Todo lo que reconozcáis (y más) pertenece a J.K. Rowling. El resto ya es cosa de mi imaginación.


71. Liderazgo


El hospital olía raro, a exageradamente limpio. Era un olor casi mareante. Estaba lleno de medimagos, sanadores, auxiliares y demás que recorrían los pasillos a paso rápido con aire decidido, mientras en las salas de espera y en los rincones los acompañantes languidecían con actitudes que iban desde desesperanzadas a ansiosas. Bruce estaba en un punto intermedio. Si hubiera tenido que explicarse, habría dicho que estaba nervioso. Golpeaba rítmicamente el suelo con el pie derecho como un acto reflejo, y cuando se daba cuenta de que lo estaba haciendo paraba, solo para descubrirse repitiendo la acción unos minutos más tarde.

Lo único que les habían dicho era que Marlene estaba estable. Había estado en una situación crítica tras el golpe, pero la rápida intervención de los medimagos durante el partido había sido crucial para garantizar su supervivencia. ¿Iba a recuperarse? Sí, por supuesto; no era la primera jugadora de quidditch que sufría una lesión semejante ni sería la última, y a aquellas alturas ya nadie se moría por algo así. Pero lo que no sabían era lo que los medimagos entendían por "recuperación". Podría volver a hacer vida normal, pero ¿podría volver a ser una jugadora de quidditch de élite? ¿Y cuánto tiempo tardaría en llegar a ese punto?

Nadie lo sabía todavía, y por eso estaba ese lunes por la tarde todo el equipo al completo en el hospital, esperando noticias. Por la mañana habían ido al entrenamiento, aunque se habían encontrado con que Little Pete lo había cancelado.

—Sé que nadie se habría concentrado en entrenar hasta que no sepamos algo más de Marlene—les explicó el entrenador cuando llegaron todos al campo—, así que solo os vamos a contar lo que sabemos y ya. Si esta tarde tenemos más noticias, mañana reanudaremos los entrenamientos.

Habían ganado el partido contra los Fighters, por cierto, aunque ese detalle parecía ahora una minucia. El partido había durado apenas una hora más, y aunque los Fighters les habían recortado una buena distancia al jugar con un cazador más, Danny había capturado la snitch sin florituras, sin apenas llamar la atención y sin celebrarlo. Danny ya se había posado sobre el césped y empezado a andar hacia los vestuarios cuando el árbitro y los comentaristas se dieron cuenta de que había acabado el partido. Seguían líderes empatados con los Thunderers, pero por primera vez en todo el año, no parecía importante.

Llevaban todos casi tres horas allí en el hospital, esperando a que les dijeran algo, pero todavía seguían sin novedades. A la hora y media había salido el marido de Marlene de su habitación, y había sido el único que les había prestado algo de atención; mientras que todo el personal del hospital se había limitado a esquivar sus preguntas y a rogarles que se mantuvieran en esa ala del edificio, Jordan Mills les había saludado a todos personalmente y les había contado todo lo que sabía:

—Llevan haciéndole pruebas desde el momento en el que llegó ayer—dijo con voz cansada—. Se ha despertado un par de veces, la última sobre la una de la tarde, pero la han vuelto a dormir para continuar con los test. En un rato deberían acabar y tener algunos resultados. Si seguís por aquí, os mantendremos informados.

Era la primera vez que Bruce veía al marido de Marlene en persona, y tenía que admitir que su primera impresión de él había sido más buena de lo que se había esperado. Jordan Mills era el subdirector del Departamento de Transporte Mágico del Ministerio, y era un hombre atractivo, alto y delgado, de corto cabello negro, ojos castaños, barba corta y bien cuidada y piel clara, muy poco morena para aquellas alturas del verano, como si pasara mucho tiempo en el interior trabajando. Vestía con una camisa y unos pantalones muggles muy formales, aunque algo arrugados, lo que sugería que había pasado la noche en el hospital. Era un hombre importante, aunque no parecía el mismo snob que era Marlene. Tal vez, como político, era mejor disimulando sus opiniones sobre la gente de otras clases; o tal vez estaba suficientemente preocupado como para no pensar en eso en aquellos momentos. Si no era alguna de las dos cosas, Bruce no entendía cómo podía estar casado con Marlene.

Pero hacía ya una hora y media desde que habían visto a Mills, y seguían sin saber nada. Gente iba y venía, los dos mismos sanadores entraban y salían constantemente de la habitación de Marlene, y nadie respondía a sus preguntas de si faltaba mucho. Kyle, Jane y Rick se habían ido a comer algo a la cantina del hospital, pero Bruce había preferido no acompañarlos. Un puñado de jugadores famosos de quidditch llamarían mucho la atención en un lugar así, y por alguna razón les habían pedido ya que no se movieran del área de Accidentes Provocados Por Desplazamientos. A Bruce no le apetecía destacar en un momento así.

De repente, la puerta de la habitación se abrió, y por ella asomó la cabeza de uno de los sanadores que les había ignorado olímpicamente toda la tarde: era un hombre joven y muy delgado, de fino cabello castaño y con gruesas gafas que le resbalaban sobre el puente de la nariz.

—¿Pete Dalzell y Caitlin Rhodes? —el sanador buscó con la mirada a los dos—Si sois tan amables, nos gustaría que nos acompañarais dentro.

El entrenador y la directora deportiva miraron al presidente del equipo, casi como si tuvieran que obtener también su permiso para entrar sin él. Manuel Gerber asintió con la cabeza, pero Zoe se puso en pie de un salto.

—¿Puedo entrar yo también? Soy su preparadora física—dijo Zoe con ansiedad—. Me gustaría escuchar vuestra opinión de primera mano.

El sanador dudó por unos segundos, pero al final aceptó a Zoe también, y los tres entraron en la habitación cerrando firmemente la puerta tras de sí.

—No os preocupéis, seguro que todo estará bien—dijo Jill, tratando de levantar los ánimos de todo el mundo—. En un rato saldrán y nos lo explicarán todo.

Y ciertamente, no tuvieron que esperar mucho para tener novedades, porque solo un minuto después de que Pete y las dos mujeres entraran, se empezaron a oír gritos provenientes de la habitación cerrada. Y no eran gritos cualquiera; todos conocían perfectamente la voz furiosa de Marlene:

—¿¡…CÓMO QUE DOS MESES!? ¡No puedo estar fuera dos meses…! ¡Es una locura! ¡Tenemos la CITOQ! ¡No podéis jugar la CITOQ sin mí! ¡PETE, DILES QUE NO PUEDEN HACERME ESTO! ¿¡Cómo van esos idiotas a poder ganar algo sin mí!? ¡Imposible! ¡No tiene ningún sentido! ¡El equipo no va a conseguir nada…! ¿¡Por qué demonios no voy a poder volar!? ¡Es solo un maldito golpe en la cabeza!

Como aspecto positivo, Marlene debía encontrarse relativamente bien para poder gritar con aquella potencia y sin perder el aliento. Como aspecto negativo, si lo que gritaba Marlene era cierto, el futuro de los Warriors acababa de ensombrecerse de golpe. Dos meses sin Marlene, como mínimo. Dos meses sin su mejor jugadora; solo sería peor si hubieran perdido a Danny, porque buscadores fiables eran todavía más difíciles de encontrar. Pero dos meses sin su cazadora estrella…

Bruce vio las caras pálidas de sus compañeros; Jane, Kyle y Rick habían elegido precisamente ese momento para volver, y ellos también se habían quedado atónitos escuchando las noticias. Hizo los cálculos mentalmente. Dos meses. Eso significaba que se perdía con total seguridad las semifinales de la CITOQ, partido para el cual quedaban trece días. Y con respecto a la tercera ronda de la Liga… no recordaba exactamente el calendario, pero sabía que había al menos dos semanas sin partido por entremedias, y aún así se perdería como mínimo cuatro o cinco partidos. Si todo iba bien y tenían mucha suerte, puede que se recuperara a tiempo para el partido contra los Thunderers, pero aún y así… podría ser muy arriesgado ponerla a jugar en un partido a vida o muerte justo tras volver de una lesión tan complicada.

Eso, asumiendo que por un casual todavía siguieran en la pelea por la Liga, claro. Algo que se acababa de poner muy cuesta arriba.

Escucharon más gritos durante un buen rato, aunque pronto empezaron a mezclarse con silencios, en los que Bruce supuso que alguien dentro de la habitación hablaba con un tono más calmado. Unos minutos más tarde los gritos se apagaron definitivamente, y todavía tuvieron que esperar un poco más hasta que Little Pete, Rhodes y Zoe salieron de la habitación con gesto sombrío acompañados por los dos sanadores, que se despidieron rápidamente de ellos.

Con un suspiro cansado, fue Little Pete quien tomó la palabra:

—Como supongo que habréis oído, Marlene va a estar fuera durante dos meses como mínimo. Físicamente está bien. Los huesos se han unido sin problemas y el dolor desaparecerá en cuestión de días, y ha tenido mucha suerte. Los sanadores dicen que si en lugar de golpear el aro con la frente lo hubiera hecho con la nariz, habría sido muy probable que le hubieran quedado secuelas permanentes y daños cerebrales. Por fortuna no ha sido así, aunque eso no quita que ha pasado por una situación muy delicada. Ahora está bien, pero hacer cualquier esfuerzo en las próximas semanas pondría en peligro su salud, de ahí que le hayan prohibido volar en dos meses. Permanecerá unos días más en observación y a final de semana volverá a su casa. Por lo que respecta a vosotros, jugadores, mañana entrenamos a la hora de siempre. Antes de que alguien pregunte qué va a cambiar, ya os digo que no lo sé. Es algo que tenemos que discutir ahora en los despachos, y ya os informaremos de las novedades en su debido momento. Por ahora, id a vuestras casas, descansad y preparaos bien. Hemos perdido a Marlene temporalmente, pero eso no quiere decir que vayamos a tirar todo el trabajo de esta temporada por la borda. Así que mentalizaos: nos esperan unas semanas duras, y tenemos un partido vital en dos semanas. Eso es todo por ahora. Anda, fuera de mi vista. Todos a casa.


Las repercusiones de la larga lesión de Marlene iban a ser grandes, o más bien enormes. Para empezar, a la mañana siguiente el Australia Today titulaba "NEESON-MILLS FUERA: DOS MESES EN BLANCO PARA LA ESTRELLA" y un artículo de opinión, "¿PODRÁN LOS WARRIORS SOBREVIVIR SIN MARLENE?", acompañaba la noticia. Y eso solo era el principio. En los próximos días la presión de la prensa iría empeorando, a medida que pasaran los días y se acercara el partido de la CITOQ contra los Ruapuke Merrys. La tensión iría subiendo, y todo el mundo querría saber cómo los Warriors iban a enfrentar ese partido sin su mejor jugadora. La verdad, Bruce tampoco habría sabido qué decir a los periodistas si le hubieran preguntado. Durante los dos días posteriores al diagnóstico de Marlene, los entrenamientos habían sido normales; como era de esperar, más intensos y con más nervios y centrándose mucho en lo que sabían de los Merrys, pero sin noticias por parte de nadie de la gente importante del equipo que les dijera qué iban a hacer para compensar la pérdida de Marlene. Sin ella, el equipo se reducía a solo ocho jugadores, con solo un suplente para la posición de guardián. No era especialmente problemático por sí solo, teniendo en cuenta la de semanas libres que quedaban en los meses siguientes. El problema estaba en que era Marlene quien faltaba. Rachel, Bruce y Tommy solo habían jugado juntos en un partido, y había sido contra un mal rival. Cómo les iba a ir contra todos los demás equipos de la Liga, era algo que estaba por ver. Sin un solo recambio, y si las cosas iban mal en algún momento… podrían ser unos dos meses muy largos.


Cuando el miércoles por la tarde Bruce fue a entrenar solo, oyó desde el pasillo de las oficinas unas voces airadas discutiendo acaloradamente. Tardó unos segundos en descifrar a quienes pertenecían: Little Pete, Manuel Gerber y Caitlin Rhodes, que estaban en el despacho de esta última. La puerta estaba lo suficientemente entreabierta como para poder escuchar con claridad desde el pasillo, y Bruce, aunque suponía que no debía espiarles, no pudo evitar quedarse plantado frente a la sala del túnel evanescente. Solo quería saber un poco más de lo que estaba pasando; todos los jugadores estaban inquietos por la falta de información sobre los próximos planes del equipo. Si tan solo pudiera averiguar algo…

—¿…y si no qué sugieres que hagamos? —estaba diciendo Rhodes—Ya ha quedado claro que así no podemos aguantar lo que queda de temporada, y se nos agotan las opciones. Y todos los demás ya nos han dicho que no. No encontraremos a nadie que acepte por esa vía.

—¿Pero cómo es posible que no hayas conseguido ni un solo sí? —replicó Manuel Gerber, claramente enfadado—¿Es que no has sabido mostrarles lo que hay en juego? Es la CITOQ, y probablemente una Liga…

—¿Insinúas que no sé hacer bien mi trabajo?

—Claro que Rhodes se lo habrá dejado claro—intervino Little Pete, en un tono que aunque intentaba ser tranquilizador, sonaba bastante cansado—, pero ¿quién iba a aceptar? A estas alturas de la temporada, todos los equipos tienen sus propias metas. Nadie va a abandonar eso por venir a jugarse la piel con nosotros durante dos meses, para tener que volver a su equipo en cuanto Marlene se recupere y puede que allí ya se haya acabado lo importante de su temporada. Su reputación profesional quedaría muy mermada.

—¿Y si les ofrecemos quedarse hasta el final de temporada? ¿No solo los dos meses? —insistió Gerber.

—Todavía peor—bufó Rhodes—. Eso es dejar tirado al equipo completamente a las puertas de la recta final. Por muy pocos escrúpulos que tenga un jugador, hacer eso en este momento del año es caer muy bajo. Yo ni me fiaría de alguien que accediera a eso. Podría hacernos lo mismo a nosotros a la mínima ocasión.

—¿Y entonces qué? Un novato de los campamentos tampoco nos sirve. Tú lo has dicho, Pete, no yo. Necesitamos un líder. Un crío sin experiencia no va a ser un líder.

—En eso tienes razón, pero es que no quiero conseguir un líder ahí. Quiero un chico que aprenda rápido, nada más. Quiero un suplente decente, no podemos aguantar todo lo que queda con solo tres cazadores. Por Merlín, ni siquiera podemos entrenar bien con tres cazadores.

—¿Pues de dónde quieres sacar el líder que quieres? Ya sé que Rachel es muy buena, pero como segunda. No tiene madera para tomar decisiones clave en el campo. Tommy está muy verde; no le confiaría ni que cuidara de un puffskein. Y Vaisey no tiene la actitud.

Hubo un breve silencio en el despacho, algún gesto que Bruce se perdió. Y entonces, Gerber volvió a hablar:

—Oh, vamos. No creeréis que…

—Puede que Vaisey no tenga la actitud clásica de un líder sobre el campo, pero tiene la cabeza de uno—explicó Little Pete—. Es de reacciones rápidas, es como si tuviera una biblioteca perfectamente ordenada de jugadas en la cabeza, y tiene una visión espacial del campo excelente. Ante la situación actual, creo que lo más lógico es darle una oportunidad.

—Ya ejercía en ocasiones de líder en Estados Unidos—intervino Rhodes—. El estilo ahí es diferente y no suelen tener un líder claro, pero en los partidos importantes ocupaba una posición similar. Y eso le llevó a ser el mejor jugador del país. Estoy con Pete en esto.

—¿ De verdad creéis que es sensato darle una oportunidad precisamente ahora? —Manuel Gerber sonaba incrédulo—Jugamos contra los Merrys en diez días, no contra los malditos Finders.

—Honestamente, está muy lejos de ser el partido ideal de prueba, pero no nos queda otra opción—suspiró Pete.

—¿Y te parece que Rachel va a aceptar órdenes de Vaisey sin rechistar?

—Conociéndola, creo que sí. Rachel siempre va a favor de lo que beneficie al equipo y es muy consciente de sus capacidades, y lo que puede y no puede hacer.

—Y si no, siempre podremos amenazarla con sustituirla por quién sea que saquemos de los campamentos—añadió Rhodes.

Se hizo el silencio dentro del despacho, y en ese momento Bruce vio un leve movimiento en el límite de su campo se visión; se giró rápidamente y vio a Jill de pie unas puertas más allá, frente a su propio despacho, mirándole fijamente, y se sintió culpable por que le hubiera pillado espiando. ¿Cuánto tiempo debía llevar Jill allí?

Jill le dirigió una leve sonrisa y le hizo una seña para que la siguiera al interior de su despacho, y Bruce obedeció. De todos modos, la conversación parecía estar acabando ya:

—Vale, Rhodes, pues entonces quiero tener aquí al mejor cazador que encuentres en los campamentos antes de que acabe el viernes.

Bruce entró en el despacho de Jill y la puerta se cerró tras él con suavidad. Ella ya se había movido hacia la tetera, y tras un toque de varita, esta empezó a echar vapor rápidamente.

—En realidad no tenía intención de escuchar—Bruce sintió la necesidad de excusarse, aunque Jill no hubiera dicho nada—, pero la puerta ya estaba abierta, y estaban hablando tan alto, que no he podido evitarlo…

—Tranquilo, Bruce, no quiero que te justifiques. Es lo más normal del mundo. Después de todo, yo también les estaba escuchando—Jill le lanzó una sonrisa cómplice, y un segundo más tarde le entregó una taza de té caliente—. ¿Y quién no lo haría? Esta semana las cosas han estado un poco tensas por aquí, y todos estamos esperando a ver cómo se resuelve. Parece que esos tres ya se están aclarando, y eso es una buena noticia. Sobre todo para ti, ¿no? Me ha parecido entender que vas a tener algo parecido a un ascenso.

Bruce asintió con la cabeza despacio, todavía procesando lo que había oído y los sentimientos que eso le estaba causando.

—En ningún momento se me había ocurrido la posibilidad de que la lesión de Marlene hiciera que yo… Es decir, lo lógico habría sido que la posición de más responsabilidad pasara a Rachel, por cuestión de antigüedad. No había pensado que pudieran tener otras cosas en cuenta.

—¿Pero estás de acuerdo? —le cuestionó Jill—¿Sobre eso de que Rachel no tiene la aptitud necesaria para la posición, pero que tú sí?

Bruce dudó, sopesando lo que sabía. Rachel era una cazadora excelente, de eso no había duda, y sin embargo… era una persona que huía de las responsabilidades. Solo era capaz de tomar decisiones cuando el partido estaba ya claramente a su favor, y muy raramente incluía movimientos originales en su juego.

—Creo que sí—acabó diciendo Bruce—. En cuanto a Rachel, no la he visto tomar una sola decisión sobre el campo en todo este tiempo. Cumple órdenes perfectamente, pero a la hora de mandar ella… En el único partido que jugamos sin Marlene estuvimos haciendo todo el rato lo que Little Pete decía, no hubo ninguna idea suya. En cuanto a mí, no lo sé. En Estados Unidos es diferente, ahí no hay un cazador líder; ahí los tres están más igualados y las decisiones las toma el cazador que primero vea una jugada clara. Sí que es verdad que mi ex entrenador a veces me pedía que adoptáramos un poco más el sistema del líder para algunos partidos y nos fue bien, pero… Aquí es muy diferente.

—Comprendo. Es normal tener dudas, Bruce. Es un cambio inesperado que va a generar todavía más cambios, pero debes tener confianza. En ti mismo y en tus capacidades. Pete ha visto en ti el potencial de lo que puedes hacer, y es muy bueno en su trabajo. Raramente se equivoca, y no creo que lo haga en esto…

La puerta se abrió repentinamente, y fue Little Pete el que se asomó por ella. De inmediato, a Jill empezaron a brillarle los ojos, y el gesto de Pete se suavizó y sonrió abiertamente. Genial. Habían vuelto a sumirse en su película romántica adolescente habitual. Little Pete recuperó un poco la compostura cuando dejó de mirar a Jill y se fijó en Bruce, pero él ya se había dado cuenta de que sobraba allí.

—No sabía que tenías compañía esta tarde, Jill—comentó el entrenador.

—Bruce y yo solo estábamos charlando un poco.

Bruce asintió con la cabeza, y dejó rápidamente la taza medio vacía de té sobre la mesita más cercana y recogió su escoba y su mochila de deporte, que había dejado contra el sofá.

—En realidad yo había venido a entrenar, aunque no he podido resistirme a un té—mintió pésimamente, aunque no creía que a ninguno de sus interlocutores le importara su excusa—. Tengo que irme ya o se me hará tarde.

—Muchas gracias por la compañía, y suerte con el entreno—le deseó Jill.

Little Pete le miró en silencio unos instantes, como si no supiera exactamente qué pensar o qué decir de su marcha precipitada.

—¿Vaisey? —le acabó llamando finalmente—Si no te es mucha molestia, me gustaría que mañana por la mañana llegaras media hora antes al entrenamiento. Hay ciertas cosas que tengo que hablar contigo y preferiría hacerlo a solas.

—Claro, entrenador—aceptó Bruce—. Nos vemos mañana.

Salió de ahí y se fue directo al campo. El vigilante del túnel evanescente no era Larry, así que saludó ausentemente al encargado de turno y pasó las dos horas siguientes sumido en su mundo, reflexionando sobre lo que acababa de escuchar. Era una responsabilidad increíble que, en ausencia de Marlene, fueran a hacerle líder de los cazadores, y obviamente le preocupaba no estar a la altura de lo que se esperaba de él. Qué demonios, su primer partido iba a ser contra los Ruapuke Merrys, y por lo que había oído de ellos, lo más probable era que no saliera bien parado de esa. Menudo inicio iba a ser.

Pero por otro lado, la libertad que le ofrecía esa posición… Podría llevar a cabo muchas ideas que a Marlene nunca se le ocurrían. Podría arriesgar. Podría cambiar muchas cosas… y eso sonaba de maravilla.

Cuando llegó a casa no le dijo nada a Danny, aunque ella le notó raro y le preguntó al respecto, pero esquivó la pregunta. De todos modos, se enteraría al día siguiente, y él todavía no estaba listo para discutir las repercusiones con nadie más.

Por la mañana, Little Pete le dijo exactamente lo que ya se había imaginado. Le elegían para ser cazador líder por sus aptitudes, su habilidad para tomar decisiones rápidas, creatividad y demás. El entrenador sabía que era una posición difícil y exigente, más para alguien como él que nunca la había ocupado y venía de un sistema diferente, pero era su mejor opción dadas las circunstancias.

—Y no es que haya sido la única opción, Vaisey, sino que hemos estado barajando varias y esta, aunque va a ser difícil, creemos que es la mejor—le dijo Little Pete con seriedad—. Todos confiamos en ti. Sabemos que serás capaz de esto, porque tienes lo necesario para hacerlo.

Claro, aquello no le ponía ninguna presión en absoluto, pensó Bruce irónicamente, pero no dijo nada. Sabía que no era del todo cierto, porque como mínimo Manuel Gerber no las tenía todas consigo respecto a todo aquel asunto. Aunque el presidente nunca había parecido confiar en él del todo, así que tampoco le sorprendía demasiado.

El resto del equipo llegó un rato más tarde y entonces Little Pete les contó las novedades, incluyendo que Caitlin Rhodes estaba buscando un cuarto cazador en los Campamentos, pero que probablemente no tendrían a nadie con ellos hasta el lunes.

Las reacciones de sus compañeros al ascenso de Bruce fueron generalmente de sorpresa, pero la única que le importaba a él era la de Rachel. Le preocupaba que se lo tomara mal y le guardara rencor por ello, pero sus preocupaciones desaparecieron en cuanto el entrenamiento empezó, ella se acercó y Bruce trató de disculparse:

—¿Bromeas, Vaisey? —dijo ella, meneando la cabeza con aire divertido—No tienes que preocuparte por eso. Lo bueno del quidditch es no pensar en nada; ser la líder le quita toda la gracia al asunto. Gracias a Merlín que no me han hecho serlo a mí, y menos mal que te han elegido a ti y no a Tommy. Puede que así hasta tengamos opciones de ganar. Piensa que los Merrys nos habrán estudiado como equipo a las órdenes de Marlene, y en su defecto, pensarán que lo lógico sería que yo ocupara su puesto. Poniéndote a ti… ¿quién sabe? Puede que el factor sorpresa sea suficiente.


Esa tarde Danny quiso hablar sobre la noticia. Estaba muy emocionada y muy contenta por él, aunque también le preocupaba que la presión fuera demasiada. Adivinó que ya se había enterado de algo la tarde anterior, así que Bruce tuvo que narrarle la conversación que había espiado en las oficinas, y Danny rumió a qué se podía deber el aparente rechazo de Manuel Gerber.

—Bueno, Gerber es un buen presidente, pero es verdad que es bastante intransigente—opinó Danny—. Es una de esas personas para las que todo es blanco o negro. La mitad de su familia está involucrada en gestión de equipos de quidditch y la otra mitad son altos cargos del Departamento de Justicia del Ministerio, así que ya te puedes imaginar… Y tú vienes de un lugar con mala reputación ya en el colegio, y eso no se le va a olvidar por muchas cosas buenas que hagas. Conmigo sería igual si averiguara de dónde viene mi familia. Es de la opinión que toda la gente del mar son unos asesinos irracionales.

Siguieron hablando un rato más, sobre como cambiaría al equipo la nueva posición de Bruce, qué sería lo primero que podría probar como líder, lo silenciosos que eran los entrenamientos sin Marlene insultando a todo el mundo como pasatiempo, cómo sería el cazador que elegiría Rhodes…

Y de repente, una carcajada atronadora en el marco de la ventana les avisó de la presencia de Warrior. Los dos dieron un salto involuntario de sorpresa en el sofá, lo que un segundo después tranquilizó un poco a Bruce: ni siquiera habiendo pasado toda la vida viviendo en Australia se acostumbraba uno a las apariciones sorpresa de las cucaburras. Bruce se acercó a ella y desenganchó un manojo de cartas de una pata. Warrior últimamente hacía eso, desaparecía por varios días y al volver, llevaba siempre un montón de cartas. Parecía haber decidido que no le valía la pena ir y volver constantemente al Ministerio a por su correo internacional, y esperaba varios días para traerle un buen montón de correspondencia. Bruce buscó algo de comida para el animal en la estantería cercana, y en cuanto se lo hubo tragado, Warrior se alejó volando hasta el árbol del jardín, donde se posó en una rama baja y se puso a reír otra vez. Cerró la ventana y volvió con el correo al sofá.

Estaban las cartas habituales. Theodore, Tracey, Jason y Lily, los dos primeros escribiendo juntos. Un sobre grueso de parte de Cho, que parecía lleno de más pergaminos que firmar; no tenía pinta de contener las llaves de su casa todavía. El último número de la Quidditch International. Rud Harper también le había escrito, y Clark Hawthorne también; apostaría cualquier cosa a que el último le pedía una entrevista la próxima vez que pusiera un pie en Estados Unidos. Otro sobre llevaba la marca del Departamento de Deportes Mágicos del Ministerio de Reino Unido; era muy probable que fueran los procedimientos a seguir para continuar con la reserva de entradas para la Eurocopa de ese verano, algo que Bruce llevaba un tiempo esperando. Y las tres últimas eran invitaciones de boda.

Tres. Ni más ni menos que tres. Bruce no sabía que tenía tantos conocidos con tantas ganas de casarse. ¿Cuándo había entrado en la edad en la que todo el mundo empezaba a casarse? Aunque le interesaban mucho las otras cartas, las tres invitaciones habían atraído más su curiosidad en aquellos instantes; se esperaba todo lo demás, pero no eso. Cogió la primera y Danny se pegó a él con interés.

Era Maureen Tofty. Maureen se casaba con Adrian Pucey, y si bien Bruce sabía que esos dos estaban juntos desde hacía siglos (desde al menos el último año de Maureen en Hogwarts, por lo que recordaba), no sabía que fueran tan en serio. Suponía que era normal que eso pasara con Maureen; sabía tantas cosas sobre todo el mundo que se las arreglaba para que su vida personal quedara en un segundo plano y nadie la incomodara por ello. Era una cualidad que Bruce siempre había envidiado en cierto modo. Siempre caía bien y todo el mundo la conocía, pero nadie cotilleaba nunca sobre sus asuntos privados, y Bruce no sabía como conseguir eso. En cuanto a Adrian, bueno, Bruce no había llegado a coincidir con él en el equipo de quidditch, pero le conocía de simplemente estar en la misma Casa durante años. No habían sido especialmente cercanos en ningún momento, pero Adrian había sido de los chicos mayores más simpáticos con los jóvenes, y uno de los Slytherin más agradable que conocía. Bruce recordaba como Adrian y su amigo el prefecto, Jake Flinton, le habían ayudado a elegir sus optativas para tercero cuando él no tenía ni idea de qué escoger. No había visto con mucha frecuencia a Maureen y Adrian como pareja, pero se alegraba por ellos. La boda era a finales de mayo… justo antes de que empezara la Eurocopa, y después de que acabara la Liga. Podría arreglárselas para ir.

En la segunda los dos protagonistas eran sus compañeros de curso y Casa, Ludwig Rosier e Ingrid Warrington. Eso le dio una idea sobre por qué también le había escrito Rud Harper: Harper había estado enamoradísimo de Ingrid durante unos dos largos años en Hogwarts, aunque ella nunca había estado interesada en él, pero sí que le había besado una vez. Como durante gran parte de su vida en Hogwarts Harper había decidido unilateralmente que por alguna extraña razón ellos debían ser buenos amigos, Bruce sabía con bastante seguridad que Harper todavía no había superado del todo a Ingrid, y su carta debía ir sobre ella. En lo que a la pareja respectaba, Bruce nunca había sido muy cercano con ellos. Durante muchos años habían sido demasiado extremistas para su gusto, en especial Ludwig, lo que no era de extrañar teniendo la familia que tenía. Después habían tomado ciertas decisiones cuestionables, y con el fin de la guerra sus posturas se habían suavizado un poco y Bruce había empezado a tener una relación cordial con ellos, aunque nunca les habría llamado amigos. Si le habían invitado a su boda, eso quería decir que habrían invitado al resto del grupo de Slytherin de su año, y teniendo en cuenta que el evento se celebraba en la villa de verano de los Rosier en Francia, probablemente acudiría la mitad de los integrantes de Slytherin de los últimos cincuenta años. No sabía si le apetecía ir algo así… aunque por otro lado, una reunión con tantos de sus compañeros de Casa sería un evento curioso. Iba a ser en julio, después de la Eurocopa, así que aún tenía tiempo para pensárselo.

La tercera le invitaba a la boda de Astoria y Malfoy, y Bruce no pudo evitar soltar una carcajada.

—¿Qué pasa con esta? —le preguntó Danny con curiosidad.

—Nada, solo que salí con Astoria un tiempo. No salió adelante, pero seguimos teniendo una buena relación. La cuestión es que Astoria es de esas chicas que toda la vida ha sabido cómo quería que fuera su boda. Me imagino a Malfoy pidiéndole matrimonio, y a ella aceptando y sacando su cuaderno de boda de inmediato, lista para empezar los preparativos…—Bruce escaneó la invitación rápidamente y encontró la fecha que se esperaba—para su boda en diciembre, justo después de Navidad.

Esa había sido la que menos le había sorprendido de todas. Era la pareja que menos tiempo llevaba junta, sí, pero sabía que si Astoria estaba con Malfoy después de todo lo que había pasado, era porque le quería de verdad.

Sería una celebración grandiosa, y Bruce tenía que admitir que tenía curiosidad por ver la famosa mansión de los Greengrass. Había oído hablar de sus espectaculares jardines y se rumoreaba que tenían una colección de arte que nada tenía que envidiar a los museos más famosos del mundo. Finales de diciembre… Puede que tuviera que pelear un poco con Daisy para asegurarse de no tener ningún trabajo con Armory. Con un poco de suerte, hasta podría librarse de sus malditas fiestas navideñas.


Fue el domingo por la mañana cuando por fin se decidió. Danny se había ido pronto para pasar el día con sus padres, y eso fue lo que le dio las fuerzas necesarias para aparecerse en Canberra y, armado con un mapa de la ciudad, ponerse a buscar la casa de su madre. Tuvo que caminar durante un rato, pero no fue difícil encontrarla. Estaba en las afueras, en un tranquilo barrio de viviendas unifamiliares rodeadas de setos altos y jardines verdes y rebosantes de flores. Era una casa pequeña, de dos plantas, con macetas con flores rojas en las repisas de las ventanas abiertas. Se oía música en el interior; parecía un piano. Estuvo dudando durante unos largos minutos frente a la verja de entrada, súbitamente indeciso y preguntándose en qué momento aquello le había parecido una buena idea. Pero acabó diciéndose que estaba comportándose como un estúpido y respiró profundamente, se armó de valor, atravesó la verja y el jardín y llamó a la puerta.

Le abrió un hombre alto, de cabello castaño veteado de gris y con entradas, con ojos verdes escondidos tras unas gafas plateadas. Le miró con curiosidad por un momento, como si se preguntara qué estaba haciendo allí o si se habría perdido, hasta que claramente le reconoció y su leve sonrisa se desvaneció.

—Eres Bruce—le dijo el hombre. No fue una pregunta.

—Sí. Y tú debes ser Leonard.

Leonard asintió brevemente con la cabeza.

—¿Qué haces aquí?

—He venido a hablar con Alexandra.

El hombre tardó un poco en volver a asentir, y le invitó a pasar al interior.

Era una casa que a primera vista parecía normal, pero a poco que uno se fijara en los detalles, descubría todos los elementos mágicos que había disimulados. Las fotografías pequeñas se movían. Aquella planta era definitivamente mágica. Los guantes de jardinería colgados despreocupadamente de un gancho eran sin duda de piel de dragón. Había un pequeño caldero junto a la entrada de la cocina, y muchas más velas que en un hogar corriente. En la chimenea había un pequeño fuego a pesar del calor aplastante del verano, y un cuenco de polvos flu reposaba encima. Junto a la chimenea había un piano y su madre lo estaba tocando, practicando; debía ser un hobby reciente o se le daba definitivamente mal la música, porque la verdad era que no sonaba demasiado bien. Sin embargo, lo dejó de inmediato cuando vio a Bruce y Leonard entrar en el salón, y palideció.

—Bruce…—dijo en un susurro—¿Qué estás haciendo aquí?

Él se removió, incómodo. Ya le habían hecho esa pregunta dos veces en menos de un minuto. Tal vez había sido una mala idea después de todo.

—Dijiste que querías hablar conmigo, ¿no? Lo he estado pensando, y para eso he venido. Para que te expliques, si quieres.

El salón se sumió en un profundo silencio, y por un rato su madre no le miró a él, sino a Leonard. Tuvieron algo parecido a una charla sin palabras, y finalmente su madre se puso en pie con claro nerviosismo.

—Claro que quiero, Bruce.

—Estaréis más cómodos en el porche—intervino Leonard—. Podéis ir ahí, ahora os traeré algo para comer.

Su madre musitó un "Gracias" e hizo gestos para que le siguiera al exterior, al otro lado del salón, donde una puerta de cristal daba a un pequeño jardín y a un porche, donde unos cuantos sillones de madera con mullidos cojines descansaban a la sombra. Su madre se sentó en uno de ellos y le invitó a hacer lo mismo, y Bruce obedeció.

Hubo un silencio incómodo durante un largo minuto. Bruce, que no quería hablar primero, se dedicó a observar el jardín. Le recordaba a los invernaderos de Hogwarts; reconocía muchas plantas de haberlas estudiado en Herbología. Le parecía curioso que su madre ahora viviera en un lugar así. En su casa en el callejón Diagon nunca había habido mucho espacio para plantas.

—No sé por dónde empezar—acabó confesando su madre—. No me esperaba que aparecieras.

—Le diste tu dirección a Danny—replicó él—. Debías esperarte que cambiara de opinión y acabara viniendo.

—Al principio creía eso—admitió—. Pero ha pasado tanto tiempo… Cuando acabaron las Navidades perdí la esperanza. Creí que si el ambiente navideño no te hacía venir, nada lo haría.

—Durante gran parte de mi vida no he estado muy entusiasmado por la Navidad. No he tenido muchas Navidades hogareñas—respondió ácidamente.

El silencio les rodeó de nuevo, hasta que su madre suspiró.

—Tienes razón. Lo siento. He sido una persona horrible. Creo que voy a empezar por el principio…

Y efectivamente, su madre empezó por el principio, por cuando ella y su padre se conocieron, y siguió hablando mucho tiempo. Bruce escuchó. En cierto momento, Leonard les sacó agua y un trozo de tarta de limón para cada uno; Bruce tardó unos minutos en reconocerla como la tarta de limón casera que su madre hacía cuando él era pequeño. Hacía siglos que no probaba una tarta de limón… Pero sabía como siempre.

Al principio, su relación había sido perfecta. Separados por unos pocos años en el colegio, se conocieron, se enamoraron y comenzaron a salir. A ella no le gustaban algunos de sus amigos: le parecían muy siniestros. Pero Amadeus Vaisey no era como ellos, y la tranquilizaba diciendo que en realidad no eran sus amigos, pero eran gente poderosa, y siempre era conveniente estar en buenos términos con la gente con poder.

La guerra se puso más fea cuando salieron de Hogwarts. Alexandra empezó a trabajar como secretaria en el Ministerio, Amadeus encontró trabajo en una tienda del callejón Diagon cuyo anciano propietario estaba buscando un ayudante y posible sustituto al frente del negocio. Amadeus no tardó en ganarse la confianza del viejo, y pronto comenzó a usar la trastienda para facilitar los encuentros secretos de sus amigos, aquellos que en privado se llamaban entre sí mortífagos. Amadeus no era uno de ellos, pero estaba de su lado; Alexandra no, y le repugnó descubrir lo que hacía. Pero él le aseguró que estaba todo controlado: solo les estaba proporcionando un lugar de reunión discreto, algo que les pondría en una posición favorable si El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado, que estaba ganando mucho poder, ganaba la guerra, pero que no sería culpable de nada si la revolución fracasaba. Ella le creyó. Después de todo, estaba enamorada de él, y parecía tan seguro de sí mismo…

El embarazo de Bruce fue un poco por accidente, puesto que no lo estaban buscando y ella no quería traer a un bebé al mundo en medio de una guerra, pero les animó a los dos. Era un poco de felicidad en un país caótico donde casi a diario morían personas en ambos bandos. Dejaron de hablar de la guerra; no les gustaba a ninguno de los dos y de todos modos, tenían muy claras sus opiniones. Cuando Bruce nació, el bebé se convirtió en su mundo. Ocho meses más tarde la guerra terminó, y aunque Alexandra temió represalias por las actividades de Amadeus, nada pasó.

Durante unos pocos años, todo fue casi perfecto. La vida volvió a la normalidad y el niño era una maravilla. Pero poco a poco, el descontento de Amadeus fue aumentando, y sus quejas por las noches, cuando el niño no escuchaba, fueron subiendo de intensidad. Si hubieran ganado la guerra, vivirían mucho mejor; su ayuda habría sido recompensada y serían respetados; no dependerían de una tienda de segunda clase para sobrevivir; no tendría que preocuparse si un mes las ventas eran bajas; la gente se comportaría mejor con ellos; todos respetarían su estatus… Si aquello ya hizo que Alexandra empezara a sentirse incómoda, todo empeoró cuando Amadeus se obsesionó con los rumores que había oído sobre que el Lord Oscuro no había muerto, sino que solo se había debilitado, y volvería a atacar cuando recuperara las fuerzas. El momento estaba cerca, y esta vez ganarían y todo sería como debía ser.

Cuando Amadeus dejó de decir aquello solo cuando estaban a solas fue cuando Alexandra se dio cuenta de que no podía seguir. No cuando Amadeus hablaba del tema con vehemencia delante de su hijo, no cuando dejaba caer comentarios que parecían casuales delante de sus vecinos, ni cuando despreciaba abiertamente a los hijos de muggles. Se sentía atrapada en una pesadilla, y solo tenía deseos de huir… y ahí fue cuando conoció a Leonard en el trabajo, y conocerle le hizo soñar con otra vida, una donde no se hablaba constantemente de la última guerra ni de la próxima. Una vida tranquila sin un marido cuyas ideas le daban miedo.

Y un día, reunió todo su valor y se largó.

—Y me dejaste con el hombre que odiabas.

—Ya te lo expliqué, Bruce. Si te hubiera llevado conmigo, no habría podido desaparecer. Y yo necesitaba tan desesperadamente irme… No le odiaba. Era más complicado que eso, pero ya no aguantaba más viviendo con él. Pero sabía que a ti nunca te haría daño, eras lo que más quería en el mundo. También, una pequeña parte de mí esperaba que eso le hiciera recapacitar, y se esforzara más en ser un buen padre para ti.

Bruce la miró en silencio unos instantes.

—Te equivocas. Tú eras lo que más quería. Cuando te fuiste, su personalidad se esfumó. Todo lo malo, y también todo lo bueno.

El gesto de su madre se ensombreció con la culpa.

—¿Cómo está? —preguntó entonces con un hilo de voz.

—Igual que los últimos quince años. Vivo y trabajando, pero sin ningún interés por la vida. Está mayor.

Silencio otra vez.

—Lo siento tanto, Bruce… Nunca quise una vida así para ti. Si hubiera tenido otra opción…

—Eso ya lo has dicho—la cortó Bruce, poniéndose en pie rápidamente—. Y sabes que tenías otras opciones, pero no te gustaban.

—¿Te vas ya? —preguntó ella, sobresaltada.

—Tengo una semana complicada—replicó él.

—Pero ¿volverás?

—No lo sé.

Era verdad. Había muchas cosas que no sabía entre lo que le había contado su madre, y necesitaría un tiempo para procesarlo. Todos los años de la guerra, lo que había hecho su padre, cómo se había ido volviendo más extremista con el paso de los años… Explicaba muchas cosas que nunca había llegado a entender, pero en esos momentos todo daba vueltas en su cabeza y necesitaba estar solo.

Volvió al interior de la casa. Tal vez era una tontería, pero tras los años en Nueva York se había acostumbrado a salir de la casa antes de desaparecerse, y aunque en Australia se podía aparecer en interiores ahora le parecía extraño hacerlo. Así que cruzó el salón y atravesó el pasillo hasta llegar al recibidor. Estaba abriendo la puerta cuando Leonard se asomó desde la cocina:

—¿Ya te vas? —también le preguntó él.

—Tengo un partido importante pronto. Tengo que entrenar—respondió Bruce secamente.

—¡Ah, sí! Contra los Ruapuke Merrys, ¿verdad? —comentó Leonard con una media sonrisa, ignorando la brusquedad de Bruce—Tu madre nunca ha sido fan del quidditch, pero desde que descubrió que eres jugador se ha vuelto toda una experta. Ha seguido toda vuestra temporada.

Bruce se le quedó mirando. Entendía que su madre se hubiera enamorado de ese hombre. Parecía agradable, tranquilo y sensato; muy diferente del hombre que su padre había sido quince años atrás. De hecho hasta le recordaba un poco a Jason, o más bien le parecía que Jason sería así con treinta años más. Y aunque quería, no podía culpabilizarle de la decisión que había tomado su madre.

—Exacto.

—Entonces, mucha suerte. Seguro que lo harás de maravilla. Y tienes las puertas de esta casa abiertas cuando quieras volver.

Asintió con la cabeza, sin saber muy bien qué decirle. Musitó un "Gracias", abrió la puerta y salió de la casa. Tras cerrar detrás de él, se aseguró de que no hubiera nadie a la vista y desapareció.


El lunes Caitlin Rhodes apareció en el entrenamiento con su nuevo cazador suplente.

Liam Wilson era lo que Bruce consideraba un estereotipo australiano andante. Tenía la piel bronceada, ojos castaños y pelo rubio un poco largo, con las puntas casi blancas por el sol. Era joven, recién graduado, y su cara mostraba claramente que la situación actual le sobrepasaba un poco. Seguramente el chico había planeado pasarse unos meses en los campamentos de quidditch sin hacer nada más que divertirse y mejorar, hasta que al final de la temporada profesional los ojeadores empezaran a interesarse por ellos. En su lugar, apenas había disfrutado de tres semanas de campamentos hasta que Caitlin Rhodes le había sacado de allí, llevado al sur y puesto de sustituto de la famosa Marlene Neeson-Mills en los Wollongong Warriors. Normal que el chico estuviera abrumado.

Claramente estaba muy verde aún, como se vio en el primer entrenamiento, aunque apuntaba buenas maneras. Era muy técnico y clavaba todos los movimientos como si fuera un manual. Le faltaba soltarse, encajar en el grupo y ganar experiencia, pero tenía buena pinta. Little Pete se le llevó aparte para hablar con él durante un rato para tranquilizarle en cuanto Rhodes se fue, y pareció funcionar. Lo mejor de todo fue que pudieron volver a entrenar con normalidad y a formar parejas de cazadores. Bruce apenas habló con el chico fuera del campo, pero Tommy le conocía y se apresuró a hacerle compañía.

El martes fue peor, porque Marlene acudió a ver el entrenamiento. No tenía permiso para subirse a una escoba, pero se quedó sobre el césped y fue una pesadilla para todo el mundo, en especial para el pobre Liam: no poder entrenar la ponía de un humor todavía más terrible que de costumbre, y se pasó el entrenamiento lanzando gritos a diestro y siniestro, criticando a todos con crueldad y repartiendo insultos indiscriminadamente. Como era de esperar, ante tal panorama el chico nuevo lo hizo fatal, pero el entrenador también se acabó hartando. Little Pete concluyó el entrenamiento prohibiéndole la entrada a Marlene al campo hasta que no hubieran pasado los dos meses y estuviera recuperada. Marlene protestó, pero Bruce ya se había metido en los vestuarios, sin querer seguir escuchándola un segundo más.

—Vaya…—oyó decir a Liam. El chico nuevo y Tommy entraron en el vestuario poco después que él—Marlene es intensa.

—Puedes decir que está loca sin ningún problema—le contestó Tommy—. Si no fuera porque es una crack… Es insoportable.

El resto de la semana, ya sin Marlene, fue mucho mejor. Entrenaron de maravilla y todos se sentían listos para el partido del domingo.

Al menos, todo lo listos que podían estar sin Marlene.


Aunque cuando llegó el domingo por la mañana, Bruce ya no lo tenía tan claro.

La mejor noticia que tenían era que el día anterior los Thunderers habían perdido la otra semifinal, lo que les quitaba algo de presión. Al menos habían igualado el resultado de sus máximos rivales… Pero a la vez, eran el último equipo australiano que quedaba en la competición. Como los Thunderers habían perdido contra el otro equipo de Nueva Zelanda, que en la final de la CITOQ no hubiera ningún representante australiano sería una noticia horrible. ¿Y ellos tenían que conseguir ganar sin Marlene? ¿Con Bruce jugando de cazador líder por primera vez? Parecía muy difícil, por no decir imposible.

Little Pete les dio los últimos consejos y palabras de ánimo antes de empezar el partido. La alineación era la esperada, con Mitch y Liam quedándose en las gradas. El guardián gruñó para despedirse, y el novato les deseó suerte con nerviosismo, inseguro de qué se esperaba de él.

En los últimos minutos previos, Bruce trató de tranquilizarse, respirando hondo y asegurándose a sí mismo que todo iría bien. Miró a su alrededor, y se fijó en que Rachel y Tommy estaban haciendo estiramientos juntos. Por una vez, Tommy no sonreía con seguridad, sino que estaba serio y muy concentrado. De golpe, Bruce recordó que la ausencia de Marlene también significaba que ese era el primer partido de Tommy en la CITOQ. Era su primer partido internacional. Claro que también estaba nervioso.

Con decisión, caminó hacia los dos cazadores y llamó su atención antes de hablar:

—Chicos, sé que no llevo aquí más tiempo que ninguno que vosotros, y sé que la situación es extraña, pero creo que si nos esforzamos podemos hacer que esto funcione. Es la primera vez que ocupo esta posición, pero quiero pediros que por favor confiéis en mí.

Rachel le sonrió y le golpeó el brazo ligeramente con el puño.

—¿Bromeas, Vaisey? Te han elegido a ti como líder por algo. Tommy y yo estamos al cien por cien contigo.

Tommy asintió solemnemente.

—Si consigues no insultarme cada medio minuto, ya te consideraré mejor líder que a Marlene.

—No será para tanto—replicó Bruce.

—Créetelo—respondió Rachel—. Créetelo y lo serás. Ahora, salgamos ahí y démosle una paliza a los Merrys. No sabrán ni de dónde les vienen los golpes. Salgamos a ganar.

El primero de los pitidos previos al partido sonó, indicando a los equipos que se dirigieran a los túneles. Bruce respiró hondo una vez más y asintió.

Saldrían a ganar.


¡Hola otra vez!

Para quienes estuvierais preocupados por Marlene, ¡me alegra poder decir que está bien! Vale, físicamente tardará en recuperarse y está todavía más pesada que nunca, pero solo necesita tiempo y, lo que es más importante, su encantadora personalidad sigue intacta, así que no hay que preocuparse por ella. El resto del equipo lo está pasando peor, intentando adaptarse a estar sin su estrella principal... Y con Bruce notando ese cambio más que nadie. Sus compañeros y Pete confían en él, pero la sombra de Marlene es muy grande y no es fácil ocupar su lugar, así que se enfrenta a unos dos meses decisivos... Y hablando de decisivos, tenemos menciones a varias personas que han tomado grandes decisiones respecto a sus vidas, ¡y se avecinan muchas bodas! Qué le voy a hacer, no puedo olvidarme de la gente importante para Bruce en el pasado y no puedo resistirme a seguirles mencionando de vez en cuando (ni a imaginarme a Draco Malfoy planificando con Astoria su boda de cuento navideño). Y por último, pero no menos importante, Bruce ha vuelto a ver a su madre, y hemos descubierto más de su pasado y los detalles que finalmente la llevaron a decidir desaparecer.

No puedo despedirme sin dar las gracias una vez más a todos los que leéis, y en especial a quienes os tomáis el tiempo de dejar un review. ¡Sois lo mejor! En cuanto a mis progresos con la historia, puedo decir que sigo escribiendo a toda velocidad. Tengo la sensación de que me queda muy poco para terminar, y espero poder dar buenas noticias en la próxima actualización... De momento, todo lo que puedo decir es que a esta temporada de Bruce en Australia le quedan solo tres capítulos más para terminarse.

¡Hasta la próxima!