Capítulo 44: El fuego era su destino
Mientras sus pies golpeaban de forma rítmica contra los adoquines de la calle, Scarlet cayó de cuenta de que vivía para esos momentos. Todo su cuerpo parecía haber cobrado vida propia. Se sentía viva.
Había nacido para pelear. Era lo que mejor se le daba. Lo único que sabía hacer. Llevaba luchando desde que tenía recuerdos. Durante un tiempo había intentado escapar de esa voz dentro de ella que la llamaba hacia la batalla. Había buscado paz y refugio entre las montañas peruanas, escondida del mundo que alguna vez la había visto en su apogeo, reducida a una sombra de la mujer letal que ella sabía que podía ser.
Pero era difícil escapar de la propia naturaleza. Era difícil mantener oculto aquello que latía dentro de su pecho con una fuerza bestial y que se agitaba alborotado cada vez que Scarlet sostenía la varita entre sus dedos. Su sangre clamaba sangre. Era algo que había aprendido de la forma más tortuosa, a base de sufrimiento y pérdida. Era algo de lo que no podía evitar.
Soy una guerrera, se dijo a sí misma, mientras agudizaba la mirada en cada esquina, sus reflejos hiperactivos, a la espera de la menor señal de peligro. No. Soy más que eso. Soy una asesina. No le generaba ningún remordimiento reconocerlo. Hacía tiempo que Scarlet Raven había hecho las paces con su propia naturaleza. Algunas personas nacían dotadas para la música o el quidditch. Ella había nacido dotada con la capacidad de matar. Era su bendición y su maldición. Era algo de lo que no podía escapar, y en ese momento, no deseaba hacerlo. Era lo que la había mantenido viva, y con un poco de suerte, lo que también mantendría viva a su hija y a muchos más ese día.
Derribó al primer Rebelde que se cruzó en su camino sin siquiera pestañar, su mano moviéndose sin pensarlo, la magia fluyendo de ella impulsada como un río que rebalsa un dique, estrellándose contra la figura femenina de rostro oculto y dejándola inmóvil en el suelo.
No se sorprendió de encontrar a Harry Potter en la calle principal de Hogsmeade, dirigiendo al grupo recién llegado de Aurores. A pesar de que hacía años que Scarlet había abandonado las fuerzas armadas, todavía recordaba los protocolos del cuartel. El equipo de vigilancia de Hogsmeade debía de haber activado la alarma de emergencia, y Harry había respondido en cuestión de escasos minutos.
Pero eran menos Aurores de los que Scarlet había imaginado que acudirían. Y por el aspecto que tenían, no venían de la tranquilidad del cuartel o de sus casas. Tenían todo el aspecto de quien lleva largo rato batiéndose a duelo, a pesar de que el ataque contra Hogsmeade apenas había comenzado. Un mal presentimiento le recorrió el cuerpo mientras avanzaba hacia Potter.
Harry se encontraba dando instrucciones a sus hombres y mujeres, y trazando el plan de evacuación del pueblo. Los Rebeldes aún no habían llegado hasta allí, pero Raven sabía que era sólo cuestión de tiempo.
—¿Dónde están el resto de tus aurores? Las calles están repletas de Rebeldes —acusó Scarlet sin perder tiempo en cuanto estuvo a su lado. Una expresión sombría envolvió el rostro adusto de Potter, y el mal presentimiento se asentó con más fuerza en el pecho de Raven.
—Camelot viene en camino —respondió Potter escuetamente, mientras su varita trazaba un dibujo en el aire invocando un hechizo repelente de magia negra sobre la calle.
—¿Camelot? —repitió Scarlet, frunciendo el ceño—. ¿Estás jodiendo, verdad? —insistió. Pero no estaba jodiendo, y ella lo sabía. —¿Has perdido completamente la cabeza? Potter, son un montón de niños jugando a ser héroes. ¡Necesitamos la caballería de verdad!
—¿Crees que no lo sé? —siseó Harry con la mandíbula tensa, invocando una nueva protección. Los Aurores habían comenzado a dispersarse por las calles, y el sonido que producían los Rebeldes mientras avanzaban hacia ellos se volvía cada vez más cercano.
—¿Dónde está Weasley?
—Está intentando evitar que destruyan Callejón Diagon, Scarlet —respondió de mal modo Harry, lanzándole una mirada encendida que la desafiaba a decir algo más—. Estamos solos en esto.
—He enviado una llamada a la Mansión, pero no sé cuántos de la Orden lo habrán recibido —incluso mientras lo decía, sabía que era poco consuelo. Dudaba que hubiera mucha gente en la Mansión Malfoy un sábado por la mañana, e incluso si lograban avisar a más miembros, éstos tardarían en llegar.
—No pueden Aparecerse dentro del pueblo, y todas las redes Flú y Trasladores están bloqueados —confirmó Potter—. Incluso si reciben la llamada… —carraspeó, aclarándose la presión en la garganta que le dificultaba hablar, y recalculando sus palabras. —Les tomará tiempo llegar hasta aquí —se decidió finalmente.
El Velo sobre sus cabezas tembló, una onda expansiva que sacudió el aire de aquella mañana cálida de primavera. Los gritos de la gente se alzaron desesperados desde todas direcciones. La multitud corría buscando refugio en el interior de las viviendas y en los locales.
—¡Towers! ¡Encárgate del ala oeste! ¡Mantén esa calle despejada para la evacuación! —gritó Harry al ver que los primeros Rebeldes empezaban a aparecer. Giró a mirar a Scarlet.
—¿Dónde me quieres? —preguntó ella, entendiendo lo que esa mirada significaba.
—Encuentra a nuestros hijos. Sácalos de aquí —le rogó Harry. Raven sintió que se le comprimía la garganta.
Un maleficio pasó rozándolos, golpeando contra la pared detrás de ellos. Harry volvió a encarar hacia la calle, la respuesta al atacante salió veloz de su propia varita, estrellándose contra el escudo del Rebelde que los había atacado. La potencia del golpe lanzó al Rebelde hacia atrás, haciéndolo golpear contra el suelo de piedra. No llegó a enderezarse a tiempo para contrarrestar el segundo ataque de Potter, el cual lo golpeó de pleno en el pecho aturdiéndolo y dejándolo fuera de pelea.
Harry se perdió en el furor de la batalla sin decirle nada más. Pero Scarlet había recibido su orden. Sabía lo que tenía que hacer.
Se llevó dos dedos a los labios y silbó entre ellos, un sonido fuerte y vibrante que se escuchó por encima del estruendo del combate. Un graznido le respondió desde encima del tejado de una de las casas a su derecha. Shadow, su cuervo, desplegó las alas y voló hasta ella, posándose en su hombro.
—Encuentra a Nina —le susurró Scarlet.
Shadow volvió a graznar y levantó vuelo. Scarlet lo siguió.
Honeydukes estaba repleto de estudiantes cuando el mensaje de la Rebelión llenó el aire, una presión sofocante sobre todos ellos, obligándolos a guardar silencio y a escuchar.
Los primeros segundos después de que el mensaje terminara, nadie habló. El silencio fue sepulcral dentro del local de golosinas, y Lily cruzó una rápida mirada con Hugo y Nina, quienes le devolvían expresiones iguales de terror a la que seguramente ella lucía en ese momento.
Como si un hechizo silenciador se hubiese roto, todos los clientes dentro de Honeydukes empezaron a gritar y llorar al mismo tiempo, corriendo por los angostos pasillos y derribando la mercadería mientras intentaban abrirse paso hacia la puerta del local para salir corriendo.
—Vamos —apremió Nina, reaccionando primera, esquivando a un estudiante de cuarto y empezando a moverse hacia la puerta—. Dijeron que darían cinco minutos. Si nos apresuramos, podemos llegar hasta la casa de mi madre.
Dotada de una contextura menuda y escurridiza, Nina lograba abrirse paso con gran facilidad. Pero se había generado un embudo a nivel de la puerta pequeña del local, y los estudiantes agolpados se empujaban y golpeaban en un intento por pasar primeros.
Una chica tropezó frente a Lily, golpeándose la cabeza contra una fuente llena de caramelos pica-pica. Quedó momentáneamente aturdida en el suelo con un feo golpe en la frente que empezaba a abombarse y los ojos repletos de lágrimas. Lily se inclinó a su lado y le tendió una mano para ayudarla a ponerse de pie. La chica estaba tan desconcertada que Lily prácticamente tuvo que tirar de su brazo para levantarla.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó la joven Potter con preocupación. La chica tenía la mirada desenfocada y la boca entreabierta, pero no parecía capaz de articular ninguna palabra.
Fue entonces cuando sintió el tirón hacia atrás. Un brazo se había enroscado alrededor de su cintura aferrándola con fuerza, comprimiéndola contra el pecho de alguien que se encontraba a su espalda. Antes de que pudiera gritar o decir algo, una mano se posó sobre su boca, sofocando sus palabras y dificultándole respirar.
Lily se sacudió violentamente, dando zarpazos con las manos para intentar soltarse de los brazos que la tenían prisionera. Sus uñas se clavaron en la muñeca que le tapaba la boca, intentando retirarla para poder hablar. Pero solo consiguió que la mano presionara con más fuerza contra sus labios, tapando también parte de su nariz, ahogándola. El otro brazo que la sujetaba se sacudió, dándole un golpe seco en la boca del estómago, arrancándole el poco aire que le quedaba en los pulmones y llenándole los ojos de lágrimas de dolor.
—¡Quédate quieta, niña idiota! —gruñó una voz a su oído. Lily intentó reconocerla, porque sabía que le sonaba familiar, pero su cerebro se sentía aturdido, y la sangre fluía rápido en sus oídos provocándole un zumbido que le dificultaba escuchar bien.
El captor tiró de ella arrastrándola hacia atrás. No era algo particularmente difícil. Lily era consciente de que había perdido mucho peso durante los últimos meses, volviéndola una presa fácil de manipular y ridículamente liviana. Sin poder hablar o moverse, Lily observó impotente cómo su captor la empujaba en el sentido contrario a donde avanzaban Hugo y Nina, quienes aún no se habían percatado de que ella no estaba siguiéndolos. Miren hacia atrás. Por favor, miren hacia atrás, deseó mentalmente Lily. Pero Hugo y Nina estaban demasiado concentrados intentando encontrar un camino hasta la puerta. Ninguno de los dos miró hacia atrás.
Los pies de Lily se sacudían y se elevaban por momentos del suelo mientras que el captor la arrastraba por los pasillos de golosinas hacia el fondo del local. El descontrol dentro de Honeydukes era tal que nadie pareció percatarse de que la Rebelión la estaba secuestrando.
En el extremo más alejado del local, justo detrás de una repisa de chocolates, había una puerta trasera. Su captor pateó la puerta, abriéndola y empujándola a través de ella, soltándola por primera vez hacia el callejón trasero. Lily estaba tan segura de que se trataba de la Rebelión que cuando finalmente pudo girarse a mirar a su captor se quedó momentáneamente paralizada al comprobar que se trataba de un estudiante de Hogwarts.
—¿Tú? —la pregunta escapó de sus labios con estúpido escepticismo.
—Sí, yo —respondió Fredercik Ponce, torciendo una de sus sonrisas desagradables. Y antes de que Lily pudiera reaccionar, el muchacho de Slytherin sacudió su varita y unas sogas se amarraron con brutalidad en torno a sus muñecas.
Frederick no se detuvo ahí, sino que aprovechó el momento de estupor de Lily para empujarla contra la pared del callejón y revolver entre sus bolsillos, buscando la varita de la pelirroja mientras la comprimía con el peso de su cuerpo. Con una puntada de frío terror, Lily reaccionó, intentando empujarlo a pesar de que tenía las manos atadas, y lanzando patadas desesperadas y sin puntería, pero que obligaban a Frederick a retroceder.
—¡Auxilio! ¡Acá, ayuda! —empezó a gritar Lily. Pero sus gritos quedaban amortiguados detrás del estruendo que generaban los Rebeldes mientras avanzaban por las calles de Hogsmeade.
—¡Mierda! ¡Cállate, pendeja! —se enfureció Frederick.
El puño de Ponce la golpeó en la mejilla, un dolor sordo e intenso recorriéndole el rostro y penetrando en su cabeza, y durante unos segundos, su visión se vio empañada por cientos de pequeñas lucecillas blancas.
Sentía el pecho comprimido a causa del pánico visceral que empezaba a invadirla. Frederick Ponce la tenía atrapada en un callejón oscuro y alejado. Tenía que salir de ahí. Tenía que escapar.
Sin pensarlo, actuando en base de primitivos instintos, Lily lanzó todo su cuerpo contra Frederick, empujándolo contra la pared contraria y haciéndolo golpearse la cabeza contra la misma. No esperó a ver el daño que había provocado, sino que salió corriendo hacia la salida del callejón lo más rápido que le permitían sus escuálidas piernas.
Olivia Campbell apareció en la entrada del callejón, acompañada de su amiga de Hufflepuff, cerrándole el paso. La muchacha observó con desdén a Lily, con las manos amarradas y el rostro amoratado allí donde Frederick la había golpeado, y luego chasqueó la lengua.
—¿A dónde crees que vas? —le preguntó Olivia, inclinando la cabeza hacia un costado, como si le pareciera curiosa la situación que tenía frente a ella.
—Por favor… Tienes que ayudarme —le rogó Lily, pero incluso mientras lo decía sabía que Olivia no estaba ahí para ayudarla. Su nombre, al igual que el de Frederick Ponce, estaba escrito en la Lista de los Hijos de la Rebelión. Ella no estaba de su lado.
—Tenías una tarea muy simple, Frederick. ¿Qué tan difícil puede ser contener una niñita flacucha de trece años? —espetó Olivia desdeñosamente. Detrás de Lily, Ponce resopló.
—Es más fuerte de lo que parece —se defendió Frederick, frotándose la región posterior de la cabeza. Olivia alzó una ceja descreída, y levantó la varita con desgano.
—Crucio —susurró Olivia.
Lily no estaba preparada para eso. El golpe que Frederick le había dado en la cara parecía una caricia al lado del dolor lacerante que la recorrió. Sus huesos crujieron y sus dientes chirriaron. Todos sus órganos parecían estar quemándose por dentro, su cerebro derritiéndose dentro de su cabeza. La noción de la realidad, del mundo, de ella misma, desapareció. Solo había lugar para el dolor.
Cedió tan abruptamente como había comenzado, dejándola jadeante y tumbada en el suelo, ovillada como un animal herido. Le zumbaban los oídos, tenía la visión empañada de lágrimas, y por el ardor de su garganta supuso que había estado gritando.
—Eres un mago, no un cavernícola. La próxima vez, usa magia —dijo Olivia críticamente—. Terminemos con esto. La cosa se está poniendo fea aquí.
Lily sintió nuevamente las manos firmes de Frederick Ponce tomándola por los brazos y forzándola a levantarse, pero el entumecimiento del maleficio todavía perduraba en sus músculos. No tenía fuerzas para resistirse. No estaba segura si tenía siquiera fuerzas para mantenerse en pie.
—Suelten a Lily… ahora.
Lily escuchó la voz de Nina Raven a través de una neblina de confusión que era su cerebro. Pestañó varias veces, aclarando su visión antes de poder enfocar sus ojos.
Efectivamente, Nina Raven estaba ahí, con Hugo a su lado. Habían venido por ella. Se habían percatado de su ausencia y habían acudido a ayudarla. Pero lejos de sentirse reconfortada, Lily se sintió como si Frederick le hubiese dado otro puñetazo en la cara. Deseó que sus amigos no hubiesen ido a buscarla, o al menos, que no la hubiesen encontrado. Ahora que sabía lo que los Hijos de la Rebelión podían hacer, no quería arriesgar a Nina y a Hugo. Era a ella a quien buscaban. Lily era el objetivo. Pero a Frederick Ponce no le había temblado el puño al golpearla, y la mano de Olivia Campbell no había vacilado al lanzarle la maldición imperdonable. Lily estaba segura de que ninguno de los dos dudaría en lastimar a sus amigos tampoco.
Pero Nina y Hugo ya tenían sus varitas afuera para enfrentarse a Olivia y a su amiga de Hufflepuff. Frederick Ponce sujetó a Lily con una garra dolorosa del brazo mientras en la otra tenía la varita, clavándola contra la garganta de la pelirroja, allí donde su pulso latía visible y acelerado.
—Muévete, y te haré gritar de dolor hasta que pierdas la cabeza, Potter —escupió Frederick en su oído, presionando la punta de la varita un poco más contra el cuello de Lily para enfatizar su punto.
Por encima de su cabeza, Lily creyó ver la sombra negra de un ave volando en círculos, pero cuando intentó torcer su cuello hacia atrás, la sombra había desaparecido.
—Eres buena duelista, Raven. Pero no eres tan buena —señaló Olivia en un tono práctico.
—¿Quieres ponernos a prueba? —la desafió Hugo, entornando los ojos.
—No pueden derrotarnos. No tienes la experiencia ni la habilidad —aseguró Campbell con voz desganada, casi aburrida. Pero su mano seguía sujetando con decisión la varita, y la postura de sus hombros delataba su tensión.
—Ellos no. Pero yo sí —dijo una voz de piedra, fría e imperturbable, desde el otro extremo del callejón.
Lily sintió que el alma le volvía al cuerpo mientras observaba a Scarlet Raven avanzar con decisión hacia ellos. Sus rasgos filosos estaban más rígidos que nunca, y su mirada violeta brillaba con una luz peligrosa. Era una mujer alta e imponente, como una diosa guerrera, e instintivamente Olivia Campbell y su amiga retrocedieron, amedrentadas. Los labios de Raven se curvaron tenuemente en una sonrisa arrogante. Olivia se sonrojó, avergonzada de su propia cobardía, e intentó disimularlo levantando su varita hacia Scarlet y lanzando el primer ataque.
Fue una mala idea.
En lo que dura un parpadeo, Scarlet desvió el ataque y respondió con una salva de hechizos que hendieron el aire como filosas navajas y rasgaron la distancia que la separaba de las dos muchachas. La chica de Hufflepuff soltó un chillido aterrado cuando uno de los hechizos la golpeó, envolviéndola en una luz violácea. Se sacudía desesperada y se restregaba los brazos y la cara, intentando disipar el hechizo, como si cada sitio donde éste entraba en contacto con su piel le resultara doloroso.
Olivia logró detener el primer golpe, pero no el segundo. La golpeó en la rodilla, y un crujido desagradable dio la pauta de que se había roto un hueso, mientras que la pierna de Olivia se vencía bajo su peso y ésta caía de rodillas.
Frederick lanzó a Lily torpemente hacia un costado, haciéndola caer contra el suelo de forma dolorosa. Apuntó su varita contra la espalda de Scarlet.
Nina soltó un grito ahogado, pero antes de que las palabras de advertencia llegaran a sus labios, Scarlet Raven había girado sobre sus talones y había lanzado un hechizo de desarme tan potente contra Frederick que éste salió despedido varios metros hacia atrás, estrellándose por segunda vez contra la pared y quedando tumbado en el suelo, mareado y sin varita.
La chica de Hufflepuff se encontraba ya inconsciente en el suelo. El hechizo que la había rodeado se había disipado finalmente, aunque Lily tenía sus sospechas de que en realidad había sido absorbido por el cuerpo de la chica. Olivia Campbell jadeaba desde una posición en cuclillas, mientras intentaba encontrar la entereza para ponerse de pie nuevamente.
Scarlet le apuntó una vez más con su varita, una expresión dura en su rostro. Sus ojos parecían hielo, y Lily no fue capaz de encontrar ningún rastro de humanidad o piedad en ellos.
Con un movimiento de su muñeca, una mano invisible aferró a Olivia del cuello, tirando de ella y obligándola a levantarse para evitar ahogarse bajo la presión. El rostro de la chica adquirió un color rojo intenso y sus ojos se dilataron asustados mientras sacudía las manos en un intento inútil por liberarse de las garras mágicas que le comprimían la vía aérea.
—Por… favor… —silbó con voz ronca Olivia.
—¿Por qué están atacando Hogsmeade? —le preguntó Scarlet, su voz impasible, completamente indiferente a la desesperación que denotaba el rostro de la adolescente frente a ella.
—No… no lo sé… —graznó Olivia. Cada palabra parecía rasgar su camino a través de la presión en su cuello. Scarlet retorció la mano un poco más, y Olivia soltó un gemido, su rostro volviéndose cada vez más purpúreo.
—Mamá…—susurró Nina. Su voz era tan suave que prácticamente resultaba inaudible en el estruendo que recorría las calles de Hogsmeade. Si Scarlet la escuchó, eligió ignorarla.
—Respóndeme —la voz de Scarlet era inclemente.
—Por favor… —volvió a rogar Olivia, con lágrimas en los ojos.
Toda la arrogancia y la seguridad que había mostrado minutos atrás se habían desvanecido. Y a pesar de que esa era la misma chica que le había lanzado una maldición imperdonable, Lily sintió pena por ella.
Scarlet, sin embargo, parecía estar más allá de la compasión. Su mano se retorció un poco más, y Olivia tosió y empezó a sacudirse mientras intentaba introducir al menos una gota de aire a sus pulmones.
—Nos dijeron… que… encontráramos a… una niña pelirroja… La menor de los Potter… —las palabras salían sofocadas y agónicas de la boca de Olivia, intercaladas con forzadas inspiraciones incompletas que no llegaban a compensar la sensación de falta de aire que estaba experimentando—. Debíamos sacarla de Hogsmeade…
—El pueblo está rodeado por una barrera para prevenir que los alumnos puedan salir —señaló Scarlet, entrecerrando los ojos, como si pensara que Olivia podía estar intentando engañarla. Pero Campbell sacudió la cabeza en un gesto de negación frenético.
—Hay… una brecha… una puerta —aseguró Olivia. Sus labios estaban oscuros y sus ojos inyectados de sangre empezaban a perder el foco. Se estaba desvaneciendo.
—Mamá, detente —intervino nuevamente Nina, esta vez con más firmeza. Tenía el rostro desencajado y la mirada aterrada. Scarlet hizo una mueca frunciendo los labios, pero finalmente aflojó su mano.
Olivia se desplomó al suelo con un ruido seco, como una bolsa de cemento que se deja caer bruscamente contra el asfalto. Se quedó allí tendida, respirando agónicamente, un sonido sibilante elevándose desde sus labios, mientras su pecho se sacudía de forma violenta.
Con una última mirada de desprecio hacia Campbell, Scarlet se giró hacia donde se encontraba Lily con la varita frente a ella. La pelirroja se encogió, un acto reflejo del cual se arrepintió inmediatamente, porque ahora Scarlet la miraba con una expresión extraña. Le duró sólo una fracción de segundo, y la máscara de fría guerrera volvió nuevamente a ella. Con un movimiento rápido cortó las sogas que sujetaban las muñecas de Lily, liberándola.
Hugo y Nina ya se encontraban junto a ella, ayudándola a pararse. Todavía se sentía entumecida y dolorida, y todos sus músculos se quejaron cuando se obligó a mantenerse en pie.
—Síganme —ordenó Scarlet, sin siquiera lanzar una segunda mirada hacia los tres Hijos de la Rebelión que había dejado tirados en el callejón. Lily se preguntó mentalmente qué sucedería con ellos, pero no se animó a decirlo en voz alta. Scarlet Raven nunca le había resultado tan intimidante como en ese momento.
—¿A dónde vamos? —se atrevió a preguntar Nina. Era la única con el coraje suficiente para hablarle a su madre luego de lo que acababan de ver, e incluso ella parecía reticente.
—A un lugar seguro —respondió secamente Scarlet.
El camino por el cual los llevaba Scarlet se encontraba bastante despejado. Había aurores apostados en la calle, custodiando y manteniendo a raya a los Rebeldes que intentaban avanzar. Apenas los vieron aparecer por la esquina, levantaron sus varitas amenazadoramente, pero en cuanto distinguieron las figuras de tres estudiantes de Hogwarts volvieron a bajarlas.
Los dejaron pasar, y Raven se detuvo junto a uno de ellos solo unos minutos para preguntarle si habían visto a Potter. Uno de los Aurores le señaló con la cabeza hacia la izquierda, desde donde se podía apreciar que estaba teniendo lugar el combate más encarnizado.
—Si están en algún lugar, es ahí —le dijo luego, encogiéndose de hombros y volviendo su atención nuevamente hacia la vigilancia. Dos Rebeldes se habían escabullido al interior de una casa y ahora disparaban desde una de las ventanas.
Lily deseó con todas sus fuerzas poder ver a su padre. Era un pensamiento infantil, pero no podía evitar pensar que él encontraría la forma de arreglarlo todo. Scarlet siguió caminando sin decirles nada, hasta llegar a otro callejón que se parecía mucho al que Frederick había arrastrado a Lily tras secuestrarla en Honeydukes. Se detuvo frente a una puerta, golpeó tres veces, hizo una breve pausa, y volvió a golpear tres veces más.
La puerta se abrió.
Era la primera vez que Lily volvía a ver a Felicity Fox en persona desde que ésta se le había aparecido en sus visiones, y sintió como si algo se removiera dentro de ella de forma desagradable.
Felicity lucía tal como Lily la recordaba de sus visiones. Morena, alta y hermosa, con un par de ojos verdes que en ese momento se encontraban abiertos como platos, reflejando su sorpresa y su temor. Su mirada se detuvo unos segundos en Scarlet para luego redirigirse hacia Lily, Nina y Hugo. Algo se agitó detrás de sus ojos, y Lily supo que la había reconocido.
Se hizo a un lado, manteniendo la puerta abierta frente a ellos, y Scarlet los empujó apresuradamente hacia el interior del local.
—¿Has visto a alguien de la Orden? —preguntó Scarlet una vez que estuvieron en la seguridad de las Tres Escobas y la puerta se hubo cerrado.
—Thomas estaba aquí cuando todo empezó —respondió Fox, y cierto rubor trepó a sus mejillas a pesar de la complicada situación en que se encontraban—. Se ha llevado a los alumnos que estaban aquí con él, para escoltarlos de regreso hacia el castillo.
—¿Han empezado la evacuación?
—Sí. La profesora McGonagall y el profesor Longbottom han venido desde Hogwarts.
—Bien.
—He estado vigilando desde la ventana del primer piso… También he visto a Zaira —informó Felicity. Scarlet asintió.
—Eso quiere decir que Camelot ya está aquí —comprendió la madre de Nina—. ¿Qué me dices del resto de la Orden?
Felicity negó con la cabeza, un movimiento sutil y casi imperceptible. Scarlet chasqueó la lengua, visiblemente irritada.
—Yo puedo pelear también —soltó repentinamente Felicity, levantando el mentón mientras lo decía, desafiando a Scarlet a contradecirla. Scarlet le lanzó una mirada de reojo, evaluándola.
—No —respondió escuetamente. Felicity frunció el entrecejo.
—¿No crees que puedo hacerlo?
—Me es indistinto si puedes hacerlo o no —fue la respuesta de Scarlet—. Hemos reforzado la protección de las Tres Escobas justamente para hacer frente a una situación como ésta, y necesitamos a alguien aquí adentro.
—Ese alguien puede ser cualquiera —Felicity no parecía dispuesta a dar el brazo a torcer.
—Pues eres tú.
—¿Crees que no me doy cuenta lo que intentan hacer? ¿Mantenerme lejos del peligro? Como si eso fuese a cambiar algo —se quejó Felicity, enfurecida. Lily tenía que reconocerle que había que tener coraje para hablarle de esa forma a Scarlet.
—Me importa una mierda lo que crees, Felicity —gruñó Raven, su voz relampagueando como un trueno—. Se te ha dado una orden. Cúmplela.
Felicity abrió la boca para quejarse, pero se arrepintió a mitad de camino, y volvió a cerrarla, aunque sus ojos brillaban furiosos y sus mejillas se encontraban arrebatadas. Por un instante, Lily estuvo convencida de que la chica Fox desobedecería abiertamente la orden que Scarlet le acaba de dar y saldría de la Tres Escobas de todas formas.
Pero en cambio, soltó una fuerte y exagerada exhalación, cargada de fastidio, y se encaminó hacia las escaleras que llevaban a la planta alta del local sin mirar atrás. Scarlet puso los ojos en blanco y masculló una maldición por lo bajo.
—Este lugar está reforzado. Es seguro. Quédense aquí. ¿Me han entendido? —dijo luego dirigiéndose hacia ellos.
Los tres asintieron al mismo tiempo. Los rasgos agudos de Scarlet parecieron relajarse mientras una suave sonrisa se dibujaba en sus labios delgados. Estiró una mano y acarició el cabello de su hija en un gesto dotado de una dulzura que desentonaba con ella. Pero mientras caminaba nuevamente hacia la puerta trasera del local, volvió a colocarse la máscara de la guerrera, y todo rastro de humana fragilidad se esfumó tan rápido que Lily se preguntó si verdaderamente lo había visto.
Harry vio pasar el dragón por encima de sus cabezas y una descarga de terror se apoderó momentáneamente de él mientras lo veía encarar hacia el lugar que él consideraba su primer hogar.
Como si la Rebelión hubiese previsto que él intentaría ir tras el dragón, una nueva avanzada de magos encapuchados apareció por las calles. Harry se vio obligado a quedarse donde estaba, conteniéndolos, y a rezar que Hogwarts pudiese resistir contra el ataque de un dragón.
Los Rebeldes estaban envalentonados por la aparición del dragón, la fuerza de sus ataques redoblándose mientras intentaban derribar a cuanto Auror encontraban a su paso. Harry sintió que el Velo temblaba una vez más sobre ellos, y esta vez, un aura extraña permaneció en el aire tras la vibración, como una especie de energía estática y ominosa. El Velo se estaba quebrando. Se estaban quedando sin tiempo.
Harry disparó contra el Rebelde más cercano e inmediatamente se preparó para enfrentarse al siguiente contrincante. Un haz de luz verde pasó peligrosamente cerca de su rostro, y Harry frunció el ceño. Los Rebeldes se estaban volviendo más osados conforme pasaban los minutos, animándose finalmente a usar Maldiciones Asesinas. Enfurecido, Harry encaró a la mujer que había lanzado la maldición imperdonable. Consciente de que había cruzado un límite imaginario, la Rebelde intentó retroceder y escapar. Él no se lo permitió.
—Parece que la gente no se cansa de intentar usar ese maleficio contigo —comentó Zaira Levignton, con una sonrisa cómplice. Harry rió entre dientes.
—Si… Pero por algún motivo, no termina de surtir efecto en mí —le siguió el juego.
Zaira tenía el cabello rubio atado en una apresurada cola a nivel de la nuca y las mejillas arrebatadas. Pero lucía más viva de lo que Harry la había visto en años.
Volvían a pelear juntos. Harry ya prácticamente se había olvidado lo que se sentía tener a su lado a alguien a quien él mismo había entrenado, a un Discípulo peleando codo a codo con él. Zaira conocía sus estrategias de duelo, sabía predecir sus movimientos. Le cubría la espalda cuando él atacaba, y respondía con brutalidad cuando él se veía forzado a retroceder. Era capaz de adelantarse a sus ataques, y se desplazaban por el campo de batalla como si sus mentes estuviesen conectadas y pensaran al unísono. Era una sincronía que Harry no estaba seguro de haber tenido jamás con nadie, ni siquiera con Ron.
—¡Harry! —escuchó sorpresivamente una voz familiar que lo sacó de su concentración.
Harry giró a mirar hacia atrás, y Zaira se encargó de cubrirlo mientras bajaba la guardia y contemplaba a Ginny Weasley correr en su dirección.
No estaba sola. Su mujer había llegado acompañada de más gente de la Orden. Bill Weasley estaba ahí, así como también su hija Dominique y el joven ruso Philipe Marcier.
Harry la abrazó en cuanto la tuvo frente a él, una extraña sensación invadiéndolo, mezcla de alegría por verla y desolación por estar exponiéndola a semejante riesgo.
—¿Los chicos? —fue lo primero que preguntó Ginny.
—Scarlet los está buscando —habría deseado poder darle mejores noticias, pero lo cierto era que no las tenía. Ginny tragó saliva con dificultad.
—¿Están aquí?
—No lo sé, Gin —se sentía impotente. Ella pareció leer la desesperación en su voz, porque se apresuró a intentar sonreírle, mientras una de sus manos le acariciaba con ternura el pelo empapado de sudor que le cubría la frente, despejándolo.
—Los encontraremos —le aseguró ella, con esa firme convicción que siempre era capaz de esgrimir, incluso frente a los peores escenarios. Ginny tenía la fuerza de una tormenta y la entereza de un roble, y Harry la amaba infinitamente por eso.
—Están intentando derribar el Velo —dijo Harry, recuperando la compostura y enfocándose en Bill Weasley—. Hemos intentado sostenerlo todo lo que hemos podido, pero no creo que aguante mucho más a menos que encontremos el sitio desde donde están intentando quebrarlo.
—Yo me encargo —aseguró el mayor de los hijos de Molly y Arthur.
—Voy contigo —se apresuró a decir Dominique, sacando el mentón hacia afuera en un gesto tozudo. Bill lucía consternado, debatiéndose entre la seguridad de su propia hija y la necesidad de sus habilidades. Finalmente, asintió con un gesto de cabeza.
—Todavía quedan alumnos dentro de Hogsmeade —explicó Harry una vez que Dom y Bill hubieron partido—. Minerva y Neville están escoltando a un grupo hacia Hogwarts pero…
—El dragón —dijo Philipe. Estaba pálido, y parecía a punto de desplomarse en cualquier instante—. Lo vimos mientras veníamos hacia aquí.
Harry asintió con un movimiento seco.
—¿Están intentando derribar también el Velo de Hogwarts? —preguntó Ginny, escéptica—. Sólo un idiota intentaría hacer algo así… Son siglos de magia, capas y capas de barreras colocadas por cada director que pasó por el castillo…
—No van a por Hogwarts —la interrumpió Scarlet, con una expresión sombría, llegando junto a ellos—. Van a por tu hija.
Hubo un silencio entre ellos. Harry podía sentir todos sus músculos tensándose, y la mano de Ginny se cerró sobre la suya. Iban a por Lily.
Sabía que algún día sucedería, pero después del fracaso que había sido el intento de secuestro por parte de Gemma Woodgate, Harry no imaginó que volverían a intentarlo tan rápido.
—Tranquilos. Ella, Nina y Hugo están escondidos en las Tres Escobas —se apresuró a decir Scarlet, inducida seguramente por la expresión que lucían tanto Harry como Ginny en ese momento. Harry soltó el aire que había estado conteniendo, pero su cuerpo seguía rígido y alerta, incapaz de relajarse. —Pero la Rebelión no lo sabe, y si no la encuentran aquí… La irán a buscar a Hogwarts.
El ambiente en torno a ellos era opresivo y denso, como si el aire se hubiese condensado, dificultándoles respirar. El ruido del combate entre sus Aurores y los Rebeldes le llegaba como un sonido distante, ajeno a él y a su realidad. Sólo podía pensar en sus hijos, dos de ellos todavía desaparecidos, y en el peligro que rodeaba Hogwarts, el lugar que lo había visto crecer y convertirse en el mago que era hoy.
—¡Harry! ¡Te necesitamos aquí! —gritó Zaira por encima de su hombro, y ese segundo que le tomó decirlo fue suficiente para que un hechizo le rozara la mejilla, provocándole un corte superficial, como una advertencia.
Una vez más en el día, Harry tenía que tomar una decisión difícil. Recordó vagamente el Callejón Diagon, donde había dejado a Ron y a la mitad de sus fuerzas peleando. Recordó Camelot, con su camada de novatos inexpertos que habían sido arrojados a la batalla sin advertencia. Recordó a Minerva McGonagall guiando a los estudiantes que habían logrado rescatar del pueblo de regreso a Hogwarts.
Scarlet le lanzó una mirada significativa que Harry supo interpretar. Pestañó, tomando aire. Cuando volvió a abrir los ojos, había tomado una decisión.
—Ayuden a Hogwarts —no por primera vez en su vida, Harry se odió a sí mismo por tener que tomar ese tipo de decisiones. Eran las responsabilidades de un líder. Y también lo serían las consecuencias que dichas decisiones trajeran consigo.
Scarlet no necesitaba que se lo dijeran dos veces. Parecía un felino agazapado, aguardando la oportunidad para saltar y moverse, y en cuanto Harry pronunció las palabras, se lanzó a la cacería hacia Hogwarts. Philipe vaciló unos segundos, dudando entre seguir a Scarlet o esperar a Ginny.
Ginny acortó la distancia que la separaba de Harry, y tomando su rostro entre sus manos, lo besó en los labios. Un calor embriagador descendió desde su boca hasta el resto del cuerpo. Fue un instante, un destello de calidez en medio de una tormenta, pero Harry sintió que su cuerpo se recargaba sólo con ello.
La vio alejarse junto a Philipe con el pelo rojo ondeando detrás de ella, una cortina de fuego que le lamía la espalda, y su corazón se le comprimió en el pecho por tener que dejarla ir. Se habría quedado allí de pie eternamente, observándola mientras desaparecía por la esquina, pero escuchó a Zaira insultar mientras esquivaba por poco un hechizo lacerante, y supo que debía volver al combate.
Una explosión resonó en plena avenida principal, haciendo saltar los adoquines por el aire y fragmentar los cristales de las vidrieras y ventanas de los locales cercanos. Harry reaccionó instintivamente, estirando una mano frente a él e invocando un escudo para protegerse de los fragmentos.
Un fuerte pitido resonaba en sus oídos y una nube de polvo obstaculizaba su visión. En medio de la confusión y el aturdimiento, destellos de colores, peligrosos y erráticos, volaban en todas direcciones, obligando a los Aurores a retraerse.
Harry tosió, expulsando el humo y los escombros de su vía respiratoria, y con un giró de varita, invocó una corriente de viento, en un intento de disipar el polvo y poder ver a sus atacantes.
Un rostro curtido y repleto de cicatrices le devolvió la mirada desde el bando contrario. Sus ojos eran dos pozos oscuros e inclementes, y sus labios estaban extendidos en lo que pretendía ser una sonrisa que revelaba sus dientes amarillentos y podridos.
—Volvemos a vernos, Potter —le dijo la voz ronca y profunda de Octavius Genrich, con su marcado acento extranjero.
La última vez que se habían enfrentado había sido en este mismo pueblo, dentro de la Casa de los Gritos. En ese momento, Genrich trabajaba conjuntamente con Brida Von Howlen. Su jefe había cambiado desde entonces, pero su lealtad seguía perteneciéndole a los Guardianes Negros.
Su paso por Vorkuta, la prisión rusa de máxima seguridad, había dejado sus marcas sobre él, alimentando el veneno que corría por sus venas. Harry podía leer la sed de venganza en sus ojos despiadados fijos en él, en la forma en que cuadraba los hombros como un toro a punto de arremeter, en esa imperceptible contracción de un músculo a nivel a de la mandíbula. Pero ya lo había derrotado una vez antes, y podía volver a hacerlo.
Atacaron al mismo tiempo, sus maleficios golpeando uno contra el otro produciendo un sonido chirriante y lanzando chispas de colores por el aire. Harry no esperó a que las chispas se disiparan, y tampoco Octavius.
Genrich no era particularmente habilidoso, pero era fuerte y conocía un interesante repertorio de maleficios de lo más desagradables. Potter desvió con facilidad un maleficio capaz de destrozar las entrañas de su víctima, y logró realizar un complejo contrahechizo justo a tiempo para amortiguar otro ataque destinado a llenarle los pulmones de agua y asfixiarlo.
A Harry no le gustaba disparar a matar. Se enorgullecía de poder afirmar que nunca había matado a menos que no pudiera evitarlo. Se había vuelto excepcionalmente habilidoso en tácticas de desarme y contención, y así había logrado capturar con vida a algunos de los mortífagos más letales que habían escapado después de la caída de Voldemort. Muchos en el mundo mágico lo habían apoyado y respaldado, pero otros lo habían criticado duramente. Lo consideraban una muestra de debilidad, un gesto piadoso hacia aquellos que no lo merecían. Le daba igual lo que dijeran de él. Harry no deseaba que su legado fuera un regadero de sangre, sino un ejemplo de justicia, donde cada uno sería juzgado por sus actos. Había visto suficiente muerte e injusticia durante sus primeros diecisiete años de vida como para desear perpetuar ese sistema.
Pero Octavius Genrich arremetía contra él con una violencia descontrolada que no le dejaba más alternativa que responder con igual intención. Harry podía sentirlo muy dentro de él, enroscándose como una enredadera alrededor de sus tripas, ese convencimiento de que ésta sería una de esas peleas que sólo conocerían el final si uno de ellos caía. Lo leía en esos pozos oscuros que Genrich tenía por ojos y en la certeza con que su varita cortaba el aire.
A Harry no le gustaba disparar a matar, pero si tenía que hacerlo, sabía cómo. Su brazo descendió como una espada, haciendo un arco perfecto, y los fragmentos de adoquines y escombros a su alrededor se elevaron para salir disparados hacia Octavius. El ruso logró interceptar los más grandes, pero no todos. Lo golpearon en la frente, en el abdomen y en la pierna izquierda, y su estabilidad se vio perjudicada, tambaleándose hacia atrás mientras intentaba apoyar ambos pies nuevamente sobre suelo firme. Harry entornó los ojos y se concentró, un nuevo hechizo emanando del extremo de su fiel varita. Golpeó a Octavius en el pecho, haciéndolo exhalar todo el aire que tenía en los pulmones, y tumbándolo de espaldas contra el suelo destruido. Incluso desde allí, Genrich disparó contra Harry, un intento desesperado por entretenerlo el tiempo suficiente para recuperar la compostura. Harry sacudió la mano y desvió el ataque con un gesto presto sin despegar los ojos de su contrincante.
Genrich se arrastró por el suelo, su pecho subiendo y bajando agitadamente mientras intentaba recuperar el aliento. Logró incorporarse a medias, apoyándose sobre un codo mientras extendía el brazo que sujetaba el arma frente a él y volvía a intentar atacar. Esta vez, fue una maldición asesina.
Harry se lo había esperado. Sabía que, cuanto más acorralado se sintiera Genrich, más desesperados serían sus ataques. Lanzar ese tipo de maldiciones no era gratis. Se necesitaba de práctica y experiencia para conseguir que la Maldición Asesina efectivamente arrebatara la vida de una persona. Harry no dudaba de que Octavius contaba con ambas. Pero también requería concentración y una buena dosis de magia, y eso era algo que a Genrich empezaba a agotársele.
Como era de esperarse, Octavius no logró apuntar con precisión, y la maldición ni siquiera llegó a pasar cerca de él. Potter sintió que sus labios se fruncían en un gesto de profundo desagrado. Cómo odiaba esa maldición. Se preparó para lanzar un nuevo ataque contra Octavius, sabiendo que debía de ser un golpe fuerte y definitivo, o de lo contrario, su contrincante lograría desviarlo.
No llegó a disparar. Un gruñido bestial y salvaje aturdió sus oídos, y Hogsmeade empezó a arder en llamas frente a él.
Cuando empezó a trabajar en el Departamento de Seguridad del gobierno ruso, a la tierna edad de diecinueve años, Philipe lo hizo porque quería ayudar a mantener la paz en su país. No era un mago excepcionalmente talentoso, pero tenía una mente avispada y una fuerza de voluntad inquebrantable. Era un idealista, alguien que creía verdaderamente en que la verdad y el bien todavía podían triunfar en un mundo desgarrado por la corrupción y la maldad. Krauss Solcoff había visto algo especial en él y lo había tomado bajo su ala, haciéndolo su secretario. Philipe había dedicado todo su esfuerzo a honrar ese voto de confianza.
No era un luchador, mucho menos un auror, pero Philipe había peleado otro tipo de batallas por Solcoff; esas que se pelean dentro de las oficinas, vestidos con ropas elegantes y rodeados de papeles y protocolos. Eran batallas sutiles, donde la letalidad no dependía de la velocidad con que uno podía blandir su varita, sino su pluma. Y Philipe se había lucido en esa arena de combate, manteniéndose siempre leal a Krauss y al motivo que lo había llevado en primer lugar a ese lugar.
Pero Krauss Solcoff estaba muerto. El gobierno para el cual tanto había trabajado tanto había sido derrocado. Y su querida Rusia se encontraba ahora sumida en la oscuridad, gobernada por un dictador que estaba pintando las calles de Moscú con la sangre de sus compatriotas.
Cuando escapó de Rusia, con una carta de Solcoff escondida entre los pliegues de su ropa, Philipe se prometió a sí mismo que haría todo lo posible por salvar a su país. Desde entonces, había hecho cosas que jamás se habría imaginado capaz de hacer. Había logrado llegar hasta Harry Potter y le había entregado la última carta de su mentor. Se había unido a su ejército secreto y había participado no de una, sino de dos misiones clandestinas. Y había sobrevivido a ambas. Había vuelto a pisar su tierra natal y respirado su aire frío e inclemente. Había conocido a la Resistencia, los últimos magos dentro de Rusia que todavía peleaban contra Romanoff. Había viajado hasta Alemania para rastrear a uno de los últimos Acólitos originales de Grindelwald, y había escapado de allí por los pelos.
Se recordó a sí mismo cada uno de los logros improbables que había conseguido en los últimos dos años lejos de su hogar, y cómo había logrado evadir a la muerte más veces de las que podía contar con una mano. Contra todo pronóstico, seguía vivo. Y peleando. Se lo repitió una y otra vez mentalmente, mientras seguía a Scarlet y a Ginny por la ruta que lleva hasta el castillo de Hogwarts, intentando darse ánimos a sí mismo.
Él apenas conoce a Minerva McGonagall, pero ha escuchado hablar de ella incontables veces por prácticamente todos los miembros de la Orden del Fénix. Es una especie de referente para ellos, una eminencia en Transformaciones, una bruja prodigio. Una leyenda. Prácticamente todos han estudiado bajo su tutela durante su paso por Hogwarts, y guardan un profundo respeto y cariño por la mujer.
Es por eso que le resulta particularmente impactante cuando, al subir la loma que los acercaba al castillo finalmente logra divisar a la directora enfrentándose cara a cara con un dragón. A su lado Ginny ahoga un gemido, mezcla de sorpresa y descreimiento, cuando el fuego del dragón finalmente engulle a Minerva completamente.
Hay un hombre de pie a pocos metros, vestido con el uniforme de la Rebelión pero con su cabeza descubierta, y el sol arranca destellos dorados de su cabello rubio. Scarlet se detiene en seco en cuanto lo ve. Philipe reconoce el momento exacto en que Raven lo identifica, porque una mueca le desfigura su rostro anguloso y sus ojos parecen largar chispas furiosas. Raven parece haberse olvidado de ellos, toda su atención centrada ahora en el Rebelde.
—¡FORD! —ruge Scarlet, y su voz resuena con suficiente intensidad como para escucharse por encima del ruido ensordecedor que provoca el dragón. El fuego no deja de brotar de sus fauces abiertas, a pesar de que ya no se puede distinguir el cuerpo de la directora entre las llamas rojas. La han devorado, reduciendo incluso los huesos a polvo. No queda nada de la bruja capaz de provocar miradas de admiración y respeto de todos los miembros de la Orden del Fénix.
Duncan Ford gira su cabeza hacia ellos, y una sonrisa blanca y satisfecha se dibuja en su rostro atractivo. Es un gesto que desentona completamente con su mirada vacía, y le da un aspecto inhumano y despiadado.
—Scarlet, cariño. Te estaba esperando —susurra Ford, su voz convertida en un ronroneo provocador. Scarlet está desencajada, su cara encrespada, su cuerpo temblando tenuemente a causa de la energía contenida. —¿Lista para intentarlo una vez más? ¿La tercera es la vencida?
Philipe llevaba mucho tiempo entrenando con Scarlet. Sabía que era una excelente duelista, y que también podía ser inclemente en combate. Había compartido con ella la misión de Alemania, y había experimentado de primera fuente lo que la bruja era capaz de hacer.
Pero aquello… Era algo nuevo. Era visceral, violento y despiadado. Scarlet avanzaba contra Ford con la determinación de un depredador famélico que ha divisado a la única presa que hay en kilómetros a la redonda. Un brillo frenético iluminaba en sus ojos violetas, provocando un estremecimiento que recorrió a Philipe de la cabeza a los pies.
Ford también lo notó, porque la sonrisa impía se había desdibujado de sus boca blanca, y sus manos no parecían hacer a tiempo a detener la salva de maldiciones que Scarlet enviaba en su dirección. Quiere matarlo, y no se detendrá hasta lograrlo, comprendió Philipe con ojos abiertos y estupefactos.
Uno de los maleficios de Scarlet logró abrirse paso entre los escudos de Ford, golpeándolo en el abdomen y haciéndolo quebrarse al medio de dolor, encogiéndose sobre sí mismo y bajando la guardia. Y el dragón gruñó y se abalanzó hacia ella.
Raven retrocedió, y con una floritura de su muñeca hizo aparecer una burbuja de agua cristalina a su alrededor, que absorbió la primera bocanada de fuego que le lanzó el dragón.
—Scarlet, retrocede —le gritó Ginny, mientras también levantaba su varita hacia el dragón, intentando contenerlo.
—¡No! —la voz de Raven era rabiosa, e incluso mientras el dragón volvía a arremeter contra ella se negaba a retroceder—. ¡Entretengan al dragón! —les ordenó, mientras esquivaba otra llamarada. Ford había logrado reincorporarse y poner distancia entre él y Scarlet, y la sonrisa sádica volvía a esbozarse en su rostro como algo antinatural.
—¡Lo dices como si fuera algo fácil! —se quejó Ginny, resoplando. Su hechizo golpeó contra el lateral de la criatura, un hechizo aturdidor que era poco más que una caricia para las gruesas escamas. —¿Philipe, te importa darme una mano con esto?
Philipe sacudió la cabeza, despejando el aturdimiento que lo había entumecido. La imagen de Minerva McGonagall devorada por el fuego de aquel dragón todavía permanecía en su mente, grabada en su memoria como una pesadilla hecha realidad.
Sus golpes por fin lograron atraer transitoriamente la atención del animal, y su rugido se sintió como una ráfaga de aire caliente contra su cuerpo, pero Ginny y Philipe sólo lograron acaparar su atención brevemente, volviendo velozmente hacia Scarlet, bloqueándole el camino y protegiendo a Duncan Ford.
¿Cómo diablos hacía para controlar al dragón? Magia Negra. Magia de sangre. Pero, ¿cómo? se repetía mentalmente mientras los engranajes de su mente giraban uno sobre el otro tratando de encajar las piezas en su lugar. Sentía que la respuesta estaba allí, frente a él, pero no podía terminar de dilucidarla.
Y entonces lo vio. La cadena que rodeaba el cuello del dragón era difícil de distinguir entre las escamas azuladas, pero en cuanto la distinguió todas las piezas finalmente encastraron y cobraron sentido. Cuando el dragón levantó la cabeza para soltar un nuevo rugido, Philipe pudo ver mejor el colgante que estaba incrustado en la cadena: una piedra verde como una inmensa esmeralda. Solo verla le provocó un escalofrío.
Durante los últimos meses había pasado suficiente tiempo trabajando en el Proyecto Luz junto a Hermione y Bill como para reconocer la magia oscura cuando la tenía frente a sus ojos. Y esa piedra destilaba magia negra, magia antigua y poderosa, magia como la que había visto en el Anillo de la Rebelión.
—El colgante —susurró Philipe—. Así es como lo controla.
—¿Estás seguro? —le preguntó Ginny. Tenía el cabello pelirrojo pegado al rostro a causa del sudor y las mejillas pecosas encendidas. El calor que destilaba la proximidad con el dragón era sofocante.
Scarlet seguía buscando una brecha por donde burlar al dragón y llegar hasta Ford, pero la criatura se había plantado sobre sus cuatro patas en suelo firme, delante de ellos como un guardián protector, y Duncan disparaba desde detrás de la seguridad de las enormes alas del reptil. Un gruñido de frustración escapó de los labios de Raven, mientras se veía forzada a retroceder y cubrirse.
—Creo… —la voz le tembló, y Philipe tuvo que carraspear para aclarársela—. Creo que si logramos sacarle el colgante, Ford ya no podrá controlarlo —intentó decirlo con convicción y firmeza, y rezó mentalmente por no estar equivocado.
—Nos rostizará antes de que logremos acercarnos lo suficiente —jadeó Scarlet. Su pecho estrecho subía y bajaba con rapidez, y se pasó la manga de su túnica por sobre la frente para limpiarse el sudor que le goteaba sobre los ojos. Nunca lo confesaría, pero estaba cansada. Se podía leer en su postura que el extenuante combate contra Ford empezaba a hacer mella sobre su entereza.
—No si somos lo suficientemente rápidos —aseguró Ginny, y Philipe se sorprendió al descubrir que estaba sonriendo. Era una sonrisa socarrona, como la de un niño a punto de cometer una travesura peligrosa y osada.
—¿Eres más rápida que el fuego? —espetó Raven, con un ladrido. Habían logrado poner suficiente distancia entre ellos y el dragón como para no estar dentro del rango de las llamas, pero aún así Scarlet mantenía frente a ellos una cortina de agua para amortiguar el calor agobiante. Estaban protegidos por la distancia y el agua, pero eso también implicaba que no podían llegar a Ford, mucho menos a Hogwarts. No podían avanzar.
—Puedo serlo. Sólo necesito una escoba —retrucó Ginny con una expresión petulante.
—Necesitarías una escoba muy veloz, Ginevra —puntualizó Scarlet, pero ya no había tanta reticencia en su voz. Estaba contemplando la posibilidad de hacerlo. Philipe sintió que el terror le atenazaba el pecho al caer en cuenta de ello.
—Conozco a alguien que trabaja para la compañía Nimbus y tiene en su posesión la escoba más rápida del mercado —dijo la pelirroja. Philipe no podía creer que verdaderamente lo estuvieran considerando.
—Es una locura. ¿A quién se le ocurre volar directamente hacia un dragón? —exclamó Philipe, consternado. Scarlet y Ginny cruzaron una mirada de silencioso entendimiento, y los labios delgados de Raven se elevaron en uno de los extremos en una sonrisa taimada. Compartían un conocimiento que él desconocía, y parecían convencidas de que algo así era, efectivamente, posible.
—Philipe y yo nos encargaremos de la distracción —confirmó Scarlet, sin consultarlo.
—Accio Relampago —dijo Ginny. Iba a hacerlo. Verdaderamente iba a montarse en una escoba profesional e intentar acercarse al dragón. Philipe sentía que las manos le temblaban de los nervios. Has sobrevivido hasta aquí. Puedes hacer esto.
—¿Listo, Philipe? —le preguntó Raven, mirándolo por encima del hombro, mientras se disponía a bajar la cortina de agua para avanzar.
—No —No tenía sentido mentir. No estaba listo, pero dudaba que alguna vez estaría listo para algo como lo que estaban a punto de hacer.
—Mantente siempre en movimiento, e intenta que el fuego no te mate —fue el consejo de Scarlet. Marcier soltó una risita nerviosa, pero Raven le respondió alzando una ceja, y Philipe comprendió que no era una broma. Tragó saliva para intentar calmar la repentina sequedad de su garganta.
Un sonido sibilante anunció que la escoba de Richard Fox se estaba aproximando, atraída por el hechizo de Ginny. Se detuvo junto a la ex jugadora profesional y se quedó flotando en el aire por sobre el suelo. Ginny deslizó sus dedos por sobre la madera barnizada del palo y con un movimiento ágil y experto la montó. Guiñó un ojo en dirección a ellos y, pateando el suelo, se elevó hacia el cielo como un verdadero relámpago.
Scarlet dejó caer la cortina y avanzó inmediatamente. Philipe la siguió, deseando que esta vez sus reflejos fueran lo suficientemente rápidos como para mantenerse lejos del fuego. Has sobrevivido hasta aquí.
El dragón reaccionó automáticamente en cuanto los vio acercarse, escupiendo fuego pero sin levantarse del sitio en el suelo donde se había plantado, bloqueando el camino de Hogwarts. Por el rabillo del ojo, Philipe podía ver el destello de color que era Ginny mientras surcaba el aire como una flecha.
Scarlet golpeó con un hechizo una de las piernas delanteras del dragón, y Philipe lanzó otro ataque contra su pecho escamoso. El dragón gruñó y sacudió su cabeza enfurecido, lanzando dentadas al aire. Ginny sobrevolaba alrededor de su cabeza como una mosca molesta, pero cada vez que intentaba acercarse más, la criatura respondía agitando sus alas y provocando una ráfaga de viento huracanado que obligaba a Ginny a retroceder y sujetarse con ambas manos del mango de la escoba.
Philipe se lanzó al suelo para evitar una de las bolas de fuego que escupió la bestia y se cubrió la cabeza con ambas manos. Sintió cómo los pequeños vellos que cubrían sus brazos se chamuscaban producto del calor demasiado cercano. Rodó sobre su cuerpo y se puso de pie de un salto, su corazón latiendo desbocado en su pecho a causa del subidón de adrenalina.
Scarlet estaba cada vez más cerca del dragón, exponiéndose peligrosamente. Se encontraba lo suficientemente cerca de la criatura como para que esta pudiese aplastarla con una de sus garras, o bien desgarrarla con los dientes. Sus movimientos eran cada vez menos ágiles y más pesados, el desgaste que el esfuerzo físico le estaba provocando en el cuerpo comenzaba a hacerse evidente.
El dragón por su parte, estaba cada vez más desencajado y enfurecido, y sus ojos ambarinos estaban ahora fijos en Scarlet. Con una sacudida sorprendentemente ágil para una criatura de semejante tamaño, el dragón arrojó su cola hacia Raven. La tomó por sorpresa, golpeándola como un látigo y lanzándola varios metros hacia atrás, haciéndola rodar sobre el césped.
El dragón gruñó, un sonido retumbante que se originaba desde el fondo de su garganta justo antes de que su mandíbula se abriera para soltar el infierno. Scarlet continuaba desperdigada en el suelo, una víctima fácil e inmóvil. Philipe reunió toda la magia que fue capaz de encontrar dentro de su cuerpo, y alzó una cortina de agua sobre la figura de Raven a tiempo para contrarrestar el fuego incandescente y brutal. Allí donde el fuego y el agua chochaban se generaba un vapor cálido, que emitía una especie siseo bajo. Las llamas brotaban como una cascada inagotable desde la garganta del dragón, igual que lo habían hecho contra McGonagall, y Philipe se vio obligado a sujetar la varita con las dos manos para mantener un flujo constante de agua hacia ellas. Podía sentir la fuerza de su magia flanqueando, debilitándose gradualmente, la potencia de su hechizo agotándose. No sabía cuánto tiempo más podría aguantar. Necesitaba que Scarlet se reincorporara con urgencia.
—¡No! —escuchó abruptamente el grito áspero de Duncan Ford, e inevitablemente Philipe torció la cabeza para ver lo que estaba sucediendo.
Todo sucedió en una fracción de segundo, demasiado rápido para que Philipe pudiera asimilarlo a tiempo y actuar en consecuencia. El dragón, demasiado ocupado intentando destruir a Scarlet, se había olvidado de Ginny. Fue todo lo que la ex cazadora de las Harpies necesitaba para hacer su lanzamiento. Un potente hechizo lacerante brotó de su varita, y como una espada filosa, cortó el aire a la altura del cuello del dragón, rompiendo la cadena que se enroscaba a su alrededor para sostener la esmeralda embrujada con la sangre del Domador de Dragones. Con un tintineo, el colgante cayó sobre el césped, y el dragón soltó un gemido de dolor y de sorpresa, mientras que la sangre empezaba a brotar de su cuello allí donde el hechizo le había hecho un corte poco profundo. Sacudió las alas nerviosamente y empezó a elevarse del suelo mientras movía la cabeza de un lado al otro, confundido.
Ford parecía tan confundido como el animal, sus ojos viajando desde el dragón hacia la esmeralda que yacía en el suelo, y de regreso al dragón mientras las implicancias de lo que acaba de suceder se asentaban en su cerebro. Luego, como si comprendiera finalmente que había perdido el control de la bestia, sus ojos se enfocaron en Ginny, encolerizados y sedientos.
Cuando Ford finalmente atacó, Philipe supo que sería terrible. Incluso antes de que sucediera, supo que no podría detenerlo a tiempo. Ginny torció su escoba intentando esquivar el maleficio, pero éste golpeó contra la cola de la Relámpago, arrancándole la mitad de las cerdas, y escoba se tambaleó, perdiendo altura y dirección. Ginny tomó el palo con ambas manos, tirando de él para mantener la escoba en el aire, y Ford aprovechó para volver a atacar. Una sombra amorfa brotó de la varita de Ford y atravesó el cuerpo de Ginny de lado a lado, como si fuese un fantasma.
Ginny soltó una tenue exclamación de sorpresa, mientras sus ojos perdían foco y toda expresión desaparecía de su rostro. Su cuerpo se volvió laxo, sus manos se soltaron del mango de la escoba y su cuerpo empezó a caer como un peso muerto, precipitándose contra el suelo.
Philipe intentó detener la caída, pero había puesto toda su energía en contener el fuego del dragón, y ahora se sentía como un frasco vacío. Su magia apenas logró disminuir la velocidad del golpe, y el cuerpo de Ginny produjo un ruido desagradable al estrellarse contra el césped.
Aterrado y con el corazón en la boca, Philipe corrió hacia ella. Sobre su cabeza podía escuchar el aletear del dragón mientras levantaba vuelo, libre de sus ataduras con Ford, pero más enfurecido que nunca. Scarlet y Ginny habían caído, Duncan Ford se escapaba, y el dragón volaba directamente de regreso al pueblo de Hogsmeade, escupiendo fuego con renovada ira.
Felicity se paseaba inquieta por la planta alta de las Tres Escobas, con los brazos cruzados sobre el pecho y el ceño fruncido. Cada tanto, lanzaba una mirada rápida hacia la ventana, al exterior, y resoplaba indignada.
Nadie había vuelto al bar desde que Scarlet depositara allí a los tres niños, y Felicity empezaba a impacientarse. Thomas le había prometido que volvería, pero todavía no lo había vuelto a ver. Tan sólo pensar en él le generaba un nudo en el estómago y le dificultaba respirar. Se repetía una y otra vez que Thomas era un hombre capacitado para el combate, un brujo de muchos recursos. Pero no podía evitar que una parte de ella temiera lo peor. Y cada minuto que pasaba sin noticias del exterior alimentaba todavía más sus temores.
Odiaba tener que aguardar allí adentro. Odiaba que la trataran como una muñeca de porcelana. Ella no era frágil. Nunca lo había sido y se negaba a serlo ahora, con o sin profecía de muerte. Había forjado un carácter de acero a fuerza de muchos años de esfuerzo y varias experiencias dolorosas. Había sobrevivido a una infancia disfuncional. Había sobrellevado ser sorteada a Slytherin mientras su hermano mellizo era enviado a Gryffindor. Había tomado todos sus defectos y debilidades y los había llevado sobre sí como una corona para que nadie pudiera usarlos en su contra. No necesitaba que cuidaran de ella y la sobreprotegieran. Ella podía cuidar de sí misma.
Espió una vez más por la ventana. Era difícil de reconocer lo que sucedía abajo, en el caos desorganizado y violento que era el pueblo. Alguien había hecho explotar un fragmento de la calle principal, y una nube de polvo y escombros obstaculizaba la visión. Creía haber reconocido minutos atrás a Harry Potter y a Zaira Levington peleando juntos, pero ahora le era imposible encontrarlos. Tampoco había rastros de Scarlet Raven.
Suspiró y se despegó de la ventana, girando a mirar a los tres adolescentes que estaban encerrados ahí con ella. La hija de Potter la estaba atravesando con la mirada con tal intensidad que la ponía nerviosa. Estaba sentada en torno a la única mesa que había en la habitación y jugueteaba nerviosamente con las manos, aferrándose los dedos. Felicity cayó en cuenta de que la chica lucía desaliñada y tenía un feo golpe en la cara. El camino hasta aquí no había estado libre de obstáculos para esos chicos, y Fox se compadeció de ellos.
—Creo que no nos han presentado como corresponde… —comentó esbozando lo que esperaba que fuera una sonrisa amistosa, mientras avanzaba hacia ellos—. Las visiones paranormales no cuentan —se atrevió a bromear con cierta acidez. Se alegró al ver que Lily soltaba una risita y el muchacho pelirrojo sonreía. En cambio, la chica de los ojos violetas, la hija de Scarlet, mantenía una actitud cautelosa.
—Soy Lily —se presentó la pelirroja—. Y ellos son Hugo y Nina.
—Yo soy Felicity —respondió ella.
—Sí, lo sé —susurró Lily, sonrojándose y desviando la mirada.
Un silencio incómodo se posó sobre ellos, la implicancia de lo que eso significaba extendiéndose entre Felicity y Lily. Le resultaba sorprendente que esa niña, de hombros angostos y cuerpo adelgazado, fuese la misma persona que había predicho que Felicity moriría devorada por el fuego. Era escalofriante, y su sentido común le decía que era mejor no preguntar, pero aún así, no pudo resistir la tentación.
—Tu padre me dijo que todas tus profecías se han cumplido hasta ahora —soltó Felicity antes de poder contener su propia lengua. Lily se encogió en la silla, y a su lado, la sonrisa desapareció de los labios de Hugo y Nina se tensó en una clara actitud protectora.
—No son profecías —se apresuró a decir Lily. Felicity arqueó las cejas.
—¿Qué son entonces?
—Fragmentos de cosas… —intentó explicarse Lily.
—Cosas que sucederán en el futuro. Eso se parece mucho a la definición de una profecía —agregó Felicity en un tono significativo y un tanto arrogante. Lily frunció el ceño.
—No me gusta llamarlas así —confesó la pelirroja. Felicity no pudo evitar dibujar una sonrisa torcida en sus labios carnosos, y Lily leyó el sarcasmo en la expresión sin dificultad—. La palabra profecía lo hace parecer… definitivo. Inevitable.
—Como tú digas —cedió Felicity, en parte porque no deseaba presionar más a la niña, pero también porque había una parte de ella que deseaba creerlo. Era su lado más combativo, esa versión de sí misma que nunca se daba por vencida, y que se negaba a aceptar que su futuro estaba sellado sin que ella pudiese hacer nada al respecto. Definitivo. Inevitable.
Primero escucharon el rugido, después se sacudieron las paredes, y por último, una luz anaranjada y cegadora llenó las ventanas de la segunda planta, obligando a Felicity a cubrirse los ojos con las manos. Cuando cedió, tanto ella como los tres chicos se lanzaron sobre la ventana más cercana para espiar hacia el exterior.
La calle frente a ellos estaba ardiendo en llamas. Era un fuego rojo y vivo, que trepaba por las paredes de los edificios y roía piedra, acero y madera por igual. Las estructuras parecían derretirse bajo el calor abrasador del fuego de dragón, mientras la criatura se sostenía en el aire con el batir de sus alas de murciélago gigante, su garganta inmensa emitiendo un sonido estridente e iracundo, su furia liberándose de forma descontrolada sobre ellos.
Felicity sintió que se le erizaba el vello de los antebrazos y se le dilataban las pupilas mientras contemplaba la criatura más hermosa y letal que había visto jamás. Era gigantesca, con el cuerpo cubierto de escamas de un azul plateado, una cabeza enmarcada por dos filosos cuernos y un par de ojos amarillos rasgados y salvajes.
Algo se agitó dentro de ella, una fuerza que nunca antes había sentido, como si una parte de su ser hubiera estado dormitando todos estos años, aguardando a este momento. Lo sintió desperezarse dentro de ella, extendiendo su energía por todo su cuerpo, avispándole los sentidos y acelerando el corazón. Era un sentimiento cálido, reconfortante. Como tomar una taza de chocolate caliente frente a la chimenea en invierno, o zambullirse en un lago de agua templada bajo el sol del verano, o la primera brisa de primavera que trae consigo el perfume de los pimpollos recién abiertos. Era algo profundo. Era un llamado de la naturaleza.
—Esta es tu visión, ¿verdad? —comprendió Felicity, y una oleada de temor se estrelló contra ella, compitiendo con esa extraña sensación que la había invadido de forma inesperada.
—Sí —respondió Lily, y su voz era más grave de lo que Fox recordaba, como si en esos segundos la niña hubiese envejecido varias décadas. Estaba de pie a su lado, y Felicity le sacaba al menos una cabeza de altura, pero eso no le impidió a Lily sostenerle la mirada sin pestañar.
—Dime lo que viste —le pidió. Sentía que algo se le estaba escapando, y necesitaba escucharlo de los labios de la propia vidente.
—Te vi a ti, caminando hacia el fuego —respondió Lily seleccionando con mucho cuidado sus palabras sin despegar los ojos de Fox—. Tenías miedo, pero aún así lo hacías.
—Dijiste que no te gustaba llamarlas profecías porque las hace parecer inevitables —repitió Felicity, y pudo escuchar la esperanza que resonaba en sus propias palabras. Lily asintió silenciosamente.
—Es tu elección —le confirmó la niña Potter. Hugo y Nina las contemplaban desde la distancia con gestos apremiantes, sus cuerpos rígidos a causa de los nervios y el miedo.
Felicity podía escuchar la sangre que fluía acelerada en sus oídos, podía sentir el latir de su corazón en el pulso de su cuello. Era consciente de cada respiración que tomaba. Nunca antes se había sentido tan viva como en ese momento. Su instinto de auto preservación le decía que escapara de ahí, que se alejara del fuego. Era lo más sensato. Nadie la culparía si lo hacía. Era su elección, después de todo.
Y sin embargo, esa energía extraña seguía revoloteando en su pecho, una calidez que no podía ignorar. Un llamado que no quería ignorar. Su elección. Su vida.
—Si salgo afuera… Si me enfrento al fuego. ¿Moriré? —era una pregunta absurda, pero quería escuchar la respuesta de todos modos.
—Yo te sentí morir —le dijo Lily.
Felicity desvió la mirada nuevamente hacia el exterior, incapaz de seguir mirando la sinceridad trasparente que eran los ojos avellanas de la niña. Afuera el fuego había generado una brecha en el pueblo y se alzaba como una pared infranqueable que dividía a las fuerzas de los aurores, quienes ahora tenían que repartir sus esfuerzos entre apagar las llamas y combatir a los Rebeldes. Un puñado de personas intentaba aturdir al dragón, sin éxito. Reconoció la cabellera rubia de Thomas White entre ellos. Había vuelto. Le había prometido que volvería por ella, y había cumplido.
—¿Qué sucederá si elijo no hacerlo? —preguntó Felicity, mientras su mano se apoyaba suavemente contra el cristal de la ventana. Podía sentir el calor que irradiaba desde el exterior. La fuerza dentro de ella se sacudió con brusquedad, gatillándole un cosquilleo ansioso que se extendió desde sus dedos hasta el resto del cuerpo. —¿Qué pasará si elijo quedarme aquí o escapar del fuego?
—No lo sé —respondió Lily, encogiéndose de hombros. Meditó unos segundos antes de volver a hablar—. En mis visiones, tú siempre elijes el fuego —confesó crípticamente.
El dragón volvía a escupir fuego sobre la calle, obligando a la gente que intentaba apresarlo a retroceder. Eran demasiado pocos para contenerlo.
Ella siempre elegía el fuego. Era una elección aterradora, y sólo pensarlo, le hacía perder el aliento. Pero incluso a través del miedo cegador, podía sentir ese llamado, esa energía visceral que la reclamaba. El fuego la llamaba.
El dragón atrapó entre sus garras a uno de los aurores y lo descuartizó con absurda facilidad. La sangre y los restos del cadáver quedaron esparcidos sobre los adoquines ennegrecidos por el fuego. Un frío le recorrió la espalda al pensar que ése podría haber sido Thomas.
No habría podido explicarlo con palabras aunque lo hubiera deseado. E incluso si hubiera podido, no estaba segura de que alguien pudiese entenderla. Pero en ese momento, lo supo con la misma certeza con que sabía que su nombre era Felicity Fox, y que estaba enamorada de Thomas White.
El fuego la estaba llamado, y ella iba a responder.
Súbitamente, la visión de Lily ya no se le apetecía un futuro ineludible, sino su propia voluntad. Podía escapar si lo deseaba, pero no lo haría. Era su destino, y no porque fuese una profecía inevitable, sino ella así lo deseaba.
—Voy a salir —dijo sorpresivamente, dándole la espalda a la ventana y encarando hacia la salida. Lily le dedicó una sonrisa triste, pero no intentó detenerla. Comprendió que tal vez esa niña vidente era la única persona capaz de entender lo que estaba a punto de hacer.
—¿Qué? —exclamaron Hugo y Nina al mismo tiempo, abriendo los ojos enormes, convencidos de que habían escuchado mal.
Pero Felicity no se detuvo a dar explicaciones. Bajó las escaleras mientras los gritos desesperados de los dos adolescentes resonaban a su espalda, llamándola y rogándole que entrara en razón, advirtiéndole de que era demasiado peligroso.
Con cada paso que daba hacia el exterior, esa criatura dentro de ella crecía un poco más. Lo sentía cada vez con mayor claridad, esa atracción hacia el fuego. Algo se había encendido dentro de ella y ahora la quemaba por dentro, la instaba a moverse, a avanzar.
Apenas era consciente de lo que sucedía a su alrededor mientras avanzaba por la calle, esquivando escombros, cadáveres y llamas. Escuchó el rugir del dragón y un estremecimiento le sacudió los huesos. Un recuerdo empezó a formarse en un rincón de su mente. Algo mucho más antiguo que ella, que había existido antes de su nacimiento y perduraría después de su muerte. Eran las voces de sus antepasados llamándola a encontrarse con su destino. Un poder primitivo burbujeaba bajo su piel, estirándose por sus dedos, tirando de ella hacia delante, a través del fuego, hacia el dragón.
—¡Felicity, no! —escuchó el grito de Thomas amortiguado, llegando a ella desde muy lejos, a pesar de que sabía que se encontraba a pocos metros de distancia. Apenas torció la cabeza para mirarlo por sobre el hombro. Estaba horrorizado, y la desesperación emanaba de él como ondas pulsátiles que llegaban hasta ella.
Sabía que estaba acercándose demasiado al dragón. Podía sentir el calor sofocante del fuego que la rodeaba, amenazando con consumirla. Pero a pesar de eso, Felicity sonrió, desconcertado aún más a Thomas, y volvió a girarse hacia el dragón.
La enorme bestia agitó sus alas sobre ella, y una brisa infernal le revolvió el cabello, pero se obligó a mantener los ojos abiertos a pesar de que el fuego le hacía escocer. El dragón la estaba mirado, resoplando por las fosas nasales, arrojando aros de humo con cada respiración.
Felicity extendió una mano en el aire. Su corazón era como un tambor detrás de sus costillas. Latía acelerado, pero ya no era el miedo lo que lo agitaba, sino la emoción.
La bestia inclinó su cabeza hacia ella, y los dedos de Felicity acariciaron las escamas de su morro, sorprendentemente frío al tacto a pesar del fuego que albergaba en su interior.
Fue una sensación tan embriagadora que Felicity creyó que se ahogaría en ella. Durante toda su vida había estado vagando por el mundo sin rumbo, pero en ese momento, por fin entendía quién era. Sabía cuál era su destino.
Había nacido para ser una Domadora de dragones.
Oh, me ha tomado bastante tiempo este capítulo porque es un punto CLAVE en este libro, y trae respuestas a DEMASIADAS preguntas! Así que espero que sepan comprender la demora, y disfrutar del resultado.
¿Por dónde empiezo?
Me gustó volver a escribir desde POV de Scarlet, porque es de los personajes "buenos" que no son tan buenos jajaja. Es brutalmente despiadada, y la vemos cruzar límites aquí de una forma que nos recuerda un poco también a Albus, ¿no? Ella y Ford vuelven a cruzarse, con un resultado un poco... complicado.
¡Lily! Y para los que se preguntaban sobre los Hijos de la Rebelión, y si alguno de ellos sabía del ataque o había participado del mismo... Bueno, aquí vemos que sí. No sabían la totalidad de lo que estaba pasando, pero Olivia y Frederick sabían que la Rebelión estaba buscando a una niña pelirroja, a la hija de Harry Potter. ¡Y cuánta gloria habrían conseguido frente al Mago de Oz si ellos hubiesen sido los que entregaban a Lily! Entendemos también un poco más de qué va todo este ataque... La "puerta" en la barrera, etc.
Para los que preguntaban dónde estaba el resto de la Guardia de Oz, aquí hemos visto aparecer a Octavius y Ford en un mismo capítulo, cada uno con su estilo y sus "habilidades". Y los que reclamaban también un poco más de "acción" para Harry, espero que este capítulo sea de su conformidad jeje.
Una mención especial a Philipe, un hombre común haciendo un trabajo extraordinario, y a la diosa de Ginny Weasley, a quien adoro porque creo que es un emblema de mujer, y me encantan los personajes femeninos con carácter, capaces de valerse por sí mismas, verdaderas heroínas que no necesitan de ningún príncipe que las rescate, porque ellas solas pueden luchar contra el dragón (literal). Algunas personas me han comentado que según JKR, Ginny dejó de jugar quidditch profesional al quedar embarazada de James, para dedicarse más tiempo a la familia. Me niego a creer algo así, jajaja. En mi headcannon, Ginny Weasley es el tipo de mujer capaz de ser una exitosa profesional y una excelente madre. No creo que tuviera que abandonar el quidditch simplemente por quedar embarazada, y en mi historia, no lo hizo. Se tomó licencia durante los embarazos, pero siempre volvió a volar tan pronto como pudo, y siguió trabajando como jugadora profesional varios años después de que naciera Lily. Cuando abandonó el quidditch, fue para trabajar primero como periodista deportiva, y después como editora de El Profeta.
Y ahora sí: FELICITY. Por fin vemos la visión de Lily cobrando vida... O bueno, algo así, porque no es literal lo que ella "predijo", ¿eh? Estoy segura de que surgirán cientos de preguntas en torno a esto, y también estoy segura de que no podré responder la mayoría sin cometer spoilers de la historia, jajaja.
La batalla de Hogsmeade me ha tomado mucho más texto de lo que imaginé originalmente (creo que estoy dándole demasiada rienda suelta a mi imaginación jaja), pero prometo que estamos llegando al final. ¡Aún quedan algunos cabos sueltos por atar!
GRACIAS Y MIL GRACIAS POR LOS COMENTARIOS. SON LOS MEJORES LECTORES QUE ALGUIEN PODRÍA DESEAR. ¿CREEN QUE PODEMOS ALCANZAR LOS 700 REVIEWS ANTES DE LA PRÓXIMA ACTUALIZACIÓN?
No responderé los reviews en este capítulo porque ya me he demorado mucho en actualizar y no quiero hacerlos esperar más, pero les aseguro que los he leído todos, y los responderé en el siguiente capítulo.
Saludos,
G.
