Hey, soy yo, Kara. Sé que es muy tarde, lo siento si te despierto, pero quería decirte que salí de la Fortaleza hace ya varias horas. Y necesitaba pensar, aclarar mi mente, por lo que me he demorado en contactarte. Desperté cerca de las diez y no he podido dormir desde entonces. Me preguntaba si podríamos vernos mañana, o cuando tú quieras... Si es que eso está bien contigo. Espero tu respuesta, Lena.

Repetí el mensaje de voz por tercera vez sin creerme que la estaba oyendo. El corazón ya se me había acelerado de solo ver su nombre en la pantalla y no hacía falta destacar que me había puesto más que nerviosa al escucharla.

Kara había regresado y yo no podía procesarlo.

Las últimas semanas le había pedido a Maggie y Alex actualizaciones en cuanto a su estado, sobretodo lo que pudieran decirme. Con Kara habíamos acordado mucho antes que volveríamos a vernos cuando las dos estuviéramos mejor, aunque siendo sincera ya no recordaba la estúpida tazón. De todas maneras me habían informado de su progreso y de lo complicado que estaba siendo, al menos para todos ellos, entender que sus poderes no volverían. En cuanto a Kara no sabía para nada qué era lo que sentía, ni lo que había pasado en su cabeza las últimas cuatro semanas.

Por lo que oír aquel mensaje me dejó devuelta en la primer casilla. Mis ganas de verla habían llegado apenas despertar de mi cirugía y la sensación de que necesitaba estar cerca suyo superaba todo lo demás.

Mis nervios no disminuyeron al levantarme de la cama y escucharla una vez más. Tenía que admitir que sonaba diferente; su voz se quebraba en ciertas partes y varias veces había vacilado como buscando no equivocarse en ninguna palabra, tal vez tan nerviosa como yo en ese momento.

Miré el reloj digital y faltaban veinte para la una de la mañana. ¿Seguiría despierta? ¿Tan sumida en el insomnio cómo yo ahora?
Mis pies sintieron el frío suelo mientras bajaba las escaleras, pensando qué tan buena idea sería llamarla en ese momento. O si era siquiera lo indicado.

Un par de minutos después y luego de beber una gran cantidad de agua helada encendí otra vez el celular. Escribí varias líneas, convencida de que no sonaba distante o demasiado excesivo para ser tan tarde en la noche... Para ser tantas semanas pasadas sin vernos.

En quince minutos habrá un helicóptero en la dirección que te adjunto debajo para traerte donde estoy. Si quieres venir ahora, si estás despierta aún, estaré esperándote. No estoy en National City pero el viaje no es demasiado largo. Está bien si no deseas venir o prefieres hacerlo mañana. De cualquier modo nos veremos pronto.

Me seguía pareciendo muy serio incluso después de que lo envié. Pero no estaba segura de qué otra cosa podría decirle, o transmitirle, mediante un mensaje de texto. Así que y mientras subía nuevamente las escaleras me aseguré de que mi piloto personal estuviera esperando en la dirección indicada.

Tomé una ducha rápida y mis energías se vieron renovadas a pesar de ser plena madrugada. Me vestí con un jersey enorme, un vaquero olvidado entre las cosas que había traído y solo medias. Solo pasaban cinco minutos de la una cuando encendí todas las luces y ordené sobre lo ya ordenado.

Me senté en el sofá de la sala, no escuchado ningún ruido más que el de mi propia respiración. Tenía la sensación de que estaba haciendo todo por nada. Kara podía haberse dormido. Se despertaría mañana, vería el mensaje y serviría únicamente para hacerle pasar un mal rato. Tal vez debería haber pensado mejor en el asunto y no lanzarme de lleno a una idea que mi corazón desesperado había sugerido solo porque la extrañaba demasiado.

Mi celular vibró sobre el brazo izquierdo del sofá y vacilante lo cogí. Se trataba de un mensaje del piloto; Kara acababa de aparecer y llegaría en menos de media hora.

Después de deambular ansiosa un buen rato me encontré en la biblioteca. Había permanecido intacta durante seis años enteros pero me había encargado de venir algunas veces desde National City, solo por preservar el lugar y mantener en buen estado los libros que tiempo atrás tanto había amado.

Nunca había tenido el coraje suficiente para subir arriba y entrar a ese cuarto donde Kara y yo habíamos tenido nuestra primera vez. Al menos hasta hace una semana atrás donde salí del hospital libre del cáncer; se sintió como lo más indicado instalarme temporalmente en el único lugar que parecía estar acorde a mis emociones. Emociones que no terminaba de comprender.

Observé esos dibujos que había hecho entre las estanterías siendo una adolescente. Acaricié la tinta descolorida de aquella rosa que en su momento había replicado, recordando la que le había regalado a Kara una vez, muchísimo tiempo atrás.

Fue cuando estaba contemplando su nombre sombreado con azul y rojo que el timbre sonó.

Me quedé de piedra en mi lugar, mirando fijamente la pared y creyendo que tal vez era mi mente la que se había imaginado el sonido. Pero no podía ser tan claro. Obligué a mis pies a moverse un segundo más tarde, casi corrí hasta la puerta y mi pecho se llenó de todo tipo de emociones al abrir.

—Kara.

Su nombre salió de mis labios como si no lo hubiera dicho en años y quizás, en cierta forma, así era. Llevaba un enorme abrigo beige que la cubría por completo y sus manos por delante sostenían un bolso oscuro. Pero lo que más me conmocionó fue verla a la cara. Sus ojos de un azul oceánico me veían de manera extraña más allá del semblante sin expresión. No entendía en absoluto que pasaba o lo que estaría rondando en su mente, pero se me hizo un nudo en la garganta ver el destello de algo tan triste y roto en su mirada. Algo que yo sin duda había causado.

Esa melancolía fue lo que detuvo mi impulso de querer abrazarla.

—Ven, entra —agregué al ser consciente de mi estado tonto y separándome de la puerta. Ella no respondió pero caminó dentro, sus ojos concentrándose en el suelo al pasar por mi lado.

Tragué saliva y cerré, siguiéndola hasta la sala. Los muebles seguían siendo los mismos, incluso el color de las paredes y el lugar exacto de las cosas permanecían sin perturbar.

Kara estaba de pie junto al sillón y aunque me daba la espalda tenía la impresión de que por su manera de mirarlo, tampoco había olvidado los momentos de paz que habíamos tenido allí.

—Muchas veces me pregunté qué había sido de este lugar —murmuró dirigiendo la vista a los cuadros, luego se giró en mi dirección. No podía recordar la última vez que me había sentido tan nerviosa por su presencia.
—Quise poner la casa a la venta muchas veces. Supongo que nunca pude deshacerme del todo de algunos recuerdos.
—Me alegra de que no lo hicieras —contestó dejando el bolso a un lado. El tono de su voz se me hacía cada vez más triste.
—No te desperté, ¿o sí?
—No, estaba... estaba pensando.
—Piensas muy tarde en la madrugada —señalé con toda la naturalidad y humor que pude—. ¿Te apetece algo caliente para tomar?
—Eso me gustaría.

Asentí y desaparecí en la cocina. Me tomé unos segundos para calmarme, para no explotar por todas las emociones que sentía al verla otra vez. Quería llorar porque estaba viva cuando todo sugería un final distinto. Necesitaba hacerlo porque retener mis sentimientos costaba terriblemente.

Dolía mirarla y sentir que estaba devastada, perdida, cuando semanas había brillado más fuerte que el sol.

El agua estaba calentándose cuando Kara apareció en el marco de la puerta. Se había quitado el abrigo y llevaba un suéter con rayas negras y rojas. Noté entonces que estaba más delgada, podría decirse que hasta algo pálida.

Estudió la cocina con la mirada y luego despacio se acercó. Tenerla tan cerca agitó penosamente mi corazón. No quería seguir ocultando lo que me pasaba, nunca me había gustado hacerlo, así que dije:

—Te extrañé. Como no tienes idea.

Kara parpadeó y noté otra emoción nueva cruzar la desolada expresión; sorpresa. No podía creer que le sorprendiera algo tan obvio.

—¿Por qué siento que pasó una eternidad?
—El tiempo es extraño cuando estás en coma. Desafortunadamente las dos hemos tenido que entenderlo por las malas —repuse preparando dos tazas de chocolate.

Recordaba mis días en Londres luego del accidente, no todos por supuesto, pero sabía que varias veces se me había hecho difícil entender qué demonios pasaba. Me había costado hacerme a la idea de que había estado inconsciente, lejos de la realidad. Es extraño saber que el mundo sigue girando y tú solo te quedas inmóvil.

—Aunque... ha sido una eternidad desde todo lo demás también —añadí sirviendo las bebidas. Kara cogió la suya luego, asintiendo.
—¿La universidad?
—Y muchas cosas más —nos miramos un instante, claramente no sabíamos qué decir o cómo actuar y era estúpido. Era tan tonto no poder atravesar el desastre de dudas y problemas y volvernos a encontrar. Era preocupante.

Bebió y mientras se quedaba viendo el líquido, yo tomé coraje.

—Puede que esté un poco mal de la cabeza por hacerte venir a esta hora pero de verdad...
—Yo necesitaba verte. No importa si me lo pedías ahora o las cuatro de la mañana —me interrumpió. Su azul intenso se cristalizó y me vi otra vez queriendo llorar—. No sé qué puedo darte, no sé si hay algo que pueda ofrecerte ahora, pero necesitaba volver a verte.

Inhalé hondo y ella rompió otra vez el contact visual. Sus dedos golpeaban nerviosamente el borde de la taza y pensé, de nuevo, que todo por lo que estaba pasando era mi culpa. Esa pena, el brillo lejos de sus ojos, el cansancio... Yo no había sido lo suficientemente inteligente o centrada al momento de encontrar la cura. Era mi error y no sabía cómo arreglarlo.

Bebí un sorbo del chocolate y me remonté un tiempo atrás, muchos años lejos de aquel momento en esta misma casa, haciendo lo mismo. Amándonos.

—Más allá de las cartas, Kara, creo... creo que nos debemos una conversación. Esta es la primera vez...
—¿Que las dos estamos lúcidas después de todo lo que pasó? —terminó por mí, con la voz tan serena que rompía en lo deprimente—. ¿Ahora que eres capaz de odiarme por lo que hice, sin tener que preocuparte por si muero?
—No vuelvas a decir eso. Nunca. No te odio, Kara, no puedo hacerlo.
—Sabes lo que soy, lo que era al menos —corrigió con remordimiento, era una emoción extraña que nunca había oído venir de ella—. Tienes todo el derecho a detestarme. Por tanto tiempo, lo que hice...
—¿Por qué tienes tantas ganas de que te odie?

Kara dejó la taza y yo por igual. No podía evitar sentirme un poco frustrada por lo que sugería, molesta si es que era posible. Quizás me había costado aceptar tanto en su momento, pero de eso ya había pasado un tiempo y ya no tenía dudas sobre lo que quería. Y lo que quería era recuperarla a ella.

—Siempre supiste quién era —murmuró volviendo sus ojos hacia mí. Yo asentí—. Sé lo que escribiste en la carta pero... ¿Por qué no simplemente decírmelo?
—Quería que tú lo hicieras. Después de todo era tu secreto, lo que eres y solo tu decisión. No voy a negar que me enfadé una y otra vez cuando no entendía porqué preferías ocultarme algo tan importante, llegué a creer que no valía la pena confiar en mí, que quizás... —suspiré, deteniéndome a pensar en esos días, incluso luego de su regreso, en los que me fastidiaba estar cerca suyo y solo obtener mentiras. Caminé fuera de la cocina y me dejé caer en el sofá de la sala, Kara por supuesto hizo lo mismo medio instante después—. Pero por alguna razón un día pensé en lo mucho que debió costar dejarlo todo e irte seis años atrás. Pensé en lo que debiste de sentir, en lo que significó dejarlo todo y... Hay mucho que no comprendo, Kara, pero estoy aquí para escucharte. Y lamento, de verdad siento mucho, no haberlo dicho antes por culpa de todo el desastre que era mi propia vida, pero estoy dispuesta a hacerlo. Estoy dispuesta a oír tu historia si tú me la quieres contar.

No sé por qué motivo sentí que algo del peso sobre nosotras se hacía más liviano. Por qué mi corazón de repente tenía un par de heridas abiertas menos, o por qué, al observarla, me parecía volver a encontrar cierta esperanza en su mirada. Algo de vida.

—Gracias, Lena.
—¿Por qué?
—Por seguir aquí —replicó suavemente. Allí, a varios centímetros de mí en el sofá, la sentía demasiado pequeña, demasiado frágil. Kara exhaló y le echó un vistazo a un cuadro de París frente a nosotras. Una pequeña cafetería pintada al óleo. Me pregunté si algún día sería capaz de contarle mi sueño y no ponerme a llorar de solo recordarlo, ese tan real donde ella no estaba conmigo. Pero su voz me hizo olvidar todos mis pensamientos—. Lo haré. Te lo contaré todo.
—¿Estás segura?
—No lo sé. Justo ahora no estoy segura de muchas cosas. Pero podemos averiguarlo.


Sé que Lena lo estaba intentando de verdad. Que se mantenía en calma por las dos, que no buscaba bajo ningún modo presionarme.

Pero lo que sentía yo en esos momentos era extraño.

No tuve la fuerza suficiente para abrazarla cuando la puerta se abrió y la vi después de ese terrible mes. No pude obligar a mi cuerpo a inclinarme para al menos besar su mejilla. Y el hecho de que yo no había logrado ninguna de esas dos cosas le había afectado, podía notarlo.

Y me hacía sentir aún peor.

La situación entonces era la siguiente; estábamos sentadas en el sillón de la sala, con todo mi pasado sin candado y listo para ser escarbado. Creía estar preparada para poner las manos dentro de toda la enmarañada lista de recuerdos traumáticos, de dolor y pena de los últimos años. Y al mismo tiempo me asustaba. Podía no estar del todo segura de cómo resultaría abrir mi corazón por completo pero al mirarla otra vez, al conectarme con esos ojos pacientes, el peso de algún modo era menos insoportable.

Solo era Lena. Siempre sería solo ella.

Así que respiré muy hondo. Calmé mis manos nerviosas, que hasta hace un segundo no dejaban de temblar, y empecé a hablar.

—Nací en Argo, Krypton, aunque creo que eso ya lo sabes. Uh... Mi madre se llamaba Alura y mi padre Zor El. No tuve hermanos, pero sí tíos, Astra y Jor El, y mi primo... —me detuve, bajando lentamente la vista al suelo. Las cosas con Kal estaban bien pero pensar en él me hizo recordar el motivo del porqué Lena y yo estábamos en esa situación... el porqué de todo aunque no quisiera culparlo. Volví a verla y la ojiverde permaneció muy paciente. Suspiré un poco nerviosa—. También sabes eso. Vale, tenía trece años cuando Krypton se destruyó y mis padres me enviaron en esa nave. Algunas veces sueño con ese día, sueño con la manera en que mi mundo moría y se destruía junto a todo lo que conocía. Mis amigos... Tenía amigos excepcionales. Conocía gente increíble. Me pregunto de vez en cuando si un día dejará de doler el haber sido testigo de como todo explotaba en cadena y ellos dejaban de existir. Solo así.

Fue Lena la que se acercó y apoyó la mano sobre la mía otra vez temblorosa. No tenía lágrimas para llorar pero el nudo en mi garganta era tal que necesité de un largo minuto para recuperarme. No supe describir el sentimiento en mi pecho al entender que ella no se iría y escucharía hasta el final.

—Era parte del cuerpo científico de Krypton —sus ojos se abrieron en sorpresa pero contuvo su interés y yo sonreí a medias, nostálgica—. De verdad. Me gustaba pensar que podía llegar a ser tan buena como mis padres. Ser científica aún sigue siendo un sueño inalcanzable y distorsionado.
—En la universidad... habías elegido biología además de periodismo —que recordara ese detalle me calentó el destruido corazón, pero ella siguió, más que emocionada por lo que acababa de descubrir—, debías de ser tan buena en ello. El avance científico en un planeta superdesarrollado, el conocimiento que debes de... —su pecho se llenó de aire y me miró con una extrañeza graciosa, como si me volviera a ver con mejor claridad—. No solo eres inteligente, eres una completa genio. ¿Puedo... preguntar por qué no seguiste con las ciencias?
—No exageres. Suelo tener un poco más de información que el resto, eso es todo, además... Todo aquello se fue desvaneciendo en mi memoria con el paso del tiempo. Eventualmente terminé por dejar atrás esa vida y esos sueños. Al convertirme en Supergirl solo olvidé lo demás.

No es que el ambiente se hubiera vuelto tenso, más pesado o algo por el estilo. Pero la mención de mi alter ego en esas instancias era camino nuevo a recorrer. Implicaba hablarlo en voz alta, confesar más de un error y admitir más penas que alegrías. Esas que venían atadas a lo que solía ser. A lo que ya no vivía en mí.

La emoción de Lena aminoró pero a un ritmo lento, como no queriendo hacerme sentir mal por romper la pequeña paz nostálgica que se había construido. Finalmente seguí.

—Estuve atrapada en un lugar llamado La Zona fantasma durante años. Dormida en un profundo sueño... y extrañamente viva, sin envejecer —fruncí el ceño pensativa. Hasta ese día no terminaba de saber cómo había sobrevivido en el espacio tanto tiempo sin ningún daño—. De alguna manera también me fui volviendo más fuerte, la radiación del sol hizo cosas en mi cuerpo.
—Tus poderes —murmuró y asentí con la cabeza.
—Logré salir de ese oscuro lugar y... mi primo me encontró cuando me estrellé en la tierra. Me llevó con los Danvers, conseguí una nueva familia y algo que no pensé que volvería a tener nunca más. Un hogar. No fue fácil, ¿sabes? Entender que mi primo era un gran superhéroe y que yo tenía sus mismos poderes me costó. Y costó aún más saber cómo usarlos. Pero volar siempre se sintió... como libertad. No tenía que estar atada a la tierra, por mucho que en mis primeros años aquí no lo tuviera permitido. Me decían que solo me pondría en peligro a mí misma, que nadie necesitaba saber que existía alguien más como Superman.

Otra pausa... Una inhalación profunda hasta poder hablar.

—La escuela fue una pesadilla. Siempre tenía que tener tanto cuidado. Cuidado de no herir a nadie, de no sobresalir ni parecer muy extraña. Pero aún así... Seguía siendo el bicho raro y aún más en la secundaria. Me costó mucho tiempo entender el mundo en el que vivía y cuando lo hice era tarde. Era muy diferente como para socializar, y digamos que almorzar con tu hermana y sus amigos de vez en cuando en la cafetería no es sinónimo de popularidad —seguía sin la necesidad de llorar, incluso cuando reí para sacarme el dolor nostálgico del pecho. Casi escupí las siguientes palabras—. Popularidad. Sí que hay prioridades estúpidas cuando eres joven. Sabes, cuando empecé la universidad tenía grandes expectativas. Era un comienzo diferente y yo era una mujer independiente.
—Creo recordar aún cuando tropezamos en la entrada de la habitación. Te veías un tanto agitada —agregó con una sonrisa que solo podía transmitirme pena por algo tan tan lejano en el pasado.
—Así que comenzó allí.
—Comenzó por Excalibur pero podemos suponer que sí —dijo encogiéndose de hombros. Entonces la mención de ese nombre tan mezclado en mis recuerdos me otorgó otra dosis de valentía.
—Durante mucho tiempo acepté la culpa de lo que... lo que te ocurría. Me odiaba un poco en silencio por no ser capaz de hacer todo a un lado por la mujer que amaba. Y sé que ya no cambia nada pero lamento no protegerte de Lionel como dije que haría cuando te hallé tan mal. Tenía lo necesario para llevarte lejos conmigo, detenerlo, no sé... Podríamos haber encontrado un modo de ayudar a Alison.

Su mirada se perdió en el suelo y temí haber dicho algo mal. Haber nombrado a la pequeña tal vez no era la mejor decisión de todas en un momento así.
Pero su mano no se quitó de la mía y la escuché decir, muy despacio:

—Cuando supe quién eras en realidad fue devastador. Tenías todo ese poder en ti mientras yo estaba atrapada. No puedo negar que me enojé tanto que parte del odio que intentaba tenerte se basaba en eso, por muy frágil que fuese. Pensé tantas veces en las posibilidades, ¿sabes? Dejarlo todo, acabar con él y de todos modos... Me di cuenta de que era tonto sentir rabia por eso. Porque la decisión sobre tus poderes es... era tuya. De nadie más. Sé que no debió de ser fácil, sé que me amabas, Kara y por eso dolió tanto que te fueras. Pero no fue tu culpa, ni podría haberte obligado nunca a hacer nada si sentías que no estabas lista.
—Debí intentarlo al menos, ¿no crees? ¿Salvarte?

Su sonrisa desanimada me quebró todavía más.

—No. Comienzo a creer que estaríamos en situaciones totalmente diferentes de ser así.
—¿No sería eso bueno?

Apenas su mano soltó la mía sentí regresar el vacío en todas las partes heridas de mi cuerpo.

—Sé que las cosas pasan por algo. Sé que estamos aquí por alguna razón, Kara, a pesar de tanto... dolor. Teníamos que estar aquí. No sé cómo las cosas habrían seguido si hubiéramos permanecido juntas, si Superman no hubiera ido a Krypton —murmuró sin ningún tono en particular—. ¿Estarías tú aún aquí?
—Siento que habríamos hecho cientos de planes si las cosas se hubieran dado a nuestro favor. Tal vez estaríamos a kilómetros de aquí. Yo te habría explicado quién era y... Habría seguido irremediablemente enamorada de ti.

En mi mente se había oído cien veces mejor. En mi mente no parecía como una sentencia de muerte a lo que teníamos. Y lo noté en su expresión aunque no me estuviera viendo, percibí mi error en el cansancio de esos ojos que tanto había necesitado ver de nuevo.

—De nada nos sirve pensar en el tal vez.
—¿Sabes que escuché tu corazón durante mucho tiempo? En el espacio —sonó tan desesperado y tonto. ¿Pero qué más daba? No tenía nada más que perder—. Maggie hizo un buen trabajo en hacer que funcionara tan bien pese a la distancia.
—Cuarenta y seis dólares. Solo eso a cambio de su silencio en cuanto a Excalibur. Me dio el collar y cuando me pidió que no lo tire fue... Bueno, raro.
—Pero lo usaste a pesar de todo. Te escuché en esa oscuridad.
—Era lo único que me había quedado de ti. Supongo que cuando el amor de tu vida desaparece buscas algo que te mantenga lo suficientemente viva. Por mucho que odiaba lo que estaba pasando seguía extrañándote.
—Tienes que saber que nunca dejé de pensar en ti, Lena. Nunca te olvidé, puedes estar segura de que jamás dejaste mi cabeza.

Su mandíbula se tensó y apartó la vista. Era una idiota por hacerla llorar y me sentía más torpe aún por no saber cómo contenerla. Cuando dejó caer la cabeza en las palmas de sus manos y su rostro quedó oculto por el cabello, por poco me permito atraerla en un abrazo.

No... No.

—Me dejaste sola.
—Lo sé.
—Sabías que ibas a destruirme —dijo con una amargura casi olvidada y el estómago se me contrajo—. Te lo dije. Te dije que no sabría cómo hacerlo sin ti.
—Lena, lo... lo siento. Pero... pudiste seguir adelante, ¿no es así? Lograste ser la mujer más exitosa del país. Y fue por tu propio mérito.
—Tuve que destruirme primero, Kara. La persona que era en la universidad moría todas las noches por sobredosis y cada día, con cada píldora nueva, algo en mí se iba perdiendo. De a poco me convertí en algo... vergonzoso. Pero no por ti. Tú solo fuiste la gota que rebasó el vaso. Tantas cosas en mi vida y tantos problemas sin resolver. Tanto desagrado por recordar.
—No tenías la culpa, Lena. Todo lo que te hicieron fue inhumano. Nadie debería jamás tener que pasar por eso.
—No tienes por qué intentar consolarme por algo que ya no importa. Joder, ni siquiera entiendo por qué lloro —repuso entre risas que sentí cargadas de sarcasmo—. Ya dejé todo eso atrás, juro que nunca más permití que me volviera a lastimar. Dejé también nuestros problemas, Kara. Y ahora mismo no sé con qué me quedé.
—Con tu libertad, ¿quizá? Ser libre del pasado es algo que me gustaría mucho.

Miró el cuadro de París en la pared. No era rabia o rencor en sus ojos enrojecidos, pero sí un brillo leve y triste. Por el tiempo, las heridas cicatrizadas y tal vez por mi culpa.

Exhaló mientras se secaba las mejillas, sin quitar la vista de la imagen pintada.

—¿Qué va a pasar ahora, Kara? Siento... que esta oportunidad podría desaparecer en cualquier momento. Y ni siquiera sé cómo expresar lo que me ocurre.
—¿Oportunidad?

Si Lena guardaba esperanzas para lo que existía entre nosotras, sin importar lo que yo era ahora... Mi propia respiración dolió cuando clavó aquel verde profundo en mí. Herida.

Se levantó como un rayo del sofá, negando con la cabeza. Y entendí entonces que mi manera de decir esa palabra se había oído como un desacuerdo.

—¿Por qué no me dices lo que pasa?
—Lena...
—Te noto tan... cansada y lejos. Podría jurar que hasta decepcionada.
—¿Por qué estaría decepcionada?

Apretó la mandíbula y lentamente me puse de pie. Estar a su altura fue como hacerle frente a un león.

—Dímelo. Dime que me odias por hacer lo que te hice. Dime que debí esforzarme el triple, que debí asegurarme de que la cura fuese perfecta.
—Lena, por favor.
—Sé que es mi culpa lo que te pasó —musitó con suavidad letal, con la mirada penetrante y la inquietud en todo el cuerpo—. Pero no me digas que dejaste de amarme por esto porque no lo puedo ni quiero soportar.

Fue como recibir un puñetazo en el estómago. Esa preocupación, las emociones que no se permitía mostrar... Me quedé sin habla frente a sus palabras. En ningún momento me había puesto a pensar en esa posibilidad, en esa absurda y tonta suposición que tan lejos estaría siempre. No podía creer que lo planteara de verdad.

—Primero, ¿cómo puedes decir que fue tu culpa? Gracias a ti estoy aquí, Rao, todo siempre fue gracias a ti —dije con energías renovadas—. Y segundo...
—No quiero escucharlo, Kara. No me importa la respuesta. No ahora.
—¿Piensas que creeré que no te importa lo que siento? ¿Piensas que después de todos estos años... ?
—No quiero saber la verdad ahora.

Miraba el suelo con tanto abatimiento. Realmente pensaba que no la quería. Y por eso ya no pude dejar que mi propia angustia me impidiera sentirla cerca.
Caminé esos dos pasos hacia ella, esa corta distancia que parecieron kilómetros, y la estreché entre mis brazos.

Ya no era fuerte, ni podía volar o resistir el impacto de las balas, pero podía abrazarla y no temer nunca más herirla. Podía sentir sus brazos temblorosos, vacilantes, rodear mi cuerpo todavía débil y amar cada segundo de ese momento.

Estaba rota por dentro pero no dejaría jamás que eso la lastimara a ella. Nunca más.

—¿Lena?
—¿Sí? —murmuró con el rostro sobre mi hombro.
—Te sigo amando con cada parte de mí. Nada va a cambiar eso.

Una leve tensión en su cuerpo, rápida y acompañada de una respiración irregular antes de volver a relajarse y abrazarme más fuerte.

—¿Te quedarías esta noche? —mi corazón recordó las palabras similares que había escuchado hace más de seis años, la noche anterior a mi partida hacia Krypton.
—Por supuesto.

Mientras me perdía en su aroma, la esencia de todo lo que amaba y había extrañado, me prometí a mí misma nunca otra vez volver a alejarme de ella.

—También te amo, Kara.


Estudiaba las páginas de un libro de mitología griega cuando Lena volvió con dos tazas de café.

Me había tomado la libertad de entrar al cuarto en el que guardaba sus libros, ese en el que también había plasmado sus más hermosos dibujos. Pero no quería mirar al ángel y el demonio ilustrados a la perfección en las paredes, así que solo cogí el libro más cercano y me senté en una banqueta baja.

Debían de ser más de las tres de la mañana en el momento en el que se sentó en un sillón a un metro de mí. Una mesa pequeña entre nosotras nos separaba.

—A mi madre le gustaba mucho la mitología —dijo con una sonrisa. Miraba el libro en mis manos con un cariño triste—. Eso solía decirme Lex y lo comprobé al obtener su biblioteca personal. Ella tenía un... gusto extraño en literatura.
—¿Le escribiste otra vez? Después de la universidad.
—¿A ella? No. Sentía que nunca me conformaría con el resultado. Esa carta de la que te hablé fue lo único que le hice —murmuró. Cuando sus ojos se movieron al demonio en la pared a nuestra derecha yo bajé la vista—. De todas formas hace mucho tiempo no escribo.
—¿Por qué?
—¿Por qué hacerlo? —bebió de su taza y cerré el libro con suavidad, lo que menos quería era arruinar otra cosa en su vida—. Conlleva esfuerzo, tiempo, imaginación y... No tiene sentido. No ahora.
—Es un talento que no puedes abandonar, solo tenlo en cuenta.
—¿Cómo te has sentido últimamente?

Me tomó desprevenida y sin respuesta.

Era un patético desastre desde el momento en el que supe que no volvería a recuperar mis poderes... ni lo que era antes. Todo estaba perdido y no sabía qué partes de mí seguían en su lugar. O siquiera qué había aún. Aunque de algo estaba segura: mi amor por ella seguía intacto.

—Es una pregunta difícil con respuestas aún más complicadas —musité viendo el lomo de un libro justo a mi lado. Historia europea—. Pero no lo sé. La realidad es que no sé cómo me siento.
—Debe ser difícil vivir de pronto...
—¿Como una persona normal? —una sonrisa sin gracia se me dibujó en los labios—. Sí, tal vez. Pero trato de adaptarme a la velocidad humana. Algunos cambios siguen sin ser fáciles de soportar.
—Lo siento. De nuevo.
—Deja de decir eso. Estoy viva gracias a ti.
—¿Te sientes viva? —tomó mi tonto silencio de la forma equivocada—. Eso me temía.
—Lena, no... Por favor. No tienes la culpa de esto, ¿por qué no quieres entenderlo?
—Porque por mucho que lo digas seguiré cargando con el peso de no haber hecho lo suficiente. ¿Sabes cómo es? ¿Sentir que tuviste la más grande oportunidad frente a ti pero cometer un error?
—Sabes que sé cómo es, Lena. No hice más que equivocarme desde que llegué a este planeta.

Se levantó para ir a ver el ángel en una de las paredes. Las líneas que creaban el hermoso dibujo me seguían pareciendo perfectas.

—No sé si alguna vez te dije cómo me sentía realmente en la universidad. Con respecto a Lionel, con lo que debía hacer —el nombre de aquel monstruo se revolvió en mi mente y me dejó una sensación desagradable en el estómago. Como un peso muerto—. Te conté muchas cosas, pero no solía decirte lo mal que... todo estaba cuando pedían mi presencia.
—¿Quieres hacerlo?

Sus dedos tocaron con delicadeza el cinturón de cuero del ángel. Tenía una mirada perdida... indescifrable. El ángel y Lena. Fuese cual fuese el pensamiento que rondaba en su cabeza, no debía de ser nada agradable.

—Algunos clientes eran muy gentiles y por la misma razón los odiaba. Porque tenía que fingir el doble con ellos, pretender... que me encantaba compartir cuarto con desconocidos. Que adoraba la conversación y el juego previo. Con los demás, con los menos amables, se volvía fácil. Me encargaba de cumplir mi papel con el alma desalmada que me tocaba. Pero todos ellos, la gran mayoría... eran terribles. Ofrecían más dinero por servicios especiales y Lionel estaba encantado. No le importaba en lo más mínimo lo que yo quería, si lo quería o lo que me harían. Hubieron muchos así ¿sabes? Personas terribles. Si te digo la verdad, no sé cómo sigo viva. Cada noche me iba a dormir y sentía tanta repulsión, tanto odio —sus ojos abandonaron el dibujo y se posaron en mí, suavizándose al instante—. Muchas de esas noches, cuando ya te conocía, tú eras todo lo que tenía. Te habías ganado un lugar en mi corazón y yo... no podía decirte el tipo de cosas a las que debía someterme a veces, incluso al estar ya juntas. Era vergonzoso, y lamentable y me preocupaba que no fueras a verme del mismo modo. Así que me guardaba todas mis emociones y pretendía ignorar lo que había hecho hasta que solo lo dejaba a un lado. Hasta la próxima vez que ocurriera. Siento mucho eso. El haberme cerrado contigo.
—Estabas mal, Lena, no tienes que disculparte por lo que te hicieron pasar. Yo soy quién tiene que lamentarlo. Tenía esos... poderes y me quedé de brazos cruzados mientras te hacían daño.

Su sonrisa débil hizo que mis ojos se cristalizaran y automáticamente miré hacia otro lado.

—¿Y qué habrías hecho si me ayudabas? ¿Arruinarte a ti misma?
—Eso nunca...
—Ya no serías quien eres de haberte deshecho de Lionel. No habría sido nada bueno, Kara.
—¿Cómo lo sabes? ¿Cómo sabes que la desaparición de una sola persona, vil y asquerosa, me habría cambiado?
—Porque le tienes fe a cierto tipo de justicia —replicó con simpleza haciéndome verla—, confías en que todos tendrán su merecido en su momento y que el castigo será el justo. Tú no eres una asesina ni mucho menos.

Tal vez tenía razón. Pero yo no lo sabría del todo nunca.

—¿Cómo lograste sobrevivir después de lo que te ocurrió? —pensó durante un breve momento hasta que pareció encontrar las palabras. La tristeza que cargaba en su mirada fue devastadora.
—La persona que era no sobrevivió. Así es como sigo aquí. Tuve que dejar atrás todo ese daño para poder convertirme en alguien más y sé que no fue lo mismo, pero sanar no es imposible, Kara, solo difícil.

Me sequé los ojos pero asentí, sintiéndome patética.

—¿Qué pasará ahora?
—¿Qué quieres tú que pase?
—No había pensado en eso—dije con una risa amarga—. ¿Qué es lo que tú quieres?

Dio la impresión de que se estaba tomando su tiempo para considerar mi pregunta. O quizás tenía tantas dudas como yo, cosa que dudé apenas pensarlo. De las dos era la que mejor sabía cómo manejar cualquier cosa.

La ojiverde, la única capaz de hacerme sentir tantas cosas pese a los años, tomó una bocanada de aire.

—Quiero que me dejes estar contigo. Entiendo que es difícil lo que te está pasando, de verdad, pero no tienes que hacerlo sola. Ya no. Estoy aquí para ti, Kara.
—¿Hablas en serio?
—Tú y yo sabemos que estar rota y en soledad no es una buena combinación. A mí me destruyó. No quiero imaginar lo que te haría a ti —su sonrisa fue toda una descarga de calor en mi pecho. Una que hizo que mi corazón saltara—. Lo que sea que necesites en este momento, lo que sea que busques... Estoy aquí.
—¿Qué podría darte yo a cambio, Lena? Siento que todo lo que era se fue con... con ella.

La empresaria sabía bien lo que yo quería decir. Imaginé que por eso no le tomó demasiado responder.

—Supergirl o no, sé que en el fondo sigue existiendo la misma Kara de corazón puro que amo. Solo que le está costando un poco de trabajo despertar, eso es todo. No te rindas con quién eres. No lo digo por mí, o lo que nosotras podamos ser, pero por ti. Después de hacer tanto por el mundo tienes que salvarte a ti esta vez.

Cuando terminó tuve aún más ganas de llorar, incluso de pedirle que me abrazara por un instante. Solo quería dejar de sentir ese vacío en el pecho. Esa sensación de que nada volvería a estar bien nunca más y que sin importar cuanto tratara no sabría cómo remediar mi propio ser. Ella tenía razón con respecto a todo y sin embargo no sabía de qué manera comenzar a seguir su consejo.

Después de lo que se sintió como medio minuto Lena volvió a hablar.

—No pienses mucho en este momento acerca de nada. Solo servirá para que te duela la cabeza —era tan transparente su modo de verme... Poseía tanta paciencia en esos ojos—. Ahora te hará bien descansar.
—No tengo sueño.
—Necesitarás estar bien despierta mañana.
—¿Por qué?
—Es una sorpresa. Vamos, sígueme.
—Tienes una obsesión con las sorpresas.

La escuché reírse ya fuera en la otra sala y exhalé, yendo tras ella. Subimos las escaleras que recordaba muy bien y no mucho después estuvimos en su cuarto; ¿cómo iba yo a olvidar esa habitación? Había sido un momento tan especial hace años... Nuestra primera vez aún la sentía en cada parte del cuarto como si hubiera quedado grabada. Y claro, todas las veces que le siguieron.

Habíamos regresado los fines de semana siguientes a esa noche, por unos cuantos meses más antes de que todo se derrumbara. Quise disculparme de nuevo por el daño que le había causado, recordarle que el dolor de ese estúpido abandono me había perseguido por muchos años. Pero ella interrumpió mis pensamientos.

—Puedes descansar aquí.
—¿Tú dónde dormirás? —abrió la boca pero la cerró al segundo. Mi expresión la puso un poco nerviosa—. ¿En dónde piensas dormir?
—¿Sabes que no es tan malo el sofá?
—No seas tonta. Es tu habitación. Yo me quedo con el sofá.
—Kara, son las cuatro de la mañana y definitivamente no vas a dormir ahí abajo.
—Ni tú —repliqué con firmeza—. No es la primera vez que dormimos en la misma cama.
—¿Entonces no te molesta?

Yo ya estaba sentada en un extremo cuando escuché aquello. No pude evitar mirarla con vacilación.

—¿Molestarme? —me dio la espalda para dejar un reloj en el escritorio, junto a un par de libros. Se quitó luego el jersey, uno que le quedaba de lo más adorable porque era inmenso y su cuerpo pequeño. Cuando contestó seguía sin verme.
—No quería apresurarme y ponerte incómoda.
—Tú nunca me podrías incómoda.
—Sé que puede costar mucho volver a sentirte... normal con cierto tipo de cosas —cuando se giró y se sentó en su lado de la cama me vio fijamente a los ojos—. Tú dime si me paso de la raya en algún momento. O si algo te molesta.
—Sé muy pocas cosas ahora mismo. Pero te aseguro que una de ellas es querer dormir contigo. No sola y sabiendo que estás abajo en un sofá. Contigo.

Tragó visiblemente y asintió con la cabeza. Me saqué con rapidez la ropa, quedándome solo con una camiseta y ropa interior, dejando a un lado la vergüenza; después de todos esos años no tenía sentido hacerme la abochornada cuando Lena conocía bien mi cuerpo.

La ojiverde permanecía en su lugar, sentada con un celular que no había visto un momento atrás cuando yo me metí bajo las sábanas. Ni siquiera había apoyado la cabeza en la almohada que igual sentía el aroma tan inconfundible de Lena.

—¿Así que ya has vuelto a trabajar incansablemente?
—Desde el accidente de avión no me obsesiono con el trabajo —musitó enfrascada en lo suyo—. Lo hablé con la doctora Corday. Me repitió que era normal y un efecto del trauma que sufrió mi cerebro.
—¿Hay algo más que haya cambiado en ti?
—No... Sí. Más o menos. Solo cosas no muy importantes.
—Cambió tu modo de vestir —eso la hizo verme y medio sonreír.
—¿Ya extrañas mis vestidos?
—No precisamente. Me gusta tu estilo de ahora. Te sienta lo informal.

Lena se limitó a pasarme su celular y lo cogí, confundida al segundo en el que comencé a leer. El texto no era muy revelador; solo hablaba de la investigación a una banda de ladrones. La ojiverde habló mientras iba por la mitad.

—Es un correo de Maggie de esta misma madrugada. Tiene adjuntado un archivo de Sage, una filmación de meses atrás —no pude evitar apretar los dientes al escuchar ese nombre. Y pensar que le había ofrecido tanto.
—¿Qué tiene que ver ella con esto?
—Mira el video.

Desconfié de lo que podía contener. Hace semanas que evitaba por todos los medios no pensar en Sage y lo que había ocurrido por su culpa... Todo el tiempo que me había quitado. Reproducir el video me revolvió los nervios dormidos pero presté atención.

Era de día y por lo que parecía Sage estaba sentada en el banco de una plaza. La cámara debía de estar escondida en algún agente encubierto porque se veía considerablemente cerca de la mujer, justo en el banco de en frente. El video transcurrió y dio lugar a la aparición de un hombre con capucha y ropa enteramente oscura. Se sentó junto a Sage, esta le entregó una bolsa marrón y conversaron los veinte segundos del video restante.

Ya había reconocido a aquel tipo mucho antes de que Lena me lo aclarara.

—Ese hombre es uno de los ladrones que atrapaste hace meses.
—El que me dijo que quería destruirte —rememoré lentamente. Aún recordaba el odio en sus palabras y la promesa en sus ojos de acabar un día con la empresaria—. Dijo que el dinero que juntaba era para acabar contigo. Y después... durante semanas intenté encontrarlo sin éxito. Nadie sabía decirme en cuál cárcel estaba.
—Resulta que su novia pagó una gran cantidad para que lo soltaran. Y por el silencio de muchos también.
—¿Su novia?

Bajó la mirada al celular en mis manos y no dijo nada. Solo esperó mientras volvía al párrafo donde me había quedado y terminaba de procesar, en un intento pobre, la nueva información.

—Sage lo sacó —murmuré desconcertada—. Tiene que ser una broma.
—Es la verdad. Probablemente sean los culpables del accidente de avión, es lo que Maggie cree al menos.
—Pensé que Maggie ya no podía investigar más el caso. Lo cerraron.
—Lo cerraron, pero no pasó lo mismo con el instinto de tu mejor amiga. Me contó anoche que tal vez tenga evidencia sustancial de lo que pasó, que necesita presionar algunas cuantas personas más para lograrlo. Y yo creo que está muy cerca. Por favor no te molestes con ella por no decirte antes.
—¿Qué harán ahora? Imagino que ni él ni Sage dieron señales de vida.
—Parece que se esfumaron. Pero confío en que cometerán un error y cuando lo hagan se arrepentirán a lo grande. Todo el mundo estará sobre ellos, te lo prometo.

Asentí. Ni siquiera estaba enojada. Ya no cabían en mí más emociones de ese tipo ni quería yo sentirlas.

—No puedo creer que tanto tiempo me estuvo mintiendo de esa manera.
—Hay personas que son capaces de todo —se removió en su lado pero no hizo ademán de acostarse. Me vino a la mente un tema que había olvidado mencionar.
—El día en que me disparó en L-Corp, antes de ir allí yo había encontrado algunas cosas. Información que ella acumuló sobre nosotras —Lena frunció un poco el entrecejo y respiré una vez—. Mucha información que pretendía dar a conocer al día siguiente en una entrevista.
—Te refieres a tu identidad y mi pasado, ¿no es así?
—Era información muy detallada, Lena —afirmé. Me seguía sorprendiendo del conocimiento que había adquirido, y seguía teniendo, Sage en sus manos.

La ojiverde bajó la mirada. No tuve ningún ánimo de pensar en lo que sería de Lena si todo eso salía a la luz.

—Imagino que al público le haría mucha gracia enterarse de que Supergirl y Lena Luthor solían ser más que amigas en la universidad —dijo acomodando su almohada detrás—. Y más todavía si supieran que yo te enviaba contenido para nada sano.

La diversión que cargaban sus palabras se sintió como una luz de aliento llenando mis rincones más oscuros, suave y cálida. Como si el tiempo ya no existiera entre nosotras. Sonreí con honestidad.

—Nada de Lena Luthor. Excalibur fue la que envió aquello. Tristemente no he vuelto a saber de ella en mucho tiempo.
—¿Excalibur? Pero si la tienes en frente —declaró y al mismo tiempo sacó de debajo de su camiseta un collar. Yo casi dejo escapar un grito de sorpresa. Me estaba enseñando el collar que yo había usado durante mi viaje en el espacio y, según su rostro, muy orgullosa por eso. La espada en el medio brillaba triunfal, como si se alegrara de volver a verme.
—Te lo pusiste.
—Maggie me lo dio cuando estabas en coma y yo no quería irme a dormir. Tú tenías el otro —hizo una pausa cuando le enseñé el que tenía bajo mi propia camiseta. El dije con las palabras en kriptoniano—... el mío, ella los arregló para que te pudiera seguir escuchando. Lo tienes puesto.
—Tú también lo estás usando.
—Era el único modo de tenerte cerca. De saber que estabas... aún aquí.

Miré un instante más el suyo, subí, casi me detuve en sus labios y terminé por quedarme en sus ojos. La amaba con tanta fuerza... A ella y todo lo que implicaba estar a su lado. Ni la muerte de Supergirl me arrebataría eso.

—Fue una noche larga y demasiado por esta madrugada. Lo mejor será dormir —sentencié sin romper el contacto. Pero sin apuros ni emociones tensas. Me dio la sensación de que la ojiverde se quitaba un peso más de encima, uno inservible y olvidado del pasado.

Se metió en la cama y su cuerpo casi tocando el mío fue toda una nueva experiencia. Ahora no hacía falta pensar en que podía comenzar a flotar porque sí, o que un mal movimiento mientras dormía le haría daño. Pese a mi propio dolor, ya no era necesario pensar en las probabilidades de lastimarla.

Todo eso me hizo sentir mejor cuando dejé las dudas a un costado y rodeé su estómago con el brazo. Lena vaciló, o quizá fue su sorpresa la que duró un par de segundos, pero me rodeó por completo. Me hizo sentir su calor y la agradable presión con la que me sujetaba. Me hizo olvidar, por el tiempo que fue necesario, que todo estaba mal.

En esa habitación y en esa cama en particular yo me sentía otra vez segura. Segura, y completamente incapaz de volver a separarme de esos brazos de nuevo.

—Un día a la vez —musitó acariciando mi cabello. Yo respiré profundo.
—Un día a la vez.


Entré en la cocina vistiendo un pantalón azul pastel y una camisa que Lena había dejado para mí al irse a preparar el desayuno.

Había despertado solo un momento antes que ella, recordando de a poco los sucesos de la noche anterior y algo sonrojada por nuestra cercanía. La ojiverde parpadeó apenas me sintió alejarme y terminó por abrir del todo los ojos cuando volví a mi lado de la cama.

No conversamos mucho y solo disfrutamos de la pequeña paz hasta que me informó que haría algo de comer antes de irnos.
Yo aproveché para tomar una ducha rápida, ignorando a medias dónde me encontraba y la cantidad de veces que Lena había estado conmigo bajo esa regadera años atrás.

—Tienes chocolate caliente listo, pero si deseas otra cosa en la cafetera hay...
—Me sigue gustando el chocolate —la tranquilicé. Su leve sonrisa escapó de mi visión cuando se giró hacia la mesada de la cocina. Al volverse puso una taza frente a mí.
—Es un alivio.
—¿Me dirás a dónde vamos? Ya he tenido suficientes sorpresas para esta vida y la que sigue.
—Me temía que ya no te divirtiera tanto el misterio —dijo entretenida y se apresuró a hablar cuando quise objetar—. Pero si quieres saber iremos a una fábrica.
—¿Una fábrica?
—Es mía. Les di a todos el día libre para nuestro recorrido.
—¿Eso quiere decir que me enseñarás tus inventos más secretos? ¿Tecnología de última generación?
—Bueno... No exactamente. Si te llevara a una fábrica de esas morirías del aburrimiento. Ya verás cuando vayamos.

Me permití sonreír un poco. Lena generaba esas cosas en mí; emociones que extrañaba sentir y que ansiaba se quedaran conmigo durante más tiempo.

—Dormí bien, por cierto —comenté nerviosa.

¿Era normal que ahora mis sensaciones fueran así? Como si se hubieran multiplicado de la noche a la mañana y no tuviera el control de nada. Sujeté con cuidado la taza para calmar mis manos inquietas y al segundo me sentí tonta. No la iba a romper por mucho que apretara.

Lena hizo caso omiso de mi patética situación.

—Es bueno saber eso. Fue una buena noche para mí también... Gracias.
—¿Por qué?
—Por aceptar venir a mitad de la noche a verme.
—Lo necesitaba.
—¿Quedarte despierta hasta muy tarde? —bajé la mirada al chocolate caliente recordando la noche anterior. Tenía aún en mente la emoción desbordante que sentí al leer el mensaje de Lena.
—Verte otra vez.

Su sonrisa hizo estallar volcanes en mi pecho.

—Hace mucho tiempo pensé que esto no sería jamás posible. Tenerte aquí, en este lugar de nuevo... parece un sueño —observé la cocina un momento, se veía igual que hace años. Cargada de recuerdos.
—Tiene que significar algo, ¿verdad, Lena? ¿Todo esto, nosotras... el esfuerzo?
—Quiero creer que sí —la mirada que me regaló estaba llena de esperanza—. La vida no puede ser tan cruel durante tanto tiempo.

Por unos minutos no dijimos nada. Pero el silencio no era inadecuado ni molesto. Sus ojos me hablaban lo suficiente, la expresión de ternura inmensa en ese verde profundo me hacía querer sonreír y atraerla en un abrazo.

Cuando terminamos de desayunar Lena me avisó que iría a por sus cosas y partiríamos en diez minutos. Y en efecto, así fue. Al salir de la casa un chófer nos esperaba en la entrada.

—Por alguna razón ya no me gusta tanto conducir —dijo mirando el auto mientras nos acercamos—. Además mis piernas se sienten raras.
—¿Tus piernas?
—No sé si recuerdes que luego del accidente tuve una recuperación de dos meses. En ese tiempo mis piernas estaban un poco mal y aunque me recuperé bastante bien, hasta hoy existen días en los que las noto más pesadas o tensas de lo normal. La verdad que no quiero atropellar a nadie.
—Solo falta que te duelan cuando caiga una lluviecita.
—Eso solo a partir de los cuarenta, por favor.

Nos reímos en tanto entrabamos al auto. El hombre que conducía no necesitó instrucciones porque le bastó con encender el motor y doblar en la esquina después de que Lena lo saludara, a pesar de la ventana oscura que nos separaba de la parte de en frente.

Nuestro viaje fue muy cómodo. La ojiverde me comentó algunas cosas de la cirugía a la que se había sometido, así como los cuidados que la doctora Corday había sugerido que tuviera. Yo solo escuchaba, muy agradecida de que no me tocara explicar mi experiencia en la Fortaleza de la Soledad. Y no es que Lena buscara tener toda la atención, más bien parecía que entendía lo que era no poder hablar de ciertos temas.

La conversación tomó un rumbo distinto y sin saber cómo, terminamos hablando de su estadía en el hospital de Londres, meses atrás.

—Te ví tener un paro cardiorrespiratorio, estabas... muy cerca de irte —rememoré viendo por la ventana—. La doctora Corday te trajo de regreso.
—Me comentó que desde ese momento no te fuiste de mi lado.
—No quería irme. Tenía miedo de no volverte a encontrar viva si lo hacía.
—A veces pienso en el dolor que las drogas no podían suavizar —murmuró con una mueca de desagrado, como si solo decirlo trajera todo de vuelta—. Estabas tú ahí. Tengo imágenes intermitentes de nuestras noches sin descanso por mi culpa. Siento no dejarte dormir.

A pesar de su sonrisa yo sabía que iba en serio.

—Estabas sufriendo, Lena. Mi descanso, uno que ciertamente no necesitaba, era lo de menos —su mano agarró la mía sin vacilar y me di cuenta de que sus ojos estaban de pronto más claros—. Habría dado todo porque fuera yo en tu lugar. No merecías ese dolor. Ni ningún otro.
—Estabas tú, eso era lo importante. Te tenía a ti, Kara.
—Siento irme —dije sincera—. Sam...

Cerré la boca al tiempo que dije su nombre. Hace tiempo no pensaba en su amiga y no es que tuviera motivos, pero me sorprendía olvidarla tan fácil después de tantos problemas con ella. Más aún, tener en mente nuestra discusión en el hospital no fue de ayuda.
Pero Lena suspiró antes de que necesitara pensar en algo y estuve aliviada de no haber seguido.

—Sam es un misterio últimamente —dijo la ojiverde sin soltarme—, me fue a visitar a la clínica dos días antes de que me dieran el alta y no he vuelto a verla. Hablamos por teléfono y me aseguró que estaba hasta el cuello de trabajo y que vendría a verme pronto. Pero siento que algo está fuera de lugar.
—No parece algo propio de ella.
—No sé. No importa nada de eso hoy. Ya llegamos.

Salimos del auto hacia la entrada de un descomunal edificio plateado. En la puerta esperaba un hombre, posiblemente de seguridad, que nos saludó cortésmente y entregó una llave a Lena.

—Buen día, Raj.

Ya dentro de la fábrica la ojiverde nos dirigió a un elevador del mismo tono gris brillante que lo demás a nuestro alrededor. Salimos a otro piso, con el silencio de los últimos minutos volviendo más larga la espera mientras caminamos por un pasillo de ventanas altas que dejaban ver los camiones de carga del exterior.
Nos detuvimos en una puerta y Lena introdujo la llave en la cerradura, esta sonó un momento, luego otra vez hasta que tiró hacia adelante.

Al entrar y encenderse todos los reflectores quedé mucho más asombrada de lo que pensé posible.

En el desmedido espacio frente a mí estaban ubicadas decenas de máquinas de todo tipo, inmóviles y tan grandes como una persona. Era difícil de poner en palabras la monstruosidad de metal, pero no fue lo que más llamó mi atención.

Mis ojos habían caído rápidamente en las cajas más cercanas, listas para cerrar y enviar a destino.

—¿Chocolates? —musité viendo el envoltorio rojo con franjas negras en los extremos.
—En la universidad me surgió esta loca idea de querer una fábrica de dulces. Pero lo veía como algo muy tonto e improbable. Te lo conté mediante Excalibur un día —agregó mirando el interior de la caja y sacando tres variedades distintas de chocolates—. ¿Quieres probar el de nueces, chocolate blanco, o almendras?
—Oh, no es necesario que hagas eso. Está tan bien... organizado todo.
—Kara, todo esto es mío. Por lo tanto puedo ofrecerte hasta la maquinaria. ¿O crees que te traje solo a mirar?

Levantó una ceja y respiré profundo, tomando el chocolate de almendras de su mano derecha y rompiendo el envoltorio. Me miró con expectativa, muy atenta a mi reacción entre los segundos en que partí un trozo de la barra y degusté con ganas.

—No quiero llevarme todo el crédito pero participé en la fórmula —dijo cuando mordí otro poco. El chocolate era delicioso pero la almendra lo mejoraba aún más.
—Vale, me encanta, podría comerlo todo el día —confesé unos segundos después.

Estaba pasándola bomba hasta que Lena me lo quitó de las manos, lo dobló un poco y lo metió en una mochila que no le había visto sacar, junto a otros tres chocolates iguales. Se la colgó a la espalda y me miró otra vez.

—No te puedes llenar tan pronto, apenas empieza nuestro recorrido.

Me tomó de la mano y tiró de mí hasta la zona siguiente. Ella misma me alentó a coger cualquiera de los chocolates con maní de la gran mesa de clasificación. Mordí, sentí un gusto suave a frutilla y cerré los ojos.

—Este es aún mejor —declaré contenta.
—Lleva los que quieras.
—Presiento que quieres que explote o que como mínimo corra chocolate en mis venas en vez de sangre —su risa me hizo sonreír nuevamente, como si no importara nada más en la vida más que ese sonido tranquilizador. Y el chocolate.

Se apoyó en la mesa y contempló un rato. Muy pensativa. Tomó algunos chocolates de distintos sabores y los guardó en la mochila.

—Supongamos que los llevarás para Maggie.
—Ningún ser se interpone entre mis dulces y yo, y lo sabes.

Sin darme cuenta había sujetado su mano para caminar más allá en el laberinto de máquinas. Probé bombones que me hicieron cosquillas la garganta y los dejé automáticamente a un lado. Con la tarde advertencia, y la burla, de que contenían alcohol.

Después de dejar la sala de los chocolates y beber media botella de agua el ascensor nos llevó a otro piso superior.

—¿Gomitas en forma de espada? —dije estudiando el dulce y mordiendo la mitad. Sabía a manzana y masticarla me hacía sentir de un extraño buen humor. Comí algunas otras y me encargué de guardar yo misma dos paquetes en la mochila—. Esta noche tendremos una increíble pijamada. No sentiremos el estómago en días.
—¿Pijamada?
—Veremos películas toda la madrugada. No tienes que trabajar, ¿verdad?

Lena solamente negó, viéndome con una sonrisa rara hasta que desvió la mirada a otro lugar.
Nuestra caminata se convirtió en pura elección de dulces, como si estuviéramos en una gigantesca tienda, tanto que la mochila que Lena cargaba empezaba a verse más grande y pesada. Sin embargo la estaba pasando muy bien y era de lo más divertido.

Las frituras a metros nuestro me hicieron acercarme.

—¿Haces estas cosas también?
—Imaginé que sería divertido. Prueba las papas de crema y cebolla, son mis favoritas.

Hice como pidió, dejando ir su mano para abrir el paquete azul. El aroma me llegó al instante y no demasiado tarde probé una y luego otra, y algunas cuantas más que compartí con ella, muy feliz, sentadas en una máquina de carga.

—No abrí hace mucho este lugar. Pero me agrada venir. El olor es reconfortante.
—¿Alguna otra fábrica secreta de la que necesite saber?
—Solo esta —aseguró con una sonrisa cálida.

En la quietud de ese lugar y de la paz del momento recordé, como si ya no pudiera mi cerebro ignorarlo, que solo era una humana. Recordé, debido a esa expresión suya tan agradable, que no podría salvarla de ningún peligro inminente nunca más, por mucho que lo deseara. Ese miedo nuevo e incómodo me subió a la cara sin poder evitarlo. Mi estado de ánimo quedó por el suelo. ¿Con tantos intentos de asesinato hacia ella quien me negaba que uno más estaría esperando a la vuelta de la esquina?

—¿Quieres volver? Hay muchas cosas más para ver, pero siento que un dulce más en tu cuerpo y realmente te desmayas —Lena no estaba muy lejos de la realidad. Me dolía considerablemente el cuerpo, pero no me parecía que fuese por lo que ella creía. Solo asentí, entrando al elevador dos minutos después—. Aún no instalo un ascensor de cristal al estilo Willy Wonka. Pero lo tengo en seria consideración.
—La pasé muy bien, Lena... Viendo todo esto. Hiciste un buen trabajo.
—Solo es una fábrica —dijo moviendo la mano para restarle importancia.
—Es mucho más. Estoy orgullosa de ti. Tenlo por seguro.

Desde aquello ninguna de las dos volvió a hablar. Ni en el ascensor, ni tampoco en el viaje de vuelta. La emoción por conocer algo tan asombroso seguía latente pero no del mismo modo. No como hubiera sido meses atrás; habría estado volando por toda la ciudad con semejante cantidad de dulces en mi organismo.
Me sentí todavía peor porque Lena se mostraba más reservada, no necesariamente lejos de mí de forma embarazosa, solo... no tan de humor como en la fábrica.

Quise decir algo en el auto. Quizás una disculpa por algo de lo que no estaba segura, cualquier cosa. Pero no ví la oportunidad y cuando me di cuenta estábamos entrando en su casa.
Lena dejó la mochila en un sillón, yo me quité el pesado saco y me tomé un momento para respirar. La cabeza me daba vueltas y dolía un poco, pero era lo de menos comparado con los dolores en mis piernas.

—¿Te sientes bien?
—Sí, solo es un mareo.

La ojiverde se fue y volvió muy rápido, haciendo que me sentara en el sofá más cercano.

—Bebe un poco. Es agua —solo cuando lo hice me di cuenta de que tenía los labios resecos. También fue como si el líquido calmara algunas partes ardientes de mí. Me froté los ojos al pensar en eso, olvidando que ningún calor saldría de ellos—. Lo siento. Hice que tu cuerpo se exigiera más de lo necesario.
—Estoy bien. Solo dame un momento.
—Kara, sé que no quieres escuchar esto, pero ya no tienes la resistencia de antes. Tienes que descansar y recuperar tu energía... a la antigua, me temo.

Bajé la vista al vaso de agua, perdiendo un poco la esperanza en cuanto a todo. ¿Se suponía que tenía que acostumbrarme a eso? ¿O mejoraría alguna vez?

Cuando la cabeza me dejó de dar vueltas me puse de pie. Lena se ofreció a ayudarme y yo no me sentí con ganas de negarle nada, así que me apoyé en su brazo al subir las escaleras, soltándolo al meterme en la cama. La suya, que estaba impregnada de su olor.

Algo que volví a notar para mi rápido desánimo fue que al quedarme quieta y en silencio no fui capaz de escuchar los sonidos de allá fuera. No era nada nuevo y sin embargo lo olvidaba continuamente, lo que provocaba que me esforzara en alcanzar una sirena muy a lo lejos o como mínimo la conversación en la tienda más cercana.

Me hice más pequeña bajo las sábanas, contemplando a la ojiverde sentada en la silla frente a mí, junto a la ventana, que también me miraba.

—Perdón por arruinar nuestra salida.
—No lo hiciste —se apresuró a decir—. Me gustó mucho enseñarte la fábrica.
—También me gustó. Me sentí... mejor. Como si fuera otra vez normal.
—¿Cuándo Kara Danvers fue normal un solo día en su vida? —inquirió acercándose.

Sus ojos tan familiares eran algo que ni con el tiempo dejaban de embrujar mis sentidos. Tan misteriosos pero a la vez conocidos. Recordaba a la perfección la claridad de aquel verde, de memoria, y como a mí misma.

—Hoy me di cuenta de algo.
—¿De qué?
—Verás, sé que disfrutas mucho comer ¿no es así? Pensé que sería una bonita idea darte un momento para relajarte... rodeada de cosas que podrías disfrutar. Y fue así, te veías tan feliz —le brilló la mirada y su sonrisa dio de lleno en mi pecho, traspasando mi piel y clavándose en mi corazón—. No tienes que pensar mucho en esto, ni preocuparte por nada o responder, ¿está bien? Sigo enamorada de ti, Kara, igual que la primera vez. Tenía que decírtelo por si acaso. Por lo que sea que decidas. Te amo del mismo modo que antes.

Se inclinó, posó sus labios en mi frente durante varios segundos y pude volver a respirar. Como si solo con su contacto me sintiera verdaderamente viva. Aunque el dolor más allá de lo físico quería abarcar todo espacio en mí, el momento solo me generó una felicidad que nada sería capaz de quitarme.

Lena me seguía queriendo a pesar de lo que había encontrado al volverme a ver. Y eso era suficiente para querer sanar.

—¿Puedo quedarme un momento? —dijo volviendo a dónde estaba sentada, medio nerviosa.

El corazón me seguía latiendo. Latiendo con fuerza por ella.

—Eso me gustaría mucho.