CII.

—¿De verdad que estaréis bien? — inquirió Sango, todavía con la indecisión en su mirada. Se aferraba con fuerza a su arma y no dejaba de echar continuos vistazos a su amiga y la puerta de la cabaña en la que estaban quedándose mientras Kagome recuperaba sus fuerzas, desde donde la esperaba Miroku.

—Síííí, de verdad— Kagome contuvo las ganas de poner los ojos en blanco.

¡No estaba tan mal, en serio! Cada día se iba sintiendo mejor y más fuerte y no necesitaba que estuvieran constantemente encima de ella. Sin embargo, cuando iba a quejarse y les reprochaba su comportamiento "sobreprotector", terminaba siendo callada con un: «acabas de volver de la muerte después de llevar días inconsciente, no estás "perfectamente"», y Kagome los veía, la forma en la que la observaban como si fuese a desaparecerse en cualquier momento, como se aseguraban constantemente con una caricia o un roce que estaba con ellos, y se callaba la boca porque sabía que sus amigos -e InuYasha- habían sufrido con la situación tanto como ella, y si había veces en las que ella creía que todavía todo era un sueño y de pronto, al abrir los ojos, nadie sería capaz de verla o sentirla, no quería imaginarse como estarían ellos.

—Sango, estarán bien y no nos iremos más de medio día— le dijo Miroku.

—Lo siento cerca— concordó la joven con sus palabras. Había sentido un fragmento de la perla no muy lejos, pero -como ya decía- para ellos aún "no estaba preparada", así que la habían obligado a quedarse atrás mientras que eran Sango, Miroku y Kirara los que iban en su búsqueda. Ni siquiera intentó convencer al medio demonio para que fuese también con ellos a despejarse un poco y conseguir el botín; lo conocía lo suficientemente bien como para saber que antes de que hubiera terminado de decir la propuesta, él se habría reído en su cara ante semejante sugerencia. Y Shippo… Shippo apenas se alejaba de su lado desde que despertó, ni siquiera para dormir, como si estuviera esperando de que al momento de que apartase la mirada de ella, fuese a desaparecer. InuYasha los primeros días había sido -un poco- permisivo porque sabía lo que era sentirse de esa manera, pero con el pasar del tiempo, no había momento en el que no le gruñese al «zorro enano y molesto», como tan cariñosamente le llamaba, ocasionando numerosas peleas.

Una situación tan familiar y añorada como molesta.

—Bueno…— Sango se mordió el labio inferior y terminó claudicando. Se acercó a ella para darle un beso en la frente y cogiéndola de las manos, la miró con seriedad a los ojos— Volveré.

Kagome luchó contra la sonrisa que pugnaba por escapar de sus labios. Había sonado tan… solemne, tan… heroica… como si se marchase a la guerra, que…

—Aquí te espero— soltó una risita baja, y como deseaba, Sango, su amiga, su hermana, le sonrió cálidamente en respuesta.

Tras las despedidas de Miroku y Sango -nuevamente, corrió a decirle que volvería pronto-, se marcharon, dejando al grupo de tres en la cabaña. Fue entonces cuando Shippo saltó de su regazo y se acercó al hogar donde aún resplandecían las ascuas de la hoguera.

—Hora de comer— le instruyó el pequeño demonio, con un tono que no dejaba lugar a quejas—¡Debes ponerte fuerte! — la sonrisa del pequeño Shippo resplandecía por sí sola mientras le pasaba el cuenco lleno de caldo a la joven.

Kagome, con una cálida sonrisa, extendió el brazo y lo cogió.

—Te ayud-

—Estoy bien, InuYasha— cortó al medio demonio que había permanecido todo este tiempo a su espalda como punto de apoyo para que ella pudiera incorporarse un poco. Todavía sentía a veces el cuerpo un poco pesado, sí, pero sabía que la lucha por recuperar los fragmentos de la perla era importante y no le importaba ponerse en movimiento. Costaría sí, pero su vida no se había caracterizado nunca por ser tranquila y apacible

InuYasha murmuró algo que no llegó a escuchar bien, aunque sí distinguió la palabra "cabezota". Contuvo las ganas de reír y bajo la atenta mirada de ambos, se llevó la cuchara a la boca. Siempre solía ser ella la que cocinaba para el grupo, pero teniendo en cuenta los últimos acontecimientos, Sango o Miroku llevaban tiempo haciéndose cargo de todo y cada día se iban superando. Estaba riquísimo.

Kagome comió con ganas mientras sentía la respiración de InuYasha a su espalda, así como sus dedos acariciarle la cintura por encima de la manta que le rodeaba las piernas. El medio demonio había cogido la costumbre desde que había despertado, ya no solo de estar en constante contacto con ella, sino que también intentaba buscar la mayoría del contacto de piel con piel, como si así lo hiciera todo más… real. Kagome se habría sentido profundamente avergonzada de cómo los dedos del medio demonio recorrían la piel expuesta de sus muñecas, de su clavícula -e incluso, a veces, cuando nadie podía verlos, entremetía sus dedos en los pliegues de su ropa para llegar a ella- si no fuera porque no había nada sexual en su deseo de contacto. Nunca había dado un paso más o había insinuado nada, simplemente se quedaba sintiendo su calidez de primera mano. Por eso, y porque en realidad era algo que Kagome también deseaba sentir, no mostró signo ninguno de oposición a esa nueva cercanía que se había generado entre ellos. Ella también sentía como si en cualquier momento fuera a desaparecer y necesitaba sentirlo tangible.

Y es que, como le había contado a InuYasha, recordaba cada momento había permanecido siento un… alma errante, incapaz de tocar y ser escuchada, un ser del otro mundo. Lo único… después de imponerse ante de Sesshomaru… una insondable oscuridad le impedía ver más allá. No sabía qué había pasado, qué había hecho para volver, ni en qué condiciones lo había hecho…

De pronto, al aire a su alrededor se onduló y se escuchó una voz:

—InuYasha, Kagome… mis niños…

Palabras: 1000


Sabía que no me decepcionaríais... ¡Bienvenidos todos a la actualización diaria!

¿No es mona Sango preocupada? ¿Y nuestro medio demonio qué? ¿Quién se molestaría que estuviera siempre encima... y más así? Jejeje

¿Quién creéis que es el recién llegado?

¡Contadme!