118. Alarma
Una alarma sonó muy cerca de su oído, interrumpiendo la placentera tortura a la que estaba siendo sometido. Era el ruido que siempre lo centraba en la realidad.
Heero parpadeó sin entender mientras él al instante se enderezó y revisó su reloj de pulsera, el mismo que le avisaba cuando tenía una asignación que cumplir.
—Rayos —se quejó, levantándose de su cuerpo, fue moviéndose por toda la habitación recolectando su arma, quitándose la ropa de escuela y lamentando que justo hubiese ocurrido en ese momento tan interesante que estaban compartiendo—. ¿Por qué solo me dan trabajo a mí?
Su lamento sonó como el de un idiota no profesional a sus propios oídos.
—Puedo cumplirla yo —ofreció Heero con sarcasmo.
—Descuida, no es lo que quise decir —replicó sin mirarlo, ocupado en reunir lo necesario.
Lo había dicho pensando en otros agentes que ya sabía que existían, quizás al rubio amable que había conocido el día de la gran trampa de Oz. Cualquiera que no fuese Heero o él hubiese estado bien.
