CV.
Hubiera sido una noche perfecta si las estrellas hubieran brillado en el firmamento. Kagome no pensaba en nada mejor que acurrucarse en la rama de un árbol con los brazos de InuYasha rodeándola, simplemente dejándose llevar por la hermosura del firmamento y el arrullo de las hojas al mecerse por la acción del viento; sin embargo, un rato después de que hubieran encontrado un buen sitio, el cielo se cubrió de nubes y antes de que hubieran tenido tiempo a decir "mierda", pequeñas gotas empezaron a caer, lo que daba lugar al preludio de lo que terminaría siendo el diluvio universal.
Siendo incapaces de volver a la cabaña con los demás sin llegar empapados, InuYasha rápidamente acunó a Kagome en sus brazos y los llevó a una cueva que había por allí cerca, donde no se olía en su interior ningún aroma que encendiese las alarmas del medio demonio. Estaba desierta.
—Maldita sea, estás chorreando— masculló InuYasha cuando vio a la joven abrazando su cuerpo, las gotas deslizándose por su ropa y cabello.
Se apresuró a quitarse la parte de arriba, también empapada, y agradeció que su kosode hubiera sobrevivido en condiciones aceptables.
—Toma, póntelo y quítate esa ropa. No quiero que cojas un resfriado— rápidamente se lo quitó también, quedándose solo en pantalones.
—¿Y tú? — inquirió ella con preocupación, sin coger la prenda que le tendía el medio demonio.
—Keh. Saldré a por un poco de ramas secas y haré fuego— respondió, acortando la distancia y poniéndosela él mismo en sus manos.
—Será imposible— murmuró ella mientras miraba la boca de la cueva.
—Kagome, maldita sea, no soy humano y tengo mayor resistencia que tú, pase lo que pase; eso sin contar que aún no estás del todo recuperada— espetó de no muy malos modos.
El ceño de Kagome se frunció y lo miró entrecerrando los párpados, antes de sacudir la cabeza y acercarse a él hasta que sus rostros quedaron a tan solo un palmo.
—El día en el que dejes de ser un gruñón idiota pensaré que el cielo se caerá por encima de nosotros y será el fin del mundo— refunfuñó con una sonrisita en sus labios. InuYasha gruñó juguetonamente y su corazón aleteó cuando escuchó la risa de ella; mierda, habría muerto si nunca más hubiera podido escuchar ese sonido, siempre había sido adicto a él.
—No protestes, señorita, y haz lo que digo.
Ella volvió a reír e InuYasha tuvo que hacer acopio de toda su voluntad para no callarla con sus labios, pero, de verdad, tenía que cambiarse. Sacando fuerza de cada parte de su cuerpo, dio un paso hacia atrás y por haber apartado la mirada demasiado rápido -su demonio interior no estaba muy contento con sus acciones- se perdió la mueca de decepción que apareció en los labios de la muchacha. Un pequeño silencio incómodo se instaló entre ellos antes de que Kagome le hiciera caso.
El susurro de la tela al removerse encendió las alarmas de la cabeza del medio demonio, quién se obligó a cerrar los ojos e inspirar hondo para olvidar -o hacer el intento al menos- lo que estaba pasando en su espalda. Cómo Kagome estaba quitándose la ropa para…
Mía, susurró esa voz en su cabeza que lo estaba volviendo loco. Mía, mía, mía… Date la vuelta, quiero verla…
—¿InuYasha? — murmuró ella, rompiendo el tenso silencio.
Este se sobresaltó y miró por encima de su hombro con el corazón a mil por hora. Gran error. Grandísimo error. Porque lo que estaba viendo ante sus ojos…
Joder.
Casi parecía un ángel etéreo allí parada, solamente cubierta por su kosode, rodeándose a sí misma, y con la expresión cubierta por una súbita y tierna timidez. El rubor de sus mejillas lo estaba llamado para que pasase sus dedos… o su boca… por encima de su pálida y tersa piel…
Su cuerpo…
Mía…
¡No! ¡No! ¡Kagome le había pedido tiempo, y él no podía…! ¡No era tan animal!
—¿Estás bien? — inquirió ella con voz suave, dando un paso en su dirección. Sus ojos se abrieron conmocionados cuando descubrió que él daba ese mismo paso hacia atrás, con el rostro repentinamente frío y serio, y apartaba la mirada de ella como si quemase— ¿InuYasha?
—Quédate ahí, Kagome— masculló entre dientes con el cuerpo tenso.
Ella no le hizo caso. Claro que no, hubiera sido así demasiado fácil.
—¿Qué…?— Kagome se sobresaltó cuando lo escuchó rugir y darse la vuelta repentinamente para estar de espaldas a ella. Se mordió el labio inferior y se aventuró un paso más.
—Pequeña, por favor, no des un paso más— murmuró con la voz enronquecida, llevándose las manos a la cabeza y cerrando los ojos con fuerza. Incluso se obligó a no respirar para no seguir oliendo su aroma tan atrayente y dulce.
Estaba tan centrando en él y en controlar sus acciones, que no sintió cuando se acercó por completo y le colocó una tímida mano en su mentón. El cuerpo de InuYasha se tensó; la voz en su cabeza no dejaba de gritarle y ordenase que se aferrase a ella y no la dejase marchar jamás, pero el medio demonio solamente abrió los ojos para que sus miradas se encontrasen.
El brillo en sus ojos chocolate, el rubor de sus mejillas, su respiración alterada…
Mieeeerda
—¿Qué pasa si no quiero? — murmuró ella con voz muy bajita, casi tímida.
—No sabes lo que dices…
El cálido y familiar cuerpo de ella se pegó a él y la respiración del medio demonio se detuvo.
—¿Y si sí?
Lentamente, temeroso, colocó ambas manos en la cintura de ella y cerrando los ojos, se inclinó hacia ella. Su aroma le embriagó y su parte animal ronroneó. Olía tan bien…
—Kagome…
—Tuve miedo, InuYasha, mucho miedo, y necesito…— se calló, insegura, e hizo que sus ojos se encontrasen. Brillaban. Deslumbraban— Te necesito, InuYasha— jadeó.
—¿Estás segura?
Como respuesta, Kagome cubrió los labios de él con los suyos.
Palabras: 989
¿Se rendirá InuYasha ante sus deseos...?
