CVI.
Su cuerpo era todo curvas y suavidad y mientras sus labios bailaban a un mismo son, InuYasha se encontró haciéndola caminar hacia atrás hasta que la espalda de ella tocó la pared, siempre teniendo cuidado de no ejercer mucha presión para no lastimarla. El gemido femenino que murió en sus labios despertó la parte animal que se había obligado a esconder todo este tiempo y un rugido bajo escapó de su boca.
—InuYasha— suspiró Kagome con la respiración agitada cuando tuvieron que separarse por culpa del aire.
Llevaba mucho tiempo sin saborearla de esa manera- sin dejarse llevar, sin no sentir la agonía y el miedo a perderla presionando su pecho- que un simple beso hacía que su cabeza diera vueltas…
Sin embargo, él necesitaba más de ella, mucho más; un simple beso no le bastaba. La instó a inclinar la cabeza hacia atrás y rozó la piel expuesta de su cuello, marcándola con sus besos. Cuando llegó a la zona donde sus venas latían, frenéticas, InuYasha sintió sus colmillos más cortantes de lo normal.
Hazlo. Hazlo ahora. Está despistada. ¡Hazlo!, le ordenaba su cabeza. Cuando se quiso dar cuenta, había abierto la boca y estaba chupando parte de su apetecible piel mientras que Kagome se derretía en sus brazos, murmurando algunas palabras incoherentes.
En un pequeño momento de lucidez, InuYasha gruñó y de un movimiento súbito se apartó, dejando la suficiente distancia entre sus cuerpos.
—¡Cállate! — gritó sacudiendo la cabeza— ¡Déjame en paz! ¡Todavía no es el momento!
—¿InuYasha? — inquirió ella con voz frágil.
El mencionado alzó la mirada y se encontró con una Kagome con la respiración alterada, apoyada en la pared y el rostro febril. Su cuerpo entero pulsó por volver a ella y no soltarla en la vida porque jamás había visto algo tan exquisito como lo que tenía frente así, pero ella… ella no se merecía que un animal como él…
—Lo siento— murmuró avergonzado, dando otro paso atrás— No sé qué… no puedo… Yo no…
Vio en la mirada de ella la intención de acercarse y su cuerpo se tensó.
—Quédate ahí— levantó una mano en un vasto intento de resistirse— No te acerques, por favor.
Los ojos de ella se oscurecieron y creyó verla tragar saliva, como si se estuviera preparando para algo muy importante. Entonces, dio un paso hacia él y aunque InuYasha quería escapar, tenía el cuerpo paralizado.
—Kagome…— gimió compungido.
—No voy a irme, InuYasha— respondió ella, turbada y nerviosa, dando otro más— No quiero irme.
Sabía que debía ser él el que lo hiciera, pero sus pies se habían anclado al suelo y no podía más que observar el sinuoso cuerpo de su pequeña acercarse a él como lo haría un marinero condenado al patíbulo.
Las manos de ella acunaron su rostro y con solo ese simple gesto, la sangre de él volvió a arder y la voz apareció con más fuerza en su cabeza.
Hazla mía. ¡Márcala!
—¿Por qué huyes? — unió sus frentes, sus respiraciones erráticas mezclándose en los centímetros que los separaban.
En el silencio del lugar, tan solo se escuchaba el sonido frenético de sus corazones.
—Yo… no…
¿Qué decirle que ella no supiera? Sus ojos debían decirle todo. Ella lo conocía como la palma de su mano y cualquier cosa que pudiera escapar de sus labios no sería más que una excusa tonta y pobre.
¿Por qué huía? Por terror. El más puro y absoluto terror a perderla, a que todo fuera un sueño.
A que -ella, él- no estuvieran preparados.
—InuYasha, eres mío y yo soy tuya, ¿lo recuerdas? No te apartes de mi lado, no me dejes, por favor— susurró adentrándose en la profundidad de sus ojos ónice— Ya no. Después todo lo que hemos pasado, de lo que hemos sufrido para llegar aquí… Te necesito…
—Kagome… pequeña…
Pero cualquier cosa que fuera a decir quedó reducida a la nada cuando sintió los brazos de ella rodearle el cuello. InuYasha apretó sus manos a ambos lados hasta que sus nudillos se volvieron blanco por tratar de combatir el deseo que a duras penas podía contener.
—Me lo dijiste una vez— dijo encima de sus labios—: cuando llegue el momento, lo sabremos. Yo lo sé, y tú también, InuYasha. Hazme tuya. Muérdeme. Márcame como tu hembra. Te necesito.
El más mínimo resquicio de voluntad que pudo haber quedado en él se esfumó en el aire cuando le escuchó decir esas cosas, y con un rugido que nació desde lo más profundo de su pecho, se apoderó de sus labios con el propósito de robarle el aliento, el alma y cualquier cosa que ella quisiera darle. Kagome gimió con aprobación y se apretó aún más contra él odiando cada centímetro que los separaban.
Se perdieron el uno en el otro. De pronto, el mundo a su alrededor se había detenido y ellos solamente podían sentir al otro, solo podían pensar en lo bien que se sentían sus besos, sus manos y su boca por todos lados. Kagome jamás había experimentado nada como esto y su mente se había ido a la deriva en el momento que sintió los dedos de él acariciar el filo de kesode, pasional e inseguro.
—Tócame— susurro con fervor, aunque fue ella la que se desató el cinturón que lo mantenía sujeto.
Sus ojos se habían vuelto negros y opacos en el momento que, suavemente, saboreando cada segundo, InuYasha fue quitándole la tela, dejando su piel suave y cremosa expuesta. Era bellísima, una dulce ninfa que conducía al pecado y el deseo sin proponérselo siquiera. Era Kagome, su Kagome.
Era su hembra.
—Eres…—exhaló con voz grave; pero no terminó, no sabía qué podía expresar todo lo que esta
—Tuya— respondió ella, atrayendo la boca de él a la suya porque solo sentirlo parecía ser el único remedio contra los nervios que estaba sintiendo.
—Mía— rugió él, y las cadenas que lo retenían en su subconsciente se soltaron.
Palabras: 987
