MI DUQUE


20: Mi Duque


La sala de juego de El Ángel Caído estaba abarrotada. Durante la recuperación de Naruto, a falta de combates en los que apostar, los miembros del club se conformaban, sin protestar, con gastar su dinero en partidas de dados y cartas. Cuando había apuestas en juego, El Ángel estaba más que feliz de satisfacer los deseos de los clientes, y todo el personal —desde los lacayos a los crupieres o las cocineras— se entregaba a ello.

Naruto atravesó la entrada de los propietarios con Lavanda en brazos y se abrió paso hasta el primer piso del casino. Desde allí, paseó la mirada por la multitud de hombres perfectamente trajeados dispuestos a perder sus fortunas y gozando de cada segundo.

Cualquier otra noche habría disfrutado de la escena. Habría buscado a Kabuto y le habría preguntado qué tal iba la velada. Incluso habría jugado un par de partidas de vingt-et-un.

Pero ese día se paseaba por la sala en silencio, preso de la frustración. Furioso, ahora, con aquella aristocracia que volvía a aceptarle y le daba palmaditas en el hombro.

Volvía a ser uno de ellos, como si los últimos doce años no hubieran transcurrido.

Pero no le importaba. Lo único que le importaba era encontrarla.

Se había pasado el día a caballo, bajo la lluvia, buscándola inútilmente; una hermosa aguja en el pajar lleno de barro, que era La ciudad en diciembre. Había ido al orfanato, visitado a Aburame y regresado al orfanato. Había acudido a la parada de postas y pagado una fortuna al encargado por información relativa al pasaje del día, preocupado de que ella hubiera podido dejar ya la ciudad.

Una pareja de novios y dos caballeros habían emprendido viaje hacia el norte, camino de Escocia, pero aunque la joven que se fugaba era muy guapa, el hombre le había asegurado que no tenía el pelo negro azulado ni los ojos diferentes.

No era Hinata.

Debería alegrarse al comprobar que todavía seguía en La ciudad, pero estaba demasiado furioso por el hecho de que hubiera desaparecido. No había ni rastro de ella. Era como si se la hubiera tragado la tierra. Si no supiera que no era cierto, podría pensar que jamás había existido.

Pero le había dejado los guantes. Y a la cerdita.

Y un agujero en el pecho. Torció los labios con ironía al notar que la herida palpitaba con ese pensamiento. En realidad le había dejado dos agujeros; uno en proceso de curación y otro que podía acabar con él.

Movió el hombro herido bajo la chaqueta y el dolor irradió por el brazo, bajando hasta el codo. Movió los dedos dentro del cabestrillo. No sintió nada. Sabía que el cansancio acumulado no ayudaba a estimular la sensibilidad, pero no era capaz de reposar. No lo haría hasta que la encontrara.

Le daba igual estar lisiado cuando todo hubiera acabado.

Al menos la tendría consigo.

La frustración le inundó con aquel pensamiento. ¿Dónde demonios se había metido esa mujer?

Miró al techo y sus ojos cayeron sobre la enorme vidriera que ocupaba la pared de la sala principal de El Ángel Caído. Lucifer cayendo desde el cielo. Un imponente conjunto de vidrios de colores en el que el príncipe de las tinieblas estaba a medio camino entre el cielo y el infierno, con una cadena en el tobillo, un cetro en la mano y las alas abiertas e inservibles en la espalda.

Naruto nunca había pensado demasiado en aquella imagen, salvo por lo bien que transmitía el mensaje correspondiente a los clientes del club. Aunque la nobleza podía haber desterrado a los cuatro —Toneri, Kabuto, Chase y él mismo—, habían levantado el club de juego más legendario de La ciudad y desde allí tenían mucho más poder que antes.

Sin duda Chase tenía inclinación por el drama.

Pero en ese momento, mientras estudiaba la enorme vidriera de colores, mientras veía la caída de Lucifer, se dio cuenta de lo corpulento que era. Lo fuerte. De alguna manera, el artista había captado la grandeza y decadencia de músculos y tendones en las láminas de vidrio. La fuerza de Lucifer era inútil en ese instante, no podía detenerse. No podía evitar aterrizar donde quiera que Dios hubiera dispuesto.

Y allí parado, con el brazo debilitado, inundado por una absoluta sensación de inutilidad al ser consciente de que no podía encontrar a la mujer que amaba, sintió compasión por el príncipe de las tinieblas. Tanta belleza, tanto poder, tanta fuerza... y estaba cayendo en el Infierno.

«¡Dios!».

¿Qué había hecho?

—¿Has traído un cerdo a mi casino?

Naruto miró a Chase.

—¿La ha visto alguien?

—No —repuso Chase con expresión seria.

Él quiso gritar de furia al escuchar eso. Quiso volcar la mesa más cercana y desgarrar las cortinas.

—Ha desaparecido —se limitó a decir.

Permanecieron uno junto a otro, observando el casino.

—Los hombres siguen buscándola. Quizá aparezca ella sola.

—Quizá... —repuso, lanzándole una mirada furibunda con la que le decía a las claras que aquello era virtualmente imposible.

—Daremos con ella.

Asintió con la cabeza.

—La encontraré, aunque me lleve el resto de mi vida.

Chase asintió con la cabeza y apartó la vista. Parecía sentir cierta incomodidad ante la emoción contenida en sus palabras. A él no le importó.

—Pero ¿dónde has encontrado a ese cerdo?

—Es de ella —replicó al tiempo que bajaba la mirada al dormido rostro del animal.

Chase arqueó sus oscuras cejas.

—¿Tiene un cerdo?

—Sí, lo sé, es ridículo. —Y todavía era más ridículo que se hubiera ofrecido a cuidar de la criatura. Que fuera su único enlace con ella.

—Creo que es encantador. Tu señorita Hyûga es una mujer muy intrigante.

Pero no era suya.

—Necesita comer algo —dijo, tendiéndole a Lavanda—. Llévala a las cocinas y averigua si Didier puede alimentarla. —Él comenzó a moverse hacia la multitud, en busca de alguien que pudiera conocer a Hinata. Quizá alguna amiga de la infancia podría haberle ofrecido alojamiento.

¿Y si nadie le ofrecía una cama? ¿Y si estaba vagando por las calles a esas horas, sola y sin hogar al que acudir? Él había dormido una vez en las frías calles londinenses, y la idea que ella pudiera estar ahí fuera... congelándose... Sin guantes.

El corazón se le aceleró por el pánico y agitó la cabeza para intentar controlarlo. Hinata no era tonta. Encontraría algún lugar en el que dormir.

«Pero ¿con quién?».

Volvió a sentir una llamarada de pánico.

Chase seguía hablando y él solo logró escuchar una parte, que le sirvió para distraerse.

—Didier es francesa. El cerdo podría acabar en un estofado.

—Que no se atreva a cocinar a mi cerda —le advirtió.

—Pensaba que era de la señorita Hyûga. —Estuvo tentado de borrar la presumida sonrisa de la cara de su socio.

—Cómo vamos a casarnos, prefiero considerarla nuestra cerda.

Chase sonrió de oreja a oreja.

—Perfecto. Intentaré ayudar.

—No lo hagas, siempre acabas entrometiéndote. Limítate a alimentar al animal, con eso será suficiente.

—Pero...

—Da de comer a la cerda.

Por un momento, pensó que Chase ignoraría sus instrucciones y se entrometería de todas maneras, pero en ese instante apareció el mayordomo del club.

—Tenemos visita.

—¿De quién se trata? —preguntó, pensando que podría ser Hinata.

—Utakata Hyûga. Quiere luchar contra Naruto.

Chase entrecerró los ojos.

—Llévalo a mi despacho. Y que vengan también Asriel y Bruno. Tendrá su combate, sí, aunque no será contra Naruto. Y no será justo.

—No —intervino él.

Chase le miró.

—Todavía no tienes curado el brazo.

—Quiero recibirlo yo —ordenó, ignorando sus palabras—. Ahora.

Unos minutos después, Hyûga estaba en el primer piso del club, flanqueado por Bruno y Asriel.

—Ha cometido una equivocación al venir aquí.

—Ha convertido a mi hermana en una fulana.

Naruto cerró los puños. Quería dar una buena lección a aquel tipo.

—Su hermana va a ser mi duquesa.

—Eso no me importa. No tengo aspiraciones para ella. —Las palabras fueron fieras y entrecortadas. Hyûga había estado bebiendo, seguramente desde que se separó de Hinata la noche anterior—. La deshonró. Estoy seguro de que ya lo hizo hace doce años. Seguramente se apropió de lo más valioso antes de quedarse inconsciente.

Hirvió de furia.

—Usted no debería tener el privilegio de respirar el mismo aire que ella.

Hyûga entrecerró los ojos.

—Hinata me despidió, ¿sabe? Me entregó unos chelines, apenas lo suficiente para salir de la ciudad.

—Y los ha perdido.

Hyûga no tuvo que admitirlo, se le veía en la expresión incluso antes de ponerse a lloriquear como un chico.

—¿Qué podía hacer? ¿Marcharme con tres míseros chelines? Ella quería que los apostara. Que los perdiera. —Su mirada destilaba odio—. Por su culpa. Porque la ha convertido en su puta.

Naruto deseó destrozarle por cada una de esas palabras.

—Vuelva a referirse a ella de esa manera y conseguiré que la pobreza sea la menor de sus preocupaciones.

La bebida y la desesperación dieron las suficientes alas a Hyûga como para sonreír.

—¿Luchará contra mí? Quiero la posibilidad de zanjar mi deuda.

¿Quiere usted proteger el honor de mi hermana? —Se quedó quieto—. ¿Dónde está esa zorra, por cierto?

La furia llegó ardiente al instante y él cogió la corbata de Hyûga con la mano sana para levantarle del suelo.

—Debería haber aprovechado la oportunidad que ella le brindó. Debería haber huido. Le aseguro que lo que hubiera encontrado ahí fuera no es nada si lo compara con lo que le haré sufrir en el ring.

Dejó caer al hermano de Hinata al suelo e ignoró su ataque de tos mientras se inclinaba para tomarle la barbilla y obligarle a mirarle a los ojos.

—Espabílese. Nos reuniremos en el ring dentro de media hora. —Iba a tener su pelea—. Tiene suerte de que no le mate ahora mismo. Pienso enseñarle las consecuencias de hablar mal de la mujer que amo.

—¡Oh, Dios! ¡Lo que ha dicho! ¡La ama! —se burló Hyûga—. Qué asco.

Naruto no miró atrás antes de salir. Se dirigió a sus habitaciones quitándose ya la corbata. El casino estaba tan silencioso como una tumba, todos los jugadores habían interrumpido sus apuestas para observarle mientras perdía la razón.

—Bien... —Pudo oír claramente que decía Chase.

No se volvió hacia su voz, se limitó a gritar por encima del hombro. —Ocúpate de ese maldito animal.

Cuando Hinata llegó a El Ángel Caído, la calle estaba vacía; no había personas ni ruido. Resultaba muy diferente a lo que había imaginado que sería el exterior de uno de los clubs de juego más exclusivos de La ciudad.

Se preguntó fugazmente si habría llegado demasiado tarde. Si Naruto habría cerrado el club y se habría marchado. Si había decidido dar carpetazo a esa vida clandestina y regresar a la luz, a su ducado... A disfrutar de sus derechos.

Entonces fue cuando sintió pánico.

Pero en aquel día húmedo y oscuro, sin nada más que hacer, salvo pasearse por las calles de La ciudad, se había dado cuenta de que amaba a ese hombre sin reservas. Y que haría todo lo que pudiera para que su vida fuera mejor con ella que sin ella.

Claro que en el momento en el que lo supo, se dio cuenta también de que estaba muy lejos de El Ángel.

Cuando por fin llegó hasta allí, llamó a la puerta. Se abrió una pequeña ranura en el acero y se aproximó.

—Hola, soy... —La trampilla se deslizó y se cerró.

Vaciló antes de considerar su siguiente movimiento. Golpeó la puerta otra vez, consiguiendo que la ranura volviera a abrirse. —Estoy aquí para...

Se cerró de golpe una vez más.

¿En serio? ¿Es que todas las personas relacionadas con ese club eran igual de obstinadas?

Volvió a llamar. La ranura se abrió.

—Santo y seña.

Ella se quedó mirando mientras pensaba.

—No tengo... ninguna. Pero...

La trampilla hizo un chasquido al cerrarse.

Entonces fue cuando se enfadó. Comenzó a golpear la puerta ruidosamente, gritando en voz alta. Tras una larga pausa, la pequeña ranura se abrió y aparecieron unos ojos negros entrecerrados por la irritación.

—¡Mire, va a escucharme! —anunció con su mejor tono de institutriz, subrayando las palabras con golpes en la puerta.

Los ojos se abrieron sorprendidos.

—¡Llevo todo el día dando vueltas por las calles de La ciudad, muerta de frío!

Acentuó las tres últimas palabras con violentos golpes.

—¡Por fin he decidido que ha llegado el momento de que me enfrente a mis deseos, a mi pasado, a mi futuro y al hombre que amo! Así que me va a dejar...

—¡Bang!—. ¡Entrar! —¡Bang!—. ¡Ahí!

Completó su acalorada perorata con unos estrepitosos puñetazos con ambas manos. Y, por si las moscas, añadió una patada. Admitió para sus adentros que se sentía mejor.

Los ojos desaparecieron y fueron reemplazados por otros más femeninos. ¡Dios Santo! ¿Es que estaban tomándole el pelo?

—¿Hinata?

Alzó un dedo.

—Yo me pensaría muy seriamente qué expresión voy a ver cuando por fin abra la puerta.

Las cerraduras fueron por fin abiertas y le permitieron entrar. Se topó con una sonriente Lady y un portero muy serio.

—Hemos estado buscándola —dijo el hombre en un tono deferente.

Ella se alisó la capa húmeda y cogió la máscara que él le tendía para cubrirse la cara.

—Bueno, pues ya me ha encontrado —dijo decorosa—. Por favor, quiero ver a Naruto —pidió mirando a Lady.

La joven hizo lo mismo y, con una mirada de satisfacción en su hermoso rostro, metió la mano en un cajón cercano y sacó una máscara. Una vez que se la puso, Hinata la siguió por los pasillos privados del club. Permanecieron en silencio un buen rato antes de que Lady hablara.

—Me alegro de que decidieras regresar.

—¿No le has dicho que estuviste hablando conmigo?

Lady movió la cabeza.

—No. Sé lo que es no tener voz ni voto en el futuro. No sería capaz de hacerle lo mismo a nadie.

Hinata consideró sus palabras.

—Me da igual el futuro siempre y cuando Naruto esté en él.

Lady sonrió.

—Pues que sea largo y feliz. Bien sabe Dios que los dos lo merecéis.

Se vio envuelta por una cálida sensación al escucharla, hasta que recordó que todavía tenía que aceptarla Naruto. Que debía perdonarla por escapar... y por otras cuestiones más.

Ojalá alguien la condujera hasta él, así podría reparar todo lo que había hecho. Pero Lady no la llevó junto a él, sino a la pequeña sala del espejo, desde donde las mujeres veían lo que ocurría en el ring. Allí era donde se había congregado toda la gente que había esperado ver en la sala de juego del club.

Entró en el espacio tenuemente iluminado con el resto de las mujeres. Se volvió hacia Lady con el corazón en la garganta.

—¿Va a haber un combate?

—Sí. —La prostituta la acompañó a la primera fila, donde había dos sillas frente a la ventana.

En otro momento podría tener la suficiente curiosidad como para observar, la suficiente curiosidad como para interesarse por los boxeadores, pero ahora sabía que no se trataría de Naruto, todavía convaleciente para pelear, y eso era todo lo que necesitaba saber. Meneó la cabeza.

—No. No tengo tiempo para esto. Quiero reunirme con Naruto — susurró—. He esperado demasiado. Quiero que sepa que he cambiado de idea. Quiero que sepa que... «Le amo».

«Quiero estar con él».

«Quiero comenzar de nuevo».

«Será para siempre».

Lady asintió.

—Y lo verás, te lo prometo. Pero antes, debes ver esto.

La puerta que daba acceso a las habitaciones de Naruto se abrió al otro lado del cuadrilátero, y ella se puso en pie al ver que él se acercaba al centro de la sala. Apretó las manos contra el cristal.

—No —susurró.

Estaba desnudo de cintura para arriba, diabólicamente hermoso. De pronto solo pudo pensar en lo que había sentido al rozarse contra esa piel, al tocarle. Al sentir que la tocaba. Quería amarle otra vez, tenerle cerca. Sentir el placer.

Al hombre.

Y luego se concentró en el vendaje que le rodeaba el hombro, protegiendo la herida que había recibido en ese mismo lugar una semana antes. Miró a Lady.

—No —repitió.

Lady no estaba mirándola, observaba la facilidad con la que se movía Naruto en el cuadrilátero, con una mueca de disgusto.

—Está desprotegiendo el lado derecho.

—¡Por supuesto! —gritó—. ¡Está herido! ¡No va a ser una pelea justa!

Debería hablar con alguien para señalar que Naruto tenía el brazo herido. Exigir ver al marqués de Õtsutsuki, al elusivo Chase. Debería encontrar la manera de interrumpir la pelea.

Las mujeres que las rodeaban emitían sonidos rudos al tiempo que anunciaban en voz alta comentarios lascivos.

—¡Oh, Dios mío! Es posible que no se pueda separar el título del hombre, pero sin duda se puede separar el hombre del título.

—No se parece a ningún duque que conozca.

—Su excelencia es un hombre apuesto.

—Aunque no lo sea, parece un auténtico asesino.

—¡Me entregaría felizmente a él!

—No creo que esté viva de verdad —gritó alguien—. Creo que él se limitó a pagar a una fulana para que se hiciera pasar por Hinata Hyûga.

—Es ella. Mi primera temporada fue hace doce años, cuando ella iba a casarse con el duque. Todo el mundo hablaba de sus ojos.

—Bueno, sea como sea, se lo agradezco. Ha convertido al duque de Uzushiogakure en un hombre casadero otra vez.

Hinata ardió de cólera. Quería aplastar la nariz de cada una de esas mujeres con los puños.

Alguien rio.

—¿Acaso crees que puedes pescarlo?

—He oído decir que él la ama —comentó Lady, mirándola mientras pronunciaba esas palabras con falsa desidia.

«Igual que le amo yo, desesperadamente».

—Tonterías —repuso una de las mujeres—. ¿Qué hombre podría amar a una mujer después de que le hiciera todo eso? Estoy segura de que la odia.

«Debería. Pero por un milagro divino, no es así».

Hinata comenzó a moverse con inquietud. Quería que aquello acabara ya.

Le anhelaba.

En ese momento.

—Y además —dijo la primera mujer—, soy marquesa y muy joven para ser viuda.

Como si Naruto fuera a basar toda su felicidad en un título. Odió aquella idea.

—Imagino que habrá una larga cola para ocupar el lugar de duquesa de Uzushiogakure —dijo otra con alegría—. Y no solo de viudas. Mi hermana tiene una hija de casi dieciocho años y mataría por tener a un duque como yerno. —Todas se rieron antes de que la mujer continuara—. No es broma. A algunas de las madres de las debutantes ni siquiera les importaba que fuera el duque asesino.

Hinata se tragó las palabras que tenía en la punta de la lengua. Él no necesitaba un título, sino una mujer que le comprendiera. Una que le amara, que se pasara el resto de sus días haciéndole feliz.

Una que le protegiera de esas víboras.

Que le protegiera de lo que podría ocurrirle en el ring.

Miró a Lady.

—Tienes que detener eso.

Lady sacudió la cabeza.

—El reto fue aceptado. Ya se han hecho las apuestas.

—¡Me importan una mierda las apuestas! —dijo ella.

Lady la miró con respeto.

—Eso es lo que diría Naruto.

—Y también me importa una mierda eso —agregó Hinata, preocupada, irritada y frustrada a la vez—. Quiero ver a Chase. Seguro que él me escuchará.

Lady abrió los ojos sorprendida.

—Créeme, Hinata, Chase no podría impedirlo. Está jugándose mucho dinero esta noche.

—Entonces no es un buen amigo. Naruto no está preparado para luchar.

La herida no está curada. Es posible que dentro de unos días... o semanas.

—Se volvió hacia Lady—. ¿Quién le obligó a hacer esto?

La prostituta se rio.

—Naruto jamás ha sido forzado a nada en su vida.

—Entonces, ¿por qué? —Hinata clavó la mirada en el ring, donde él estaba casi desnudo, orgulloso y hermoso. Se acercó a la puerta y un enorme guardia le impidió salir. Se volvió hacia Lady—. ¿Por qué? Ella sonrió con tristeza.

—Por ti.

—¡Por mí! —Eso era una locura.

—Quiere vengarte.

Incluso ahora, después de todo lo que ella le había hecho.

Clavó en él los ojos, disfrutando de la tensión de sus músculos, del ángulo de su barbilla. Él estaba esperando a su adversario y había algo diferente en Naruto, algo que no había visto las demás noches.

Cólera.

Desesperación.

Frustración.

Tristeza.

«Me ama».

Igual que le amaba ella. Cerró los ojos. Posiblemente no lo mereciera, pero le quería de todas formas.

Apretó las manos contra la ventana.

—Cree que me he marchado.

—Sí —dijo Lady.

—Llévame con él.

—Todavía no.

Entonces entró el segundo combatiente en el ring. Era su hermano.

—¿Qué está haciendo aquí?

—Demostrando lo idiota que es —repuso Lady—. Llegó al club y desafió a Naruto.

Le había dado todo su dinero. Le había ofrecido la posibilidad de marcharse. Pero allí estaba, demostrando lo avaro, insolente e inmaduro que era.

Meneó la cabeza.

—Tu hermano te insultó.

No dudaba que Utakata hubiera hecho eso con todo su aplomo.

—No obstante, hay que detener esto.

Lady la miró con cautela.

—¿Por qué?

—¿Por qué? —¿Esa mujer estaba loca o qué?—. ¡Porque le va a hacer daño!

—¿Quién a quién? ¿Naruto a tu hermano o tu hermano a Naruto?

«¿Es que todo el mundo estaba loco?».

Miró a Lady.

—Tú no crees que le amo.

—Lo que creo es que merece más amor que la mayoría. Y creo que tú eres la razón. Y sí, me preocupa que no lo ames lo suficiente. Me preocupa que, en este caso, quieras detener el combate por otra razón.

Quería que la pelea se interrumpiera porque quería estar con él. Quería amarle libremente y por fin, poder superar el pasado.

Pero la lucha comenzó antes de que ella pudiera decir nada, y ese nuevo Naruto, el que estaba tan enfadado, comenzó a atacar con dureza y rapidez, propinando varios golpes con el puño derecho. Uno directo, otro cruzado.

«Siempre con la derecha».

Su hermano se recuperó y se abalanzó sobre Naruto para conectar un puñetazo que le hizo retroceder en el ring. Ella observó el vendaje y notó que las tiras que lo aseguraban se aflojaban. Se giró hacia Lady.

—Por favor, avisa a Chase. Debemos poner fin a esto.

La prostituta se negó.

—Esta es tu pelea. Lucha por ti.

—No quiero que lo haga.

—Ya, pero tendrás que aguantarte.

Otro gancho de derecha, otro puñetazo.

Entonces, Utakata se dio cuenta de la secuencia.

Apartó la mirada, cualquiera vería el patrón.

«Naruto va a perder».

¿Cuántas veces le había dicho que no perdía? ¿Cuántas veces había escuchado que él, el gran Naruto, era el mejor boxeador del país? Era el mejor del mundo. Invencible. Invicto. Indestructible.

Utakata podía estar algo borracho, pero no era tonto. Sabía que Naruto tenía debilitado el lado izquierdo, así que decidió propinar de ese lado todas aquellas inexpertas contusiones que habrían firmado su sentencia diez días antes. Pero ahora, esos golpes eran lo bastante fuertes para producir dolor.

Lo bastante duros como para debilitar a Naruto.

No era invencible. No en ese momento.

Pero Utakata la había insultado y Naruto prefería perder antes que rendirse.

—¡Dios! ¿Por qué no usa la izquierda? ¿Por qué no bloquea sus golpes? —preguntó alguien en un tono que ella reconoció como frustrado.

—No puede —susurró ella. Aplastando la mano contra el cristal mientras veía como su amor recibía un golpe tras otro por ella, una y otra vez.

Su brazo no funcionaba bien.

Iba a perder.

Utakata acertó con su puño y Naruto cayó de rodillas. La multitud contó los segundos que permanecía en el suelo de serrín mientras él miraba a su adversario. Utakata se movía a saltitos sobre el ring cuando Naruto se puso en pie de nuevo. Ella vio que le bajaba un hilo de sangre por la mejilla.

Iba a pelear hasta que le destruyera. No se daría por vencido cuando era el nombre de ella lo que estaba en juego. La amaba.

Las palabras que él había dicho la noche anterior dieron vueltas en su mente.

«¿Y si ya no soy invencible? Si no soy un luchador, si no soy el duque asesino, ¿quién soy?».

No se detendría hasta que su hermano le matara.

Lady se dio cuenta entonces del inevitable final.

—Todo habrá acabado antes de que podamos detenerlo —dijo, mirándola.

Pero ella no pensaba rendirse.

El hombre que amaba estaba a unos metros y la necesitaba.

¡Maldición! Si solo ella era capaz de salvarle, lo haría.

Se movió sin pensar. Cogió la silla con las manos antes de que ninguna de las presentes pudiera predecir sus acciones.

—¡No! —gritó Lady, tratando de detenerla.

Pero ella solo tenía una meta. «Naruto».

Iba a perder.

El costado izquierdo le ardía de dolor. Los músculos, todavía sin curar después de la puñalada, protestaban por los golpes. Por no hablar de las terminaciones nerviosas, que irradiaban el dolor hacia el brazo, provocando tanto daño por dentro como por fuera.

Iba a perder y no podía vengarla.

Tampoco tenía importancia, ella le había dejado.

Se había escapado de él, otra vez.

Hyûga le propinó dos poderosos golpes en el lado izquierdo que le hicieron caer de rodillas. Y allí, en el serrín, se preguntó cuándo había sido la última vez que estuvo de rodillas en el ring.

«Fue con Hinata».

La tarde que estuvieron allí solos. La tarde que la había rechazado por primera vez. La tarde que debería haberla cogido en brazos para llevársela a la cama y no soltarla nunca.

Miró a Hyûga.

—Puede ganarme hoy, pero le arruinaré si vuelve a manchar su nombre.

Hyûga bailoteó sobre las puntas de los pies.

—Eso será si no le mato —se burló.

Él se puso en pie para enfrentarse al que sería el final de su racha, asumiendo que Hyûga tendría estómago para ello. Pero antes de que pudiera acertar un solo puñetazo más, la habitación estalló.

El espejo que ocultaba la mirada de las damas se fragmentó en miles de pedazos, que cayeron al suelo de la otra sala como si fuera algodón de azúcar. El sonido no se pareció a nada que hubiera escuchado antes, y tanto Hyûga como él y el resto de los presentes observaron cómo la ventana se rompía y las mujeres que había al otro lado se ponían a chillar, buscando refugio en la oscuridad. No querían que nadie las viera o identificara.

Los hombres se apiñaron alrededor del combate interrumpido, con las manos en el aire apostando a gritos, con las bocas abiertas, pero a él no le importaba nada de lo que hicieran.

Solo le preocupaba la mujer que había provocado toda esa devastación.

La mujer que había permanecido frente al espejo roto, orgullosa, alta y poderosa como una reina, con la silla que había usado para hacer pedazos la ventana todavía entre las manos.

Hinata.

Su amor.

Estaba allí. Por fin.

La vio dejar la silla en el suelo y utilizarla para salvar la altura hasta la sala del ring. No parecían importarle los hombres que la rodeaban, que la miraban.

Él se acercó hacia ella cuando escuchó caer algunos cristales más, preocupado. Quería abrazarla, estrecharla. Creer que estaba allí. Ella levantó los brazos y se quitó la máscara, dejando que todos vieran su rostro por segunda vez esa semana.

Un murmullo de reconocimiento atravesó la sala como una ola.

—Me cansé de esperar a que me encontraras, su excelencia —dijo con el timbre de voz necesario para que solo la oyeran los más cercanos. Pero las palabras eran para él. Solo para él.

Sonrió.

—Hubiera acabado por encontrarte.

—No estoy segura —repuso ella—. Pareces algo ocupado.

—¿Te refieres a él? —Miró a Hyûga por encima del hombro.

Ella recorrió su cara ensangrentada con los ojos y él percibió su preocupación. Alzó la mano para tocarla, para tranquilizarla.

—Estoy segura de que podría ayudarte —adujo ella.

Arqueó las cejas cuando ella se subió al ring para enfrentarse a su hermano.

—Utakata, eres idiota, y todavía más inmaduro de lo que eras cuando me fui, hace doce años.

La mirada de Utakata se oscureció de furia.

—Bueno, pues este hombre inmaduro habría vencido a tu duque si no nos hubieras distraído.

Ella le ignoró. Ignoró su regocijo.

—Qué pena, entonces, que te haya distraído. —Hinata echó un vistazo a su alrededor, escudriñando a los cientos de hombres que estaban presenciando la pelea, disfrutando de ver cómo caía Naruto—. Te voy a facilitar las cosas, ¿de acuerdo?

—Por favor... —replicó su hermano, en tono burlón.

—Un golpe. Uno solo. Quien mande al otro al suelo, gana.

La mirada de Hyûga se clavó en él, golpeado y ensangrentado. —Creo que es justo. Si gano, seré libre. Y recuperaré mi dinero.

Ella le miró. Había algo cálido y satisfecho en sus ojos. Utakata quería luchar más que cualquier otra cosa, porque lo único que quería era ganar.

—¿Naruto?

A él ya no le importaba lo que le ocurriera a Hyûga con tal de que Hinata fuera suya. Asintió con la cabeza.

—Siempre te he considerado una fantástica negociadora.

—Excelente —repuso ella con una sonrisa.

Entonces, la mujer que amaba se volvió hacia su hermano y le propinó un puñetazo.

Sin duda, Hinata era una alumna ejemplar.

Utakata cayó de rodillas, gimiendo de dolor.

—¡Me has roto la nariz!

—Te lo merecías. —Ella le miró fijamente—. Y has perdido. —Asriel y Bruno entraron en el ring para asegurarse de que Hyûga no abandonaba el club—. Ahora expondré mis términos. Te enfrentarás a un juicio por intentar asesinar a un duque —Se giró hacia él y lo miró—. A mi duque.

«Su duque».

Eso era.

Sería lo que ella quisiera.

Convirtió su sorpresa en falso desinterés.

—De todas maneras, ya casi había acabado.

Ella asintió con la cabeza y se acercó a él sin importarle que estuviera golpeado y ensangrentado.

—Estoy segura de que habrías ganado, pero me cansé de esperar también esto.

—Hoy te muestras muy impaciente.

—Es que doce años es mucho tiempo esperando.

Él se quedó quieto.

—Esperando, ¿qué?

—El amor.

¡Le amaba! Se abalanzó sobre ella y la tomó en sus brazos.

—Repítelo.

Y lo hizo. En el ring. Delante de toda la clientela de El Ángel Caído.

—Te amo, Naruto Uzumaki, duque de Uzushiogakure.

Su desvergonzada reina vengadora. Capturó sus labios en un largo beso; quería que ella supiera para siempre cuánto la amaba, y ella le demostró su amor en el gesto.

Cuando alzó la cabeza, apoyó la frente en la de ella.

—Vuelve a decirlo.

Ella no fingió no entenderlo.

—Te amo —repitió, frunciendo el ceño mientras miraba fijamente el lugar donde estaba hinchándosele el ojo—. Te ha hecho mucho daño.

—Se curará. —Naruto capturó sus dedos y los besó en la punta—. Todo se cura. Repítelo.

—Te amo —volvió a decir, ruborizada.

Él recompensó su honradez con otro beso capaz de llegar al alma.

—Bien —dijo él cuando se apartó.

Ella le puso las manos en el pecho y habló con la misma suavidad con que le tocaba.

—No pude dejarte. Pensaba que podría. Pensaba que era lo mejor. Que así podrías vivir la vida que querías. Tener una esposa... hijos... tu... El interrumpió sus palabras con un beso.

—No. Mi legado eres tú.

Ella sacudió la cabeza.

—Quería limpiar tu nombre. Que pudieras ser de nuevo el duque de Uzushiogakure. Quería marcharme, no volver a molestarte, pero no pude. —Negó con la cabeza—. Te quiero demasiado.

El corazón se le aceleró al pensar en cómo había desaparecido y le alzó la cara para mirarla a los ojos.

—Escúchame bien, Hinata Hyûga, solo hay un lugar para ti; aquí, en mis brazos. En mi vida. En mi casa. En mi cama. Si te marcharas no tendría la vida que quiero. Dejarías en mí un enorme agujero, un vacío imposible de llenar.

Volvió a besarla.

—Te amo —confesó con suavidad—. Creo que te he amado desde el momento en que nos encontramos en una calle oscura. Adoro tu fuerza, tu belleza y la manera en que te comportas con los niños y los cerditos. —La vio sonreír con los ojos llenos de lágrimas—. Te has dejado los guantes en casa.

—¿Los guantes?

Él tomó sus manos y besó los nudillos desnudos.

—El hecho de que no los lleves puestos me frustra y me vuelve loco de deseo.

Ella bajó la vista a sus manos.

—¿Mis manos te excitan?

—Toda tú me excitas —explicó él—. Por cierto, Lavanda está con Chase.

—¿Por qué? —preguntó con evidente confusión en sus hermosos ojos.

—Es una larga historia, pero la versión abreviada es que no podía soportar estar sin ella. Sin una parte de ti.

Ella se rio y él se dio cuenta de que cuidaría a ese animal durante el resto de su vida si seguía riéndose.

—Adoro tu risa. Quiero escucharla todos los días. Quiero que aleje toda esta oscuridad y devastación. Quiero que seas feliz, ambos nos lo merecemos. Deseo que tengamos lo que nos merecemos desde el principio. —Hizo una pausa para mirarla a los ojos, deseando poder conseguir que ella comprendiera cuánto la amaba—. Te quiero.

Ella asintió.

—Sí.

—¿Sí? —preguntó con una sonrisa.

—¡Sí! Quiero todo eso. Felicidad y amor, y vivir contigo —Vaciló y él supo que un ominoso pensamiento atravesaba su mente. Lo percibió en sus ojos cuando ella le miró—. He hecho cosas que te han perjudicado. Que te han hecho daño.

—Basta... —La besó para apaciguarla. Separando los labios de los de ella solo cuando notó que se relajaba—. No vuelvas a hacerme daño.

—Nunca —aseguró ella entre lágrimas.

Él se las secó con el pulgar.

—No vuelvas a dejarme.

—Nunca. —Suspiró—. Me gustaría que pudiéramos empezar de cero.

Él negó con la cabeza.

—Yo no. Sin pasado, no habría presente. Ni futuro. No me arrepiento de nada. Todo lo ocurrido nos ha traído hasta aquí. A este lugar. A este momento. A estar enamorados.

Volvieron a besarse y él deseó estar en cualquier otro lugar, en vez de delante de media ciudad.

Ella interrumpió el beso y esbozó una sonrisa hermosa y atrevida.

—He ganado.

Él respondió a su sonrisa.

—Sí. Es la primera vez que gana alguien que no sea yo en este cuadrilátero. —Agitó una mano en dirección al juez—. Ponlo en el libro, gana la señorita Hinata Hyûga.

La multitud rugió, proclamando que había juego sucio y que las apuestas no valían. No importaba. Chase se ocuparía y hasta el más disconforme pasaría por el aro antes de irse.

—¿Qué he ganado? —susurró ella en su oído.

Él sonrió de oreja a oreja.

—¿Qué te gustaría haber ganado?

—A ti. —Simple y perfecto.

—Yo ya soy tuyo —repuso, besándola—. Y tú eres mía.

Ella se rio.

—Para siempre.

Y era cierto.


FIN