Todo lo que reconozcáis (y más) pertenece a J.K. Rowling. El resto ya es cosa de mi imaginación.
74. ¿Qué es lo que realmente quieres?
Fueron portada del Australia Today al día siguiente de ganar la Liga. Ahí estaba la foto de Rick sosteniendo el enorme trofeo, rodeado por el resto del equipo; mientras un poco más abajo, en la primera página, una foto del buscador de los Kids, Reggie Marsden, atrapando la snitch frente a los Thunderers ilustraba el momento en el que los Warriors habían conseguido la primera posición. Había sido una casualidad casi imposible, un acontecimiento con unas probabilidades de suceder mínimas. Pero había pasado. Y eran campeones.
Tras la entrega del trofeo en las dependencias del Ministerio de Magia, todo el equipo al completo había pasado por una larguísima rueda de prensa de casi dos horas, en las que más de tres docenas de reporteros de todo el mundo y diversas publicaciones les habían interrogado. Les habían preguntado cosas tan variadas como qué sentían, si se esperaban ganar así o qué planes de futuro tenían, y muchos habían acabado preguntando sobre sus expectativas en la final de la CITOQ. Bruce había conseguido librarse bastante bien de las cuestiones respecto a su futuro, respondiendo que estaba escuchando ofertas pero que a la vez estaba muy contento en los Warriors y solo pensaba en el partido que les quedaba. Fue diplomático, y habló bastante sin decir nada relevante. Después de cuatro años, ya era hora de que aprendiera a hacerlo.
Pero la agitación del domingo por la tarde no fue excusa para saltarse el entrenamiento del lunes. Al contrario. Pete estaba exultante, y hubo más gente que nunca en la sala de observación del campo mirándoles, pero eso solo sirvió para que el entrenamiento fuera más largo y más intenso. Pero para variar, a nadie le molestó: todos estaban demasiado felices como para que les importara ensuciarse un poco más. Rick se pasó las horas soltando comentarios motivadores, Jane y Kyle contaron chistes, Liam estuvo más participativo e incluso Marlene gritó mucho menos. Bruce acabó agotado, pero no por ello dejó de estar contento. Habían ganado la Liga, la vigesimotercera de la historia de los Warriors. Iban a jugar la final de la CITOQ. Podían ganarla. Podían ganar la Liga y la CITOQ, un doblete que los Warriors no habían conseguido desde hacía trece años, en la temporada de 1990-91. 2004 podía ser un año histórico para los Warriors. Y él sería parte de ello.
Esa semana Liam solo fue a entrenar con él algunas tardes, y Bruce lo entendía. Estaba claro que el chico no iba a jugar la final de la CITOQ y no tenía ningún sentido que siguiera entrenando duro. Ya estaba prácticamente de vacaciones. Y sin embargo, Liam le acompañó en un par de ocasiones, algo que Bruce agradeció, porque era mucho más fácil practicar ciertas jugadas con una persona real al lado. Además, le caía bien Liam. Era un jugador muy prometedor y no era un idiota egocéntrico. Si se acababa marchando de los Warriors, echaría de menos esas tardes con él…
No, no podía distraerse pensando en qué haría con la oferta de los Vultures. Se había dicho que no pensaría en ello hasta después de la final. Pero aún y así, una tarde invitó a Liam a tomarse unas cervezas tras el entrenamiento, por si no tenía tiempo más adelante.
Y cuando volvió a casa, una carta le esperaba encima de la mesita.
—¿Quién es el señor Higgins? —le preguntó Danny con curiosidad.
—Un viejo amigo de la familia—respondió Bruce, intentando quitarle importancia—. Siempre le ha gustado mucho el quidditch. Seguro que se ha enterado de lo de la Liga antes que nadie.
Pero se guardó la carta para leerla en privado, cuando Danny no anduviera cerca.
Le había hablado al director deportivo de los Wigtown Wanderers sobre la oferta que había recibido de los Vultures, y le había resumido las dudas que tenía sobre aceptar o no, y cómo eso afectaría a su carrera. No había incluido a Danny en la carta ni había mencionado motivos personales, pues sabía que el señor Higgins los ignoraría. Pero no había ignorado su gran duda.
"…y tanto los Vratsa Vultures como los Wollongong Warriors son grandes equipos. Ahora bien, ¿qué es lo que realmente quieres? ¿Cuál es tu prioridad? ¿Jugar en grandes equipos, ganar trofeos, estar cómodo en un equipo, volver a casa? Dependiendo del orden de tus prioridades deberás elegir. Ambos son equipos importantes. En los Warriors es relativamente sencillo ganar trofeos: el nivel es alto, pero hay pocos competidores. En los Vultures te encontrarás luchando contra muchos rivales de un nivel similar, por lo que las victorias y los trofeos serán siempre más impredecibles y necesitarás fortaleza mental para lidiar con ello. Si quieres sentirte a gusto en un equipo, eso es algo que solo puedes saber tras jugar con ellos. No sé cuál es tu situación en los Warriors, ni sé cuál sería en los Vultures; no puedes saberlo sin haberlo experimentado. Y si lo que quieres sigue siendo volver a Reino Unido… Los Warriors son un gran equipo y aunque destaques en él, tu nombre se perderá por la distancia hasta que no pasen años y te consolides como una referencia. En cuanto a los Vultures, tienen el pase asegurado a la Liga de Campeones de Europa de la temporada que viene. En esta competición participan también equipos de Gran Bretaña e Irlanda. Es un torneo importante. Todo el mundo lo sigue, está atento a los partidos clave. Tu nombre aparecería y llegaría al público. Puede que hasta te enfrentaras a algún equipo local. Te conocerían, y con las circunstancias adecuadas… sería el primer paso para poder volver a tu casa.
Conoces las consecuencias de tus decisiones. Ahora solo tienes que decidir."
Solo tenía que decidir.
Simplemente eso.
Una pregunta se repitió en su cabeza. ¿Qué es lo que realmente quieres, Bruce Vaisey?
Otra consecuencia de que no hubiera fiesta de Fin de Temporada en Australia era que tampoco había entrega de premios de la Liga. O al menos, no como Bruce las conocía. El equivalente australiano era una lista de premios con sus ganadores que salió en el Australia Today el viernes por la mañana, dejando así que todo el mundo se enterara a la vez. Charlie Vollman, cazador estrella de los Thunderers, ganó el premio a Mejor Jugador de la Liga, algo que enfureció a mucha gente, en especial a Marlene (que como les dejó claro durante el entrenamiento diario, esperaba ganar ese premio). Sinceramente, Bruce creía que Marlene era mejor que Vollman; sin embargo, Vollman no había estado lesionado durante dos meses de la temporada. ¿Qué contaba más para el premio, ser mejor jugador en general o haber contribuido más al equipo durante esa temporada? No lo sabía y tampoco estaba muy claro según la normativa, pero Bruce tampoco se preocupó demasiado por averiguarlo. Tenía cosas más importantes que hacer.
Como por ejemplo, celebrar que había ganado el premio a Jugador Revelación.
De acuerdo, no había sido una sorpresa demasiado grande: hacía meses que su nombre se venía barajando en las noticias como posible ganador, en especial desde que suplió a Marlene como líder. No había tantos jugadores recién llegados a la Liga Australiana que destacaran mucho, y la mayoría de los que lo hacían eran novatos, y ya tenían una categoría específica para premiar a los novatos. Pero que no hubiera sido inesperado no significaba que no le alegrara ni valiera la pena celebrarlo.
Así que aquella tarde volvió al Ministerio de Magia, a la misma sala en la que la semana anterior había recibido el trofeo de la Liga, para recibir su nuevo trofeo. Casi todos sus compañeros de los Warriors estaban allí también. Kyle y Jane habían ganado el premio Mejor Dúo de bateadores, Rick había conseguido el Mejor Capitán, Danny era la Mejor Buscadora, Marlene estaba en el Equipo Ideal junto a varios de los anteriores e incluso Tommy se las había arreglado para meterse en el Equipo Revelación junto a Bruce.
Fue un evento corto, más que la entrega del trofeo de Liga y mucho más que las fiestas de Fin de Temporada estadounidenses. Había un pequeño estrado, en el que un par de personas importantes del Departamento de Deportes se iban turnando para llamar a los ganadores y entregarles unas pequeñas estatuillas plateadas. Había una gran cantidad de reporteros, pero se dedicaban principalmente a fotografiar: los jugadores solo podían responder preguntas mientras estaban en el estrado recogiendo su premio, y el máximo de cuestiones que podían contestar eran tres, por lo que todo iba bastante rápido. Algún jugador se explayaba y daba un breve discurso de agradecimiento, pero como los reporteros no tomaban nota de ninguno de ellos más allá de la segunda frase, todos se acababan callando bastante rápido. Cuando llamaron a Bruce no dijo nada más que un simple gracias, y se aseguró en todo momento de mantenerse cerca de sus compañeros y muy lejos de los jugadores de los Thunderers, que les miraban como si quisieran asesinarlos. Sonriendo para sí mismo, se preguntó retóricamente por qué. Había sido completamente culpa de los Thunderers el perder la Liga en el último partido.
Hubo una persona de fuera del equipo a quien sí se acercó. Probablemente era su persona favorita de la sala, exceptuando a sus compañeros (y ni siquiera a todos de ellos). Reggie Marsden, buscador de los Kids y el foco de la mitad de las noticias de la última semana (y ganador, obviamente, de la Mejor Captura de Snitch), era un muchacho alto y larguirucho, de corto cabello rubio rojizo y grandes ojos verdes, un poco saltones, aunque lo que más destacaba en su cara era un bigotillo que claramente se estaba intentando dejar crecer para parecer mayor; sin embargo, solo evidenciaba que Marsden era muy joven y que todavía no tenía un vello facial que creciera consistentemente.
—Perdona, eres Reggie Marsden, ¿verdad? —le interpeló Bruce, una vez que todos los premios estuvieron repartidos y la gente empezó a despedirse en reducidos grupos—Soy Bruce Vaisey, de los Warriors.
Reggie Marsden le miró de arriba abajo sin ninguna expresión en la cara.
—Sé quién eres, Vaisey—respondió simplemente, aunque estrechó la mano que Bruce le tendía—. Un placer.
—No quiero entretenerte demasiado, solo quería felicitarte por el partido de la semana pasada. Lo que hiciste frente a los Thunderers fue espectacular.
—Sí, y todavía mejor fue que así le regalé la Liga a los Warriors, ¿verdad? —replicó Marsden con acidez, sorprendiendo a Bruce—No te equivoques, Vaisey, quién haya ganado la Liga no me importa en lo más mínimo. Yo solo quería ganar para meter a mi equipo en la CITOQ. Que eso haya afectado a otros no me importa, así que puedes ahorrarte tus agradecimientos.
Rápidamente, Reggie Marsden había bajado varios puestos en su ranking personal de personas favoritas de la sala, dejando la amistosa sonrisa de Bruce congelada en su cara. Marsden podría haber sido un buen tipo como Liam… o un buen jugador e imbécil en ciernes como Marlene. Por lo visto, tiraba más hacia el segundo grupo.
No supo qué más decir ante aquella contestación, pero repentinamente un grito fuera de la sala le distrajo. La gente ya había empezado a abandonar el recinto, dirigiéndose a sus casas cargados con sus premios, y no quedaba mucha gente ya cerca de él. Danny y Jane estaban por ahí, esperándole charlando con un conocido, pero en cuanto se oyó el grito en el exterior inmediatamente cruzaron unas miradas con él.
Uno no entrenaba con Marlene a diario sin aprender a reconocer su rango vocal con todo detalle.
—Si me disculpas, Marsden, tengo una emergencia que atender—le dijo al buscador, pero no esperó ninguna respuesta y abandonó la sala rápidamente seguido de las dos chicas.
—Me pregunto en qué lío se habrá metido Marlene…—dijo Jane al aire.
No tuvo que esperar mucho para averiguarlo. En el pasillo se había causado una gran conmoción, y por suerte, no había ya periodistas para contarlo. Un puñado de jugadores se agolpaban en una piña ruidosa y de la que escapaban varios gritos y maldiciones, y tras estirar un poco la cabeza Bruce vio quién había en el centro. Eran dos personas, una de ellas Charlie Vollman, y la otra… Bruce necesitó unos segundos para identificarla: era Marlene, pero estaba completamente calva. Aunque ahora que se fijaba bien, a Charlie Vollman le faltaban todos los dientes. Y aunque ambos rivales estaban sujetos firmemente por varios compañeros de equipo que les arrastraban en direcciones contrarias a pesar de seguir vociferando, Bruce pudo ver que ambos tenían aún las varitas en la mano. En concreto, Tommy estaba luchando él solo con la mano de Marlene, intentando que soltara la varita (aún corriendo el peligro de que le sacara un ojo o le convirtiera en cuervo), y creía ver a la guardiana de los Thunderers, Franzie Newell, en la misma arriesgada misión de recuperar la varita de Vollman. En cuanto sus compañeros de equipo consiguieron separarlos un poco más, fueron visibles en el suelo los mechones de pelo rubio de Marlene y unas cosas blancas que debían ser los dientes de Vollman. Fue una escena extrañamente desagradable. Y además los dos combatientes seguían intercambiando gritos:
—¡Bruja!
—¡Salvaje!
—¡Loca!
—Bestia!
—¡Eres un peligro!
—¡Búscate un psiquiatra!
—¿Qué ha pasado? —preguntó Danny con perplejidad.
Bruce se encogió de hombros. No lo sabía, pero fuera lo que fuera, no le extrañaba. Y solo unos segundos más tarde, la maraña de cuerpos y brazos que eran Marlene, Kyle, Tommy y Rick llegaron junto a ellos.
—Vamos, Marlene, querida, no le des más importancia—oyó decir a Rick.
Marlene le lanzó una mirada incendiaria, y fue una suerte que justo en ese momento Tommy consiguiera arrebatarle finalmente la varita y se apartara con visible alivio de ella.
—¿¡Pero tú has oído lo que ha dicho ese monstruo!?
—Por supuesto, pero ¿qué más quieres? ¡Está celoso! —exclamó Rick, y sonrió meneando la cabeza como si creyera que Vollman era un caso perdido—Tú has ganado la Liga y él no, y sabe que el premio que ha recibido es solo de consolación.
—¡Pero me ha dejado calva!
—Y sigues estando preciosa—continuó Rick, sin estar mínimamente afectado por la mirada furibunda de Marlene—, y además tú le has lanzado una maldición magnífica. Hacerse crecer los dientes va a ser mucho más doloroso, y por Merlín, ¡se lo tiene bien merecido! Aunque querida, te recomendaría no insistir. Vollman no tiene nada que perder, pero a nosotros todavía nos queda un partido vital en solo unos días. Y no quieres perdértelo por una sanción, ¿verdad?
Bruce asistió atónito a aquel intercambio entre Rick y Marlene. Era tan… insospechado. Rick era todo jovialidad absurda, mientras que Marlene era rabia y agresividad. En los entrenamientos, nunca interactuaban, y parecían ignorarse mutuamente. Nunca habría creído que se llevaran bien… Y de hecho, en verdad no parecían llevarse bien, aunque Rick se había tomado la molestia de ayudarla a calmarse y Marlene le había escuchado. Era raro. No habría dicho que fueran amigos, pero… se respetaban. A su manera. Nunca se lo habría imaginado, pero suponía que tenía sentido. Eran dos de los jugadores más veteranos de los Warriors, dos de los más admirados… Habían tenido tiempo de construir una sólida relación.
Y efectivamente, Marlene se había tranquilizado. Dejó de gritar y de moverse como un animal enjaulado, y se apartó de Kyle con un gesto indignado. Tendió la mano hacia Tommy para que le devolviera su varita, algo que este hizo no sin un poco de miedo, y se pasó los dedos por la cabeza calva con el ceño fruncido. Ante eso, Rick tuvo otro gesto galante e hizo aparecer mágicamente una peluca en sus manos. Bruce lo miró, aturdido y sorprendido. ¿Cómo… por qué Rick sabía conjurar una peluca? Era más corta y de un color más oscuro que el verdadero pelo de Marlene, pero esta hizo algo impensable: sonrió.
—Es solo una solución provisional—explicó Rick, sin dejar de enseñar todos los dientes—. Seguro que en el hospital te lo arreglarán en un periquete, pero mientras tanto aquí tienes.
—Por eso me gusta tenerte cerca. Ya no quedan caballeros hoy en día—replicó Marlene, cogiendo la peluca de manos de Rick y colocándosela en la cabeza—. Me marcho. Deberíais hacer lo mismo. Tenemos un partido que ganar pronto.
Dicho aquello, Marlene se fue; de hecho, caminó unos pocos pasos más y se desapareció.
Rick les miró, radiante y rio.
—¡Toda una caja de sorpresas! Ya la habéis oído. Manteneos alejados de los líos. ¡Nos vemos pronto!
Rick también desapareció, y entonces Jane preguntó a bocajarro:
—¿Pero qué ha pasado?
—Como te imaginarás, ha empezado Marlene—respondió Kyle, después de mirar por encima del hombro y asegurarse de que el resto de gente en el pasillo ya se había alejado y dispersado—. Se ha acercado a Vollman y le ha dicho no sé qué sobre si su premio era de consolación por ser un fracasado. Él no se lo ha tomado bien y le ha lanzado un puñetazo, Marlene se lo ha devuelto, luego han sacado las varitas… Y el resto es historia. Quería ofrecerle a Marlene venirse a cenar con nosotros hoy para ser amable, pero me parece que queda descartado.
—Ya sé que se supone que tenemos que estar del lado de Marlene, pero en este caso estoy de acuerdo con Vollman—bufó Tommy—. ¿Habéis visto cómo se ha puesto? Está lo-ca. Pero fatal de la azotea.
No mucho más tarde, estaban los cinco reunidos en el piso de Kyle de Sídney. Rachel y Liam, que no habían estado en la entrega de premios, también se les habían unido para aquella cena, que para evitar el agobio de la prensa habían decidido celebrar dentro de casa. Además, Kyle se sentía totalmente a gusto como anfitrión, y aprovechó aquello para contar una vez tras otra la pelea entre Marlene y Vollman añadiendo cada vez más detalles.
¿Cómo había pasado aquella última semana tan rápido?
Había estado entrenando sin apenas descanso. Había memorizado todo lo que había que saber sobre los Moutohora Macaws. Había seguido una estricta dieta, y no se había tomado ni una sola cerveza. Por Merlín, hasta se había asegurado de dormir sus ocho horas diarias… y de alguna forma, todo aquello se le había pasado volando. Y allí estaba ese sábado por la mañana, a solo unos minutos de empezar el último partido de la temporada. La final de la CITOQ. A un solo partido de ganar la Competición Internacional de Oceanía. Podría ser su primer título internacional… Si no le pasaba lo mismo que un año atrás.
Pero no. Esta vez era diferente. Sería diferente. Estaba preparado y sabía qué esperar. Ya se había enfrentado a un equipo neozelandés. Podía ganar a otro.
—Los Macaws ganaron la Liga de Nueva Zelanda hace ya un mes—les recordó Pete, entre muchas otras cosas; estaba tan ansioso que parecía estar a punto de buscarse un uniforme él mismo y saltar al campo con ellos—. Estarán animados, pero la euforia ya se les habrá pasado. Aunque no demasiado. No podemos confiarnos. Recordad que para mejorar nuestras opciones hay que tapar lo mejor posible su lado derecho, por ahí juega Oagan…
El entrenador siguió hablando, y Bruce le escuchó solo a medias. Ya sabía todo lo que estaba diciendo, así que se dedicó a asegurarse de que todo estuviera bien. Repasó sus protecciones, que todo estuviera bien abrochado, flexionó las manos y todos los dedos e hizo unos cuantos estiramientos más de brazos y hombros. Cuando acabó, miró a sus compañeros, evaluando sus estados de ánimo. Eran los habituales, y todos tenían gestos serios y concentrados; por suerte, el altercado entre Marlene y Vollman no había trascendido a la prensa y no había habido ninguna sanción (aunque por supuesto, había rumores sobre la casualidad que era que Vollman y Marlene hubieran tenido que ir al hospital el mismo día por accidentes domésticos separados), así que su compañera estaba lista para darlo todo.
Little Pete terminó su discurso mientras una de las alarmas sonaba, indicando que los equipos tenían que ir tomando sus puestos, y les deseó finalmente mucha suerte. En el último momento apartó a Danny para intercambiar unas pocas palabras en privado con ella, pero no duró más de unos segundos. Enseguida Danny estaba de vuelta con el resto del equipo con expresión decidida, y Bruce le estrechó la mano para darle ánimos y ella le devolvió una media sonrisa. Tomaron sus puestos en la fila, mientras los jugadores de los Macaws hacían lo mismo en el otro lado del pasillo. Unos simples cabeceos fueron todo el saludo que intercambiaron, antes de que sonara un silbato y los jugadores empezaran a salir en orden.
El estadio estaba lleno a reventar. Todo era ruido y colores brillantes, con decenas de miles de espectadores ocupando sus asientos, vestidos con las camisetas de su equipo y animando como locos. La temperatura era ideal, ni frío ni calor, y a Bruce le gustaba el estadio; era uno de los australianos en el que había jugado varias veces, y sabía que si se elevaba por encima de la última fila de asientos solo vería desierto a su alrededor. Era perfecto.
Solo necesitaba que el partido también lo fuera.
Había pasado una hora y media desde el inicio, y el partido estaba que ardía.
Los Macaws iban ganando por 70 a 50, gracias al liderazgo espectacular que estaba ejerciendo el mejor de sus cazadores, Oagan, quien parecía estar teniendo un día brillante. Los Warriors estaban dando todo de sí para defenderse, y de ahí que les fueran a la zaga a solo dos goles de distancia. Marlene había marcado tres goles, por uno de Bruce y Rachel; y la mejor noticia en esos momentos era que Kyle acababa de hacer valer su inclusión en el Equipo Ideal de la Liga derribando a Oagan de su escoba con un golpe exquisito de su bludger.
—¡Auch, eso le va a doler a Oagan! —exclamó el comentarista, entre los vítores de media afición y los abucheos de la otra mitad—¡Si yo fuera él, no metería nada en mi estómago en lo que queda de día! ¡Pero por suerte para él y los Macaws, los medimagos han detenido su caída a tiempo y en cuanto se reanude el partido, parece que va a poder volver a montarse en la escoba! ¡Veremos en qué condiciones puede hacerlo!
Efectivamente, el partido se había parado unos minutos para atender a Oagan y certificar que podía volver a jugar. Pete había aprovechado ese momento para reunirles y darles unas rápidas indicaciones, no sin antes felicitar a Kyle, que sonreía como un niño en la mañana de Navidad. Estaba radiante y feliz. Y si Kyle lo estaba, ¿por qué no iba a estarlo Bruce? Era la final de la CITOQ. Tenía que divertirse.
—Marlene—llamó a su compañera mientras volvían a sus puestos—, ¿jugada veinticinco?
Marlene le miró levantando una ceja con escepticismo.
—¿No es un poco pronto para tus locuras, Vaisey?
—Mejor. No se lo esperarán—replicó él, sonriente, antes de levantar la voz y gritar—¡Rachel! ¡Veinticinco!
Rachel, ya a lo lejos, le miró, sonrió y levantó el pulgar afirmativamente.
Segundos después el juego se reanudó, con la quaffle en posesión de los Macaws. Afortunadamente, la predicción más optimista se había cumplido y Oagan todavía necesitaría unos minutos más para estar a su mejor nivel, de modo que perdió la pelota pronto. Marlene la interceptó y rápidamente se la pasó a Bruce, que puso en marcha la jugada veinticinco.
En realidad, tal jugada no tenía mucho misterio y dejaba mucho lugar a la improvisación. La idea básica consistía en bajar en picado hasta muy cerca del suelo, desarrollando el juego a muy poca distancia del césped. Dicho y hecho, Bruce se lanzó hacia abajo con la quaffle, en un movimiento muy poco típico de un cazador que levantó algunas exclamaciones de sorpresa entre el público. Rachel, preparada para el gesto, le siguió de inmediato, y los cazadores de los Macaws hicieron lo mismo, aunque obviamente iban tarde. Sus bateadores dudaron entre quedarse a la altura de los aros o bajar a seguir la quaffle, y acabaron haciendo esto último mientras que Jane vigilaba desde arriba y Kyle descendía. Bruce y Rachel, aprovechando su ligera ventaja, distrajeron a los rivales haciéndose pases, cruzándose e intercambiando puestos; además, la cercanía del suelo confundía a las bludgers, algo que Bruce sabía bien. Tras un quiebre suyo, una de las bludgers fue a estrellarse contra la pared del estadio más cercana, y con una voltereta de Rachel la otra se golpeó contra el suelo. Ambas tardarían solo unos momentos en librarse de sus engorrosos accidentes, pero no necesitaban mucho más: ya habían conseguido lo que querían, llegar al borde del área. Prácticamente todos los jugadores estaban demasiado cerca del suelo, en un ángulo imposible para lanzar a los aros… a excepción de Marlene, que se había mantenido muy cerca de la altura habitual. Bruce la ubicó, vio como entraba en el área de los postes haciendo una suave curva hacia abajo; entonces le lanzó la quaffle con fuerza, y Marlene no le falló. La atrapó sin problemas, como si ya supiera donde iba a estar, y cerró súbitamente la trayectoria descendiente en la que estaba para volver a subir mientras cogía impulso para lanzar al aro.
De nuevo, Marlene acertó. Su disparo entró limpiamente en el aro izquierdo, para deleite de la afición de los Warriors y del comentarista, que estaba encantado.
—¡Y un gol más de Neeson-Mills tras una fenomenal jugada colectiva! ¡Con este los Warriors se ponen a un solo gol de los Macaws, mientras nos acercamos a las dos horas de juego y esto se va poniendo más y más emocionante! ¡No hay un dominador claro, señoras y señores! ¿Quién se alzará con el preciado trofeo?
Bien, se dijo Bruce, sin poder dejar de sonreír. Iban bien. Todo iba bien. Solo necesitaban unos veinte goles más así, y eso estaría hecho. Casi nada. Pero, ¿y lo que estaba disfrutando? Eso era insuperable.
Siete horas fue lo que duró el partido. Siete largas, emocionantes, intensas y agotadoras horas. Hubo cinco lesiones leves y seis penaltis; en conjunto, fue un partido muy limpio. Los Warriors remontaron y se alejaron dos veces en el marcador, llegando a una máxima diferencia de cuarenta puntos, por tres veces de los Macaws que en una ocasión llegaron a liderar por sesenta puntos de ventaja. Cuando la snitch apareció por tercera vez, la que iba a ser la definitiva, los Macaws iban arriba en el marcador por tan solo dos goles.
—¡Y atención, porque parece que hemos visto la snitch de nuevo! —gritó el comentarista, atrayendo la atención de golpe hacia las dos buscadoras—¡Sí, efectivamente, señores y señoras! ¡Las dos buscadoras están muy cerca, pero parece que Lewis tiene una pequeña ventaja…! ¡Cualquier bludger que vaya ahí podría ser muy peligrosa para cualquiera de las dos! ¡Es demasiado arriesgado! ¡Ahora es un quiebre hacia arriba, y la snitch gira a la izquierda…! ¡Ninguna de las dos se queda atrás, y ahora ya están muy cerca…!
Todo el juego se había detenido; había algo definitivo que flotaba en el aire. Bruce observó, con el corazón en un puño, como las buscadoras volaban muy cerca la una de la otra, a toda velocidad, reduciendo la distancia con la snitch a cada instante. La pelotita dorada hacía giros imprevisibles como loca, pero las dos mujeres no le perdían la pista. Estaban acercándose rápidamente, con el brazo extendido, la mano abierta, los dedos estirados, Danny un centímetro más adelante…
Y entonces, todo acabó súbitamente. La snitch dorada dejó de volar en cuanto unos dedos se cerraron a su alrededor. El partido terminó. Y el comentarista gritó:
—¡Danielle Lewis atrapa la snitch! ¡Se acabó el partido! ¡Los Warriors ganan! ¡Los Wollongong Warriors son los campeones de la CITOQ! ¡Doblete de los Warriors! ¡Felicidades a los ganadores!
Ganadores. ¡Habían ganado! ¡Eran los campeones de la CITOQ! Era… increíble. Como si una burbuja de felicidad le hubiera estallado en el pecho. Y había una fuerza sobrenatural que le impedía dejar de sonreír y le ordenaba ir corriendo a abrazar y besar a todos sus compañeros.
Eran campeones internacionales. Y no había un sentimiento en el mundo mejor que ese.
Lo celebraron a lo grande. El partido acabó relativamente temprano, y aunque tras la captura de la snitch hubo una festiva ceremonia de entrega de premios, donde se les entregó el enorme trofeo de la CITOQ (que pesaba al menos el doble que el de la Liga y era bastante difícil de levantar), tuvieron tiempo de ir cada uno a su casa, ducharse, cenar y arreglarse para la gran noche. Sorprendentemente Marlene, Rick y Mitch se les unieron para la primera copa. Mitch no abrió la boca, como era de esperar, pero Rick repitió varias veces lo orgulloso que estaba de todo el equipo y Marlene no se metió con nadie. Es más, la mujer hasta admitió que todos habían hecho una buena temporada. Pero en cuanto se acabaron la primera bebida los tres se marcharon. Ni siquiera se esforzaron en buscar una excusa, pero nadie la necesitaba. Eran compañeros y hacían un buen equipo, pero fuera del campo no eran amigos y era algo obvio. Que se hubieran reunido todos era solo una pequeña concesión debido a los excelentes resultados de la temporada, pero alargarlo habría sido incómodo e inútil. No hacía falta, y todos se lo pasarían mucho mejor así. De modo que se quedaron los habituales en el área de fiesta muggle de Sídney, y la noche empezó.
No se quedaron en un solo bar, sino que fueron cambiando de uno a otro cuando les apetecía. Pararon en todos sus favoritos, se tomaron una bebida tras otra, invitaron a rondas y chupitos a desconocidos simpáticos y bailaron con más de uno. Tommy parecía estar teniendo una noche particularmente difícil para elegir con qué chica se quedaba: estaba teniendo mucho éxito, pero no acababa de decidirse. En más de una ocasión Bruce le oyó mascullar que se parecía demasiado a Tiffany, pero Liam le confesó que también le había oído decir que no se parecía suficiente a ella. No pudo evitar pensar que le estaba bien empleado.
Por otra parte, si bien Liam era más tímido con las chicas esa noche parecía un poco más lanzado, y Rachel, Jane y Kyle parecían estar viviendo la última noche de sus vidas. Su emoción era contagiosa, y hasta Bruce y Danny, normalmente más calmados, se vieron arrastrados a sus ideas y locuras, y a pedir una cerveza tras otra hasta las tantas de la madrugada.
Tal vez serían cerca de las tres de la mañana cuando Bruce se sentó solo a la barra del bar en el que estaban, necesitando un respiro. Por alguna razón (seguramente llamada alcohol) había accedido a bailar, algo a lo que normalmente siempre se negaba. Y había estado en la pista un largo rato antes de llegar a su límite y necesitar sentarse. Pero había dejado al resto de sus compañeros dándolo todo: Jane y Danny bailaban juntas, siendo las personas más felices del mundo, Kyle estaba a su lado bailando tan mal que parecía tener un serio problema de coordinación con sus pies, Liam y Tommy estaban un poco más allá junto a dos chicas que no paraban de reír… Y no veía a Rachel, pero no debía andar muy lejos.
Bruce le pidió un vaso de agua al camarero, que se lo sirvió rápidamente no sin una mirada de extrañeza, y después se giró a mirar a sus compañeros. Se lo estaban pasando tan bien… Y él también, en verdad. Cuando se fuera a los Vultures… Si se iba a los Vultures, iba a echar de menos eso. No sabía cómo era la escena nocturna en Bulgaria, pero fuera como fuera, no iba a tener unos compañeros como ellos.
—¿A dónde te vas? —le preguntó justo en ese momento una voz a su lado.
Sobresaltado, Bruce se giró para encontrarse a Rachel ahí, mirándole fijamente. Acababa de dejar su bebida sobre la barra, se había sentado en el taburete siguiente al suyo y le miraba, esperando a que contestara.
—¿A qué te refieres? —preguntó él a su vez, confuso.
Era imposible que Rachel supiera nada de los Vultures. No se lo había dicho a nadie en Australia, nadie a quien ella pudiera conocer. Y estaba bastante seguro de que Rachel no podía leerle la mente.
Pero ella bufó y dijo:
—Vamos, Vaisey, no me tomes por tonta. Conozco esa mirada. No es la primera vez que la veo, ni es la primera vez que te la veo. Ya hace semanas que tienes esa pinta de nostálgico. Es la cara de alguien que ha fichado por otro equipo. Así que otra vez, ¿por quién has fichado?
Mierda, pensó Bruce. Rachel era demasiado perceptiva, y además, con lo poco sensible que era, no le supondría ningún problema ser una pesada e insistir directamente hasta averiguar lo que quería saber. Y no tenía cerca a Danny o Jane para sugerirle que cambiara de tema… Algo que por otro lado, también era bueno. No quería que Danny supiera nada aún.
—No he fichado por nadie—contestó, lo que era técnicamente cierto.
—Vale—Rachel puso los ojos en blanco un instante—, entonces ¿por quién estás a punto de fichar? ¿Es australiano?
Bruce intentó no dar pistas, pero su rostro debió traicionarlo porque la expresión de Rachel pasó inmediatamente a ser de sorpresa.
—No me digas que te vuelves a Estados Unidos.
Bruce desistió. Era imposible con ella.
—Rachel, por favor—le pidió—. No, no es en Estados Unidos. Pero es un tema complicado. No puedo hablar de ello.
—Así que tienes una cláusula. Con la Eurocopa a punto de empezar… Eso tiene que ser en Europa—Rachel abrió mucho los ojos—. ¿Te vas a Inglaterra?
—No, Inglaterra no. Ni nada del Reino Unido. Pero sí que es en Europa—se rindió—. Pero en serio, Rachel, para. No puedo hablar de ello. No hay nada seguro todavía…
—¿Danny lo sabe?
—Acabo de decirte que nadie puede saber nada.
—Pero Danny no es nadie, Vaisey. Es tu pareja. Tiene que saberlo si vas a irte a Europa.
—Me lo estoy pensando todavía, ¿vale? Aún no es seguro, no he dicho que sí. No quería preocuparla diciéndole que a lo mejor me iba cuando puede que al final se quedara en nada…
—¿Y no te das cuenta de que así has ignorado su opinión completamente? —replicó Rachel con cierta agresividad—Solo consideras tu vida y tu futuro. ¿Y qué pasa si a Danny le pareciera de lo más interesante irse a Europa? Puede que considerara irse contigo, buscar ofertas allí o cualquier otra cosa. Por Merlín, Danny es de las mejores buscadoras del mundo, ofertas no le faltarían. Pero a estas alturas de la temporada y con la Eurocopa entremedias… No solo sería difícil, sino que además demuestra que no has tenido eso como opción en ningún momento.
Avergonzado, Bruce tuvo que admitir que eso era algo en lo que no había pensado en ningún momento. No había cruzado por su cabeza el decírselo a Danny y sugerirle que podría acompañarle, y se preguntó por qué. Tal vez…
—No se me había ocurrido esa opción—admitió Bruce.
Rachel chasqueó la lengua.
—Dime una cosa, Vaisey. ¿Tú la quieres?
Se quedó atónito ante aquella pregunta, que no sabía muy bien cómo responder a Rachel.
—Danny es increíble y la aprecio mucho. Me gusta mucho estar con ella, pero…
—Pero no la quieres—acabó Rachel por él, mirándole con seriedad—. Lo sé. ¿Sabes por qué? Danny no te ha contado lo que me pasó, ¿verdad? No, claro que no, es demasiado buena para ir contando los secretos de otros. ¿Pues quieres saber cuál es la verdadera historia de mi vida? Me enamoré cuando tenía catorce años. Menuda estupidez, pensarás. Todo el mundo se enamora cuando es adolescente. Él era holandés, le conocí cuando iba a visitar a mi madre, era el hijo de los vecinos. Y para no alargarme, te diré que no era el típico amor adolescente en el que te enamoras por culpa de las hormonas de cualquier persona medio atractiva que te preste un poco de atención. No, él y yo éramos perfectos el uno para el otro; era mi alma gemela, hacíamos constantemente planes para irnos a vivir juntos en cuanto nos graduáramos. Aunque claro, vivir a medio mundo de distancia también era difícil y yo todavía era un poco idiota. Nos peleamos varias veces, y a causa de ello incluso rompimos. Fueron los peores meses de mi vida, pero me hizo replantearme muchas cosas, incluido que quería estar con él, pasara lo que pasara. Decidí que se lo contaría todo la próxima vez que nos viéramos, cuando yo fuera a Holanda esas Navidades… ¿Y sabes qué pasó entonces? Murió en un estúpido accidente de tráfico. Teníamos dieciséis años, y no pude decirle que le quería y que haría cualquier cosa en el mundo para estar cerca de él. Es algo de lo que me sigo arrepintiendo cada día. Siempre que estoy aburrida, sin hacer nada, me acuerdo de él y de lo idiota que fui, y de que nunca hice suficiente… Sé que no la quieres, Vaisey. Si lo hicieras, harías todo lo posible para seguir con ella. Habrías pensado en esa posibilidad antes de que hubiera tenido que decírtelo yo.
Bruce se quedó sobrecogido ante la historia de Rachel. No había estado preparado para oír aquello. No se lo esperaba. Y mucho menos en una noche como aquella. No sabía qué decir.
Como no abrió la boca, Rachel se levantó del taburete de un salto y se preparó para alejarse.
—Por favor—saltó Bruce en el último momento—, no le digas nada a Danny. Todavía no hay nada seguro, y decida lo que decida, quiero decírselo yo. No quiero hacerle daño.
Rachel pareció ablandarse un poquito, y le dedicó una sonrisa triste.
—Oh, Vaisey, ¿no recuerdas lo que te dije hace mucho tiempo? Son precisamente las personas que no quieren hacernos daño las que más daño nos hacen.
Despertó tarde al día siguiente, con un dolor de cabeza impresionante. Danny seguía durmiendo profundamente a su lado, también agotada. Había sido una noche larga, y habían caído rendidos en la cama nada más llegar a casa. Danny seguía sin saber nada sobre los Vultures. Bruce había conseguido pasar la noche sin más problemas y sin que Rachel dijera nada, pero sabía que ahora que la temporada había acabado definitivamente Danny querría hablar. Y no sabía qué decirle.
Para empezar, bajó a la cocina y se tomó una poción antirresaca de dos largos tragos, y a continuación se echó en el sofá mientras le hacía efecto. Unos minutos más tarde ya se sentía mucho mejor, aunque tenía otro problema: se había dado cuenta del hambre que tenía.
Rebuscó en la nevera sin saber muy bien qué le apetecía. Ya era mediodía, así que era muy tarde para desayunar… pero tampoco tenía ganas de tomarse la ensalada o el salmón que Nedly había dejado preparados. En realidad, le apetecían cereales. De chocolate. Era muy poco sano, pero ¿qué más daba? La temporada ya había acabado, y ahora tenía unos meses para relajarse y hacer y comer lo que quisiera. Así que sacó la leche y se puso a buscar los cereales.
Se sentó en el sofá con su enorme cuenco de cereales y con el correo enfrente. Estaba el periódico del día, que había encontrado tirado frente a la ventana entreabierta. Estaba un poco estropeado, así que suponía que Warrior se habría cansado de esperar a que alguien le hiciera caso y se las habría ingeniado para quitárselo de encima. La portada decía con letras enormes: "¡DOS SON MEJOR QUE UNO! ¡LOS WARRIORS GANAN TAMBIÉN LA CITOQ!". Una gran foto del equipo celebrando alrededor del trofeo ilustraba la noticia. Y además del periódico, también había una carta con el sello de los Vultures. La abrió primero, para encontrarse con un breve mensaje de felicitación y una citación para reunirse el miércoles por la tarde. El miércoles.
Bruce respiró hondo, se guardó la carta en un bolsillo y volvió al periódico, pasando páginas rápidamente hasta llegar a la sección de deportes y leer qué decían.
—¿No es un poco tarde para estar desayunando?
Cuando Danny apareció en el salón, un buen rato después, ya era realmente tarde. Pero Bruce ya había acabado de desayunar, y solo quedaban los restos del desayuno encima de la mesa junto al periódico, que también había acabado terminado de leer. Levantó la mirada de su agenda, con la cual había estado ocupado hasta ese momento, y se quedó mirando a Danny un segundo más de lo necesario, como siempre le pasaba cuando no se la esperaba.
—Estamos de vacaciones, ¿no? La hora de desayunar puede ser cualquiera—replicó él con buen humor.
—Tienes razón—concedió ella—. Te queda poción para la resaca, ¿verdad? Voy a quitarte un poco. Me va a estallar la cabeza.
Danny se metió en la cocina y regresó un minuto después, dejándose caer a su lado en el sofá y apoyando la cabeza en su hombro.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó con curiosidad.
—Organizarme un poco los próximos meses. No le he prestado mucha atención a la agenda en las últimas semanas, con todo el estrés. La Eurocopa y las bodas son fechas fijas, pero lo demás… Imagínate, tengo tres bodas en tres meses en tres países distintos, y tengo que meter todo lo que quiero hacer entremedias.
—Ya, yo sigo esperando que me digas si me invitas a alguna de esas bodas—comentó Danny. El tono pretendía ser divertido, pero Bruce se tensó de inmediato.
Entendía lo que le estaba sugiriendo Danny. Le estaba preguntando indirectamente si iba a conocer a sus amigos, si la iba a introducir en esa parte de su vida. Era algo normal en cualquier relación que progresara… Y Danny quería saber si eso iba a pasar ya. Había sido muy paciente con él todo ese tiempo, entendiendo que no quería hablar de ello mientras hubiera otras cosas más importantes en el trabajo. Pero ahora que la temporada había acabado, el tiempo de espera se había terminado. Quería respuestas, y por Merlín, Bruce no la culpaba. Era lógico. Solo necesitaba un poquito más de tiempo.
—Voy a ir a visitar a mi madre—dijo Bruce de improviso, levantándose del sofá rápidamente.
—¿Ahora? —preguntó Danny, sorprendida—Vaisey, necesito hablar contigo…
—Lo sé, lo sé, pero es importante. Tiene que ser ahora. Puedes quedarte aquí si quieres, pero creo que volveré tarde. Ya vendré a buscarte a casa.
Volvió a su habitación a vestirse y en cuanto estuvo listo se desapareció directamente de allí, sin pasar a despedirse de Danny. Apareció de nuevo no muy lejos de la casa de su madre, y solo mientras andaba hacia allí se le ocurrió pensar que era una hora extraña para hacer una visita. Era un domingo por la tarde muy pronto. A lo mejor estaban comiendo aún, o tal vez ni siquiera estaban en casa…
Bueno, sí que estaban en casa, eso quedó claro cuando quedó a la vista y se fijó en las ventanas abiertas. En cuanto a la hora… Para eso estaban las madres, ¿no? Para recibir las visitas de sus hijos sin importar la hora que fuera. O eso creía. No sabía muy bien cuál era el papel de una madre, menos aún de la suya.
Llegó a la casa y llamó al timbre sin pensárselo demasiado. De inmediato oyó ruidos, aunque tuvo que esperar un poco hasta que alguien llegó a abrirle. Fue Leonard quien apareció al otro lado de la puerta, con una predecible expresión de sorpresa en la cara.
—¡Bruce! No te esperábamos…
—Ya lo sé—le cortó él—. ¿Está Alexandra en casa? Me gustaría hablar con ella.
Leonard le siguió mirando sorprendido unos instantes más, hasta que empezó a asentir lentamente con la cabeza.
—Claro. Estábamos acabando de comer con unos amigos, pero… Sube al primer piso, la primera puerta a la izquierda es un despacho. Puedes esperar ahí, ahora la aviso.
Bruce obedeció. Entró en la casa y entonces se fijó en que se oían risas, provenientes del patio trasero. Por suerte, la escalera estaba mucho antes, y subió al piso de arriba y abrió la puerta del despacho. Era una habitación pequeña, un poco oscura, con las cortinas corridas. Las descorrió y la luz iluminó la estancia, revelando un despacho simple con un par de estanterías llenas de libros. Los investigó rápidamente, pero descubrió que eran todo aburridos tratados de leyes y derechos. Examinando la mesa vio dos fotografías: una de ellas mostraba a Leonard con su madre, tal vez unos años atrás; en la otra, mucho más vieja, estaba un joven Leonard en el centro con un niño y una niña a cada lado. De repente, se le ocurrió algo en lo que no había pensado nunca. ¿Tenía Leonard hijos? ¿Tenía hermanastros? Estaba seguro de que su madre no había vuelto a tener hijos; lo habría mencionado. Pero si Leonard tenía hijos de una relación anterior…
Su madre eligió ese preciso momento para entrar en el despacho, cerrar la puerta tras ella y mirarle con la misma sorpresa que había mostrado Leonard.
—¿Tiene Leonard hijos? —preguntó entonces Bruce, señalándole la fotografía.
—¿Qué…?—musitó ella, confundida, hasta que se fijó en la imagen—Sí, Leo y Lyra, de su exmujer. Son mayores que tú. Pero no has venido a preguntar eso, ¿no? ¿Ha pasado algo importante?
—Sí—asintió Bruce—, o tal vez no. Eres la persona más egoísta que conozco, a lo mejor las cosas importantes para mí te dan igual.
Su madre hizo una mueca, herida, y Bruce se sintió un idiota culpable de golpe. Había ido ahí para pedir consejo, no para hacerla sentir mal. Esa no era ni de lejos la mejor forma de empezar.
—Lo siento. No quería decir eso. He tenido unas semanas… En realidad, he venido a pedirte consejo. No sé si servirá de algo, pero he creído que valía la pena intentarlo.
Su madre suspiró, se pasó una mano por los ojos y asintió mientras tomaba asiento en una de las dos sillas del despacho.
—Tranquilo, Bruce, te entiendo. Supongo que me lo he buscado yo… Cuéntame qué te pasa, haré lo que esté en mi mano para ayudarte.
Y Bruce se lo contó todo.
Cuando terminó de hablar, el silencio inundó el pequeño despacho. Bruce se quedó observando sus manos, apoyadas sobre la mesa, mientras de reojo veía como su madre tenía gesto de concentración y de estar pensando.
—¿Cuánto tiempo llevas saliendo con esta chica? —acabó preguntándole ella.
—Cinco meses en serio—respondió rápidamente, y Alexandra asintió con la cabeza.
—No es demasiado tiempo. Tal vez demasiado pronto para saber si realmente la quieres o no. Es pronto para saber si te vale la pena cambiar los planes de toda tu vida por ella. Es entendible que no quieras arriesgarte sin estar seguro de qué habrá entre vosotros dentro de unos meses, o un año, o a largo plazo. Por el otro lado, tienes un camino que te conducirá a lo que siempre has querido…—su madre suspiró de nuevo—. Me gustaría poderte dar una respuesta clara, pero me temo que no la tengo, Bruce. Solo tú la sabes. Tienes que hablar contigo mismo y aclarar qué es lo que más quieres. ¿Crees que podrías ser feliz renunciando a tus antiguos sueños y apostando por una vida diferente con ella? ¿O no sería suficiente?
—No lo sé—confesó Bruce, abatido—. ¿Qué harías tú?
—Tampoco lo sé, Bruce. No sé qué es lo que sientes, ni cómo eres cuando estás con ella… No puedo ayudarte más. Es tu momento de decidir. Tómate un tiempo para ti mismo, a solas y sin hacer nada más, y piensa en ello.
Se quedaron en silencio otra vez, pensando en las palabras dichas. Su madre tenía razón. No podía pedirle que decidiera por él. Era su vida. Su decisión. Sin embargo, Alexandra sí que le había ayudado. Le había dado una pregunta más concreta que "¿qué es lo que quieres?" para responder. Ahora solo necesitaba pensar en ella.
—Gracias—dijo finalmente Bruce—. Creo que ya sé qué tengo que hacer. Necesito estar a solas.
Su madre asintió.
—Claro. Bruce, quiero que sepas que, decidas lo que decidas, lo único que quiero es que seas feliz. No soy una buena madre, pero eres mi hijo y quiero lo mejor para ti.
Un silencio siguió a aquella declaración, que duró hasta que su madre se levantó súbitamente y le abrazó con fuerza. Bruce se dejó hacer. Era raro. Se sentía… agradable. Cómodo. Aquello duró unos segundos más, hasta que su madre se separó de él con una media sonrisa.
—¿Me contarás qué decides?
—Te escribiré—prometió Bruce.
La sonrisa de su madre se ensanchó un poco.
—Gracias, Bruce. ¿Podría pedirte una cosa más?
—¿El qué?
—Cuando vuelvas a ver a tu padre… Por favor, no le digas que estoy aquí. Algún día tendré el valor suficiente para decírselo yo misma, pero hasta entonces, no le digas nada.
Bruce dudó. La relación con su padre tampoco era la mejor, pero ocultarle que había encontrado a su madre no le parecía correcto. Pero tampoco quería decirle aquello a su madre después de aquel momento.
—De acuerdo. No se lo diré—dijo Bruce. Probablemente era una mentira. Ya se vería.
Pero eso satisfizo a su madre, y cuando se marchó de la casa la vio sonreír desde el marco de la puerta. Se apareció en su casa, que gracias a Merlín estaba vacía.
Lo necesitaba.
¿Qué era lo que le haría feliz?
Desde el momento en el que Bruce había decidido que quería dedicarse al quidditch profesionalmente, había sabido que querría jugar en Inglaterra (o en cualquier lugar de Reino Unido o Irlanda; no importaba mientras pudiera vivir en Inglaterra). Sabía que había grandes equipos más allá de sus fronteras, muchos retos y muchas cosas por hacer, pero él solo quería jugar en su tierra. ¿Y por qué? No sabía la verdadera respuesta, solo que siempre había sido así. Siempre había querido triunfar en su hogar. Sí, el conseguir grandes logros en el extranjero era increíble, pero en realidad, eran solo pasos necesarios para conseguir volver al Reino Unido.
Una parte de aquella fijación era Eve. Al principio de su carrera, había querido volver a su país para poder estar cerca de ella, para poder retomar aquella relación que la distancia había obligado a romper. Aquello había sido al principio. Ahora… Hacía mucho tiempo que no la veía. Él había cambiado, y seguro que ella también. No eran los mismos adolescentes enamorados de hacía años, y no podía permitirse basar las decisiones sobre su carrera en una chica a la que hacía tanto tiempo que no veía y que probablemente estuviera rehaciendo su vida sin él.
Y sin embargo… Aunque ya no era su máxima prioridad, mentiría si dijera que sus ganas de volver a Inglaterra no tenían nada que ver con estar cerca de ella. Había querido a Eve más que a nadie que hubiera conocido. Había intentado olvidar sus sentimientos, de todo corazón. Pero por mucho que lo hubiera intentado, no había tenido éxito. No había encontrado a nadie que le hiciera sentir lo mismo que ella. Sabía que para cuando Bruce pudiera volver a instalarse en Reino Unido ya sería demasiado tarde para retomar su relación; habían pasado demasiadas cosas entremedias. Sin embargo, si la tuviera cerca, si no estuviera con otro, si estuviera dispuesta a intentarlo… Podría pedirle una oportunidad para empezar otra vez de cero.
Sabía que estaba siendo injusto con Danny pensando así en Eve, pero ¿qué podía hacer? No podía controlar lo que pensaba o sentía. Y Danny era increíble: era preciosa, una jugadora de quidditch impresionante, buena, dulce, cariñosa, detallista… Pero una cosa era cierta: no la quería. Le gustaba mucho, la apreciaba muchísimo, le tenía mucho cariño, disfrutaba pasando tiempo con ella… Pero no la quería, o al menos, no como se suponía que tenía que querer a una pareja. Era fantástica, pero jamás había sentido con ella la conexión que había sentido con Eve. Y sí, era verdad que a lo mejor era muy pronto aún, que necesitaba más tiempo para desarrollar sus sentimientos… Pero a pesar de eso, en lo más hondo de sí mismo tenía la sensación inequívoca de que daba igual el tiempo que pudiera pasar con ella; su subconsciente sabía que había una barrera que jamás llegaría a traspasar.
¿Podría ser feliz si la eligiera a ella y se quedara en Australia? Podría tener una gran carrera ahí. Su comienzo en los Warriors había sido excelente, y con su compromiso podría continuar con la senda ganadora por mucho tiempo; o en todo caso, siempre podría ofrecerse a algún otro equipo australiano. Los túneles evanescentes hacían que el transporte fuera muy sencillo a pesar de tratarse de un país tan grande. Y aunque echara de menos esa chispa de conexión en su relación con Danny, podía aprender a quererla. Todavía podían tener mucho tiempo por delante. La apreciaba y estaba bien con ella. A largo plazo, estaría a gusto y satisfecho. Pero, ¿sería aquello suficiente? ¿Podría ser verdaderamente feliz con una vida así? ¿Conformándose con sentirse bien en una relación, aún sabiendo que podía sentirse mejor que eso?
No. La respuesta era no. Podría estar bien al principio, pero en el fondo de su mente siempre habría una cierta sensación de resignación y culpa, por haberse conformado a no ser todo lo feliz que sabía que podía llegar a ser.
Y no solo era por Eve. No, había otra razón por la que siempre había querido triunfar en Reino Unido, incluso antes de empezar a salir con ella.
Quería demostrarle al mundo que estaba equivocado. Quería mostrarles a todos aquellos que le juzgaban sin conocerle que se equivocaban. Quería declarar que la Casa a la que uno pertenecía no le definía, sino que solo era una parte de ellos. Había Slytherins malvados, pero ser Slytherin no era ser malo. Un Slytherin podía ser, al igual que el resto de personas, cualquier cosa: incluyendo estrella del quidditch. No todos los Slytherins tenían que vivir en las sombras por culpa de lo que algunos de los suyos habían hecho. No, los suyos también podían ser estrellas, modelos de referencia, personas admirables.
Necesitaba probarle a la sociedad que estaba equivocada. Más que eso, necesitaba probarse a sí mismo que tenía razón creyendo que los prejuicios de la gente eran estúpidos. Se lo debía a sí mismo… y al resto de Slytherins que no habían hecho nada malo, solo acabar en la Casa equivocada.
El amor era importante, sí, pero no era algo seguro. Pero sus convicciones… Ah, eso sí que era definitivo. No conseguiría arreglar nada de lo que creía que estaba mal quedándose en Australia. Y no podría llegar a ser feliz jamás si, al menos, no intentaba cambiar las cosas.
Y por eso iba a aceptar la oferta de los Vratsa Vultures.
Lo peor de todo fue que tener las cosas tan claras, por fin, no hizo que la conversación que tuvo con Danny esa noche fuera menos dolorosa.
Se lo contó prácticamente todo, excepto el nombre del equipo. Solo le dijo que era búlgaro. Le explicó que no se había esperado recibir una oferta de Europa, por eso siempre le había dicho que no pensaba marcharse, pero que eso había cambiado las cosas. Era demasiado bueno para rechazarlo.
Todavía más duro fue decirle que no había querido contarle nada porque no quería que pensara en cómo arreglárselas para una relación a distancia o una posible mudanza. Que no creía que lo suyo tuviera futuro a largo plazo.
—Por eso nunca quisiste planear nada conmigo—dijo Danny después de un largo silencio. Su dolor se reflejaba en todo: su voz, sus ojos, su postura—. Ni vacaciones, ni conocer amigos ni familia, ni nada más allá de un par de semanas. Por eso nunca dijiste que me querías.
—Danny…
—Nunca me has querido, ¿verdad?
Suspiró. No quería mentir, pero tampoco hacerle más daño aún.
—Eres una persona importantísima para mí, y te tengo mucho cariño… Pero sé lo que se siente al estar enamorado, y no es esto.
Danny le miró con los ojos anegados en lágrimas.
—¿Qué es lo que he hecho mal?
—¿Qué? ¡Nada! Solo es… No es culpa tuya. Simplemente… No puedo corresponderte. Lo siento.
Danny soltó el primer sollozo, y Bruce se sintió todavía más como un idiota sin corazón.
—Vete, por favor.
No necesitaba que se lo dijeran dos veces, y se dirigió a la puerta del apartamento de Danny, para irse como una persona normal. Sin embargo, sintió que debía decir una última cosa:
—Lo siento mucho de verdad. Nunca quise hacerte daño. Espero que el día que encuentres a alguien que te quiera como te mereces, puedas entenderme. Adiós, Danny. Cuídate.
El miércoles a las cuatro de la tarde Bruce firmaba frente a Vasil Asenov los pergaminos que le convertirían en jugador de los Vratsa Vultures por al menos una temporada. Asenov estaba radiante, y no paraba de hacer comentarios sobre todas las cosas que tendría que poner en marcha para ir preparando su llegada a Bulgaria y lo emocionante que iba a ser la siguiente temporada. Bruce, aunque en los últimos días había tenido algunas dudas sobre si había escogido bien, vio como todas estas desaparecían al tener el contrato enfrente, sustituidas por un hormigueo de excitación en todo su cuerpo.
Firmó por última vez, y la tinta brilló intensamente antes de secarse sobre el pergamino. Asenov le dedicó otra enorme sonrisa y Bruce se la devolvió, ya más confiado.
Era jugador de los Vratsa Vultures. Bulgaria le esperaba.
¡Hola a todos!
Y con esto terminamos la temporada de Bruce en Australia. Ha sido una temporada llena de altibajos, y como no podía ser menos, ha terminado igual. Hemos visto las últimas apariciones de algunos compañeros de equipo y hemos averiguado qué se ocultaba en el pasado de Rachel; también hemos vivido una épica final de quidditch, ¡que los Warriors han ganado! Y para terminar, Bruce ha tenido que enfrentarse a lo que llevaba tanto tiempo posponiendo: la decisión sobre su futuro, qué es lo que realmente quiere, y cómo afecta eso a la vida que tiene en estos momentos... Y no es un proceso sencillo. Pero al final, acaba comprendiendo que aunque ahora es feliz, renunciar a lo que siempre ha querido por lo que tiene ahora a la larga no sería suficiente. Es una decisión difícil, pero la vida a veces es así, y hay que tomar decisiones difíciles. ¿Podría haberlo hecho mejor y haberse portado mejor con Danny? Diría que eso queda a la opinión personal de cada uno, ya que la posición en la que estaba Bruce no era fácil, pero personalmente, creo que podría haberlo afrontado de una forma más madura en lugar de rehuir el tema hasta que ya no podía más. Pero Bruce no es perfecto, y no es precisamente conocido por su valor; pero al fin y al cabo, cometer errores y aprender de ellos es parte de crecer. ¿Qué opinión tenéis al respecto? ¡Si queréis comentar vuestras impresiones, ya sabéis cómo dejar un review justo aquí abajo!
Por lo demás, como siempre, gracias por leer hasta aquí. La semana que viene nos despediremos de Australia definitivamente y empezaremos con las ansiadas vacaciones de verano... ¡en preparación para el traslado a Bulgaria!
¡Nos leemos pronto!
