MASCOTA
Los ojos grandes y llorosos, los labios en puchero y las manos juntas y suplicantes. El combo perfecto para hacer tambalear sus cimientos, pero se recordó que tenía que mantenerse firme. Bakugo suspiró y negó con la cabeza.
-No importa cuántas veces me lo pidas, Ochako, ya dije que no.
-Pero Katsuki, ¡por favor! -rogó Uraraka al borde del llanto.
-No.
Uraraka sacó al cachorrito de la caja y lo abrazó contra su cuerpo, sosteniéndolo frente a Bakugo para que lo viera.
-Mira esos ojitos -exclamó enternecida-. No puedes decir que no.
-Ya lo hice -sentenció el rubio cruzado de brazos.
-Es tan pequeño, y está tan solo. Me pregunto quién lo abandonó aquí.
Bakugo y Uraraka recién habían salido del gimnasio. Habían entrenado toda la tarde y ambos estaban cansados, hambrientos y sudorosos, por lo que acordaron irse directo a casa, darse una buena ducha y encargar algo para cenar. Pero al salir a la calle, encontraron una caja de cartón en una esquina con un cachorrito blanco dentro. La caja no decía absolutamente nada, pero dentro tenía una cobija y un poco de croquetas, así que el mensaje era bastante obvio. Lo habían abandonado.
Uraraka no se lo pensó dos veces y se agachó para recogerlo, pero Bakugo le dijo que no podían llevarlo a casa. Era una responsabilidad muy grande y dado que ambos tenían compromisos, no había quién se hiciera cargo del perrito como era debido.
La joven suplicó y suplicó que se lo quedaran, pero Bakugo no quería ceder. Si adoptaban a ese perro, sólo era cuestión de tiempo para que Uraraka empezara a llevar más mascotas.
-No importa quién lo haya abandonado. Vamos ya, alguien más lo recogerá.
-Pero mira, ya va a empezar a llover -replicó Uraraka-. ¿O qué tal si se sale de la caja y corre hacia la calle? Esta avenida es muy peligrosa.
Bakugo juntó paciencia mentalmente y se agarró el puente de la nariz.
-Está bien. Puede ir a casa –dijo al fin.
-¡Sí! -Uraraka saltó de alegría.
-Pero sólo por esta noche –añadió Bakugo, para que no se emocionara demasiado-. Por la mañana lo llevaremos al refugio.
Uraraka abrazó bien al perrito contra su pecho y empezó a caminar a casa sin esperar a Bakugo. Su cara de alegría no tenía precio, y Bakugo no pudo evitar sonreír. ¿Qué tenía aquella chica que hacía que su mundo se tambaleara de aquella forma? No podía decirle que no a nada que le pidiera. Su felicidad era contagiosa, y lo único que quería era complacerla.
Bakugo alcanzó a Uraraka y caminaron lado a lado rumbo a la casa. Unos minutos más tarde, las primeras gotas de lluvia empezaron a caer y tuvieron que correr para no mojarse demasiado. Uraraka protegía al perrito con su chamarra, y Bakugo protegía a Uraraka con su brazo.
Finalmente llegaron y Bakugo abrió la puerta para ir directamente al cuarto de baño.
-Báñate tú primero -le dijo Bakugo a Uraraka-. No quiero que te enfermes.
-De acuerdo, no me tardo.
Bakugo agarró al perrito y se lo llevó a la habitación. Se sentó en el piso de piernas cruzadas y el cachorro se echó frente a él y empezó a mover la colita, sus orejas paradas en señal de felicidad, o como diciéndole que quería que le pusiera atención.
Bakugo arqueó una ceja. No. Absolutamente no. Una cosa era darle un techo por una noche, tal vez un poco de comida y agua, pero eso distaba mucho de acariciarlo y encariñarse con él. Pasar la mano por su cabecita y sobre su lomo peludo. Qué pelo tan suave, pensó Bakugo con una sonrisa.
Entonces sacudió la cabeza y retiró la mano. El perrito se acercó a él y subió sus dos patitas delanteras a su pierna.
-Largo de aquí, costal de pulgas –dijo dándole un leve empujón.
El perrito regresó y volvió a subirse en él, creyendo que estaba jugando.
-Hablo en serio, quítame tus patas de encima.
Bakugo lo empujó otra vez y el perrito corrió de regreso, sacándole una sonrisa involuntaria. Entonces lo puso boca arriba y le rascó la pancita haciéndole cosquillas.
-¿Eso te gusta? Ya veo que sí. A Ochako también le gustan las cosquillas, aunque no aguanta ni tres segundos.
Bakugo cargó al perrito y se acostó en el piso, sosteniéndolo con sus dos brazos para verlo bien.
-¿Katsuki? ¿Qué haces? preguntó Uraraka desde la puerta.
Bakugo se sentó de golpe con la cara ligeramente roja.
-¿Qué crees que hago? Estoy cuidando a tu amigo peludo.
-Ven aquí, Copito -llamó Uraraka tronando los dedos.
El perrito se zafó del agarre de Bakugo y corrió hacia la chica moviendo la colita.
-¿Qué te hace ese hombre gruñón? ¿Te dijo cosas feas mientras yo no estaba?
Bakugo sintió una venita palpitando en su sien. No sólo ya le había puesto un nombre al perro, sino que habían hecho equipo contra él. Se puso de pie y abrazó a Uraraka por la espalda, sujetándole bien los brazos con una mano mientras que con la otra la doblaba en un ataque de cosquillas.
