CVIII.

Kagome despertó con la sensación de unos dedos acariciándole el mentón y la clavícula. Sintió sus vellos ponerse de punta y luchó contra el deseo que gemir que la inundó repentinamente. No quería hacer desaparecer el apacible ambiente que se había instalado a su alrededor.

Unos labios se posaron en la piel desnuda de su hombro.

—¿Cómo estás?

No preguntó cómo sabía que había despertado.

—Dormida, seguro. Tanta calma me resulta extraña— murmuró.

La risa de él calentó su pecho y partes que, ahora que lo pensaba bien, no dejaban de punzar, algo que nunca antes había sentido.

—¿Estás…?— calló y si no fuera porque Kagome aún seguía con los ojos cerrado, los hubiera puesto en blanco. Sí, el rubor de sus mejillas dio buena cuenta de que sabía a lo que se refería.

—Un poco— respondió con voz queda.

Sintió los brazos de él rodearla con fuerza para acortar la distancia que los separaba y no fue hasta ese momento que no advirtió de la tela que estaba cubriéndole el cuerpo. Así como también de la calidez que provenía del frente de ella. Francamente curiosa, entreabrió los ojos y descubrió que delante de ella estaban los restos de una pequeña fogata que aún estaba consumiéndose.

Parpadeó. ¿En qué momento…?

Decidió que era mejor no preguntar. Seguro que si sacaba el tema, InuYasha de alguna manera le echaría en cara lo fácil que había caído dormida.

Fuera, parecía que había dejado de llover. O, al menos, la tormenta ha amainado.

Kagome sintió unas manos cogerle el mentón para girarle el rostro. Marrón y dorado se encontraron, y en sus ojos ella encontró ternura, amor, así como también inquietud y preocupación.

—¿Cómo te sientes? — preguntó, pasando a acariciarle la clavícula.

—Ya te he dicho, me duel- Ah, te refieres…—se detuvo, pensativa— No sé, ¿debería sentir algo?

El ceño de InuYasha se frunció ligeramente.

—Nunca he conocido a nadie que… ni tampoco yo… así que no sé…

Kagome lo calló con un beso; una sonrisa enternecida y coqueta bailaba en sus labios.

—Me siento bien. Muy bien, en realidad. ¿Pensaba que iba a salir huyendo después de que me salieran dos cabezas más?

La sonrisa rompió un poco el semblante preocupado de él, quién puso los ojos en blanco.

—Claro que no. Pero tú… eres… pura, y te he inyectado parte demoníaca, ¿de verdad que no te sientes mal? ¿Un poco… diferente? Mierda, hasta ahora no me he dado cuenta de las implicaciones que esto puede tener y…

—InuYasha, para. Detente, por favor— sonrió con cariño, tapándole la boca con sus manos— Te lo prometo, estoy bien. No siento nada raro. Solo estoy cansada, pero eso es normal… ¿no?

InuYasha siguió observando su expresión un poco ansioso, esperando encontrar cualquier gesto que desmintiera sus palabras, pero cuando no encontró nada de eso, en sus labios se mostró la sonrisa más satisfecha y engreída que jamás le había visto.

—¿Lo suficiente cansada? — murmuró inclinándose sobre ella.

Las manos de Kagome se movieron sola por el pecho de él y sonrió tímida cuando sintió la respiración masculina entrecortarse.

—Podemos probar…—respondió ella, y volvieron a perderse el uno en otro.

·

—¿Qué estás buscando?

—La marca. No la siento— murmuró Kagome, tocando distraídamente su clavícula. InuYasha guio sus dedos hasta que notó las dos hendiduras, cerca de su quijada. Se quedó tocándolas con suavidad, rememorando el momento y lo plena que se había sentido mientras que InuYasha la hacía suya en todos los sentidos— Pensé… pensé que sería más doloroso— se mordió el labio inferior, sintiendo sus mejillas sonrojarse.

—Me alegro por ello, suficiente tuviste— respondió él, también pasando sus dedos por la marca, sintiéndose como el bastardo más afortunado del universo; después, se enrolló uno de sus mechones en el dedo y lo acercó a él para olerlo, perderse en su aroma por completo.

—¿InuYasha? — inquirió ella, cuando lo sintió tensarse con los ojos como plato.

Como respuesta, él volvió a llevarse el mechón de cabello al rostro.

—Este olor…— dijo, con la cabeza a muchísima distancia de la realidad.

—¿Qué pasa? ¿Qué estás pensando? — acunó sus mejillas para hacer que sus miradas se encontrasen.

—Hay algo raro en él… No sé cómo explicarlo. Eres tú, tu olor de siempre y que tan loco me vuelve, pero también… tiene unos matices que me recuerdan…—sus ojos se oscurecieron y su expresión se llenó de dolor, un dolor tan profundo que incluso Kagome sintió un pinchazo directo en su corazón— Me recordó a cuando te olí, te vi… cuando tú estabas… cuando tú no estabas.

Kagome supo a qué refería: a cuando ella consiguió traerle de vuelta frente a Goshinki o cuando se había interpuesto entre él y la espada que blandía Sesshomaru.

Cuando él fue capaz, por un pequeño instante, traspasar las tretas de los demonios del inframundo y…

—¿Qué crees que eso significa? — preguntó mordiéndose el labio inferior.

Habían hablado del tiempo que había estado… separados, de cómo lo había vivido cada uno, pero nunca se habían parado a pensar el motivo de por qué ocurrió eso que hizo que InuYasha no cayera en el abismo y traspasara la línea de la cordura.

—No lo sé. Pero en ese momento— calló, pensativo, jugueteando con el cabello de ella—, yo estaba por convertirme en demonio. Si no fuera por ti… yo… A lo mejor mi parte demoníaca, más sensible, pudo reconocerte como su compañera perdida. Y ahora que te he marcado como mía, incluso como medio demonio, siendo alguien incompleto, puedo darme cuenta.

—InuYasha…— murmuró en un frágil hilo de voz.

—A lo mejor por eso no caí en la desesperación, porque inconscientemente sabía que tú estabas a mi lado. Que no todo estaba perdido— acercó sus rostros hasta que quedaron a un palmo y quitó tiernamente las lágrimas que se le habían escapado.

—Estoy aquí— le sonrió ella con suavidad.

—Estás aquí, en mis brazos, donde siempre has pertenecido.

Y donde siempre, pasara lo que pasase, habría un lugar para ella.

Palabra: 999


Ay, que la cosa se nos acaban... que los cabos sueltos se van descubriendo.. que ellos son más bonitos que nunca... ay... ¿estáis preparados? Porque yo no..