¿De dónde diablos sacaba Narancia tanta energía? Era un absoluto misterio. Giorno tenía la teoría de que el muchacho de la bandana naranja tomaba bebidas energéticas por puro gusto cuando nadie lo veía. No encontraba otra explicación para que estuviera azotando su puerta con tanta efusividad a las... ¿Qué hora era? Se fijó en el despertador: eran las nueve de la mañana. Okay, tal vez no era tan temprano, pero aún así, la intensidad con la que Narancia volvía a azotar la puerta mientras gritaba "GIORNOOOO, DESPIERTAAAAA" era casi ofensiva. ¿Acaso el punto de tener unas vacaciones no era descansar?

Sabiendo (por una anécdota de Mista) que si no abría la puerta Narancia era cien porciento capaz de tumbarla, se puso de pie y abrió la puerta.

- ¿Qué pasa? - Preguntó, aún más dormida qie despierta.

- ¡Giorno! ¿Por qué tienes que lucir como una pintura renacentista hasta cuando acabas de salir de la cama? No es justo. - Reclamó el pelinegro, genuinamente indignado. Giorno simplemente se encogió de hombros: No era su culpa ser tan perfecta.

- Sabes que no me gusta repetir las cosas. ¿Qué quieres?

- Hoy iremos al parque acuático. Quiero que lleguemos temprano, para subirnos a todos los juegos. - De hecho, la intención del joven había sido despertar a todos a las cinco de la mañana, pero Fugo lo había amarrado y amordazado con las sábanas, y luego aprisionado entre sus brazos (como medida de protección adicional, según el rubio) para conseguir unas horas extras de sueño. - Bueno, iré a despertar a los demás. Nos vemos en el lobby en media hora.

A pesar de que no fuera tan expresiva como Narancia, a Giorno también le emocionaba ir dichoso parque acuático. Había escuchado a su compañero parlotear sobre el lugar, sus tirolesas, albercas y resbaladillas durante semanas, mientras planificaban el viaje, aunque no se había permitido ilusionarse al respecto, pues su plan original para esas vacaciones era isolarse y fingir ser un hombre. Así que, en lugar de volver a la cama, se puso un bikini verde, un bonito vestido con patrones de girasoles y se recogió el cabello en dos trenzas, para mantenerlo lejos de su cara durante toda la acción.

Después de desayunar rápidamente, pidieron dos taxis en la recepción, pero solo llegó uno, y Narancia estaba tan impaciente que los obligó a embutirse dentro del vehículo. Conscientes de lo terriblemente mal que se vería si se ponían a pelear por quien llevaría a Giorno en sus piernas, dejaron que Bruno distribuyera los asientos, terminando con el capo en el asiento de copiloto, por supuesto, Fugo llevando a Narancia, Abbacchio a Giorno y Trish a Mista (porque la pelirrosa casi un escándalo cuando sugirieron que fuera al revés). ¿Era todo un plan con maña por parte de Bucciarati para ver a sus ships hacerse realidad? Tal vez.

Hay que decir a favor de Abbacchio que fue todo un caballero: A pesar de pasar los quince minutos del trayecto rojo como un tomate, evitó que la rubia saliera volando en un par de topes y no se le paró el pito ni una sola vez (a diferencia de Fugo). Pero una vez en el parque acuático, todos supiero que el viaje como sardinas enlatadas había valido la pena.

Aunque a cada uno le llamaba la atención una actividad diferente, no se separaron. Primero dieron un paseo a través de un río subterráneo; luego, se subieron a los toboganes, fueron a un circuito de tirolesas, a un circuito de lanchas, a una alberca con vários trampolines de distintas alturas y una pista de obstáculos acuática. Después, fueron a comer. Giorno le compró un pudín a Abbacchio, en agradecimiento por haberle enseñado a nadar la tarde anterior: Jamás un postre le había sabido tan bien al ex-policía. Después, fueron a una especie de spá del lugar, donde primero flotaban en una alberca con sales especiales, luego pasaban a una piscina de lodo, se daban una ducha con agua helada y finalmente pasaban a una especie de sauna. Bucciarati tomó muchas, muchas, muchas, de verdad, muchas fotos. En teoría, no podían introducir cámaras a muchas de las atracciones, pero eso no era un impidiendo para los cierres mágicos de Sticky Fingers. Oh, y también habían unas pequeñas peceras llenas de ciprínidos, dónde podías meter los pies para que el montón de pecesitos se comieran la piel muerta de tus pies.

- Eww, no.- Dictaminó Trish, con cara de asco.

- ¡Vamos, chicos! No van a tener una oportunidad como esta en su vida! - Argumentó Narancia, ante la renuencia de sus compañeros.

- En realidad, podríamos pedirle a Giorno en cualquier momento que cree unos cuantos de esos peces. - Contradijo Fugo.

- A mi me da curiosidad. - Dijo Giorno, con una voz dulce como la miel: Después de dos días, había agarrado el truco para dejar salir su voz natural. Acto seguido, tomó asiento en uno de los bancos que estaban frente a las peceras y sumergió sus pies. Los pequeños ciprínidos la rodearon y al sentir el contacto, la rubia soltó una pequeña risita. - ¡Hacen cosquillas! - Informó al resto del grupo, sin dejar de reír.

La imagen que ofrecía en ese momento, con la luz del sol iluminándo su piel ligeramente bronceada desde atrás, sus trenzas doradas enmarcando su precioso rostro, y una de esas sonrisas que era tan raro verle lucir, la hacían verse como un ser divino. Eso era un argumento suficientemente válido para Mista, quién se apresuró a tomar asiento a lado de la chica. Le dirigió una sonrisa burlona a Abbacchio: las bancas estaban diseñadas solo para dos personas.

Finalmente, todos terminaron dejando que los pecesitos les mordisquearan los pies, y tuvieron que admitir que no estuvo mal. Para cerrar con broche de oro, visitaron el acuario del parque. Abbacchio pidió la cámara un momento, y mientras Giorno estaba distraída, tomó una foto en la que ella salía de perfil, observando una enorme pecera con luces fluorescentes llena de medusas con los ojos brillantes y los labios entreabiertos en un gesto de sorpresa.

- No le diré nada si me das una copia de la foto. - Murmuró Mista a su oído, casi provocándole un puto infarto.

- Trato hecho.

El parque cerraba a las seis de la tarde, así que no tuvieron tiempo tiempo de detenerse en la tienda de regalos, aunque realmente, a nadie le hizo falta. Volvieron al hotel (esta vez en dos taxis distintos), y ya que más tarde irían al club que Trish había mencionado, varios optaron por tomar una siesta.

A las ocho en punto Giorno volvió a despertar, esta vez gracias al despertador. Se dio una larga ducha, eligió un vestido satinado verde que dejaba su espalda desnuda casi por completo (y también su marca familiar en forma de estrella), unas zapatillas plateadas y aunque estuvo a punto de hacer su peinado habitual, se dejó el cabello suelto. Por segunda noche consecutiva fue a la habitación de Trish para que ésta la maquillara. La pelirrosa optó por un cat eyeliner, sombras discretas y un labial carmín de larga duración. Trish, por su parte, eligió para ella misma un ajustado vestido negro, zapatillas del mismo color, maquillaje acentuado en sus ojos y su peinado habitual.

Como Giorno decidió esperar a Trish, fueron las últimas en bajar al lobby. Cuando ambas aparecieron, Fugo suspiró, y no porque ambas se vieran deslumbrantes (apreciaba la belleza desde un punto de vista más homosexual) sino porque sabía que esa noche tendrían que ahuyentar a por lo menos a una docena de pervertidos.

Efectivamente, tuvieron que deshacerse del primer calenturiento antes de entrar al lugar, cuando un tipo trató de pegarse demasiado a Giorno en la fila, aunque afortunadamente, una mirada amenazadora de Abbacchio bastó para ahuyentarlo.

A pesar de que el lugar era extremadamente exclusivo, no tuvieron que hacer uso de su influencia como mafiosos para ingresar: la belleza de cada uno (porque sí, todos parecían modelos sacados de alguna revista fancy o algo parecido) junto con el aire distinguido que portaban era suficiente para abrirles las puertas... Especialmente Giorno y Trish: las mujeres hermosas eran buenas para el negocio.

Una vez dentro, consiguieron un par de mesas, cerca de la pista principal, pero suficientemente alejada de las bocinas como para poder hablar sin gritarse.

Leone se sentó junto a Bucciarati y Fugo: El ambiente no era lo suyo, pero les gustaba ver. Fugo pidió agia mineral, Bruno un martini y Abbacchio una copa de vino blanco. Los chicos de la otra mesa pidieron varios refrescos y una botella de algo que no podían distinguir a esa distancia.

- Bien, en caso de emergencia, yo me encargo de Narancia, Bruno de Trish y Abbacchio de Giorno. Mista ya está grande, se las puede arreglar solo. ¿Estamos todos de acuerdo? - Preguntó el rubio, antes de darle un sorbo a su agua mineral.

- También puedo encargarme de Mista. - Comentó Bucciarati.

- ¿Por qué me toca Giorno? - Por más que Abbacchio trató de que eso sonara como una protesta, el sonrojo lo traicionaba.

- Se dice gracias. - Respondió Fugo, en tono burlón. A este punto, los únicos que no caían en cuenta de que el ex-policía simpeaba por la jefa eran Narancia y la misma Giorno. Demasiado avergonzado para responder, Leone optó por vaciar su copa de un trago y pedir una nueva.

- Es más barato si pides la botella de una vez. - Comentó Bruno mientras el mesero se alejaba.

- No pienso tomar tanto. - Originalmente, sí pensaba hacerlo, pero ahora tenía una responsabilidad y no iba a permitir que el alcohol se interpusiera.

Paralela a la conversación de la mesa de los "adultos", acontecía otra otra bastante distinta con la parte más caótica del grupo.

- Entonces, el que dure más segundos tendrá de esclavo por un día al que quede en último lugar. ¿Les parece? - Explicó Narancia.

- Perfecto. - Contestó Trish.

- Sí. - Respondió Giorno, a pesar de que en su vida jamás había tomado algo más fuerte que una copa de vino.

- Me pregunto quién va a ser mi esclavo. - Comentó Mista, bastante confiado. Esperaba que fuera Giorno, para hacerla vestir un traje de criada francesa.

- Sin trampas. Haré que Bucciarati lama al ganador. - Mientras decía eso, Narancia observó a Giorno de forma amenazante: hace unos meses había conseguido que le explicara el secreto tras el incidente con el "té especial" de Abbacchio.

El primero fue Narancia, quien se empinó la botella mientras los otros contaban con bastante entusiasmo. Llegó a los veintidos segundos. Después le siguió Trish, quien a duras penas llegó a los trece. El siguiente fie Mista, quien llegó a los veintisiete. Por último, quedaba Giorno. Al principio, estuvo a punto de ahogarse cuando sintió el líquido llegar a su garganta; ardía, aunque el sabor no era del todo desagradable. Pero no pensaba perder, especialmente con Mista a la delantera, así que de alguna forma se las arregló para seguir bebiendo. Era difícil tragar sin cerrar la boca, pero pronto agarró el truco. Después de lo que pareció una eternidad, superó la marca de Trish, pero no pensaba detenerse. Sus hermosos ojos se llenaron de lágrimas a los veinte segundos, y a los veintitrés sentía que estaba a punto de vomitar, pero no pensaba rendirse.

- ¡Veinticinco! ¡Veintiséis! - Con cada número, el asombro en las voces de sus compañeros crecía. - ¡Veintisiete! ¡VEINTIOCHO! - En cuanto superó la marca de Mista, Giorno empujó la botella lejos de ella. Cuando se enderezó, sintió que todo le dio vueltas por un momento, pero no era nada con lo que no pudiera lidiar.

- ERES MI ÍDOLO - Exclamó Narancia, mientras daba saltitos entusiastas. Mista le dio unas palmaditas en la espalda, algo decepcionado por su derrora, pero incapaz de molestarse con Giorno. Trish hizo un pequeño puchero, aunque en realidad, le alegraba bastante que la ganadora fuera Giorno, y no cualquiera de los otros dos.

- ¿Qué estarán haciendo? - Preguntó Bucciarati al ver a los chicos felicitando a Giorno: Toda la acción se había dado en los escasos minutos en los que esos tres se distrajeron.

- Algo estúpido, seguramente. - Contestó Fugo, poniendo los ojos en blanco. Abbacchio le dió la razón en su mente.

A los pocos segundos, los chicos se retiraron a la pista de baile. Antes, Narancia pasó a la otra mesa, para arrastrar a Fugo con él.

Abbacchio se dedicó a observar a la jefa de Passione, primero bailando sola, completamente desenvuelta. No sabía que bailaba tan bien, aunque no debía sorprenderle: parecía ser buena en todo. Después, comenzó a bailar con Trish. No sabía qué diablos se susurraban esas dos, pero a momentos, ambas reían a carcajadas sin dejar de bailar. Cuando comenzó a sonar una canción especialmente sugestiva, la pelirrosa tomó a la rubia de la cadera, y ambas bailaron casi restregándose la una a la otra, montando una especie de espectáculo erótico. Más de un tipo trató de acercarse (entre ellos Mista) pero las chicas los apartaban a empujones. El ex-policía jamás pensó que podría sentir tanta envidia de Trish. Afortunadamente, antes de que tuviera que intervenir, terminó la canción y ambas volvieron a tomar algo de distancia.

El peliblanco pidió su cuarta copa, y durante esos escasos segundos, el grupito de adolescentes borrachos desapareció. Casi entra en pánico, pero luego distinguió algunos borrones dorados y verdes, los mismos tonos del cabello y vestido de Giorno, y se tranquilizó: solo se habían adentrado un poco más a la pista.

- Vaya, la noche parece bastante tranquila. - Comentó Bruno. Abbacchio asintió. - Honestamente, esperaba que los chicos nos metieran en problemas, pero parece que solo la están pasando bien.

- Yo también lo pensé. - Se sinceró Abbacchio.

Fue como si hubieran conjurado al Dios del Caos, porque en ese momento, se acercó Fugo con una expresión de incomodidad en el rostro.

- Necesito ayuda con Giorno. - El nombre de la rubia fue como un resorte para ambos, para Bruno porque era una de sus bendiciones, y para Abbacchio porque era su futura esposa (aunque ella aún no lo supiera).

Cuando llegó junto a la rubia, Leone esperaba encontrarse a algún imbécil tratando de pasarse de listo con ella, una emergencia médica, o tal vez a un stand enemigo atacando. Lo que no esperaba era ver a Giorno llorando desconsoladamente (sí, llorando) abrazada a Narancia, mientras Mista le daba palmaditas en la espalda para tratar de calmarla y Trish observaba sin saber qué demonios hacer.

- Jesucristo redentor. ¿Qué sucedió? - Preguntó Bucciarati, quien jamás pensó que viviría para ver a Giorno llorar. Debía ser algo muy grave.

- Narancia le preguntó en broma sobre qué haría si un día despertara y descubriera que Jeff Beck no existe, y se puso así. - Explicó Fugo.

- Ya, Giorno, tranquila. Jeff Beck es real y no va a desaparecer. - Decía Mista, tratando de calmarla.

- ¿Me... - Hizo una pausa para sollozar - Me lo juras?

- Sí, te lo juro. - El pistolero no entendía cómo demonios la situación había escalado tan rápido. Hace menos de dos minutos Giorno bailaba y se reía, y ahora parecía que se le hubiera muerto alguien.

- Bueno. Te voy a creer shlo porque eres mi mejor amigo y te quiero muuucho. - Respondió con solemnidad, para luego lanzarse a sus brazos. - De verdad te quiero mucho, Mista. Los quiero mucho a todos. Gracias por ser mi familia.

- Narancia, ¿qué demonios bebió?

- Smirnoff de Tamarindo, ¿por? - El rubio se palmeó la frente, mientras Abbacchio abría los ojos con fuerza, horrorizado: Esa era la bebida del diablo.

- Llévatela al hotel. - Susurró Bucciarati, divertido, enternecido y preocupado en partes iguales.

- ¿No sería mejor que la llevaras tú? - Cuestionó el peliblanco.

- Tengo que supervisar al resto. A demás, ya lo habíamos acordado: te toca cuidar a Giorno.

-Leone iba a protestar de nuevo, cuando notó como uno de los tipos que había estado rondando a Giorno desde hace un rato la tomaba de la muñeca y trataba de arrastrarla hacia quién sabe dónde, aprovechando que los demás estaban distraídos. La chica estaba demasiado perdida para resistirse, o si quiera darse cuenta de lo que estaba pasando. En ese momento, vio todo en rojo, y sin siquiera pensarlo se acercó al sujeto, y le reventó la nariz de un golpe.

- Voy a recordar tu estúpida cara, infeliz, y si alguna vez te cruzas es mi camino de nuevo, aunque sea por casualidad, juro que voy a matarte. - El hombre asintió, visiblemente aterrorizado. La pequeña escena había llamado demasiado la atención, pero al peliblanco le daba igual. Tomó a Giorno de la cintura, la hizo pasar un brazo sobre su hombro para darle mejor soporte y ambos salieron del lugar.

- Gracias, Abba. - Balbuceó la rubia una vez en la calle, y lo jaló de la camisa para darle un beso en la mejilla. No sabía muy bien qué estaba pasando, pero tenía la vaga noción de que acababa de salvarla de algo. El ex-policía no contestó: no creía ser capaz de hablar en ese momento.

Afortunadamente el hotel estaba bastante cerca, puesto que la chica pronto demostró ser incapaz de caminar (mucho menos con los tacones) por lo que Leone tuvo que cargarla al estilo nupcial. Gracias a que todas las habitaciones estaban a nombre de Bucciarati, no tuvo problema para conseguir la llave de la habitación de Giorno junto a la suya propia en recepción. Se las ingenió para abrir la puerta aún con la chica en brazos, y la colocó delicadamente en la cama, para después quitarle los zapatos. Después, la acomodó de lado, para que no se ahogara en caso de vomitar.

- Muchas gracias, Abba, te quiero mucho, aunque tú no me quieras a mi. - Murmuró la chica, con los ojos cerrados: la habitación giraba demasiado si los abría.

De pronto, Giorno sintió nauseas. Muchísimas. Dio la casualidad de que vomitara sobre su camisón de dormir, el cual estaba delicadamente doblado sobre la mesa de noche.

- Diablos. - Musitó, suprimiendo otra arcada. Antes de que Leone pudiera reaccionar, se obligó a salir de la cama, pero al ser incapaz de ponerse de pie, golpeó el piso con un ruido sordo.

- ¿Estás bien? - Preguntó Leone, a pesar de que era evidente que no estaba bien. La chica no contestó: tenía miedo de vomitar si abría la boca. Usando toda su fuerza de voluntad, comenzó a arrastrarse hacia el baño. Cuando Abbacchio por fin reaccionó, la ayudó a llegar al excusado, donde el vómito salió con violencia hasta por su nariz.

El albino estaba bastante familiarizado con la experiencia: la había vivido en carne propia incontables veces, así que tenía una idea de qué hacer. Le sujetó el cabello mientras vaciaba el estómago, acariciando su espalda cariñosamente en un vago intento de reconfortarla. Cuando parecía que había terminado trató de ayudarla a ponerse de pie, pero simplemente no podía. Abbacchio determinó que la situación requería medidas drásticas.

- Quítate el vestido. - Ordenó. En medio de la bruma del alcohol la joven pareció procesar las palabras, e hizo lo que se le indicaba. Y Abbacchio casi se desmaya, pues lo único que llevaba bajo el vestido eran unas bragas de licra blanca.

"Concéntrate, Leone Abbacchio" se ordenó a si mismo, mientras desviaba su mirada a cualquier otra parte del baño. Tratando de no ver ni tocar nada indebido la arrastró hacia la regadera y abrió la llave de agua fría.

El contacto con el agua pareció hacerla reaccionar un poco, lo suficiente para que tomara algo de conciencia de su desnudez y cruzara los brazos sobre el pecho. Aunque pronto, las arcadas volvieron, y cubrirse dejó de ser una prioridad. Cada que creía que había sacado todo, aparecían nuevas arcadas. Era horrible, tanto que hubiera creído que estaba muriendo si el frío no la hubiera hecho espabilar suficiente como para reconocer que solo estaba borracha. Muy, muy borracha. Pero aún así, sentía que moría: el estómago le dolía, y su cuerpo seguía tratando de vomitar aunque no le quedaba nada que sacar; a demás, el frío era terrible y todo le daba vueltas.

- Me siento muy mal, Abba, ya quiero que termine. - Logró decir, entre tiriteos, antes de vomitar otro poco.

- Lo sé, pero se te va a pasar. - Respondió, casi con dulzura.

- No voy a volver a tomar. Jamás. - Abbacchio soltó una carcajada.

- Todos dicen eso.

- Pero yo voy en serio.

Cuando por fin pasaron cinco minutos sin que la rubia tratara de vomitar el alma, Leone decidió que era suficiente y apagó la regadera. Tomó un par de toallas para envolverla, cosa que la joven agradeció infinitamente, pues se estaba congelando. El peliblanco salió del baño para buscar algo con qué vestirla, pero el pijama estaba manchado de vómito, los vestidos no parecían apropiados para dormir, y no se sentía cómodo hurgando entre sus cosas, así que se quitó su propia playera, mientras pensaba que a ese paso su jefa iba a dejarlo sin ropa.

La prueba de que el agua fría la había ayudado a bajar el alcohol era que pudo ponerse la camisa, lavarse los dientes y llegar a la cama casi sin ayuda. Leone le ofreció un vaso de agua, el cual Giorno aceptó casi con desesperación.

- Con calma, o vas a vomitar de nuevo. - Giorno tomó el consejo: ya había vomitado suficiente para una vida.

Considerando que su trabajo ahí ya estaba hecho, Abbacchio se dispuso a retirarse, pero la suave voz de su Don lo detuvo.

- Por favor, quédate.

¿Quién era él para negarle algo? El ex-policía retrocedió sobre sus propios pasos.

- Acuéstate conmigo. - Por supuesto, esta frase carecía de doble sentido y Abbacchio estaba demasiado idiotizado para pensar en segundas interpretaciones. De alguna forma se las arregló para meterse entre las sábanas, guardando cierta distancia, pero esa noche Giorno parecía no entender el concepto de espacio personal, porque eliminó la distancia entre ambos para abrazarlo: Tenía mucho frío, y su compañero emitía un calor agradable... A demás, olía rico.

- De verdad, muchas gracias, Abba. Me salvaste la vida.

- No es nada. Tú me has salvado la vida varias veces, literalmente.

Permanecieron varios minutos en silencio. El peliblanco creyó que ya estaba dormida, cuando volvió a hablar.

- ¿Sigues despierto, Abba?

- Sí.

- Te quiero. Y estoy muy feliz de que ya no me odies. - Un agradable calor inundó el pecho del peliblanco. No era la primera vez en esa noche en que le decía que lo quería, pero esta vez, teniéndola arropada y a salvo, se pudo dar el lujo de disfrutar de esas palabras.

- Nunca te odié. - Le sorprendió un poco darse cuenta de que estaba siendo honesto. - Me dabas desconfianza y me parecías exasperante, pero no llegué a odiarte.

- Es bueno escucharlo.

Al borde de la inconsciencia, Giorno se acomodó mejor contra su pecho, y habló por última vez.

- Te quiero. Mucho.

- Yo también. - Respondió el ex-policía, casi en un susurro, mientras por fin devolvía el abrazo.


- ¡Giorno! ¡Despierta!

Narancia se encontraba aporreando la puerta nuevamente. Ese sería el último día completo que pasarían en la isla, y quería aprovecharlo al máximo junto a sus amigos.

De mala gana, la rubia abrió los ojos. Estaba demasiado cómoda y calientita como para salir de la cama, pero sabía que la única forma de deshacerse del gremlin era abriendo la puerta. Ponerse de pie la mareó un poco, pero se sentía mejor de lo esperado, considerando la tremenda borrachera de la noche anterior. No se escandalizó al notar que tenía compañía, porque recordaba la mayor parte de la noche anterior.

- ¡Por fin! ¡Llevo cuatro minutos tocando la puerta! ¿Por qué no...? - Las palabras murieron en su boca cuando notó que Giorno llevaba puesta la camisa de Abbacchio, y solo eso. A demás, estaba despeinada, con residuos del maquillaje de la noche anterior... Y como si no fuera suficiente, podía ver al mismo Abbacchio, con el torso desnudo y las sábanas cubriendo el resto de su cuerpo, durmiendo plácidamente en la cama de la rubia. Narancia enrojeció hasta el cuero cabelludo.

- ¡LO SIENTO! ¡NO VI NADA! - Gritó, antes de azotar la puerta con violencia y salir corriendo, dejando a Giorno en shock.


Notas:

Pobre Narancia: Tiene la impresión de que Giorno se está echando a todo el grupo.

Bien, raza, como inspiración para este capítulo preparé una deliciosa mezcla de tequila, miel, vino blanco, vainilla y licor 43 (recomendada, 10 de 10). Espero que les guste.Esto está basado en mi experiencia (cercana a la muerte) y la de una amiga con el poderosísimo Smirnoff de Tamarindo (con una pequeña referencia a una fiesta de preparatoria). Esa cosa es del pinche diablo - pero si lo piden amablemente, les puedo contar esas historias con lujo de detalle por privado - .

En serio, aún me da asco el alcohol fuerte, pero me embriago a pura fuerza de voluntad.

Ah, y tal vez, solo TAL VEZ el parque acuático sea una referencia a los parques de Xcaret.

Perdonen los dedazos. Los amo.