N.A.: ¡Volví! Ya terminé mis exámenes, por lo que estoy de regreso. A partir de hoy creo que volveremos con las actualizaciones semanales, a no ser que lo retrase por un de días más por estar liada. Espero que disfrutéis del capítulo.
70. Trying to face the day
Nunca le había parecido más adecuado el nombre de Grimmauld Place para el lugar. Sirius había regresado hace quince días y le resultaba tan difícil desplazarse por el sitio como el día de su regreso.
—Maldita sea —murmuró mientras se golpeaba la espinilla con el borde de la mesa y tropezaba. Estaba seguro de que Kreacher estaba moviendo los muebles a propósito, solo para fastidiarlo.
—Ten cuidado, Sirius —le aconsejó Walburga—. No quisiéramos que tuvieras otro accidente, ¿verdad?
Sirius asintió mientras avanzaba poco a poco hacia la silla junto a la chimenea y se hundía en los cojines.
—Tu padre ha invitado a varios brujos mayores a cenar con nosotros esta noche —comentó Walburga.
—Comeré en mi habitación — respondió Sirius. No deseaba escuchar a su padre hablando de trabajo y política durante toda la noche.
La sonrisa de aprobación de Walburga se perdió para Sirius, pero no sus palabras.
—Una sabia decisión. Creo que será lo mejor. Aún no estás en condiciones de recibir invitados.
Sirius asintió con la cabeza. Dudaba que alguna vez fuera apto para recibir invitados, al menos no con los estándares que su madre esperaba de él.
—Regulus estará de visita mañana.
—¿Para qué?
—Tienes correspondencia con la que lidiar —respondió Walburga—. Él leerá tus cartas y escribirá tus respuestas. Todo lo que tendrás que hacer es firmar con tu nombre.
Sirius suspiró. Sabía que las lechuzas le habían estado entregando cartas y que varias de ellas lo habían picado, gracias a su nueva torpeza, pero no deseaba ocuparse de todas las misivas.
Sin embargo, estaría encantado de volver a pasar tiempo con Regulus. Era el único miembro de su familia con el que realmente podía soportar su compañía durante un período de tiempo. Regulus también entendería que Sirius estaría lejos de ser sociable durante su visita, y cuánto había perdido.
Sirius desconectó del parloteo de su madre mientras volvía su rostro hacia el calor del fuego de la sala de estar. Si se esforzaba mucho, podía recordar la vista de las llamas bailando en la chimenea... si se esforzaba mucho.
Remus se unió al resto de los hombres lobo en la fila mientras esperaban ser escoltados al ala de máxima seguridad para la luna llena. Todavía no podía creer que Sirius no hubiera venido a llevarlo a casa.
Mantuvo los ojos en el suelo mientras el resto de los hombres lobo charlaban. Se sentía cohibido por su desnudez, a pesar de que los demás también lo estaban.
—Te acostumbras —dijo Aaron encogiéndose de hombros, cuando Remus expresó su sorpresa—. De esta manera hay menos posibilidades de que se rompan o se ensangrienten.
Remus entendió la razón de la política, pero no le dio menos vergüenza estar parado en la fila con un grupo de extraños, mientras trataba de cubrir su desnudez lo mejor que podía.
Fue una caminata relativamente corta a través del campamento hasta el ala donde los hombres lobo pasarían la noche, escoltados allí mucho antes de que el sol se ocultara en el horizonte.
Las jaulas eran pequeñas y estaban limpias, y parecían bastante similares a las ubicadas en el Ministerio de Magia. Remus se subió a la suya y se sentó en el suelo, apoyándose contra la pared y llevándose las rodillas al pecho.
El parloteo de los demás se había calmado en su mayoría cuando entraron en sus jaulas, aunque algunos de ellos continuaban sus conversaciones todo el tiempo que podían.
La barrera mágica apareció, y Remus se dio cuenta de inmediato que era solo una barrera. No había ningún hechizo de olores de bosque en la jaula, e iba a ser una noche difícil para él.
—¡Oye, Lupin!
Remus gimió y miró hacia donde Higgs le sonreía desde la jaula frente a la suya.
—¿Todavía crees que tu jodido amigo vendrá a buscarte? —preguntó, riendo profundamente.
Remus se apartó del hombre lobo que reía y cerró los ojos.
—Probablemente ya haya encontrado a alguien más —continuó Higgs—. Alguien que pueda satisfacerlo todas las noches del mes. Probablemente esté follando con alguien más en este momento.
Remus trató de ignorar la voz burlona, negándose a dejarse provocar.
—Tendrás que conformarte con tu mano —sugirió Higgs con una sonrisa—. Considéralo tu nuevo mejor amigo.
Remus resistió la tentación de voltearse y no dar indicios de haberle escuchado. Ciertamente no iba a admitir que había estado cachondo como el infierno durante los últimos dos días, y que la llegada de la luna llena solo había servido para acelerar su libido. Desafortunadamente, ahora estaba descubriendo que ese rasgo en particular no era exclusivo de él y, de hecho, era solo otra señal de que el lobo estaba tomando el control. Sus torturadores sabían exactamente qué le estaba pasando, porque también les pasaba a ellos.
—¿Cuántas veces has tenido que hacerte una paja en las últimas veinticuatro horas? —preguntó Higgs—. ¿Una vez por hora, o más a menudo que eso?
—¡Higgs, cállate la boca! —gritó Aaron desde más abajo en la línea de jaulas con un tono de voz aburrido.
—¡No te metas en esto! —gritó Higgs en respuesta.
—Nadie quiere pasar los últimos minutos del día escuchando tus burlas malhabladas —respondió Aaron, lo que provocó que otros hombres lobo expresaran su acuerdo.
—¡Esto no ha terminado, Lupin! —gruñó Higgs.
Remus podía escuchar la verdad en sus palabras, pero la luna llena se acercaba y no tenía tiempo para preocuparse de su próximo enfrentamiento.
—Anoche fue luna llena —comentó Regulus mientras buscaba en el escritorio de Sirius un bote de tinta.
—¿Lo fue? —respondió Sirius. Había perdido la noción del ciclo de la luna por completo desde el accidente, y no tenía a Remus para recordárselo.
Escuchó el tintineo del tintero cuando Regulus lo colocó sobre el escritorio y se dispuso a revisar su correo.
—Este es de James y Lily —le dijo Regulus.
—¿De ambos?
Regulus asintió, antes de recordar que Sirius no podía ver su respuesta.
—Sí. Ella aceptó mudarse con él. Aparentemente, el impacto del accidente le recordó que su vida era demasiado corta y se mudó el fin de semana pasado.
—Ya era hora —respondió Sirius. Deseó poder sentir la alegría que sabía que debería sentir por la noticia, pero algo parecía impedirle hacerlo—. ¿Qué más dice?
Regulus se quedó callado durante unos minutos mientras leía la carta.
—¿Qué es? —preguntó Sirius—. ¿Hay malas noticias?
—No, solo estoy tratando de entender su desordenada letra —explicó Regulus.
Sirius asintió.
—Recuerdo que era bastante mala.
—No ha mejorado —le dijo Regulus—. ¿Quieres que le responda ahora o que lea el resto primero?
—Es mejor leer el resto, en caso de que haya algo importante.
Regulus dejó la carta a un lado y tomó la siguiente.
—Damocles Belby —dijo—. Un montón de cosas sobre pociones y hombres lobo.
—Está trabajando en una cura para la licantropía —explicó Sirius—. Tengo algunas notas en mi piso para él. ¿Podrías buscarlo y enviárselo?
—Por supuesto —prometió Regulus—. ¿Puedo tomar prestada tu lechuza para enviarlo?
—Claro. ¿Qué sigue?
—Una factura de Flourish & Blotts —dijo Regulus—. Cinco galeones y tres sickles.
—Deja eso a un lado. Necesitaré conseguir algo de dinero de Gringotts para pagarlo. Probablemente también haya una factura del Diario El Profeta. Necesitaré cancelar la suscripción; no me sirve de mucho ahora.
—¿Quieres enviar los libros de Flourish & Blotts? —preguntó Regulus—. Estoy seguro de que lo entenderán.
Sirius negó con la cabeza.
—Los libros no eran para mí. Eran para Eve, la niña que Remus ens... cuida.
Regulus continuó abriéndose paso a través de la correspondencia, hasta que finalmente empezó a escribir las respuestas.
—Si tuviera una pluma a vuelapluma, las podría responder yo mismo —dijo Sirius—. ¿Me puedes traer una?
—Claro, pero ¿qué es una pluma a vuelapluma?
—Escribe mientras hablas —explicó Sirius—. La oficina de correos de Hogsmeade los usa alrededor del día de San Valentín, por lo que puedes ocultar tu letra cuando envías una tarjeta. Deberían tener algunas en la tienda de Scribbulus.
—Eso está en el callejón Diagon, ¿no?
Sirius asintió, dándose cuenta, no por primera vez, de cuánto se había alejado Regulus del mundo mágico en los últimos años.
Le llevó casi todo el día responder a todas las cartas, y aún quedaban las facturas y la carta de Belby por terminar. Finalmente, Regulus terminó de hacer todo lo posible para ayudar a Sirius y regresó a casa, dejando a Sirius revolcándose en su depresión una vez más.
Remus se despertó en su cama del campamento. Se preguntó por un momento si se había imaginado la luna llena, pero el dolor que atravesó su cuerpo cuando trató de moverse dejó en claro que no.
Lentamente giró la cabeza hacia un lado y dejó escapar un gemido involuntario. Una mujer que no reconoció estaba durmiendo en la silla frente a su cama, con un equipo de sanación de aspecto familiar descansando sobre el escritorio a su lado.
La luz de la luna entraba a raudales por la ventana de su habitación, pero no podía moverse lo suficiente para ver cuánto tiempo había perdido desde la luna llena. Al menos un día, eso era seguro.
Se dio cuenta de que necesitaba usar el baño y luchó por sentarse. Estaba agradecido por el baño contiguo que tenía cada una de las habitaciones del campamento, porque al menos no tenía que caminar mucho. Solo esperaba que no estuviera demasiado lejos para hacerlo sin ayuda.
El suelo parecía nadar debajo de él y se balanceó en cuanto se puso de pie. Luego, los brazos de la sanadora lo sostuvieron y lo guiaron de regreso a la cama.
—¿Qué crees que estás haciendo? —le regañó.
—Ir al baño —dijo Remus con voz ronca, señalando lentamente hacia la puerta.
—No estás lo suficientemente bien —le dijo la sanadora, señalando el anticuado orinal.
—No voy a usar esa cosa —murmuró Remus, tratando de sentarse una vez más—. Y ciertamente no mientras estés aquí.
—No tienes nada que no haya visto —señaló la sanadora con impaciencia.
—¿Cuánto tiempo ha pasado desde la luna llena? —preguntó Remus con curiosidad.
—Dos días —respondió—. Ahora, deja de ser tímido y usa el orinal.
—Estoy lo suficientemente bien como para llegar al baño —argumentó Remus.
—¿De verdad? —respondió la sanadora, cruzando los brazos sobre el pecho y retrocediendo—. Continúa entonces, ya sabes dónde está.
Remus se puso de pie, más lento esta vez, y esperó a que la habitación dejara de girar. Se agarró al borde del escritorio y dio un paso vacilante hacia adelante.
Dos pasos más y tuvo que sentarse en la silla por un momento.
—No tienes que pasar por esto —dijo la mujer, colocando una mano en su hombro—. Puedo esperar afuera si quieres.
—Puedo llegar al baño —insistió Remus—. Solo necesito un minuto o dos.
La sanadora le dio una palmada en el hombro y se volvió para recoger su bata.
—Toma, no tiene sentido que te mueras de frío en el tiempo que tardas en llegar y regresar.
Remus sonrió.
—He tenido lunas llenas peores que esta.
—Espero que eso no sea cierto.
—Desafortunadamente, lo es —respondió Remus—. Pensé que esta sería peor de lo que fue en realidad.
—¿Por la nueva ubicación?
Remus asintió.
—En parte. Pero también porque suelo tener a mi pareja conmigo. Él me cuida toda la noche y por la mañana. Lo extraño.
—¿Dónde está ahora?
—¿No lees los periódicos? —preguntó Remus con amargura—. Pensé que todos se habían enterado de cómo mi amante sangre pura decidió dejarme a mi suerte.
—¿Eso piensas?
—Todos lo piensan.
—No pregunté qué creían los demás, pregunté qué creías tú.
—¿Importa? —respondió Remus con un suspiro—. No está aquí, y cuanto más tiempo paso en este lugar, menos plausible suena cualquier excusa que haga por su ausencia.
—¿Crees que te abandonaría? —repitió la sanadora.
Remus se encogió de hombros.
—¿Por qué te importa?
—Mi trabajo no es solo curar los rasguños y huesos rotos de la transformación —le dijo la mujer—. También estoy aquí para ayudar con otros problemas.
—¿Crees que voy a contarle mis problemas a una extraña?
—Emerald Smythe —dijo la sanadora a modo de presentación.
—Saber tu nombre no te hace menos extraña.
—Pero es un comienzo —respondió Emerald—. Ahora, ¿crees que puedes llegar al baño?
Remus miró hacia la puerta y asintió levemente.
—Como dije, he tenido lunas llenas peores.
Emerald asintió.
—Solo llámame si me necesitas.
Remus prometió que lo haría y se puso de pie de nuevo, esta vez sin tambalearse y mucho más firme de lo que había estado antes. No necesitaba la ayuda de Emerald; necesitaba a Sirius.
Faltaba una semana para la próxima luna llena y Remus ya la temía. Su condición se estaba volviendo peor y Higgs y sus seguidores se aseguraban de burlarse de él por Sirius en cada oportunidad disponible.
—Solo ignóralos —le aconsejó Aaron—. Lo están haciendo para enfadarte.
—Lo sé —espetó Remus, mirando primero a Aaron y luego de nuevo a Higgs, quien estaba recostado contra la mesa de billar muggle, balanceando uno de los tacos de manera amenazadora.
—Entonces haz lo que te digo e ignóralos —siseó Aaron.
Remus asintió malhumorado y le indicó a Aaron que se fuera. Estaba cansado de que le dieran lecciones, y estaba muy cansado de que Higgs y sus amigos lo acecharan por el campamento.
—Eres un idiota, ¿lo sabías? —comentó otra voz familiar desde la mesa de al lado.
Remus lo ignoró. No había dirigido una palabra a Greyback desde su llegada al campamento, y tenía la intención de mantenerlo así; quería el consejo del hombre incluso menos de lo que deseaba otra confrontación con Higgs.
—Todo un giro de acontecimientos, ¿no? —comentó Greyback—. Te negaste a ayudarme a salir de este lugar, y ahora te encuentras encerrado conmigo. Algunos podrían llamarlo karma...
—Te mereces estar aquí —dijo Remus sin levantar la vista de la revista que estaba leyendo.
—Según el Wizengamot, tú también —señaló Greyback con una sonrisa.
Remus cerró la revista y se levantó para irse.
—Eres un hombre lobo, Lupin —lo llamó Greyback mientras salía de la sala de recreo—. ¡Eres como el resto de nosotros!
—¡Maldita sea! —maldijo Sirius cuando el caldero que estaba usando se volcó, derramando su contenido sobre sus pies y el piso.
—Sirius, ¿qué estás haciendo aquí? —espetó Walburga mientras asomaba la cabeza por la puerta del laboratorio de pociones de Orion.
—Trabajando —respondió Sirius, buscando a tientas su varita y enviando un frasco de ingredientes también al suelo.
—Estás haciendo un desastre y desperdiciando ingredientes valiosos —corrigió Walburga, empujando a Sirius fuera del lugar mientras apuntaba con su varita hacia el desastre—. Si necesitas una poción para algo, todo lo que tienes que hacer es pedirlo.
—Estoy trabajando en algunas cosas para Belby —dijo Sirius mientras seguía buscando su varita.
—¿Ese amante de mestizos no puede hacer sus propios experimentos? —preguntó Walburga.
—¡No le llames así! —respondió Sirius bruscamente.
—Vuelve a tu habitación y trata de no ensuciar nada más —le dijo Walburga—. Llama a Kreacher si necesitas algo.
Sirius frunció el ceño, pero estaba claro que su madre no iba a dejarlo cerca de allí de nuevo. Sintió que empujaba su varita en su mano y la señalaba en dirección a la puerta.
Estaba a medio camino de su habitación cuando se dio cuenta de que ya no quería estar encerrado en la casa. No había puesto un pie fuera de la puerta desde que regresó de San Mungo, pero ahora parecía que las paredes se estaban cerrando y asfixiándolo.
Su recorrido por las escaleras era dolorosamente lenta y, con cada paso que daba, se preguntaba si terminaría cayendo en picado. Una pequeña parte de él, una que apenas podía reconocer, se preguntaba si volvería a ver a Remus si tenía la mala suerte de caerse y romperse el cuello.
Escuchó las voces de Regulus y su padre antes de llegar a la planta baja.
—¡Harás lo que te diga! —gritó Orion.
—He hecho lo que me pediste —respondió Regulus—. Pero...
—Es demasiado tarde para echarse atrás ahora —advirtió Orion—. Estás metido en esto hasta el cuello.
—A menos que se lo diga.
—Te callarás o te callaré permanentemente.
Sirius estaba seguro de que era a "él" a quien Regulus se había referido, y se acercó a donde venían las voces, esperando escuchar más. Desafortunadamente, contó mal sus pasos y chocó con la mesa auxiliar, haciendo que el jarrón de cristal se estrellara contra el suelo y alertara a los demás de su presencia.
—¿Sirius? —llamó Orion—. ¿Qué has roto ahora?
Sirius no se molestó en responder. De todos modos, no estaba del todo seguro de qué era lo que había destrozado. Escuchó los pasos acercándose y el suspiro frustrado de su padre.
—Regulus, limpia este desastre —ordenó Orion. Sirius sabía que Orion nunca se rebajaría a hacer tareas domésticas, a pesar de que solo tomaría uno o dos segundos con magia.
—¿No puede hacerlo Kreacher? —preguntó Regulus—. Le tomará la mitad del tiempo.
—No discutas conmigo —espetó Orion—. Kreacher está trabajando en el sótano. Si tuviera que interrumpir sus deberes cada vez que Sirius rompiera algo, nunca haría nada.
Sirius podía sentir su cara ardiendo mientras buscaba a tientas la puerta y caminaba directamente hacia Regulus.
—Lo siento —murmuró.
—Está bien —le aseguró Regulus—. Limpiaré el jarrón. ¿Por qué no te sientas y te traigo un par de tragos?
—Traeré las bebidas —respondió Sirius, paseando por el borde de la habitación, dirigiéndose hacia el mueble de bebidas.
Estaba sirviendo el segundo vaso cuando Regulus regresó a la habitación.
—Te estás acostumbrando a eso —comentó.
Sirius asintió y le pasó el vaso a Regulus, tomando el suyo y dando un largo trago.
—¿Cómo estás? —preguntó Regulus después de haberse sentado en el sofá.
—Estoy ciego —le recordó Sirius—. ¿Cómo crees que estoy?
—Mucha gente es ciega y vive una vida perfectamente feliz —dijo Regulus en voz baja.
Sirius tomó otro trago y negó con la cabeza.
—Podría soportar la ceguera si tuviera a Remus conmigo. Lo extraño mucho.
Regulus no dijo nada, y Sirius sabía que en realidad no había nada que pudiera decir, ciertamente nada que lo hiciera sentir mejor.
—¿De qué estaban discutiendo tú y papá? —preguntó.
—No importa —murmuró Regulus.
—Se trataba de mí, ¿no? —adivinó Sirius—. ¿Qué es lo que papá no quiere que me digas?
—Eso no es de tu incumbencia —dijo Orion, haciendo que Sirius saltara. Ni siquiera se había dado cuenta de que había vuelto a la habitación. O tal vez nunca se había ido.
—Si estás hablando de mí, eso lo convierte en mi asunto —señaló Sirius.
—Estábamos hablando de posibles novias para ti —respondió finalmente Orion.
—¿Por qué no lo creo? —preguntó Sirius.
—Regulus piensa que te gustaría estar más involucrado en las negociaciones.
—No quiero involucrarme en las negociaciones y tampoco quiero volver a casarme.
—¿Volver a casarte? —Orion se rio sin humor—. ¿Llamas matrimonio a vanas promesas que hiciste a un mestizo?
—No eran vanas promesas —espetó Sirius—. Era mi marido y no quiero otro.
—Bueno, eso es bueno —dijo Orion—. Porque vas a conseguir una esposa.
—¿Cuántas veces tengo que decirte a mamá y a ti que soy gay? —preguntó Sirius—. ¿No lo entiendes? Que Remus haya muerto no cambia el hecho de que me atraen otros hombres en lugar de mujeres.
—Cambiarás de opinión con el tiempo —respondió Orion—. Estamos buscando una esposa mayor para ti. Recientemente, hay un par de viudas experimentadas en el mercado y las negociaciones avanzan muy bien.
—¡Soy gay! —gritó Sirius, arrojando su vaso al otro lado de la habitación y deleitándose con el sonido de este chocando contra uno de los retratos. El ocupante de la pintura maldijo y Sirius sintió otra oleada de satisfacción cuando se dio cuenta de que había golpeado a uno de sus antepasados más viles.
—Regulus, lleva a tu hermano arriba.
—Voy a salir a caminar —dijo Sirius, levantándose e inmediatamente tropezando con la mesa de café.
—Apenas puedes cruzar la habitación; no estás en condiciones de salir en público —declaró Orion.
—¿Quizás un paseo por el jardín trasero? —sugirió Regulus—. Podría llevar a Sirius allí.
—Si quiere ir al jardín, puede hacerlo solo —argumentó Orion—. Deberías volver con tu adorable y joven esposa, a menos que quieras que ella se preocupe pensando que algo te ha pasado. Eso sería terrible, ¿verdad? Con un bebé que cuidar.
Sirius frunció el ceño, no solo por las palabras, sino también por el tono sedoso de la voz de su padre. Era la primera vez que le había escuchado reconocer a la esposa de Regulus, pero estaba claro que había un tono subyacente en sus palabras que Sirius se perdía.
—Debería volver con Chloe —dijo Regulus—. Vendré de nuevo mañana para ayudarte nuevamente con tus cartas.
—¿Scribbulus ya tiene las plumas a vuelapluma? —preguntó Sirius, deteniéndose en la puerta mientras hablaba.
—Lo siento, todavía no había existencias cuando fui ayer allí —respondió Regulus en tono de disculpa.
—No ha habido ninguna desde hace meses. No puedo creer que sean tan populares.
—El empleado sugirió que podrían tener algunos nuevamente a fines de febrero o principios de marzo —dijo Regulus.
—Tal vez debería intentar pedir algo directamente —sugirió Sirius—. Entonces no tendrías que seguir yendo al callejón Diagon para preguntar por ellos. Debes haber estado allí todas las semanas.
—No hace falta que lo hagas —le aseguró Regulus apresuradamente—. Voy de camino a casa desde el trabajo, y tienen que tener algo tarde o temprano.
—¿Estás seguro?
—Sí, estoy seguro, y sabes que estoy feliz de ayudarte con tus cartas hasta que las cosas se solucionen.
—Gracias, Regulus —dijo Sirius—. Te veré mañana.
Regulus prometió que estaría por la mañana temprano, antes de irse a trabajar, y Sirius se dirigió lentamente hacia el jardín trasero, ansioso por tomar algo de aire fresco después de meses de estar encerrado dentro de la casa.
Mientras deambulaba por el jardín, se dio cuenta de que ni siquiera sabía dónde había sido enterrado Remus. Se preguntó cuáles serían las posibilidades de persuadir a Regulus para que lo averiguara y llevara a visitarlo, y decidió hablar con él al día siguiente.
Sirius soltó rápidamente el brazo de su padre, limpiándose inconscientemente la mano en su túnica.
—Hazlo rápido —ordenó Orion—. Tengo que estar en la oficina en una hora.
—Puedes dejarme aquí —sugirió Sirius—. Puedo encontrar el camino a casa.
—No seas ridículo.
—Puedo ver Grimmauld Place en mi mente —señaló Sirius—. Puedo visualizarlo lo suficiente como para aparecer en casa.
—No quiero oír hablar de eso —argumentó Orion—. Ahora di adiós y te apareceré en casa de nuevo.
—Todavía no veo por qué Regulus no podía traerme aquí —murmuró Sirius.
—Estamos en una isla —explicó Orion—. La única forma de estar aquí es apareciéndose.
—¿Una isla? —preguntó Sirius, esforzándose por escuchar el batir de las olas, pero solo escuchando el sonido del viento.
—Sí. La tumba del hombre lobo está a unos diez pasos delante de ti. Esperaré aquí.
Sirius asintió y caminó hacia adelante, tropezando levemente en el suelo irregular, mientras se dirigía al lugar de descanso de Remus.
—¿Ya estoy allí? —preguntó a su padre.
—Sí.
Sirius ignoró la impaciencia en la voz de su padre mientras caía de rodillas. La hierba todavía estaba mojada por el rocío de la mañana, pero Sirius lo ignoró mientras se inclinaba hacia adelante en busca de una lápida, pero solo encontró aire. Se preguntó si hacía poco que lo habían traído, o si los Lupin simplemente habían decidido no preocuparse de los gastos.
En realidad, estaba un poco sorprendido de que se hubieran molestado en lidiar con la muerte de su hijo. Por otra parte, Greyback tampoco estaba en condiciones de organizar funerales.
Sirius pasó la mano por la hierba. Ahora que estaba aquí, no tenía ni idea de qué decir.
—Oh, Remus —susurró, consciente del hecho de que su padre probablemente todavía estaba al alcance del oído—. Lo siento mucho.
Quería decir más. Quería decir que no era justo que esto le hubiera pasado a Remus. Quería decirle que había recibido la peor clase de castigo a lo largo de su vida, y que este final era demasiado cruel. Quería enfurecerse contra el mundo por entregarle a Remus y luego arrebatárselo de nuevo. Haberlo tenido durante tan poco tiempo era casi más de lo que podía soportar.
Quería gritar y gritar y exigir que Remus le fuera devuelto, pero ahora que estaba allí, todo lo que podía hacer era sollozar en voz baja.
—¿Ya terminaste? —llamó Orion.
—Necesito unos minutos más —logró responder Sirius.
Orion dejó en claro que no estaba dispuesto a esperar más, y Sirius escuchó sus fuertes pisadas en el suelo mientras se acercaba.
—Levántate —siseó Orion—. Nos vamos ahora.
—¡No! —espetó Sirius, volviendo su rostro lejos del sonido de la voz de su padre, con la esperanza de ocultar su rostro manchado de lágrimas.
—¿De verdad estás llorando por ese inútil mestizo? —se burló Orion.
—¡No era inútil para mí! —le gritó Sirius—. ¿No lo entiendes? ¡Él era todo para mí!
—Patético —respondió Orion—. Eres una vergüenza para toda la familia Black. Ahora, dame tu mano y te apareceré en casa.
—Me quedaré aquí —argumentó Sirius—. No hay nada para mí en Grimmauld Place.
—Tu familia no es nada, ¿verdad?
—Déjame en paz.
—Después de todo lo que hemos hecho por ti —continuó Orion—. Eres un Black, un sangre pura, miembro de una de las familias mágicas más antiguas del mundo. Y aquí estás, lloriqueando por la muerte de un mestizo. Eres patético.
Sirius sintió la mano de su padre agarrar su brazo y ponerlo de pie.
—Eres una vergüenza para la familia.
—Entonces, ¿por qué no me echas? —preguntó Sirius, sin importarle de una forma u otra si lo echaban a la calle o no. Después de todo, todavía tenía su piso.
—Le rompería el corazón a tu madre —respondió Orion.
Sirius no recibió ninguna advertencia de que estaban a punto de aparecerse, y un momento después estaba tropezando hacia atrás en los escalones de Grimmauld Place. Extendió la mano para agarrarse a algo, cualquier cosa, para evitar que se cayera. Entonces sintió una mano agarrando su hombro, tirándolo hacia la casa y aprisionándolo una vez más.
—No volverás a mencionar a esa criatura —ordenó Orion, con voz fría y amenazante—. Está muerto y enterrado. Ya te has despedido. Se acabó.
—Crees que puedo apagar mis sentimientos —susurró Sirius, con la voz quebrada—. No voy a dejar de amarlo, y no hay nada que puedas hacer al respecto.
—Ya veremos eso —respondió Orion.
Sirius esperaba que dijera algo más, pero Orion se alejó de él, hacia su estudio, sin decir una palabra. Escuchó el sonido de las llamas de la red flu rugiendo y dio un suspiro de alivio de que se fuera.
Extendió la mano y rozó la pared con la mano. Cuatro pasos hasta la entrada. Otros cinco al pie de las escaleras. Doce escalones y el segundo después de la escalera que chirriaba era más empinada que las otras en casi una pulgada. Contó su camino alrededor de la casa, paseando lentamente por ella, memorizando los números y esperando no romper hoy nada valioso.
Remus todavía estaba dolorido por la última luna llena cuando se dirigió al área del campo donde los prisioneros (todavía se consideraba un prisionero a pesar de que el resto usaba el término residente) se encontraban con sus visitantes.
No necesitaba ver la reacción de sus amigos para saber que se veía como una mierda.
—Te ves terrible —dijo James mientras se sentaba en uno de los asientos.
Remus ignoró su comentario.
—¿Alguna noticia de Sirius?
—Todavía no hay señales de él —respondió Peter—. No ha vuelto al piso desde el accidente, pero tampoco lo han puesto a la venta.
—¿Y su hermano? —preguntó Remus. Regulus podría enviarle un mensaje.
—Ayudaría si supiéramos cómo es —dijo James—. Nunca lo conocimos, ¿recuerdas?
—Lo sé —espetó Remus—. Se parece a Sirius; como todos los hombres de la familia Black. ¿No había nada en el piso con su dirección?
James negó con la cabeza.
—Buscamos por todas partes. Seguimos vigilando el piso tanto como podemos, pero todos tenemos trabajo, y después de todo este tiempo...
Remus no necesitaba que terminara su oración. El significado estaba demasiado claro.
—Incluso hemos intentado llamar a todas las personas llamadas Black que figuran en la guía telefónica de Londres —agregó James.
—¿De verdad? —preguntó Remus con sorpresa.
—Le tomó casi una hora averiguar cómo usar una cabina telefónica pública —murmuró Peter—. Honestamente, es un inútil.
James miró a Peter y suspiró.
—Sin embargo, no tuve suerte. No sabemos si vive en Londres o si tiene uno de estos teléfonos.
—Prueba en Cornualles —sugirió Remus—. Alphard, su tío, dejó a Regulus su casa en la playa. Tal vez hayan ido allí.
—Cornualles —repitió James, asintiendo mientras escribía el nombre en un trozo de pergamino.
—Chloe ya habrá tenido el bebé —dijo Remus—. Creo que salía de cuentas en enero. Deberíamos haber revisado los hospitales cuando dio a luz.
—¿Quizás tengan registros que podamos mirar? —sugirió Peter.
—Probablemente sean confidenciales —señaló James.
—Para eso es la magia —respondió Peter con un bufido de impaciencia.
—¿Algo más que puedas sugerir? —preguntó James.
Remus negó con la cabeza.
—No lo sé. He estado usando la biblioteca de aquí para intentar investigar los hechizos que mantienen la casa oculta, pero no sé cuáles usan los Black, y sin saber cuáles usan, no tengo idea de cómo puedes evitarlos.
—Intentaremos en los hospitales y en Cornualles —prometió James.
—¿Ha respondido a tu última carta? —preguntó Remus—. Quiero decir, ¿ha respondido correctamente?
—Igual que antes —dijo James—. No es su letra y no te menciona en absoluto. Solo la basura habitual de que lo está haciendo bien y no quiere que lo molesten. No responde ninguna de mis preguntas sobre ti. Si no hubiera ofrecido su felicitaciones por mi compromiso y el de Lily, me preguntaría si ha leído alguna de mis cartas.
—No lo entiendo —murmuró Remus.
—Yo tampoco —respondió James—. Por eso quiero hablar con él cara a cara. De todos modos, será mejor que nos vayamos.
—¿No es muy pronto? —preguntó Remus, un poco decepcionado de que sus amigos no pudieran perder más tiempo en quedarse y hablar con él.
—Lily y yo tenemos una boda que planear —le recordó James—. Y Peter necesita ir a trabajar.
—Además, tienes otro visitante esperando verte —añadió Peter—. Sólo dos a la vez, ¿recuerdas?
Remus asintió.
—¿Quién es?
—Alana —respondió Peter—. Sin embargo, no se ve muy bien.
—¿Quizá son cosas tuyas? —preguntó Remus.
Peter negó con la cabeza y se levantó para irse.
—Le diremos que entre. Está al final del pasillo.
Remus no se levantó para ver a sus amigos salir de la habitación, ni les devolvió los abrazos. Simplemente estaba demasiado cansado y demasiado dolorido para hacer mucho más que sentarse en la mesa.
Alana apareció un par de minutos después de que James y Peter se hubieran ido, y Remus vio de inmediato lo que habían querido decir.
—¿Estás bien? —preguntó Remus, haciéndole señas para que se sentara.
Alana asintió y se sentó.
—Me encuentro un poco mal —respondió—. Estoy con un resfriado o algo así.
—¿Estás segura de que eso es todo?
—Sí. Estaré bien. Solo quería comprobar cómo te estaba yendo.
—Estoy un poco adolorido, pero nada que no pueda manejar —le dijo Remus, esperando que no le conociera lo suficiente como para darse cuenta de la mentira—. Deberías irte a casa para cuidarte. Si están enferma, tienes que tener cuidado de no pegárselo a Eve.
—Hay algo más —susurró Alana.
—¿Sobre Rom? —adivinó Remus—. ¿Has averiguado que le pasó? ¿Te lo dijo?
Alana se mordió el labio y no quiso mirarlo a los ojos.
—¿Qué es? —preguntó Remus.
—Rom me pidió que te dijera que dejaras de intentar averiguar qué le pasó —dijo Alana.
—¿Todavía no te dice qué le ocurrió? —preguntó Remus—. Maldita sea. ¿Cómo puede ser tan terco?
Alana resopló y Remus tenía la sensación de que sabía perfectamente cuál terco podía ser. Luego captó la luz de algo en sus ojos, y se dio cuenta de que sabía más de lo que dejaba ver.
—Te lo ha dicho, ¿no? —preguntó, apoyándose en la mesa para agarrar su muñeca.
—No quiere que lo sepas —le dijo Alana—. Lo siento.
—¿Qué puede ser tan malo para que no pueda decirme, pero no tanto como para que pueda decírtelo? —preguntó Remus—. Es mi hermano; tengo derecho a saberlo.
—Dijo que dirías eso.
—¿Qué mas te dijo? —preguntó Remus, todavía sin soltar a la mujer mayor.
—Déjalo ir, Remus —susurró Alana.
—¿Eso es lo que te dijo?
—Sí, y estoy de acuerdo con él —respondió Alana en voz baja—. Te lo dirá a su debido tiempo.
—Excepto que no puede decírmelo, ¿verdad? —espetó Remus—. En caso de que lo hayas olvidado, Rom no puede visitarme. Estoy atrapado aquí por el resto de mi vida, y como van las cosas, eso no será por mucho tiempo.
—¿Qué quieres decir?
—¿A qué me refiero? —repitió Remus—. ¡Mírame, Alana! La luna llena fue hace casi una semana y todavía estoy luchando por moverme. Solía recuperarme en cuestión de horas. Está empeorando y mi tiempo de recuperación es cada vez más largo. Es solo cuestión de tiempo antes de que pase todo mi tiempo entre una luna llena y la siguiente recuperándome. Sólo es cuestión de tiempo antes de que los dos hermanos Lupin te persigan.
—¿Tú también volverías como fantasma?
—Si eso es lo que hace falta para averiguar qué le pasó a Rom, ¡entonces sí! —dijo Remus con frialdad—. Ahora, por favor, si sabes qué le pasó, dímelo. No puede visitarme aquí; nunca sabrá que me lo dijiste.
—Sabrá que rompí mi promesa —susurró Alana—. Lo siento, Remus.
—¡Maldita sea! —espetó Remus, finalmente soltando el brazo de Alana y enterrando su cabeza entre sus manos.
—Lo siento —repitió Alana—. ¿Tienes algún otro mensaje para Rom?
Remus se encogió de hombros.
—Solo que lo extraño, pero ya lo sabe.
—Él también te extraña —le aseguró Alana—. Te visitaría si pudiera. Nada lo mantendría alejado.
—Lo sé —murmuró Remus—. Dile que estoy bien. Dile que este lugar no es tan malo como dicen los periódicos y que volveré a casa antes de que se dé cuenta. Puedes decirle que todavía tengo a James y Peter buscando al hermano de Sirius. Pronto le enviarán un mensaje. Solo…
—¿Solo qué?
—No le digas lo que dije acerca de que las lunas llenas empeoran —susurró Remus—. Solo se preocupará.
—No lo haré.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo.
—Gracias.
Alana se fue y Remus apoyó la cabeza en la mesa, demasiado cansado para siquiera moverse de su asiento. No creía que pudiera tomar muchas más lunas llenas, al menos no sin Sirius a su lado. Miró las marcas de su brazo por su vínculo y soltó un sollozo silencioso. ¿Las promesas que hicieron significaron tan poco para Sirius?
