Lucy no podía dormir a pesar de que estaba muy cansada. Estuvo en pie durante un rato junto a la ventana abierta, que daba a la parte posterior de la casa y a todas las construcciones anexas, que tampoco podía distinguir en la oscuridad a excepción del barracón dormitorio, donde todavía ardía un farol. Hacía un calor desagradable en su dormitorio aquella noche, como el que había hecho en la cocina, porque había tenido que cerrar las dos ventanas de la pared norte cuando una ráfaga de viento había tirado el cuadro antiguo de la pared. Esperaba que hubiera un poco de brisa en la ventana de atrás, la única que había dejado abierta, pero el viento soplaba en la otra dirección.

Todavía no había empezado a llover, pero unos nubarrones espesos corrían por delante de la luna, ocultándola. No vería a los hombres cuando regresaran a menos que encendieran un farol en el establo, y dudaba incluso de si los oiría con aquel viento que aullaba a ratos. Aunque, siendo ya tan tarde, no parecía que fueran a volver. Mujeres y alcohol. El alcohol probablemente desaconsejaba volver montado a casa. O tal vez la amenaza de tormenta les haría quedarse a cubierto en algún lugar seco. Ya se imaginaba dónde buscaría refugio Laxus aquella noche.

Él era el motivo de su desasosiego, saber que había ido al pueblo para ver a su amante. En ese mismo instante probablemente estaba con Lisanna. ¡Le había pedido que lo esperase despierta cuando en realidad se iba a ver a otra mujer!

Tal vez Erza tuviera razón, que lo que hiciera antes de la boda era irrelevante, pero ¡aun así la estaba engañando incluso mientras se suponía que estaba empezando a cortejarla! Debería estar finiquitando sus aventuras informales en vez de tratar de empezar una nueva con Jennifer. Aunque, ¿era eso lo que estaba haciendo realmente? Aquella tarde casi la había besado, sí, pero tal vez él consideraba que no era nada del otro mundo. Pero la había estado provocando con aquellos besos en el cuello. Seguramente ya sabía el poderoso efecto que ejercerían sobre ella.

Aunque a Lucy no le importaba su comportamiento, ya que esperaba que Laxus pudiera ayudarla a poner fin a la enemistad sin tener que sacrificarse ella misma para hacerlo. Su comportamiento desenfadado y seductor y lo que le había dicho en la casa sin terminar junto al lago sugerían de hecho que él tampoco quería cumplir con aquel matrimonio acordado. En cuanto dejara de hacerse pasar por Jennifer, tendría que hablarlo con él sin dejar que su rabia se interpusiera. ¿Y por qué diablos estaba enfadada con él cuando le estaba dando la excusa perfecta para no tener que casarse con él? Debería dejar que lo demostrase más allá de cualquier duda. Sin duda, Laxus lo estaba intentando… salvo que con él todo fueran juegos inocentes.

Lucy volvió a la cama y empezó a contar ovejas. Todavía daba vueltas en la cama un poco más tarde cuando oyó una voz en el pasillo.

—Jenny, ¿me has esperado despierta?

¡Santo cielo! No podía ser cierto que Laxus estuviera llamando a su puerta en plena noche. Debía de estar muy borracho. Lucy metió la cabeza bajo la almohada hasta que no lo oyó más ¿O sea que no había pasado la noche con Lisanna? Aunque eso no significaba que no se hubiera acostado con ella.

Pero había regresado. Sonrió. Dios sabría por qué y de repente el agotamiento pudo con ella. Se volvió con un bostezo, segura ya de dormirse. No se durmió. Aquello era ridículo. Nunca antes había tenido tantos problemas para dormir. Por supuesto, tampoco nunca había vivido un día tan ajetreado. Excitación sensual, aquel susto de muerte al ver a su hermano Hibiki, oír a Laxus hablar con resentimiento de su prometida —¡ella!—, y escuchar la versión de Porlyusica Dreyar sobre la trágica historia que había dado origen a la enemistad y las mentiras sobre que su padre estaba deseando verla. En conjunto, era más que demasiado.

Empezó a contar, esta vez números en vez de ovejas, para calmarse. Solo había llegado a diez cuando olió a humo. Tenía que ser Laxus fumando un puro antes de acostarse. No demasiado inteligente por su parte si estaba tan borracho como ella pensaba. Tampoco había pensado que su dormitorio estaba lo bastante cerca del de ella como para oler el humo que flotaba de una ventana a la otra.

Se levantó para cerrar la última ventana. No había servido de nada dejarla abierta, ya que aquella noche no entraba nada de brisa del este. Al día siguiente tendría que cambiarse de habitación. Todavía quedaban varias vacías en la planta de arriba, donde los hábitos nocturnos de Laxus no la molestarían.

De pronto vio un resplandor. No era muy brillante, pero iluminaba el patio trasero directamente debajo de su dormitorio. Venía de la cocina. Igual que el olor a humo. ¿Alguien había vuelto a encender la cocina de leña?

Su primera idea fue que se trataba de Romeo tratando de esmerarse. Estaba tan agradecido por aquel trabajo que le parecía que tenía que hacer más de lo que ella le pedía. Tal vez había pensado en hornear el pan aquella misma noche para que estuviera listo por la mañana. ¿ faltaba ya tampoco para el alba? Por el cielo no lo parecía, y su habitación miraba al este, de modo que Lucy podría haberlo visto, por mucho que aquellos nubarrones espesos se extendieran sobre el horizonte. Luego vio que de hecho había una nube de humo delante de una ventana, demasiado para venir de la cocina de leña. Palideció y salió corriendo de la habitación.

—¡Fuego! —gritó.

Corrió por el pasillo y bajó a toda prisa las escaleras. Durante un instante, su instinto la urgió a salir por la puerta principal para ponerse a salvo. Pero se resistió. Ni siquiera estaba segura de que alguien la hubiera oído gritar. Tal vez en fuego no fuera tan grande como parecía indicar el humo. Tal vez bastaría un simple cubo de agua para apagarlo. En caso contrario, tenía que volver a subir las escaleras para asegurarse de que todo el mundo la hubiera oído gritar. Casi lloró al pensarlo.

Abrió de un empujón la puerta del pasillo a la cocina y el humo que le salió al encuentro la hizo toser. La cocina estaba tan llena de humo acre que sintió escozor en los ojos.

El humo eliminaba hasta el más tenue reflejo de luz de luna en la ventana. Era tan espeso que no se veía dónde estaba el fuego, pero miró en dirección a la cocina de leña, donde supuso que estaría. Sobre la cocina había llamas que salían de una olla negra que no estaba allí cuando ella se había acostado. ¿De modo que efectivamente alguien había encendido la cocina de leña para cocinar algo y luego se había olvidado allí la olla? ¿Quién podía hacer algo tan peligroso e irresponsable? La llama de la olla era cada vez más alta. Lucy rogó que no alcanzara la pared o el techo.

Entró agachada en el baño y cerró la puerta para que no entrara humo mientras llenaba un cubo de agua. Oyó que alguien más entraba en la cocina y, con el cubo lleno, se dirigió directamente a su encuentro, contenta de que alguien hubiera llevado una linterna para poder ver.

—¡Por Dios, no hagas eso! —le gritó Laxus, haciéndole caer del sobresalto el cubo, que salpicó sus pies y pantorrillas desnudas.

Laxus había cogido una tapa con la que cubrió la olla de un golpe seco. La llama desapareció en el acto. Asombrada, Lucy preguntó:

—¿Cómo es que se ha apagado tan rápido?

—Lo he ahogado. Lo aprendí de Richard en el campamento, una vez que pretendimos apagar con agua el pequeño incendio de una cacerola de manteca. Si hay grasa, el agua no hace más que esparcir el fuego.

Laxus la había agarrado del brazo mientras se lo explicaba y la llevó fuera por la puerta de atrás. Detrás de ellos seguía saliendo humo.

—¿Estás bien? —le preguntó Laxus, sujetándole la barbilla para examinarle la cara.

—Tengo los pies mojados —dijo ella, apartándole la mano.

—Entonces estás bien.

Laxus volvió a mirar hacia la cocina. La mayor parte del humo había salido por las puertas abiertas. Cuando volvió a mirar a Lucy, su mirada no se quedó fija en su cara, sino que recorrió lentamente todo su cuerpo. Hasta ese momento, ella no había caído en la cuenta de que solo llevaba la ropa interior.

—Podrías haber cogido una bata —dijo él con súbita aspereza.

—¡Creía que se estaba quemando la casa! —replicó ella.

Lo observó con indignación. ¡Laxus llevaba la camisa totalmente desabrochada, los pies descalzos y, sin un cinturón que lo sujetara, sus pantalones se le bajaban de las caderas! Pero no le dijo nada, porque él volvía a la cocina, y ella lo siguió. No había daños severos, simplemente un montón de hollín en las paredes y un gran charco de agua en el suelo, gracias a ella. Podría haber sido mucho peor.

—Vuelva a la cama —le dijo mientras cogía un par de trapos para levantar la olla caliente de la cocina. Tras depositarla en el suelo de baldosas, añadió—: Ya limpiaremos esto por la mañana.

Mientras caminaba lentamente hacia la puerta, pensó que no se había presentado nadie más a ayudar.

—¿Eres el único que me ha oído gritar?

—Todavía no me había dormido y solamente has gritado una vez, y junto a mi puerta, de modo que dudo que mis padres te hayan oído desde la otra punta del pasillo. —Sus ojos se habían posado nuevamente en ella y recorrían su cuerpo arriba y abajo lentamente—. Grita más fuerte la próxima vez —sugirió.

Mortificada porque Laxus no dejaba de recordarle su falta de un atuendo apropiado con sus miradas, dijo:

—Será mejor que no haya una próxima vez. ¿Tengo que poner un cerrojo en la cocina cuando salga?

—No —dijo Laxus negando con la cabeza—, solo hace falta que te asegures de que la cocina está fría o al menos que no dejes nada encima, ni siquiera una cafetera.

Lucy fue a decirle que la cocina estaba fría y vacía cuando se había retirado a dormir, pero entonces volvió a pensar en Romeo. Si había causado aquel incendio por un descuido, podía costarle el empleo, de modo que hasta que descubriera quién había sido el responsable, era mejor que no mencionara que alguien había repostado la cocina de leña después de que ella se fuera a la cama. Probablemente habría sido el muchacho, sí, pero tendría que cargar ella con la culpa. Por lo visto, Laxus ya la consideraba culpable.

Mientras salía al pasillo, él la siguió.

—Menos mal que he vuelto a casa esta noche. Si hubieras vaciado ese cubo de agua, tal vez se habrían incendiado las paredes.

Lucy se estremeció al pensarlo, pero aquello también le recordó las horas que había pasado insomne, y por qué. Laxus caminaba a su lado y ella de repente se acercó un poco a él para olisquearlo en busca de pruebas de sus andanzas. Él no se daría cuenta.

—¿Qué? —¡Sí que se dio cuenta!—. ¿Huelo a humo?

—Quería ver si olías a Lisanna —respondió la joven con una sonrisa forzada.

Laxus soltó una risotada.

—¿Estás celosa, Jenny? He pasado la noche jugando al póker. Y he ganado, además.

Lucy no pensaba dignificar eso con una réplica. Mientras se alejaba de él demasiado rápidamente, sus pies mojados y descalzos estuvieron a punto de resbalar en el suelo de manera. Laxus la sostuvo por el brazo.

—¿Quieres que te lleve arriba?

Notando preocupación en su voz, ella pensó que iba en serio y le respondió simplemente:

—No, gracias.

—Lo haría encantado.

No iba en serio. El humor había vuelto a su voz. Si miraba atrás, sabía exactamente dónde encontraría sus ojos. Donde no deberían estar.

—¡Pues no lo harás! Y deja ya de mirarme.

—Ni muerto.

La risa de Laxus la siguió mientras subía las escaleras.