Durante algunas horas le miro dormir. El semblante abatido del duque por el escollo de aquella noche no había menguado su deseo de estar con su hijo, incluso si este se quisiera ahogar en una pileta llena de alcohol, aun así, Richard estaría ahí por todos aquellos años donde había procurado economizar su presencia ante él.
El estado de Terry era lamentable, apestaba a ginebra y tenía algunos restos de comida salpicados en la camisa, al muchacho le resultaba imposible abrir los parpados sin que estos no se cayeran pesadamente en segundos, de momentos esbozaba una sonrisa perezosa y cooperaba para no ser arrastrado completamente, otras simplemente era como un muñeco de trapo. Por suerte el peso muerto que cargaron entre el mismo duque y su mayordomo, era apenas lo bastante pesado como el de su hijo menor, Geoffrey, quien estaba algo regordete, pero Geoffrey solo tenía once años y Terrence ya tenía dieciocho y estaba a punto de alcanzar la misma estatura que su padre, quien era considerado alto. Algo que le mortifico de solo sostenerle, tan cerca como estaba de su hijo mayor, podía ver su rostro demacrado, unos pómulos que parecían cortar como cuchillas, los labios rotos: con heridas frescas propensas a infectarse de seguir mordiéndose con tanta fuerza, también podía sentir sus costillas a través de la chaqueta, ni una sola gota de grasa, sus costillas, la columna, las muñecas, sus huesos se pronunciaban a falta de peso.
Terry era un saco de huesos.
Su piel pálida casi traslucida carecía del rubor en las mejillas que indicaba la buena salud. Ni hablar del cabello largo y grasoso, bastante enredado ya. En un descuido y le hubiese confundido con una chica larguirucha y hosca.
Para el duque la pulcritud era algo muy importante, la compostura llevaba el segundo lugar y si bien, Terry no se esmeraba en ninguno esa noche, con él era diferente.
Siempre iba a ser diferente.
Alan, su mayordomo de toda la vida y la persona que podría ser galardonada con mil premios a la discreción, le aconsejo a su jefe que se fuera a descansar, después de todo, el señorito Terry ahora dormía plácidamente en una de las habitaciones y Richard se veía muy cansado, tanto que se le notaban cada uno de sus años o inclusive más, pero nada de eso parecía importar al duque, quien le dio las buenas noches a su fiel hombre de confianza y paso a sentarse en el sofá cercano a la cama donde dormía su hijo, ya ahí en vez de encender una lámpara, se decidió por la flama de la luz mortecina de una vela.
Desde ahí le observo descansar; a ratos, Terry parecía tener una expresión problemática en su rostro mientas musitaba palabras incomprensibles, a veces incluso se removía entre las sabanas y Richard creía que por fin se despertaría, después su rostro se volvía apacible y su padre creía volver a ver a Terry cuando era muy chiquito, así, sin ningún pensamiento que le abrumara, sin nada que le atemorizara, simplemente dormido, pronto su cara se volvía la de un niño: su hijo pequeño. Pero lo que le sorprendió más fue cuando le escucho llamarle, entre sueños Terry llamaba a Richard.
Hubiese querido despertarle y decirle que todo estaba bien, pero probablemente la impresión de verle lo contrariaría sobre manera y así, tan impulsivo como era Terry, probablemente querría huir, Richard frunció el entre cejo y solo cambio de posición al sentarse.
Ahora mismo, sus otros dos hijos debían dormir cada uno en una habitación caldeada en Boston, en una magnífica mansión, aunque más modesta que sus propiedades en Europa, era el nuevo hogar de Gloria y Geoffrey, hasta que la guerra hubiera terminado, claro estaba. Los mellizos se habían quedado bajo el cuidado de su niñera, la misma mujer que les había visto crecer y que había estado desde que fueran unos críos y del ama de llaves, después que cerraran su residencia en Londres por un tiempo, una opulenta mansión que abarcaba una cuadra completa en el barrio de Mayfair, pocos eran los sirvientes que se habían marchado a América con el duque de Grandchester y su familia. El invierno pasado que su esposa falleciera, los chicos habían derramado una lagrima o tal vez dos en sus respectivas alcobas, después se habían acostumbrado a que su madre no iba a estar más con ellos, nadie había llorado en el funeral de su esposa, esas muestras de nerviosismo o por demás sentimentalismo no eran bien vistas en el protocolo inglés.
En cambio, Terry, jamás había sido capaz de dominar sus sentimientos por completo, era tan emocional como su madre, ¡una actriz!
Y actuaba a consecuencia. ¡Como había batallado con ese chico!, pero Terry parecía siempre tan lleno de vida y ocurrencias, tan ansioso por alguna muestra de afecto, cuando era muy pequeño le tenía siempre con sus bracitos amarrados al cuello como a un monito.
El pequeño Terry quería estar siempre con su padre y por las noches no dormía hasta que Richard subía a contarle algún cuento.
También preguntaba por su madre, al principio Richard no quería empañar la imagen de Eleanor, así que prefería cambiarle el tema, pero no muy tarde, después, se tuvo que casar y Terry había estado tan confundido con las explicaciones de su padre.
Richard le había prometido que nada cambiaria entre ambos, incluso le conto un poco sobre Eleanor y le explico de la forma más sencilla que se hace con los niños, había aludido a la distancia siendo uno de los motivos del porque personas tan diferentes como lo eran sus padres, jamás podrían casarse o volver a estar juntos. Su madre era una estrella de Broadway, en América y eso estaba muy lejos de Inglaterra, era todo lo que podía saber, también le había dado una fotografía de Eleanor autografiada por ella.
Con una pequeña dedicatoria tan impersonal como vulgar. (Si le preguntaban a Richard).
No paso mucho tiempo para que Terry le pidiera que le regalara todas las obras de Shakespeare, el niño comenzaba a idolatrar a una madre ausente sin causa aparente y su obsesión por encontrar a su madre en América no había pasada desapercibida por Richard.
Ausente o no, era la única figura materna que Terry se hacía en su mente, su esposa quien al principio había jurado que le encantaban los niños, no había querido saber nada de Terry, mucho menos tratarle como a un hijo, y fue así como el menor de los Graham ingreso a su primer internado.
No era realmente culpa de la nueva duquesa, todos los Grandchester iban a Eton a partir de los ocho años.
Y Terry no fue la excepción, para sorpresa de muchos era sobre saliente en todas sus asignaciones e incluso entre sus profesores le pensaron adelantar algunos cursos, Terry llego a disfrutar la escuela, aunque meramente los conocimientos que le daba, desafortunadamente el escarnio de sus compañeros le agraviaba, resultando en un Terry anhelante de las visitas de su padre al colegio para así contrarrestar lo incomodo que era estar entre gente que le veía como un apestado, tampoco era que se quejara con Richard de ellos. Después las visitas también fueron escaseando hasta que Richard decidiera mandar a su mayordomo en su lugar.
Richard tenía muchas excusas para esto, una de ellas era su temor que la dependencia de Terry hacia el como padre le fuera a convertir en un inútil. Aquello le valió bastantes miradas heridas.
A pesar de ello Terry nunca expreso queja alguna, pero a partir de ahí su comportamiento cambio mucho, así como el odio creciente en el pequeño Terry, por una sociedad burdamente superficial cuyos hijos solo se acercaban a él por morbo, o por interés material.
Nunca tendria muchos amigos.
A Terry no le quedaba más que esperar a las vacaciones de fin de curso. Pero incluso en ese entonces Richard estaba ocupado, pues no era el típico miembro de la realeza que haraganeaba consciente de tener una fortuna añeja o por lo menos una generosa asignación de miles de libras al año. No, Richard era un noble ocupado en la cámara de lores, o pendiente de sus propiedades y sus últimas adquisiciones de tierras y fábricas en decadencia que obtenía por cantidades de risa.
La abundancia era buena con él, se le daba de una manera natural, sin embargo, sus relaciones familiares eran otra cosa.
No le agradaba su propia esposa y esta le reclamaba por un favoritismo con su hijo bastardo, un favoritismo que el propio Terry no podía ver. Con Terry podía llegar a tener tanta paciencia e ideas nuevas para su educación, o los lugares que quería que visitase, en cambio con su familia parecía todo darle igual. Con ellos no sonreía o se exaltaba, todo era tan… sistemático.
Pero no podía estar pendiente de Terry todo el tiempo, él tenía obligaciones que cumplir y su familia le consumía el tiempo que podía dedicar a su primogénito.
Entonces, Terry se acostumbró.
Casi como si su padre se hubiese olvidado de él, Terry se convenció así mismo de ello y la duquesa le ayudo a reafirmarlo. Richard era un pésimo padre que no sabía cómo tratar a un chico que conforme crecía se parecía más a esa persona que tanto había amado y despreciado en algún momento, un chiquillo que solo quería atención, misma que el duque estaba renuente a conceder.
Terry decidió que ya no tenía que esforzarse en tratar de impresionarle, y las noticias del internado serían los primeros disgustos con importancia que el duque se llevaría.
Fue así como Terry había hecho que le expulsaran de Eton al tercer año: se le acusaba de golpear a sus compañeros por empezar rumores que él, un bastardo, era el producto de una aventura de su padre con una puta americana. Les había roto la nariz a dos chicos y a otro lo había dejado con un ojo morado, dejando muy claro que nadie se metía con Terry Grandchester.
Tan rápido como esto paso, Richard logro que le aceptaran en Harrow, sin ninguna habladuría de por medio, la escuela incluso era casi más prestigiosa que la anterior y sintiéndose un poco comprensivo y generoso, Richard Grandchester tuvo una conversación con su hijo, le hablo del honor y la deshonra, los Grandchester no sabían de la última, y Terry estaba haciendo todo para enlodar el buen nombre de una familia cuyos antepasados se remontaban antes de las cruzadas.
Richard grito, exigió y pidió no volver a recibir noticias tan desagradables, ¿Por qué era que las malas noticias siempre eran sobre Terry? ¿acaso no le había dado todo? incluso maldijo el nombre de Eleanor en presencia de su hijo, quien tenía cara de póker desde que el empezara todo el sermón.
Apenas termino el año, también le expulsaron de Harrow, cuando una tarde cualquiera Terry comenzó a cazar palomas en la propiedad de la escuela con una escopeta que había traído con el de la mansión de Escocia las últimas navidades que pasara el solo con la servidumbre, pero ese no hubiera sido el problema, si tan solo Terry no se hubiera negado a entregar el arma a uno de los profesores y bromeado después con disparar si alguien se le acercaba.
Claro que, al arma se le habían acabado las balas desde hace un rato, pero eso no lo sabían los atemorizados maestros.
Richard no le reprendió, solo le miro y esa mirada había bastado para que Terry comprendiera lo cansado y molesto que estaba, la misma expresión que se haría muy común en el cuándo de Terry se trataba.
Esa resignación en la mirada, la tristeza mezclada con una inmensa frustración.
El duque le consiguió un lugar en Downside, el tercer internado. Por suerte siempre tenía gente que le debía favores en todos lados y ninguna escuela podía negarse a recibir al hijo del duque de Grandchester, por más gamberro que este fuera.
Prediciendo que tampoco duraría ahí, después de unos meses, Terry fue al Real Colegio San Pablo, donde no le podrían expulsar jamás porque Richard Grandchester le hacía donaciones de sumas casi obscenas al catoliquísimo internado.
Lo cierto es que, por muchos años dejo que todos se encargaran de cuidar de Terry, incluso la duquesa hizo su labor, (cualquiera que este fuera), pero Richard le evadió lo más que pudo y las pocas veces que compartían juntos había sido para regañarle y compararle con sus hermanos menores, un asunto casi risible pues los mellizos eran apenas unos críos de parvulario.
Claro que, Richard nunca había esperado que su hijo le siguiese guardando tanto afecto, siendo Terry un chiquillo que creía que se las sabias todas y que tan emocional como su madre, a la primera decepción caía de su gracia.
Era muy tarde ya cuando este se decidió en ir a descansar a su propia habitación, por un momento pensó en ir hacia la cama de Terry, inclinarse un poco y besar la frente de su hijo, como lo había hecho cuando Terry era casi un bebé.
Pero no lo hizo.
Richard se alejó hasta cerrar la puerta tras de sí con el mayor sigilo.
Aquella noche, después de algunas pesadillas, Terry por fin logro sumirse en la tranquilidad, soñó que su padre estaba con él, Richard le abrazaba y le aseguraba que todo iría bien, después ambos se subían a un tren con un destino que, según el duque, sería el mejor de todos.
De camino a su destino Terry podía ver a muchas personas por su ventana: a sus amigos de Nueva York, a Robert, compañeros de sus antiguos colegios y gente que no conocía pero que por alguna razón también le saludaban, entre esa multitud también estaba Candy parada en una colina junto a Albert.
Era extraño que en esta ocasión no sintiera ninguna punzada de celos o cualquier otra tontería que le hacía molestarse consigo mismo. Todo lo que podía sentir era una inexplicable nostalgia.
Después soñó con Eleanor y un niño pequeño que iba tomado de la mano de su madre, a Terry le sorprendió que Eleanor parecía muy dedicada al pequeño, justo como una buena madre, cuando Eleanor advertía su presencia corría hacia Terence y le pedía perdón, le presentaba al pequeño que traía con ella y le decía que esta vez no se equivocaría.
Pero cuando Terry le quiso preguntar que había querido decir, ella ya estaba marchándose de la mano de aquel niño.
Lo más extraño fue cuando creyó despertar.
Abrió los ojos de golpe y lo primero que vio fue el dosel de la cama, su cabeza le dolía hasta el punto de explotar y al tratar de salir de las cobijas se dio cuenta que estas no eran suyas, la ropa de cama era de seda, las almohadas eran de plumas, muy suaves, algunos cojines de terciopelo y el cobertor era grueso y caliente. No, esta no era su alcoba.
Faltaban los resortes salidos de su colchón, y las cobijas como delgadas laminas que apenas le cubrían. Ni hablar de sus paredes desnudas y los gritos de la gente que pasaba por las calles, que lejos de inmutarse por perturbar a los demás parecían trovadores entrenados.
Frente a la enorme cama, admiro la chimenea de mármol con las brasas encendidas, justo arriba colgaba un cuadro de orillas doradas que retrataba un mar embravecido como los de John Turner.
Las cortinas estaban corridas.
La alcoba tenia una alfombra de aubusson con detalles en flores, a su costado había una otomana sobre la cual descansaban unos lentes de montura dorada; alguien les había olvidado ahí.
Terry se acercó y los tomo en sus manos para observarles mejor, le pareció muy curioso que eran iguales a los que usaba su padre para leer. Claro que, lo más seguro es que algún huésped les hubiera dejado ahí antes.
Completamente convencido de nunca haber estado antes ahí, se asomó por una de las ventanas y descubrió que se encontraba en la 33 de la quinta avenida, Midtown Manhattan. Una zona que le era completamente inaccesible siendo coherente a sus recursos económicos.
Afuera algunos carruajes esperaban por pasajeros y personas ataviadas en costosos trajes hacían el corto trayecto para meterse en estos, también observo a algunas mujeres acompañadas por sus doncellas.
La pobreza no existía en aquella parte de la ciudad.
A su padre le alegrara saber que ya está despierto. — dijo una voz muy conocida a sus espaldas.
El muchacho casi dio un brinco, se viro rápidamente y observo al hombre parado al lado del marco de la puerta.
El viejo Alan le observaba con lo que parecía una sonrisa mal disfrazada, pero no perdía el porte ingles con aquel traje de pajarita y chaleco, bastante casual ahora, pues estaban en América y su jefe no había tenido problema con que vistiera a su gusto.
Terry siempre había hecho amigos con el servicio de la casa Grandchester, solo ellos parecían comprenderle e interesarse por él, y Alan no había sido la excepción, aunque su relación no había sido muy fácil. En todos sus años de colegio el viejo Alan había ido a verle en lugar del duque, y todos esos años tuvo que lidiar con un Terry colérico, otras veces un Terry al borde de las lágrimas y cuando se volvió costumbre, un Terry indiferente.
Pero nunca falto el sabio consejo del mayordomo de los Grandchester, quien siempre tenía algún comentario ingenioso para detener el mohín enfurruñado del pequeño Terry.
Porque, aunque era un adolescente a punto de cruzar la línea de la adultez, no importaba cuantos años pasaran. Para el mayordomo de los Grandchester, Terry nunca dejaría de ser aquel niño incomprendido, pero muy vivaz, diferente a sus hermanos y a los de su clase en general.
Alan, era la persona con más sentido común que conocía y no solo eso, sin ser discípulo de Freud, escuchaba y hacia observaciones tan acertadas como pocos.
Hilarante a momentos también.
Siempre leal, amable y protector a la familia Grandchester.
¿Alan? — Pregunto Terry aun confundido — Pero ¿qué haces aquí?
Eso debería respondernos usted a nosotros.
¿Mi padre…él está aquí?
Alan asintió, pero antes de cualquier pregunta, le sugirió que tomara un baño, su habitación contaba con un cuarto de baño y una tina de porcelana que parecía completamente nueva, le enseño las gavetas llenas del tocador, con jabones y esencias que podía tomar. En la puerta colgaba una bata de baño muy suave perfecta para él.
Dios sabía que el chico olía a animal muerto y el mayordomo no se molestó en no hacérselo saber.
Le informo que también había algo de ropa para él en el pequeño closet de caoba, ahí encontraría camisas de seda, algunos jerseys y pantalones de tweed, y en la cómoda había ropa interior.
Pero yo no puedo quedarme, yo… — sin saber que decir, Terry se rindió, se dio cuenta que no tenía cosas más importantes que hacer y hoy era su día libre en el teatro.
Algo extraño debía estarle pasando porque no tenía ganas de hacer algún desplante o mostrarse apático, mucho menos huir como un animal asustado. Terry, aun sujetaba los lentes de su padre en la mano izquierda, estaba casi seguro que eran de él, pero quería estar bien convencido que todo esto fuera la realidad y no algún sueño estúpido que lo hiciera sentirse más solo y patético de lo que ya era.
El mayordomo desapareció y Terry aprovecho para acercarse a la mesita de noche, donde una hoja membretada del hotel Waldorf Astoria apenas doblada, tenía un recado con la caligrafía del duque avisándole que se encontrarían para almorzar.
Eventualmente, Richard había asumido que Terry aceptaría.
«Si… él te quiere a su manera»
Tal vez las tonterías de Eleanor habían terminado por lavarle el cerebro, o tal vez ella así lo creía, aun así, no sabía cómo debía presentarse ante al duque, ¿Qué se podrían decir?
Desconocía si había viajado hasta aquí para desheredarle, no es que le importara, quizás quería obligarle a volver y era curioso como en estos momentos no se atrevería en oponer resistencia, tenía tantos sentimientos encontrados que probablemente se quedaría mudo una vez estuvieran frente a frente.
Era muy cómico como daba vueltas la vida.
El muchacho agarro el albornoz blanco y cerró la puerta con seguro, tomo una baño largo y vaporoso y procuro tallar una, dos, tres veces, hasta que la carne de su cuerpo comenzaba a tomar un color rojo y de no ser porque no siguió tallando, poco hubiera faltado para que comenzara a sangrar.
El duque le había citado en el Empire Room, el cual se encontraba junto a la sala de fumadores y el salón de baile estilo Luis XlV del hotel, donde artistas del nivel de Enrico Caruso se habían presentado en algunas ocasiones.
El lugar de su encuentro era reconocido por ser uno de los tres restaurantes de Nueva York que la alta sociedad gustaba frecuentar.
Personificaba la opulencia con sus paredes de madera y oro, sus cortinas de satén, sus tapizados y pilares de mármol, todos de un color verde pálido, sin olvidar los frescos de Crowninshield, las tapas y bases de las columnas y pilastras doradas. El techo estaba dividido por pesadas vigas que iban de columna a columna y entre estas el espacio plano se dividia en paneles… también dorados.
Inspirado principalmente en el gran salón del palacio del rey Ludwig en Múnich, el Empire Room tenía de público a un grupo muy selecto de la sociedad neoyorquina, y si bien era cierto que la suite del duque de Grandchester era tan grande como una casa de dos pisos y contaba con su propia cocina y sala comedor, a Richard a veces le gustaba bajar unas cuantas plantas y dejarse atender por el maître que se desvivía en asegurarse que su experiencia fuese la mejor.
Además, la comida era muy superior a la que le preparaba su cocinera.
Richard ordeno lo usual y se permitió escoger por su hijo que todavía brillaba por su ausencia, paso poco más de media cuando Richard comenzó a probar bocado aun sin Terry.
Y pasaría casi una hora para que un muchacho algo perdido entre los comensales le buscara entre las mesas.
Su apariencia era muy diferente a la de anoche, la imagen ahora impoluta del muchacho destacaba entre la gente, con su cabello muy bien peinado hacia atrás y atado, la postura derecha echada a perder por tener las manos en los bolsillos de la chaqueta, el traje de tweed con pajarita le sorprendió, pues Richard sabía que Terry odiaba vestir así, a Terry le gustaba más el estilo desenfadado, propio del ambiente bohemio, pero mal visto en la aristocracia.
Casi parecía otro chico. Su hijo.
Cuando ambos se reconocieron y Terry se acercó a su mesa, Richard le invito a tomar asiento y le animo a comer lo que había pedido para él: en el plato del muchacho había unos huevos benedictinos con tocineta y pan tostado.
El duque se había asegurado de pedir jalea, sabiendo que cuando Terry era un niño, no podía comer sin esta.
La postura desafiante en su hijo se había perdido, estaba tan callado, pero para su gusto comía con gran apetito, todo sin perder las maneras en la mesa.
Ahora algo encorvado y vacilante, le miraba con la misma expectación que el mismo Richard, pero curiosamente ninguno de los dos se atrevía a decir la primera palabra.
¿Que podían decir para no arruinarlo al instante y que el balde de agua fría de la realidad no les abrumara?
Richard comenzó a desear un buen puro cuando termino su comida, pero decidió que aquello podía esperar.
No pretendía demandarle nada a Terence, simplemente quería establecer la primera tregua entre ambos, si era honesto consigo mismo esperaba convencerle de marcharse con él, dios sabía que era lo mejor para el chico.
Aun podía ver tanto futuro en Terry, solo faltaba que él lo creyera así…
Ningún hombre podía parecer más neutro que Richard Grandchester en aquel instante. Por un momento padre e hijo volvieron a cruzar miradas ambos sentados en la misma mesa, pero las palabras seguían siendo difíciles de pronunciar y justo por esa razón fue Richard quien se animó en ser el primero en hablar.
¡Por el amor de dios! — exclamo el duque mientras aun observaba a su hijo. — ¿Por qué no podemos conversar como la gente normal?
Señor…
¿Señor? — Richard frunció el entrecejo como si hubiese dicho algo muy ridículo. — Soy tu padre, no hace falta tanta deferencia conmigo, muchacho.
Terry asintió.
¿Sabes? te veo y de algún modo siento que extraño esa altanería con la que te conducías, parecías estar hecho de algo más fuerte… pero creo que me equivoque, — comento el duque sin perder detalle en la expresión de su hijo. — Han pasado casi dos años y me encuentro con un chico remilgado, más callado de lo que ya era, que le gusta ponerse en situaciones penosas porque el siguiente paso es arruinarse por completo.
Aquello sin duda encendió una mecha en Terry, su rostro despierto y limpio sin expresión cambiaba por un gesto de incipiente enojo. Si… el duque tenía esa habilidad de meterse en la piel de Terry, hasta llevarle a un grado de emoción que le ponía a gritar o llorar…
Pero esta vez Terry no iba a hacer ninguna de las dos, prefirió tratar de reprimir su molestia mientras los músculos de su cara volvían a estar sin expresión.
—¿Por qué no dices nada?
No tengo nada que decir — Contesto el muchacho con notable desgano. — Usted parece saberlo todo sobre mi.
Richard le miro con frustración, algo muy importante para el duque era estar en contacto con la realidad, caía en sentimentalismos en raras ocasiones y despreciaba los idealismos románticos, no se hace nada en la vida si las emociones le dominaban a uno, y Richard lo había aprendido muy bien, así que era de suma importancia estar al tanto de esta verdad, quien la ignoraba se la pasaría dando tumbos por la vida, ahora era tiempo de que Terry la supiera.
No, Terence, no se todo sobre ti, pero quiero que me lo cuentes, tal vez si lo hicieras tu viejo podría darte una mano. — contesto Richard con sinceridad, tomando a Terry por sorpresa.
De momento tus hermanos y yo nos hemos instalado en Boston, me gustaría mucho que vinieras con nosotros y a ellos también.
Terry hizo una mueca de desagrado, no se había equivocado en asumir que la familia Grandchester se refugiaría en América a raíz de una guerra que se agravaba alrededor de Europa, probablemente la duquesa había sido la última en querer dejar Londres, la vieja bruja gustaba de ufanar con su estatus y su mansión en Mayfair que probablemente había hecho mala cara cuando Richard le hablo de dejarlo todo.
He comprado algunas tierras de carbón en Pensilvania, pienso desarrollarlas tan pronto me marche de aquí y me gustaría que tú me ayudaras.
Terry frunció el entrecejo, cuando el duque hablaba de poner en marcha una mina de carbón se refería a echar un vistazo al libro contable y ladrar ordenes desde su propia residencia, su padre parecía satisfecho con su propuesta, tanto para creer que le había engañado al fingir que su motivo principal no era alejarle del teatro, eventualmente Richard no tenía que fraguar un plan tan elaborado para que Terry dejara Broadway, pero el muchacho no se lo haría saber, aún tenía algo por hacer y no se iría hasta terminarlo.
No sé nada sobre minas de carbón. — contesto el chico como si fuese un secreto para ambos.
Contratare expertos. — Le aclaro el duque enseguida como si aquello careciera de importancia.
Terry asintió, pero no sin antes hacer un nuevo comentario.
Y supongo que la duquesa no estará muy contenta con todos estos planes.
Una expresión extraña apareció en el rostro de Richard — No… en realidad, ella falleció hace unos meses.
El chico entrecerró los ojos con duda y el gesto desaprobatorio del entrecejo fruncido le dijo que estaba cuestionando su palabra.
Ambos sabían que a Terence jamás le gusto la esposa de su padre, pero el semblante serio e incrédulo a momentos hace que el duque ofrezca más detalles de su fallecida esposa.
Murió de tuberculosis.
Terence se quedó perplejo, no exactamente triste, pero de alguna manera podía decir que lo sentía. — Lo siento mucho.
Lo sentía por los hijos que su padre había tenido con ella y lo sentía por él.
Richard acepto su pésame, pero no comento más y fue la oportunidad perfecta de Terry para estudiar a su padre mientras comía en silencio, en ese instante uno de los meseros había traído madeleines y tazas de té, y Terry cayó en cuenta que hacía muchos años ninguno de los dos se sentaba a acompañar al otro, tenía memorias muy lejanas de Richard de momentos como este y experimentó un sentimiento de emoción que creía olvidado desde que era un niño.
Su padre seguía pareciendo tan fuerte como un roble a pesar del cabello completamente blanco, los nuevos surcos en los lados de la boca y aquellas líneas pronunciadas en la frente, el duque fruncía mucho el entrecejo en estos días y Terry se podía ver a si mismo con esas características idénticas cuando se hiciera mayor.
Las cejas gruesas combinaban con la barba y la mirada certera e intimidante, pues aun lograba captar la atención de las damas, muchas de ellas a las que el duque les doblaba la edad.
La elegancia con la que se conducía era característica de los Grandchester y la forma en que portaba con sofisticación el traje gris de tres piezas confeccionado en lana gruesa y gemelos de oro era inequívoca de sus orígenes aristócratas.
¿Po que no dejas todo y vienes con nosotros? — insistió el duque esta vez, con la mirada esperanzada y nada más.
Es una idea interesante. — contesto el muchacho. — Pero no puedo irme aún.
¿Es por el teatro? — Inquirió el duque con decepción. — Después de todo siempre serás el hijo de Eleanor, ¿eh?
No, claro que no, el teatro ya no me importa mucho… — admitió Terence volteando hacia otra parte y esquivando la mirada analítica de su padre. — Charlie y yo estamos construyendo un edificio, planeamos volverlo casa de huéspedes. — explico el joven, tratando de sonar lo más emocionado posible en aquella empresa. — No me puedo ir así… aun no.
El duque no parecía muy convencido, pues a sus ojos y a sus oídos, los argumentos de Terry eran patrañas y eso molesto al muchacho, el ver como su padre no se tragaba su mentira con facilidad.
Puedes preguntarle a Charlie, estoy casi seguro que ambos se conocen. — comento el muchacho mirándole a los ojos esta vez.
El duque asintió sin replicar.
Esto es importante para mí. — explico Terry intentando por segunda ocasión que su padre le creyera, esta vez su voz era suave y cargada con una vehemencia que pocas veces aparecía. — Me prometí a mí mismo que terminaría esto, ¿puedes tratar de comprenderme?
Richard ya no volvió a mencionar el tema, cualquiera que fuera la razón por la que Terry quería alargar su estadía en aquella vulgar ciudad, llena de polución y edificios aberrantes, con barcos llenos de hordas de migrantes hambrientos y sin modal alguno.
Cualquier razón, se dijo así mismo, seria valida.
Pero algo si cambiaba esa mañana, una especie de tregua invisible se había establecido entre él y Terence.
Cuando el desayuno termino, el muchacho se disculpó y se marchó agradeciendo todas las atenciones, incluida "la penosa" noche de ayer, no sin antes asegurarle que no le molestaba la idea de reunirse por segunda ocasión.
¡Gracias por leer!
A la historia ya solo le quedan 3 capítulos mas, pero como soy yo y me conozco, probablemente le alargue y en vez de 3 sean 5, no lo sé.
Me disculpo por adelantado.
Only D: Si Terry le hubiera dicho que su amigo lo abuso… Eleanor se queda catatónica de por vida, o le diría que esta mintiendo, cualquiera de esas dos opciones son posibles, pero creo que Eleanor ya se las huele que ahí hay algo pero no le gusta pensar mucho en eso. Un saludo Dayanita, espero que tu y tu familia se encuentren muy bien.
Ana SunMoon: Tal vez veamos algo de Candy después, hay que esperar : )
Blanca G: El duque se ha vuelto casi la sombra de su hijo, por eso anda tan cansado, Charlie no lo dejaría si no supiera que esta en buenas manos.
Sandy Sanchez: no me ofendio para nada mi Sandy, hasta ya lo tome como un halago, de verdad.
Yo soy la que debe agradecer a todas uds por leerme y sobre todo a ti, porque siempre me regalas comentarios bien padres, casi que las veces que ya no pensé publicar solo me animaba porque quería recibir un comentario asi de bonito como los que me mandas Xd si este fic fuera novela vendría con dedicatoria en la primera pagina y diría: "para Sandy, la lectora más genial."
Que bueno que te devuelvo las ganas de escribir, me avisas si haces la mucama parte 2 jejej.
Un saludo muy grande y que estén muy bien tú y tu familia.
Lpastorita y Candy Nonchipa : Muchas gracias por leer amiguitas.
A las guest y las lectoras fantasmas también les agradezco mucho y deseo de todo corazón que se encuentren muy bien.
