Estaba de pie frente a la estatua del ministerio. La enorme figura de la bruja que le había apresado meses atrás la miraba con dureza y odio, cosa extraña teniendo en cuenta que sería difícil el poder percibir sentimientos en una estatua. Todo estaba tal cual como lo recordaba de la última vez que estuvo allí y le sorprendía que nada hubiese cambiado después de que Dumbledore y el Lord hubiesen tenido una descomunal batalla en las instalaciones.
Giró su cabeza y se encontró con su señor, mirándola con adoración y una devoción que jamás le mostró durante los años que estuvo sirviéndole y aprendiendo todo lo que el mago quiso transmitirle. Sus ojos rojos estaban completamente apostados en ella, ocasionando que un escalofrío la recorriese por todo el cuerpo.
No sabía lo que estaba sucediendo y tampoco recordaba cómo era que llegó a estar allí.
La mirada de Voldemort yacía sobre sus orbes, inmersos en una alabanza única y magnifica que no había presenciado antes. Estaba segura de que jamás en su vida aquello había sucedido y se estaba perdiendo en las emociones que aquello le hacía sentir. "Me está reconociendo…, al fin me está reconociendo" pensaba mientras el mago con cuerpo reptil se acercaba a ella cada vez más. Posó una mano en su brazo y dejó un amago de caricia que nada tenía que ver con el afecto, sino con la muestra de respeto y admiración. Un elogio y apreciación que siempre esperó poder tener de parte del oscuro mago y que nunca llegó. No obstante, allí estaba, viéndose merecedora del reconocimiento que le estaba dando su señor
—Mi querida Bella… —susurró Voldemort con suavidad, mostrando lo que suponía, debía ser una sonrisa —, mi más fiel seguidora, mi más leal lugarteniente. No hay bruja o mago en el mundo que se pueda equiparar a ti querida mía, y ahora reinarás a mi lado como siempre has querido —siguió diciendo, pasando el brazo hacia su cintura e invitándole a que caminase junto a él —. Te enseñé todo lo que sabía y estoy dichoso del gran trabajo que has hecho. Todo el mundo se postrará a tus pies, todos te rendirán pleitesía tal cual lo harán conmigo. Eres la bruja más poderosa en la fas de la tierra y eso no se puede discutir.
Estaba pletórica y sentía que su corazón palpitaba con fervor dentro de su pecho. Nada de lo que estaba escuchando podía ser cierto porque realmente era un sueño hecho realidad. Su señor, su amo le estaba elogiando de una manera maravillosa y jamás imaginó que eso podría pasarle. Siempre le sirvió como su fiel vasalla sin poner réplicas o quejas a nada de lo que él comandase, pero allí estaba sucediendo y no podía ser más feliz.
Lentamente caminaron por el largo pasillo del ministerio, donde la estatua de la bruja la seguía mirando con reproche, como si estuviese decepcionada por lo que estaba pasando allí, mas dejó de lado esa mirada y se concentró en lo que hacía con su señor a su lado. Siguió caminando, sin perder ninguna de las palabras que Voldemort le estaba dedicando con tanta pasión. Sentía dicha y jolgorio dentro de su cuerpo y no podía pensar en nada más que seguir caminando junto a su maestro.
Rodearon la fuente, la cual de un segundo al otro dejó de emanar agua y se secó, como si no estuviese funcionando en años. Los azulejos que vestía se veían terrosos, sin el lustre que siempre tenían y el fondo de la fuente estaba impregnada en tierra seca, agrietada y dura. Miró hacia atrás, y la imagen que recibió del vestíbulo era totalmente diferente a segundos atrás. Todo esta destruido, al suelo le faltaban baldosas, las chimeneas estaban demolidas y los candelabros desgarbados; todo estaba horrendo y expelía un aura desolado. Levantó la vista hacia la parte en que debían estar las oficinas administrativas detrás de los ventanales y solo recibió de vuelta más desolación. Las ventanas que solían lucir magníficas y orgullosas se encontraban rotas. Los vidrios estaban destrozados y muchas de ellas tenían puntas, como si las hubiesen hecho reventar o les hubiesen dado un golpe para que se quebrasen. Descendió el rostro, encontrándose con las esquirlas de los vidrios en el suelo y entre ellas, los memorándums que ya no volaban sobre sus cabezas.
Sabía que el ministerio dejó de usar lechuzas para que la limpieza en el lugar se mantuviese, pero dentro de todo ese desastre había lechuzas ensangrentadas, alguna que otra movía su ala, agonizando. No entendía lo que es estaba sucediendo, pero siguió caminando junto a su maestro, quien no paraba de alabar sus proezas
—Este será nuestro imperio Bella, disfrútalo, te lo has ganado —susurró el mago a su lado, indicándole hacia donde caminar. Se halló sobre un podio, el cual estaba detrás de la fuente y se dio cuenta que nada era como lo había conocido antes. En lugar de estar el ascensor que llevaba a los demás departamentos, había un terreno inmenso, de tierra y al aire libre. Árboles secos rodeaban todo el espacio y cuervos volaban de vez en cuando por sus cabezas. Volteó el rostro y observó que del ministerio solo quedaba la estatua, todo lo demás se había esfumado y la bruja la seguía mirando con reproche, pero al pasar de los segundos, su semblante cambió a la pena y lástima. No entendía nada de lo que sucedía y se estaba poniendo nerviosa. Regresó la mirada y se encontró que bajo el podio había cientos y cientos de cadáveres que estaban hinchados, morados y algunos incluso sin sus globos oculares, siendo devorados por los cuervos que bajaban del cielo para picotear con ahínco los cuerpos, pero no fue eso lo que le llamó la atención y lo que hizo que su piel se enfriara súbitamente.
A sus pies, entre todos los muertos que yacían en su proceso de putrefacción, estaba su hermana pequeña, con su pelo rubio ensangrentado y seco, su piel tornándose del hermoso pálido que siempre tenía a un morado insano y mortuorio. Sus ojos, aquellos que habían tenido tantos brillos y dulzor, esos que siempre estaban cálidos, aunque intentase mostrarse diferente ante ella, estaban fríos y apagados; sin ninguna señal de vida, porque estaba más que muerta. A su lado su sobrino estaba con la misma mirada apagada, si cabello terroso y los labios morados.
Giró un poco más la cabeza y los ojos perdidos de Rodolphus la recibieron. Moscas rondaban su cuerpo y alguna que otra se paraba en su rostro. No podía creer que bajo su nariz estaba el cuerpo de su esposo, su mejor amigo, muerto. Aquello no debería haber pasado, por algo había hecho tanto para que él viviera lejos y feliz. No podía respirar, porque tomado de su mano estaba el lobo, tan muerto como su esposo. Descendió del podio que estaba usando y caminó hacia ellos, perpleja y helada, preguntándose cómo había sucedido todo aquello, hasta que unos risos caoba le llamaron la atención. Se dirigió hasta allí y encontró el cuerpo de su mejor amiga, sin vida, sin brillo en los ojos, sin su sonrisa amable y encantadora. Se arrodilló a su lado y posó su mano en su piel, sintiendo la dureza de esta al estar muerta hacía quizá cuantos días.
No podía seguir viendo nada de eso, no podía soportar el dolor que estaba apostillado en su pecho y se levantó con rapidez, tratando de alejarse lo más rápido que pudiese. Caminó sin pensar en nada más que estar fuera de ese horrendo paisaje, sin mediar sus pisadas, cayó de bruces contra algo suave y frío, duro para ser un cuerpo, pero blando para ser el suelo. Elevó la mirada y se encontró con los mismo ojos que ya había observado antes, pero estos eran grises. El rostro sin vida de Sirius estaba a un palmo de su cara, con los ojos fijos en un punto infinito y sin el calor que siempre recibía de él, que le calmaba y le entregaba la tranquilidad que nadie jamás le había dado
—Sirius… —susurró, tratando que al escuchar su voz reaccionara, pero sabía dentro de su corazón que era imposible, estaba muerto y solo se trataba de un cascarón vacío. Bajó su mano hasta su pecho sin pensar en el dolor que sentía y se topó con algo duro, diferente a todo lo que estaba viendo. Despegó su mirada de los apagados orbes de su primo y enterrado en su torso encontró un arma. Se sentó lentamente y se fijó en lo que perforaba la piel del animago, encontrándose con que era su daga. Su propia daga estaba enterrada en el pecho de Sirius, arremolinada en sangre seca e incrustada tan profundamente, que solo podía ver el final de su hoja de plata y su mango curvado en las puntas.
No podía ser cierto.
Una mano se posó en su hombro y levantó la cara, encontrándose con su señor. —Todo esto es tu obra de arte querida mía…, eres mi reina —fueron sus palabras. Un relámpago golpeó su cabeza y se hizo claro para ella. Había matado a sus seres queridos, había matado a quienes más amaba y por seguir la ilusión de un ser que no había sentido afecto por ella hasta esos momentos.
Se sentó de golpe en su cama, agitada y respirando grandes bocanadas de aire para poder recobrar un poco los sentidos. Había sido una pesadilla, nada más que eso.
Se llevó una mano a su pecho, tratando de calmarse un poco. Jamás había tenido otro tipo de pesadillas que no fuesen sobre sus años en Azkaban. Aquello era nuevo y la asustaba. Sus pesadillas siempre se remontaban a cuando estuvo presa por años, con los Dementores rondándola y sacando de ella sus momentos de felicidad, los cuales eran pocos. Nunca soñó con nada más que eso y ahora era todo confuso. Ver a Rodolphus con moscas en el rostro le hizo sentir náuseas, ver a Sirius, a su hermana y sobrino muertos, le dio una pesadez que nunca sintió y no quería nada de eso.
Se dedicó a calmar su respiración, para que así su mente no la llevase a sufrir alguna crisis de pánico o angustia. Se tomó su tiempo para poder asegurarse de que estaba despierta y viva, que el resto de los ocupantes en la casona también lo estaban. Se levantó con letargo y caminó hacia el cuarto más cercano, encontrando a su marido y al lobo durmiendo plácidamente abrazados. Se acercó a ellos y puso su dedo bajo la nariz de ambos, encontrando la respiración acompasada. Se retiró y entró en el cuarto de Sirius, haciendo lo mismo que con los otros dos. Aquello ayudó a que se tranquilizase un poco, y analizando la situación, sabía que su sobrino debía estar seguro en el castillo y su hermana junto a su mejor amiga incordiándola.
—Todo fue una puta pesadilla Bella…, cálmate — se amonestó, caminando de vuelta a su habitación. —. No pasará nada de eso —. Buscó su maletín y se metió dentro, junto con el compendio para ponerse manos a la obra y así ocupar su mente en otras cosas, apartarla de las horribles imágenes que había presenciado.
Se metió en su laboratorio y sacó todos los ingredientes que necesitaba, repasándolos mentalmente para empezar a contabilizar los gramajes necesarios
—Muy bien, tengo la amapola, la flor de luna, el cuerno de Erumpent en polvo y los deseos de una hada del jardín — susurró. Dentro de su maletín tenía todo tipo de ingredientes, los cuales había ido recolectando en sus misiones y sus caminatas durante los años. Era de esperarse que algunos de los ingredientes que yacían en el compendio fuesen flores o hierbas Muggles, siendo que Lucrecia convivió con ambos mundos y explotó todas sus variantes y propiedades. Para su suerte, ella misma tenía conocimiento de que había ciertas hierbas e ingredientes que en el mundo mágico no se podían encontrar, puesto que estaban en las tierras mundanas de los Muggles y aunque no le gustaba aquello, entendía que la naturaleza era diversa y no se le tenía que menospreciar. Tenía todo tipo de ingredientes en su maletín y agradecía el ser precavida, porque de lo contrario había tenido que hacer un viaje durante la madrugada para recolectar lo que necesitaba.
La amapola segrega una sustancia nociva, la cual es utilizada para generar alucinaciones y viajes astrales. Su semilla entrega beneficios, los cuales, siendo mal usados, pueden generar incluso una muerte sin dolor, ya que la persona entra en un estado ilusorio y delusorio, impidiéndole reconocer la realidad de la fantasía. En esta poción es importante, puesto que, debido a esto, ayudará a quien esté maldito a soportar los efectos que la poción hará en su cuerpo. Con esta planta, los Muggles crearon una sustancia llamada "Opio", la cual se desvirtuó y derivó a la "Heroína", lo que es una droga. No obstante, también crearon cura a los dolores y ayuda a ciertas situaciones complejas, como lo son la "Epidural" y la "Morfina", medicamentos altamente útiles. Para sacar el maleficio de un cuerpo, se tiene que moler la flor y aplastar las semillas hasta que suelten un líquido verdoso y oscuro. Se agregan al caldero después de dar quince vueltas en contra al reloj.
La flor de luna, extraña y difícil de encontrar debe tener la última gota de rocío de cuando se recolectó. No importa hace cuanto se sacó de la tierra, pero debe tener la gota dentro de su centro. Al estar almacenada, la gota tendrá un color tornasolado y con destellos azules, lo cual indica que sigue en su preservación. Se agrega después de treinta vueltas a la derecha y cuarentaicinco movimientos rectos en ida y vuelta, siendo estos ascendentes y descendentes. No puede haber ondulación en el movimiento de la mezcladora, tienen que ser rectos en su totalidad.
Al pasar dos horas de cocción, el polvo de cuerno de Erumpent tiene que ser añadido en un intervalo de quince segundos. La cantidad debe ser de un milígramo. El tono rojo de la poción debe ir cambiando lentamente mientras se añade este ingrediente, hasta terminar siendo cian.
Los deseos del hada de jardín tienen que ser añadidos al final de la poción. Antes de agregarlos, se tiene que abrir el frasco donde se almacenan y susurrar suavemente sobre la boquilla "deseo salvar a quien ha sido maldecido". Al decir esto diez veces, se deben cerrar los ojos y añadirlos directo en el caldero, voltearse y contar mentalmente quince veces quince. Luego de esto, la poción tendrá un color cristalino y se debe administrar dentro de las próximas treinta y seis horas.
"Te deseo suerte querida".
Hizo todo tal cual como las instrucciones se lo dictaron. Le seguía maravillando aquel libro que por lo que se dio cuenta, se actualizaba sobre las propiedades de los ingredientes cada vez que algún dato nuevo se encontraba, puesto que los derivados del Opio no eran contemporáneos a Lucrecia. Juntó los ingredientes y comenzó la elaboración de aquel brebaje, el cual le aseguraba que su esposo, hermana y sobrino no tendrían el final que vio en su pesadilla.
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—¡Agh!, ¡Salazar, no necesito ver este tipo de cosas!, ¡se me queman los ojos! —gritó Sirius al toparse de frente con Remus y Rodolphus besándose en el sillón de la sala de descanso. Desde que Bellatrix les había dado la vía libre para poder "conversar", intentaba estar lo más lejos posible de su mejor amigo, porque este siempre se encontraba con el Mortífago a su lado. Aunque por lo general estaba sentado en las piernas del oscuro mago siendo magreado como carne fresca a punto de ser cocinada.
—¿Desde cuándo mentas a Slytherin?, siempre había sido Merlín o Godric —preguntó Remus aferrándose a la camisa negra de Rodolphus, quien lo rodeó con sus brazos al terminar el beso que estaban compartiendo hacía unos segundos atrás
—Desde que me veo rodeado de serpientes —contestó Sirius, teniendo más que claro que aquella nueva expresión se la había "pegado" su prima desde que se habían escapado del ministerio juntos, porque el fundador de la casa verde en Hogwarts era mentado por la bruja hasta cuando tomaba sopa —. Podrían…, por favor, ¿tener un poco más de decencia y jugar a las manitas calientes en su alcoba?
Rodolphus que seguía con su mirada imperturbable y su semblante serio, levantó ligeramente la ceja al no entender la referencia que estaba diciendo el animago. No obstante, lo dejó pasar por la paz y su tranquilidad. —¿Dónde está mi querida esposa? —preguntó sintiendo la tensión en el cuerpo de Remus al pronunciar aquellas palabras y recibió la mirada molesta de Sirius. Estaba más que claro para él que no dejaría de lado a Bellatrix y su puesto como esposo, cosa que ya le había comentado al licántropo y hacer la mención a ese hecho ayudaba para que el castaño se acostumbrase a la situación —, no la he visto en todo el día.
Con los hombros tensos y la mirada fría, Sirius respiró con fuerza, calmando los deseos que sentía de partirle la cara a Lestrange. —No tengo idea donde está y
—¿Tocaste su maletín? —preguntó Rodolphus cortando la réplica del animago, mientras levantaba a Remus de su regazo y caminaba hacia la botella de whisky que flotaba fuera del cuadro sobre la chimenea.
Sirius se quedó callado al darse cuenta de que había pasado mínimo diez veces junto al maletín y no se le ocurrió buscar allí. Mientras dormía había sentido la presencia de alguien en su habitación y le extrañó, sobre todo porque estaba seguro de que alguien puso un dedo bajo su nariz y luego se alejó. Sintió un escalofrío al pensar que podían tener fantasmas en la casona y no se lo dijeron, así que lo preguntó antes de entrar en pánico —¿Alguno sintió algo raro mientras dormía durante la madrugada? —. No le tenía miedo a los fantasmas, pero tampoco le hacía gracia saber que se le habían acercado mientras dormía. Mientras no fuese una Súcubo, no lo interesaba tener cercanía con fantasmas o demonios.
Remus se sintió curioso por la pregunta de su amigo y asintió ligeramente, porque también había sentido una presencia entorno a ellos mientras dormían —. La verdad es que sí sentí que algo se me acercó cuando estábamos con Rod durmiendo, pero no le presté atención. Si hubiese estado más despierto, lo más probable es que el lobo se habría dado cuenta, pero estaba muy dormido —contestó tomando el vaso de licor que su retomada oscura pareja le estaba tendiendo.
Sirius también recibió el vaso de whisky que le ofrecían, preguntándose a qué se debió esa sensación inquietante que le había molestado en su dormir. No tuvo más tiempo de preguntar, porque una agotada Bellatrix se acercaba a pasos lentos hacia ellos. Llegó hasta el lado de su esposo y le arrebató la botella de licor, bebiéndola con premura sin siquiera saludar
—Te ves agotada querida, ¿estás bien? —preguntó Rodolphus pasando un brazo por su cintura. Aquello hizo que la bruja diera un respingo en su puesto y se alejara de él con nada de sutileza
—No me estoy muriendo, así que no preguntes idioteces —contestó tumbándose en el sillón del salón. Siguió bebiendo como si la vida se le fuese a terminar en un segundo y respiró con pesar, más calmada al sentir la quemazón que causaba el whisky mientras bajaba hasta su estómago. Plantó la mirada en el techo y cerró los ojos, para luego susurrar —. Tengo que ir a ver a Dumbledore, máximo en dos días, y tú —apuntó a Sirius —, me vas a llevar.
Los hombres que estaban extrañados por su comportamiento solo lograron abrir los ojos con estupefacción, preguntándose que estaba planeando la mujer.
