MI DUQUE


15: Guantes


La había dejado desnuda en el ring.

En ningún momento a lo largo de su carrera como boxeador había dejado a ningún oponente despojado de su honor. «Nunca he tenido a un adversario que me despojara de mis sueños con tanta precisión».

Menuda mierda. Naruto se inclinó sobre la mesa de billar que había en una de las salas de la planta de arriba de El Ángel Caído, e hizo rodar las bolas.

—¡Por Dios, Naruto! —dijo Õtsutsuki, observando cómo caían en las troneras más alejadas—. ¿No sería mejor que nos fuéramos y te dejáramos jugar solo? —Tomó un sorbo de whisky—. Y con un solo brazo.

La mención de su brazo, todavía débil y carente de movilidad, le hizo sentirse colérico. El hermano de Hinata le había robado su fuerza. Su poder. Pero ella había hecho algo mucho peor. Le había robado sus esperanzas.

Se había permitido creer cosas que no podían ser. Que ella podría ser lo que anhelaba, que podría ser tanto que dolía. Su esposa. Su familia. «Más».

«Su amor».

La palabra le atravesó, provocando frustración, sorpresa y deseo a partes iguales. Lo ignoró y volvió a golpear una bola con furiosa precisión. Y otra más.

Kabuto se balanceó sobre los talones antes de apoyar uno de sus largos brazos en el borde de la mesa.

—Está bien, está claro que no estás tan interesado en el juego como en ganar —comentó—. ¿Qué es lo que te pasa?

—Es por esa mujer —intervino Toneri, antes de atravesar la estancia para servirse un vaso de whisky.

«Pues claro que es por esa mujer».

Ignoró ese pensamiento y golpeó otra bola.

Kabuto miró a Toneri.

—¿Tú crees?

Toneri tendió el vaso a Kabuto.

—Siempre es por una mujer.

—Tienes razón —convino Kabuto, ladeando la cabeza.

—No es por eso —dijo Naruto.

—Claro que es por eso —repuso Toneri, al tiempo que arqueaba una ceja.

Claro que tenía razón.

Naruto miró a sus amigos con el ceño fruncido.

—¿Sabéis? Podéis marcharos los dos al infierno.

—Si lo hiciéramos nos echarías de menos —se burló Kabuto, después de beber un buen sorbo—. Además, me gusta esa mujer. A mí me parece bien que estés con ella, si es ese el problema.

Toneri le lanzó una mirada de sorpresa.

—¿Te gusta?

—A Sumire también le gusta. Cree que se preocupa por Naruto. Y yo también.

Un recuerdo parpadeó en la mente de Naruto. Los ojos de Hinata, más brillantes por las lágrimas, mientras permanecía desnuda en el ring. Mientras él la trataba de una manera abominable. Apretó los dientes.

Ella lo había despojado de su vida y luego le mintió. Una y otra vez. No se preocupaba por él. Era imposible.

Kabuto seguía hablando con Toneri.

—Y te clavó un puño en la cara.

—No es necesario que lo digas con ese regocijo —replicó Toneri.

—No me regocijo, pero los hechos son los hechos. Te noqueó una mujer.

—Eres un cabrón —se quejó Toneri—. Además, ¿cómo iba a saber yo que es capaz de golpear con la misma puntería que Naruto?

Otro recuerdo atravesó su mente. Hinata en el vestíbulo del Hogar MacIntyre con la mano posada en su pecho, fuerte y afectuosa.

«No deseo hacerte daño».

Otra mentira.

Kabuto interrumpió sus pensamientos.

—Entonces, Naruto, ¿qué es lo que has hecho mal?

Una imagen brilló de manera intermitente; Hinata en el centro del ring, rogándole que la escuchara. ¿Qué quería decirle? ¿Qué iba a explicarle?

Apartó los recuerdos a un lado. ¿Acaso le había dicho alguna vez la verdad?

«Unos minutos antes».

—Nada.

—¡Oh! Eso quiere decir que, definitivamente, has hecho algo mal. — Toneri se dejó caer en una silla cercana.

—¿Desde cuándo os comportáis como una bandada de cotorras?

Kabuto apoyó las caderas en la mesa de billar.

—¿Cuándo has perdido el sentido del humor?

La pregunta no era nada improcedente. Tanto Toneri como Kabuto tenían un temperamento malhumorado, Naruto siempre había sido el primero en formular esa cuestión.

Sin duda el año anterior fue él quien tuvo el gran placer de observar cómo sus dos amigos coqueteaban con la locura durante los períodos en los que cortejaron a sus esposas. Se había reído de ellos sin cortarse, encantado al ver su sufrimiento.

Pero aunque en esta ocasión también era por culpa de una mujer, no se trataba de una esposa. Sino de una absolución. Una meta mucho más importante.

—La dejé marchar —resumió sucintamente.

—¿Adónde? —preguntó Toneri.

—A su casa.

—Ah... —intervino Kabuto, como si esa interjección lo explicara todo.

Pero no lo hacía.

Naruto miró al irritante tipo.

—¿Qué demonios quiere decir eso?

—Que cuando se marchan no suele ser tan agradable como uno piensa que será.

—Mmm... —añadió Toneri—. Uno cree que disfrutará de paz, pero en vez de eso... no puede dejar de pensar en ellas.

Miró a uno de sus amigos y luego al otro.

—Os habéis convertido en mujeres. Dejaría de pensar en ella con suma facilidad si no fuera por... —Vaciló.

Si ella no fuera tan indignante.

Si no fuera tan devoradora.

Si no fuera tan condenadamente hermosa como era; si no se hubiera mostrado tan orgullosa en el ring, aceptando los golpes como una campeona. Como si los mereciera.

Lo que de hecho así era.

«Pero ¿y si no los merecía?».

—¿Si no fuera...? —presionó Kabuto.

Naruto se sirvió un vaso de whisky. Lo bebió. Esperó a que el ardor del alcohol borrara la quemadura de su memoria.

—Si no fuera mi contacto.

—¿Con qué?

Con Hyûga. Con el pasado. Con la verdad. Con la vida que llevaba anhelando con desesperación durante tanto tiempo.

Era más.

«Es tu contacto con todo».

Apartó aquel pensamiento y se inclinó para volver a beber, ignorando la punzada de dolor que bajó por su brazo, como si nunca hubiera existido.

No lo consiguió. Toneri y Kabuto se miraron el uno al otro sorprendidos.

—Intentad hacerlo con un solo brazo.

Justo en ese momento sonó un golpe en la puerta y todos giraron al unísono. Él agradeció el cambio de tema.

—Adelante —invitó Toneri.

Justin entró seguido por Shino Aburame, dueño de al menos ocho periódicos y revistas de La ciudad. Sin duda el hombre más influyente del país y quien iba a ayudarle a recuperar el lugar que le correspondía entre los pares.

Aburame miró a su alrededor.

—¿Hay lugar para un cuarto?

Naruto le tendió su palo.

—Puedes usar el mío. —Se acercó a un aparador cercano y rellenó el vaso antes de girarse para ver cómo Aburame se quitaba el abrigo y lo dejaba en una silla cercana.

—¿Quién iba ganando?

—Naruto —repuso Toneri, golpeando una bola y fallando.

Aburame lanzó a Naruto una mirada al tiempo que tomaba el vaso que le tendía.

—¿No prefieres continuar la racha?

Él se apoyó en una silla cercana y bebió de su copa.

—Prefiero hablar sin cortapisas.

El periodista se quedó quieto.

—Bueno, yo también. ¿De qué quieres hablar?

Naruto señaló la mesa de billar con el vaso.

—Juega hasta que te diga algo que valga la pena escuchar.

La sugerencia pareció satisfacer a Aburame, que se movió para examinar el tapete.

—Me parece bien. ¿Qué tal va tu brazo?

—Va bien —repuso él.

Aburame asintió con la cabeza antes de dejar el vaso en el borde de la mesa, inclinarse y calcular un golpe.

—Hinata Hyûga está viva —anunció Naruto mientras Aburame hacía retroceder el palo para golpear una bola.

Aburame no tiró, no prestó atención al juego porque estaba mirando a Naruto con los ojos abiertos como platos.

—Ya has dicho algo que vale la pena escuchar.

—Imaginé que pensarías eso.

Aburame dejó el palo sobre la mesa.

—Como estoy seguro que puedes suponer, tengo una docena, o más, de preguntas.

—Responderé cada una de ellas. Y las que no pueda contestar yo, lo hará ella.

—¿Puedes hablar con ella? —El periodista soltó un silbido por lo bajo —. Menuda historia. ¿Dónde está?

—Eso no importa —aseguró Naruto, al que de repente no le interesaba compartir los detalles privados acerca de la localización de Hinata. Dio otro sorbo, buscando coraje en la bebida. ¿De dónde demonios había salido esa idea?—. ¿Piensas asistir al baile de máscaras navideño de Nara?

Aburame reconocía una buena historia en cuanto la veía, y supo que sería mejor no poner dificultadas.

—¿Puedo suponer que la señorita Hyûga asistirá?

—Lo hará.

—¿Y tienes intención de presentármela? —Naruto asintió con la cabeza. Aburame era inteligente y capaz de juntar los pedazos—. Sin embargo, eso no es todo ¿verdad?

—¿Alguna vez lo es? —intervino Kabuto desde su posición, junto a la mesa.

—Quieres la deshonra de esa chica —dijo Aburame.

«¿La quiero?».

—No te culpo —continuó el periodista—. Pero no pienso ser tu títere. He venido porque Chase me llamó y se lo debo. Escucharé tu historia, tu versión, pero también oiré la de ella. Y si no considero que merezca una vergüenza pública, no la tendrá por mi culpa.

—¿Desde cuándo eres tan honorable? —estalló Toneri—. Esta historia venderá miles de periódicos, ¿no?

Una sombra cruzó por el rostro de Shino antes de desaparecer con tanta rapidez que no la hubiera notado si no lo hubiera estado observando con atención.

—Baste decir que he arruinado a tanta gente con los artículos de mis periódicos, que no me veo obligado a satisfacer a cada aristócrata sediento de venganza. —Shino le miró a los ojos—. ¿Ella se lo merece?

Esa era la pregunta que él no esperaba que le hicieran. La pregunta que había esperado no tener que responder.

Porque una semana antes, habría dicho que sí, sin titubear. Una semana antes habría sostenido que esa mujer se merecía todo lo que ocurriera, cada gramo de justicia que pudiera asegurarse con su poder, fuerza e influencia.

Pero ahora todo era más complicado. No podía pensar en sus motivos con tanta claridad. De repente, pensaba en la manera en que ella le tomaba el pelo cuando se olvidaba de que eran enemigos; en la manera en que se enfrentaba a él, de igual a igual; en cómo trataba a sus pupilos y a los hombres del club. En cómo se abandonaba a sus besos, a sus caricias... En cómo acunaba a aquella cerda estúpida como si fuera la mejor compañía que pudiera tener una mujer.

Aquellos insidiosos pensamientos avanzaban lentamente desde el fondo de su mente, haciéndole preguntarse si él no era mejor que esa maldita cerda.

Apuró lo que quedaba de licor en el vaso y se giró para obtener más.

¡Dios! Estaba llegando a compararse con un animal.

Bien, ¿merecía ella su venganza? Ya no lo sabía. Pero cuando pensaba en el pasado, en la vida que podría haber tenido, en los placeres que habría obtenido gracias a su título y a su potencial, no podía detener la creciente ira.

De no ser por ella, estaría mucho menos enfadado.

Y mucho menos dolido.

Aquella cama se había hecho hacía mucho tiempo. Demasiado para que no viera más que mentiras.

Y ella le había mentido una y otra vez.

Cuando por fin le había dicho la verdad, le robó su última esperanza. La última promesa de la vida que él había deseado con la parte más oculta de su alma; una hermosa esposa, un hijo fuerte y feliz, una familia, un nombre...

Un legado.

Ella se lo había robado, como si alguna vez hubiera sido suyo.

Su cólera regresó, ardiente y bien recibida, y se giró hacia Shino Aburame con una mirada aterradora.

—Se lo merece.

Aburame se volvió hacia la mesa y realizó su jugada. Metió la bola en el agujero. Se incorporó y alzó el vaso en un brindis silencioso.

—Si es cierto, te ayudaré —dijo—. Nos veremos en el baile de Nara. —Terminó el contenido del vaso antes de lanzarle el palo y dirigirse a la puerta. Una vez allí, se dio la vuelta—. ¿Y Chase?

Naruto no había hablado con su socio desde hacía días.

—¿Qué quieres de Chase?

—¿Dónde se ha metido esta noche?

—Está resolviendo unos asuntos —intervino Toneri. Su respuesta no invitaba a seguir debatiendo el tema.

Shino ignoró la irritación en el tono de Toneri.

—Sin duda, pero ¿cuándo va a darse cuenta de que soy capaz de mantener sus secretos?

Kabuto arqueó una ceja.

—Quizá cuando su medio de vida no dependa de tu narración de los hechos.

Shino sonrió de oreja a oreja antes de abrir la puerta.

—Es justo. Estaré jugando al vingt-et-un. —Asintió con la cabeza mirando a Naruto—. ¿Mañana?

Él asintió con la cabeza.

—Mañana.

—¿Serán respondidas mis preguntas?

—Eso y más —prometió.

Aburame se despidió y salió como si las mesas del casino supusieran una atracción irresistible. Su acuerdo debería haberle llenado de excitación, debería haberle hecho sentir aliviado.

Pero habían dejado un desagradable nudo de algo inexplicable en sus entrañas. Algo en lo que no estaba interesado ni era capaz de definir.

Se volvió hacia sus amigos que le miraban con precaución.

—Una vez que la descubra, quedará deshonrada. Deberías tener en cuenta el riesgo que supondrá para el orfanato —señaló Toneri.

—A nadie le gusta la idea de que un orfanato se vea afectado por un escándalo —explicó Kabuto como si él no lo entendiera.

Pero lo entendía. Y no le gustó la desagradable sensación que le atravesó al escuchar las palabras de sus socios. La sugerencia de que su plan suponía un peligro para una casa llena de niños inocentes.

Ni la facilidad con la que Toneri relacionaba a Hinata con un escándalo.

No le gustaba nada de eso.

—Si tiene acceso a los archivos del orfanato, descubrirá en poco tiempo de quién son esos niños —añadió Toneri—, y expulsará a los padres.

—Ella no podrá sobrevivir a ello. Jamás podrá mostrar su rostro en La ciudad otra vez —añadió Kabuto—. Si no es destruida por los hombres que han enviado allí a sus bastardos, lo será por las mujeres de la sociedad. Y te echará la culpa. ¿Estás preparado para eso? ¿Para perderla por completo?

Naruto miró a su socio con los ojos entrecerrados.

—¿Por qué piensas que me preocuparía perderla? Estoy deseándolo.

La mentira le arañó la garganta, aunque se negó a admitirlo. Sus amigos, sin embargo, sabían que era mejor no presionarle sobre ese asunto.

—Aburame es un amigo —añadió Kabuto—, pero también es periodista. Y un periodista muy bueno.

—Ya lo sé —convino él.

Naruto no era un monstruo. Una vez que ella estuviera deshonrada, él protegería a los chicos. Les construiría un palacio fuera de La ciudad, que llenaría de dulces y perros. Y de cerdos.

La imaginó abrazando a aquella condenada cerdita con una sonrisa en sus bonitos labios y sintió una punzada de algo que se parecía mucho a culpa.

«¡Joder!».

Flexionó la mano del brazo herido, odiando su rigidez.

—Mantendré a Aburame alejado del orfanato —prometió—. Es un tipo decente. No hará nada que dañe a unos niños.

La mirada de Kabuto se clavó en su mano, que todavía abría y cerraba.

—¿Cómo te sientes?

—Tienes ganas de recuperarme para el ring, ¿verdad? —bromeó, sin sentirse demasiado inspirado.

Kabuto no sonrió.

—Tengo ganas de recuperarme, punto.

Naruto miró su arruinada extremidad y lo giró en el aire, mirándolo. Se preguntó si debería decir lo que sospechaba en las horas más oscuras de la noche, cuando los músculos tiraban, cosquilleaban y ardían.

¿Qué dirían si les confesara que no podía sentir parte de su brazo? ¿Qué ocurriría si ya no fuera Naruto, el invencible? ¿Qué sería de él?

Ya no sería el hombre que había llegado a ser, el hombre con el que habían creado el negocio. Ya no sería el boxeador más legendario del país ni el hombre que pasaba sus días en Mayfair y sus noches en Temple Bar. Sería algo que no era, alguien sometido a un perverso giro del destino; un hombre nacido aristócrata y crecido en las calles. El duque de Uzushiogakure, que no había visto sus tierras ni a su familia desde hacía doce años.

«Ya no serás el duque asesino».

Claro que nunca lo había sido.

Una imagen inundó su mente; Hinata en el ring, orgullosa e inmóvil. Más fuerte que cualquiera de sus demás adversarios. Más feroz. Y mucho más temible.

«¿Quién serás para ella?».

Se pasó la mano sana por la cara.

¿Qué le había hecho esa mujer? ¿Qué se había hecho él mismo?

—No es necesario que lo hagas. Lo sabes ¿verdad? —preguntó quedamente Toneri.

Él miró a su amigo.

—¿Ahora la defiendes? ¿Quieres que vaya a buscar un espejo para recordarte que te ha puesto un ojo a la funerala?

Toneri sonrió burlón.

—No fue la primera en conseguir tal cosa. Ni será la última. —Eso era cierto—. Lo único que estoy diciendo es que puedes detener esto. Que puedes cambiarlo.

—¿Qué es lo que te ha hecho pensar en el perdón?

El marqués encogió los hombros.

—Te preocupa esa mujer, es evidente, o no estarías tan obsesionado con ella. Sé qué es eso. Y sé lo que es prescindir de la venganza por una mujer.

Durante un momento, consideró la idea. Imaginó lo que ocurriría si pudiera cambiar. Imaginó la vida que disfrutaría si se daba la oportunidad. Imaginó una fila de hijos rubios e hijas con melena negra azulada, cada uno de ellos con ojos extraños y personalidades templadas como el acero.

Imaginó a la madre, guiándolos. Pero solo era eso, un producto de su imaginación. La realidad era algo muy diferente.

.

.

Los duques de Nara habían ofrecido un baile de máscaras navideño cada diciembre desde que se casaron, y la fiesta había alcanzado tanta fama que la mayor parte de La ciudad se creía en la obligación de regresar a la ciudad, a pesar del clima frío y aburrido, para asistir.

Según Tenten, que por lo que Hinata había visto estaba al tanto de todos los cotilleos, la duquesa de Nara estaba orgullosa de tener como invitados a una lista impresionante, ya no solo de aristócratas, sino de dignatarios británicos. Lo cierto era que Tenten había utilizado la frase «todo el que es alguien» en la excitada conversación que mantuvieron después de que ella recibiera la nota de Naruto —si es que una sola línea negra indicando la hora y el vestido que prefería que usara podía ser llamada así—. Así que Hinata imaginó que aquello no era una coincidencia y que ese era el acontecimiento en el cual se presentaría sin máscara ante todo La ciudad.

Tanto literal como figuradamente.

Sin embargo, el día anterior, antes de que todo se fuera al garete, podría haber sido diferente. El día anterior, antes de que ella le recordara su pasado —y que eran enemigos— podrían haber sido amigos.

Y él habría reconsiderado ese momento.

«Menudo sueño».

Contuvo una risita ante ese pensamiento. Era solo una fantasía. No existía nada capaz de borrar su pasado. Que eliminara lo que ella había hecho. No había perdón capaz de cambiar el panorama final. Ni cómo acabaría la noche.

Lo haría con su deshonra.

Si era sincera, Hinata se alegraba de que todo terminara por fin. Una vez que se viera arruinada, podría regresar a su vida normal y ser olvidada por el resto del mundo.

«Olvidada por él».

Sería lo más conveniente. Algo que, quizá, debería agradecer.

Al menos eso se repetía a sí misma.

Eso se había dicho cuando regresó al orfanato y puso a Tenten al tanto de los entresijos del lugar, indicando la historia de cada niño, mostrándole los archivos donde guardaba los restos de su pasado. La prueba de su nacimiento.

Se lo había repetido mientras le prometía a Tenten los fondos que había ganado a Naruto —le dolía la idea de llamarlos deudas—. No le quedaba otra opción. Los niños necesitaban carbón, Tenten necesitaría efectivo si quería mantener en marcha el orfanato.

Se lo siguió diciendo mientras guardaba sus pertenencias en una pequeña maleta de viaje, donde incluyó también la cantidad necesaria para regresar a Sunashire, el lugar al que había escapado doce años antes. El lugar donde se reinventó a sí misma. Donde se convirtió en Hina MacIntyre.

Se lo dijo cuando llegó el vestido en una preciosa caja blanca, con bordados en relieve de hilos de oro y una máscara dorada a juego, elaborada con delicadas filigranas que tuvo que resistirse a tocar.

Hebert también había incluido ropa interior de seda, raso y encaje, medias y camisolas bordadas tan increíbles como innecesarias. Había pasado más de una década desde que sintió tanta suavidad contra su piel y se entregó al lujo de sentir esa clase de tela mientras el propósito con el que había sido confeccionada resonaba en sus pensamientos.

Era lencería diseñada para ser vista. Por hombres.

«Por Naruto».

Y la capa —verde y bordada con hilos de oro para hacer juego con el resto del conjunto— estaba ribeteada con armiño, que valía más de lo que costaría mantener el orfanato durante un año. Le sorprendió encontrarla en la caja, dado que no habían discutido nada al respecto, cuando estuvo en la tienda de madame Hebert para que le tomaran medidas escasa de ropa.

Se le calentaron las mejillas al recordar sus ojos fijos en ella en aquella estancia apenas iluminada. Y cuando esa evocación dio paso a otra, la de sus labios en los de ella, sintió como si le ardieran.

Se dijo que estaba encantada de reunirse con su verdugo mientras se dirigía al vestíbulo del orfanato, donde él esperaba. Tenten aguardaba en el piso superior, con Lavanda entre sus brazos.

Ahora, en el centro neurálgico de ese lugar, producto de su tesón, lágrimas y pasión, se dio cuenta de que ya no era Hina MacIntyre, ni tampoco Hinata Hyûga. No podía seguir siendo la directora del orfanato, ni la hermana, ni la cuidadora, ni la amiga... Volvía a estar en blanco.

Se le encogió el corazón. De alguna manera nada de eso tenía importancia, solo había una devastadora realidad; para Naruto ella no significaba nada. Miró a Tenten.

—Si viniera mi hermano, ¿podrías decirle que me he marchado? ¿Le darás mi carta?

El mensaje de Utakata la esperaba cuando regresó de El Ángel, pidiéndole fondos para salir del país. Prometiéndole que era lo último que le pedía.

Hinata había escrito una carta exponiendo la verdad, que no disponía de dinero y que eran los dos los que debían escapar. Le agradecía los años que había ocultado la realidad al resto del mundo y se despedía.

Tenten frunció los labios.

—Lo haré, aunque no me guste. ¿Y si te persigue?

—Si lo hace, que así sea. Mejor que venga detrás de mí que de ti. Mejor de mí que de este lugar —dijo ella—, que de Naruto... —añadió bajito.

Su voz la hizo recordar esa noche, cuando Utakata clavó el cuchillo en el pecho de Naruto y huyó entre la multitud mientras a ella le daba un ataque de pánico. Aquella era la solución. Pondría fin a todo. Liberaría a Naruto.

Utakata no volvería a molestarle.

Y después de esa noche, tampoco lo haría ella.

Suspiró, desesperada por poder resistir la avalancha de emociones que acudían cada vez con más facilidad cuando pensaba en él.

—Y todo lo demás...

Tenten asintió con la cabeza y dejó a Lavanda en el suelo antes de acercarse a ella para tomarla de las manos.

—Sí, y todo lo demás. —Permanecieron allí paradas durante un buen rato. Amigas—. No tienes por qué hacerlo, ¿lo sabes? Podríamos luchar juntas.

Se le llenaron los ojos de lágrimas y parpadeó para hacerlas desaparecer.

—Pero lo haré. Por ti, por los niños. —Alisó la suave seda de las faldas con las manos, obligándose a recordar que esa noche, él cumpliría su promesa. Y ella cumpliría también la suya, por fin.

Esa noche, terminaría todo.

Tenten supo que era mejor no discutir.

—Es un vestido precioso.

—A mí me hace pensar que estoy en venta —confesó ella.

—No lo hace.

Tenten tenía razón. Sí, era muy escotado, pero madame Hebert había conseguido acceder a la petición de Naruto sin hacer que ella resultara indecente. Pero Hinata no deseaba admitir que el vestido la aturdía.

—Hace que parezcas una princesa.

Se cerró la capa.

—No lo hace —le toco decir a ella.

Tenten sonrió de oreja a oreja.

—Entonces una duquesa. —Hinata le traspasó con una mirada, pero siguió hablando allí parada mientras alzaba a la cerdita, y la tomaba en brazos—. ¡Dios mío! ¿Puedes imaginártelo? Tú casada con su padre.

—Prefiero no imaginarlo —repuso ella.

—Madrastra de ese hombre.

Cerró los ojos.

—No lo digas.

—Imagina esa vida, llena de pensamientos impuros hacia tu hijastro.

—¡Tenten! —protestó ella, agradeciendo la distracción.

—¡Oh, querida! —la consoló Tenten—. Es mayor que tú.

—No quería decir que...

Tenten agitó la mano.

—Claro que sí. Mírale. Es enorme. Y tan guapo como el pecado. ¿De verdad serías capaz de negar que no has tenido ni un solo pensamiento impuro con él de protagonista?

—Sí.

—Mentirosa.

Claro que mentía. Había tenido más de un pensamiento impuro con él. De hecho, había llevado a cabo acciones impuras con él. Y todavía era peor... Le amaba.

Qué vuelta de rosca más aciaga habían dado los acontecimientos.

Y el objeto de sus pensamientos apareció, salvándola de seguir pensando.

El corazón le subió a la garganta mientras le estudiaba. Los pantalones negros, el chaleco y el abrigo, perfectamente confeccionado a medida a pesar del cabestrillo, también negro. ¡Santo Dios! Sus hombros eran inmensos. Su negro atuendo solo estaba roto por el blanco impoluto de la camisa y la corbata, como si hubiera sido almidonada y anudada por uno de los mejores ayudas de cámara de La ciudad.

No podía imaginarle con un ayuda de cámara. No parecía el tipo de hombre que necesitara la ayuda de otro, y menos para algo tan frívolo como anudar una corbata.

No obstante estaba perfectamente anudada.

—Su excelencia —dijo Tenten con una sonrisa enorme—. Estábamos hablando de usted.

Él ladeó la cabeza.

—¿De veras? ¿Y qué estaban diciendo? —Se inclinó sobre la mano de Tenten con los ojos brillantes mientras Hinata clavaba los suyos en su ancha espalda, deseando que su amiga no dijera nada más.

—Discutíamos sobre que no somos más que títeres en manos del destino.

Él acarició el suave hocico de Lavanda y el animal —traidor— se estiró buscando más antes de que Naruto se concentrara en Hinata.

—Magníficas marionetas, en efecto. —Deslizó la mirada sobre ella haciéndola sentir calor y frío a la vez. Nerviosa, se cerró el cuello de armiño con la sensación de que él podía atravesar el pelaje con la vista. Entonces, la atención de Naruto cayó en su mano—. ¿Estás preparada? —dijo, vacilante.

—Lo más preparada que puedo estar —respondió ella casi para sus adentros, pero él ya se acercaba a la puerta, ansioso sin duda por poner en marcha su destrucción. Debía estar cansado de ella, de vivir sin los privilegios con los que había nacido.

Ella le siguió, consciente a cada paso de que su vida cambiaría. Esa noche ya no podría librarse de su pasado. Él tenía que reclamarlo y ella perdería todo lo que había conseguido, todo aquello para lo que había trabajado.

Y lo haría por él.

Ya en la puerta, Tenten la detuvo y la rodeó con sus brazos.

—Ánimo —le susurró al oído.

Ella asintió con la cabeza con un nudo en la garganta y alzó a Lavanda para darle un suave y largo abrazo, que concluyó con un beso en la cabeza antes de dejarlo en manos de la nueva propietaria del Hogar MacIntyre para chicos.

El carruaje estaba tan silencioso como una tumba y ella intentó no molestarle.

Intentó no fijarse en la manera en que su pecho subía y bajaba bajo la impoluta camisa y la suave lana de la levita; el aire entraba y salía de su cuerpo, despacio y sin pausa. Intentó no fijarse en la manera en que los músculos de sus piernas se tensaron cuando el carruaje se tambaleó sobre los adoquines de las calles, ni en su aroma, a clavo, a tomillo y a él mismo.

Intentó ignorarle hasta que él se inclinó hacia delante en la oscuridad, atravesando la frontera que habían trazado de manera tácita entre su espacio y el de ella.

—Te he traído un regalo —dijo con brusquedad.

Después de todo, era de muy mal gusto ignorar un regalo.

Y para asegurarse de ello, él constató sus palabras tendiendo una caja alargada hacia ella. Reconoció al instante la marca dorada grabada en relieve, el sello de madame Hebert, y negó con la cabeza mientras la cogía.

—Llevo puesto todo lo que me ordenaste. Todo.

Las palabras surgieron antes de que pudiera detenerlas, antes de recordarles a ambos que llevaba puesta la ropa que él le había comprado. La que había elegido mientras ella estaba casi desnuda frente a él en una habitación oscura.

Él podría haber aprovechado el momento para sacar el tema. Obligarla a admitir que cada una de esas prendas habían sido de él antes de ser de ella.

Pero no lo hizo.

—No todo —dijo antes de reclinarse en el asiento.

Abrió la caja y retiró el papel de seda para descubrir unos hermosos guantes de satén, a juego con el vestido en los bordados y los botones que subían por el interior. Los sacó de la caja con suavidad, como si pudieran romperse en pedazos entre sus dedos.

—Jamás llevas guantes —explicó Naruto—. He pensado que podrías necesitarlos.

Sin embargo, esos no eran unos guantes de diario. Formaban parte de un conjunto, eran para usar con un vestido de noche. Para que los viera un hombre.

Se puso uno antes de darse cuenta de que no podía cerrarlos con una sola mano. Pero antes de poder quitárselo, él se volvió a inclinar hacia ella y sacó un gancho del bolsillo de la chaqueta, como si fuera normal que un hombre llevara uno. La apretujó en el estrecho y oscuro espacio al intentar cogerle la mano. Movió el brazo herido y lo usó para sostener el de ella mientras abotonaba la interminable fila de pequeños botones verdes.

Ella quiso odiarle por controlar incluso eso, incluso los guantes.

Pero no pudo evitar amarle más por ello. El corazón se le hinchó en el pecho al pensar que esa era su última noche. Quizá la última vez que estarían solos.

—Gracias —respondió con suavidad, sin saber que más hacer que estar allí sentada, con las manos extendidas ante él.

Él guardó silencio, concentrado en su tarea, y ella se dedicó a observar la parte superior de su cabeza rubia, sin atreverse a respirar hondo por su cercanía mientras deseaba que no estuviera encima de sus manos imperfectas y llenas de cicatrices. Agradeciendo el hecho de que había cubierto los años de historia escrita en sus palmas antes de tenderle el brazo.

Su hábil y contenido contacto la hacía sentir inestable.

Notaba su aliento en la piel de la muñeca mientras él la ocultaba de la vista, el suave roce de sus dedos a lo largo del interior del brazo fue lo último que sintió antes de que fuera perseguida por la seda.

No, no perseguida. Aprisionada.

Porque se sentía de esa manera, como si el guante la protegiera para que la sensación de su contacto no pudiera escapar.

Le pareció que tardaba una eternidad en terminar con el primer guante y soltó el aire que no sabía que había retenido. Él le cogió la otra mano sin advertirla, y ella intentó liberarla sin conseguirlo.

—Gracias, yo puedo...

—Déjame —pidió él, tomando el segundo guante de su regazo.

«¡No! —quiso decir—. ¡No la mires!».

El calor cubrió sus mejillas y agradeció la oscuridad del carruaje.

Sin embargo, él lo supo.

—Te avergüenzas de ellas —comentó al tiempo que pasaba por su palma la yema del pulgar. Eso estuvo a punto de volverla loca.

Volvió a tirar con fuerza de la mano. Fue inútil.

—No deberías, ¿sabes? —continuó él, trazando con lentitud una espiral de tortura interminable—. Estas manos te han ayudado a sobrevivir durante doce años. Han trabajado, ganado tu sustento. Te han ofrecido refugio y seguridad durante más de una década.

Ella alzó la mirada a aquellos ojos, azules como el mar en la tenue luz.

—Se supone que las manos femeninas no deben presentar señales de trabajo manual.

—Pero lo que no puedo entender, Hinata —añadió él con un susurro—, es por qué tuviste que recurrir a ellas.

Miedo, quizá. O el destino.

Insensatez, sin duda.

—Desearía que no estuvieran tan ásperas. Que fueran suaves, como deben ser las manos de las damas.

«Como tú, estoy segura, las prefieres».

No. A ella no le importaban cómo le gustaban las manos. Esas manos eran de ella.

Él deslizó el guante de seda sobre sus dedos, introduciéndolos en los canales de tela y presionando en los valles. ¿Quién hubiera podido imaginarse que la piel fuera tan sensible en esa zona?

—Son tus manos —resumió él, levantando su brazo y bajando la cabeza para susurrar sobre el trozo de palma que todavía quedaba al aire—. Son perfectas.

—No digas eso —rogó ella.

«No seas amable conmigo».

«No me hagas amarte más de lo que te amo».

«No me hagas más daño del que planeas».

Notó que él le besaba el suave montículo de la base del pulgar antes de abrochar más botones y subir hasta la muñeca, donde volvió a besar su piel antes de seguir abotonando más.

Y continuó cerrando el guante así, sin detenerse. Abrochando la seda tras besarla de manera delicada y tierna, enviando un estremecimiento de placer a cada paso que era capturado por la seda. Por él. Cada uno minando su resistencia, haciendo que quisiera subirse a su regazo y rendirse a él sin remisión.

Cuando llegó a la recta final, a la parte que cubriría su codo, se demoró en la piel desnuda, apretando sus cálidos labios contra ese sensible lugar que ella no sabía que poseía, donde se demoró hasta que ella jadeó de placer. Entonces separó los labios y acarició su carne con la lengua, trazando un largo y lánguido círculo de glorioso calor.

Ella no pudo detenerse y deslizó la mano libre por su pelo para retenerle allí, en aquel punto tan receptivo y maravilloso.

Odió aquel maldito guante que le impedía sentirle.

Maldiciéndolo en voz alta.

Notó la curva de sus labios en la piel y la sonrisa fue seguida por un pellizco indoloro, aunque insoportable, de sus dientes antes de que él pusiera fin a su tortura... y a la tarea.

En ese momento, él podría haber conseguido lo que quisiera de ella.

Se lo habría dado con profundo y duradero placer. ¿Qué era lo que convertía a ese hombre en el más peligroso de La ciudad?

La lograba controlar con su contacto, y su control era mucho más serio y peligroso que el de cualquiera de los hombres que la había controlado antes.

Y eso la aterraba.

—Naruto —susurró en la oscuridad—, yo...

Se interrumpió, quería decirle demasiadas cosas.

«Lo siento».

«Ojalá pudiera ser diferente».

«Ojalá pudiera ser la mujer perfecta que tú quieres. La que borrara el pasado».

«Te amo».

Él no le dio oportunidad de decir nada.

—Ha llegado el momento de que te pongas la máscara. —Se recostó contra el asiento del carruaje, absolutamente impertérrito ante la experiencia—. Ya hemos llegado.

.

.

Continuará...