunta del mayor, se enderezó. Ladeó el rostro y entrecerró los ojos. Eso era, definitivamente, sospechoso.

—¿Te sientes bien, Kanon? —preguntó Ángelo, divertido—. ¿Fiebre? ¿Dolor de cabeza? ¿Algún síntoma extraño?

—Alguna vez hay que comportarse, cangrejo mío.

—Creo que has pasado demasiado tiempo con Arles… —murmuró Milo—. ¡Mis disculpas por haberte descuidado! ¡Ahora envejeciste de pronto!

El gemelo menor le guiñó el ojo y se sentó a su lado. Sin embargo, no tuvo tiempo de responder, pues en ese preciso instante el equipo de ilustrísimas atravesó la puerta con semblante grave en el rostro.

—Buenos días, chicos —saludó Shion, flanqueado por dos silenciosos Aioros y Saga. Arles, que iba el último, cerró la puerta tras de sí—. Tenemos asuntos urgentes que tratar hoy.

Todo rastro de broma se esfumó del ambiente. El rostro de los chicos adoptó un gesto más severo, que delataba que el más viejo tenía toda su atención. Unas cuantas miradas volaron hacia Aioros y Saga, tratando de comprobar el estado en que se encontraban después de aquellos días de resaca física y emocional. Aquellos dos pares de ojos lucían una expresión prácticamente exacta, lo cual era sorprendente en sí: la mirada transparente de Aioros solía traicionarlo. Sin embargo, ahora, el misterio que solía rodear los orbes esmeralda de Saga, teñían sus ojos también.

—No vamos a andarnos con rodeos —comenzó el peliverde—. Después de los últimos acontecimientos, es nuestra obligación reaccionar con presteza y voltear a nuestro favor este momento de aparente vulnerabilidad. —Sus ojos amatistas recorrieron los rostros de sus chicos uno a uno, comprobando que tuviera su total atención—. Hemos confeccionado un plan de contraataque que pondremos en marcha de modo inmediato. —Con un gesto de su rostro apenas perceptible, cedió el testigo a Aioros.

—Hemos estudiado muy concienzudamente todo lo que Shion vio en Star Hill y la información que hemos podido sacar de lo acontecido con Nomios y Loxia —comenzó—. Sabemos que confiar en Star Hill es un riesgo grande dadas las circunstancias, y que no es fiable al cien por cien, pero así son las cosas. —Su voz fue ganando firmeza a medida que hablaba—. Vamos a atacar Troya y a destruir el oráculo que mantiene secuestrado a Star Hill.

—Será una incursión rápida, de noche, pues tenemos motivos para creer que el sol les supone algún tipo de ventaja —continuó Saga—. Lo haremos con tres grupos, y un total de doce personas: seis santos dorados y seis santos de plata. —Arles extendió el mapa sobre la mesa, de forma que quedase visible para todos.

—Por lo que sabemos, Apolo tiene bajo su control las dos villas colindantes a la antigua Troya, y debemos asumir que toda la zona tenga algún tipo de escudo que sirva de advertencia de la llegada de intrusos —complementó el arquero, señalando a Kalafat y Tevfikiye en el mapa.

—Es por eso que el plan de acción será de la siguiente forma: dos equipos atacaran de modo simultáneo las villas, captando la atención de los apolonios y haciendo el suficiente ruido como para que decidan salir dejando desguarnecida la ciudad.

—Un cebo —murmuró Kanon. Saga asintió, y después continuó.

—Aprovechando esa distracción, y una vez que nos aseguremos de que los cinco apolonios están fuera, el tercer equipo irá directamente a la entrada principal de la antigua ciudad con el objetivo exclusivo de destruir a Cassandra. Si han reconstruido la ciudadela tal y como era en la antigüedad, sería extremadamente difícil encontrar una grieta o debilidad entre sus muros como para poder entrar por sorpresa.

—Debemos estar preparados para encontrar de todo en Troya, especialmente el surtido de monstruos mitológicos que tanto les gustan —aclaró Aioros.

—Una vez dentro, los dos primeros grupos se unirán frente a la puerta, para tratar de impedir el paso a los apolonios.

—¿Y esos equipos serán…?

—Los dos cebos, serán equipo Géminis y equipo Sagitario: Saga y yo iremos acompañados de Arles y Orfeo —ignoró las miradas sorprendidas de sus hermanos, colocó las respectivas figuras sobre el mapa y prosiguió—. Después de todo lo sucedido, somos un caramelo para ellos. Una tentación demasiado grande como para ser ignorada. —Lo dijo con toda la firmeza y confianza que encontró dentro de sí. Sabía que ser convincente y no dejar un atisbo de duda era vital para que aceptasen el plan.

La expresión de Shion se agravó un poquito más. No importaba que conociera al detalle el plan. Los riesgos no le gustaban, eran demasiado grandes. Sus ojos volaron fugazmente a Saga. Sí, Aioros y él eran una tentación demasiado grande como para dejarla escapar, especialmente con Ares suelto por ahí. El gemelo tenía una diana marcada en el pecho y, aunque el lemuriano sabía que el plan era el más apropiado… le preocupaba muchísimo.

—Nuestra misión será, exclusivamente, mantenerlos entretenidos y aguantar —continuó Aioros haciendo especial hincapié en aquella última palabra— hasta que Cassandra sea destruída. Después, la retirada será inmediata.

—Un momento… —Kanon se enderezó dispuesto a hablar, pero no pudo, pues alguien se le adelantó.

—¡Dos santos dorados y dos santos de plata no son suficientes para enfrentar a cinco apolonios del nivel de Loxia y Nomios! —Interrumpió Aioria—. ¡No importa que el nivel de Orfeo y Arles sea superior a un santo de plata convencional! ¡Es…!

—Estoy de acuerdo con Aioria —lo cortó Kanon, antes de que el estallido del menor fuera a más—. Es un suicidio. —Sus ojos buscaron a su hermano.

—Pues bastará con nosotros —la autoridad en la voz de Saga no dejó espacio a más protestas. Le mantuvo la mirada sin pestañear siquiera y continuó como si nada. Aioros sonrió para sí mismo—. El último equipo es más numeroso, precisamente para que la incursión sea lo más rápida y efectiva posible.

—¿Quienes…? —preguntó Camus.

—Roshi comandará a Shura, Milo y Aioria.

Las reacciones de los aludidos no pudieron ser más dispares. Roshi asintió con el ceño fruncido —la situación era seria para que Shion mandase a todos sus apoyos, él incluido, al frente de batalla— pero más allá de eso, ninguna emoción lo traicionó. El gesto de Shura fue uno más nervioso y evidente. Sin embargo, los dos menores… eran incapaces de ocultar su sorpresa.

—Tenéis una capacidad destructiva enorme y además contáis con la velocidad necesaria —Aioros se centró en su hermano—. Pero esta vez será necesario que obedezcais las órdenes —todos sabían lo que había pasado durante la guerra con Poseidón, incluso con Hades, y lo difíciles que habían sido de manejar—, y mantengais a raya vuestro ímpetu.

—¡No te preocupes por eso! —Afirmó, halagado, el escorpión.

—Contad con ello —aseguró Aioria con firmeza, casi logrando que olvidasen la fuerza de su impulsividad.

—Os acompañarán Argol, Asterión, Naiara y Tatiana —continuó Saga, muy atento a las reacciones ante los últimos dos nombres. Nadie dijo nada, pero la curiosidad que provocó esa decisión, fue obvia. Buscó la mirada de Shura, y este asintió con seguridad. Saga devolvió el gesto. No era necesario decir nada más entre ellos.

—Todos sabemos que tras Orfeo y Arles, Argol ocupa el puesto de santo más fuerte. Además, tiene unas habilidades defensivas y de ataque especialmente útiles en esta empresa —explicó Aioros—. Asterión, debe estar allí por obvios motivos: todo lo que su Satori pueda averiguar será valiosísimo, aunque somos conscientes de que es la pieza más vulnerable. Tiene que estar protegido. Y las chicas… ambas tienen capacidades perfectas para esta misión: tanto velocidad, como eficacia, defensa o capacidad de hacer equipo.

—¿Cuándo nos vamos? —preguntó Roshi.

—Tan pronto como estemos preparados —esta vez, fue Shion quien intervino—. Notificaremos a los demás de esta misión hoy mismo, y empezaremos entrenamientos de preparación. Es una empresa extremadamente arriesgada y tenéis que conoceros bien los unos a los otros: al fin y al cabo, se trata de cuidaros las espaldas.

—Perfecto.

—Y otra cosa más… —continuó el peliverde—. Tan pronto como Cassandra sea destruida, la retirada será inmediata: velocidad de la luz, Otra Dimensión… pero nadie se queda atrás, ni habrá un segundo que perder.

—Yo tengo una pregunta… —Camus carraspeó antes de hablar—. ¿Y si Apolo está allí?

—En ese caso, la misión quedará abortada de inmediato. No vais a entrar en batalla con un dios enemigo en su territorio y en inferioridad de condiciones. ¿Entendido? —sus ojos severos pasearon por los rostros de sus chicos—. El resto os quedaréis aquí: el Santuario estará en estado de emergencia. Tenemos que estar listos para enfrentar un posible contraataque si las cosas se complican.

Tras algún que otro suspiro, y un par de miradas inquietas, Shion suavizó el gesto y esbozó una sonrisa más relajada.

—Sé cómo os sentís: para los que se quedan, no es sencillo ver como los demás se van. Y la responsabilidad de cuidar del Santuario en esa situación, es grande. Estamos a las puertas de una guerra de nuevo, pero esta vez, las cosas son muy diferentes. Estamos preparados. Además, no debéis olvidar que no estamos solos. Contamos con Sigfried y con Atlantis como respaldo. En cuanto salgamos de esta sala, serán informados al detalle de toda la misión. Nada va a quedar al azar.

—¿Alguna pregunta? —inquirió el santo de Altair.

—Todo está claro, Arles —replicó Mu con suavidad. De todos, él era plenamente consciente del motivo por el que no debía moverse del Santuario: Aries era la puerta al corazón de la Orden. Nunca debía quedar desprotegida.

—Bien, entonces…

—¡Yo tengo algo que decir! —Interrumpió Kanon, con la mano alzada. De modo sospechosamente similar, Arles y Shion alzaron las cejas y los lunares.

—Tú dirás…

—Me complace informaros a todos de mi ascenso: tenéis delante al nuevo Asesor del Departamento Marino del Santuario. —Lo dijo con tal seriedad, que en un momento como aquel, pilló a todos a contrapié—. Pronto tendré una placa identificativa y unas tarjetas de visita que repartiré gustosamente…

De pronto, el silencio se vio quebrado por la risa generalizada y desenfadada. Kanon sonrió satisfecho. Después de todo, alguien tenía que distraerles y animarles en aquel aciago camino que comenzaba.

—¡Enhorabuena, Kanon!

—Además, os informó de que los marinas están investigando la situación en las cercanías del Monte Athos.

-X-

—¿Qué sucede?

Aioros se había extrañado cuando Shion le pidió disimuladamente que se quedase un momento más. No era el único al que se lo había pedido, al parecer, puesto que Roshi lo miraba tan expectante como él.

—Vamos Yang, escupe.

—Hay un asunto que no hemos mencionado, pero que nos preocupa acerca de esta misión —miró fugazmente a Arles, que compartía su misma expresión.

—Tú dirás…

—No querría que lo que se diga aquí llegue a más oídos. —Aioros frunció el ceño. Había una persona ausente especialmente importante.

—Tranquilo —musitó.

—Obviando el cariz suicida de esta misión, hay un factor especialmente delicado que… —el lemuriano negó con el rostro—. Necesito que tengáis un ojo puesto sobre Saga todo el tiempo que estéis fuera.

—¿A qué viene eso…? —esta vez fue Dohko quién preguntó.

—El hecho de que Aioros y Saga son un caramelo a las puertas de Troya, imposible de rechazar es más que obvio. Sin embargo, hay un riesgo extra y no podemos permitirnos ningún error.

Ares —aquel nombre maldito abandonó los labios del arquero sin que fuera prácticamente consciente de ello.

—Exacto. Ares está libre —suspiró—. Tras el sueño de Saga durante tu misión en Lemnos, es obvio que está más que dispuesto a volver. Por qué no lo ha hecho aún, la verdad es que es un misterio para mí.

—¿Crees que vaya a intentarlo en plena batalla?

—No —negó—. Pero creo que no hay que ignorar la advertencia que le dio: juntos son más fuertes, y nuestros enemigos han estado eliminando dioses de algún modo que desconocemos.

—Sería lógico eliminar a Saga para evitar que Ares tuviera un cuerpo en el cual reencarnar… —la mirada cerúlea de Aioros se tornó grave a medida que las palabras abandonaban sus labios.

—Exacto. No sabemos si esa es su intención, pero hay que estar preparados para pensar que puedan centrar sus ataques en él. No podemos perder a Saga, ni tampoco podemos darnos el lujo de tener a Ares de vuelta.

—Yo seré su respaldo, Aioros. —El arquero asintió ante las palabras de Arles—. Orfeo estará contigo. Y si todo sale como está planeado, los cuatro terminaremos peleando mano a mano.

—El plan no cambia, ni quiero que lo antepongais a vuestra propia misión. Pero es necesario estar atentos a todo.

—No te preocupes. —Dohko habló con firmeza—. Nadie quedará atrás.

Aguantaremos. —Aioros dibujó una minúscula sonrisa al hablar, y Shion se encontró devolviendo el gesto con alivio—. Somos un equipo.

-X-

Argol no estaba nervioso… A diferencia de alguno de los compañeros convocados en aquella inesperada reunión. Solo había que mirar a Asterión, que parecía estar a punto de sufrir un síncope. Su compañero lucía tan ansioso y sacado de sitio, como un pez fuera del agua.

Habían llegado hasta el templo juntos. Ambos se conocían desde que eran niños, y aunque no siempre se podían haber definido como amigos, ahora su relación era más cercana. Empezaban a tener confianza, y era habitual que pasaran tiempo juntos en sus ratos libres. Sin embargo, nada más llegar, el joven peliverde había encontrado refugio en la presencia segura, impresionante y estoica de Tatiana. Desde que había llegado, apenas se había separado de su compañera de equipo un par de pasos. Ella se veía tan deslumbrante como siempre, con su postura firme y la espalda erguida: digna como una reina.

A él, Lince siempre le había causado curiosidad… quizá porque era una figura completamente desconocida de la que no sabía qué esperar. Aunque eso de que estuviera con Shura, le daba un sorprendente valor. Después de todo, el de Capricornio nunca se había caracterizado por ser el más social, ni el más abierto.

Claro que, todo lo que él había conocido de la Orden Dorada pertenecía a otra vida: una muy diferente. Podía decirse que todos eran personas nuevas ahora, y cada día que pasaba, Argol descubría cosas nuevas sobre ellos.

Luego estaba Naiara, ahí en un rincón, abrazándose a sí misma en un intento por ser invisible. Ella también había encontrado refugio junto a la rubia, cuyo aura protectora parecía envolverla de igual modo. Argol había tenido la fortuna de conocer a Caelum un poco más desde que Nikos había entrado en su vida, y todo el lío con Saga... Era una chica simpática, divertida… pero era incapaz de identificar nada de aquello en su postura en ese momento. Naia lucía tan frágil —a pesar de que su máscara ocultaba su rostro—, tan tensa y tan nerviosa, que desde donde estaba, Argol no era capaz de afirmar que estuviera respirando siquiera. Imaginaba que, después de todo lo que había pasado desde su vuelta al Santuario, estar en ese salón no era precisamente un buen augurio para ella. No podía culparla, por lo que sabía —que no era mucho—, cada vez que había sido convocada por el Maestro, la situación había sido aún peor que la anterior.

Y Orfeo… Bueno, Orfeo estaba siendo él mismo: un enigma desconocido, alejado de todos, que permanecía con la mirada perdida en uno de los ventanales.

El joven Perseo paseó sus ojos por la estancia, que lucía más bella de lo que recordaba de sus visitas durante aquellos años en que la había frecuentado mucho más a menudo, por desgracia para todos.

A pesar de aquella primavera oscura que vivían, la luz se filtraba por las ventanas, reflejándose en las filigranas de oro que recorrían cada centímetro de mármol de la habitación, trepando por las columnas como caprichosas enredaderas. La brisa, aún fría, agitaba muy sutilmente las pesadas cortinas y extendía el agradable aroma de las velas y las flores de colores hasta el último rincón.

Argol no estaba nervioso, no —eso se repetía—: Estaba expectante, con su curiosidad y cerebro de escorpión a pleno rendimiento.

Chasqueó la lengua y cambió el peso de un pie a otro. Cansado de esperar, se dio una vuelta por la estancia, curioseando aquí y allá, viéndose incapaz de aplacar ciertas memorias que inevitablemente volvían a su cabeza y turbaban su mente.

En la época más oscura de la Orden él había ocupado un puesto importante. Eso le producía sentimientos encontrados en el presente. Por un lado, sentía orgullo de haber sido tan fuerte como para ganarse ese puesto siendo un adolescente. Por otro… le revolvía el estómago pensar en quien se había convertido a costa de Ares y recordar todo lo que había hecho en su nombre.

Sabía que no era él único que se sentía así… era un mal común después de todo y, quizá, eso hacía el día a día un poquito más fácil, porque la pelea permanente que libraba por ganarse un respeto que antes había sido miedo, no era fácil.

Sin embargo, desde que había vuelto, se había propuesto cambiar, reencontrar el camino que perdió —o le quitaron— siendo un niño, desligarse de aquel tipo despreciable que había moldeado Ares y convertirse en alguien valioso en todos los sentidos de la palabra. Haber ido a parar al equipo de Saga, había resultado un tanto irónico después de todo, pero a la vez… había sido una oportunidad asombrosa que no cambiaría por nada. Admiraba muchísimo al geminiano, no era un secreto, y si alguien con el historial de Saga podía reconducirse y podía lidiar con el día a día, él también lo haría. Estar a su lado era un orgullo pero, sobre todo, era una motivación para crecer.

Había encontrado en ese equipo algo muy valioso —aunque Shaina no terminaba de encajar, ni parecía querer hacerlo—, había tomado tanto cariño a Jabu, que lo consideraba familia. Y Saga… por su parte, podía decir que lo consideraba un amigo. Solo esperaba que el gemelo lo considerara de igual forma alguna vez.

Así que, fuera lo que fuera que hacían ahí, lo haría bien: por su equipo, por Saga, por la Orden. Después de la misión de Metsovo y las empusas, Argol había comprendido el verdadero significado de la palabra equipo. Contemplar a Aioros y Saga juntos, había sido… Inexplicable. Algo que nunca antes había presenciado, ni siquiera cuando peleó y murió a manos de los Santos de Bronce. Era diferente.

Entonces, la puerta tras el trono se abrió y el tiempo se paró, sus pensamientos fueron interrumpidos. Volteó sobre su hombro en aquella dirección. La princesa, el Maestro, Arles, Saga y Aioros acababan de entrar. Tras ellos llegaron Roshi, Shura, Milo y Aioria. Y si aquella no era una visión digna de grabar en la memoria, no sabía qué podía serlo.

Llenaban de luz la estancia, cuando hacía tiempo la presencia que ocupaba aquel sillón sagrado, la engullía. Hacían que uno se sintiera afortunado de estar a su lado, y no temeroso de respirar, como cuando Ares reinaba.

Era, definitivamente, otra vida.

Y él estaría a la altura.

-X-

Naia se tensó tanto al verlos entrar que sus manos temblaron ligeramente. Sus experiencias en aquel salón no habían sido ni mucho menos buenas… y la última vez que Saga y ella habían estado allí juntos todo había sido muy diferente.

No pudo evitar mirarlo: serio, estoico, impresionante como lejano e inalcanzable. Sus ojos esmeralda no se habían cruzado con ella, lo cual era casi mejor. Fuera cual fuera el motivo por el que estuvieran ahí, probablemente no sería fácil para ninguno.

La amazona tragó saliva y, tal y como si Aioros hubiera leído su mente, el arquero le sonrió sutilmente, aligerando el peso que la hundía. Tatiana rozó su brazo con suavidad —recordándola que ella también estaba ahí, a su lado—, animándola en silencio a dar un paso al frente con ella y a tomar un lugar más cercano al Maestro para escuchar lo que tuviera que decirles.

La morena dio una bocanada de aire, y asintió apenas perceptiblemente. Era una amazona. Era hora de comportarse como tal.

—Sentimos el retraso, chicos —dijo el Maestro, acercándose a la mesa de estrategia que últimamente no había abandonado el gran salón—. Y también agradecemos la premura con la que habéis acudido al llamado.

El lemuriano los observó a todos, uno a uno, con semblante severo, pero con la misma calidez en su mirada que Naia recordaba de cuando niña. Algo dentro de sí se relajó de modo inmediato. Aquel era el verdadero poder de los lunares, no solo resultar intimidantes.

—Acercaos todos —ordenó. Sus chicos dorados permanecieron un paso atrás, dándoles espacio a los más jóvenes—. Imagino que sabréis que este llamado se debe a una situación excepcional —miró de uno a otro—, y no os equivocais. Así que afrontaremos esto sin demora. ¿Estáis listos? —todos asintieron y con un gesto, Shion le cedió la palabra a sus chicos.

—Tal y como sabéis, el enfrentamiento con Loxia destapó la identidad de nuestro enemigo: Apolo. —La voz de Saga resonó firme, sin una sola grieta que delatase el dolor que había causado el apolonio—. Hemos logrado reunir información muy valiosa que nos ha servido para hacernos una idea más acertada de cuál es la situación y en base a eso se han tomado algunas decisiones importantes para nuestro futuro inmediato y el devenir de la guerra.

—Para empezar, la base de los apolonios se encuentra en Troya. —Aioros situó la figura en el mapa—. Es vital actuar con presteza y por sorpresa, así que todos los aquí presentes, salvo el Maestro, formaremos un equipo especial para una incursión de asalto a la ciudadela cuyo objetivo es destruir a Cassandra, el oráculo que ha "secuestrado" a Star Hill.

—Es hora de dejar los juegos del gato y el ratón. —Las miradas voltearon a Saga y a su innegable autoridad—. Seremos nosotros los que daremos el primer golpe de verdad.

Ninguno de los chicos despegó los labios mientras Saga y Aioros hablaban, exponiendo el plan que ellos mismos habían discurrido. Les miraban con la atención que Shion había visto en los ojos de sus niños dorados, cuando le miraban a él o a Orestes: admiración infinita, fe y confianza. Sonrió disimuladamente mientras observaba. ¡Sentía tanto orgullo y alivio!

Veía en aquellos chicos tan jóvenes —a los que casi no conocía—, una lealtad que él no se había ganado. Habían sido sus santos dorados, con sus heridas, con sus caídas y con su capacidad para levantarse de nuevo, con su infinita valía… quienes se habían ganado al ejército entero a su favor.

—Bueno, pues ahora que estáis al día del plan… es hora de que nos pongamos a entrenar.

Juntos. Es de vital importancia que nos conozcamos bien en una misión así.

—Marcharemos a Troya tan pronto estemos listos.

-X-

—¡No ha estado mal! —Esperar otra cosa de Milo que no fuera entusiasmo, no era realista.

—¡Pues claro que no estuvo mal, bicho! —replicó Aioria.

Aioros sonrió mientras les observaba a una distancia prudencial. Se revolvió el pelo en un intento por quitarse polvo de encima, y después pasó los dedos entre los rizos tratando de controlar aquel nido de pájaros que siempre lo acompañaba. Le tendió un botellín de agua a Saga, que en silencio, observaba con aquella mirada analítica suya al peculiar equipo que formaban todos ellos.

—¿Qué te pareció? —preguntó.

—No ha estado mal para ser la primera vez —replicó el peliazul.

—¿Pero…?

Saga lo vio de soslayo, apenas un segundo, y sonrió.

—Bueno, esto solamente es una forma de que los mocosos se acostumbren a pelear en un campo de batalla con nosotros y los efectos de nuestras técnicas, para que luego no les pille de improviso.

—Y al revés… para que nosotros también nos acostumbremos a su presencia.

—Sí, exacto. —Dio un sorbo de agua—. La verdad es que en términos generales, estoy tranquilo con todos ellos. —Sus ojos se entrecerraron sutilmente, y la expresión analítica de su rostro se acentuó. Desde donde estaba, Aioros podía escuchar los engranajes de su cerebro funcionar—. Diría que las mayores incógnitas las tenemos nosotros dos con Orfeo y Arles.

—Y eso no es poco… —Aioros rió, y el peliazul asintió dándole la razón—. No sabemos prácticamente nada de ellos…

—No mucho, no. Aunque siendote sincero, creo que saben cuidarse, no me preocupan mucho ellos…

Algo en el tono de su voz —un matiz de dulzura, quizá, teñido con un poco de dolor—, hizo que Aioros voltease a verlo directamente. Saga no dijo nada, pero su mirada voló directamente a una persona, sentada junto a Tatiana al otro lado del campo de entrenamiento: Naia.

—No ha sido su mejor día, no… —musitó Aioros.

—Hay unos cuantos factores aquí que van en su contra —él para empezar, Shion, Arles—. Ella puede hacerlo mucho mejor, es buena. —El arquero asintió.

Aunque a decir verdad, estaba un tanto descolocado: era la primera vez que hablaban de ella desde la ruptura. Ese lado del drama no se había tocado a pesar de que ellos habían logrado encontrar una solución a sus problemas. Todo lo que Saga sentía al respecto de Naia era una incógnita y Aioros sabía que no lo compartiría con él. Sin embargo, había algo en aquel abismo que separaba a la antigua pareja, que incluso al arquero le dolía. Las cosas fueron tan bien y habían acabado tan mal…

—Pero tiene que centrarse.

—Lo hará. —Volvió su atención al peliazul—. Solo es el primer día.

—Necesitará tu ayuda para…

No terminó la frase. Su voz se apagó, pero cuando hablaba de "su" ayuda, Aioros sabía que no se refería estrictamente a sus facetas de santo y amazona, sino a la amistad que les unía. En cierta forma, Naia estaba en territorio enemigo, y necesitaba la confianza de alguien respaldándola. Usualmente, desde niños, ese alguien había sido Saga: siempre había estado ahí, alentándola contra viento y marea, velando por ella, ayudándola a mejorar. Pero eso ya se había terminado… Se había roto. Aioros era su apoyo ahora, y lo cierto era que debía serlo por el bien de todos.

—Chicos, hay algo que debemos tener en cuenta una vez que pisemos territorio troyano… —Arles captó la atención de todos, rompiendo el momento de descanso e introspección—. Aunque la antigua ciudadela reconstruida de Troya esté vacía y deshabitada en su mayor parte, tanto Kalafat como Tevfikiye son núcleos urbanos con una población considerable. Toda esa gente normal, del siglo XXI, está ahí… y deberá seguir viviendo en sus casas cuando la pesadilla termine. Es importante que tratemos de hacer el menor daño posible al entorno… y que no perdamos de vista que están allí. Nuestro poder es inmenso… y muy destructivo.

Peligroso —añadió Roshi, aunque Arles hubiera preferido no utilizar aquella palabra—. Así que habrá que medirse un poco, en la medida de lo posible…

Saga ladeó el rostro sutilmente. Si alguien era sinónimo de destrucción cósmica… era él. No era algo que no hubiera pensado antes, pero la verdad que no sabía hasta qué punto iban a poder controlar ese factor cuando Aioros, Orfeo, Arles y él estuvieran solos frente a los cinco apolonios.

—Lo bueno de esto es que tenemos a Argol. —Todas las miradas voltearon hacia Milo, incluida la del aludido. El peliazul se encogió de hombros y continuó con expresión pícara—. Si destruimos patrimonio, siempre puede reponer las estatuas…

El puño de Aioria se estrelló contra su brazo, pero casi de modo inmediato, se echaron a reír.

—Idiota.

—¡Eh! ¡Hay que ser resolutivo! ¡A grandes problemas, grandes soluciones!

Ignoralo. —Argol asintió ante la orden de Aioria, sorprendido por el gesto.

—Por un momento me temí algo peor… —musitó. Aunque lo cierto era que lo realmente sorprendente, era que Aioria le hubiera dirigido una palabra civilizada después de tanto tiempo. De todos ellos, para Argol, el león dorado era la roca más dura de roer, ambos habían sido incompatibles como agua y aceite en otra vida. Ganarselo sería increíblemente difícil, pero lo lograría.

—Vamos, ha sido suficiente por hoy. —La voz de Shion resonó entre ellos—. Mañana nos veremos aquí a primera hora, y el entrenamiento será más intenso. Reflexionad sobre el plan, visualizadlo en vuestra cabeza hasta que lo conozcais mejor que a la palma de vuestra mano. —Sonrió con suavidad, transmitiendo un optimismo especial—. Es importante que todos tratemos de descansar bien de aquí en adelante y que nos cuidemos lo más posible. Comed bien. ¿Entendido?

-X-

—No sé qué hago incluida en esta misión, Aioros. Marin o Shaina serían mil veces más apropiadas que yo, y… —Llevaba hablando un rato sumida en la desesperación.

—¡Naia! —Aioros sujetó sus hombros con delicadeza, pero con firmeza. Deteniendo su caminar nervioso en el salón de Sagitario. Mordisquitos la seguía con sus pasos juguetones y, de cuando en cuando, aullaba sin perderla de vista, como si estuviera de acuerdo con su pesar y le diera la razón—. Tranquila, ¿de acuerdo? —Ella suspiró, tratando de buscar esa calma que tanto necesitaba—. Respira hondo.

—Es fácil de decir…

—No, claro que no lo es —negó con el rostro—. Entiendo que estás asustada y que esto te ha pillado por sorpresa. Es la misión más importante que tú y yo habremos enfrentado, y… —se encogió de hombros—. Es muy arriesgada, lo sé.

—¿Arriesgada? ¡¿Arriesgada?! —bufó, golpeando sus costillas con rabia. Aioros sonrió, en parte divertido, mientras se encogía y se alejaba protegiéndose de aquel despiadado ataque—. Es un suicidio premeditado. Saga y tú… —gruñó y abanicó el aire con las manos—. ¡Habéis perdido el juicio! ¡Los dos!

—¡Eh! No seas mala… —atrapó las manos de la amazona y la arrastró consigo al sofá—. Estresas a Mordis, míralo. —El cachorro, tal y como si lo hubiera entendido, gimoteó lastimeramente. Naia lo contempló unos segundos, pero después se rindió a sus encantos, lo cargó en brazos, y lo sentó en su regazo, sin soltarlo un solo segundo.

—Es que es demasiado para mí. —Su voz se quebró por un momento—. Una responsabilidad tan grande, con mi poca experiencia, no sé… No sé qué puedo aportar yo.

—Oye, cada parte de este plan se ha estudiado y planeado minuciosamente.

Acarició el pelo de la amazona con suavidad, jugueteando con uno de sus largos mechones entre los dedos. Era asombrosamente sedoso, pero lo más curioso de todo, es que olía igual que la melena de Saga. Rodó los ojos, no por darse cuenta del detalle en sí, sino por identificar tan fácilmente el aroma del pelo del geminiano. Por cosas como esa, la gente hablaba.

—Desde el propio plan de ataque, la retirada, hasta los componentes del equipo... y todos los que opinamos estuvimos de acuerdo en que eres apropiada para esta misión.

—¡Pues…!

—¡Pues nada, Naia! No estás sola, ¿sabes? Me tienes a mí, estoy contigo, estamos juntos… Milo está ahí también. Te ayudaremos en todo lo que podamos, entrenaremos un poco más si te hace sentir más segura… pero sé de sobra que cuando llegue el día, vas a estar a la altura de la situación.

—¿Cómo estás tan seguro…? —su voz se hizo pequeña—. Nunca os he visto entrar en batalla… —Supo inmediatamente que se refería a Saga y él—. Solo la sucesión, y… Siendo franca, no sé si quiero hacerlo —sus ojos se humedecieron, y sus labios temblorosos encontraron alivio en el suave pelaje del cachorro—. Sé que vais a correr un riesgo enorme y… —de pronto, su mirada violeta lo buscó—. ¿Y si me paralizo al veros en riesgo? ¿Y si lejos de ayudar me convierto en un lastre y os pongo en mayor peligro aún…? ¿Y si me convierto en una distracción?

—Eso no sucederá —estrechó su mano con más fuerza—. Escucha… Tus miedos son comprensibles y, aunque no los mostremos, estoy seguro de que todos nosotros nos sentimos así antes de cada batalla… Todos. —Saga tenía que tener miedo o sentir nervios en algún rincón de su estoico ser—. Es normal. Pero, ¿sabes por qué estás en esta misión? —ella negó—. Porque eres una amazona muy válida, con unas habilidades muy apropiadas y porque sabes adaptarte a la situación en un pestañeo. Además…

—Además, ¿qué?

—Fue Saga quién te incluyó en el plan. —Los ojos violetas se abrieron un poquito más.

—¡¿Por qué iba eso a tranquilizarme?! Ni siquiera hemos hablado una sola vez desde que lo dejamos… nuestra situación es…

—Sé cuál es la situación —asintió—. Pero precisamente por eso, y dadas nuestras circunstancias… las vuestras, más concretamente, ¿crees que Saga de Géminis te hubiera incluido en una misión así de importante y arriesgada de no tener plena fé en que vas a estar a la altura de las circunstancias?

—No… es demasiado santo para eso.

—Exacto. No es su corazón quién está hablando aquí… Hace un excelente trabajo bloqueando todos esos sentimientos. —Se revolvió los rizos—. Es su cerebro de santo estratega. No tomaría riesgos para la Orden por el hecho de tenerte ahí. Ni tampoco te pondría en riesgo por qué sí, sin importar que no os hableis. —Tomó su rostro, y lo alzó para ver bien sus ojos—. Así que… arriba ese ánimo, porque a partir de mañana vas a demostrarles a todos que eres una fantástica amazona y que todo lo que han dicho de ti han sido puras estupideces. Que vales oro por tí misma.

—Bobo… —la abrazó, al contemplar su sonrisa algo más tranquila.

—Y yo estaré contigo.

-X-

Resultaba impresionante lo rápido que los aires de guerra habían engullido al Santuario. Era cierto que la guerra se venía avisando desde semanas atrás, pero la declaratoria oficial apenas había sido anunciada unas pocas horas antes, durante la reunión de Los Doce y la mayoría de los equipos apenas habían sido notificados por sus capitanes acerca del rol que les tocaba jugar. Desde entonces, todo habitante del Santuario que fuera capaz de valerse por sí mismo quedó inmerso en las preparaciones.

Deltha se llevó las manos a la tripa y sobó con cuidado. Los nervios hacían una desgracia de su estómago.

Los entrenamientos habían sido breves después de la noticia, aunque amenazaban con tornarse intensos en los próximos días. Ningún miembro de su equipo había sido incluido en la alineación de asalto a Troya, pero eso no significaba que pudieran bajar la guardia. Después de todo, tenían una misión igual de importante: en caso de contraataque, debían resistir y frustrar cualquier invasión al Santuario.

A pesar de todo lo que se avecinaba, lo único en lo que Deltha podía pensar era en el equipo Troya. Saga, Aioros, Naia… Incluso en Kanon. Su pequeña familia estaba de nuevo en la línea de fuego, mientras ella se quedaba atrás, con ninguna otra opción más que mirar en silencio y rezar.

Se maldijo cuando esos pensamientos conformistas surcaron su mente. No era ninguna inútil, tampoco era una cría indefensa. Era una amazona de plata, y de alguna forma había conseguido suficientes méritos para ser la elegida de Apus. Quizás la lucha y la guerra no eran su terreno de preferencia, pero tenía mucho que dar. Podía aportar a su manera y hacer una diferencia, por pequeña que fuese. Se lo debía a los demás, se lo debía a Apus, pero sobre todo, se lo debía a ella misma.

No más autocompasión, no más condescendencia. Si alguna vez se requirió de su fuerza y entereza, esta era la ocasión.

Esa tarde, sus pies la habían llevado lejos, hasta territorios que apenas visitaba. Desde que se había convertido en inquilina de Géminis, Deltha había dejado de adentrarse en el campamento de las korees. Visitaba la cabaña todos los días, como parte de sus actividades conjuntas con Naia y como miembro del aquelarre amazónico. Pero nunca iba más allá.

No evitaba esas áreas por temor, sino por prudencia. Saga había dado su palabra de mantenerla lejos de problemas, había abogado ante el Maestro por ella… Y Deltha no deseaba defraudarlo. Mientras más espacio existiera entre ella, Shaina y Giste, era mejor para todos. Habría menos provocaciones y menos escándalos. Habría más paz.

—¿Qué sucede? —preguntó cuando notó el alboroto al final del campamento, donde las lindes del territorio amazónico se encontraban con las del campamento de los santos.

—Las preparaciones para los refugios han comenzando —respondió una de sus compañeras, que observaba el ir y venir con la misma atención que ella. —Ese será el refugio de los aprendices y korees…

Deltha observó en silencio, analizando el entorno. Tenía sentido.

Aquella ubicación era privilegiada: tanto a los chicos como a las korees les sería sencillo acceder al refugio en cualquier momento, y el lugar era lo suficientemente discreto como para pasar desapercibido a los ojos enemigos.

El sitio estaba ubicado cerca de la entrada a una de las múltiples caletas del Santuario; una playa rodeada por las hileras de riscos que resguardaban el acceso hasta el mar. Se trataba de la boca de una cueva que se internaba en las entrañas de la pared de roca y en caso de ser necesario, la playa proveía de una vía de escape que llevaba más allá del Santuario. Era esa misma cordillera, que nacía ahí, y crecía hasta convertirse en los acantilados que resguardaban Cabo Sunión a más de un kilómetro de distancia.

Deltha conocía de sobra aquellos territorios. Naia y ella solían frecuentarlos de pequeñas, a pesar de las múltiples advertencias de Axelle. Solían reunirse ahí con Nikos, siempre a escondidas. Era la única forma en que él y Naia podían convivir con libertad, sin las limitaciones de una máscara y la asfixiante presión de las normas sociales de amazonas y santos. Muchos recuerdos se habían forjado ahí, que ahora —a ojos de la amazona— se teñían de tristeza ante el augurio de la guerra.

—¡Cuidado! —El grito de los guardias se acrecentó con el sonido de la brisa y poco después, un gran estruendo resonó por la playa. La cueva vomitó una polvareda amarillenta que devoró las siluetas de los soldados y obreros.

—Mierda…

Deltha y algunos curiosos corrieron hacia el área. El polvo de roca y la arena no permitía una visión clara de la situación, pero al menos se sintió más tranquila cuando escuchó las voces de los hombres maldiciendo. Nadie sonaba herido.

—¡¿Estáis todos bien?! —oyó a alguien preguntar.

—¡Sí! ¡Sí! —varias voces respondieron al llamado de la primera. A pesar del caos, cierta tranquilidad aligeró los ánimos.

—¡¿Alguien necesita ayuda?! —Deltha se atrevió a preguntar—. ¿Hay alguien herido?

—No, pero… —El polvo comenzó a asentarse, permitiéndole distinguir a uno de los soldados junto a ella. Era joven, apenas un crío. El polvo de piedra lo había teñido de gris, de pies a cabeza. El pobre chico tosió, en un esfuerzo por aclarar su voz y liberar sus pulmones. —La entrada de la cueva ha colapsado…

—¿Qué ha pasado? —Quiso saber la amazona mientras le tendía la mano, para ayudarlo a levantarse del suelo.

—Intentamos asegurar el techo de la cueva con trabes—explicó uno de los obreros. Deltha volteó y, entre varios santos y amazonas que se habían acercado a ayudar, descubrió que Jabú estaba a su lado, auxiliándolo—… Pero debimos dañar la roca y colapsó… Gracias a Athena que los trabes resistieron, o habíamos terminado enterrados…

—Pero ahora la entrada está prácticamente sellada… —complementó otro hombre.

—Podemos retirar los escombros, pero romper las rocas más grandes y liberar la entrada… llevará tiempo.

—Y no tenemos tiempo para perder. —Se lamentó el obrero.

Había un sentimiento de derrota colectivo que empañó la calma de no haber perdido vidas durante el accidente.

Cierto era que el tiempo apremiaba y que cada minuto era valioso. Después de todo, aquel no era ni sería el único albergue que preparar.

Mucha gente indefensa vivía en el Santuario, gente que no tendría probabilidades de sobrevivir a una guerra. Eso no hacía sus vidas menos valiosas, y tampoco los volvía prescindibles. Cada persona en los dominios de la diosa tenía un rol que aportaba a la supervivencia de la Orden.

Una pequeña muestra de ello eran las decenas de siervos que trabajarían en los siguientes días, cual hormigas, proveyendo a los refugios y al Santuario en general de medicinas, insumos y cualquier objeto necesario para sobrevivir a la emergencia.

Detrás de la máscara, Deltha se mordió los labios y llevó su mirada hacia la montaña de escombros que impedían prácticamente todo acceso a la cueva.

—¡Pero yo puedo ayudar con eso! —La voz rebosante de optimismo de Jabú atrajo su atención—. Puedo usar mi cosmos para pulverizar las piedras y…

—¿Eso no es peligroso…? —preguntó uno de los guardias y, para sí misma, Deltha guardó una sonrisa nerviosa.

Lo era, claro que lo era.

Si la cueva se había derrumbado con un mal golpe físico, solo habría que imaginar lo que un mal golpe de cosmos podría ocasionar.

—Bueno, es una idea noble pero algo… temeraria… —Se atrevió a decir. Se sintió ligeramente apenada al ver la decepción en los ojos de Jabu.

—¿Crees que no podré hacerlo?

—No lo sé. ¿Tú qué opinas? —preguntó al obrero.

—¿Yo?

—Sí, ¿cuál es tu nombre?

—Petro…

—¿Y qué opinas, Petro? ¿La cueva resistirá una posible explosión de cosmos?

—Yo… yo no lo creo. Mientras no pongamos los trabes… No resistirá.

—Entonces, ¿cómo podemos ayudar?

—Pues… —El hombre titubeó—. Limpiando lo suficiente para poder entrar de nuevo y realizar el trabajo que falta… —murmuró. Los santos y las amazonas no hacían esos trabajos. Para eso estaban ellos: los peones.

—¿Qué dices, Jabu? —La amazona ignoró el titubeo en la voz del hombre y regresó su atención al santo de bronce—. ¿Cómo crees que podamos ayudar mejor?

Jabu lo pensó un momento, mientras Deltha observaba la decepción desaparecer de sus ojos lentamente. Inconscientemente, sonrió.

—No sé si sea buena idea comprometer más la situación —admitió el rubio, con una sonrisa tonta en los labios—. Pero no me molesta ayudar a recoger un poco… —Deltha ladeó la cabeza al escuchar y, un segundo más tarde, soltó una carcajada.

—Venga, Jabu. Eso suena bien, ayudemos en lo que podamos, ¿vale?

—¡Sí!

—Y, quien sabe... Quizás cuando llegue el momento, podremos intentar una locura llena de buenas intenciones...

-X-

Cuando la mirada de Tethys cayó sobre él, rebosante de dudas e interrogaciones, Kanon se encogió de hombros. Meneó la cabeza, sintiéndose tan confundido como ella, y se tomó un momento para respirar. Todo estaba sucediendo muy rápido.

Aprovechó el silencio y se sentó en las escalinatas que llevaban desde el corredor de las habitaciones de invitados hasta el jardín de aquella sección del templo. La sirena se sentó junto a él.

Era una zona tranquila con poco tránsito de personas y silenciosa. Solamente los siervos encargados de las visitas de la diosa y los guardias que realizaban sus rondas en pareja, robaban un poco de la paz que se respiraba en el área.

Los jardines dibujan un rectángulo perfecto, delineados por filas de altas columnas hechas de mármol. Abajo, perdidas en los pasillos de piedra en medio del follaje, las estatuas observaban desde lejos a los visitantes. Olía hierba y a tierra mojada. La lluvia de los días anteriores había alimentado a la tierra, y el sol de los días más recientes la acariciaba con su bendición, haciéndola fértil. De entre todos, los arbustos de ciclamen resaltaban, pintados de rosa. Sus flores de un color intenso deleitaban a la vista y contrastaban con los oscuros ánimos del momento. Kanon arrancó un ramillete de flores, para colocarlas en el cabello de Tethys.

—Son flores de ciclamen —dijo—, las flores representativas de Grecia. Dicen que representan el amor profundo… porque los arbustos son jodidamente difíciles de matar.

Al escuchar, Tethys estalló en risas.

—Cuando lo dices así, no sé si es romántico o caótico… —La sirena estiró la mano para estrechar la del santo—. ¿Qué opinas de lo discutido en la reunión?

—Es preocupante, en todos los sentidos —admitió, a pesar de haberlo tomado con humor antes.

—Es un plan ambicioso.

—Y arriesgado. —El gemelo se sobó los ojos, mostrando cierto hastío.

—¿Qué te preocupa?

—Todo, absolutamente todo. Es decir, no dudo de la capacidad de ninguno de los elegidos, y tampoco pongo en tela de juicio la estrategia. Pero… ¡No sé! —Suspiró—. Conocemos tan poco al enemigo, hay demasiado que queda a la suerte. Estamos arriesgando mucho… Tenemos a un equipo fuerte de santos de planta. Pero Milo, Aioria, Shura… Dohko, Saga y el arquero… Arles, joder...

—Son muchos elementos claves.

—Demasiados. Perderlos sería un golpe anímico insuperable.

—Eso no va a pasar.

La miró de soslayo sin atreverse a decir nada. Deseó por un momento tener su optimismo, pero el panorama era oscuro y estaba lleno de incógnitas.

—Kanon, escúchame. —La sirena colocó su mano sobre la mejilla del peliazul y forzó su rostro para enfrentarla. —Las apuestas son muy altas, pero no hay otro modo de enfrentar la situación y lo sabes. De haberlo, te habrías opuesto tajantemente a esto, ¿cierto?

—Cierto.

—Entonces, tengamos un poquito de fe. Confíemos en que ellos harán su parte y enfoquémonos en hacer la nuestra.

—Me gusta esa idea —dijo una tercera voz, tomándolos por sorpresa.

Voltearon a la vez en busca del intruso y ninguno fue capaz de ocultar el asombro en sus rostros cuando sus miradas chocaron con el azul cristalino de los ojos de Siegfried. El asgardiano los saludó con una reverencia sútil, a la que Kanon respondió levantando una ceja.

—Sig… No esperaba verte.

—Lamento interrumpir vuestra conversación. Os vi hace un momento y no pude evitar escuchar y compartir vuestras preocupaciones.

—Estamos en una situación increíblemente compleja.

—Lo sé, pero creo que Tethys tiene razón. —Avanzó y, descendiendo las escalinatas, se paró de frente a ellos. —Preocuparnos no aporta, ocuparnos sí.

—Casi suenas inspirador, príncipe encantador. —Al escuchar a Kanon, el rubio dibujó una sonrisa.

—Lo intento.

Tethys miró del uno al otro con curiosidad. Unas pocas semanas atrás, no se habría imaginado que los tres pudieran tener una conversación civilizada como aquella. Y tan solo unos meses antes, imaginar que Atlantis y Asgard pudieran tener intereses en común resultaba absurdo. ¡Cuánto habían avanzado!

—Escuchadme, caballeros —dijo ella—. Quizás os parezca una idea un poco loca, pero… ¿Os apetecería entrenar juntos? Los tres, me refiero.

Por un segundo, sus miradas la hicieron sentir como tal. Quizás sí estaba desquiciada por proponer dicha idea. Quizás era muy pronto para pensar que los tres podían ser un equipo. Después de todo, sus diferencias habían sido enormes y los resultados de ellas habían llevado al mundo al borde del abismo dos veces. Y luego…

Estaba por demás hablar de los contrastes de personalidad entre Kanon y Siegfried. Uno era luz, y el otro penumbras. Kanon se estaba esforzando por mejorar y Siegfried estaba dispuesto a darle una segunda oportunidad; los dos estaban dando lo mejor, pero solo el tiempo diría que tan fuerte y sincera podía ser su alianza.

Apenada, abrió la boca sin saber qué palabras pronunciar. Balbuceó, tratando de zafarse y de librar a ambos de su propia propuesta.

Sin embargo, para su sorpresa, no fue necesario.

—No es mala idea… —Siegfried habló y rápidamente se apresuró a aclarar—. Al menos a mí no me lo parece… ¿Qué opinas, Kanon?

—No lo sé. No vas a patearme el culo sin ninguna vergüenza, ¿verdad?

Al oírlo, Siegfried estalló en carcajadas.

—Puedo esforzarme por cuidar de tu ego.

—Te lo agradecería. —Le tendió el puño y, para su sorpresa, el dios guerrero correspondió.

—Genial, entonces, ¿cuándo empezamos?

Tethys miró de uno a otro y ensanchó su sonrisa. ¡Cuánto habían cambiado las cosas en tan poco tiempo! Habían pasado de ser prácticamente enemigos a tener un objetivo en común que los hacía grandes y valientes. Estaba tan orgullosa...

El Santuario, Atlantis y Asgard ya eran un frente único.

Y ellos tres eran el mejor ejemplo del triunfo que eso significaba..

-X-

—Te ves estresado, Acuario.

A pesar de que tenía muy definida su rutina de aquel día, Camus se detuvo y miró hacia atrás, solo para encontrarse con la sonrisa torpe de Máscara Mortal. No esperaba encontrarlo ahí, no esperaba encontrar anadie ahí. Estaba a mitad del camino hacia los campamentos de las korees, y con la excepción de Saga y Shura, los santos dorados no solían poner pie en aquellos territorios.

—Ángelo. Vaya sorpresa.

—¿Vas al campamento?

—Sí, el entrenamiento con mi equipo ha sido breve y quisiera comenzar a supervisar los trabajos en el campamento. Habrá mucho que hacer y poco tiempo para hacerlo.

—Lo entiendo. Si hay algo en lo que pueda ayudar…

—Te diré, gracias.

—Vale, es que—el italiano titubeó—... me siento un poco inútil. —Decía la verdad, Camus lo notó por el modo en que se rascó la nariz con nerviosismo y evitó todo contacto visual—. Los demás… Los demás están enfocados en Troya, esforzándose contra el reloj. Pero no sé que nos toca hacer a nosotros.

—Es una buena pregunta.

—Tú tienes trabajo con las korees…

Y era cierto. Con los santos de Géminis y de Capricornio lejos, el más allegado a esos terrenos era él. No pretendía convertirse en el líder de las amazonas —y estaba seguro de que ellas tampoco iban a permitírselo—, pero sabía de sobra que podía ayudar en los preparativos. Si su presencia ahí era útil, entonces debía hacerse un hombre de provecho.

—No es "trabajo" como tal —respondió—. Pero en lo que pueda ayudar, lo haré. —Especialmente porque el aquelarre había perdido a dos miembros importantes, siendo uno de ellos vital para la cordura de Eire—. En realidad, todos tenemos una misión, aunque no estemos luchando en Troya. —Se encogió de hombros—. Mientras ellos no estén, el Santuario estará en nuestras manos. Además, los riesgos de un contraataque son reales, y si sucede, seremos nosotros los que tendremos que enfrentarlo y mantener al resto a salvo.

—Lo sé. —El Maestro y sus Ilustrísimas habían explicado los riesgos.

—Entonces, enfoquémonos en ello. Organicemos a nuestros equipos, ayudemos con la preparación y confiemos.

Ángelo bufó. Camus tenía razón en cada palabra, pero tampoco estaba diciendo nada que él no supiera. Quizás el problema era otro. Uno más grave y personal.

—Oye… —arrastró las palabras.

—¿Mmm?

—¿No te sientes un poco…? —dudó de nuevo, y la expresión del acuariano, que le miraba como si estuviera viendo a un alien, no ayudaba demasiado.

—¿Un poco…?

—Asustado… —La voz le surgió en un hilo, y si no fuera porque Camus tenía su completa atención depositada en él, no habría sido capaz de entenderle.

Confesarlo era difícil, pero Ángelo sabía que no sorprendía a nadie. No después de aquella vergonzosa actuación durante la invasión a las doce casas.

Esta vez no pensaba huir, ni tampoco pretendía humillarse. Pero había visto el resultado de los enfrentamientos entre los apolonios y los santos, y aunque habían tenido la suficiente suerte para sobrevivir y contarlo, ninguno podía considerarse cómo una victoria.

Habían jugado con ellos por meses, espiando desde dentro del Santuario, manipulando incluso a los dioses. Luego Shura y Camus habían sido vapuleados en Meteora, Saori había estado a nada de ser asesinada en su propia recámara, el arquero había sido utilizado de alfiletero por sus propias flechas y Saga… Joder, a Saga lo habían roto como a una muñeca vieja, obligándolo a arrastrar a Aioros en su desgracia.

Así que sí, estaba asustado. Estaba preocupado.

Ángelo no podía sino preguntarse: ¿estaban a la altura? ¿Podrían enfrentarlos en su propio terreno, bajo sus reglas? ¿Tenían posibilidades reales de vencerlos?

Las probabilidades no parecían a su favor, por lo que la sola idea de enviar a aquella batalla a pilares de la Orden —como Saga, Aioros, Roshi y Arles—le robaba la paz. Si no volvían, ¿cuánto más tiempo iban a ser ellos capaces de sostener al Santuario en pie?

—Claro que estoy asustado. Sería una mentira decir que ninguno de nosotros lo está. —La respuesta de Camus lo dejó sorprendido—. El miedo es el instinto humano de supervivencia mostrando su faceta menos grata. Es inevitable, pero no es invencible.

—¿Y si no estamos a la altura de las circunstancias?

—¿Harás lo mejor que puedas?

—Claro, sí —contestó sin pensarlo. Ya no era el mismo crío estúpido de unos meses atrás. Era un santo, era Ángelo de Cáncer, santo al servicio de Athena.

—Entonces, lo estarás.

Chasqueó la lengua. Entendía lo que Camus decía, solo que le parecía más fácil decirlo que sentirlo.

—Me gustaría tener tu seguridad…

—¿Cuál seguridad? Supiste de la paliza que nos dio un apolonio en Meteora, ¿cierto? —Al escucharlo, Ángelo levantó una ceja y torció la boca—. Pues eso. Los tropiezos tú decides cómo tomarlos. Pueden ser esa piedra en el zapato que te impide avanzar permanentemente, o pueden ser ese empuje que te obliga a seguir adelante. Eso lo decides tú.

—Bueno, es que…

—No nos conocemos demasiado, Ángelo—terció el francés, impidiéndole continuar—. Pero este nuevo tú, no me parece el tipo de persona que se deja aplastar por el pasado o por los obstáculos.

—Camus…

—Hasta hace unos meses, cuando volvimos, estabas enterrado en mierda. Literalmente, eras la definición de escoria. —Ángelo apretó los dientes. Camus no mentía—. Pero mírate ahora. Has cambiado: enmendaste errores, aprendiste del pasado, has hecho amigos… hermanos—se apresuró a corregir—. Nos has demostrado a todos quién eres en realidad. Quizás es momento que te lo demuestres a ti mismo.

Ángelo se quedó sin palabras. No había forma de responder a eso. Su corazón de pronto había comenzado a latir muy rápido y un nudo se había apretado en su garganta, en un arranque inesperado de emociones.

Tampoco encontraba el modo de huir, por mucho que deseara hacerlo. Y no era que Camus lo hubiera hecho sentir mal, sino todo lo contrario. Ahí estaba: dándole su apoyo, como lo había hecho durante los meses pasados. Haciéndolo sentir distinto. Especial. Y a la vez, haciéndolo sentir parte de algo increíblemente importante: su familia.

Joder, no iba a lagrimear, no iba a…

—¡Ahí estáis! —La voz de Eire resonó y Ángelo supo que los dioses habían sido buenos—. Hola, Ángelo. —Lo saludó y él apenas alcanzó a responder con un movimiento de la mano—. ¡Camus! Te esperaba esperando.

—Iba en camino. —Camus respondió, con su acostumbrada parquedad. Sin embargo, a Eire sus modos parecían no importarle, y con toda la familiaridad que su relación les había permitido cultivar, lo tomó de la mano y tiró de él.

—Hielito tardón.

—No me llames así. —No en público, al menos.

—Bah, apresúrate... Marin nos espera, tenemos cosas que planear.

—Ya voy, ya voy. —Y luchando contra los tironeos, el francés consiguió imponerse y poner freno por un segundo—. Oye, ¿estarás bien? —preguntó. El peliazul asintió con torpeza.

—Sí,sí.

—Bien. —Pero cuando Camus le dio la espalda y emprendió la marcha hacia el campamento, el santo de Cáncer se apresuró a detenerlo, osando robarle dos segundos más.

—Camus… —Los ojos azules del más joven cayeron sobre él—. Gracias. Por tu tiempo, por tus palabras…

Le pareció ver algo parecido a una sonrisa en los labios de Camus, y dibujó una en los propios.

Sin embargo, estaba dispuesto a corresponder con algo más que eso. Correspondería a su confianza con acciones. Honraría la fe que tenían en él. Y lo haría bien.

Mejor de lo que nunca lo había hecho antes.

–Continuará…–

NdA:

Milo: Si Kanon va a tener una placa y tarjetas de visita, ¿podemos tener unas también? "Equipo Troya". Suena muy guay.

Kanon: ¿Para llevar pegado en la pechera de la armadura?

Aioria: ¡Mejor unas camisetas de entrenamiento!

Aio: Para romperlas, agujerearlas, quemarlas y llenarlas de sangre y tierra... Suena bien.

Roshi: Eso ha sonado terriblemente motivador.. n_n'

Kanon: ¿Sabéis qué haría si fuera a Troya?

Milo: Sorpréndenos..

Kanon: Gritaría "¡Heeeectoooor! ¡Heeeeeeeectooooor", como Brad Pitt en la peli :D

Naia: ¡No bromees, Kanon! ¡Ese fue un momento muy duro T_T

Kanon: Lo sé, ¡pero sería divertido!

Saga: Bueno, ¡prometemos que volveremos con más... polvo, sangre, tierra y lágrimas!

Kanon: ¡Eh! Pero antes...¡Hay un compromiso importante que atender!

Milo: ¡Cumpleaños Geminiano!

Kanon: ¡Fiesta! Wahaha

Saga: Ñaaaa... pues nos despediremos, antes de que empiecen los preparativos. ¡Hasta el siguiente capítulo!

Kanon: ¡Dejad reviews de futuro regalo de cumpleaños! ¡Adiós!