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Título: I. Cómo decirlo

Fandom: Harry Potter
Ship: H/H, La pareja del Fénix
Palabras: 2654
Resumen: La guerra contra Voldemort hace mucho tiempo que terminó y Harry y Hermione han disfrutado de una larga relación de noviazgo, ahora trabajan en el ministerio de magia y en teoría todo es perfecto. Pero en la práctica la castaña sigue esperando que algo más pase entre ellos, ¿será que al fin Harry se decidirá? (1/4).


–¿Qué tanto te miras en el espejo, linda? –le dijo la voz dulce de su madre–. Ya eres lo bastante hermosa, no necesitas hacerte nada más con magia.

Ella sonrió sin ilusión. Sabía que siempre había desaprobado que hiciera ciertas cosas con la ayuda de la magia. Como aquella vez que había dejado de usar el aparto dental porque sus dientes habían sido corregidos gracias a un hechizo de Madame Pomfrey. Claro que el hechizo no tendría que haber llegado hasta ella si antes no le hubiera caído una maldición. Nunca les contó a sus padres que se había metido en problemas en la escuela. De hecho ellos desconocían gran parte de su aguerrido carácter y de casi todo lo que acontecía en el mundo de los magos y las brujas. Ya bastante difícil había sido hacerlos volver de ese sitio al que los había mandado: la nubosidad de una memoria perdida en la que no sabían que ella, su hija había existido.

–Sigues pensando en ese chico, ¿verdad? –le dijo su madre y Hermione rodo los ojos. Seguía insistiendo en llamarlo "ese chico".

–¿Cuántas veces te lo he dicho? Tiene nombre mamá, se llama…

–Sí, sí, ya sé. Harry Potter –la mujer suspiró largamente y miró por la ventana.

Había un árbol cargado de nieve que se asomaba entre los cristales empañados de la ventana del cuarto. Las nubes grises se apelotonaban entre ellas, como algodones de azúcar que no terminaban de ser envueltos por el algodonero. El aguanieve que había caído en la noche se había cristalizado en el patio y había dejado una pátina cristalina, lisa y frágil. A veces, ella sentía que así eran sus recuerdos. No siempre estaba segura de su pasado, pero confiaba en su hija. Le había dicho que para protegerlos los había hechizado y los había hecho marcharse del país.

De hecho, recordaba cómo un día había llegado a su casa en Australia y se había presentado. Su cara, su nombre, su mirada, toda ella no le dijeron nada que pudiera recordar. La chica comenzó a visitar el consultorio frecuentemente, con un pretexto u otro y siempre encontraban que tenía una dentadura perfecta.

–Tus padres debieron cuidar mucho de tus dientes cuando eras niña –le dijo ella una vez y Hermione rompió a llorar en aquella ocasión.

Había sido la última cita que ella tenía que atender por la tarde y su marido estaba en el consultorio de al lado; cuando oyó la conmoción entró a ver qué pasaba y se encontró con una muchacha de unos veinte años llorando y su mujer sin saber qué hacer. Él tampoco tenía idea de cómo proceder, era su esposa la que tenía tacto para esas cosas. Pero aquella chica le daba ternura, así que murmuro algo y fue por un té. Cuando volvió se lo entregó a Hermione que musitó un "gracias, papá".

Fue difícil, pero esa noche Hermione habló sin parar, contándoles lo que había pasado. Los Granger, que en ese entonces usaban el apellido Kennet estaban descolocados, pensando que aquella chica tal vez había sufrido un accidente, algún evento traumático o que simplemente no estaba del todo bien de la cabeza. Es decir, ¿magia? ¿Voldemort? ¿Mortífagos? ¿Qué eran todas esas cosas?

–Permítanme demostrarles… déjenme enseñarles que lo que digo es verdad –había insistido Hermione–. Si me voy ahora, creerán que estoy loca y no querrán verme. Pero por favor, déjenme hacer un hechizo, sólo uno y verán que es verdad lo que digo.

–Está bien, adelante –le dijo su papá, quien no creía que pudiera hacer nada.

La señora Granger, que no sabía que era la señora Granger, había abierto los ojos desmesuradamente cuando sacó su varita de su bolso. Su esposo la abrazó cuando Hermione apuntó con ella directo hacia ellos. Temía que la muchacha fuera a aventar aquel extraño palo en dirección a su esposa y terminara con una contusión. ¿Qué otra cosa podía pasar? Pero después de las raras palabras que Hermione pronunció y los movimientos de su muñeca algo extraño pasó. Ambos sintieron un fuerte dolor de cabeza y una presión tan fuerte como si hubieran sido metidos de golpe en el fondo del mar, a kilómetros de profundidad. Los dos cayeron al piso de rodillas y Hermione corrió a levantarlos.

A partir de ahí sus recuerdos eran confusos. Sabía que tenía una hija, que era bruja, sí. ¡Y era precisamente ella! ¿O no? En aquel momento le había parecido extraño. Pero si todo lo que le había contado Hermione era verdad, si realmente había existido una batalla entre dos bandos de magos y brujas, si había sido tan grave como para que su propia hija los hubiera hechizado, las cosas en ese mundo no estaban bien. Y había un responsable. Ese tal Harry Potter, el que tanto se empeñaban en matar, precisamente al que su hija había decidido seguir. El mismo con el que andaba de novia. ¿Qué otras desgracias tendrían que pasarle?

–¡Mamá! ¿Qué no me oyes? –le decía Hermione mientras la veía a través del espejo con su mirada perdida en la ventana.

–Sí, ¿qué decías querida?

–Te preguntaba qué cuánto tiempo pasó antes de que papá te pidiera matrimonio.

–No sé… no lo recuerdo, es difícil –la señora Granger evadió la respuesta. Lo sabía a la perfección pero no quería decirle esa información a su hija, temía que ella siguiera con esa idea loca de casarse con ese chico–. Pero si no te lo ha pedido a estas alturas, seguramente no quiere. Así que, ¿por qué no ves a otros chicos? No sé, alguien más… de este mundo.

–Mamá, ningún muggle querría salir con una bruja. Además no puedo decir que soy bruja y no me siento bien haciendo eso sin decirle a esa persona lo que soy. Pero, lo más importante, es que amo a Harry. ¿A caso no sentiste lo mismo con papá?

–No estoy segura… sé que lo quiero ahora, sí. Pero no tengo claro cómo fue el pasado… Deberías apurarte para ir trabajar –le dijo la mujer, esperando que sus palabras surtieran el efecto esperado.

Cuando su madre desapareció por la puerta, Hermione se preguntó si debería llevarla de nuevo a San Mungo. Desde que había usado el contrahechizo desmemorizante con sus padres, notó que su experiencia no era la suficiente para poder hacerlos recuperar la memoria satisfactoriamente. Después de que ellos recobraron un poco de sus recuerdos, aceptaron volver a Inglaterra con ella, tras varios días de reflexión. Les tomó unas semanas ordenar sus cosas a la manera muggle, pero ella no estaba dispuesta a viajar en avión y los hizo usar un traslador para que fueran acostumbrándose a la magia. En la primera oportunidad que tuvo, los llevó a San Mungo.

Sanadores capacitados hicieron el trabajo necesario aplicándoles los hechizos precisos y dándoles las pócimas que necesitaban para mejorar su estado mental. Su papá pronto se recuperó sin mostrar ningún daño aparente. Pero su madre era otro cantar. No se veía afectada seriamente, sin embargo frecuentemente olvidaba cosas, parecía no estar nunca segura de lo que había pasado con anterioridad. Siempre que eso sucedía, Hermione se preguntaba si no había usado demasiada magia en ella. Y aunque intentaba lamentarse por el mal que había causado en la memoria de su mamá, no podía sentirse mal: la había salvado de la muerte.

Tratando de evadir esos pensamientos volvió al que originalmente tenía cuando su madre entró en la habitación. Se miró una vez más en el espejo y defraudada de no poder hacer más por su apariencia salió del cuarto para despedirse de sus padres. Todos los días entre semana caminaba varias cuadras en dirección al metro de Londres, lo abordaba y según su ánimo se bajaba en la siguiente estación o tres estaciones más adelante. A veces incluso cambiaba de línea para reaparecer en un punto diferente de la ciudad. No le gustaba repetir los patrones. Aunque ya había pasado la época de Voldemort, no bajaba la guardia.

Después iba a algún callejón y se desaparecía para aparecerse a un par de cuadras de la entrada de visitantes del ministerio. Habría podido desaparecer desde su propia habitación, pero eso generaría sospechas entre los vecinos si nunca la veían salir de la casa y lo que menos quería era incomodar a sus padres; ya habían sufrido bastante con el cambio que había representado la mudanza de regreso a Inglaterra. Precisamente por esa razón no había hecho conectar su chimenea a la red flu. Quería que su familia llevara una vida de lo más normal posible.

Ese día iba más pensativa de lo normal, tratando de idear una estrategia para decirle a Harry que quería casarse con él –¿pero cómo decirlo sin decirlo?–, y tuvo que apearse del metro cuando notó que iba casi al final de la línea. Tenía poco tiempo para llegar al ministerio. Por fortuna para ella la entrada de visitantes era raramente usada por los magos y brujas que solían llegar a través de la entrada oficial, eternamente congestionada por los funcionarios que ahí trabajaban. Ella prefería llegar por ese lado y aunque le habían llamado la atención un par de veces por usar esa entrada, seguía insistiendo en usarla. Le gustaba la sencillez de la cabina telefónica y le daba tiempo de cambiarse, a través de la magia, el atuendo de muggle con el que salía de casa.

Se encaminó a un callejón para desaparecer y aparecer en otro, cercano al punto de entrada del ministerio. Había un hombre en el callejón que al instante se acercó a ella, la tomó del brazo y la encaró. El corazón de Hermione se paralizó. Cruzó la mirada furiosa con la del hombre al tiempo que sacaba su varita pero fue desarmada en el acto y no tuvo tiempo de verle las facciones de la cara. Su sangre corría furiosamente por sus venas. El callejón estaba en la penumbra. Se encontraba acorralada entre los ladrillos rojos de la pared y el cuerpo de aquel sujeto. Veía su varita en el piso y la de él, apenas asomada de la túnica verde oliva, tan parecida a la de su novio. Entonces lo miró a los ojos.

–¿Pensabas maldecirme, linda? –le dijo Harry con sorna pero sin aflojar su agarre.

Hermione se relajó de inmediato. Después enfureció y comenzó a intentar golpearlo en el pecho. Precisamente por eso la tenía bien sujeta.

–¡¿Cómo… te atreves?! –decía entre golpe y golpe–¡A desarmarme! ¡A MÍ!

Harry le dio un beso mientras ella forcejeaba, cada vez más lento. Cuando ella apoyo las palmas de sus manos en su pecho, la abrazó. Hermione le acarició el cuello delicadamente con la mano derecha y sigilosamente con la izquierda fue tanteando en dirección a la manga de su túnica.

–¿Buscabas… mmmm… esto? –le dijo Harry sin despegar sus labios de los de ella y dándole golpecitos en la cabeza con su varita.

Hermione se apartó de él refunfuñando por lo bajo.

–¿Qué hacías aquí, Potter? –lo increpó.

–Esperando a la bruja más hermosa del mundo –le contestó e intentó robarle otro beso pero ella giró la cara en otra dirección.

–¿Y tenías que desarmarme? –bufó Hermione. Estaba ofendida por haber perdido tan fácilmente.

–Tú ibas a atacarme, tenía que defenderme. Eres peligrosa, ¿sabes?

–¿Y tú no?

–Ya, pero yo solo te desarmé. No sé qué clase de hechizo tenías en mente, estabas desprevenida, podías haber hecho cualquier cosa.

–¡Podrías haber avisado!

–¿Y quitar el factor sorpresa? –Harry jugaba con un rizo de Hermione mientras hablaba–. Sabes que adoro verte enojada por la mañana.

–¡Basta, Harry! Voy tarde al trabajo y mi jefe no va a estar contento…

–En realidad, por eso vine. El jefe de tu departamento, de hecho, no está contento. Me lo topé hace un rato y, bueno, verás… Juró que si vuelves a entrar por aquí, te despedirá.

Hermione parpadeó. Se puso roja. Harry no sabía distinguir si era porque estaba apenada o molesta. Se inclinó a pensar que era lo segundo. En realidad estaba aturdida. No sabía cómo reaccionar a aquello. Se quedó callada por unos instantes, tratando de controlar sus emociones.

–¿Te… lo dijo a ti? –titubeó Hermione después de un rato.

–No, por supuesto que no. Yo iba caminando de paso a otro lado, creo que ni me vio. Él iba hablando con Pe-pe-pe-perkins –Hermione rodó los ojos– cuando dijo "con que no ha llegado Granger otra vez, ¿eh? ¡Seguro anda de nuevo en la puerta de visitantes! Si me entero que entra hoy por ahí, ¡la despido! Por muy buena que sea, ¿me oyes? ¡LA DESPIDO!".

Hermione se puso lívida. El jefe del departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas había estado teniendo tiempos difíciles en los últimos días y seguro buscaba un pretexto para descargar su ira. No quería ser ella su válvula de escape. Harry hizo levitar la varita de Hermione, ya seguro de que no lo iba a encantar. Sin palabras, usando hechizos no verbales Hermione cambio su atuendo y tomó el brazo de Harry para desaparecer junto con él.

–Oye, no te aflijas. Sé que te gusta más este lugar. Pero debes darle oportunidad a la entrada oficial. Puedes aparecerte aquí, cambiarte y luego aparecerte allá si lo que no quieres es que te vean con tu ropa de muggle. Eres ambas cosas, no lo olvides, entrar por la entrada oficial no te hará perder tus raíces –le dio un beso en la frente–. ¿Quieres ir a cenar esta noche conmigo? –le dijo para levantarle los ánimos–. Vamos a un restaurante muggle. De esos donde venden vino tinto y esas cosas. Quiero que sea especial, ¿qué dices?

–Te vas a sentir raro –le contestó Hermione, mirando hacia otro lado para contener las lágrimas.

–Hermione, mírame –la voz de Harry sonó firme y suave a la vez. Hermione giró su cabeza a regañadientes y él pudo observar una fina línea acuosa en sus párpados inferiores–. Viví toda mi infancia con muggles. Siempre quise ir a un restaurante a comer, nunca supe lo que era una buena comida, a mí siempre me tocaban las sobras. Por supuesto que me voy a sentir raro, pero porque como muggle que de niño siempre me consideré nunca fui a un lugar lujoso, no porque sea un lugar sin magia. Por favor, ven conmigo a cenar esta noche, quiero que vayamos a un buen restaurante, quiero hablar contigo de algo muy importante, algo que puede cambiar nuestras vidas –Harry respiró hondo–. ¿Aceptas tener una cena cursi conmigo?

Hermione derramó varias lágrimas. Eran de emoción. Sería hoy. Estaba segura. Finalmente hoy le pediría que se casaran. Tenía que ser eso. Asintió con la cabeza mientras moqueaba y lloraba profusamente. Harry lamentó no tener un pañuelo para limpiarle el rostro, habría sido un gesto caballeroso. Mientras trataba de pensar en un hechizo útil, Hermione sacó de su bolso unos pañuelos desechables. Ese bendito bolso. A saber si no traería ahí tres muertos y sus asesinos a sueldo.

–Venga ya. No llores, vamos al ministerio por la entrada grande. Ve a tu trabajo, yo al mío y a las 8 voy por ti a tu casa –Hermione lo miró confusa–. Cena muggle, transporte muggle –dijo Harry por respuesta.

La tomo del brazo y se aparecieron en el callejón cercano a los baños por los que debían entrar al ministerio. Harry le dio un beso rápido en los labios y se fue sin decir más. Hermione estaba tan emocionada que ese día se le hizo eterno. No llegaba la hora de salida y ella que tenía tantas cosas por hacer para estar lista a la hora de la cena. A las cinco en punto salió corriendo de su oficina, se desapareció del callejón y apreció directo en su habitación y comenzó a hacer apresurada un montón de cosas. Tenía tres horas para estar lista. ¡Sólo tres horas!


¡Hola!

Estoy de vuelta con más historias, tengo preparado una serie de cuatro capítulos para celebrar las 50 historias de "HH 100 temas"", con las que finalmente llegaremos a la mitad del camino. Espero ansiosamente sus comentarios y en función de ellos iré subiendo las historias, así que, ¡adelante! ¡Anímense! Dejen sus impresiones sobre el este capítulo y dígame qué les ha parecido, qué esperan que suceda en el siguiente o los siguientes. ¡Nos leemos en la próxima entrega!

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