NADA DE ESTO ME PERTENECE, LOS PERSONAJES SON DE DISNEY, SOLO ME DIVIERTO ESCRIBIENDO
¡Hola a todos! ¿cómo están? Uff, la suerte que he tenido. Dos días casi sin luz y debí pasar una noche en un hotel porque estaba congelada media ciudad. Al menos acá en Monterrey este frente frío nos tomó por sorpresa, espero que todos ustedes estén bien. Ahora, volviendo al fic, reescribí este capítulo un par de veces y hasta le cambié el título porque quería atar la mayor cantidad de cabos posibles. Espero que les guste.
GRACIAS a Jeinesz06, MichelleAloy y Ranma84 por sus hermosos comentarios (respondidos por PM) y a todos los alertas y hits que esta historia ha alcanzado estas semanas.
¡disfruten!
Capítulo 34
Que la Fuerza nos acompañe
Los minutos se convierten en horas
Los días en años y estos se esfuman
Pero cuando todo lo demás haya sido olvidado
Nuestra canción seguirá viviendo
¿Cómo dura un momento para siempre?
Cuando nuestra canción vive
Desde el momento en que el Comandante mencionó sus intenciones de buscar a Lord Vader y a Padmé Naberrie en Naboo, Apaillana tuvo clara una cosa: no movería ni un dedo para encontrarla. No permitiría que los clones la usaran para llegar a Vader, si la pobre muchacha al fin había conseguido volver a casa, merecía estar segura, respaldada por su gente. Pero si los clones sospechaban más, sería un riesgo para Naboo. Y no podía tampoco olvidar al señor Ruwee Naberrie, al capitán Typho y sus hombres, siendo rehenes en el Destroyer III.
Esa había sido la disyuntiva de Apaillana, hasta que Dormé le notificó que Padmé Naberrie estaba ideando un plan de escape con Lord Vader, para salvar a Naboo.
No conocía a Padmé Naberrie, pero si conocía a su hermana Sola, y algunos miembros de la corte aseguraron que la muchacha Padmé era una mujer inteligente e íntegra. Tendría que confiar en ella, así como confiaba en su gente.
No conocía a Lord Vader. Hasta donde tenía entendido por el Comandante de los clones, era un aprendiz de Sith peligroso, poco menos que un terrorista. Pero si por alguna razón Padmé Naberrie estaba confiando en él, tendría que darle el beneficio de la duda. Además, tampoco confiaba del todo en los clones.
Conocía a Obi-Wan Kenobi, quien según Dormé, también estaba en la misión. Alguna vez fue un Jedi escrupuloso y compasivo, algo arrogante, como todos los Jedi, pero confiable y de buenas intenciones. Sabía que los diez años de crisis lo habían cambiado, pero Apaillana confiaba en que el cambio no hubiera sido tan drástico.
No pidió detalles de la misión, solo sabía que los tres susodichos se irían de Naboo buscando ayuda en otro lugar. Apaillana estaba convencida de que, mientras menos supiera, más protegidos estarán todos de los clones. Y es que no podía negar que su gobierno se encontraba caminando sobre la cuerda floja.
Apaillana había vivido lo suficiente para reconocer el brillo de ambición desmedida en los ojos de personas mediocres, y cuando identificó esa mirada en Palo Andalerrie, maldijo otra vez a su predecesora, ¿cómo es que Kamila permitió que un hombre tan imbécil se volviera delegado del palacio? Antes de que Apaillana pudiera despedirlo, el desdichado apareció muerto, complicando aún más las cosas, porque ahora los clones tenían todas las excusas para ocupar Naboo.
Los clones, que misteriosamente manifestaron tenerle aprecio al Delegado Andalerrie, dijeron que la muerte de Palo era la prueba evidente de que el Sith estaba en Naboo. Haciendo uso de todos sus trucos, Apaillana consiguió que el Comandante ordenara solo una "investigación de alto alcance" en cooperación con su gobierno. Era solo retrasar la inevitable ocupación de Naboo a manos de los clones.
No le gustaba la idea de que una de sus ciudadanas estuviera jugándose la vida en una misión de la que tenía pocos detalles, pero tiempos desesperados siempre requieren medidas desesperadas. Además, el señor Lorrein le confirmo que, si debían confiarle el destino de Naboo a alguien, Padmé Naberrie era una excelente opción.
Desde el momento en que Dormé le comentó sobre el plan para salvar a Naboo, Apaillana supo que haría todo lo que estuviera en sus manos para que funcionara. Se sintió inspirada por la valentía y sentido del deber que había demostrado Padmé Naberrie, y aunque no conocía en persona a la mujer, sintió que comenzaba a respetarla. Acordó con Dormé plantear una pista falsa en los Montes Noroon, al otro lado del planeta, para que los clones dejarán libre la casona de Palpatine, y también se puso de acuerdo con el capitán Yaro (el reemplazo temporal del capitán Typho) para que los escuadrones que siguieran a la nave pudieran armar todo un simulacro de persecución. Afortunadamente, los planes funcionaron, y cuando los clones le dieron el reporte de que una nave escapó de Naboo, Apaillana usó todo su autocontrol para no mostrarse complacida por eso.
"¿Qué hacer ahora?" se cuestionaba la soberana. Los clones no terminaban de creerle, pero no tenían pruebas de que ella estuviera involucrada en el plan… al menos, por ahora, eso los detenía. Pero no pasaría mucho tiempo antes de que encontraran otra excusa para invadirlos. El Comandante dejó muy en claro lo poco complacido que estaba con Naboo, y estaba tan desesperado por encontrar a Vader, que pronto olvidaría sus escrúpulos.
Si el plan salía bien, en pocos días recibirían información de Padmé Naberrie, pero Apaillana sabía que tampoco podía atenerse totalmente a eso. Tenía que buscar alternativas para mantener estable la situación interna de su planeta… aun si ella faltaba.
Hasta ahora, su plan de respaldo era entregarse a los clones. Ya se había puesto de acuerdo con Sabé para crear un caso de supuesta conspiración con el cual los clones centraran su atención en ella, dándole tiempo a Sabé resguardar a la población de Naboo. Desde luego, la corte no estaba de acuerdo, pero Apaillana no iba a permitir que nadie sufriera por las carencias de su gobierno.
Y todavía tenía que gestionar planes de emergencia para asegurar un retorno seguro de Padmé Naberrie, y claro, rescatar a Ruwee, al capitán Typho y a sus hombres que seguían cautivos en el Destroyer III.
Tantas cosas que hacer, y tan poco tiempo.
—Mi reina—dijo Sabé, inclinándose frente a ella—Hay una transmisión desde Coruscant.
—¿Coruscant?—Apaillana repitió la palabra con sorpresa.
—Así es.
Todos en la corte murmuraron, ¿en serio, una transmisión desde los Mundos del Núcleo? ¿cómo era eso posible?
—Enlázala inmediatamente.
Sabé dio indicaciones a otra doncella para que encendiera el canal, de inmediato, un holo se proyectó en el centro de la Sala de Trono. Todos los miembros de la corte que estaban presentes dejaron de hacer sus asuntos para contemplar la imagen.
Era un hombre joven, de unos treinta años, con unas facciones varoniles adoptando una expresión severa.
"Ciudadanos de la República, mi nombre es Anakin Skywalker, aunque en otro tiempo, y en otras circunstancias, algunos me conocieron como Darth Vader. Hace diez años, el Canciller Sheev Palpatine intentó destruir a la República para formar un Imperio, pocos lo saben, pero Palpatine era también un Sith llamada Darth Sidious. Aunque intente detenerlo, las heridas que recibí en combate me mantuvieron aislado durante diez años. Gracias a una ilustre ciudadana de Naboo, llamada Padmé Naberrie, conseguí recuperarme de mis heridas y con ayuda del antiguo Jedi Obi-Wan Kenobi, volví a Coruscant. Desde este momento, el ejército clon tiene órdenes de levantar los bloqueos, devolver las señales de transmisión, y volver a Kamino, sin ninguna excepción. El Senado deberá renovar sus funciones tan pronto como sea posible para sus miembros, y las comunicaciones de la galaxia deberán quedar re-establecidas en no más de siete días estándar. Han sido diez años muy difíciles para todos, pero por favor, les pido que no culpen a los clones. Ellos estaban programados genéticamente para obedecer a Palpatine, y si alguien debe ser culpado por toda esta desgracia, ese es el difunto canciller Palpatine. Espero que, de ahora en adelante, la República pueda reconstruirse en una nueva era de paz. Que la Fuerza nos acompañe".
Silencio.
Por varios minutos, nadie en la corte habló. ¿Qué podían decir? era surreal. Era improbable. La crisis no podía terminar tan pronto, y de una forma tan simple… ¿oh sí?
De repente, el comunicador de Dormé sonó, y ella reconoció una frecuencia ajena a Naboo. Temerosa, la doncella respondió la llamada, y la voz que escucho hizo que sus ojos se llenaran de lágrimas.
—¿Mamá?—titubeo con un hilo de voz—¿Eres tú?
—Mi niña...—respondió la madre, quien había quedado varada en Serenno diez años atrás—Oh, por la Diosa, ¡estás bien!
—¡Mamá!—Dormé rompió en llanto, sin importarle estar en su trabajo.
Decenas de comunicadores sonaron en la corte, mientras delegados, cónsules y capitanes recibían llamadas de seres queridos en otros lados de la galaxia, que de repente podían comunicarse. Apaillana miró a su alrededor con el corazón acelerado, sin querer ser tan optimista aún, hasta que su propio comunicador sonó y al activarlo, vio el holo de una amiga muy querida.
—¿Adele?—dijo su nombre con asombro.
—Mi reina—saludo Adele con gran emoción—Gracias a la Diosa…
Apaillana sonrió, con lágrimas formándose en sus ojos.
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"...Que la Fuerza nos acompañe"
Cuando la transmisión terminó, algo se sintió diferente.
En sus cabezas, los clones habían escuchado esa tenue pero odiosa voz murmurando "Orden 101: Vader asume control total" y de inmediato, se miraron entre sí, sorprendidos por el cambio brusco de liderazgo.
En el Destroyer III, el Comandante maldijo por todo lo alto. ¡No podía ser! ¡No era justo! ¡Lord Vader debe ser llevado ante la justicia, no ser premiado y convertirse en su nuevo general! ¡No! ¿Cómo pretendían que respetara y obedeciera a un general que los dejó a su suerte durante diez años? Tenía que hacer algo… quitarse el maldito chip, para no tener que obedecerlo, para ser libre al fin.
Entonces, los controles del Destroyer III recibieron una transmisión de Coruscant, y todos los clones vieron impresionados el joven rostro del ex aprendiz de Sith.
Vader los defendió… hablo por ellos a la galaxia. Les ordenó abrir los sistemas. Levantar el bloqueo. Volver a casa.
Algo se sintió diferente… el letargo de diez años estancados, llegó a su fin.
—Mi Comandante—lo llamó un capitán, mirándolo con sentimientos encontrados—¿Qué hacemos?
Oh, el Comandante sabía que odiaría a Vader toda su vida. Pero por ahora, mientras el chip siguiera en su cabeza –y por primera vez anhelando obedecer órdenes– el Comandante miró a sus oficiales en el Puente con la certeza de que nada volvería a ser igual.
—Ya oyeron a Lord Vader—replicó él—Levanten el bloqueo y volvamos a casa.
—¿Y los prisioneros, señor?
—Mándalos a Naboo, no nos interesan ya.
—¿Incluido el capitán Rex?
—El traidor querrás decir—siseo con desdén—También mándalo a Naboo. No tiene ya un lugar con nosotros.
El oficial asintió y salió del Puente para ejecutar las órdenes.
Mientras tanto, en las celdas del Destroyer III los prisioneros también pudieron ver el mensaje emitido desde Coruscant. Ruwee sintió que su corazón se detuvo cuando escuchó a ese hombre mencionar el nombre de su hijita, ¿qué tenía que ver Padmé con todo esto? ¿dónde estaba? ¿seguía a salvo?
"Mas te vale que mi niña este bien, Obi-Wan" pensó Ruwee, sopesando la información que acababan de escuchar.
La Crisis había terminado… Realmente, la crisis había llegado a su fin.
Diez años de dolor, de aislamiento, de desesperación. Diez años con la incertidumbre de no comprender que estaba pasando, de vivir cada día anhelando que en algún lugar de la galaxia una persona amada estuviera bien.
—¿Señor Naberrie?—78 llegó a las celdas y de inmediato se asomó buscando a Ruwee—¿Se encuentra bien?
Ruwee reconoció a su amigo y le sonrió con toda la alegría que estaba conteniendo. Verdaderamente, tal y como ese Vader dijo, los clones no tienen la culpa de esta situación, el mismo vio en primera fila lo mucho que esas órdenes también los habían afectado. Ahora, ellos también eran libres.
—Si, gracias a ti—le respondió—Sin tu intervención, no estaríamos vivos. Gracias.
78 se sintió conmovido por la genuina gratitud del señor Naberrie. Desde que cruzaron caminos, el señor Naberrie lo trató siempre como a un humano, detalles tan sencillos como recordar su nombre y verlo a los ojos movieron sentimientos profundos en 78. Quizá nunca podría hacerle entender al señor Naberrie lo mucho que su breve amistad marcó su vida, pero estaba complacido con poder ayudarlo de alguna manera, y contento de que la hija de ese buen hombre estuviera a salvo.
—Nos han autorizado que los escoltemos de regreso a Naboo—dijo el clon contento—Todo terminó al fin, señor.
—Todo termino...—dijo Rex con tono ausente, demasiado sorprendido aun para asimilarlo.
Minutos después, 78 y 34 escoltaron al grupo hacia una pequeña nave que los condujo hacia Naboo, justo a las afueras del Palacio. Hubo muy poco tiempo para despedidas, ya que el Comandante estaba apresurando a sus hombres a regresar al Destroyer III en el menor tiempo posible, pero antes de que se fueran, Ruwee consiguió regalarle a 78 una delgada pulsera de hilo trenzado que llevaba años usando.
—Nos veremos algún día, buen amigo—dijo Ruwee con expresión tranquila—Hasta entonces, que la Fuerza de acompañe.
78 asintió, guardando ese regalo en su uniforme como si fuera un tesoro. Algunas veces escucho esa oración, "que la Fuerza te acompañe", las personas solían decirles solo a seres muy queridos. Era la primera vez que alguien se lo decía a 78.
—A usted también, señor—murmuró con voz sorprendida, regresando a la nave.
Rex se quedó de pie al lado del capitán Typho, viendo a sus hermanos que se marchaban. "Quizá es mejor así" pensó Rex, sabiendo que muy pocas cosas lo unían ya a ese pelotón de clones.
Prontamente, un grupo de soldados salió del Palacio escoltando a los recién llegados para que la reina pudiera ver con sus propios ojos que, al fin, sus ciudadanos estaban a salvo. En el cielo, la silueta del Destroyer III se desplazó rápido acomodándose para entrar al hiperespacio, en dirección a Kamino. En cuestión de minutos, el masivo destructor estelar desapareció del sistema, dejando libre la órbita de Naboo.
Ahora sin lugar a dudas, Naboo estaba a salvo.
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"...Que la Fuerza nos acompañe"
La imagen de Anakin causó sentimientos encontrados en Sola, quien sentó a Pooja sobre su regazo para abrazarla de modo protector durante todo ese mensaje. Aún era extraño concilia que ese hombre de apariencia tan jovial fue el mismo enmascarado que mandó a su hija por el espacio totalmente sola de regreso a Naboo. Realmente, si no fuera por Padmé, Sola jamás le hubiera dado el beneficio de la duda a Anakin Skywalker.
Pero en sus brazos, Pooja no parecía conocer en absoluto al hombre que había dado el mensaje más esperado por toda la galaxia conocida, al contrario, solo daba saltitos de emoción por la otra silueta que la niña reconoció en el mensaje.
—Mami, mami, ¿esa era la tía Padmé?—preguntó la niña, señalando hacia la transmisión.
En efecto, aunque el centro de la imagen era Anakin, al fondo podía verse la figurita de Padmé mirando orgullosa al hombre que amaba. Sola se preguntó cuántas personas en la galaxia repararían en la presencia de su hermana, y si eso tendría alguna repercusión.
—Si, mi amor—respondió Sola, abrazando a su hija menor.
—¿Y estaba en Coruscant?
—Así es, tesoro.
—Pero habías dicho que nadie podía salir de Naboo mamá—replicó Ryoo, de pie al lado de su madre—Mucho menos ir a un lugar tan lejano como Coruscant.
—Así era antes—respondió Darred, inclinándose para abrazar a su hija mayor—Pero la tía Padmé y sus amigos consiguieron que toda la galaxia sea libre de nuevo.
Ambas niñas miraron a su padre con una combinación de emoción e inocencia infantil.
—¿Enserio?
—Si.
—Mamá, ¿la tía Padmé es una heroína?—pregunto Pooja, bajándose del regazo de Sola para saltar.
Heroína... Sola medito la palabra apenas medio segundo antes de responder.
—Si mi amor. Lo es.
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Anakin y Padmé no perdieron su tiempo. En cuestión de horas, Coruscant volvió a ser un caos de personas desesperadas por salir o por entrar, ansiosas de comprobar por su propia cuenta que el bloqueo había terminado. La senadora Adele, así como todos los demás senadores que llevaban diez años varados en la capital, corrieron al Senado para volver a caminar esos pasillos que tanto anhelaron, dando inicio a la primera sesión en una década.
—¿Quieres venir?—le pregunto Adele a Padmé, mientras iba de salida.
Ni bien dijo eso, Padmé ya estaba montada en el speeder de la senadora, con Anakin a su lado intentando no sonreír. Padmé se veía más emocionada que una niña pequeña rumbo al parque.
Por primera vez en una década, el hangar del Senado apenas daba abasto para todos los speeders y naves de senadores llegando ansiosos por cumplir su deber. La primera orden del día fue, desde luego, nombrar a un nuevo Canciller, pero varios senadores abogaron para que fuera un Canciller interino, con la intención de revisar la constitución de la República para evitar que otro Palpatine pudiera hacerse del poder.
—¿Ves cómo están vestidos esos delegados?—susurro Adele a Padmé, quien estaba sentada a su lado—Esos colores, en su cultura, significan esperanza. Lo mismo que el símbolo de sus peinetas.
—Oh… —Padmé puso atención a esos detalles, maravillada de que Adele supiera tanto.
—En la política, nada es al azar—explicó Adele—Incluso la vestimenta tiene un significado.
Sentado atrás de ellas, Anakin estaba inmerso contemplando a Padmé. Era tan evidente lo feliz que se siente estando ahí, lo bien que este ambiente le sentaba. Pero también veía más allá, veía la forma en que Adele le daba consejos a Padmé, casi aleccionando, tratándola como si fuera su aprendiz.
"Quiere que sea su sucesora" pensó Anakin "O al menos, una candidata"
Sidious le enseñó casi tanto de política como del Lado Oscuro. El viejo Sith jamás lo vio como un defecto, estaba tan inmerso en el corrompido mundo burocrático que era una parte más de su vida, pero Anakin siempre sintió que la Fuerza no debía mezclarse con cosas tan mundanas como los gobiernos. Incluso era algo semejante a hacer trampa, porque, ¿qué podían hacer un grupo de ignorantes de la Fuerza ante un poderoso Sith, o Jedi, capaz de ver sus mentes?
Pero eso no le impidió aprender, y aunque seguía pensando que Padmé era demasiado buena para meterse en este mundo… era tan molestamente obvio que ella lo deseaba.
La sesión duró casi seis horas, y pudo durar más, pero los senadores estaban desesperados por volver a casa también y ver a sus familias –o lo que quedará de ellas–así que, tras el nombramiento de Bail Organa como Canciller interno de la República, se agendó la siguiente reunión para dentro de dos semanas, permitiéndole a los senadores catorce días para ponerse al corriente con sus sistemas y familias.
Adele decidió aplazar su regreso a Naboo un día más, para reunir todos los reportes de la embajada y llevarlos a Theed con ella. Pero ni Anakin ni Padmé quisieron esperar más, el primero deseando irse de Coruscant lo más pronto posible, y la segunda, anhelando ver a su familia a salvo. Así que comenzaron a preparar la vieja nave de Palpatine para un viaje de regreso, aceptando la ayuda del capitán Panaka para recalibrar la computadora interna y llenarla de combustible.
Padmé pensaba que era un poco poético que una nave usada por Palpatine para cosas tan siniestras, fuera después utilizada por ellos para ponerle fin a sus intentos de destruir la galaxia. Anakin solo quería deshacerse de esa maldita nave apenas tuvieran la oportunidad.
Y Obi-Wan…
—¿Te quedarás aquí?—pregunto Padmé, sin saber muy bien qué sentir.
Aún había algo de resentimiento en ella porque Obi-Wan fue quien dejó a Anakin herido y a su suerte durante diez años. Pero, también fue el ex-Jedi quien salvó sus vidas de Palo y los ayudó a terminar el bloqueo. Había un sentimiento de camaradería rodeando a los tres, uno que ninguno quería aún verbalizar, pero que, sabían, seguía uniendo sus caminos.
—Si—respondió Obi-Wan, esbozando una sonrisa amarga—Quiero ver el Templo, reconstruir lo que se pueda. Usando sus transmisores pueda quizá encontrar a más Jedi sobrevivientes.
—Quieres volver a construir la Orden—afirmó Anakin, con un tono de voz tan neutral que ninguno supo si aprobaba o no esa decisión.
—En la medida de lo que cabe.
—Será difícil—agregó Anakin.
—Mas no imposible.
—Al menos, vale la pena intentarlo—dijo Padmé, cruzando de brazos.
—Un viejo maestro me dijo una vez algo que aplicaré ahora—sonrío Obi-Wan—Hazlo, o no lo hagas, no existe el intento.
Anakin sintió su mandíbula tensarse, resintiendo el efecto de esas palabras. Padmé se mordió los labios, afectada por la manera en que esas palabras parecían aplicarse a su vida en ese preciso momento.
Quizá tenía razón. Quizá no existían los intentos.
—No se preocupe por mí, señorita Naberrie—dijo Obi-Wan—Se muy bien que nos veremos de nuevo, los tres.
—¿Ah sí?—repuso Anakin escéptico.
—Es la voluntad de la Fuerza.
Anakin no pudo debatir eso, porque él mismo lo sentía. Sus caminos seguían cruzados, sin atisbo alguno de cuando llegarían a separarse de nuevo.
—Hasta entonces, que la Fuerza te acompañe—dijo Obi-Wan solemnemente, viendo a Anakin a los ojos.
Era un poco surrealista. Uno era un ex-Jedi, entrenado en el Lado Luminoso de la Fuerza. El otro era un ex-Sith, entrenado en el Lado Oscuro. Pero ambos reconocían a la Fuerza, ambos seguían sus designios y, sobre todo, ambos estaban dejando atrás su pasado para construir un nuevo camino.
La frase jamás había sonado tan verdadera como hasta ahora.
—Que la Fuerza te acompañe a ti también—respondió Anakin.
Padmé miro la tensa despedida de ambos hombres, en extremo curiosa de cuál sería el camino que la Fuerza les mostraría. Y aunque no era sensible a la Fuerza, tuvo la certeza de que, cualquiera que fuera el futuro de ambos, la involucraba a ella.
La pareja vio a Obi-Wan dejar el apartamento de la senadora, y a lo lejos, las ruinas de lo que antes fue el esplendoroso Templo Jedi. Todavía había mucho trabajo por hacer, muchas heridas que sanar en esta República tan dañada. Sin querer pensar más en eso por ahora, ambos subieron a la vieja nave de Palpatine, y trazaron su trayectoria a Naboo.
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Cuando llegaron a Naboo, Padmé sintió un tirón en su pecho, contemplando la hermosura de su planeta, que de nuevo tenía vida.
Los satélites externos del sistema estaban funcionando otra vez, y una guardia espacial volvía a ponerse en posición para ayudar el tránsito de los que llegaban o se iban del planeta. Al acercarse a la atmósfera, el canal de comunicación recibió la frecuencia de la Torre de Control.
—Solicito espacio aéreo para aterrizar en Theed—dijo Anakin, sorprendido de volver a usar esas palabras.
—¿Nombre y motivo?—respondió la Torre.
—Anakin Skywalker, escolto de regreso a la ciudadana Padmé Naberrie.
—Acceso permitido, entrada a la plataforma 45 de Theed.
—Entendido.
Padmé miro impresionada la zona de aterrizajes de Theed, había sido construida cerca de las cascadas al lado del palacio, con la intención de que las aguas dieran la bienvenida a ciudadanos y extranjeros. Durante la Crisis estuvo clausurada, y ahora, el descuidado espacio parecía explotar por el uso, mientras los operadores de la Torre apenas daban abasto a todo el tráfico aéreo.
Anakin maniobro sin problemas y estaciono suavemente la nave en la plataforma 45, mientras apagaba los controles y Padmé terminaba de recoger las pocas pertenencias que ambos llevaban consigo, un grupo de guardias del palacio se formaron esperando a que la plataforma bajara.
Por instinto, Anakin se llevó la mano al sable láser cuando vio a los guardias, pero Padmé no reaccionó con miedo, sino con curiosidad.
—¿Todo bien?—preguntó ella.
Un hombre se acercó a ella, y Padmé reconoció al capitán Typho.
—Señorita Naberrie, me alegra verla sana y salva—dijo el capitán—La reina nos ha ordenado escoltarlos hacia el Palacio de inmediato.
—Pero tengo un pendiente con mi familia, capitán.
—Es un asunto urgente, señorita.
Padmé miro a Anakin de reojo, silenciosamente, él le hizo saber que, si ella quería, podía sacarlos de ahí en cuestión de segundos. Pero si la reina estaba llamándola debía ser por algo.
—Está bien. Vamos con usted.
Agarró la mano de Anakin, transmitiéndole confianza para que soltara su sable, y ambos caminaron detrás del capitán hacia un speeder del palacio, que los llevó a todos hacia las hermosas escaleras de la entrada palaciega. Ahí, miraron asombrados que casi todo Theed estaba formado con banderas de Naboo, listones y decoraciones finas, mientras una música de celebración mantenía el ambiente animado. La reina estaba en una plataforma frente al palacio, vestida de gala con doncellas y delegados cercanos a su lado.
El speeder descendió justo en la plataforma frente a la de la reina, donde Anakin y Padmé bajaron confundidos ante los vítores de Theed.
—¡Tres hurras por Padmé Naberrie y Anakin Skywalker!—gritó la reina, alzando los brazos solemnemente—Héroes de Naboo y de la República.
¿Héroes dijo?
Hurra, hurra, hurra….
Asombrados y perplejos, Anakin y Padmé se aferraron uno al otro, mirando con desconcierto la intensidad de esa celebración. Personas de todas las edades vitoreaban sus nombres y los miraban con una mezcla de admiración y agradecimiento. La música seguía siendo festiva, pero apenas podía escucharse por los potentes gritos de la muchedumbre. La pareja se sentía estremecer, con sus pieles erizándose ante esta muestra de algarabía a la que no estaban acostumbrados en absoluto.
Luego, todo se detuvo, cuando el pueblo entero guardó silencio ante la señal de la reina Apaillana.
—El pueblo de Naboo se ha reunido hoy aquí para conmemorar y agradecer a los héroes que nos devolvieron la libertad, no solo a nosotros, sino a toda la galaxia—dijo Apaillana, con tanto orgullo en su solemne voz que hizo a la pareja sentirse humildes—Que la República nunca olvide, así como tampoco lo hará nuestro pueblo, que los salvadores de la Crisis han sido nuestros ejemplares ciudadanos, Padmé Naberrie y Anakin Skywalker.
La muchedumbre vitoreó de nuevo, el escándalo duró apenas unos minutos, cuando la reina volvió a hablar.
Anakin estaba tan asombrado que no se le ocurrió corregirles que él no era originario de Naboo, sino de Tatooine. Y Padmé apenas conseguía conciliar todos esos rostros de la corte y del pueblo que ella reconocía, rostros que antes la miraron con desconfianza o indiferencia, ahora adorándola con sus ojos, transmitiendo un agradecimiento tan intenso que la hacía temblar.
—Les otorgó así estas medallas, a nombre de todo el pueblo de Naboo, con nuestro más sincero agradecimiento—dijo Apaillana—A nuestros ahora ciudadanos más ilustres, los primeros entre todos.
¡Así sea! respondió la muchedumbre.
"Los primeros entre todos?" pensó Padmé con asombro. Era un título tan poco usado, el rezago de aquellos tiempos monárquicos cuando la democracia aún no era la ley en Naboo. Prácticamente estaba convirtiéndolos en una nobleza no oficial.
—Pero...—fue una de las pocas ocasiones en su vida en que Padmé no tuvo palabras para responder.
Apaillana contaba con eso y, sin dejar de sonreír, extendió sus manos mostrando la medalla de oro. Casi por inercia, Padmé y Anakin se inclinaron recibiendo esa insignia, mientras los coros y vítores seguían aturdiéndolos.
La confusión solo duró unos veinte minutos más, cuando las plataformas se movieron hacia el interior del palacio, dejando al pueblo seguir festejando en las calles de Theed. Cuando consiguieron escuchar de nuevo sus pensamientos, Padmé y Anakin miraron a la reina pidiéndole explicaciones.
—La senadora Adele me informó que venían de regreso—dijo la reina—Y organicé esta bienvenida lo más rápido que pude. Lamento si algunos detalles no fueron tan tradicionales, pero confío en que esta sorpresa haya sido agradable para ambos.
—No sé si agradable sea la palabra correcta—dijo Anakin—Pero en definitiva fue una sorpresa.
—Me alegro.
—Me siento muy halagada, majestad—dijo Padmé, inclinando su rostro hacia la reina Apaillana—Todo esto fue tan inesperado...
—Es lo menos que merece la heroína de Naboo.
—¿Heroína? Oh, mi reina, pero fue Anakin quien…
—No subestimes lo que has conseguido lograr, Padmé Naberrie—le reprendió Apaillana—Adele me ha contado a detalle lo que ustedes hicieron en Coruscant. Tu participación es innegable, debes sentirte orgullosa de tu logro.
Anakin asintió, dándole la razón a la reina. Padmé miro la medalla que colgaba de su pecho, sintiendo al fin el orgullo de haber conseguido algo tan meritorio por su propia cuenta.
—Lo estoy.
—Muy bien, lo cual me lleva al siguiente punto—dijo Apaillana con tono más serio—Como bien sabes, mi cargo actual es temporal, en lo que se convocan nuevas elecciones.
—Lo sé.
—¿Has considerado en postularte?
—¿Yo?
—Si. El señor Lorrein me comentó que deseabas hacer carrera política, ¿no es así?
—Claro que sí, ese siempre ha sido mi sueño—respondió Padmé atropelladamente— Pero no tengo experiencia majestad y yo….
—Es irrelevante—dijo Apaillana alzando una mano, para que callara sus dudas—Tienes una preparación completa, y ahora eres la heroína de Naboo. Estoy segura que conseguirás armar un buen gobierno.
Primero una medalla y ahora una corona… ¿pero en qué momento había pasado todo eso? Padmé miro a Anakin, pero todo lo que encontró en él fue una sonrisa orgullosa y la promesa de apoyo incondicional.
—Honestamente, pensé que usted se postula, majestad.
—Mi tiempo ha terminado Padmé. Un buen gobernante siempre debe saber cuándo retirarse, dejar el liderazgo a los jóvenes, y siendo franca, me sentiría muy tranquila si eres tú quien hereda mi corona.
—Majestad, con todo el respeto que se merece, ¿por que?
Apaillana la miró con un gesto casi maternal al responderle.
—Porque no cualquiera tiene tu valor.
Padmé contuvo el aliento, sintiendo la mano de Anakin sobre su hombro.
—Te dejare pensarlo un par de días—concluyó Apaillana—Por mientras, el capitán Typho los escoltara a donde ustedes deseen.
"A casa" pensó Padmé, y cuando Anakin leyó ese pensamiento, la abrazó con fuerza, él mismo abrumado por los acontecimientos recientes.
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Mientras el capitán Typho y sus hombres piloteaban el speeder en dirección a la residencia Naberrie, Padmé seguía abrazada de Anakin, aferrándose a él casi como un salvavidas.
—¿No te convence, ángel?—preguntó Anakin, besándole la sien con ternura.
—Me toma por la guardia baja, Ani—respondió ella—Hace meses, lo más que me atreví a soñar fue a ser princesa de Theed, ¿cómo sabré ser una buena reina para mi gente?
—Padmé, ¿quieres hacerlo?
—No tengo experiencia, y yo….
—No pregunte eso. Respóndeme, ¿quieres hacerlo?
Ah, ahí estaba. Ese brillo de determinación en sus ojos marrones que tanto amaba él.
—Si.
¿Realmente tenía que pensarlo? Padmé había deseado servir a su planeta y a todo aquel que lo necesitara desde que era una niña. Ahora que la Crisis había acabado, y que Naboo volvía a moverse hacia la democracia que siempre le caracterizó, nada podía detenerla.
Pareciera que la Fuerza estaba otorgando esta oportunidad en bandeja de plata y no iba a desaprovecharla.
—Entonces lo serás. Te ayudaré en todo lo que necesites—afirmó Anakin, sabiendo aun antes que Padmé cuál sería la respuesta de su ángel.
—¿Me ayudarías?—Padmé alzó una ceja divertida—Pensé que odiabas la política.
—Todavía la odio, pero resulta que estoy irremediablemente enamorado de una mujer que nació para gobernar—dijo, estrechándola en sus brazos—Y haré lo que sea que te haga feliz, ángel.
—Oh, Ani…
Padmé le dio un beso, profundamente agradecida de tenerlo en su vida. Anakin capturó sus labios un momento más, extendiendo el beso con ternura. Al acercarse ambos, sus medallas chocaron con una fuerza minúscula, emitiendo un ruido bajo pero inconfundible de metal golpeándose. Ninguno de los dos había notado que las medallas tenían una insignia única, fundadora de un escudo surgido solo para ellos, y que sería un estandarte de Naboo en los próximos siglos.
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Cuando el speeder se detuvo frente a la residencia Naberrie, los vecinos que no estaban en la celebración salieron a saludar con una efusividad que volvió a ofuscar a la pareja. Los hombres del capitán Typho mantuvieron a las personas alejadas para que los dos entraran a la casa, donde el resto de los Naberrie esperaba con emoción contenida.
—¡Tía Padmé, tía Padmé!—gritaron Ryoo y Pooja, corriendo hacia Padmé apenas ella cruzó la puerta.
Padmé se arrodilló para abrazar a sus dos sobrinas con infinita alegría, comprobando con sus propios ojos que Pooja estaba bien. Cuando las niñas la soltaron, puso su atención en los adultos, a meros pasos de distancia.
—¡Papá!—al ver a Ruwee, Padmé corrió hacia él abrazándolo fuertemente.
La última vez que padre e hija se vieron fue en el Destroyer III, ahora por fin los dos comprobaban que ambos estaban a salvo.
—Padmé—sollozo Ruwee, incapaz de contener su llanto—Oh, mi niña, al fin estás en casa.
"Por poco tiempo" pensó amargamente Jobal, contemplando las brillantes medallas que colgaban sobre el pecho de Padmé y Anakin. Cuando al fin fue su turno, abrazo a su hija con lágrimas en los ojos, satisfecha de comprobar que su intuición de madre no había fallado. Padmé continuó abrazando a su hermana y cuñado antes de voltear, notando a Anakin de pie en el umbral.
Anakin parecía una estatua, totalmente rígido y mirando a su alrededor con rapidez, sin querer incomodar a nadie con una mirada penetrante. De reojo, miró a Pooja un par de veces, reconociendo a la niña por la cual Padmé casi había dado su vida, y el recuerdo del monstruo que fue en ese entonces le hizo sentirse peor consigo mismo. Realmente, ¿cuál era su lugar ahí?
Pero Padmé lo miró con tanto amor mientras caminaba hacia él, sujetando la mano, que por un instante Anakin llegó a pensar que Padmé tenía la inocencia de un niño. Solo ese tipo de inocencia concebiría que su familia aceptara entre los suyos a un monstruo.
—Papa, mamá, les presento formalmente a Anakin Skywalker.—dijo Padmé con absoluto orgullo, parándose frente a él como si estuviera dispuesto a defenderlo de todo y todos.
Anakin nunca lo admitirá, pero se sonrojó un poco por el nerviosismo cuando sintió las analizadoras miradas de los señores Naberrie, escaneándolo de pies a cabeza. Jobal estaba sonriendo, dispuesto a aceptar la inevitable elección de su hija. Pero Ruwee Naberrie se veía severo, mientras sus ojos fulminaban al hombre frente a él.
En realidad, Anakin no podía culparlo. Ruwee había movido cielo, mar y tierra literalmente para que su hija volviera a casa, ¿qué clase de padre estaría contento con su hija regresando de la mano del mismo hombre que la mantuvo secuestrada tanto tiempo?
"Estoy tan sorprendido como usted, señor" pensó Anakin "Y no lo exagero"
—¿Anakin Skywalker, dices?—cuestiono Ruwee—¿No te refieres a Darth…?
—No—Padmé lo interrumpió con furia, mirando a su familia con la silenciosa advertencia de una pelea imparable—Jamás menciones ese nombre frente a mí, frente a nosotros. Jamás.
Ruwee frunció el entrecejo, sorprendido por la ferocidad de su hija. Anakin considero en decir algo, pero honestamente, cualquier palabra que saliera de sus labios sobraba ante la imagen fúrica de Padmé.
—Está bien—accedió Ruwee—Anakin.
Padmé noto en ese instante, que pasaría mucho tiempo antes de que su padre aceptara a Anakin en la familia. Pero al menos los demás no parecían tan contrariados y, lo más importante: ella ya había tomado su decisión.
—Anakin—continuo Ruwee—No te conozco en absoluto. Pero si mi hija te quiere, te daré el beneficio de la duda. Siendo así, bienvenido a mi casa.
Anakin no necesito de la Fuerza para entender las palabras no dichas, "eres bienvenido aquí mientras no lastimes a mi hija o al resto de mi familia". Asintió, sabiendo que no podía abusar de su suerte. Tener el amor de Padmé era demasiado, no se atrevería a pedir el cariño de su familia.
—Se lo agradezco, señor Naberrie—respondió Anakin con voz cuidadosa—Le prometo que no daré por sentado tu hospitalidad, y que la seguridad de Padmé es y será siempre mi prioridad.
Ruwee y Anakin se miraron a los ojos, estrechándose la mano en un saludo que sellaría su relación por siempre. A unos pasos de distancia, Padmé tenía una leve sonrisa, sabiendo que la relación entre ambos hombres aún no empezaba, pero confiando en que el tiempo conseguiría unirlos.
—Bueno, según recuerdo, los viajes en el espacio dan mucha hambre—dijo Jobal alegremente—Pasen, la comida ya está lista.
Esa tarde, mientras toda la familia se sentaba alrededor de la mesa, Padmé se tomó un momento para disfrutar la escena frente a ella. Anakin se sentó a su lado, con Ryoo y Pooja bombardeando de preguntas a su nuevo "tío", su madre y Sola sirvieron todos los platos de comida entre bromas y Darred intento ayudar a Anakin para que sus hijas no lo agobiaran más. Era tierno. Era íntimo. Era familiar.
Anakin se veía como uno más de la familia, y nada pudo agradarle más.
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—No quiero ser un estorbo para tu familia—dijo Anakin, mientras Padmé le indicaba donde estaban las cobijas extras en la habitación de invitados.
—Tonterías, la casa es grande después de todo—respondió Padmé—Tenemos mucho espacio.
—Aun así, debería buscarme un espacio para mí en los próximos días.
—No creo que sea necesario.
Padmé se movía de un lado al otro en la habitación, asegurando que los detalles más nimios estuvieran bajo orden. Anakin la conocía lo suficiente para saber que estaba nerviosa, y más aún, sabía el porqué.
—Aún no le has dicho a tu familia que te postularás para reina—dijo él, en voz suave para que nadie afuera de la alcoba lo escuchara.
—No sé cómo decirles—suspiro Padmé, sentándose en la cama—Están tan felices de que haya regresado.
—Estarán muy contentos de que cumplas tu sueño, ellos te aman mucho.
—Lo sé.
Anakin se sentó a su lado, agarró su mano y la elevo a sus labios, besándole el dorso con exquisita ternura, y luego entrelazo sus dedos.
Padmé no era la única sobrellevando una situación surreal, el propio Anakin estaba sobreponiéndose a la abrumadora experiencia de ser tratado como un héroe y, después, estar sentado en una mesa familiar. Nadie lo miraba mal. Nadie lo trataba mal. Quizá no era la persona favorita de los Naberrie aun, pero ellos lo estaban recibiendo con los brazos abiertos, todo gracias a Padmé.
Ella le había dado una nueva vida, una tan perfecta comparada con la que dejó atrás, que no podía creer su buena suerte.
El suave canto de la Fuerza resonó en toda su alma y mente, llenándolo de absoluta paz. Anakin había notado que, cuando estaba al lado de Padmé, la Fuerza le cantaba con más ahínco, y no podía ser una coincidencia. Ella era su ángel, y su luz.
—La Fuerza está con nosotros, ángel—le dijo al oído, luego le beso la sien—Todo estará bien.
Padmé se recargo en el pecho de Anakin y cerró los ojos, escuchando el latido de su corazón, disfrutando al máximo este momento tan perfecto. Aquí, en sus brazos, todo siempre era paz.
Canción del capítulo: "How does a moment last forever?" (¿cómo dura un momento para siempre?) de la película La Bella y la Bestia 2017 (Traducción hecha por mí)
Y eso es todo por ahora...
Me imaginé siempre recibiendo a nuestros héroes con todos los honores, en una fiesta similar a la que vemos al final de La Amenaza Fantasma. También, Anakin ya conoció oficialmente a la familia de Padmé, quería que esa escena fuera tan natural como fuera posible, considerando que todos los Naberrie han vivido cosas muy intensas en las últimas semanas y solo querían ya paz.
Y claro, la carrera política de Padmé ya tenía que empezar. Medité entre ponerla como reina o como senadora, pero la verdad, creo que ella necesita esa experiencia como gobernante de su planeta antes de ser la senadora que la República necesita. Mil gracias a todos por leer ¡les mando un fuerte abrazo!
