XCVI.
Sentía la sangre correr a gran velocidad por su cabeza, impidiéndole darse cuenta de la realidad que lo rodeaba.
La rabia, el dolor y la impotencia era una bola asentada en su estómago, una soga anidad en su pecho que no hacía más que apretar y apretar hasta casi asfixiarlo por completo. Sangre, le susurraba una voz macabra al oído, una que no era la primera vez que escuchaba. Dame sangre, quiero sangre. La necesito.
¿Sangre? No, él no…
Destruye. Mátalos. Acaba con todos los que te rodean. Dame sangre, necesito sangre.
Un olor almizclado entró por sus fosas nasales e InuYasha gruñó, reconociéndolo, haciéndolo tomar conciencia de lo que ocurría. Era su medio hermano Sesshomaru, quien había venido a acabar con él. Quién había estado toda vida menospreciándolo, burlándose de él, intentando destruirlo… Y quien ahora… creía que iba a darle el golpe certero…
Yo puedo ayudarte, solo dame sangre y seremos invencibles…
¿Sangre? ¿Solo quería eso a cambio de destruir a su hermano? ¿A cambio de regodearse en su victoria?
Con gusto se lo daría.
Dámela…
—¡INUYASHA, NO!
¿Qué?
Dame sangre…
Esa voz… pertenecía a…
Ese aroma…
Su cuerpo se movió solo cuando alzó la cabeza y llevó sus ojos escarlatas hacia delante, y todo el aire escapó de sus pulmones cuando sintió un fuerte golpe en el lugar donde debía estar su corazón porque frente a sí, reconoció la grácil y etérea figura de Kagome, que se había interpuesto entre él y su hermano con los brazos abierto en una clara actitud de defensa.
En ese justo instante, Sesshomaru bajó la espada…
Y el mundo se detuvo para InuYasha porque su vista demoníaca pudo captar cada segundo en el que el filoso acero de Tokijin atravesó el delicado cuerpo de… de… ella, y apenas pudo pensar cuando, un segundo después, Kagome gritó.
El grito se le clavó en el cuerpo, una estocada directa al corazón. Kagome estaba gritando. Gritando de dolor.
Por salvarlo a él, por protegerlo.
Aún después de haber perdido su cuerpo, de estar vagando sin rumbo, ella se preocupaba por él hasta el punto de que…
—Ka…— gaznó, sin voz.
Apenas pudo hacer mucho más. De pronto, y ante sus conmocionados y afligidos ojos, Kagome empezó a brillar como si fuera el mismísimo sol y, sin él tener tiempo para estirar la mano e intentar tocarla, su figura estalló en mil pedazos.
El eco del lamento de su pequeña resonó en su cabeza cuando ya había desaparecido e InuYasha se quedó paralizado.
¿Qué…? ¿Qué había…?
¿Kagome…?
—¡¿Kagome?!
—¡No, Kagome!
—¡EXCELENCIA, NO RESPIRA OTRA VEZ! ¡¿QUÉ ESTÁ PASADO?!
Entonces, lo supo. No sabía cómo ni por qué de ello, pero era incapaz de ignorar la voz en su cabeza que no dejaba de llorar y rugir por la pérdida, que golpeaba con fuerzas las paredes se mente para estar en libertar. Para ir a buscarla allí dónde se había ido.
InuYasha no necesitó mirarla para evocar su rostro níveo e inexpresivo. No necesitó acercarse a ella para saber que su pecho no se movería. No necesitó escuchar para descubrir que un corazón había dejado de latir.
Simplemente, lo sabía:
Kagome, su Kagome, su pequeña… acababa de dar definitivamente su vida por la de él.
·
«—Mi niña…
Abrió los ojos y la luz la cegó por un momento. Parpadeó, intentando adaptarse a ella y colocándose la mano como visera, entrecerró los ojos.
Lo primero que descubrió es que había unos barrotes de hierro delante de ella y que daba igual donde mirase, todo estaba blanco. Un blanco frío e impoluto, un blanco que penetraba su piel y la hacía sentir… inquietantemente calmada.
—Kagome…— oyó de nuevo esa voz.
Rápidamente se dio la vuelta sobre sí misma, y aunque la barrera de hierro seguía estando, encerrándola de alguna manera en una jaula gigante, allí… al otro lado de los barrotes…
—Mamá— exhaló con todo el aire escapándose de sus pulmones.
Sus piernas amenazaron con no sostenerla, pero el deseo de llegar a ella imperó. Obligó a sus piernas a funcionar y corrió hacia dónde estaba la mujer, aferrándose a los barrotes que la mantenían presa mientras sentía las lágrimas deslizándose por sus mejillas.
Era ella. Era su misma sonrisa, el mismo brillo de sus ojos. La misma sensación de paz que conseguía trasmitirle sin haber abierto la boca. El mismo amor puro que la envolvía como una cálida manta. Estaba igual que la última vez que la vio, en la realidad y en el mundo de sus sueños.
—Hola, mi pequeña Kagome…— sonrió la mujer con dulzura, extendiendo su brazo entre las barras y le acarició la mejilla.
—Pero… pero… ¿qué…? Oh, mamá, ¿de verdad estás aquí? Te he echado tanto de menos… te he extrañado tanto…—sollozaba ella.
—Y yo a ti, mi niña, cada instante…
—¿Qué…? — calló, intentando organizar sus ideas mientras sacudía la cabeza— ¿Qué ha pasado, mamá? ¿Dónde estamos? ¿Qué es esto?
La mirada de su madre se apagó por un momento y algo en Kagome se desbocó. No le gustaba nada esa expresión; parecía… desdichada.
—Intenté todo por evitártelo, mi niña— su voz se rompió en un sollozo, acogiendo sus manos entre las suyas y apretándolas con desesperación— Intenté darte una segunda oportunidad, mi amor, pero no podemos todavía con ellos. Es imposible. Son demasiado fuerte.
—¿Qué…? ¿De quién hablas, mamá? ¿A qué te refieres?
Su madre abrió la boca para contestar, pero una familiar risa resonó por el lugar, poniendo los inexistentes vellos de Kagome de punta. Esa solo podía ser de…
Izayoi empalideció, observando un punto por detrás de su espalda, y la expresión de terror en la expresión de su madre causó un gran nudo en su garganta por el horror de lo que estaba viviendo.
Lentamente se giró, conforme la risa gradualmente iba disminuyendo de volumen, y entonces los vio. Allí, dentro de la jaula, pero en el otro extremo, con sus sonrisas macabras y espeluznantes, con sus miradas oscuras clavadas en ella.
Los demonios del inframundo.»
Palabras: 999
¿Qué decíais de Sesshomaru? Ups, creo que se equivocó de espada... Al menos, no lo ha hecho queriendo (?)
Y antes de que me digáis algo... ¡Avisé que podía pasar CUALQUIER COSA! ¡Lo avisé, ¡¿verdad?! ¡Y el que avisa no es traidor! :c
Cómo se qué las cosas se pondrán -se ponen- interesantes y los capítulos siempre saben a poco, de aquí hasta el final de la historia actualizaré día sí y día no. Os quejaréis, ¿eh?
¡Estaré leyendo vuestras reacciones detrás de la trinchera!
