¿Acaso es todo lo que quieres decirme?
—¿Puedo quitarme ya la venda? —preguntó ansiosa y algo mareada por el trayecto en auto. Albert se había mostrado de lo más misterioso. La animó a lucir un vestido de noche que había ordenado confeccionar para ella cuando aún no conocía su verdadera identidad. Ni siquiera lo había estrenado.
—Aún no. Debes tener un poco más de paciencia. Te prometo que ya llegamos... —contestó riendo mientras empezaba a aparcar.— Déjame que te ayude a salir y entonces ya te la podrás quitar.
Candy escuchó atenta a todos los sonidos que la rodeaban cuando Albert tomó, cuidadosamente, su mano para guiarla— ¡Cuánta gente!...
—De acuerdo. Espera que te la quite —La volteó, encarándola estratégicamente. La sedosa venda cayó como una pluma, rozando sus desnudos hombros.
—¡Otello! —exclamó sorprendida—. Con Terrence Graham de protagonista... ¡Albert! —Viró hacia él, juntando sus manos, llena de emoción.
—Pensé que te gustaría verlo en dignas condiciones. Cuando supe que la compañía de Stradford venía a Chicago no lo dudé ni un momento... Quizás podamos verle después en la fiesta inaugural.
—¡Eso sería maravilloso! Nunca logré verlo desde los asientos... —Su corazón latía ilusionado, abrigado en el calor del cariño que Albert le demostraba con aquel gesto.
—Lo sé... Siempre surgió algún impedimento, ¿no es así?... —Recordó el deplorable estado en que Archie la llevó al apartamento de las magnolias, tras su regreso de New York. Febril, tuvo que tomarla entre sus brazos para acostarla, pues no se tenía en pie. Al poco, rompió a llorar, explicándole todo cuanto había pasado. Sintió que su propio corazón se rasgaba al verla sufrir de aquel modo e instintivamente la cobijó entre sus brazos, intentando, vanamente, absorber parte de aquel dolor.
—Sí... —respondió entristeciéndose ligeramente, al recordar la última vez que se suponía que debiera haberle visto actuar como Romeo... Estaba a punto de entrar a tomar su asiento, cuando entre el público empezó a escuchar los rumores acerca de Susanna. No daba crédito. Decían que estaba dispuesta a obligarlo a casarse con ella debido al accidente.
Candy entendió entonces la razón por la que el afiche le había resultado tan extraño y el porqué del cambio de actriz protagonista.
Terry no le había explicado nada al respecto. Habían hablado sobre el regreso de ambos a América, resumiendo parte de su periplo para reencontrarse, sin entrar en detalles. Tenían poco tiempo. El justo para un té que trasladaron a su pequeño apartamento, después de que ella le reclamara su falta de romanticismo. Él parecía nervioso, pero quiso creer que era por la emoción de estar junto a ella. También le costaba encontrar las palabras. Quería considerar que eran pareja, sin embargo, Terry jamás se le había declarado. Sus cartas estaban repletas de chanzas y de recuerdos del internado. Aun así, quería pensar que ese era el modo de demostrar su correspondencia...
No llegó a entrar en la sala. Intentó localizar algún empleado del recinto que pudiera indicarle cuál era el hospital donde se hallaba ingresada la joven actriz. Después de preguntar a varios uniformados, por fin, la taquillera le dio un nombre, pero no supo cómo indicarle para llegar.
Candy se echó a la gélida calle sin pensar. La gente trashumaba indiferente hacia sus respectivos destinos. New York era una ciudad bulliciosa incluso en aquellas horas casi nocturnas. Oteó a ambos lados, intentando decidir qué dirección tomar. No sabía qué le diría exactamente. Ya tendría tiempo cuando descubriera el modo de llegar. Alocada, empezó a parar a la gente a su alrededor, inquiriendo sobre la localización del centro sanitario. Muchos se apartaban de ella escandalizados por su impertinencia, al ser asaltados, en su paseo, por una exaltada desconocida.
Se había alejado varias calles y se dio cuenta de que no sabría cómo volver al teatro, si así lo quisiera. El frío empezaba a calar en su cuerpo, pero, llevada por su agitación, no reparó en ello. Tenía que hablar con Susanna. Hacerla entrar en razón. Si de verdad lo amaba como rumoreaban, debía comprender que atándolo a ella no lograría su amor. Ella todavía no estaba muy segura de lo que significaba amar, pero lo que sí sabía era que aquel no era el modo correcto de hacerlo. Susanna debía comprender.
En uno de sus embates inquisitivos, un hombre le indicó que tomará un taxi. ¡Claro! ¡Cómo no lo había pensado! Los nervios no la dejaban pensar con claridad. Su corazón martilleaba furioso, reclamando toda la atención, nublando su mente. Estaba dispuesta a luchar por Terry hasta la última consecuencia... O eso creía.
Tardó más de una hora en llegar, pero al llegar a la habitación se la encontró repleta de flores aunque sin rastro de Susanna. Entró intrigada creyendo que quizás se encontrara en el aseo... Una nota sobre la cama llamó su atención... Algo le decía que debía leerla, aunque violentara la intimidad de otra persona.
Era una despedida. Una despedida donde imploraba a su madre que no culpara a Terry... ¿Culpar a Terry? ¿De qué? De pronto todo se hizo claro, ¡No! No era posible que Susanna pensara en... ¡No había tiempo que perder! ¡Debía encontrarla antes de que fuera demasiado tarde! ¿Dónde podría estar?
Salió a la puerta y una glacial corriente de aire le indicó que alguien debía encontrarse en la azotea ¡Susanna! ¡No, no, no, no! Subió los escalones de dos en dos, llevada por una fuerza sobrehumana. Apoyada en el marco, se ayudó para lograr salir al exterior.
La blanca oscuridad lo inundaba todo. Cientos de copos la golpearon sin piedad. El estruendoso silencio del viento saturaba sus oídos. Avanzó luchando contra la nada que lo cubría todo. En el suelo divisó la silueta de unas muletas en el piso, nítidamente enturbiadas por la nevada.
—¡Susanna! ¡Susanna! —gritó desde el fondo de sus pulmones, como si al hacerlo la nieve pudiera asustarse y cederle el paso—. ¿Dónde estás Susana? —La azotea era enorme, pero por fin alcanzó a ver la barandilla de protección. Le pareció intuir un bulto agarrado a ella. Sobresaltada, se percató de quién se trataba—. ¡Susanna! —volvió a gritar con más fuerza mientras se abalanzaba sobre la desdichada—. ¡No hagas tonterías! —la recriminó.
Le costó un instante comprender el porqué aquel desesperado abrazo le resultaba tan extraño... "¡Su pierna...!". Estaba segura de haberla rodeado completamente. Notaba toda su falda entre sus brazos, sin embargo, faltaba algo...
—Suéltame... Déjame morir... —le exigió la otra.
—Susanna, tú... —Cuando sus miradas se cruzaron Candy no encontró a la altiva actriz que la expulsara en Chicago. Frente a ella estaba una joven mujer de sueños truncados, de pasos acortados e ilusiones desvanecidas. Tan joven, tan bella, tan rota, tan derrotada... tan vacía de vida.
—¡Candy! —pronunció como si hubiera sido su amiga... —. ¡Suéltame! ¡Haz como si no me hubieras visto! —Le sonrió amarga—. Lo comprendes Candy...
Candy sintió como si fuera ella la que cayera al vacío existencial. No había sido un accidente sin más, ¿Por qué Terry no le había explicado nada? Había escuchado que cada día la visitaba. Él lo sabía. Él sabía que aquello supondría el final de la prometedora carrera de la muchacha. Era su compañera de reparto. ¿Por qué ocultarle algo tan grave?
—¡Vale más que desaparezca! —volvió a exclamar Susanna—. También por ti, no podrías ser feliz... También por Terry... —acabó sollozando sin desistir de su agarre y contrapeso—. ¡Haría sufrir a Terry! —Ejerció un nuevo empuje para soltarse de Candy, tratando de precipitarse—. No haría nada bueno aunque permaneciera con vida... —"¿Qué me queda? ¿Qué razón me queda para desear continuar viviendo? Ya no podré actuar y Terry no me ama. Te ama a tí, lo sé, ¡Déjame morir, Candy!", suplicó en su interior.
"Ella también sufre y sabe que Terry es infeliz...", el aire abandonó por completo los pulmones de Candy, sentía arder la nieve contra sus mejillas. La fuerza que Susanna ejercía, aun faltándole una pierna, le confirmaba la seriedad de sus intenciones. Con tan solo aflojar un poco su agarre Susanna podría precipitarse... "Susana... ¡No quiero que te dejes morir!". Susanna volvió a impulsarse con los brazos— ¡No mueras, Susanna! —le gritó reforzando su amarre.
La joven volvió a girarse sorprendida— ¡Si sigo con vida, voy a separarlos! —le espetó, como si aquel argumento fuera más que suficiente como para justificar su muerte—. ¡Suéltame, Candy!
Todo el ser de Candy se negó a ceder, "Susanna ama a Terry hasta el punto de...", apoyando todo su peso en un firme giro logró que cediera su resistencia, tirándola al aterido suelo. "No temió este accidente...", un fuego de lágrimas empezó a descender por sus propias mejillas, sintiéndose sobrepasada por la cristalina revelación, "Se habría matado por él"...
—¡Ah, aquí están! —escuchó distante, "Lo ama de verdad...".
—Está bien, está bien... —Una mujer de similares, aunque maduros, rasgos se abanlanzó amorosamente sobre Susanna.
—Susanna, qué tontería ibas a hacer —reflexionó Candy, dándose la vuelta y planteándose si ella hubiera hecho lo mismo. Tenía sus dudas. De pronto una voz, familiarmente profunda, pronunció su nombre.
—Candy... —En la entrada, Terry la miraba lleno de tristeza—. Candy...
—Terry... —Se miraron reconociendo lo evidente. Él, como cada noche, había salido del teatro para visitarla. La mujer le pidió que la llevara a la habitación y él, con sumo cuidado, la tomó entre sus brazos.
—Terry, ¿y la representación? —preguntó, desvalida la muchacha, sintiéndose liviana y cobijada.
—Corrí enseguida sin responder a las aclamaciones.
Al escucharlo, Candy se dio cuenta de que no hubiera esperado para hablar con ella, pues no es hasta que acaban estas que el público empezaba abandonar la sala. Terry no le había explicado nada de Susanna, pero era ella ahora la que su mente ocupaba. Nunca antes le había visto mostrar tal delicadeza con nadie. Candy no podía seguir mirándoles. Aquella escena la desgarraba... ¿Cuánto más era lo que Terry le ocultaba? ¿Debía seguir creyendo que a él no le importaba? ¿Qué no sentía absolutamente nada por Susanna?
Por meses se había negado a creer en los rumores de la prensa. Creía conocerlo, pero, ¿De veras había llegado alguna vez a hacerlo? Tomando valor, sus miradas volvieron a cruzarse. La de Candy, cargada de tristeza. La de Terry, de incerteza.
—¡Fue Candy quien me salvó la vida! —Lo sorprendió Susanna. Él la abrazó con más fuerza, tratando de ahuyentar el frío que los envolvía. Dirigiéndose a la puerta, a paso lento, siguió alejándose, sonrojado y ensombrecido, con el peso de saberse atado y el roto sueño de lo que no pudo ser alcanzado.
"Esto no podría funcionar jamás si permanecemos los tres juntos... el amor de Susanna es el mismo que el mío... No querría que él sufriera más por mi causa...", perdió la noción del tiempo que permaneció sentada, recomponiéndose de la realidad. Si él, al menos, la hubiera puesto en sobre aviso. Si tan solo durante la mañana le hubiera explicado algo...
— Candy... —Escuchó a su espalda. "Terry... Tengo que tomar una decisión, rápido.", se dijo—. Susanna quiere verte... —"¿Susana?... ¿Y tú? Sigues sin contarme nada". Bastó para inclinar la balanza.
—Bien, ¡me viene bien! —contestó con una amplia sonrisa—. Quería decirle adiós...
—¿Adiós? —Se sorprendió el actor.
—Pensaba partir en el tren de esta tarde —mintió. Había previsto volver con Albert al día siguiente, no tan a prisa.
—¿Te vas? ¿Esta tarde? —insistió el muchacho.
—Te pude ver, Terry, y no puedo ausentarme del hospital por más tiempo —Una verdad a medias, pero "¿No esperarías que me quedara en estas circunstancias?"—. Y Albert se preocupa también... —Decir su nombre renovó sus fuerzas y con determinación fue a despedirse de su antagonista. Parte de ella la odiaba, parte de ella la comprendía... O creía que lo hacía...
Ahora, junto a Albert, junto a su verdadero amor, había logrado, por fin, comprender la magnificiencia del amor predestinado. Ese amor donde dos reman en la misma dirección. Donde uno es el apoyo real del otro. Donde la pasión no causa dolor, sino desahogo. Donde la confianza es tan firme que no censura el pasado. Donde el corazón no duele sino que palpita inundado todo de una inconmensurable paz, con la sola presencia, de la persona amada.
Sí, ahora sí, estaba preparada. Agarrada al brazo de su amado, ambos se dirigieron hacia las gradas.
Continuará...
