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Condonar (v.): Perdonar, tolerar o pasar por alto las faltas morales o legales de otros, en tanto el resultado de ello parece moral o legalmente aceptable. Un jefe puede pasar por alto que un empleado cobre de más a algún cliente, o un oficial de policía puede mirar hacia otro lado cuando alguien utiliza la violencia para resolver un problema.

SAKURA

Me senté en el fondo de la sala, viendo cómo Madara se derrumbaba en el estrado dos veces, en el momento en que la defensa mencionó a propósito a Kaori para hacerle perder la compostura.

Sin embargo, cuando vi aquel sufrimiento en sus ojos al escuchar su nombre, sentí su dolor.

Mantuve la cabeza gacha durante el tiempo que duró su testimonio para que nuestros ojos no se encontraran y no supiera que había estado allí, y luego, cuando el juez pidió un breve receso, salí de la sala.

Los periodistas hablaban por lo bajo en el pasillo, esperando que Madara no hubiera leído los artículos que habían escrito sobre él años atrás, y de repente empezaron a gritar.

—¡Señor Ōtsutsuki! ¡Señor Ōtsutsuki! —Empezaron a perseguirlo en cuanto salió de la sala—. ¡Señor Ōtsutsuki! Se detuvo y los miró.

—Soy el señor Uchiha.

—¿Cómo se siente estando a punto de enviar a su antiguo socio y amigo a la cárcel?

—Eso lo ha hecho él solo —respondió.

—¿Tiene intención de volver a ponerse en contacto con él mientras está entre rejas?

Ignoró esa pregunta con una mirada indiferente.

—Hace años que limpió su nombre y, sin embargo, se marchó de Nueva York —preguntó otra voz—.Ahora que todo ha quedado claro, ¿existe alguna posibilidad de que regrese y reabra su antiguo bufete?

—Estoy a punto de pasar la última hora en esta ciudad mientras voy camino del aeropuerto —dijo, poniéndose unas gafas de sol.

La multitud de periodistas lo siguió fuera del edificio, pero él se metió en un coche sin volver a mirarlos.

Saqué el móvil con un suspiro y volví a leer los mensajes que me había enviado esta mañana, lamentando no haberle respondido.

Asunto: Nueva York.
Me gustaría verte una última vez antes de marcharme. ¿Puedo recogerte para desayunar?
Madara.
P. D.: De verdad, iba a contártelo todo esa noche.

Asunto: Tu coño.
En realidad este mensaje no es sobre tu coño (aunque, ya que estamos, encabeza mis cosas favoritas).
Ven a desayunar conmigo. Estoy delante de tu puerta.
Madara.

Mientras releía ese correo, apareció otro en mi pantalla.

Asunto: Adiós.

Sabía que no responder era muy inmaduro por mi parte, que era culpa mía que no lo hubiera visto antes de irse, pero pensaba que él podía haberse esforzado un poco más. Todavía pensaba que se había equivocado al no abrirse conmigo cuando debía haberlo hecho.

Al salir del juzgado me fui a casa pensando en todas las verdades a medias y mentiras que habían ensuciado nuestra relación. Gen. Su esposa. Mi nombre real. El suyo.

La habíamos construido sobre mentiras.

Dejé que las lágrimas rodaran libremente por mi cara mientras abría la puerta de casa, preparada para meterme en la ducha y abandonarme al llanto hasta que no pudiera llorar más, pero Madara estaba en medio del salón.

—Hola, Sakura —dijo mirándome.

—El allanamiento de morada es un crimen. —Crucé los brazos—. ¿No deberías saberlo?

No dijo nada, se limitó a seguir mirándome de arriba abajo.

—¿No vas a perder tu vuelo? —pregunté con la voz rota—. ¿No deberías de estar pasando tu última hora en Nueva York camino del aeropuerto?

—Me he dado cuenta de que tengo algo que decirte.

—¿Algún otro nombre falso del que quieras informarme? ¿Otra identidad secreta que desees...?

—Basta. —Dio un paso más, y otro, obligándome a retroceder hasta la pared mientras me miraba a los ojos—. Necesito que me escuches, Sakura. Solo eso, que me escuches.

Traté de alejarme de él, pero me sujetó las manos y me las subió por encima de la cabeza. Luego usó las caderas para inmovilizarme.

—Te guste o no, vas a quedarte aquí y a escucharme durante los próximos cinco minutos —dijo con acalorada rapidez—. Ya que te interesa tanto saber la verdad, te voy a decir la puta verdad...

Intenté hablar, pero se inclinó y me mordió los labios con fuerza.

—Me gustabas cuando eras Gen y yo Thoreau, cuando pasábamos la noche hablando sobre tus ridículos trabajos de la universidad y de mi bufete... Me gustabas incluso después de mentir y de que descubriera quién eras en esa puta entrevista... Me gustabas... —Apretó mis muñecas con más fuerza—. Y a pesar de que sabía que no debería ir a tu apartamento aquel día, fui y te follé... Después de eso, todavía me gustaste más.

—¿Estás hablando en serio?

—Jodidamente en serio. —Me miró y me mordió de nuevo los labios, mandándome callar—. No quería que me gustaras, Sakura. Se suponía que no debía suceder nada así y no quería que pasara, pero después de que ocurrió, solo podía pensar en ti. En ti y en tu boca de listilla, y en que todas tus mentiras quizá no eran tan malas después de todo.

—¿Y qué pasa con tus mentiras? ¿Todavía te consideras superior moralmente? Eso es...

—Cállate —ordenó—, y déjame acabar.

Tragué saliva mientras él me miraba durante unos segundos antes de seguir.

—Sí, te oculté que estaba casado y, aunque no fue intencionadamente, es una mentira.

—Una mentira enorme.

—Sakura... —Me sujetó con más fuerza—. Hacía mucho tiempo que no pensaba en Mei... Por el contrario, he pensado en ti cada día desde que te marchaste.

—No, no lo has hecho.

—Claro que sí. —Me miró directamente a los ojos—. Acudí a tus clases de ballet dos veces por semana con la esperanza de verte, de tratar de hablar contigo y pedirte disculpas... Te envié regalos a tu apartamento. Incluso me acerqué por allí un par de veces, pero fue antes de enterarme de que te habías mudado.

—Solo dices todo esto para que me acueste contigo. —Negué y volví la cabeza hacia un lado, pero me obligó a mirarlo de nuevo.

—Estoy diciéndote todo esto porque te amo.

Jadeé. Se me llenaron los ojos de lágrimas.

—Te amo, ¿me has oído, Sakura? —repitió, limpiándome la cara—. Y voy a hacer lo que sea necesario para demostrártelo. —Me rozó los labios con los suyos—. ¿Sigues amándome?

—No, no... De ninguna mane... —Sentí su boca contra la mía, silenciándome.

No quería besarlo, quería empujarlo y decirle que se fuera, pero abrí la boca y permití que deslizara la lengua en el interior.

Liberó mis manos lentamente para cerrar los brazos alrededor de mi cintura mientras seguía manteniendo los labios pegados a los míos. No me dio oportunidad de hablar, de respirar. Solo me besó de forma salvaje hasta que no pude soportarlo más.

—Si eres capaz de decir sinceramente que ya no me amas —susurró, alejándose de mí—, te dejaré en paz.

—¿Y si no puedo? —pregunté jadeante.

—Si no puedes, me dirás dónde está tu habitación para que tú y yo podamos redescubrirnos.

—¿Redescubrirnos? —gemí mientras ahuecaba las manos sobre mis nalgas—. ¿Estás hablando en clave?

—La clave es follar.

—¿Te mataría decir «hacer el amor» aunque solo fuera una vez?

—Eso depende de si me amas o no.

Silencio.

Noté sus dedos en la cremallera de la parte posterior de la falda, tirando de ella con suavidad mientras me miraba a los ojos.

—Te odio —solté, haciendo que arqueara una ceja—. Como hayas dicho todo eso solo para que me haga ilusiones, no te lo perdonaré nunca.

—No será necesario... —Me besó con suavidad—. Y es cierta cada palabra que he dicho. —Me bajó la cremallera—. Necesito saber si todavía me amas o no porque... —Dejó de hablar.

Mi falda formó un charco en el suelo mientras él tiraba de mi tanga hasta que se rompió.

—Sakura, dímelo... Dímelo ahora mismo.

Ahogué un grito cuando deslizó un dedo en mi interior, gimiendo al ver lo mojada que estaba.

—Sí...

—¿Sí? —Movió el dedo adentro y afuera—. Sí, ¿qué?

—Sí... —Hice una pausa mientras me besaba los labios—. Sí, todavía te amo.

—¿Dónde está tu habitación?

Miré hacia la izquierda y, de inmediato me arrastró por el pasillo, cerrando la puerta a nuestra espalda. No me dio opción a desnudarlo. Sentí sus manos por todas partes, desabrochándome la blusa, rasgándome el sujetador, acariciándome los pechos.

Me incliné hacia delante para desabrocharle el pantalón y bajárselo. Luego me lanzó sobre la cama y se puso encima de mí.

Separé las piernas bajo su cuerpo al tiempo que arqueaba las caderas para que me penetrara, pero no lo hizo. En vez de eso, me besó el cuello, susurrando lo mucho que me había echado de menos, lo mucho que me necesitaba.

—Madara... —Sentí su polla contra el muslo.

Movió lentamente la boca por mi pecho, rodeándome los pezones con la lengua mientras me acariciaba los senos. Bajó la boca por mi torso, besando la piel que encontraba a su paso hasta la unión entre mis muslos.

Cerré los ojos cuando apretó la lengua contra mi clítoris, cuando empezó a juguetear trazando lentos y sensuales círculos.

—Ahhh... —Traté de cerrar las piernas, pero las empujó contra el colchón y me miró.

—Sakura... —dijo en voz baja.

—¿Qué?

Rodeó el clítoris con el pulgar, haciendo que se inflamara de placer.

—Dime que soy el dueño de esto.

Cerré los ojos de nuevo cuando incrementó la presión, frotando el pulgar una y otra vez.

—Dime que soy el dueño de tu coño, Sakura.

—Sí... —Me retorcí debajo de su mano—. Sí...

—Dímelo. —Me impidió moverme—. Necesito oírtelo decir.

Un hormigueo me recorrió de arriba abajo y, por fin, le sostuve la mirada.

—Sí, eres el dueño de mi coño.

Sonrió y hundió de nuevo la cabeza entre mis piernas, devorándome hasta hacerme gritar con toda la fuerza de mis pulmones, pero no me dejó alcanzar el orgasmo.

—A cuatro patas —ordenó, haciendo que me diera la vuelta. Jadeé y me moví lentamente. Lo siguiente que sentí fueron las palmas de sus manos en mi culo, mientras me besaba la columna hacia abajo.

—Todavía no he reclamado todo tu cuerpo... —me recordó, apretándome las nalgas con fuerza—. Pero voy a esperar hasta que crea que estás preparada...

Murmuré por lo bajo mientras se deslizaba en mi sexo centímetro a centímetro al tiempo que se inclinaba hacia delante. Me agarró del pelo y tiró de mí.

—Va a ser así —susurró—, pero todavía mejor...

—Ahhh...

—Y cuando ocurra, dejarás que me corra en tu interior... —Deslizó la otra mano por mi costado hasta apretarme los pechos—. Quiero que sientas hasta la última gota.

—Madara. —Me aferré a las sábanas.

—¿Qué?

No respondí, no fui capaz.

Comenzó a golpearme las nalgas al tiempo que se hundía dentro de mi cuerpo, susurrando mi nombre con la respiración entrecortada.

Me encontré saliendo al encuentro de cada embestida, incapaz de soltar las sábanas. Y, cuando sentí que estaba a punto de correrme mientras él me torturaba el clítoris con los dedos, se detuvo, negándome el orgasmo una vez más.

Se retiró de mi interior, haciendo que soltara un gemido, para que lo mirara a la cara una vez más. Se enterró inmediatamente dentro de mí, con los ojos clavados en los míos mientras se deslizaba dentro y fuera, sofocando mis gritos con la boca.

Sentí que su polla palpitaba en lo más profundo de mi cuerpo, sentí que tensaba los músculos al tiempo que maldecía contra mis labios y, cuando volvimos a mirarnos a los ojos, nos corrimos a la vez.

Cayó sobre mi pecho, jadeante.

—Madara, yo...

Me interrumpió con un beso.

—Yo también te amo.

Nos quedamos allí enredados durante lo que me pareció una eternidad mientras él enredaba los dedos en mi pelo y yo le frotaba el pecho con las manos.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Sí.

Se levantó de la cama para tirar el condón.

—Ven aquí.

No podía moverme, todavía me sentía débil después del último orgasmo.

Sacudió la cabeza y deslizó las manos debajo de mi cuerpo para cogerme entre sus brazos y llevarme fuera de la habitación. Fue comprobando cada puerta que pasamos. Cuando llegamos al cuarto de baño, me dejó en el suelo.

—No creo que pueda mantenerme en pie el tiempo suficiente para darme una ducha... —susurré.

Me ignoró y abrió el grifo.

—No vamos a darnos una ducha. —Me volvió a coger en brazos y me dejó con suavidad en la bañera.

Después se metió él también y se sentó detrás de mí. Cogió un bote vacío y lo llenó de agua tibia, que vertió despacio sobre mi cabeza.

Entonces, cogió el champú de la repisa y me roció el pelo con él para comenzar a hacer espuma.

Le oí hacerme preguntas, algo sobre qué estaba sintiendo, o si quería hablar con él sobre lo que estaba pensando, pero cuando se puso a masajearme el cuero cabelludo con los dedos, todo se volvió negro.

Me desperté sola en la cama.

No vi ninguna nota de Madara, y su ropa había desaparecido. Comenzaba a pensar que todo había sido un sueño cuando vi su cartera encima de la mesilla de noche. Aparté la sábana y sonreí al ver que me había puesto un camisón de seda.

Salí del dormitorio y recorrí el pasillo hasta el balcón, donde él estaba fumando un habano.

—¿Desde cuándo fumas? —me coloqué detrás de él.

—No es algo que haga a menudo —dijo—. Solo cuando necesito pensar.

Asentí moviendo la cabeza y miré el cielo nocturno, pero de repente sentí que me estrechaba contra él.

—¿No me vas a preguntar qué estoy pensando? —Sonrió—. Estoy seguro de que tienes alguna pregunta.

—Sí, claro que las tengo, Indra.

—Podemos hablar sobre eso.

—¿Ahora?

—Si es lo que quieres... —Apagó el cigarro y acercó una silla, donde se sentó conmigo en su regazo—. ¿Cuánto tiempo hace que lo sabes?

—Un par de semanas.

—Mmm...

Negué con la cabeza.

—¿Sarutobi y Uzumaki saben quién eres en realidad?

—Sí.

—Entonces, ¿por qué se lo has ocultado a todos los demás?

—Sea un abogado respetado o no, nadie quiere contratar a alguien que ha salido en los periódicos. Da mala fama a un bufete importante. —Me besó el hombro.

—¿Cómo era Kaori?

Suspiró, mirándome.

—Perfecta.

Pensé en cuál sería la mejor forma de cambiar de tema, pero él siguió hablando.

—Odiaba que fuera a trabajar, y a veces me suplicaba que la llevara conmigo, así que la llevaba... —desgranó en voz baja—. Y entonces no conseguía trabajar en nada porque el parque estaba al otro lado de la calle y ella siempre quería jugar... Siempre.

—¿Te seguía por casa? —pregunté.

—Era como mi sombra. Se venía a dormir al sofá si yo estaba allí trabajando, y si me veía salir para contestar a una llamada, cruzaba los brazos y me miraba enfadada a no ser que le dijera que viniera a escuchar. —Soltó una risa, pero no añadió nada más.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —Me apoyé en su pecho.

—No creo que te detenga que yo diga que no.

—¿Y ahora qué?

—¿A qué te refieres?

—Quiero decir..., ¿qué pasa a partir de ahora con nosotros?

Me miró sorprendido.

—¿Nosotros?

—¿Mantenemos una relación? ¿Vas a quedarte conmigo o vas a volver a tus ligues de Date-Match?

Me estuvo mirando durante mucho tiempo.

—Sakura, no me puedo quedar en Nueva York. Creo que puedes entender por qué.

—Solo vas a quedarte esta noche, ¿verdad?

—Sí.

—¿Te marcharás por la mañana?

—Sí. —Trató de besarme en el pelo, pero me alejé—. Por lo tanto, esta era una forma de intentar hacer sentir bien a Sakura antes de marcharte a casa, ¿verdad? ¿De decir lo más apropiado para que me sienta bien cuando te marches?

—Quería que supieras que te amo antes de que volviera a casa.

—Y de paso, follar un poco, por supuesto.

—Por supuesto. —Sonrió, pero no le devolví la sonrisa.

—Antes te he dicho que no quería hacerme ilusiones, Madara. —Me alejé—. Y te ha dado igual.

—¿Qué quieres que haga, Sakura? ¿Que me mude contigo? ¿Que te haga una jodida propuesta?

—Yo quiero que te quedes... Y si no puedes hacerlo, quiero que te vayas ya.

—Sakura...

—Ahora mismo —insistí—. Si quieres, podemos ser amigos, pero no quiero que...

—¡Basta! —Se me acercó y apretó su boca contra la mía—. Somos mucho más que amigos... Siempre lo hemos sido, pero no puedo quedarme contigo ahora.

Abrí la boca para protestar, pero él me besó una y otra vez, acariciándome los pechos entre susurros.

—De verdad, preferiría que nos pasáramos el resto de la noche en la cama en vez de discutiendo...