—¿Kara? Sí... está aquí. Duerme. De acuerdo, lo haré. Está bien, lo sé. Adiós.

Me giré hacia Lena cuando colgó. Seguía en la silla, con aspecto de no haber dormido nada y la noche ya había caído allá fuera. Me relamí los labios y hablé pese a la sequedad dolorosa en mi garganta.

—¿Quién era? —me miró rápidamente, sorprendida.
—Alex. Está preocupada por ti. No le dijiste que vendrías a verme.
—Lo pasé por alto supongo.
—Kara... Tu familia está seriamente preocupada —dejó el celular en la mesa de noche y pasó una mano por su cabello—. No como cuando estabas en coma y Superman estaba conectado a ti para mantenerte viva, cuando fuiste capaz de sobrevivir sin él, o cuando tú organismo aceptó la cura. Están... muy preocupadas por tu situación actual.

Me senté de a poco y sentí su mirada fija en mí en todo momento. ¿Qué podía hacer o decir para reconfortar a mi familia cuando ni tenía palabras para mí misma?

—No quiero hablar con ellos en este estado.
—¿En cuál estado les hablarás? —en uno en donde no me sienta por completo muerta, pensó la parte oscura de mi mente. Negué con la cabeza, disgustada por permitirme esas cosas frente a ella—. Dicen que es como cuando volviste de Krypton.
—Krypton pasó hace mucho, y no es nada como esto. No es... Rao, si soy honesta no sé qué es peor. Lena, por favor solo olvídalo.
—No los alejes —murmuró viendo por la ventana hacia la calle—. Tu familia es importante.

Asentí porque tenía razón, no porque sintiera las ganas de cambiar las cosas muy pronto. Exhalé.

Era molesto despertar de esa manera; no oír el latido de su corazón apenas abrir los ojos cuando ella estaba a un metro, era... era algo odioso. Y seguía doliendo porque no quería olvidar lentamente como era la melodía que me había mantenido viva durante tanto tiempo en el espacio, y luego otra vez en la tierra. Extrañaba escucharla pero anhelaba todo lo demás también. A cada momento pensaba que mis poderes regresarían de pronto y que tenía esa increíble habilidad de volar si me lanzaba del tejado.

—¿Dormiste bien? —preguntó luego de un minuto.
—Sí. ¿Tú descansaste? —media sonrisa avergonzada fue toda su respuesta—. Lena, no hace tanto que te has sometido a cirugía. Necesitas reposo también.
—Estoy bien, no tengo sueño.

Sus ojos cansados no decían lo mismo y el rostro exhausto mucho menos. Cuando quise decirle que era importante que durmiera se levantó. Parecía como si me leyera cada pensamiento.

—Voy a cocinar algo para que cenemos, tienes hambre ¿no? —la realidad era que no, incluso la idea me revolvió el estómago, pero volví a asentir. Estaba segura de que ella no había comido nada todo ese tiempo allí sentada.
—Iré a asearme mientras tanto.
—¿Te sientes bien?
—Siento molestia en las piernas, pero estoy perfectamente —respondí. No estaba alejado de la realidad, pero consideré que sería lo mejor no comentar mi estado de ánimo en ese momento. Lena contempló mis piernas unos segundos pero se retiró de todas maneras. Esa mirada que se cuestionó más de una cosa me generó curiosidad pero no quería agobiarla con preguntas apenas despertar. Entonces lo dejé pasar.

Un momento más tarde al salir del baño me dije a mí misma que me sentía bien y que todo estaba bajo control. Me aseguré que el dolor en los músculos pasaría pronto, junto a las náuseas que permanecieron incluso después de vomitar minutos atrás. No era gran cosa. Por nada tenía que darle más lugar a lo sentía, por muy real que fuera.

Así que respiré las veces que lo necesité, llenando mis pulmones de aire nuevo para poder verla a ella y actuar como alguien normal.

Lena estaba en la cocina con un delantal gracioso haciendo muecas a un libro grande sobre la mesa. Tenía el cabello atado en una cola desprolija y sus brazos descubiertos al tener las mangas de la camiseta levantadas hasta el codo. Sonreí a medida que mi corazón débil se calentaba.

—¿Tus dones culinarios no quieren colaborar esta noche? —la ojiverde me miró sorprendida un segundo, antes de rascarse la frente con una mano llena de harina.
—No lo ponen muy fácil con tantas indicaciones inútiles.
—A ver, déjame ayudar —me coloqué junto a ella y noté su sonrisa formarse ni bien puse los ojos en el texto—. ¿Tienes un libro de cocina en francés? ¿Desde cuándo sabes francés?
—Sé lo básico por el momento. Hay sueños que en verdad inspiran a uno a hacer ciertas cosas. Como decidir aprender francés a último momento. Pero bueno, siempre es grato tener libros de cocina en otro idioma. Animan el intelecto.
—Eres un caso peculiar, Lena Luthor —murmuré volviendo a la página—. Yo digo que nos guiemos por las imágenes.
—Se suponía que tú no harías nada y yo sobreviviría a esta odisea que es cocinar algo nuevo para poder quedarme con todo el crédito.
—Tendrás que compartir tu hazaña porque no veo como harás todo esto sola —su rostro animado cedió lugar un poco a la seriedad.
—¿No quieres quedarte un rato más en la cama? No me molesta si descansas otro poco.
—Estoy bien, quiero estar contigo.

Y con eso me volví al libro. No iba a permitir que esos ojos preocupados descubrieran todos los pensamientos que se apoderaban de mi cabeza. Malos pensamientos... En su totalidad completos de dolor. En ese momento aprovecharía lo que tenía.

Pasamos un buen rato descifrando el texto, riendo por las palabras que a Lena se le dificultaba pronunciar y ensuciando más de lo que podíamos hacer bien. Tan bien mi mente se despejaba de lo demás que ni siquiera atención le había prestado a lo que estábamos cocinando. Tan solo al modo en que ella reía y fruncía el ceño frente a la confusión.

Una vez el condenado plato estuvo listo para entrar al horno Lena sugirió que lo mejor sería esperar en el sofá. Accedí y me instalé para encender el televisor mientras ella traía algo de beber. La sensación de malestar se había aquietado considerablemente y yo no podía sentirme mejor al respecto. Así que sonreí cuando la ví traer dos copas y sentarse muy cerca de mí.

—Nada más es soda —comunicó arqueando una ceja y yo la tomé en mis manos.
—Gracias.
—¿Qué vamos a mirar?
—Ratatouille —frunció el entrecejo en dirección a la pantalla donde la película estaba por empezar. Luego volteó a mí—. Por favor dime qué has visto Ratatouille.
—Bueno... no. Creo que la recordaría —la miré un rato para ver si se trataba de una broma pero no cambió en absoluto la expresión—. ¿Qué?
—¡Es un clásico! No puede existir ser humano que no la haya visto.
—Dice quien no conocía Star Wars —sentenció entrecerrando los ojos.
—Oh, por favor. ¿Cómo es que nunca la viste? Esto me preocupa seriamente.

Se le dibujó una sonrisa pequeña en los labios y su mirada se perdió en el televisor.

—No tenía muy permitido ver películas así cuando era niña. Eran demasiado esperanzadoras, y cursis, y... tontas según Lionel. En definitiva solo tenía mis libros y mi tiempo libre era para seguir estudiando. Cuando crecí solo dejé de querer conocer todo lo que me había perdido. Después de la universidad, de todo lo que pasó... Ocupé mi mente con otras cosas, con trabajo para no tener que recordar mi pasado. Supongo que nunca conocí eso que llaman tener una... verdadera infancia. Al menos no una normal.

Lena bebió de su copa con la atención volcada en la película. Sentía una dureza en el pecho tan llena de tristeza como su voz. No había pensado antes en lo que su vida de pequeña había sido. Pero era en verdad doloroso hasta para mí misma de imaginar. ¿Cuándo había podido ser feliz en todo aquel tiempo?

—Ojalá existiera un modo de cambiar eso —se giró a verme como si le hubiera dicho que tenía arañas gigantes en la cabeza.
—No cambiaría nada.
—¿Ni por toda la paz y normalidad posible?
—Hasta hace unos meses creí que nunca dejaría de sentir todo ese rencor por lo que me habían hecho. Estaba segura de que seguirían pasando los años y nada me haría olvidar tanto dolor. Siempre estaba allí, ¿sabes? Lo que hice. Y aunque nunca dejé que me afectara hasta el punto de destruirme, jamás me abandonaba el sentimiento de vergüenza hacia mi misma. La humillación era tan grande y... Hubieron muchos malos días. Pero tú volviste—tragó saliva, y contemplé parte del caos doloroso de aquel pasado reflejado en sus ojos—, y las cosas cayeron en su lugar lentamente. Mi mente solo la ocupabas tú incluso cuando pretendía ignorarte. Dejé... dejé de sentirme miserable ni bien te vi en esa conferencia. Empecé a cuestionarme porqué el corazón me latía tan rápido cuando me mirabas y... Sin saberlo volví a encontrar la paz que me faltaba.

Dejó en la mesa su refresco para acercarse un tanto más a mí. Me recorrió un marcado escalofrío por todo el cuerpo en ese instante, luego el pecho se me llenó de un calor tan ardiente como el sol, pero Lena no se inmutó de mi alteración tan obvia. O sí, y quizás la dejó pasar.

—Tú eres toda la paz que necesito, todo lo que quiero está contigo. No importa si las cosas están difíciles ahora mismo, yo sé... Cielos, estoy segura de que podemos enfrentarlo. Porque te amo y haré todo a mi alcance para asegurarme de que no vuelvas a sufrir nunca más. Esa es mi paz. Que tú estés bien. No es mi intención abrumarte con nada de...

La sala quedó en silencio al bajar la cabeza e ir a por su boca. Esas palabras a medio decir chocaron en mis labios y su jadeo sorprendido me hizo temblar. Profundicé el beso. Traté de explicarle de ese modo lo mucho que la necesitaba y supe que ella lo comprendió por la forma en que sus manos subieron a mi cara, además del tacto de su lengua pidiendo espacio y volviendo a sentir. Recordando lo que habíamos dejado dormido.

Me notaba inquieta de pies a cabeza. Quería más de ese beso, y de sus manos, y de lo cálido que su cuerpo se sentía pegado al mío. Era increíble haber olvidado la exquisitez de sus labios suaves, de lo incitantes que lograban ser y lo que provocaba su boca al estar en contacto con la mía.

Una inhalación profunda por parte de las dos nos separó. Lena se quedó estática frente a mí y yo no logré alejar la mirada de sus labios por mucho que quise. Definitivamente ella podía deshacerse de todos mis dolores con una facilidad alarmante, una de la que no quería preocuparme en ningún futuro cercano.

—Creo que extrañaba eso —dijo en un susurro. Tuvo el descaro de lamerse el labio inferior frente a mí justo antes de inhalar.
—Sigue siendo tan... como antes.
—¿Qué me has hecho que hasta besarte me vuelve loca?
—Yo no... —me detuve por el modo en que me miraba, con tanta intensidad que costaba no abalanzarse sobre ella y seguir con lo que comenzamos.

Pero respiré profundo al sentir un calor ardiente como el fuego tras los ojos. No era el que en otro tiempo habría sabido utilizar, al contrario me dio la impresión de que no iba más allá de un destello del pasado, el cosquilleo de algo que ya no podía hacer a punto de abandonarme del todo... Producto por mi nerviosismo del momento. Parpadeé buscando alejar la sensación que ya me hacía doler la cabeza y estuve segura de que me sonrojé al darme cuenta de que Lena me seguía mirando.

—¿Kara?
—Lo siento.
—¿Qué pasa? ¿Te encuentras bien? —mi cuerpo se comportaba de lo más confuso. Demasiado reacio a dejarme estar bien por más de diez minutos sin darme alguna molestia dolorosa. Las náuseas regresaron solo porque sí, me impidieron pensar y respirar. Entonces Lena tomó mi mano. Su piel estaba exageradamente cálida al tacto—. Kara, escúchame. Aquí estoy, ¿puedes oírme? Me tienes aquí. Trata de respirar despacio. Así... Bien. Estás bien. Es normal.
—¿Normal... ?
—Lo lamento —la escuché decir aunque su rostro no podía verlo del todo—. Esperaba esta posibilidad. Lo que queda de tus poderes simplemente no quiere irse. Y tu cuerpo es demasiado humano ahora mismo como para poder manejar tanto a la vez. Es como... si aún existiera más energía de la que puedes soportar. De verdad lo siento. Necesitaba más tiempo para encontrar el modo correcto pero no lo tenía.

Escucharla hablar ayudó a recuperar el control de mis sentidos y, a pesar de que tenía tanto frío que en cualquier momento estaría temblando, me las arreglé para ignorar eso y ubicar al fin entre la nube borrosa de mi visión, sus ojos llenos de arrepentimiento. Respiré una vez.

—Me salvaste la vida. No sé qué sería de mí si no hubieras hecho lo que hiciste, si no fueras tan asombrosamente inteligente. No estaríamos hablando, de eso tengo una gran certeza. Lena, hiciste tu mejor esfuerzo, ¿puedes aceptarlo? Trabajaste contra el reloj, Rao, con vida alienígena que nadie ha investigado nunca. Te enfrentaste a demasiadas cosas desconocidas a pesar de lo que podía pasar. Hiciste eso por mí sin importar qué. Te estaré agradecida toda mi vida.
—Haría todo por ti sin pensarlo dos veces, Kara. Todo a mi alcance con tal de que estés a salvo. Lo sabes —dijo en voz baja.

Era un momento tan íntimo y delicado que olvidé por completo mis dolores de hace un minuto. Aseguré el agarre de mis dedos con los suyos y me acerqué un poco más, respirando su mismo aire. Sus ojos denotaban cientos de emociones muy claras.

—Lamento todo lo que hice tanto como lo que no. Lamento no estar cuando me necesitabas. Por no volver antes. Pero es que te juro con cada parte de mí que no volveré a irme nunca otra vez.
—¿Cómo sabes eso?
—Porque no hay otro lugar donde quiera estar más que a tu lado. Lena... Cásate conmigo —solté sin darle vueltas al pensamiento. Y ella abrió más los ojos—. No tiene que ser ahora, o en una semana o un mes. Cuando tú quieras, pero por favor cásate conmigo.
—Kara...

Cerró la boca y sentí su agarre más débil en mi mano en tanto desviaba la mirada hacia otra parte. Sus nervios se volvieron notorios y se pasaron muy rápido a mí.

—Vaya, siempre pensé que te lo pediría yo, me tomaste con la guardia baja —dijo acariciando el dorso de mi mano. Acabó por mirarme segundos después. —Estás muy loca, ¿sabes eso?
—¿Por querer que seas mi esposa?
—Suena tan bonito de tu boca —replicó a media sonrisa. Entonces me incliné hasta sus labios en necesidad, los sentí contra los míos un largo instante y la escasez de aire me hizo alejar al rato—. Acepto. Joder que sí.
—¿Aunque a veces se vuelva difícil?
—Especialmente en esos momentos. ¿Cuando algo fue fácil para nosotras?
—Realmente te casarás conmigo —susurré sobre sus labios empezando a tragar la idea. Lena asintió—. Después de todo este tiempo.
—No te prometo un desenlace de película porque no creo que lo nuestro alguna vez tenga un final. Pero sé que estaremos juntas por mucho mucho tiempo. Quiero que seamos felices al fin.
—En efecto eres por lejos mejor con las palabras que yo —se rió animada y volteó a ver el televisor. Había olvidado por completo la película.
—Creo que tendremos que volverla a poner —comentó sin soltarme, entonces su preocupación de antes volvió a aparecer para cuando me observó otra vez—. ¿Cómo te sientes? ¿Estás mejor?
—Estoy bien. Solo fue un momento de... debilidad por decirlo de una manera.
—No pasa nada si necesitas descansar, ¿de acuerdo? Tú solo hazme saber si vuelve a ocurrir.

Besó mi mejilla y se levantó, exhalando pesadamente al tener que soltarme. El amor que sentía hacia ella desbordaba todos mis sentidos. Me hacía querer gritar, llorar y reír, todo al mismo tiempo. Lo que me tenía sorprendida era la ausencia repentina de mis dolores.

—Iré a comprobar que nuestra cena siga su buen curso.
—No te tardes —repliqué sonriendo y Lena vaciló al irse alejando, me pareció que su intención era volver a besarme por cómo me miró los labios.

Algo cálido y reconfortante me latía en el pecho, como una luz cada vez más brillante que buscaba más lugar. Me abracé al sentimiento como si no existiera nada más.

Doce horas después de una noche imposible de olvidar con Kara, las puertas de la prisión se abrieron frente a mí.

Había pensado en ella todo el camino hasta allí, incapaz de olvidar lo que había pasado. Nos casaríamos. El día era incierto pero Kara sería mi esposa y la sola palabra provocaba estallidos en mi interior.

La cena había sido perfecta. Habíamos conversado sobre las cosas más tontas —como la película animada que miramos— por el solo motivo de que a las dos nos hacía falta despejarnos. Costaba separarme de su lado cuando se reía tan tranquila, como si nada la molestara. Pero yo trataba de no olvidar que necesitaba su espacio, que lo sucedido tal vez no la había destruido pero sí la había quebrado. Lo sabía porque yo había estado en su mismo lugar, en otras circunstancias sí, pero era la misma desolación. El mismo deseo de aferrarse a algo para no hundirse.

Pensar en su modo tan tranquilo de dormir luego de la cena me dio la valentía para entrar a la prisión y enfrentarme a lo que venía. Ajusté mi abrigo y entré.

Menos de diez minutos después un guardia me escoltaba hasta la celda, abría la gruesa puerta corrediza y me daba las instrucciones necesarias por si algún percance surgía.

Lo único que hice fue asentir antes de entrar al frío cuarto.

—Lena... Lo veo y no lo creo.

La inquietud se me subió a la garganta al escuchar esa voz que hace años no me atormentaba. El pánico, para mi desagradable tortura, le acompañó.

Me tomó un buen momento recuperar el aire, de volver en sí y decirme a mí misma que todo estaba bien. Que era él quien estaba encerrado y no yo. Su aspecto ya no reflejaba a aquel notable empresario que tiempo atrás había hecho a tantos bajar la cabeza ante su presencia. No tenía el espeso cabello de antes, ni los ojos brillantes cargados de ideas perturbadoras. Sus manos eran mucho más delgadas, y sus dedos habían dejado la tranquilidad hace tiempo por como los movía sin parar sobre la mesa de acero.

El rostro de Lionel Luthor era una débil máscara de malicia cuando tomé asiento frente a él.

Tomé aquello como mi propio punto fuerte. Él era el que estaba aprisionado y sin salida. Yo tenía el control ahora. Me lo repetí durante medio minuto antes de hablar.

—Se ve que te tratan bien por aquí —me las arreglé para decir. Sus labios resecos se despegaron grotescamente. Su voz era muy distinta a mis días oscuros; más profunda y rasposa.
—Qué te puedo decir, ser un Luthor tiene sus ventajas.
—Me imagino.
—¿Por qué no me dices a qué viniste, cariño? ¿Extrañabas a tu padre?

El tiempo había transcurrido y él cambiado físicamente, pero en el fondo permanecía intacto el ser despreciable que nunca dejaría de ser. Eso estaría anclado a él de por vida siempre. Tanto como lo que me había hecho a mí.

No cruzó en mi cara ninguna expresión. Tan solo miré a mi alrededor. A las paredes gruesas que nos rodeaban. Era la sala más privada de la prisión como había especificado.

—¿Por qué mataste a mi madre?—le pregunté. Un rayo de sorpresa le brilló en la cara demacrada y, aunque no lo ocultó, de todos modos ya había regresado a la sonrisa amarillenta.
—Así que ahora vas directo al grano, eso me gusta. ¿Pero entiendes que ya no hay modo de agregar más años a una cadena perpetua?
—Sé perfectamente en qué consiste tu vida en esta prisión, Lionel, y no es ni de cerca agradable. Mucho menos, cómo decirlo... lo indicado moralmente. Por lo tanto no me importa para nada como puedes alcanzar un peor nivel de existencia. Vine por respuestas.

Si le afectó no se notó. Pero era cierto, no había tomado un avión para querer un juicio inútil que no necesitaba a esa altura de mi vida. No ahora cuando quería verdades y no seguir peleando por un pasado doloroso y, en su momento, humillante.

—Sabes, Lena, no pensé que te volvería a ver después de aquella audiencia. ¿Recuerdas el día... cuando encerraste a tu propio padre en una prisión? ¿No te avergüenza en lo más mínimo haber caído tan bajo? —no quité los ojos de él, no pretendía que creyera que me sentía amenazada por un monstruo como él. Un monstruo al que ya no le temía.
—A ti no te avergonzaba repartirme entre tus socios, ¿por qué sería yo diferente? Luego de todo lo que me hiciste pasar te merecías esto.
—¡Podrías haberte negado! ¡Respetarte a ti misma! Yo te estaba ayudando —exclamó entre risas. Era el único que le encontraba el sentido del humor a tantos años de sufrimiento. No podía estar seriamente creyendo que había hecho lo correcto.
—Era un infierno aceptar tus ideas repulsivas. Y era un infierno negarme cuando al hacerlo me mandabas a golpear y cuánta cosa se te viniera a la mente. Solo porque podías.
—Estabas grandecita, cariño, irte siempre fue una opción al alcance de tu mano. Era y siempre seré un hombre de palabra, solo tenías que decírmelo.
—No tenía ni dieciséis años cuando me metiste en tus negocios, Lionel —repuse fríamente, pese a que las palabras me comenzaban a arder en la garganta—. Era apenas una niña y te aprovechaste de mi vulnerabilidad. Te alimentaste de lo débil que estaba para tus propios propósitos. Eso no es ser un hombre. Eso es ser un monstruo cruel.

Con todo y lo que sentía seguí calmada. Me esforcé en no seguir el mismo camino intranquilo y volátil de mis emociones.

—Sabías porqué lo hacía, sabías la razón por la que pasé por todo eso. Y tú te aprovechaste.
—Tu patético corazón —murmuró sonriendo abiertamente, desechando todo lo anterior—. Siempre pensando que le debías algo a todos, que era tu deber.
—Sé que tú la mataste —respondí con dureza. Los recuerdos estaban sobrepasando con creces mis intentos de tranquilizarme—. A la hermana de Alison.
—La hermana de la mocosa a la que tuve que mantener porque tú estabas enamorada, que romántica. ¿Y de que te valió todo? Qué sentido tuvo si la mocosa murió de todas maneras —por nada quise pensar en eso dos veces, no frente a él.
—La mataste porque yo la quería pero también mataste a mi madre. ¿Por qué?

Se echó hacia atrás en la silla, al menos todo lo que podía con las manos esposadas a la mesa. Seguía moviendo sus dedos como si buscara algo frente a él que no existía o que en otros tiempos habría estado ahí para él. Al devolverme la mirada respiró despacio.

—Tu madre sabía ocultar las cosas muy muy bien, casi tanto como tú. Tenía sin fin de secretos que no veía forma de descubrir. Siendo la mujer importante que era no habían muchas herramientas a mi alcance que no me delataran luego de... sacarle la verdad. Por mucho tiempo fue así. Ella evitando revelarme sus asuntos y yo metiéndome en sus conversaciones tan secretas. Hasta que descubrí un hilo de dónde tirar —dijo con una mirada siniestra—. Y el hilo acabó en Elizabeth.

Lionel se regodeó en mi confusión muy satisfecho. Pero no iba a desesperarme, me repetí a mí misma. No podía darle eso.

—¿Elizabeth?
—No me digas que nunca notaste nada fuera de lo común en esa amistad tan especial.
—No entiendo de qué estás hablando.

El hombre al que un día había odiado con cada fibra de mi ser se rió tan fuerte que la carcajada resonó en las paredes.

—De tal palo tal astilla, dicen. Lillian en serio creía que yo no me iba a enterar un día de sus aventuras con esa desgraciada, de que no lo sabría—la sonrisa trémula que le tensaba la cara no hizo que mis pensamientos, esos que iban demasiado rápido, se detuvieran. No daba crédito de lo que escuchaba—. ¿Por qué te asombra? ¿Por qué pensabas que visitabas tanto a la tía Liz? La desagradecida de tu madre planeaba divorciarse, ¿puedes imaginarlo? Le di todo lo que tenía, la hice alguien, y aún así quería escapar con esa desviada.
—Mi madre ya era alguien antes de ti. Tenía su propia empresa, su dinero, el que tú le robaste cuando la asesinaste. ¿Tanto te costaba ser un hombre una sola vez y dejarla ir?
—Su única vida estaba junto a mí, cariño —dijo dejando caer los hombros. A mí los ojos ya me dolían.
—Contigo era miserable. Solo era sufrimiento, Lionel, ¿cómo no pudiste verlo?
—Y de repente tú sabes tanto... No eras más que una mocosa.
—Vivías peleando con ella, no la dejabas una noche en paz. Lo recuerdo muy bien. ¿Por qué piensas que crecí tan deprisa?
—¡Salía a engañarme con esa imbécil! Me humillaba en la cara.
—Y la mataste por eso —murmuré. Mientras más tiempo pasaba en esa sala menos energía tenía para hablar con él. Lionel apretó los puños.
—Un accidente aéreo la mató.
—Eres despreciable.

La sonrisa engreída pero sin vida no me provocó nada. No había ninguna cosa en el mundo que Lionel Luthor pudiera tomar. No tendría mi rabia otra vez... No obtendría nada más de mí.

Me levanté de la silla y me acerqué a la salida. Él no dijo palabra a mis espaldas mientras presioné el botón para llamar al guardia. Seguía en mi cabeza el asunto de Elizabeth y mi madre cuando la puerta corrediza se abrió y su voz inundó la habitación una última vez. Todo mi cuerpo se deslizó en pura tensión.

—Envíale mis saludos a tu querida Sam. Pídele que la próxima vez traiga un mazo de cartas. Oh y más cigarrillos.


—Me encanta la lluvia. Da tanta paz... Te hace sentir viva.
—Sí, bueno, te vas a sentir de lo más muerta cuando te de un resfriado. Ahora vuelve adentro y sécate.

Solté aire y di un paso dentro hacia la escalera, dejando la lluviosa terraza. Tomé la toalla que Maggie sostenía frente a mi rostro luego de quitarme la camiseta mojada. La timidez no era cosa nuestra desde hace ya muchos años. Mi amiga —que había aparecido de la nada hace varias horas— me observó con reproche en todo el camino hacia el interior de la casa. Con los brazos cruzados y toda su pequeñez detrás de mí daba para temer un poco.

—Tienes que dejar de preocuparte tanto —dije de pie en una esquina de la cocina para no mojar todo el suelo. Sé que Maggie era muy consciente de la cicatriz en mi pecho, donde el emblema de la Casa de El había estado en su tiempo. Si hacía el esfuerzo me vendría a la memoria el momento exacto en que la bala impactaba en mi piel. Con fuerza letal, como si el mundo hubiera desaparecido a partir de ese contacto.

Ella se fue de la cocina y yo pasé a secarme el cabello, estrujando ligeramente una y otra vez.
Miraba el desagradable sector de tinte rosado reflejado en un pequeño espejo cuando Maggie regresó con ropa limpia.

—¿Cómo lo llevas, rubia?
—Estoy bien —me limité a contestar. Acepté la ropa y me puse la camiseta negra rápidamente. Empezaba a sentir frío. Maggie se acercó a la alacena para sacar algunas cosas en tanto yo terminaba el proceso de cambiarme. Cogí un suéter de la silla, el de Lena, y no dude en ponérmelo. No fue difícil considerando que en mi estadía en coma, y por la pérdida súbita de mis poderes, había bajado unos cuantos kilos. De todas formas agradecí el aroma a ella que subió hasta mi nariz.

Lena se había marchado antes de que el sol saliera. Me despertó con suavidad en ese entonces y yo supe que se trataba de un asunto importante por la disculpa que me dio, y consecuente aviso de que tenía que marcharse por el día. Me contaría todo al regresar, aseguró, así que no deseé presionarla para saber más. El beso en mi mejilla previo a su partida hizo que las nauseas que iban y venían se calmaran un poco.

Quince minutos iban de las siete de la tarde al sentarme en la banqueta de la mesada y acercar sin mucho apetito el chocolate que Maggie había preparado. Muy a pesar de los reclamos de mi amiga había necesitado la lluvia fresca para que el dolor de cabeza que venía torturándome durante horas desapareciera. No sabía cómo manejar las quejas que mi cuerpo en todo momento me transmitía, pero lo estaba sobrellevando de la mejor manera que podía; dejándolo estar.

—En serio tienes que preocuparte un poco menos —Maggie me miró con una mezcla de seriedad y sarcasmo.
—Disculpa si me importa lo que te ocurre. Y lamento estar aterrada al imaginar que vuelves a una cama a pasar semanas inconsciente.
—Lo siento.
—Sí, dile eso a tu madre que sigue esperando a que le hables —tomé de la bebida caliente, mirando durante un largo rato la taza al bajarla. Sentí la mirada de mi amiga sobre mí ablandarse—. Hey, tranquila. Siento ser tan dura, a veces olvido que...
—¿Soy una cosa vulnerable y torpe sin mis poderes?
—No es lo que iba a decir.
—Pues es la verdad, supongo —Maggie suspiró con mi comentario.
—Lo que quería decir es que también es un poco extraño para mí todo esto. Es como si en cualquier momento esperara verte levantar el sofá con una sola mano y... Lo siento, sé que no debería decirte estas cosas, pero... Diablos, solo dime si hay algo que pueda hacer. De verdad.
—Está bien, no tienes que disculparte.

No había razón para enojarme con ella por sentir emociones válidas. Para todo el mundo debía ser confuso no verme volar todos los días por la ciudad como antes. Y las noticias seguramente eran... Para mi propio ánimo decidí continuar ignorando el televisor apagado en la sala.

—¿Dónde está metida tu novia por cierto? —sonreí por primera vez en el día al oír el modo en que se refirió a Lena. Me levanté para lavar la taza, frotándome los ojos cuando ardieron ligeramente. Por suerte no duró mucho el dolor y Maggie no captó mi movimiento al estar a mis espaldas.
—No lo sé, no me ha dicho. Creí que tú tendrías una idea ya que apareciste por aquí de un momento a otro.
—Puede que Lena me pidiera que te haga compañía pero eso fue todo, a mí tampoco me explicó nada.
—No hacía falta que vinieras hasta aquí solo para hacerme compañía.
—¡Oye, igual tenía pensado hacerlo!
—¿Por qué se supone que tienes una copia de la llave? —pregunté girándome.
—Lena quiso dar el primer paso conmigo antes —contestó observando sus uñas. Sonreí, poniendo los ojos en blanco—. No te pongas celosa. En realidad solo lo hizo y ya. Por si Alex y yo necesitábamos despejarnos mientras tú seguías en coma. Fue un buen gesto pero nunca vinimos. A nadie le era fácil dejarte allí sola. En especial a Lena.
—Sé que te preocupaste por ella, gracias por eso.
—¿Quién más lo haría? La cabeza hueca no tenía ningún interés en cuidarse a sí misma con tanto trabajo. ¿Las cosas entre ustedes están bien?
—Están bien, más de lo que...

Mis palabras se vieron afectadas por el sonido de la puerta de entrada al abrirse y cerrarse. Me sobresalté para mis adentros al creer que solo yo había captado el ruido pero Maggie ya estaba mirando detrás de mí, donde Lena apareció segundos más tarde.

—Hola —habló luego de un momento de extraño silencio, viéndome pero no a los ojos, y después a mi amiga quien no pareció encontrar nada en el comportamiento de Lena por como respondió.
—Justo hablábamos de ti, cabeza hueca.
—¿De mí? —murmuró quitándose el largo saco. La volví a mirar con más atención pero no despegó los ojos de Maggie. La detective asintió con debida gracia.
—Sí, sobre lo tonta que...
—Maggie, ¿podrías preparar algo de comer para Lena? —me vi diciendo y ella entrecerró los ojos—. Volveremos en un momento.
—Si querías un rato a solas para quitarte las locas ganas con tu amada solo tenías que decirme.

No dije nada más y Maggie sonrió. Lo único que hice fue tomar a Lena de la mano, llevarla a la habitación más cercana y cerrar detrás de mí. Se trataba de hecho del lugar donde Lena tenía sus libros y había hecho sus dibujos hace tiempo. No miré directamente al ángel a sus espaldas.

—¿Qué ha pasado?
—No creo que esta sea una conversación adecuada para este momento.
—Lena.
—Estoy bien, ¿vale? No tienes que...
—No me mientas a mí —dije con voz cortada y ella tragó con dureza. Podía ver las sensaciones infinitas que pasaban por sus ojos en aquel segundo. Negó débilmente, bajando la mirada a la sección inferior de una de las dos estanterías.
—Fui a ver a Lionel.
—Oh —el nombre generó fuego puro en alguna parte sedada de mí. Fuego que no se liberó pero que causó que me quedara sin respuesta. Lena se veía algo arrepentida.
—Quería saber por qué mató a mi madre. Y entonces me llevé mas sorpresas de las que habría deseado.
—¿Qué fue lo que pasó? —dije buscando sus ojos, con suavidad.

Me sentía de lo más torpe por la agresividad innecesaria que había brotado de mí. Se mordió el labio y dirigió la vista a la parte superior del estante, hacia un libro de historia del Reino Unido.

—¿Quieres saber lo malo o lo peor? —cuestionó desanimada. El estado en el que la veía parecía ir empeorando. No aguardó a que respondiera—. Pues la cosa es que mi madre tenía una relación en secreto con Elizabeth y él se enteró y la asesinó. Ah, también me comentó que Sam ha estado visitándolo. Pedí el registro para corroborar y es verdad. Dieciséis veces en los últimos siete meses.
—Oh, Lena...
—Realmente deberíamos dejar esto para otro momento —murmuró hablando con la voz más clara. Noté el esfuerzo por recobrar la compostura y di otro paso más cerca. La tomé de la mano y Lena me miró a los ojos con intensa pero temblorosa calma.
—Van a pagar por lo que te hicieron, ¿lo sabes?
—No estoy sorprendida por lo de Lionel, viniendo de él podía esperarme cualquier cosa. ¿Pero Sam? Vivimos cientos de cosas juntas, fue el soporte que necesitaba cuando no podía salir de las drogas. Sam... Es mi mejor amiga, no puede ser posible que me haya traicionado. Ya no sé qué está pasando —añadió. Controlé mi respiración por sobre todo, no deseaba hacerla sentir peor con mis propias suposiciones.
—Tampoco sé qué pasa. Lo que me cuentas es... complicado, sí, pero sabremos solucionarlo.
—Es como si nunca fuera a tener un final. Nunca acabará, ¿no lo ves, Kara? Siguen ocurriendo cosas, como si el mundo estuviera en mi contra y el gran respiro no llega.
—Si es así no dudaré en ponerme contra el mundo, nunca lo hice. Así que confía en mí, haremos esto juntas por muy difícil que se vea el panorama. Lo haremos con calma y terminaremos con todo de una jodida vez.

Lena dejó caer la cabeza a un lado cuando terminé. Diría que alivio pasó por sus facciones entre lo que su mano dejó de temblar. Inhalé lento, siguiendo su mismo modo de respiración como si fuéramos una. Entonces de pronto me sonrió misteriosamente.

—¿Acabas de maldecir?
—No te acostumbres —advertí devolviéndole la sonrisa. Aproveché el momento para acariciar su mejilla, maravillada por lo suave de su piel y lo mucho que me relajaba tenerla a mi lado—. Todo estará bien. Pronto.
—En teoría yo debería estar haciendo ese papel —se reprochó frunciendo el ceño, y aún más cuando me volvió a mirar—. No te rías.
—Las dos tenemos cosas de las que ocuparnos, Lena, cosas que parecen imposibles. Pero somos capaces de enfrentarlas y esta vez quiero hacerlo contigo. Ya no más soportar el peso de todo solas. Nos tenemos la una a la otra.
—Finalmente —se limitó a decir.
—Finalmente.

Me besó dulcemente durante un rato. Los labios que amaba tanto eran una dosis de paz necesaria, una promesa de que todo iba a salir bien tarde o temprano. Al menos así decidí tomarlo yo. Con cada segundo el contacto se dispuso a reparar las grietas de mi corazón, las de mi alma. Probablemente iba a requerir más curar esas heridas más grandes pero no me quejé de la perfección del momento.

Lena fue la que se alejó muy repentinamente, con la vista perdida en mis labios.

—¿Te encuentras bien?
—Es solo... Es que quizás es un muy mal momento, pero no te cansas de generar cosas de lo más intensas en mí —susurró subiendo los ojos claros a los míos. Me quedé un poco sin habla y mis mejillas se calentaron ante la veloz variedad de pensamientos imprudentes—. Ni tú ni yo estamos perfectamente bien pero no puedo evitar algunas cosas contigo. Nunca pude.
—¿Qué cosas, Lena?

Abrió la boca y la cerró con la misma rapidez. Mi curiosidad se acrecentó, el calor me recorrió la piel donde ella aún me tocaba y me ví atraída por su modo tan inquieto de reprimir lo que pensaba.

—Cuéntame.
—Deberíamos volver allá —contestó alzando una ceja.

La electricidad alrededor de nosotras simplemente no disminuyó. Ni siquiera cuando acepté a regañadientes y salimos de allí todavía tomadas de la mano. Encontramos a Maggie sentada en la cocina con un plato frente a ella, acabando un sándwich tostado.

—¿No podías pasar dos minutos sin comer? —pregunté llamando su atención. Mi amiga tragó con dificultad.
—Estaban tardando una eternidad y yo tenía hambre —tardó solo diez segundos en levantarse e ir a por el plato de Lena, a quien solté y silenciosamente aceptó la comida—. ¿Ya se quitaron la tensión sexual o qué?

Le dediqué una mirada de pocos amigos. Si bien Lena tenía razón y no era el mejor de los momentos, no podía evitar sentirme cada vez más inquieta ante las posibilidades y situaciones a descubrir. Me avergonzaba pensar en ella a tales extremos cuando la tenía a menos de un metro. Ella, por cierto, estaba sonriéndole al plato. Negué irónicamente.

Después de media hora conversando, Maggie optó por partir. Nos despedimos y antes le aseguré que llamaría a mi madre pronto y hablaría también con Alex para organizar una cena familiar cuanto antes. Una de verdad ahora que Lena estaba al fin a mi lado.

Cuando cerré la puerta y regresé ella estaba sentada a mitad de la escalera, con un vaso apenas por la mitad de un líquido transparente y un libro —ese tan especial para nosotras— en el espacio a su lado.

Me acerqué para hacerle compañía y tomé el volumen en mis manos, por donde estaba abierto. Estaba segura de que ya había leído ese capítulo; precisamente se trataba del anteúltimo.
Toqué las letras, apreciando el esfuerzo y dolor tras las palabras que hace tiempo ella había plasmado.

—Tenerlo conmigo me ayuda a tomar decisiones —musitó como respuesta a mi intriga—. Ha vivido tanto.
—¿Qué estás planeando?
—En un principio llamar a Elizabeth y partir de ahí. No sé qué pasará.
—Dime si puedo ayudar con algo, ¿está bien?

Supe que estaba de acuerdo aunque no lo dijo en voz alta. Su mirada daba a entender que su cabeza estaba en otra parte muy lejana. En recuerdos que tan solo hacían heridas.

—Cuando todo acabe iremos a París —dijo al cabo de un rato. Su voz se escuchaba como en un trance, demasiado serena. Yo la escuché pacientemente—. Nunca me sentí lista para ir en todos estos años. Y ahora veo por qué. No estaba preparada, no mientras seguía tan rota.
—Es una bonita ciudad —repliqué rememorando lo hermoso de las calles y cada una de sus estructuras desde el cielo. Lena me observó y entendió al momento. Sonrió de lado con un aire nostálgico—. Pero dejé de ir cuando se volvió demasiado deprimente estar ahí y ver tanta... gente enamorada. Cambié mis visitas turísticas a Tokyo.
—No es un lugar donde estar en soledad —concordó.

Dos minutos en silencio y Lena volvió a hablar, su espíritu se notaba renovado.

—Iremos juntas. Cuando acabe todo, iremos. Tengo que enseñarte un sueño.
—¿Un sueño? —pregunté curiosa. Lena me sonrió como solo podía hacerlo ella. Asintió.
—Mientras tanto nos hará bien descansar. A las dos.

Se levantó y ofreció su mano para ayudarme. Acepté, dejó el vaso y el libro allí sin más y fuimos a la habitación. Las luces estaban agradablemente tenues.

—Lena, ¿crees que podamos adoptar un gato?

La pregunta me había surgido en la mente de la nada y del mismo modo la dije en voz alta. Nos estábamos cambiando en aquel momento, así que su reacción no me pasó desapercibida. Se había quedado quieta del otro lado de la cama, de espaldas a mí. Ya sentía que había dicho algo mal cuando se volteó en cámara lenta.

—¿Un gato?
—¿No te gustan los gatos?
—No es eso —dijo sin ocultar su extraña expresión. Sacudió la cabeza, y estuve a punto de preguntarle en qué pensaba cuando volvió a mirarme—. Tendremos todos los animales que quieras.
—Eres la mejor.
—Lo sé, cariño. Pero tú lo eres más.


—Si esto fuera una novela iríamos por el capítulo trescientos cuarenta —comentó Maggie sin dejar de moverse en su lugar—. En serio no puedo creer que me arrastres en tus ilegalidades. Regresé a mi tarea en el gran estudio, haciendo el menor ruido posible para abrir los incontables cajones del escritorio. Estábamos en casa de Sam, y decir que era lo más extremo que había hecho en un tiempo no estaba lejos de la realidad.

La cantidad de papeles y libretas en ese sitio podían formar una montaña considerable. No tenía el tiempo de leer a fondo cada cosa pero hacía el mejor esfuerzo para encontrar algo importante con el poco tiempo que tenía a disposición.

Maggie se notaba más nerviosa de lo que la había visto jamás, lo que era un misterio que no pude ignorar.

—¿Qué pasa? —pregunté recuperando la respiración. En la prisa por investigar pasé por alto que mi cuerpo ya no tenía la resistencia que solía dejarme soportar cualquier cosa. Todo me cansaba hasta los extremos ahora.
—Es solo que... es todo tan ilegal —no le había dicho porqué estábamos allí en primer lugar, al menos no el motivo por el que Lena había llegado tan desanimada dos días atrás. Pero ni bien le había pedido a Maggie su apoyo para acompañarme no se negó, aún cuando le avisé que podían haber situaciones desagradables de por medio.
—Tienes un interés poco sano en lo que a romper leyes respecta, aunque seas policía —indiqué. Ella puso los ojos en blanco.
—Vale, vale, en realidad Sam es la que no me da buena espina en todo este esquema.
—¿Por qué crees que estamos aquí en primer lugar?
—Me refiero a lo que puede hacer si nos encuentra —agregó viendo por la ventana a su izquierda. Estábamos en el piso superior de la casa de Sam y dicho sea de paso ella estaría aquí en menos de treinta minutos—. Siempre hubo algo raro en ella. Aún no sé qué es.
—Sam ha estado visitando a Lionel los últimos meses —tuve que voltear la vista de regreso a ella por la falta de respuesta. Su rostro no expresaba nada bueno y de hecho había dejado de moverse junto a la puerta. Frunció más el ceño.
—Esperaba que fuera narcotraficante. Quizá vendiera órganos en el mercado negro.
—Sí, bueno, me temo que no tenemos tanta suerte.
—Esa maldita idiota —gruñó mirando el autoretrato de Sam colgado a un metro de ella. Con una energía de envidiar se acercó, lo arrancó de un tirón y lo siguiente es que salió volando por la ventana. Me guardé mi sonrisa.
—¿Era necesario?
—Apresúrate, no quiero tener que ver su cara. Acabo de desayunar —se quejó cruzándose de brazos. No había pasado ni un minuto que volvió a hablar con una mayor molestia en la voz—. Lena le ha dado todo. Cuando tú no estabas, ya sabes, hizo tanto por ella. No puedo imaginar una razón que justifique que haya ido a ver a Lionel.

Concentré mi atención en el libro pesado sobre el escritorio que acababa de sacar de un cajón. Tenía notas y recordatorios de entrevistas a empleados de CatCo y demás cosas sin importancia, pero mi mente igual estaba en otro lugar. Era inevitable pensar en los años lejos de Lena. Pensar en ello despertaba cierto dolor nostálgico en mi pecho, pero nada podía hacer por arreglar el pasado.

—Creo que no encontraremos nada aquí —dije vencida. Había revisado demasiados números y contratos inútiles que no tenían nada de especial.
—¿Qué es lo que buscas exactamente?
—Alguna conexión con Sam y lo que pasó últimamente. Tiene que existir algo, estoy segura.
—¿Te refieres al accidente de Lena?—la voz de Maggie se había suavizado y no la culpaba, el tema había sido en extremo delicado—. No estoy saltando en su defensa, ¿pero estás segura de que Sam llegaría a eso? Es de Lena de quién hablamos. Es tan difícil imaginar que Sam buscara hacerle cualquier tipo de daño.
—Hace veinticuatro horas yo creía lo mismo y sin embargo se las ingenió para romperle el corazón —respondí con tanto desagrado que fue bueno ya no tener mis poderes por la cantidad de cosas que pasaron por mi cabeza. Dejé de apretar los puños cuando Maggie se acercó.
—Está bien. Lo que sea que haya hecho lo sabremos. Escucha, hay alguien que podría sernos de mejor ayuda en vez de revolver todo sin razón —no tuve que preguntarle. Maggie ya sacaba su celular y marcaba, aclarándose la garganta.
—¿Hola? Sí, buenos días, eh... Sí, no ¡no! Aguarde, preciso que me pase a su jefe. ¿Cómo que... ? —mi amiga miró el techo con desesperación, pasaron dos segundos y de repente cambió su tono—. Taylor, no me vengas con idioteces. Sí, soy yo, ya pásame a Winn de una vez —la conversación duró alrededor de un minuto, lo suficiente para intercambiar un par de frases que no entendí. Maggie colocó las manos en sus caderas y me miró decidida.
—Ahora sí haremos algo ilegal.

Pese a que National City se encontraba en una hora del día donde el tráfico estaba en su punto máximo, Maggie se las arreglaba para atravesar los demás vehículos sin ningún problema. Y claro que los demás no tendrían ninguna oportunidad contra un coche de la policía con las sirenas a todo volumen. Y bueno, yo no tenía ninguna queja personal.

—¿Me dices desde cuando manejas un auto de policía?
—Desde ahora. No me agradan, ¿sabes? Son tan... policiales.
—Sí, justo de eso trabajas —mi cuerpo se fue hacia la izquierda inevitablemente y temí hacer añicos el vidrio o llevarme la puerta conmigo. Pero nada pasó, de hecho mi hombro se sintió algo incomodo, cercano a un dolor que ignoré—. No sé por qué tengo la impresión de que no es tuyo.
—Porque no lo es. Pero descuida, lo tomé prestado. Estará devuelta en... en algún momento —no vi mucha convicción en su cara pero aunque abrí la boca no llegué a replicar, mi teléfono empezaba a sonar en alguna parte y al encontrarlo sonreí como tonta.
—¿Lena?
—Hola, cariño, solo llamaba para saber cómo... ¿Por qué se escucha una sirena?
—Ah sí, estoy con Maggie en una patrulla. Dando un paseo —no me agradaba eso de ocultar la verdad, pero planeaba decirle ni bien tuviera algo importante con lo que seguir. Elevar las esperanzas a esa altura de nuestras vidas no tenía nada de bueno —Lena hizo silencio por unos segundos y no sé si sintió mi mentira o solo hizo como si nada, pero habló.
—Ah, qué bien, es una buena idea —y desde el otro lado se la escuchó sincera—. Como iba diciendo, solo llamaba para saber si estabas bien. Y también por qué quería preguntarte una cosa.
—Eh... Sí, estoy bien, sí. ¿Qué querías saber?
—Es un tanto extraño pero me encontraba en una reunión y pensé en la universidad, y en lo que hacíamos.
—Lo que hacíamos... —repetí. Maggie me echó un vistazo efímero y la voz de Lena se mezcló con un frenazo y rápida aceleración del coche de policía.
—Cuando teníamos sexo.
—¿Estabas pensando en esas cosas durante tu reunión? —dije sin poder evitar reír. Otra curva casi hizo que dejara caer el celular.
—Era una reunión muy aburrida, ¿de acuerdo? Me preguntaba cómo hacías para no... cómo decirlo, romperme en seis partes. Tuvimos varias noches intensas si mal no recuerdo y considerando lo que podías hacer me sorprende seguir intacta.

No dije nada por un momento. En parte me tomaba desprevenida el tema tan directo, pero empecé a sentirme aliviada; que Lena no hiciera el asunto de mis poderes algo trágico y terrible era de agradecer. Podía aceptar esa complicada normalidad de a poco.

Sonreí un poco, pensando en el tan extraño tema que a mi novia se le ocurría pensar a mitad del día.

—Vale, pues... tenía mucho pero mucho auto control —no precisé voltear hacia Maggie para saber que se estaba riendo—. En ese entonces no sabía cómo manejar del todo mis poderes, pero tenía que ser... muy suave contigo.
—¿Le llamabas a eso ser suave, cariño?—su risa cálida me hizo pasar por alto el calor en mis mejillas. En realidad empezaba a extrañar más de lo normal esa cercanía con ella, pero no se lo podía plantear así como así dadas nuestras últimas circunstancias—. Pasé mucho tiempo después de enterarme de quien eras intentando entenderlo, créeme. ¿Cómo es que solo lo controlabas?
—Cada segundo para mí era... bastante intenso si me lo preguntas. Cada segundo debía recordar relajar mi cuerpo, y mi mente en general, cuando te... Lena, ¿no prefieres hablar de esto cuando nos veamos? Es que...
—No te interrumpas por mí, rubia, no es que sea nada que no sepa. Yo con Alex...
—No, cállate, no pienso escuchar nada de eso —le reproché y volví instantáneamente al teléfono—. Lo siento, Maggie tiene un interés imposible cuando de sexo se trata. ¿Podemos hablarlo luego?
—Por supuesto. Envíale mis saludos —añadió en tono risueño—. Te dejaré para que sigas con tu paseo.

Mi paseo... Que mentira tan desagradable.

Lena colgó, Maggie me miró de reojo y al momento habló.

—¿Estás bien?
—Sí, solo quiero terminar con esto. Es... es agotador.
—Que bueno porque ya estamos aquí. Ven, nos espera.

Tenía a Lena muy presente en la cabeza como para preguntar con quién íbamos a tratar ahora. Pero el edificio gigante medio similar a los de mi novia era una señal clara de que debía ser alguien importante. Limité mis movimientos a seguir a Maggie a través del vestíbulo y directo al ascensor. Subimos, y subimos, y transcurrió un tiempo en silencio antes de que ella hablara justo cuando las puertas se abrieron a otra sala más elegante.

—No sé cómo funcione tu memoria últimamente pero quizás lo recuerdes. Nos ayudó hace un tiempo.
—¿Quién?
—Ahora mismo no me creerías si te dijera —contestó echándole un vistazo a su celular y respirando hondo. Caminó hacia la secretaria detrás del mostrador y se aclaró la garganta—. Buenos días, Taylor.
—Señorita Sawyer, sí que fue veloz.
—Ya me conoces. Nadie más ágil que yo.

Fruncí el ceño frente a las miradas extrañas entre las dos mujeres. La secretaria tenía una expresión indescriptible pero Maggie le veía como si estuviera a punto de recriminar algo. Y así por casi medio minuto hasta que vi necesario sacarlas del trance.

—Eh...
—Ah, sí, nuestro asunto. ¿Sigue ahí dentro?
—No se va jamás.
—Me presentaré sola —señaló Maggie haciéndome una seña y pasando por en frente de Taylor.

Me disculpé en silencio pero ella no estaba prestando demasiada atención a otra cosa que no fuera el trasero de Maggie, en realidad.

—¿Quién es ella? —murmuré dentro del pasillo angosto que acaba en una puerta a varios metros.
—Una muy muy lejana ex.
—¿De la universidad?
—Sí... Nunca se tomó bien que me comprometiera en serio con tu hermana cuando eso era todo lo que ella quería.
—Un día tendrás que contarme sobre todas tus relaciones fallidas. Parece un drama interesante.
—Uh, no tanto como el tuyo, Kara. Supera cualquier desastre amoroso mío. Solo que tú... al fin encontraste el camino correcto.

Asentí a pesar de que Maggie estaba delante y no me podía ver. Si tan solo supiera las veces que había deseado saber dónde estaba el principio del camino. Vaya viaje.

La puerta se abrió antes de que mi amiga alcanzara la manija de la puerta. Quién estaba parado allí me recordaba demasiado a alguien de hace mucho tiempo, pero no podía alcanzar del todo el recuerdo de quién podía ser.

Su rostro sería el de un joven de veintitantos de no ser por la barba de varios días. Pero no era demasiado mayor. Solo tenía el aspecto de no haber tenido mucho contacto con el mundo exterior, o socializar lo suficiente, por la camiseta arrugada bajo el traje negro sin abotonar. O los tenis blancos que hacían una combinación confusa con los pantalones oscuros. Su cabello por otra parte, castaño y despeinado, resonaba más fuerte en mi cabeza.

Él me miró pero por muy poco tiempo. La mirada molesta solo se la ofrecía a Maggie.

—¿Tenía que ser hoy?
—Esto es muy importante, Winn. ¿Qué querías? ¿Que llamara por Skype? Muévete —la brusquedad no fue a lo que hice caso. Sino al nombre—. ¿Te acuerdas de Kara, no?
—Maggie, de lo que sea que estés tramando ahora no puedo ser parte. La última vez...
—La última vez no pasó nada. Solo un sustito del antivirus.
—¿Ya sabes mucho de computadoras? —dijo tosco Winn, de brazos cruzados aún en la puerta. Su oficina era grande en exceso, pero el espacio para caminar era pequeño entre las tantas pantallas en cada centímetro del sitio.
—Es el último favor. Lo prometo por mi vibrador favorito.
—Escuchen, ¿alguien planea explicarme qué sucede? —Maggie inhaló como recordando que yo estaba justo a su lado. Entonces cambió la expresión a una menos exasperada y sonrió forzosamente.
—Él es Winn Schott, dedicado experto en anti piratería y otras cosas.
—No le llamaría otras cosas a...
—Ya, Winn, entendió —dijo Maggie abriendo un refrigerador tan similar al resto de las pantallas que ni lo había visto. Sacó una barra de chocolate y regresó a mi lado—. Le decíamos Rata en la universidad. Hizo algo por nosotras hace un gran tiempo.
—Oh, no inventes... ¿Tú? Sí eres tú—vagamente empecé a notar los rasgos claros del muchacho que hace años había entrado en las cámaras de seguridad de la universidad tan fácil. Ese que se escondía en una sala tan apartada como idéntica a esta—. Hace tanto... Te diría que has cambiado pero...
—Que el traje no te engañe sigue siendo el mismo roedor metiche de antes, ¿eh, Winn?

Winn se repuso contra la pared, con cara de muy pocos amigos.

—¿Qué quieres, Maggie?
—Ya te lo he dicho, necesito un pequeño, muy minúsculo favorcito. Luego te prometo que puedes estacionar mal todo lo que quieras por los próximos seis meses.
—Yo no estaciono mal. Ni siquiera tengo auto —dijo con una seriedad que no rememoraba nada al que había conocido hace mucho. Empecé a sentir que esa visita no nos serviría de nada y que la esperanza reunida se disipaba.
—Winn, en serio esta vez es importante. Solo...
—¿Acaso la mismísima Supergirl no tiene sus propias maneras de hacer las cosas? —le interrumpió él, con la intensa mirada clavada en mí. Me sonrojé, bastante sorprendida por lo directo que era ese hombre tan centrado y serio—. No te sorprendas tanto. Sigo teniendo acceso a tantas cámaras... A tantas cosas. Supergirl solo necesitaba de algo de atención extra para descubrir su identidad. Créeme que muchos acudieron a mí con ese objetivo a lo largo de los años. Solo deseaban una pequeña muestra de quién eras realmente pero con tanta desesperación.
—¿Tú... ? ¿Sabías sobre mí y nunca pensaste en decir nada?
—Ajá. No es de mi incumbencia, tampoco siento que valdría la pena confesarle al mundo que una poderosa heroína existe detrás de unas gafas y el título de reportera. Sé muchas cosas acerca de ti, Kara, pero no estoy en mi derecho de vender tus secretos. No cuando puedo ver quién eres. Haces buenas cosas por esta ciudad. Tal vez más de las que merece.
—Quizás, pero ya no aplica a nada. Supergirl ya no existe.

Winn se puso la mano en los bolsillos y caminó con lentitud hacia una de sus computadoras. Miró quién sabe qué, aunque no sentía que viera nada en particular, y exhaló.

—La ausencia de Supergirl comienza a ser algo caótica estos últimos días.
—Winn —le advirtió Maggie en tono severo pero yo negué con la cabeza, dejándolo estar.
—¿Qué? ¿Me dices que no has estado al pendiente de las noticias?
—Confieso que no es una de mis más grandes prioridades —sonó tan diferente a mí que alguna parte dormida en mi interior se inquietó de molestia—. No es que pueda hacer algo al respecto.
—Para National City solamente desapareciste. Algunos piensan que te cansaste y escapaste lejos. Otros que moriste.
—No están muy lejos de la realidad —Maggie me miró apenada. Tal vez en ese simple instante a ella en verdad le afectaba más que a mí.
—¿Qué crees tú que pasó con Supergirl?
—Ya lo he dicho. No existe.
—Pero tú sigues aquí. ¿Cómo es posible?
—Alguien con demasiada fuerza de voluntad me devolvió a la vida. Pero yo soy solo Kara —murmuré. Fue casi como contarle una broma.
—¿Y pasó por alto el pequeño detalle de quién eres? ¿No intentó...?
—Winn, es suficiente —le cortó Maggie malhumorada—. Kara, creo que mejor nos vamos.
—Solo soy curioso, ¿vale? Sigue sin ser de mi incumbencia. Pero no te alteres, eh... Ya dime qué puedo hacer para ayudar.
—¿Ahora sí estás dispuesto a ayudar?
—Digamos que estoy algo aburrido. Deberían aprovechar. Así que lo repito, ¿qué puedo hacer por ustedes?
—Necesito el acceso a todas las cuentas personales de alguien.

Hablé tan deprisa que los dos se me quedaron viendo estupefactos. Maggie continuó con la boca abierta y sospeché que ella había pensado en algo menos invasivo. Pero es que yo no estaba tan paciente para esas cosas.

—Acceso —dijo Winn incrédulo. Maggie lentamente fue recuperando la compostura dada la repentina calma en sus ojos.
—No digas como si fuera lo más difícil del mundo para ti.
—En caso de que no lo sepas ya no tengo veinte años —frunció el entrecejo, aparentemente insultado—. Tengo una empresa que cuidar. Hacer lo que sugieres va contra todo lo que he intentado separar de mí, en contra de lo que hago para vivir. ¿Anti pirateo, les suena?
—No te estoy pidiendo los números de su cuenta bancaria o... Rao, todo su maldito dinero. Solo necesito información.
—¿Qué tipo de información?
—Toda la que pueda conseguir —indiqué manteniendo la calma.

Winn le echó un vistazo a mi amiga. Probablemente buscaba algún indicio de que era una broma pesada o algo parecido, pero no. Necesitaba conseguir algo y tratar de ayudar a Lena de algún modo. Tal vez así algún día podría demostrarle lo agradecida que estaba por lo mucho que había hecho por mí.

Después de quince minutos en silencio dentro de ese lugar repleto de máquinas, Winn se levantó de la silla en la que había pasado concentrado escribiendo. Momentos atrás no había preguntado otra cosa más que el nombre de quién necesitaba yo tanta información y él lo había procesado bastante rápido. No preguntó más nada, ni nos miró sentarnos en los pequeños sillones a un costado de la oficina, con una pantalla zumbando en la pared detrás nuestro.

—Tienes todo lo que puede conseguirse por internet, pero solo tienes permitido leerlo aquí.
—¿En serio has... ?
—Lena Luthor invirtió una gran cantidad en este lugar, en mis comienzos. Supongo que podía devolverle el favor —dijo resuelto. No quise preguntar cómo sabía que se trataba de ella, de todas formas seguro ya había leído su nombre en alguna parte de aquellos archivos.
—Gracias, Winn.
—Que el pasado no te afecte demasiado, Kara. No lo digo solo por lo que puedas encontrar.

No cruzó emoción alguna en sus ojos almendrados, solo asintió y con una mirada hacia Maggie y la puerta dio a entender que estarían afuera durante un rato.
—¿Estarás bien, Kara? —preguntó mi amiga preocupada. Si hasta la notaba más nerviosa que yo.
—¿Qué puede salir mal? Ya estoy aquí. Estaré bien.
—Cualquier cosa...
—Te gritaré si surgen imágenes de cadáveres —bromeé. En ese intento de cortar con tanta tensión Maggie me sonrió de un modo tan nostálgico que creí que me abrazaría.
—Gracias por seguir aquí. Por seguir siendo una cabeza hueca.

Exhaló y no permitió ninguna respuesta. Ya se había ido con Winn comentando algo sobre el buen festín que probarían a continuación, y ahora yo estaba sola en ese enjambre de computadoras, donde solo una contenía lo que podía servir de muchas respuestas a Lena.

Así que entonces me di en la búsqueda.