Capítulo 34
Tras un humeante baño caliente en la habitación frente a la chimenea, Sakura, vestida con una camisola blanca que le llegaba hasta los pies, terminaba de bañar a Siggy cuando la puerta se abrió y apareció Shii.
Al verlo limpio y aseado, con aquella camisa que le quedaba enorme, la joven sonrió y él se acercó a la cama, junto a la que estaba Asami, y susurró mirándola:
—Me la ha prestado Sasuke.
—Me parece muy bien —afirmó Sakura.
En silencio, Shii se aproximó a su hermana y, mirándola, iba a decir algo cuando ella comentó tocándose la cabeza:
—Sakura me ha cortado el pelo.
La aludida asintió y, viendo cómo la cría se miraba en el espejo, afirmó:
—Ahora todo el pelo crecerá al mismo ritmo y, antes de que te des cuenta, volverás a tener una larga cabellera.
Shii sonrió, la niña también, y juntos se metieron en la cama.
—Hueles muy bien —comentó el chiquillo.
Asami asintió encantada, pero luego, preocupada por su muñeca, preguntó:
—¿Pousi estará bien?
A Sakura le dolía verla así. Aquella muñeca era lo único que Asami tenía de su madre, y su pérdida sería irreparable. Pensó en las joyas que había recuperado en el joyero. El valor que ella les daba no era económico, sino sentimental. Si las hubiera perdido, se le habría roto el corazón. Mirando a la pequeña, iba a contestar cuando Shii, entendiendo la situación, dijo:
—Asami, recuerda lo que hemos hablado antes.
Eso llamó la atención de Sakura, y la niña musitó mirándola:
—Lo importante es que todos estamos bien.
Según dijo eso, Shii hizo cosquillas en la tripa a su hermana y esta, olvidándose de todo, comenzó a reír.
Gustosa por verlos así, Sakura terminó de secar a Siggy, que no paraba de ponerle morritos para que se los cogiera con los dedos; sin duda la pequeña estaba cambiando su vida.
—La ropa que compraste también la hemos perdido, ¿verdad? —preguntó entonces Asami.
Sakura asintió. Habían recuperado pocas pertenencias. Las escasas monedas que le quedaban también se habían perdido en la vorágine de la tormenta, pero, no queriendo hacerles ver lo difícil que se les estaba poniendo todo, repuso:
—Tranquila. Ya veremos cómo compramos más.
Los niños se miraron y, tras un rato de cuchichear entre ellos, Shii dijo:
—Sakura, Asami y yo queremos hacerte una pregunta.
—¿Es una pregunta buena o mala? —quiso saber ella divertida.
—¡Es bonita! —susurró Asami.
—Vaya..., ¡bonita! —Sakura rio.
Feliz por verlos así, la joven se sentó en la cama de ellos con la pequeña Siggy para terminar de ponerle el paño y la ropa, y entonces el crío soltó:
—¿Sasuke es tu marido?
—No.
—¿Y el padre de Siggy? —insistió él.
Alison negó con la cabeza y, al ver cómo aquellos la miraban, repuso:
—Siggy es la hija de mi tío Edberg, pero él murió y me pidió que me encargara de ella.
Los niños asintieron y luego Asami preguntó:
—¿Y te encargas de ella como de nosotros?
—Eso es.
—¿Y le buscarás un hogar como a nosotros? —insistió la pequeña.
Oír eso la hizo suspirar. Adoraba a Siggy, como adoraba ya a aquellos dos chiquillos, pero, tras lo ocurrido esa noche, en la que por su culpa habían estado a punto de morir todos, respondió:
—Simplemente quiero lo mejor para ella y para vosotros. Y me esforzaré porque así sea.
Shii se disponía a decir algo cuando oyeron unos golpes en la puerta. Instantes después entró Temari, que, sentándose en la cama con ellos, quiso saber:
—¿Cómo os encontráis?
—Huelo muy bien y la cama es muy calentita —afirmó Asami encantada y sin mencionar por primera vez a Pousi.
Temari, al ver que el cabello de la cría estaba igualado, rápidamente afirmó:
—Asami, estás preciosa.
La niña tocó su pelo corto. Pocas niñas que conociera lo llevaban así, pero, por increíble que pareciera, no tener ya los trasquilones la hacía sentirse mejor, y afirmó:
—Me gusta mi pelo.
Eso los hizo reír a todos, y Temari, interesada, preguntó:
—¿De qué hablabais cuando he entrado?
Asami iba a contestar cuando Shii la interrumpió:
—Sakura nos decía que quiere lo mejor para Siggy y para nosotros y por eso nos quiere encontrar un hogar, pero... pero yo no entiendo por qué ella cree que no es lo mejor para nosotros, cuando es buena, cariñosa, nos cuida y siento que nos quiere.
A Sakura se le erizó el vello del cuerpo al oír eso. Cada vez que oía palabras tan bonitas dirigidas a ella se emocionaba, pues no estaba acostumbrada, y Temari indicó mirándola:
—Shii tiene razón. ¿Por qué buscarles un hogar si ya te tienen a ti?
Sakura dejó entonces a la pequeña Siggy en sus brazos y, levantándose de la cama, respondió:
—Muy sencillo. Porque no sé cuidarlos como merecen.
—¡Pero ¿qué dices?! —protestó su amiga.
—Sí sabes —terció Shii.
—Sí, y por eso casi os mato esta noche, ¿verdad? —insistió la joven. Ninguno contestó y, furiosa, murmuró a continuación reconduciendo el tema—: Mi vida es complicada.
—¿Por qué? —preguntó Asami.
—Porque sí —dijo Sakura con pesar.
Temari asintió; sabía que su amiga ocultaba algo. No sabía qué era, pero sin duda la martirizaba. Para hacerla sonreír, dijo:
—¿Entre tú y Evander hay algo?
Al oír eso, Sakura la miró y aquella cuchicheó:
—Lo digo porque siento que cierto vikingo se incomoda al ver lo mismo que yo.
Ella meneó entonces la cabeza sonriendo.
—No inventes, y en cuanto a ese vikingo, prefiero no hablar.
Temari asintió. Sabía lo que veía como lo veían todos, pero, volviendo al tema del que anteriormente hablaban, prosiguió:
—Si tuvieras un hogar, ¿los niños se quedarían contigo?
Consciente de una verdad que no podía confirmar, Sakura respondió:
—Probablemente.
—Síííííííííííííííí —gritó Asami haciéndolos sonreír.
—Eso estaría muy bien —afirmó Shii sin dudarlo.
Sakura los observó con el corazón henchido de felicidad. Sus días en tierra no habían sido perfectos, pero sí los mejores de su vida, y afirmó con seguridad:
—Tener un hogar y unos niños como vosotros a mi lado podría ser un bonito sueño. Pero siento deciros que los sueños y la realidad pocas veces van de la mano.
Temari se disponía a replicar cuando llamaron de nuevo a la puerta.
Instantes después, Matsuura y Gilroy entraron en la habitación, y Temari, levantándose de la cama, dijo entregándole la pequeña a este último:
—Es tarde y debemos descansar. Mañana será otro día y hablaremos.
Con una sonrisa, Sakura la despidió y, cuando la puerta se cerró, mirando a su tío, lo cogió del brazo y musitó alejándolo de los pequeños:
—¿Qué vamos a hacer ahora? Lo hemos perdido todo. —El japonés asintió, lo sucedido había sido una terrible calamidad, y ella insistió—: Y, por si eso fuera poco, ¡también ha desaparecido Pousi!
Matsuura sonrió al oírla. La sensibilidad que demostraba no tenía nada que ver con la joven que se daba cabezazos con los hombres en el barco para demostrar su valentía. En pocos días, y más desde que Asami y Shii habían aparecido en sus vidas, Sakura le estaba demostrando la gran necesidad que tenía de cambiar su vida y, en cierto modo, de tener una familia. Sus acciones, sus palabras y sus miradas así lo confirmaban, y eso le gustaba. Por ello, y con cariño, acomodándole un mechón de su rosáceo cabello tras la oreja, indicó con cariño:
—De momento, esta noche vamos a descansar.
—Pero, tío Matsuura, ¡soy un desastre!
El japonés puso entonces un dedo sobre sus labios e insistió:
—Mañana, como ha dicho Temari, será otro día, y entonces valoraremos las opciones que tenemos.
—¿Opciones? ¿Qué opciones? No tenemos carreta. No tenemos dinero. No tenemos nada para vender. ¿Qué podemos hacer? ¿Qué hacemos con los niños? Porque, te digo una cosa, si yo tengo que pasar hambre, la paso, pero ellos ¡no!, ¡me niego!
—Sakura...
—He... he pensado hablar con Temari y Naruto. Sé que tienen una hija pequeña, viven en una casa enorme y quizá podrían hacerse cargo de los pequeños. O... o, si no, si hablo con Hashirama y Mito, tal vez ellos pudieran.
—Shensi...
—Está decidido. Si cualquiera de ellos acepta, nosotros regresaremos con papá. Él tenía razón. Mi lugar no está aquí, sino en el mar, con él.
Viendo que Sakura ya estaba metida en una espiral que cada vez la enfadaría más, el japonés finalmente la cortó:
—Shensi, pero ¿qué dices? ¡Basta ya!
—Tío Matsuura, no he sabido interpretar la lluvia en tierra, lo que ha estado a punto de matar a esos pequeños y... —No pudo continuar. Se sentía fatal.
Él la abrazó. Sabía que la única manera de tranquilizarla era abrazándola, y cuando sintió que su cuerpo dejaba de temblar, dijo mirándola:
—Al amanecer, si la tormenta ha amainado, regresaremos y veremos si podemos salvar algo y, después, con la mente fría, decidiremos, ¿te parece?
Ella asintió, no podían hacer otra cosa, y, tras darle un beso a aquel en la mejilla y este uno a los niños en la frente, Gilroy y Matsuura se marcharon. De nuevo, a solas con los niños, la joven indicó mirándolos:
—¡A dormir! Es tarde.
Shii y Asami, que la habían oído, a pesar de que ella había intentado que no fuera así, cerraron los ojos sin preguntar nada más y, abrazados, se quedaron dormidos.
Sakura, con la pequeña Siggy en brazos, todavía despierta, se acercó entonces a la ventana. Llovía a mares. Diluviaba. Y cuando sintió que la pequeña finalmente se dormía, con cuidado la dejó sobre la cama.
En silencio, y solamente alumbrada por el resplandor de la chimenea, miró a los pequeños.
Por su mala cabeza, lo poco que podía ofrecerles se había evaporado. Pensaba en ello desesperada cuando oyó de nuevo golpes en la puerta. Instantes después, esta se abrió y apareció Sasuke.
Durante unos segundos ambos se miraron a los ojos, mientras él era consciente de que ella iba tan solo vestida con una fina camisola blanca. Se observaban en silencio cuando Sakura dijo en voz baja:
—Si vienes a seguir echándome la bronca por todo lo que crees que hago mal, he de decirte que...
—Venía a ver si necesitabais algo —la cortó aquel.
Intentando sonreír, ella asintió y le indicó que entrara. Él lo hizo y cerró la puerta.
Sasuke se acercó hasta las camas sin hacer ruido y, al ver a los pequeños dormir, musitó:
—Está visto que ellos, en este instante, no necesitan nada.
—Se puede decir que ahora tienen todo lo que necesitan, sí —afirmó la joven.
Y, dicho esto, se acercó de nuevo a la ventana. La presencia de Sasuke la inquietaba y cuando sintió que él se acercaba a ella, dijo mirándolo:
—Siento mucho no haberte hecho caso. Por mi culpa, he puesto a los niños y a tío Matsuura en peligro. Y yo... yo... ¡Por las barbas de Neptuno! No me lo podré perdonar. Y encima hemos perdido a Pousi...
Sasuke sonrió al comprender que hablaba de la muñeca, y ella prosiguió:
—Pousi era lo único que Asami tenía de su madre, y yo la he perdido. ¡Maldita sea, Sasuke! Si les hubiera pas...
—Heyyy... —la cortó el vikingo al verla tan alterada. Sabía que era duro con ella. En ocasiones, excesivamente gruñón, pero, buscando su mirada, indicó—: Todos estáis bien.
Ella meneó entonces la cabeza y él exigió:
—Mírame, Sakura.
Ella lo hizo y él, con cariño, musitó mientras retiraba un mechón de su pelo:
—Lo único que importa sois vosotros y todos estáis bien.
—Ya, pero...
Sasuke le puso un dedo sobre los labios y, sintiendo un latigazo en el corazón ante el contacto con su aliento, susurró sin poder apartar los ojos de ella:
—Vuestra vida es lo único que importa. El resto son cosas materiales y se pueden reemplazar.
La joven resopló y, con un gesto de derrota, murmuró:
—Pousi no se puede reemplazar.
Su expresión le hizo ver la vulnerabilidad de la joven, y añadió en un tono íntimo:
—Buscaremos una muñeca que la reemplace. Te lo prometo.
Oír eso la hizo sonreír con tristeza y, perdiéndose en aquella oscura mirada, dijo en un hilo de voz:
—Gracias.
Complacido, Sasuke asintió, y entonces ella, recordando algo, le preguntó:
—¿Ya no quieres matarme?
Él rio y, negando con la cabeza, susurró:
—No. Ya no.
Se observaron en silencio unos instantes que hicieron que el vello de sus cuerpos se erizara. Ambos leían en la mirada del otro el deseo, el temor, las ganas de descubrir a la persona que tenían enfrente, cuando Sakura, sin poder contener lo que pensaba, soltó:
—Ni te imaginas la necesidad imperiosa que siento de besarte.
Y Sasuke sentía esa misma necesidad. Desde que la había encontrado, el deseo de acercarse a ella para ver que estaba bien lo estaba martirizando.
Durante horas había luchado por no ir a verla, por no acudir a su habitación, pero había sido en vano. La voluntad de pronto le fallaba y allí estaba. A solas con ella, en aquella habitación, mirándola y deseándola como llevaba tiempo sin desear a nadie, por lo que, dando un paso atrás, musitó:
—Mejor me voy.
Sakura, sin apartar los ojos de él, le cogió entonces la mano y murmuró:
—Te asusta mi imprudencia, ¿verdad?
Sasuke negó con la cabeza.
—No, Sakura. Me asusta lo que me haces sentir —declaró sin medir sus palabras.
Oír eso era nuevo para la joven. ¿Acababa de admitir que se sentía atraído por ella?
Gustosa y feliz por saber aquello, sonrió. Por su vida y su carácter, solía tomar lo que se le antojaba, pero con Sasuke era diferente. Y agarrada a su mano, no lo soltó. No deseaba que se fuera. Quería estar con él. Hablar con él. Besarlo. Tocarlo. Lo deseaba todo de él, pero el vikingo, soltándose de su mano, dijo en voz muy baja:
—Sakura, no puede ser. Lo siento.
Y, dándose la vuelta, se alejó de ella y salió de la habitación. Una vez sola, se llevó las manos a los labios y se los tocó. Estaban calientes, deseosos de aquel hombre, y cerrando los ojos cuchicheó:
—Está claro que mi descaro lo ha asustado.
Durante unos segundos permaneció con los ojos cerrados. Las cosas que deseaba hacer y lo que se le pasaba por la cabeza eran una auténtica locura. Aquel hombre, que tan pronto se le acercaba como la rehuía, la tenía totalmente descolocada y estaba comenzando a hacer que perdiera la razón.
Abrió los ojos y estaba maldiciendo por aquello cuando, a través del cristal de la ventana, lo vio cruzar la calle bajo la incesante lluvia.
Pero ¿adónde se dirigía?
Con curiosidad, lo siguió con la mirada y, al ver que entraba en los establos del hostal, deseó ir con él. Con toda seguridad, ese sería uno de sus últimos días en tierra. Una vez que Temari y Naruto o Hashirama y Mito se quedaran a cargo de los niños, volvería con su padre.
Por ello, y tras ver que los pequeños dormían plácidamente, salió de la habitación.
Sin hacer ruido, cruzó el pasillo descalza. Todo el mundo dormía en las habitaciones colindantes y, en cuanto llegó a la planta baja, sin mirar atrás, corrió hacia la puerta y salió al exterior. Rápidamente la lluvia la empapó. El frío la hizo temblar, pero, sin detenerse, siguió los pasos de Sasuke.
