Disclaimer: Los personajes son de Rumiko Takahashi.

Advertencia: Capítulo largo.


Este capítulo contiene una especial dedicatoria a dos seres muy especiales en mi vida, que han sido de quienes más amor he recibido por esta historia y quienes más parecen haber empatizado con ella, además de compartir experiencias con este capítulo, especialmente:

Mi hermana de corazón: Iseul.

Mi mamá del alma: Gaby C.


Capítulo 66.


El viento movía sus cabellos largos y castaños, secando el rastro de lágrimas que habían viajado silenciosas durante las últimas horas. Lloraba desde el alma, lloraba desde dentro, a veces hasta sin querer. Sentía un profundo vacío y depresión que se habían intensificado después de la dura actitud de Kagome.

Pero en ese momento tan fuerte de su vida, en donde no tenía ni ganas de pararse de ese pasto, ya no quería seguir peleando por quienes se iban o se quedaban con ella. Ni siquiera si se trataba de la Taishō.

Se había quedado en silencio mientras observaba la tierra y recordaba todos los momentos vividos. Ese día había sido muy fuerte, todavía no lo podía creer. Después de todo, su pequeño feto se había ido. La única felicidad que tenía en su vida se había ido, por lo único que había querido estar bien luego de la decepción de Miroku, ya no estaría más.

Esa semana había permanecido por ahí, pasiva. Había tenido que encargarse de la sucesión de las acciones de la empresa a los padres de Kōga, de hablar con los accionistas y demás. Había rechazado todo contacto con la prensa y a sus oídos había llegado que el juez que estaba en el caso de Ikeda, había sido su mejor amigo por años. Eso la preocupó mucho, pero con las pocas ganas que le habían quedado por mencionar si quiera el nombre de la azabache, cerró los ojos y lo dejó ir. Kagome tendría a un excelente abogado, aunque sabía que nadie conocía la situación mejor que ella. Además, el hecho de haberse enterado de que InuYasha y Kagome no eran realmente hermanos, le dio una especie de alivio que la dejó tranquila con respecto a eso.

Pidió un descanso en el trabajo por su condición, realmente no quería perderlo, por lo menos hasta encontrar otro y salir de una vez por todas de esa maldita editorial sin tener que explicarle todo a sus padres.

Le dolía mucho pensar en que se iría pronto de esa ciudad y dejaría todo atrás. No tenía sentido si ya ni su mejor amiga quería serlo más. ¿Por qué Kagome se habría portado de esa forma? Le dolía en lo más hondo y ya no quería pensar; quería dormir, descansar.

Partió con sus dedos una varita seca de madera que estaba en el piso, al parecer era una de las tantas y variadas ramas de aquel gran árbol que los cubría del sol y donde el viento daba más fuerte. Botó ambos pedazos y recogió las piernas un poco más.

—Lo lamento. —Soltó agrio, sin saber qué expresión poner. Estaba profundamente dolido por todo eso.

Sango soltó un hipido que pareció una risilla y volvió a mirar la lápida de su pequeño.

"Vuela alto, pequeño angelito", decía una inscripción con letras cursivas.

—Hisui, le puse. —Respondió, con aquel mismo tono irónico.

Miroku suspiró.

—Maldita Yura —susurró por lo bajo, recordando aquello— se mereció aquella daga en su cara…

Sango regresó su rostro a él inmediatamente, con los ojos bien abiertos: ¿qué estaba tratando de decir?

—¿Agrediste a Yura? —Negó lentamente, sin lograr procesar aquella idea. No, de seguro lo decía por otra cosa. Cuando lo vio agachar la cabeza y quedarse en silencio, supo que tenía razón—. No te reconozco…

Quiso levantarse, pero solo dejó de verle la cara de sinvergüenza.

—Estaba vuelto loco por cómo arruinó nuestras vidas y…

—Espera —lo detuvo, posando su atención nuevamente en él— tú has sido el culpable de todo esto —cuando pensó que no podía sentirse más decepcionada, resulta que Miroku se había atrevido a agredir a una mujer de esa manera. ¿Acaso ya era un hombre peligroso? Lo vio ponerse muy mal por interpretar que era la culpa de su pérdida y prefirió aclararlo todo—, y no me refiero a la pérdida de mi bebé…—bajó la voz y se abrazó instintivamente el vientre— no culpo a nadie de esto.

—Sango —la vio intensamente a los ojos. Se sentía aturdido y tenía enormes ganas de abrazarla, quería por todos los cielos volver a ella, pero la veía tan distante que parecía, no odiarlo, sino ignorarlo completamente— yo quisiera saber si nosotros aún…

—Miroku —estaba a punto de llorar de nuevo, a punto de reventar sus propios nervios y de gritar que todo era una mierda, pero no sentía ánimos ni para moverse— ya no tengo ganas ni para vivir… —se mordió el labio inferior, dándose fuerza interna para seguir y dejar ir al hombre que amó tanto—. Después de todo esto, estoy tan destrozada…

Aspiró hondo el aire y se tranquilizó.

—Perdóname, por favor. —Apretó los puños, sintiéndose tan inútil y tan frustrado. Presentía que una despedida se aproximaba y eso le partía el alma.

—No importa ya Yura, si me engañaste o no, si desconfiamos… —volvió a inspirar aire—. Esto ya no se trata de ti, Miroku: se trata de mí. —Asintió, pensando que estaba muy de acuerdo con la decisión que acababa de tomar—. Quiero estar conmigo misma, no necesito nada más. Y no sé cuánto tiempo dure esto, o si alguna vez nos volvamos a encontrar y seamos buenos amigos, pero… —acercó su mano a la de su ex y la apretó suavemente por un par de segundos. Takeda seguía como en shock, procesando aquellas palabras—. De todo corazón y por todo lo que vivimos, Miroku, espero que seas feliz.

Él negó con frenesí varias veces, sintiendo cómo el llanto quería salir, quería dispararse.

El viento movió sus cabellos y pareció más frío de lo normal. ¿Era porque estaban en un camposanto?

—Jamás seré feliz si no estás tú. —Sentenció, esperando que ella cambiara de opinión en algún instante. Sango no podía estarse despidiendo de él, así, de repente.

No podía.

Ambos se pusieron de pie luego de esa afirmación. Se miraban con seriedad mientras las corrientes de aire les removían todo. Tanaca agachó la mirada sin poder hacer más. Tenía tanta tristeza dentro que ya no podía sentir otra cosa por alguien más: ni pena, ni lastima, ni amor, ni odio… solo una profunda tristeza.

—Entonces, jamás serás feliz. —Le dijo por última vez y pasó delante de él, abandonando el lugar, sin más, sin decir adiós, sin gritar, sin llorar. Ella solo se había ido.

Él se quedó ahí, en silencio, observando a la nada mientras sentía correr la primera lágrima.


El corazón le palpitó con fuerza.

Un golpe seco de su órgano contra su cavidad torácica y una gota de sudor rodando por su sien.

El golpe del martillo del juez y su mirada llena de odio hacia ella le ponían los pelos de punta.

La atención completa de su hermano del otro lado de los asientos, aquel oro dorado que la veía de soslayo. Sus padres suspirando y mordiéndose la lengua, con ganas de llorar, incluso, pero detrás de ella y ella, a su vez, junto al lugar del ausente abogado que se encontraba debatiendo.

Las voces de los abogados, la mirada de los jurados, el murmullo del público… las manos le sudaban y le hincaban con cada minuto que pasaba.

—El occiso estaba obsesionado con mi cliente, su señoría. —Vio a Suikotsu apuntarla, sin dejar de dirigirse al juez.

Ella agachó la mirada, moviendo los pies, llena de nervios. ¡Por todos los cielos y por todos los mares! ¡Sus nervios estaban a punto de reventar! Inhaló hondo. Su madre la tomó del brazo y le sonrió, con los ojos aguados. Ella le respondió el gesto.

—¿Cuál es su sustento, abogado? —Le respondió Ginta, mirándolo fríamente.

—El señor Ikeda no pudo soportar el hecho de saber que mi cliente tenía una relación con otra persona, su señoría.

Kagome, desde su postura, cerró los ojos con fuerza y llena de vergüenza. Se puso completamente roja, sin poder creer todo lo que estaba pasando. Sentía que la condenarían, podía presentirlo.

—¡Objeción, su señoría! —El abogado que llevaba su contra era un hombre extranjero, parecía ser de occidente. Era alto y de ojos claros, con cabello castaño—. El abogado no tiene pruebas en contra del señor Ikeda.

—Si me lo permite —caminó hasta su portafolio y sacó un disco compacto—. El archivo de vídeo es íntimo, pero fue grabado por el occiso, irrumpiendo en propiedad privada para luego usarlo y desprestigiar a la señorita Taishō —tomó una carpeta con hojas de papel en donde se habían impreso capturas de pantalla—, enviándole este vídeo íntimo a los padres de mi cliente a través de un correo electrónico falso. —Alzó el disco entre los dedos—. El material está censurado para su estudio.

—¡Objeción!

—No ha lugar. —Ginta suspiró, sintiendo la ira recorrerlo. Podía ser cierto que Kōga estuviera obsesionado con esa mujer, algo le había comentado, pero eso no le había dado el derecho de matarlo—. Prosiga, Sebun.

—Gracias, su señoría —se aclaró la garganta— para reforzar mi argumento, tengo a mi testigo: la recepcionista del edificio de residencia de mi cliente. Ella permitió la entrada del señor Ikeda justo el día en que se grabó este vídeo íntimo.

El abogado extranjero bufó, sintiendo su argumento venirse abajo. No contaba con aquello, sentía que le había faltado información para armar su caso, pero había un detalle que nadie le había querido revelar, así que su trabajo se hacía más difícil.

—Cuando llame a los testigos, será a la mencionada a quien escucharé primero. —Volvió a suspirar. Esto se estaba haciendo muy complicado—. ¡Diez minutos de receso!

De inmediato se escucharon las murmuraciones y la gente se empezó a mover. Kagome sentía que el alma se le iba a escapar del cuerpo. Rápidamente se acercaron sus padres e InuYasha, que se veía como un dios griego con aquel traje gris y corbata color mostaza. Su cabello negro ébano caía como cascadas por su espalda y ella parecía un guiñapo. No los había visto durante todo ese proceso hasta que llegó el día lunes en que había comenzado aquel juicio.

Sango no estaba y eso le dolía sobremanera, pero lo agradecía desde lo más hondo: no podía siquiera pensar en que la vería de esa forma. InuYasha había dicho que Miroku llegaría un poco tarde, pero que lo vería allí —y agradeció también que no la odiara por la forma en que trató a Tanaca—. Rápidamente también le contó que Sango y él habían terminado para siempre apenas el día anterior. Todos esos sucesos habían pasado tan rápido que ella apenas intentaba procesarlos. Sus padres parecían desesperados y ella no los culpaba. Su hermano mayor no dejaba de mirarla intensamente, como frustrado. Kagome ni siquiera podía hablar, ni rechazarlos, ni abrazarlos.

Miró para alrededor y no vio a Kikyō. Le empezaban a dar escalofríos.

—¿Cómo va todo? —Inquirió su abogado, mientras tomaba un poco de agua mineral de la botella de plástico.

—Ha sido increíble, abogado —le respondió Tōga al instante, a mares agradecido por sus intervenciones— está haciendo dudar al juez y al jurado.

—Muchísimas gracias —Midoriko también parecía respirar por fin, llena de alivio y agradecimiento infinito— está haciendo un gran trabajo.

InuYasha asintió, sin despegar la mirada de Kagome ni por un instante.

—¿Kikyō está entre los testigos? —Kagome sonaba cansada y parecía estar librando una batalla interna. Estaba temblando.

Sebun negó, también preocupado.

—También me parece extraño, pero no te preocupes, Kagome… vamos a luchar con todo.


—No se me acerque demasiado… —habló entre dientes, observando para todos los lados posibles, buscando a algún Taishō con la mirada— o van a sospechar.

Traía lentes negros y una gran chaqueta del mismo color con una capucha que ocultaba mucho de su físico. Había estado todo el juicio escuchando el drama desde las sombras de los últimos asientos del público, llena de un montón de sentimientos que no sabía cómo describir.

—Necesito que me diga lo que sepa… —el abogado gringo suspiró, sintiéndose nervioso. Esa mujer parecía visceral y muy fría— el abogado de la contraparte está alegando acoso y necesito proceder con aquello que usted prometió comentarme.

La aludida sonrió, asintiendo. No tardaría mucho con lo que tenía que decirle.


—Todo va a salir bien… tranquila. —Le había dicho InuYasha, mirándola como si no hubiera nada más en el mundo que no fuera ella.

Moría por besarlo, no sabía cómo expresar aquellas ansias locas que tenía por lanzarse a sus brazos y decirle que lo amaba más que a su vida, que la perdonara por lo tonta que había sido y que por eso no quería condenarlo más a estar con ella en una relación claramente imposible, o quererla a pesar de que quizás la juzgarían por asesinar a Kōga.

—Kagome… —vio a Miroku estirar su brazo hacia ella, arreglándose el traje y pareciendo agitado por llegar tarde. Sus ojos azules reflejaban una infinita tristeza que la preocupación por la azabache quiso ocultar, sin resultados, claro—. Mucha suerte.

Ella asintió, sin decir palabra. No había podido responderle ni a sus padres, ni a su hermano y mucho menos a su amigo. En ese momento parecía abrumada, estaba con los nervios de punta. No había podido abrir la boca en todo el receso, no podía tomar agua, ¡casi no podía respirar! ¡Ojalá alguien estuviera dentro de ella para que escuchara sus gritos ahogados pidiendo un abrazo, pidiendo a su hermano InuYasha! ¡A sus hermanos Sango y Miroku! Quería un abrazo de ellos, quería…

—¡Orden en la corte!

Kagura también estaba ahí. Había ido con un vestido blanco y estampado de grandes rosas rojas que combinaban con sus ojos. Se veía abatida y muy seria, casi perturbada. Miroku estaba a su lado y ella pensó que eso estaba bien. Después de aquello, él había llamado para pedirle perdón y se tomaron un café. Hablaron de todo lo que había pasado con Kōga y ella accedió a presentarse a declarar a favor de Kagome. O bueno, iría a corroborar las afirmaciones acerca del carácter obsesivo de su ex. Aún sentía sus manos quemarle el cuello a veces.

—Tiene la palabra, abogado Snow.

El aludido sonrió, asintiendo.

—Muchas gracias, su señoría. —Se paró frente al jurado y tomó aire—. El abogado Sebun alega que hubo acoso por parte del señor Ikeda, ¿no es así? —Se dirigió a los Taishō, que lo miraban desafiante. El profesional respondió inmediatamente que sí—. Pero la señorita Taishō tenía una relación amorosa con el joven Ikeda, así que, de ser como usted lo afirma, Sebun, la señorita Taishō le habría sido infiel al occiso con alguien que tal vez a ella no le convenía, cuya relación sea pública… ¿Por qué no terminar la relación en vez de engañarlo? —Su tono jodió a Kagome, pudo sentir lo acusador que era, casi pícaro, morboso—. ¿Acaso su nueva relación era sostenida con alguien que no debía? ¿Algún familiar, tal vez?

¡Oh!

El estruendo se escuchó por toda la sala. Los murmullos empezaron al segundo y Kikyō sonrió desde su lugar. Kagura frunció el ceño: Miroku no le había comentado nada de eso.

—¡Objeción, su señoría! —Sebun lo miró ceñudo, intentando descifrar aquella expresión lasciva en el extranjero.

Kagome agachó la mirada por millonésima vez, entendiendo por dónde iría eso. No podía ser, ahora todo el mundo se enteraría de que era una incestuosa y eso, de seguro, no agradaría al jurado, que parecía muy confundido. InuYasha apretó los dientes, mirando a todos lados y buscando a Kikyō: quién más que ella podría darle esas armas al maldito abogado. Tōga y Midoriko tragaron duro, intentado afrontarlo todo.

—No ha lugar. —Ginta apuntó con su pluma a Snow—. Prosiga.

—En el registro de la llamada al 911 que realizó la noche en que el señor Ikeda sufrió una supuesta intoxicación por abuso de calmantes y combinación con bebidas alcohólicas, la señorita Taishō se refiere al occiso como su «novio». —Sacó el pequeño parlante de su portafolio y lo conectó al Bluetooth de su celular—. Si me permite. —Colocó la grabación en curso donde Kagome se comunicaba con la línea de emergencia.

«—Policía General. ¿Cómo puedo ayudarle?

—¡Necesito ayuda urgente! Mi…novio está desmayado, creo que consumió alguna droga.

—Entiendo. Necesito su dirección para enviar a una patrulla y una ambulancia».

Todos escucharon con atención el pequeño fragmento, asintiendo y reforzando la afirmación de Snow.

Los Taishō se tragaron el odio puro e intenso. Kagome cerró los ojos y suspiró. Miroku estaba sudando y pidiéndole a Suikotsu a través de sus pensamientos que salvara a su amiga de ser condenada.

Sebun se mordió los labios internamente. Pronto tendrían que usar el recurso que Midoriko le había dicho que ignorara lo más que pudiera.

—Si el señor Ikeda tuvo la oportunidad de encontrar a su novia —volvió a dirigirse a la azabache— y a la persona con la que lo engañaba, grabarlos y usar el material para, de alguna manera, vengarse, he de suponer que es una reacción humana normal.

Los murmullos volvieron a ponerse intensos. Algunos estaban muy de acuerdo y otros no, sin embargo, los jurados parecían a cada momento más inseguros.

Eso debería extenderse a otra sesión, definitivamente.

—¡Silencio! —Ginta analizó el argumento y sonrió con orgullo—. Abogado Snow, ¿a qué se debe su insinuación anterior acerca de si algún familiar ha sido pareja de la acusada? —Justo cuando el aludido iba a abrir la boca para contestar, Suikotsu objetó. El juez lo miró de forma fría—. Ha lugar.

—Su señoría, el abogado está interviniendo en asuntos íntimos de mi cliente y me parece poco ético.

—Sebun —lo miró como si lo estuviera sentenciando—, si los hechos tienen relevancia en el caso, deben exponerse. —Volvió a Snow—. Prosiga.

—Su señoría, fue solo una suposición —miró de reojo para su contrincante y lo vio reír con sarcasmo—. El señor Ikeda y la señorita Taishō tenían una relación, esta lo engaña y él comete, en un acto desesperado y, debo resaltar, completamente comprensible, el error de grabar material íntimo para vengarse de la traición. La señorita Taishō intenta intoxicar al occiso, falla, intenta ganar de nuevo su confianza y, por último, lo cita para verse en una cabaña abandonada en medio de la nada para por fin, asesinarlo. —Concluyó su teoría, como si de un dato completamente real se tratase.

Otra expresión de espanto por los presentes invadió la sala.

—¡Objeción!

—Ha lugar.

—Snow, ¿qué pruebas tiene para afirmar que la señorita Taishō intoxicó al señor Ikeda, si él mismo testificó a su favor? —Habló rápido, casi desesperado.

Kagome había empezado a llorar en silencio. Sus amigos y familiares no despegaban la vista del estrado y Kikyō sonreía ampliamente.

—¿Abogado Snow? —Inquirió su señoría.

—Con mucho gusto le presento otra de mis grabaciones, su señoría, hecha por el mismísimo señor Ikeda.

Tocó el celular y automáticamente se reprodujo el nuevo archivo.

«—¿Por qué me haces esto?

—¿Por qué tú me hiciste esto? Casi me matas y yo te saqué de la cárcel. Humillarte es lo mínimo que puedes hacer por mí.

—Si este es el maldito precio, prefiero no haber salido nunca de ahí».

¡Oh!

Otra exclamación de espanto por la multitud. Todo le pintaba muy mal a la acusada.

—¡En ningún momento se afirma que se trate de ese hecho!

—¡Sebun! —Ginta golpeó su mazo contra la madera—. Le voy a pedir que aguarde a su turno.

—Por favor, abogado Sebun… —dejó escapar una pequeña risita burlona— salta a la vista el hecho de que se refieren al ilícito por el que previamente fue acusada. —Él ya estaba ganando el caso, eso lo tenía claro—. Motivos personales que desconozco debieron motivar al occiso a dejarla salir de la cárcel. El vínculo amoroso, quizás.

InuYasha casi suelta una carcajada sarcástica, pero estaba lleno de ira. Kagome se secó las lágrimas con delicadeza. Estaba viendo más oscuridad en el túnel.

Maldito fuera Kōga. Malditos fueran todos.

—Tiene la palabra, Sebun.

—Kōga Ikeda se mostró interesado en mi cliente desde que ella empezó a trabajar en su editorial. —Ahora fue su turno de exponer su teoría y lo hizo en el mismo tono que su contrincante—. Mi cliente tenía una relación con otra persona desde hacía varios años, se distanciaron por situaciones personales. —Recordó cada detalle del que se había nutrido para armar su caso—. Al cabo de un tiempo, se reencontraron y la señorita Taishō intentó decirle que estaba saliendo con alguien más, sin embargo, el occiso se obsesionó con ella, al punto de intentar violarla, chantajearla y manipularla para que cediera ante sus deseos, y, como no fue así, terminó secuestrándola en su propio auto, golpeándola, atándola y agrediéndola con un arma blanca. —Dijo cada palabra con tonos firmes—. Mi cliente únicamente se defendió y entre el forcejeo, sucedió el accidente que provocó la muerte de Kōga Ikeda.

Los Taishō bajaron la mirada, intentado no resignarse. Miroku trató de respirar profundo. Kagura quiso golpear al tal Snow y Kikyō había dejado de sonreír, ahora, en cambio, con una expresión de confusión mezclada con molestia.

—¿Está consciente de que no hay ninguna prueba sobre eso último que afirma, abogado? —Le inquirió el juez, escudriñándolo como si fuera muy patético.

—Tampoco las hay completas de lo que afirma el abogado Snow, su señoría… Y yo también tengo mis testigos.

Ginta lo miró mientras reprimía un grito de frustración e ira. No podía evitar sentir dolor por la muerte de su amigo y querer que esa mujer se hundiera en la cárcel, pero aún no podía tomar una decisión.

—La prueba del vídeo será analizada con el jurado en una junta luego de esta sesión, Sebun. Nos reuniremos en breve —golpeó su mazo— se extiende la sesión hasta dentro de 3 días.

Y Kagome no supo si tenía una oportunidad para salvarse o simplemente estaba alargando su agonía.

Continuará…


Amor eterno a cada persona que ha estado leyendo esta «empanada», que deja su review maravilloso y que me apoya siempre. Las llevo en el alma.

Elyk91: ¡Te extrañaba tanto por acá, diosa! Cuéntame, por favor, qué te pareció este capítulo o lloro. La calma llegará, lo prometo.

TaishoScott: ¡Sí es es una familia disfuncional! Me reí fuerte. A este punto de la historia, el romance queda de lado, definitivamente. Coméntame qué tal este capítulo, diosa.

AIROT TAISHO: ¡Mi vida hermosa! Como siempre, tus reviews son arte puro y maravillosos de leer. Es que K sí ha hecho tonterías, pero así la amamos. Tu última frase me llegó tanto que me gustaría usarla en el capítulo 67 y necesito de tu permiso.

Gaby Hina: ¡Hola, diosa! Todos tendrán su tiempo de arreglarse psicológicamente, todo esto es mucha carga... Qué triste.

Nicole Fray: ¡Hermosa! Qué maravilla que hayas podido disfrutarla y haberla leído en tan poco tiempo, es admirable.

Lis-Sama: Diosa. Me reí mucho con la primera parte de tu review sobre el enfrentamiento InuYasha/Tōga. Tu review es un poema, no puedo xD Tōga e InuYasha se parecen en ser tozudos, supongo que eso los hace realmente familia xD ¡Ah, amo que entiendas a ese punto la historia! Claro que la amistad es muy importante acá, el amor y la familia. A veces me costaba mucho hacer esos capítulos y no perder el hilo de ciertas cosas, pero acá seguimos. ¡Gracias por estar pendiente de mis actualizaciones, preciosa! Te mereces todos los Reviews y el amor del mundo. Estoy pendiente para hacerte la entrevista en mi página, sería un gran honor.

Laurita Herrera: ¡Mi preciosa niña! Sí, siento que este arco del juicio marca un antes y un después en este fic, justamente así. Gracias por tu hermoso review.

GabyO13: ¡Me tienes a tus pies con tus hermosos comentarios! Por cierto, espero que puedas tener un celular pronto, mi hermosa. Qué bueno que estás bien.

Iseul: ¡Hermana! Cuéntame, por favor, qué tal ha sido este tan esperado —por ambas— capítulo 66 y lloraré.

Gabriela Cordón: te amo mucho, me honra tantísimo que hayas llegado hasta aquí y me dices qué tal te pareció, me importa muchísimo tu opinión.

Un agradecimiento especial a Ally y CrisUL, mis bebés preciosas del alma, las amo.

Nos vemos por mi página.