La chica del vestido azul

Angielizz

Carruajes o calabazas, las apariencias engañan


Cuando vuelve a clases, le parece mentira que haya transcurrido todo un fin de semana desde la última vez que lo vio o escuchó su voz, aunque ya han pasado más de diez días desde su cita. Y desde ese miércoles la relación con Edward ha dado un giro desorbitado. ¿Cómo es que habían pasado toda una tarde riendo y tomados de la mano hasta convertirse en nada excepto una especie de juego terapéutico?

Repasa sus últimas palabras al télefono sin encontrar alguna concordancia entre la persona que hablaba y con quien había compartido sus tardes por más de tres semanas. Alice y Rosalie estuvieron aquella tarde repitiéndole lo hermosa y maravillosa que era, lo idiota e imbécil que era Edward; lo inteligente que ella era y lo inmaduro que él podría llegar a ser; pero aun así las palabras de consuelo no terminaban de arreglar el daño.

¿Nada fue real?

La posibilidad le llena los ojos de lágrimas, aún no entiende en qué momento todo se convirtió en algo diferente.

Después de la llamada telefónica, el regreso a clases se sintió como una lenta eternidad, todo aquel fin de semana había sido una tortura: primero tuvo que sacar a su madre de aquel llanto que inundó la sala por horas, después ofreció el apoyo que ella no había recibido en todas esas semanas y finalmente enterró en su cabeza todo lo que estuviera relacionado con Edward.

Había sido por lástima.

Bella lloró en silencio desde la oscuridad de su habitación hasta que logró quedarse dormida y a la mañana siguiente al despertar repitió la misma rutina desde animar a su madre, ocultar sus sentimientos durante todo el día y conseguir llegar a la cama sin llanto, no porque no quisiera llorar o porque estuviera cansada, sencillamente no le daría el lujo de verla sufriendo por los pasillos de la escuela con su rostro demacrado, las ojeras y los ojos hinchados. De eso nada.

No entendía cómo el retorcido cerebro y corazón de Edward lo habían llevado a considerar que darle apoyo emocional significaba enamorarla, besarla y hacerla sentir que era correspondida. La única conclusión a su comportamiento es que había jugado con ella.

Isabella camina con la cabeza gacha de clase en clase, sin conseguir prestar la suficiente atención en las diferentes materias, por suerte era tan invisible para todos que nadie notó nada fuera de lo usual. Sólo Rosalie y Alice que estaban al tanto ahora de cada detalle que hiciera, pero ella le quitó importancia al asunto, o por lo menos lo intenta. Una suerte que las clases con el señor Tidei hubieran terminado hace dos días después de su cita y ahora ya no tuviera pretexto alguno para estar cerca de Edward más de lo necesario.

Alice y Rosalie se mantuvieron más cerca de ella esos días que el resto del mes; se habían distanciado desde que inició aquello de la chica del vestido azul, o Bella se había distanciado: porque no se creía capaz de guardar las apariencias de ambas, no era buena mintiendo y dudaba que pudiera jugar a cazar a la dueña del vestido azul sin ser atrapada primero; también porque pasar tiempo con Edward se había vuelto una clase de medicina y obsesión; y sobre todo distanciadas por lo que ellas consideraban un error y Bella ingenuamente había defendido como una amistad.

Ahora ambas la acompañaban de clase en clase como guardianas y cuando no coincidían ya estaba una de ellas esperando por Bella fuera del salón. Y entonces el miércoles tuvo una breve esperanza: Cindy. Quizá Cindy sabía la verdad y había ido con el chisme a Edward, conociéndola cualquier cosa pudo ser dicha y malinterpretada y por eso él ahora la odiaba.

La sucia lengua de Cindy. Piensa con cierta impaciencia entre clases avivando el deseo de tener la razón por lo menos una vez y la esperanza a que todo aquello fuese culpa de una tercera persona.

Su pecho se va llenando de rencor a Cindy y de ilusión por Edward, creía capaz a Cindy de cualquier acción para recuperar el orgullo tras ser rechazada, se convencía que quizá ella se había enterado de la amistad entre ambos y le había sacado el tema a él. Está enojado por lo que Cindy le dijo, eso lo explica todo.

La posibilidad le sabía a esperanza, cuenta los segundos para salir de sus clases porque cada segundo menos en el reloj está más cerca de descifrar todo y recuperar lo que cree perdido. Cuando el timbre de la ultima clase suena, apenas le da tiempo a Rosalie de juntar sus libros antes de notar que su compañera ya no esta ahí, Bella no la necesita para esa reunión, así que se escabulle sabiendo que su amiga no la seguira y que jamás la buscará a donde se dirige: el club de lectura.

—¿Podemos hablar? —Cindy la miró sin ocultar su desagrado y levantó su delgada ceja en su dirección, pero eso no la intimidó— Tú sabes lo del vestido —Cindy ahora la escanea de los tenis al cabello suelto y de regreso un par de veces antes de asentir.

—Muy buen disfraz, por cierto —lo confirma: sabía que era ella— ¿Ya cobraste la recompensa? —Kate la mira con los ojos entrecerrados.

—Se lo dijiste a él, ¿no es así? —la mirada burlona desaparece y es sustituida por una de confusión.

—No. ¿Por qué lo haría?

—Para fastidiarme, eso es seguro.

—Bellie, mi mundo no gira a tu alrededor, mucho menos alrededor de él. Quería dinero extra y ese vestido parecía una buena inversión… hasta que ya no lo fue más y se convirtió en una perdida, por supuesto —se cruza de brazos y vuelve a mirar a Bella con las cejas levantadas preguntándose para qué estaba ahí.

—Es Kate —la corrige— ¿estás segura? —la seguridad de Kate flagea por primera vez— pero seguramente se lo contaste a alguien más —insiste aferrándose a su última esperanza.

—No se lo dije a él ni a nadie, si fue tan pedante para rechazarme, lo justo era que se tardara en encontrarte. ¿Sabes si le gustaron las flores?

—¿Segura que nadie más lo sabe? —pregunta ignorando su provocación, pero sintiendo un agujero en su estómago al anticipar la respuesta.

—No, ya te lo dije, no figuras en mi lista de temas de conversación. Así que puedes estar tranquila, tu secreto está a salvo conmigo.

Los siguientes dos días pasaron del mismo modo, con Rosalie y Alice pisándole los talones a donde fuera que iba, con ella deseando tener una oportunidad para verlo, ya no intentaba llamarle al celular desde lo ocurrido en casa de Rose, pero no perdía la esperanza que él le llamara para disculparse, no ocurrió por supuesto.

Y cuando llegó el viernes, Alice no soportó verla más sumida en esa depresión y lo tuvo claro: el medicamento para cualquier corazón roto eran las fiestas y el alcohol. Isabella ni siquiera sintió los ánimos suficientes para pelear, aceptó sin necesidad de otra palabra. Dejó que Rosalie y Alice jugaran con ella a la estética, le hicieran las uñas y la vistieran como modelo. Puso incluso todo su empeño en seguir las bromas y lanzar halagos a sus dos amigas y sus vestimentas.

Un par de horas después se vio frente al espejo, realmente parecía una de ellas. No Isabella la aburrida, sino Bella, Bella la que asiste a fiestas con vestidos ajustados y escotados, maquillaje y bucles en el cabello. Se miró en el espejo, el vestido era de Rosalie por lo que la tela quedaba un poco suelta del escote, pero fuera de ese detalle se veía espectacular. Si Edward me viera… retrocedió ante ese pensamiento, su reflejo le devolvió un ceño fruncido y una línea recta.

—¿No te gusta? —preguntó Alice parándose a su lado.

—Sí, me veo diferente.

—Tonterías, te ves igual que siempre, sólo que con un mejor vestido —le dijo Rosalie parándose a su izquierda, y por primera vez no sintió un impulso en compararse con Rose o Alice, se sintió hermosa por sí misma o por ayuda del maquillaje—, esta noche vas a divertirte, promételo.

—Sí, lo haré —lo deseaba con toda su alma.

La fiesta era en casa de un estudiante popular con una casa grande, o eso fue lo que dijo Alice como si no necesitará mayor información para asistir. Había música, alcohol y muchas personas. Al paso de una hora en la fiesta, Rosalie se había separado con Emmet al segundo piso y Alice le había presentado a un pequeño grupo de chicas que parecían lo suficiente simpáticas para poder reír sin forzar sus mejillas, y por primera vez pareció sentirse cómoda en una fiesta, sobre todo porque el ruido le ayudaba a evitar pensar en él.

—Quiero una soda —le dijo a Alice en el oído mientras con una seña se alejaba, caminó un rato hasta poder encontrar la cocina. Había varios barriles de cerveza y botellas de alcohol por todas partes, en una esquina había refrescos, pero lo que llamó su atención fue el joven sentado en una banca al lado de la barra.

Se ve como un hombre melancólico en un bar y no como un buen bailarín en una fiesta. Ella está a punto de acercarse a él, dispuesta a enfrentarlo de una vez por todas y aclarar sus dudas, avanza un par de pasos hacia él, pero sólo entonces reconoce una segunda figura sentado a su lado, Emmet.

—Tienes que superarla, hay otras mujeres, sobre todo en esta fiesta.

—No lo entiendes, ninguna es ella.

No decide que es peor, si estar sufriendo de amor por no ser correspondida o verlo a él estar sufriendo de amor por culpa de otra mujer. Isabella logra salir de la cocina sin ser vista, camina entre las diferentes salas de la casa sin lograr encontrar a Rosalie o Alice, hasta que finalmente se da por vencida.

Se sienta en las escaleras frente al recibidor, esperando ver a alguna de las dos personas que la llevaron a la fiesta, sin éxito.

—¿Una bebida? —ofrece un chico frente a ella con varias bebidas en una bandeja, Isabella asiente al sentir sus labios resecos. Da un par de tragos, sólo para descubrir que se trata de una bebida dulce, la bebe esperando en el escalón. Cada tanto alguien pasa con bebidas similares y cada vez ella pide una nueva para tener algo entre las manos, por lo menos sabe que quiere fingir estar en sintonía con todos aquellos invitados.

Se levanta de su lugar con bebida en mano, con la certeza de necesitar cambiar: estaba tan cansada de ser ella, de ser la aburrida Isabella. Camina directo al joven de las bebidas y consigue una nueva. Hay música, muy buena música, de ese tipo que hace bailar incluso a quienes tienen malos pasos. Bella mueve primero los pies, más tardes las caderas hasta que se encuentra levantando las manos y moviendo el resto de su cuerpo, siente confianza en sus pies como ni siquiera había sentido cuando había bailado con Edward en su cumpleaños. Y hablando de Edward, a la mierda él y su nueva novia. Da un largo trago a su vodka de fresa.

Edward camina entre la gente cuando se encuentra a Rosalie y Emmet. Había asistido a esa fiesta para distraerse, o por lo menos esperando hacerlo, pero hasta el momento sólo había conseguido lo contrario.

—Hola, Edward —Rosalie se acerca a su oído para ser escuchada— ¿has visto a Bella? Está irreconocible —percibe el olor a alcohol de su amiga, lo que explica su camaradería repentina. ¿Acaso no había sido Rosalie quien le envió una serie de mensajes, correos, tweets y lo contactó en todas sus redes sociales para recordarle lo imbécil que era? Que suerte tener el celular apagado y más afortunado que ella estuviera tan borracha que olvidara su reciente odio hacia él.

Eres un cobarde. A ese punto estaba casi seguro que Bella ya no seguía intentando ponerse en contacto, si alguna vez lo hizo, pero no quería ver los mensajes que recibió de ella los primeros días hasta que descubrió que el: Buenos días, pequeña traviesa, sería el último mensaje que recibiría de su parte.

La sorpresa de ser tratado con amabilidad por Rosalie, pasa a un segundo plano cuando entiende sus palabras, Isabella también está en esa fiesta. Bella. Que pequeño era el mundo. La última vez que la vio fue mientras fingía tener una nueva conquista en el supermercado y ahora Isabella también estaba en la fiesta. Edward negó con su cabeza, pero ya estaba buscando entre los rostros cercanos el de ella.

—Necesitas hablar con Bella.

Edward mira a Rosalie, primero le había insistido en que se alejara de Isabella por semanas y ahora le rogaba para que volviera a tener contacto con ella, en realidad jamás tendría contenta a aquella rubia manipuladora.

—Estoy en otro asunto, nos vemos pronto —era un hecho ahora que debía salir de esa fiesta antes de que todos esos días distanciado fueran en vano.

¿Además en que otro asunto podía estar? Emmet estaba con Rosalie, su ánimo no estaba para bailar, ni tenía intenciones de socializar con los pocos rostros que conocía.

Comenzó a caminar dirigiéndose a la salida, aunque para estar en el patio trasero y la casa de John Wills ser tan grande como era tenía altas probabilidades de encontrarla, o de no verla siquiera por la cantidad de personas que estaban ahí, no estaba seguro cuál de las dos ideas lo decepcionaba más.

Se detuvo cuando vio a Alicie, platicando en un círculo de chicas cerca de la puerta principal. Se queda en su lugar hasta que comprueba que Bella no está con ella.

Siente una llamarada en su estomago, pero intenta ignorarla. Da dos pasos hacia el frente, sólo debe pasar detrás de Alice y podrá llegar a la puerta para volver a casa.

¿No era todo irónico? así es como había iniciado su amistad con Isabella, perdida en una fiesta y él en busca de ella. Y ahora estaba haciendo uso de todo su autocontrol para convencer a sus piernas de dar cinco pasos al frente y salir de ahí. Ella está bien, y para contradecir su pensamiento un joven con vasos con vodka le ofrece uno. Ella sabe que en las fiestas no dan jugo de fresa. Da un paso al tiempo que la mirada de Alice lo detiene, intenta retroceder pero sabe que es demasiado tarde, Alice ya camina en su dirección y a diferencia de Rosalie, ella no se ve nada feliz. Lo apunta con su índice y el brazo extendido como si fuese un criminal.

—¿Has visto a Bella? —la segunda persona que se lo preguntaba esa noche, aunque su actual compañera lo miraba con una pizca de odio y ganas de torcerle el cuello.

—No —niega con su cabeza por si acaso la música le impedía demostrarle sus pocos deseos de ir a buscarla.

—¿Estás saliendo con alguien? —pregunta a gritos Alicia, él traga saliva sintiéndose nervioso, al parecer Bella las había puesto al tanto de eso también.

—No voy a hablar de eso contigo.

—No te reconozco, ¿cómo has podido hacerle eso?

¿Cómo ha podido hacérmelo a mí?

Saldrá por la puerta de la cocina, da media vuelta y se aleja del malhumor de Alice y sus ganas de darle una paliza. Camina en sentido contrario de donde está la cocina. Tal vez no quiere bailar, ni encontrarse a Bella, pero todavía quedan algunas cosas por hacer, siempre puede aprovechar las bebidas gratis que una fiesta ofrece, se convence de todas las opciones para no irse aún.

¿Alcohol? Si había aprendido algo en esos dos años incursionando en las bebidas alcohólicas es que debía tener buen humor para emborracharse o de lo contrario sólo haría el ridículo.

Camina al patio trasero, buscando a Emmet o cualquier otro rostro conocido. ¿A quién pretendo engañar? Tal vez necesita verla y hablar con ella, en realidad es lo único que ha querido hacer durante todos esos días mientras se obligaba a ignorarla y esquivarla.

Podría tomar una bebida y luego otra hasta estar tan borracho que sus pies encuentren por su cuenta a Isabella y luego le pida disculpas y más tarde la perdone. No, no debe tomar alcohol, porque entonces será una perfecta víctima del alcohol y terminará avergonzándose a sí mismo. Justo así.

Una joven baila sobre una mesa a unos metros de distancia de él, la escena lo detiene, la chica baila contoneándose de manera graciosa mientras sus manos danzan de sus piernas al contorno de su vestido; a su alrededor un grupo de jóvenes le aplauden para que siga bailando. Esa es una clara señal de lo que le hace el alcohol a un corazón despechado. Está por seguir caminando en lugar de formar parte de esos hormonales idiotas cuando la chica sobre la mesa da una vuelta sobre sí misma y puede mirarla de frente. No es posible.

Ahí, bailando sobre una mesa mientras una bola de orangutanes aplaude a su alrededor se encuentra ella, ni siquiera tiene tiempo de pensarlo cuando ya está acercándose a empujones, recibe un par de insultos hasta que consigue posicionarse en primera fila. Bella tiene los ojos cerrados y una ebria sonrisa en su rostro mientras todo su cuerpo se tambalea sobre la mesa, suficiente, cuando ella queda cerca de él aprovecha parapara tomarla de la pierna para llamar su atención, Isabella le sonríe mostrándole todos sus dientes y vuelve a cerrar los ojos, está ebria, justo como lo había estado semanas atrás sentada en su asiento de copiloto cuando tuvo que rescatarla de James Ecco. A la mierda. Jala ambas piernas hasta que consigue sentarla en la mesa y una vez ahí, a pesar de los abucheos a su alrededor la baja de la mesa dispuesto a sacarla de ahí.

— Quiero bailar, Edward. Déjame bailar —por supuesto, tenía que lidiar ahora también con ella gritando y jalando de su brazo para soltarse. Casi se lo ocurrió que era buena idea dejarla irse sola, pero está borracha y si era capaz de bailar, es capaz de cualquier tontería.

La había evitado durante toda la semana y ahora está ahí tomándola de la cintura y pegándola a su cuerpo para que no se tropezara con sus propios pies. Bella lo sigue con los ojos cerrados y una sonrisa boba. Podría ser él o podría ser otro idiota como James Ecco y la reacción de ella sería la misma, la sola idea hace que la acerque más a su cuerpo y vuelve a acelerar el paso, al límite que la ebriedad de Bella lo permite.

—Isabella.

—No me llames así, soy Bella.

Empuja a un par de jóvenes que parecen estarse desnudando mientras bailan y sigue caminando agarrándola de la cintura hasta llegar a su automóvil.

—Entra, por favor —le abre la puerta del copiloto. Isabella se cruza de brazos.

—No. No. Tú entra. Yo me quedaré aquí —inesperadamente ella se sienta sobre el sucio pavimento. Edward alza los ojos al cielo nocturno y la jala de la cintura para ponerla de pie nuevamente.

—No te pongas difícil.

—No vas a jugar conmigo, nunca más —aleja sus manos de ella y cuando él vuelve a acercarse le grita— ¡Quítame las manos de encima!

—Isabella.

—Yo fui sincera contigo y tú ni siquiera pudiste romper conmigo de frente —Edward mira sus ojos y nariz tornándose rojos, en realidad no cree poder llegar muy lejos si ella comienza a llorar frente a él.

¿De verdad se atrevía a hablar de sinceridad? Edward toma aire, no quería tener aquella conversación, pero en definitiva no tendría esa conversación con ella ebria.

—Mañana hablaremos de eso. Sólo quiero que subas conmigo —vuelve a intentar acercarse a ella.

—No.

—Isabella.

—No me llames así.

—Si subes, mañana hablaremos —decide que sólo puede intentar una última cosa para convencerla, toma su rostro entre sus manos, acaricia su mejilla sin que ella ponga un gramo de resistencia y la mira finalmente a los ojos— Bella, por favor.

Ella da un paso hacia el frente.


Abrió los ojos. No de nuevo.

La segunda resaca de su vida. Escondió su cabeza debajo de la almohada y se quedó ahí con los ojos cerrados durante largo tiempo sin conseguir recuperar el sueño. Las imágenes de la noche anterior se agolpaban para dar entrada a la vergüenza, la culpa y el enojo.

¿Cómo era tan estúpida para emborracharme de manera continua y sin control alguno? Ni siquiera la ingenuidad era capaz de algo parecido y ahí iba ella, con suerte nadie iba a reconocerla, la noche anterior con aquella ropa, y maquillaje parecía otra persona. Usualmente eso ocurría cuando se trataba de ella, uno la veía y no parecía posible que existiera una mejor versión de sí misma.

No existe. Incluso ella vistiendo como otra persona sólo sabía meterse en problemas y hacer estupideces. Lo peor había sido Edward, de todos los humanos que debieron salir en su auxilio, él era el menos indicado para hacerlo, y ella deseaba que en esa ocasión no lo hubiera sido. Tan, tan patética.

Esa sería su última fiesta, eso seguro. Y una vez pudiera sacarse el dolor de cabeza, tendría una larga conversación con las dos personas capaces de llevarla a cada fiesta y luego olvidarla en éstas sin preocuparse en devolverla a casa sobria.

Alguien tocaba a la puerta de su habitación. Isabella se cubrió con la cobija hasta la cabeza. Los golpes en la puerta bien pudieran ser contra su cabeza por lo doloroso que resultaban escucharlos.

—Estoy dormida —dijo en voz baja, pero los golpes insistieron, apretó los ojos antes de gritar— ¡Estoy dormida!

—Tienes visitas.

—No estoy, mamá, dile que salí a comprar algo.

A cambio no recibió una respuesta de su madre, pero esperaba haber sido lo suficiente clara para que entendiera el mensaje. La puerta de su habitación se abrió y cerró. Luego le siguió el silencio. Se quedó esperando a escuchar la voz de su madre con un sermón por su resaca o sus pocas cualidades de anfitriona, pero sólo había silencio. Ya estaba volviendo a quedarse dormida cuando lo escuchó hablar.

—Tenemos que hablar, Isabella.

Su corazón comenzó a bombardear dentro de su cuerpo con fuerza, como si estuviera pateando para recordarle lo idiota que era para seguir sintiendo algo por él después de todo.

—Vete.

Sintió el cuerpo de Edward tomando lugar en algún espacio vacío de su cama.

—Necesito que hablemos.

—Y yo que te vayas.

—Te traje algo. Te estaré esperado en mi casa cuando tu resaca haya terminado.

Maldito bipolar prepotente.

—Dije que te fueras.

Edward se levanta de la cama, escucha sus pasos caminando dentro de su habitación como si tuviera alguna clase de derecho a pararse a esa hora en su alcoba. Él se sienta de nuevo sobre su cama y la mira en silencio. Escondida debajo de las sabanas, siempre cerca e invisible. Si tan sólo hubiera prestado más atención no habría caído en su juego.

—Tarde o temprano tenías que hablar, bien, me parece que ha llegado el momento.

Se levanta nuevamente y sale por fin de la habitación. No es hasta que lo oye despedirse de su madre que ella se atreve a salir de su escondite para asegurarse que la habitación está vacía. Encuentra a su lado sobre la cama el antifaz que ha dejado Edward y en la mesa de noche un recipiente con algo poco apetitoso, pero es el antifaz el que toma entre sus dedos y con los ojos abiertos a pesar del taladro que amartilla su cabeza en esos momentos un único pensamiento que lo invade todo:

Él lo sabe


Chan chan chan

A dos capítulos del final

Gracias por seguir la historia hasta aquí