33. Da la vuelta y vete ya

Ataviada con el impresionante vestido, Sakura se miraba en el espejo sin creer aún que aquella fuera ella. En ese momento llamaron a la puerta. Eran Naori y Hotaru, que al verla se quedaron sin palabras.

—Cuqui, estás hipermegaideal.

—Me superencantaaaaaaaaaaaaa —afirmó Naori y, al ver el colgante de la llave que llevaba al cuello, añadió, tocando el suyo—: Yo también la tengo.

—Yo nunca la tuve. Utakata no se preocupó de reclamársela a su primera mujer para dármela a mí. Él es así de imbécil.

Por suerte, Hotaru había superado todo lo ocurrido con Utakata, pero Sakura, que lo desconocía, preguntó:

—¿Tan malo fue?

La joven resopló y dijo:

—¿Tú sabes lo que es pillar a tu marido, a ese hombre que adoras, que quieres, que amas locamente, sobre la mesa de su despacho follándose como un mandril a su secretaria? —Sakura abrió los ojos mientras Naori asentía—. Yo tenía más cornamenta que el padre de Bambi, que en paz descanse.

Sakura y Naori terminaron riendo, y Hotaru, con cierto resquemor al recordar, y se colocó el escote del vestido y concluyó:

—Yo no necesito silicona para conseguir mis propósitos. Y además he aprendido a manejarme sola, sin necesidad de que un Uchiha, por muy guapo que sea, me solucione la vida.

—Esta es mi chica —exclamó Naori, dándole un beso.

—Ah... y que sepáis que me ha llamado Orlando Bloom. Estará en la cena y he quedado con él. Por lo tanto, ¡no me hincharé a carbohidratos!

—¿Orlando Bloom? ¿El actor de Piratas del Caribe? —preguntó Sakura sorprendida.

—Síiiii —aplaudió Hotaru—. ¿A que es mono?

Sakura asintió. ¿Orlando Bloom iba a estar en la cena de Fugaku?

Naori la miró divertida y dijo:

—No te imaginas cuánto me recuerdas a mí cuando entré en esta familia. La primera vez que vi a varios famosos y cantantes que yo adoraba, apenas pude comer. Pero tranquila, te acostumbrarás y, con el tiempo, muchos de esos a los que admiras se convertirán en tus amigos, como por ejemplo lo soy yo de Alejandro Sanz.

Sakura la miró boquiabierta y ella le guiñó un ojo y concluyó:

—Recuerda, Sakura, aunque suene mal, mi consejo es: ¡relájate y disfruta!

Tras un rato más de charla, llegó la hora de bajar al vestíbulo, donde los Uchiha las esperaban.

Nerviosa, Sakura cogió el bolso que hacía conjunto con el vestido y se puso los zapatos. Y, dispuesta a deslumbrar al hombre que amaba, recorrió con sus dos amigas el pasillo del hotel. Cuando entraron en el ascensor, Naori sacó su móvil y dijo:

—Vamos a hacernos un selfie. Luego lo colgaré.

Entre risas, las tres se fotografiaron en distintas posturas cómicas, pero cuando el ascensor se paró en la planta baja, volvieron a ser las tres mujeres sofisticadas que eran y salieron al hall.

Sakura vio a Itachi antes que él a ella. Hablaba con su padre y sus hermanos y estaba guapísimo, con un traje oscuro y camisa blanca. Se le acercó con decisión y cuando él, avisado por su hermano Shisui, miró en su dirección, Sakura no pudo evitar sonreír al leer en sus labios «Ay, Diosito».

Incrédulo, Itachi sonrió sin poder apartar la mirada de ella. Estaba preciosa, fascinante, increíble. Era la primera vez que la veía con un vestido de noche y estaba maravillosa. No obstante, lo que realmente le llamó la atención fue ver que tenía el pelo de un solo color: ¡rosado!

Sakura llevaba la melena suelta y, al andar, se le balanceaba un poco, por lo que por unos instantes se sintió como una modelo caminando por la pasarela. Todo el mundo las miraba a las tres. Todo el mundo sonreía. Pero Sakura solo quería hechizar a su pelinegro que la observaba boquiabierto.

—Lo hemos conseguido —susurró Naori, al ver el gesto de sus cuñados y su marido.

—Babea, mandril... y mira lo que te has perdido —masculló Hotaru, al ver el gesto extasiado de Utakata al contemplarla.

Cuando las tres chicas llegaron al lado de los Uchiha, Fugaku, que las había admirado tanto como sus hijos, dijo:

—Sois tres reinas. A cuál más bella, ¡qué peligro de mujeres! —Y, sonriéndole a Sakura, añadió—: Estás preciosa con tu color de pelo, chica arco iris.

—Gracias —contestó ella, sonriéndole también.

Y al ver la expresión de Itachi, le preguntó coqueta:

—¿Estoy a la altura de una fiesta de los Uchiha?

Loco de amor por ella, y sin importarle que su padre los mirara, él la asió por la cintura, la besó en los labios y murmuró:

—Estás muy por encima de una fiesta de los Uchiha.

Encantada con su respuesta, se sintió segura de sí misma y, cuando salieron del hotel en dirección a la fiesta, supo que lo pasaría bien.

Nada más llegar la limusina a la puerta del local donde se celebraría el evento, cientos de fotógrafos los esperaban. Y mientras los demás iban saliendo del coche y sonreían, Sakura cogió a Itachi de la mano y dijo:

—No puedo salir.

—¿Por qué?

—Porque no quiero que me fotografíen —respondió nerviosa.

—Pero ¿por qué, cariño, si estás preciosa?

—Tengo miedo. Alguien me puede reconocer y ...

Itachi, al entender de lo que hablaba, la cortó con un beso y, cuando se separó de ella, sentenció:

—Nadie, absolutamente nadie, os hará daño ni a ti ni a los niños.

—Itachi ...

Shisui, al ver que no salían, se acercó de nuevo a la limusina y preguntó:

—¿Qué ocurre?

Itachi no respondió y su hermano, que conocía el pasado de Sakura, la miró y dijo:

—Nosotros te protegeremos. Sal del coche, Sakura, porque no va a pasar nada.

Ella suspiró y cerró los ojos. Finalmente, al ver lo ridículo de la situación, se decidió a salir. Si era la novia de Itachi Uchiha, tarde o temprano la iban a fotografiar.

Una vez dentro del local, posaron en el photocall. Primero en grupo y luego por parejas. Hotaru lo hizo encantada con Fugaku, para rabia de Utakata, mientras que Orlando la esperaba en la fiesta.

Cientos de flashes descargaban ante ellos e Itachi, sin soltar a Sakura de la mano ni un instante, respondía a las preguntas que los periodistas le hacían, aunque la más repetida era quién era la joven pelirosa que lo acompañaba, a lo que él contestaba una y otra vez que su novia. Su prometida.

Después entraron en la fiesta y Sakura se tranquilizó un poco. Aunque alucinó cuando vio a la gente que la rodeaba. Cientos de músicos, actores, presentadores y cantantes los saludaban y ella no podía creer lo que veían sus ojos. Extasiada, saludó a Alejandro Sanz, a Beyoncé, a Marc Anthony, a Cristina Aguilera, a Luis Miguel y a infinidad de personalidades más. Y cuando Hotaru llegó del brazo de Orlando Bloom, el actor le pareció todavía más guapo en persona que en el cine.

Una vez se sentaron a cenar, a Sakura ya se le había pasado el susto. El ambiente era relajado y agradable y no se sintió fuera de lugar. Todo estaba saliendo la mar de bien.

Durante la cena, los tíos de Itachi, que estaban sentados a otra mesa, se acercaron a saludar, y en especial a conocer a Sakura. Maravillados, ensalzaron sus ojos verdes y su cabello rosa y ella rio a carcajadas cuando uno de ellos comenzó a cantarle una canción que hablaba de una pelirosa. Antes de acabar la cena, Naori, que no había parado de prodigarse muestras de cariño con su marido Shisui, se levantó y se marchó. Sakura sabía a dónde iba y, emocionada, esperó oírla cantar en el escenario.
Utakata, que se había mantenido bastante callado durante la cena, dijo ahora, mirando a Hotaru:

—Estás muy bonita esta noche.

Su voz, su cercanía y su mirada la acaloraron y, dándose aire con la mano, respondió:

—Gracias. Tú tampoco estás mal. —Y luego, miró de nuevo a Orlando y siguió hablando con él.

Utakata observó al actor y se calló. Sin duda, pensaba que intentar competir con él era imposible y suspiró. Pero al ver la mano de Hotaru, algo le llamó la atención y preguntó:

—¿Ese anillo de zafiros es nuevo?

Ella se miró la mano, encantada, y, moviéndola ante él, dijo:

—Es mi anillo de compromiso.

—¡¿Qué?!

Satisfecha por su gesto y su cara de desconcierto, Hotaru aclaró:

—Alexei me ha pedido que me case con él, ¿te lo puedes creer?

A Utakata se le demudó el semblante e, intentando disimular el malestar que sentía, preguntó:

—¿Y qué le has respondido?

Clavando sus claros ojos en él, Hotaru contestó:

—Por supuesto, le he dicho que sí. Sería tonta si no me quisiera casar con el hombre más sexy del planeta.

Utakata asintió sin decir nada, cogió su copa de vino y bebió.

Instantes después, Naori apareció en el escenario y, tras decir unas palabras, animó a todo el mundo a cantarle el «Cumpleaños feliz» a Fugaku, mientras él también subía al escenario para soplar las velas de una enorme tarta.

Todos los asistentes aplaudieron y él, emocionado, cogió el micrófono y dijo unas palabras. Naori, al ver que se le llenaban los ojos de lágrimas en el momento en que mencionó a sus hijos y a su difunta mujer, le apretó la mano para darle fuerza y valor.

Cuando terminó de hablar, Fugaku le cedió de nuevo el micrófono a ella, que dijo ante todos:

—Querido suegro, esta canción que sé que te gusta y que sientes como muy especial, te la dedico solo... solo... ¡a ti!

Cuando los músicos comenzaron a tocar los primeros acordes de Lamento borincano, Naori miró a Fugaku y, sin que nadie la oyera, murmuró:

—Ya sabes, luego bailas conmigo para que todos vean lo estupendo que estás y el ritmazo que tienes.

Y se arrancó a cantar aquella bonita canción, mientras su marido la observaba sentado a la mesa con el resto de su familia.

Estaba orgulloso de ella. A pesar de los grandes tropiezos que ambas partes habían sufrido al principio, su relación era maravillosa, ¡perfecta! Adoraba a su mujer por encima de todas las cosas y no había un solo día que no se lo recordara. Sin ella, ya nada sería igual.

Naori, desde el escenario, tras guiñarle un ojo a su guapo marido al ver cómo la miraba, sonrió, y en varias ocasiones se acercó a Fugaku y lo animó a cantar con ella. Él rio e hizo que todos rieran también mientras Naori entonaba:

Oh, Borinquen, la tierra del Edén,

la que al cantar, el gran Gauthier,

llamó la perla de los mares.

Ahora que tú te mueres con tus pesares,

déjame que te cante yo también,

Borinquen mi amor.

La gente coreaba la canción. Era muy popular en Puerto Rico, casi un himno. Y los nacidos allí como Fugaku o sus hijos la sentían hasta en lo más profundo de su ser. De pronto, Naori soltó el micrófono, se acercó a su suegro moviendo las caderas y dijo:

—Vamos, Uchiha. Demostrémosles a todos lo bien que bailas salsa.

Él aceptó su reto, divertido. La cogió de la mano y comenzó a bailar con ella. Todo el mundo prorrumpió en aplausos, mientras Fugaku, un puertorro de pura cepa, disfrutaba con su nuera y la canción.

—Qué buena es Naori cantando. Y tu padre baila fenomenal —dijo Sakura maravillada.

Itachi sonrió y contestó divertido:

—Prepárate, cariño, porque esta noche vas a bailar más salsa que en toda tu vida.

Cuando la actuación de Naori acabó, todos volvieron a aplaudir y Fugaku, sonriente, tras abrazarla y darle dos besos, bajó del escenario acompañado de su bella nuera.

Una vez terminaron el postre, todos los comensales pasaron a otro comedor al aire libre, decorado con antorchas, donde, nada más entrar, el sonido de la salsa ya hizo que tuvieran ganas de moverse.

Los tíos de los Uchiha, los antiguos músicos de su madre, estaban tocando en el escenario, dispuestos a que todo el mundo bailara hasta caer rendido.

Sakura, sin creer todavía que se hallara en medio de todo aquello, con artistas y actores de primera clase, rio encantada. No muy lejos de ella, Itachi observaba cómo varios hombres se le acercaban seductores y tenía intención de dejar muy claro que era su novia. Su prometida.

Shisui, que se había percatado de la situación, se acercó a él y, tras darle una cerveza bien fría, fue a decir algo, pero Utakata se lo impidió, murmurando molesto:

—¡Se casa! Hotaru se casa con el muñequito ruso.

Ellos dos lo miraron y Shisui, dando un trago a su cerveza, dijo:

—Ya lo sabemos.

—¿Lo sabéis? —preguntó Utakata, alzando la voz.

—Baja la voz y no la líes —susurró Itachi —. Es el cumpleaños de papá.

Su hermano maldijo.

—Le ha regalado un zafiro. ¡Ese no sabe lo que le gusta tanto como yo!

La noticia le había caído como un jarro de agua y Shisui, dispuesto a jorobarlo aún más por haber sido tan tonto, replicó:

—Estoy convencido de que ese la hará muy feliz.

Utakata sonrió molesto y contestó:

—Venga, Shisui, ¡no me jodas! Ese muñequito no puede hacerla feliz.

—¿Por qué? —preguntó Itachi interesado—. ¿Por qué crees eso?

Molesto por cómo lo miraban los dos, él dijo:

—Porque lo sé y punto. A Hotaru siempre le ha gustado otro tipo de hombre y ...

—Sí, claro —lo interrumpió Itachi —, le gustabas tú. Un hombre fiel, amable, cariñoso con ella y terriblemente atento a sus necesidades, ¿verdad?

Utakata no contestó e Itachi añadió:

—Asúmelo, hermano. Te has buscado lo que tienes y has perdido la batalla.

—Yo más bien diría que has perdido la guerra —apostilló Shisui.

—Disfrutáis con ello —se quejo él al escucharlos.

Shisui sonrió y, poniéndole una mano en el hombro, dijo:

—Disfrutaría más si hicieras algo positivo por y para ti.

Utakata no respondió. Con gesto ceñudo, se dio la vuelta y se marchó. No quería escucharlos.

Cuando se alejó, Itachi y Shisui se miraron, y este último comentó:

—Lo está pasando fatal con lo de Hotaru. Nunca imaginé que se quedaría tan desconcertado. Me preocupa de verdad, Itachi.

Este asintió y, mirando a Sakura, que bailaba con un amigo de su padre, dijo:

—Él se lo ha buscado. Quien no cuida lo que tiene, luego no tiene derecho a quejarse por haberlo perdido. Y, por cierto, ¿no crees que el amigo de papá se está arrimando demasiado a Sakura?

Shisui se rio y bromeó divertido:

—Como diría Naori, tranquilo, Uchiha. Todos saben que ha venido contigo.

Itachi dio un trago a su cerveza.

—Eso espero. No quiero líos, ni aquí ni fuera de aquí.

Estaba claro que los Uchiha no se andaban con tonterías en lo que se refería a sus mujeres.

En otro lado de la fiesta, Hotaru se divertía bailando con Fugaku. Ella había aprendido a bailar salsa porque Utakata, en sus dulces comienzos, la enseñó. Su suegro y ella siguieron hasta que la pieza acabó y luego, entre risas, fueron a una de las barras cercanas para pedir algo de beber.

—¿Bailas conmigo? —le preguntó entonces Utakata, apareciendo a su lado y tendiéndole la mano.

Sorprendida, Hotaru parpadeó. Utakata llevaba años sin bailar con ella, ni salsa ni nada, y se sorprendió más cuando él dijo, sonriendo al oír los acordes de una canción:

—Si mal no recuerdo, esta pieza siempre te ha gustado.

A ella se le puso la carne de gallina cuando reconoció Da la vuelta y vete ya, una bonita canción que había bailado con él en otro tiempo feliz. Mientras Marc Anthony comenzaba a cantar.

Que te olvidaste de mí

que se ha escapado el amor

por el portal del hastío

que te dice el corazón

que hallarás en otros brazos

lo que no hallaste en los míos...

Ella miró a Utakata y este, sonriendo, la llevó con suavidad hacia la pista.

—¿Recuerdas cuántas veces bailamos esta canción? —Ella no respondió y él murmuró, agarrándola por la cintura—: Vamos, amor. Baila conmigo otra vez.

Sintiéndose como en una nube de algodón rosa chicle, Hotaru comenzó a moverse al compás de la música, mientras la mirada de Utakata se clavaba en ella. Aquella canción que un día los enamoró estaba contando su dura separación.

—Nadie posee la suavidad de tu piel —susurró él, mientras la tenía abrazada.

La música comenzó a coger ritmo y Utakata, separándola de su cuerpo, le dio espacio para que pudiera moverse.

—Sigues bailando muy bien, preciosa —dijo sonriendo.

—Hay cosas que no se olvidan —respondió ella, sonriendo también. Y luego, recuperándose de su cercanía y sus palabras, levantó el mentón y, moviendo los hombros, añadió, mientras se dejaba llevar por la música—: Tú tampoco lo haces mal.

Y sin pensar en nada más y olvidándose por unos instantes de todo lo ocurrido entre ellos, Hotaru bailó con él, sonrió y disfrutó aquella canción como en los viejos tiempos, mientras Marc Anthony seguía cantando a ritmo de salsa:

Da la vuelta y vete ya, hoy te doy la libertad

de volar a donde quieras.

Algún día tú verás, qué es hallar quien te dé su vida entera.

Y mientras tanto, mi amor, yo guardaré mi tristeza.

Que no tiene otro lugar que tu corazón y el mío.

Naori, que estaba hablando con Sakura, se sorprendió al verlos y dijo, señalándolos:

—¡No me lo puedo creer!

—Qué bien bailan —comentó Sakura.

Naori sonrió. Nunca los había visto bailar juntos. Utakata, en las fiestas, siempre estaba hablando de negocios, pero sorprendentemente, aquel día no lo estaba haciendo. Y en ese momento vio lo buen bailarín que era, como el resto de los Uchiha, y lo bien que Hotaru sabía seguirlo.

—Uisss... ¡veo salseo en la cara de Hotaru! —cuchicheó Sakura.

Naori los miró y respondió divertida:

—Te equivocas, cielo. Por suerte, Hotaru se desenganchó de él, aunque le tiene un gran cariño. Ella es un alma cándida, pero está loquita por su ruso.

Ajenos a lo que la gente comentaba, Utakata y Hotaru se movían por la pista con soltura y se entendían a la perfección. Sabían cuándo hacer cambio de pasos, de dirección o de movimientos con una fluidez que hizo que todos los observaran admirados. Incluso Fugaku lo hizo. Satisfecho, se acercó a Shisui y a Itachi y cuchicheó, haciéndolos reír:

—La está conquistando como un Uchiha.

Lo que su padre quería decir era que, delante de todos, Utakata estaba siendo delicado, afectuoso y atento con su exmujer, sin importarle lo que pensaran de ellos. Sin duda, su actitud los estaba sorprendiendo a todos y cuando vieron cómo Utakata sonreía feliz mientras hacía dar vueltas a Hotaru, pasándola por debajo de sus brazos, Itachi murmuró con cariño:

—Qué cabronazo es.

—Siempre ha sido el mejor —comentó Shisui apenado—, pero el muy idiota parece haberlo olvidado.

—Saber rectificar y asumir errores, aunque sea tarde, es de sabios —contestó Fugaku—. Y en este mismo instante, vuestro hermano lo está siendo.

Hotaru bailaba como sabía que a Utakata le gustaba. Cantaba al tiempo que daba vueltas, se dejaba coger por su exmarido y movía las caderas al compás de él. Sin duda ella quería disfrutar tanto aquel momento como él.

Cuando aquella mágica canción acabó, Utakata la miró. Deseaba decirle mil cosas, disculparse por otras dos mil, pero al ver aquellos ojos claros que un día lo miraron con amor, ahora vivarachos y sonrientes en vez de tristes, como en su última época, la acercó a él, la besó en los labios con rapidez y dijo, antes de dejarla:

—Enhorabuena por tu próximo enlace. Sé feliz, amor. Te lo mereces.

Cuando él se alejó, Hotaru, con la respiración agitada por el baile, se lo quedó mirando pensativa. Por unos minutos habían vuelto a ser los mismos de años atrás y el corazón le aleteó en el pecho.

¿Qué había ocurrido allí?

Pero instantes después, al ver que Utakata comenzaba a hablar con unos hombres sin mirarla, supo que la magia del momento había acabado. Así que se dio la vuelta, buscó a Orlando y siguió divirtiéndose sin sospechar que su exmarido sufría como nunca en su vida, y que se mantenía alejado porque se había dado cuenta de que no era bueno para ella.

Al verlos, Naori y Sakura se miraron y esta insistió:

—Te digo yo que aquí hay salseo.

Naori contestó divertida:

—Que no, mujer. Si alguien no tiene nada de romántico en esta familia es Utakata. Por cierto, ¿sabías que Fugaku se casó tres veces con Mikoto y que yo ya llevo dos bodas con Shisui?

—¿Me estás diciendo que quien conoce a un Uchiha, no lo puede olvidar? —preguntó Sakura divertida.

—Exceptuando a Utakata, sí —rio Naori. Soltando una carcajada, Sakura bromeó mientras decía:

—Lo llamaré ¡La maldición de los Uchiha!

Entre risas, y al ver que Hotaru sonreía con Orlando tras lo ocurrido, fueron a una barra para pedir algo de beber. Allí, Naori señaló unos vasitos y le preguntó:

—¿Conoces los chichaítos?

Sakura dijo que no. A pesar de ser camarera, nunca los había preparado y Naori pidió dos.

Tras beber un trago y murmurar ambas aquello de «¡Wepaaaaaaa!», Naori le advirtió:

—Debes tener cuidado con ellos. Entran muy bien, pero te coges una cogorza del quince. Te lo digo por experiencia, o si no, pregúntale a Itachi la que nos pillamos él y yo en Puerto Rico una noche.

El mencionado, que llegaba en ese instante con su hermano Shisui, al oír aquello se mofó:

—¿Quieres emborrachar a mi novia?

Naori soltó una carcajada y Shisui, quitándole el vaso de chichaíto, dijo:

—Vamos, caprichosa... baila conmigo.

Comenzó a sonar la canción Aguanile e Itachi, animado, tiró también de Sakura. ¡Todos a bailar!

Naori se quitó rápidamente los zapatos y empezó a mover las caderas al compás que su marido le marcaba, mientras este la miraba encantado, disfrutando de ese baile con ella.

Sakura llegó con Itachi a la pista y se quedó boquiabierta cuando él comenzó a moverse. Durante varios minutos lo siguió como pudo, hasta que decidió quitarse también los zapatos, como su cuñada, y entonces pudo bailar más a sus anchas. Itachi y ella se sincronizaron enseguida y bailaron salsa como unos descosidos, mientras reían contentos de lo bien que lo estaban pasando.

Cuando la canción acabó, Sakura se tiró a los brazos de su amor y, besándolo, exclamó:

—Dios mío, pero ¡qué bien bailas!

—Soy un Uchiha, ¿qué esperabas, taponcete? —Y la besó encantado.

Fue una noche muy bonita para todos, especialmente para Fugaku, que, orgulloso, se divertía y veía a sus tres hijos disfrutar.