Aviso: Secuela del fic Life Unexpected. Los personajes y todo lo que reconozcan pertenece a JK Rowling.

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35. TIMOS

La primera semana de los TIMOS había pasado tan libre de dramas que Hannah casi había comprado esa aparente sensación de tranquilidad. Casi.

Sabía que Hermione la habría asesinado con sus propias manos de haberse atrevido a usar la palabra tranquilidad dentro de ese contexto, pero Hannah no tenía otra forma de describirlo. Admiraba a su amiga por todavía tener la cabeza por estresarse por exámenes y calificaciones; para ella, poder distraerse con algo tan inofensivo de pronto parecía un regalo del cielo.

El apretado calendario de pruebas le había servido para ocupar su cabeza en algo que no fuera tan doloroso —Draco, el ED, todos sus compañeros odiándola—, y en verdad estaba agradecida de tener que estudiar. Sabía que los exámenes eran importantes para su futuro, pero una mala calificación ya no le helaba la sangre. Había peores cosas en el mundo.

En general, le había ido bastante bien. Encantamientos siempre había sido su materia predilecta, así que podía esperar la mejor calificación, igual que en Transformaciones. Defensa había sido más cuesta arriba, como siempre, pero tanto la voz de Harry como la del profesor Lupin la habían guiado durante la peor parte. Le bastaba con un Aceptable. En Pociones tenía posibilidades de sacar una S, pero Snape siempre era más duro con Gryffindor, así que no pensaba preocuparse más de la cuenta.

A medida que se acercaban sus últimos exámenes, un aire de alivio había empezado a respirarse entre los alumnos de quinto año. Mientras se sentaba a presentar la prueba práctica de Astronomía, Hannah se había permitido creer, por un segundo, que quizás podrían superar sus TIMOS sin mayores dramas.

Con Umbridge ahí, decidiendo que la mitad de la noche era un momento perfecto para echar a Hagrid del colegio, un poco de tranquilidad era pedir demasiado.

Mientras siguiera en el poder, no iban a tener ni un respiro.

Su último examen sería Historia de la Magia, para el que se encontraban estudiando esa mañana en la sala común. Al menos, intentaban hacerlo; como si fuera la última opción que les quedaba para no enloquecer.

Rodeada por sus amigos, en un ambiente tan opresivo, Hannah sintió unas ganas terribles de echarse a llorar. Prefería mil veces ver a Hermione estudiando sin parar —pidiéndoles que probaran su conocimiento, solo para buscar ella misma las respuestas—, y a Ron y a Harry tratando de recuperar todo el tiempo que habían perdido, sin éxito, que estar sentados en medio de más noticias terribles.

A decir verdad, ya no le sorprendía que las cosas a su alrededor siguieran empeorando. Había dejado de esperar a que mejoraran, que el tren de desgracias al que habían subido cambiara de dirección, o se detuviera de una vez. Ya no estaba aferrada a la luz al final del túnel que había intentado encontrar toda su vida.

No podía hablar por sus compañeros, pero suponía que se sentían igual que ella.

Tenían el consuelo de que Hagrid había escapado, pero no alcanzaba a reponer el hecho de que se había marchado. Dumbledore no estaba, y desde la noche pasada no tenían noticias de la profesora McGonagall, que había sido herida tratando de detener a Umbridge la noche anterior.

Se sentían solos. Desamparados.

Y Hannah, en particular, estaba muy cansada.

—¿Quieres que te vuelva a preguntar?

Levantó la cabeza de su plato —todavía lleno—, al escuchar la voz de Hermione. Habían bajado a almorzar, y ahora su amiga la veía con una expresión ansiosa y exhausta. No habían dormido nada la noche anterior, esperando noticias de McGonagall.

—No. Ya mi cabeza no soporta una línea más de información —respondió ella, esbozando una sonrisa que no le llegó a los ojos—. ¿Quieres que yo te pregunte a ti?

—¡Sí! O no, mejor no, aunque quizás… No, no. Estoy bien —respondió Hermione, tratando de convencerse a sí misma—. Es hora de parar. No quiero saturarme.

—¿Ahora no quieres saturarte? —preguntó Ron, mirándola como si estuviera loca—. Creo que estás un poco tarde para eso. ¿No vas a comer?

—Algunos sí sufrimos de nervios, Ronald —replicó ella, frunciendo el ceño.

—¿Qué? Nadie quiere desmayarse en mitad del aula —dijo él, terminando su almuerzo—. Es lo que te va a pasar si no pruebas bocado.

Harry rió por lo bajo y sacudió la cabeza, con una expresión tan divertida como se podía esperar. Hannah lo observó por un segundo y soltó un suspiro por lo bajo, aliviada. Al menos, podía consolarse con saber que él estaba bien. Había pasado unas últimas semanas tranquilas, sin meterse en mayores problemas. Snape sí lo había echado de sus clases —a las cuales no había regresado, a pesar de habérselo prometido a Lily—, pero no había vuelto a encontrarse con Umbridge.

Hannah no sabía si lo había disculpado, pero, de un día para otro, el dolor se había vuelto soportable.

Solo quería que estuviera bien.

Terminaron con su almuerzo y se dirigieron junto al resto de quinto año a presentar su examen. Como si el día no fuera terrible de por sí, Hannah pudo reconocer la voz de Draco claramente entre la multitud.

—Bah, ese idiota recibió lo que merecía. Se lo había buscado por años…

Estaba hablando de Hagrid, claro, y su comentario no pasó desapercibido. Varias personas de diferentes casas le dedicaron miradas enfurecidas. Los ánimos caldeados contra la brigada de Umbridge más el estrés del examen no eran buena combinación. Por suerte para él, los examinadores lo llamaron antes de que pudieran responderle.

Hannah se limitó a encogerse en sí misma, sintiendo como su pecho se abría de par en par, creando un dolor insoportable. Le costó contenerse para no perder la cabeza antes del examen.

Tomó su asiento de siempre al final del salón, y volvió a encontrar consuelo en tener a Ron a unos puestos de ella. Era mejor que estar sola en medio de gente con la que no solía tratar.

Su pluma se movía casi por su propia cuenta, escribiendo lo primero que se le viniera a la mente sobre revueltas de elfos y cualquier cosa que recordara de sus clases. Necesitaba una buena nota en Historia, pero más necesitaba terminar con eso de una vez. La idea de salir de esa aula, por fin libre de exámenes, y llegar a su habitación a dormir toda la noche, era lo que la mantenía cuerda. Era una fantasía perfecta.

Demasiado para ser real.

Estaba empezando a rellenar su segundo pergamino cuando un grito irrumpió en la sala. Uno que reconoció de inmediato.

Hannah jadeo y dio un salto en su asiento, con el corazón en la garganta. No le llevó más de dos segundos encontrar a Harry tirado en el piso con una expresión de dolor imposible. La temperatura de su cuerpo disminuyó en un parpadeo. No necesitó más de dos segundos para saber lo que estaba pasando.

Alguien, en algún lugar, estaba sufriendo.

Alguien estaba en peligro.

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—Deberíamos venir más seguido. Este lugar se llena de polvo muy rápido.

—Te sugerí traer unos elfos. Al menos uno; podría quedarse aquí y mantener el…

—¡No vamos a tener elfos, James! —le cortó Lily, abriendo horrorizada los ojos—. Ya sabes como me siento al respecto, y no entiendo por qué sigues…

—Solo era una sugerencia, lo juro —se apresuró a asegurar James, levantando las manos en señal de inocencia—. Aunque podríamos pedirle a mis padres que… Está bien, está bien. Sin elfos.

—Muchas gracias —dijo ella, resoplando. Con un movimiento de varita, se deshizo de un par de telarañas acumuladas en una esquina junto al sofá—. Jamás entenderé como Sirius y tú vivieron solos por más de una década sin ahogarse en basura. Es casi un milagro.

—Bueno, hay que tomar en cuenta que Remus nos visitaba bastante a menudo…

—Increíble —soltó Lily, haciéndolo reír, sin poder contener su propia sonrisa.

Giró los ojos, fingiendo estar más fastidiada de lo que en verdad se sentía, y se dirigió a la cocina. Ese día les habían asignado una ronda rápida por el Valle de Godric y, al terminar, habían decidido pasar por la casa que los padres de James tenían en ese adorable vecindario. Lo hacían cada cierto tiempo, para asegurarse de que no se ensuciara demasiado y que todo estuviera en orden.

A Lily le gustaba visitarla. Era un lugar adorable, con un aire cálido y familiar que no perdía a pesar de estar deshabitada. Amaba el hogar que habían construido en su casa actual, pero no iba a negar que se le siguiera antojando demasiado grande y, de vez en cuando, tétrica. Y aunque esta otra seguía teniendo bastante de mansión, tenía un tamaño y aspecto a los que podría acostumbrarse más rápido.

Se sentía más normal, justo como a ella le gustaba.

—Ey, ¿puedes venir a ver…? —Se detuvo en seco cuando regresó y vio en lo que andaba—. James, ¿otra vez?

—¿Qué? —preguntó él, levantando la cabeza, con expresión de no romper un plato—. ¿Qué hice?

—Lo sabes perfectamente. —Lily suspiró y le dedicó una mirada significativa—. Quedarte mirando el espejo fijamente no hará que Harry llame.

—Ya sé que no —masculló él, mirando el cristal en su mano como quien no quiere la cosa—. Solo… quiero estar atento, en caso de que lo haga.

—Está presentando sus exámenes. Te aseguro que lo último en lo que estará pensando es en hablar con nosotros.

—Pero hoy es el último, tal vez quiera contarnos cómo le fue. Darnos un panorama de lo que podemos esperar cuando lleguen las calificaciones —apuntó él, luciendo tan esperanzado que a Lily se le estrujó el corazón.

—Sí, porque eso es algo que los chicos adoran hacer —respondió ella, sonriéndole con ternura—. Si va a contarnos, no será ahora, así que guarda el espejo.

—Ya, es fácil para ti decirlo. —James resopló y se dejó caer en el sofá, enfurruñado—. Al menos tú has hablado con él.

Lily se contuvo de decirle que se levantara de esos cojines llenos de polvo, pero se mordió la lengua a último momento.

Por supuesto, le había contado a James lo que Harry había visto en los recuerdos de Snape, y no se lo había tomado del todo bien. En ese entonces, ya el tiempo le había permitido hacerse a la idea, pero, al principio, había tenido que esforzarse muchísimo para convencerlo de que no hiciera algo impulsivo, como hacer todo el viaje hasta Hogwarts para hablar con él.

Quería explicarle las cosas en persona, y Lily lo entendía —de haber sido ella, sabía que también hubiera perdido la cabeza—, pero también tenía que entender a su hijo. Le había prometido que podía podía tomarse su tiempo para dejar de lado lo que había visto, y no iba a romper su promesa solo así. James tenía que ser paciente, aunque le doliera.

Se acercó a él con cautela y se sentó en la mesa de café, extendiendo sus manos para tomar las suyas.

—Vamos, tú también lo has hecho…

—Eso no ha sido hablar —apuntó James, frunciendo el ceño—. Me saluda por obligación y decimos dos tonterías antes de que pida charlar contigo. Me siento como el mayordomo.

—James, no te pongas así —le pidió ella, mirándolo a los ojos—. Acordamos que le darías tiempo y espacio.

—¡Han pasado semanas! Y está en Hogwarts. ¿Cuánto más tiempo y espacio necesita para decidir si me odia? —Chasqueó la lengua con ironía antes de agregar—: A no ser que ya lo haya hecho, por supuesto.

Por un segundo, Lily estuvo por reprenderlo por el comentario; sin embargo, su expresión le hizo imposible que se lo tomara en serio.

Lucía tan terco y enfurruñado —como si fuera un niño pequeño en lugar de un adulto—, que no pudo evitar pensar en Harry cuando habían hablado del tema. Soltó una risita, sintiendo como su corazón se inflaba con ternura.

—Ustedes son tan parecidos. No entiendo cómo los soporto —bromeó, sonriendo ante su expresión indignada—. Harry no te odia, solo necesita procesar lo que vio.

James se encogió al escucharla decir eso, como si las palabras lo hubieran lastimado.

—Es que no es justo, Lily —dijo, exasperado y dolido—. ¡Los hijos no deberían ver a los padres siendo jóvenes! Como si él no tuviera más información de la que me gustaría sobre mi comportamiento.

—Ya sé. También lamento que haya tenido que verlo —admitió ella, haciendo una mueca de disgusto—. La adolescencia no fue nuestro mejor momento.

—No necesitas fingir por mí. Tú estuviste perfecta, como siempre —aclaró él, dedicándole la más preciosa de sus sonrisas. Esa que reservaba solo para ella.

Lily bajó la mirada, sintiendo como todo su rostro se coloreaba de rojo. Harry también le había dicho algo parecido, y seguía sin entender cómo se las había arreglado para que ambos la tuvieran en tan alta estima. En su momento, sólo recordaba haber actuado por impulso, siguiendo lo que le parecía correcto.

Aun así, no iba a negar que la conmovían.

—James, va a estar bien. Eres mucho más que las estupideces que hiciste cuando eras un niño, y Harry lo sabe. Él lo comprende, solo necesita tiempo —repitió ella, haciendo énfasis en la palabra—. Volverá a ti cuando esté listo. ¿Crees que puedas soportar un par de semanas sin tu mini clon?

Se tomó unos segundos para digerir lo que le estaba diciendo. Habían tenido esa misma conversación miles de veces en las últimas semanas, y ya se había resignado a que no iba a soltar el tema.

Tenía que intentarlo de todas formas.

—Si no tengo otra opción. —Suspiró resignado y se levantó del sofá—. En fin, ¿qué querías que viera en la cocina?

—Trata de no obsesionarte con lo de Harry, ¿de acuerdo? Te prometo que se le va a pasar —le dijo ella, rodeando su cintura con los brazos—. Además, pronto llegarán las vacaciones y tendrá que volver a casa. No va a tener mucha más opción que hablar contigo.

—Ah, mi parte favorita de la paternidad: que mi hijo conviva conmigo por obligación.

Lily volvió a reírse y giró los ojos hasta el cielo. A veces, era simplemente imposible razonar con él.

—James, tú sí sabes que no te odiaba, ¿cierto? —le preguntó, mirándolo con ternura, mientras recordaba lo que Harry le había preguntado—. En ese entonces, cuando eras… Sé que no era muy amable contigo, pero no te odiaba.

Él enarcó las cejas, sorprendido por su pregunta. Logró recomponerse rápido, pero, aun así, Lily alcanzó a ver el brillo de duda que apareció en sus ojos. No pudo evitar sentirse culpable.

Quizás James había sido un adolescente insoportable, pero tenía que admitir que ella le había tenido una paciencia casi inexistente.

—Por supuesto que lo sé, Lily —respondió, sonriendo con arrogancia antes de inclinarse para robarle un beso—. Estuviste enamorada de mí desde primer año. Siempre te lo dije, pero nunca me hiciste caso.

—Qué más quisiera que tener toda tu seguridad —dijo ella, con ironía, tomándole la mano para llevarlo a la cocina.

Él se rió y con eso cerraron el tema, de momento.

Se quedaron una hora más, limpiando el salón, la cocina y algunas habitaciones. Tenían el resto del día libre, pero pasaron por Grimmauld Place antes de volver a casa. En su mente, Lily ya había planeado toda su tarde para relajarse junto a su esposo; se lo merecían.

Por desgracia, el día iba a dar un giro que no habían planeado.

—¡James! —exclamó, exasperada, al verlo sacar el espejo apenas pusieron un pie en la cocina—. ¿Qué hablamos?

—¡No iba a verlo! Te lo juro —aseguró él, sobresaltado—. Solo… quería sacarlo para evitar que se rayara en mi bolsillo.

—¿De verdad crees que me vas a engañar con esa…?

—¿James? ¿Lily? —El llamado los hizo callar enseguida. Se giraron al mismo tiempo, para encontrar a Remus en la entrada de la cocina. Se veía bastante agitado—. Ah, qué alivio que hayan llegado. Estaba por ir a buscarlos.

—¿Qué ocurre? ¿Está todo en orden? —preguntó Lily, captando de inmediato su actitud.

—Parece que anoche ocurrió otra situación con Umbridge en el castillo —les explicó, con las mandíbulas apretadas. Lily sintió como James se tensaba a su lado, inmitándola a ella—. McGonagall está herida y la llevaron a San Mungo.

—Oh, por Merlín —jadeó, espantada—. ¿Y está bien?

—No lo sé, estaba por ir a ver si necesitaban algo, pero quería dar con ustedes primero —dijo, con una expresión severa—. Hagrid también tuvo que irse, Umbridge lo obligó. Y sin él ni McGonagall…

—Harry está solo en Hogwarts —completó James, agrandando los ojos con realización—. No queda nadie de la Orden en el castillo.

—Bueno, está Snape —añadió Remus, elevando las cejas con ironía—, pero…

Pero —asintió James.

—James, tenemos que ir a recogerlo —saltó Lily, tratando de angustiarse, pero su corazón no parecía captar el mensaje—. Sé que parece exagerado, pero no… No me siento cómoda con que no haya nadie que…

—Sí, tranquila. Estoy de acuerdo —le aseguró James, tomándola de la mano—. Vamos a San Mungo para asegurarnos de que McGonagall esté bien y luego iremos por él, ¿te parece?

Lily asintió, aliviada de haberlo convencido, y luego los tres se encaminaron al hospital. Salieron con tanta prisa, que no se detuvieron ni un segundo para echar un vistazo a su alrededor.

De haberlo hecho, habrían recogido el espejo olvidado en la mesa de la cocina.

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Mar nunca había sido una gran fanática de sus cumpleaños. No llegaba al extremo de esconder la fecha o mentir al respecto, pero tampoco se sentía fascinada por la exagerada atención que recibía ese día. La hacía sentir muy incómoda.

Y aunque no se oponía por completo a las fiestas —podía disfrutar de una torta de chocolate, como todos—, había dejado claro desde muy pequeña que no era su forma predilecta para celebrar. No le quitaba el sueño. En su lugar, le gustaba que fuera un día para coleccionar experiencias, aventuras emocionantes que no se podían comprar, como las veces que sus padres la habían llevado a acampar, o en sus veinte cuando con Lily planeaban viajes a lugares exóticos. Disfrutaba más viviendo momentos que pudiera recordar para el resto de su vida que recibiendo regalos o organizando una gran fiesta.

Todo el que la conocía sabía que esa era una de sus grandes reglas. Y Sirius, que la conocía mejor que nadie, no iba a ser la excepción.

—¿Vamos a almorzar de una vez? —le preguntó Sirius, sentado a su lado, con las palmas enterradas en la arena—. Me muero de hambre.

—Yo también, pero creo que ella no apreciará que perturbemos su felicidad —respondió Mar, mirando a Ophelia con una sonrisa divertida.

—Bah, ya tuvo su cumpleaños, que te deje disfrutar del tuyo —apuntó él, siguiendo su mirada e imitando su sonrisa—. No puede apropiarse de todo.

Ambos sabían a la perfección que era muy tarde para tratar de cambiar eso.

Mar le dedicó una última mirada a su hija —que jugaba con la arena como si fuera lo mejor que le había pasado en la vida—, antes de enfocarse en el mar frente a ellos. Respiró hondo, volviendo a llenarse los pulmones con la brisa marina que soplaba contra su rostro. Su aroma favorito en todo el mundo.

Estaban en una playa muggle en Bournemouth, al sur de Inglaterra. El agua cristalina estaba en la temperatura perfecta, y Mar consideraba un regalo el solo hecho de que el sol se hubiera mantenido en alto desde su llegada. Todavía no estaban en temporada alta, así que había muy pocas personas a parte de ellos tres.

La idea de que Sirius le organizara algo la había tenido nerviosa durante un par de semanas, y ahora solo se sentía culpable.

Estaba siendo perfecto.

Se dejó llevar por la inmensa paz que invadía su pecho en ese momento y se movió hacia él, dejando caer la cabeza contra su hombro. Él se tensó al principio, sorprendido. Mar vio de reojo como abría la boca para comentar algo.

—Cállate y no lo arruines.

Volvió a cerrarla casi de inmediato, antes de reír por lo bajo. Luego, la rodeó con un brazo por la cintura, abrazándola mientras trazaba formas por encima de su bañador. Mar lo dejó hacer, a pesar de su piel erizada.

Teniendo en cuenta que su último cumpleaños lo había pasado en post parto, aquello definitivamente era una mejoría.

Habían pasado un par de años desde la última vez que había ido de paseo a la playa; antes de que Ophelia naciera.

Incluso, mucho antes de que Harry apareciera en sus vidas.

—A veces me sorprende lo mucho que crecimos después de él —dijo Mar de pronto, aclarándose cuando Sirius la miró sin entender—. Después de Harry.

—¿Por qué lo dices?

—Bueno, a veces siento que desde que salimos del colegio fuimos… No lo sé, como adolescentes perpetuos —admitió, arrancándole una carcajada a la que ella se unió—. Fue raro, quizás estábamos tratando de recuperar los años perdidos en la guerra. Pero entonces Harry llegó y todos dijimos: bien, es hora de ser adultos.

—No lo sé, Mar. La pelirroja y Remus se comportan como ancianos desde que los conocimos —bromeó él, con una expresión pensativa—. ¿Crees que alguna vez hayan sido jóvenes?

—Idiota. No voy a hablar por Remus, pero Lily no era tan adulta como aparentaba —le confesó ella, sonriendo divertida al recordar a su amiga los años —o hasta meses— antes de convertirse en madre—. Bueno, yo no crecí del todo hasta Ophi y tú… Tú nunca lo hiciste, ¿cierto?

—Qué linda, gracias.

Mar se echó a reír, a pesar de su expresión ofendida. No iba a disculparse por decir la verdad.

—El punto es que sí, creo que todo empezamos a cambiar a partir de Harry. Es raro, ¿no?

—No me parece raro, solo estábamos intentando no traumatizar más al chico. Queríamos que se sintiera seguro y no como que acababa de entrar al circo —apuntó Sirius, esbozando una sonrisa divertida—. Todo cambia cuando tienes que cuidar de alguien más.

Tras decir eso, levantó la mirada para encontrar a Ophelia, y Mar sintió como se derretía por dentro.

Estaba segura de que dos años antes no había sido tan blanda.

—Me siento mal por él —comentó, todavía pensando en Harry. Encontró la mirada de Sirius e hizo un mueca de espanto—. No volvería a presentar los TIMOS por nada del mundo.

—¿Y quién sí? A parte de Remus que se volvió profesor solo para poder repetirlos todos los malditos años.

Volvieron a reírse al mismo tiempo, sabiendo que, aunque exageraba, no estaba por completo errado.

Sonrió divertida al recordar a su amigo estudiando sin parar desde septiembre, al igual que Lily. Había sido bastante exasperante, pero, en el presente, podía recordarlo con ternura. Ella había tomado un ritmo más normal de estudio, sin irse a los extremos.

Una ola rompió contra la costa en ese momento, lamiendo sus pies. Ophi se rió en voz alta, a la vez que Mar sentía como un recuerdo muy viejo —y muy lejano—, la golpeaba con fuerza.

Apretó las mandíbulas, con un nudo en la garganta.

—¿En qué piensas? —le preguntó Sirius, atajando su expresión al instante.

—En… las Pascuas antes de presentar los TIMOS —admitió ella, aclarándose la garganta. Le llevó un segundo recomponerse antes de explicarse—. Durante esa semana, Nick iba conmigo a la playa para ayudarme a estudiar. Me hacía preguntas mientras caminábamos de punta a punta. Lo hicimos casi todas las tardes de esa semana.

El recuerdo era más largo, pero no creía poder describirlo todo con palabras sin quebrarse a la mitad.

Las imágenes siguieron llegando a ella, a pesar de que hacía lo posible por empujarlas hacia la parte trasera de su mente, a donde las había confinado tantos años atrás.

Amaba ir a la playa; era su lugar favorito en el mundo. Si no iba tan seguido, era solo porque estaba minada de recuerdos.

Tragó saliva y, con el corazón en un puño, estiró los brazos para coger a Ophelia. La niña se quejó al principio, pero se calmó al encontrarse sobre el regazo de su madre. Mar la sostuvo contra su pecho, sintiendo la mirada de Sirius puesta en ella.

Cuando habló, lo hizo con una suavidad que la sorprendió.

—Mar, sí sabes que puedes hablarme de ellos, ¿no?

—Y tú sabes que no es mi tema favorito —masculló, pasando los dedos por los cabellos enredados de su hija. Estaban mojados y llenos de arena.

—No tiene que serlo —le aseguró Sirius, inclinándose hacia adelante para estar más cerca de ella—. Odiaría sonar como que algo, pero… sí ayuda. Ver al pasado a la cara en lugar de fingir que no está ahí.

Mar suspiró, hondo.

Sabía que estaba hablando de lo que había vivido esos últimos meses, al regresar a Grimmauld Place y, en especial, reencontrarse con Regulus. Era la primera vez que admitía —aunque fuera de forma indirecta—, que todo aquello sí lo había afectado. Y ella estaba orgullosa de que lo hiciera, muchísimo, pero, a la vez, estaba decepcionada de sí misma. Sabía que no estaban en la misma página.

Mar sabía que era una persona fuerte, que no se dejaba asustar con facilidad, ni intimidar por las adversidades.

Sin embargo, cuando se trataba de eso, se sentía tan frágil como el cristal.

—Quiero hablar de ellos. No deseo… No quiero que sea como si no existieron —explicó, recostando la mejilla sobre la cabeza de Ophelia—, pero… no ahora.

—Está bien, no hay prisa —le dijo Sirius, volviendo a echarse para atrás—. Ni Ophelia ni yo nos vamos a ir a ningún lado.

Ella soltó una risita y giró los ojos, tomándole la palabra de todo corazón.

—¿Cuándo te volviste tan sabio? —preguntó, mirándolo con fingida desconfianza.

—Te pone caliente, ¿cierto? —replicó él, subiendo las cejas a la vez que esbozaba una sonrisa peligrosa

—Cierra la boca. —A pesar de su orden, Sirius la ignoró y estiró una mano para tomarle un pecho—. ¡Basta!

Le dio un manotazo que solo lo hizo reír. Ella le lanzó una mirada asesina, esperando que no se hubiera dado cuenta de lo duro que se había puesto su pezón solo con un roce.

En su defensa, todavía tenía el bañador húmedo.

Permanecieron ahí sentados un rato más hasta que Ophelia empezó a quejarse por el hambre. Se secaron y fueron a comer en un restaurante de la zona. Sirius se las había arreglado para que les dejaran libre ese día y la mañana siguiente, así que había rentado una habitación en un pequeño hotel a unos metros de la playa. Dieron un paseo por el lugar antes de ir allí.

Apenas se estaba poniendo el sol cuando llegaron, pero el día tan agitado había dejado a la niña sin energías. Mar la bañó con mimo para quitarle la arena y el agua del mar antes de meterla en su pijama.

—Se quedó dormida apenas tocó la almohada —le dijo Sirius, después de acostarla en la cuna que habían pedido para ella—. De haber sabido que solo hacía falta llevarla al mar… ¿Podemos mudarnos aquí?

—Déjala en paz —respondió ella, sonriendo con cariño—. Se divirtió.

—¿Y tú? ¿Te divertiste?

Mar asintió, mordiéndose el labio inferior al verlo cerrar la puerta que daba a la salita. El cuarto tenía dos ambientes: el pequeño estar donde habían puesto a Ophelia y la habitación con una cama doble donde ella estaba sentada en ese momento.

—Pudiste haber pedido solo la habitación —le comentó como quien no quiere la cosa—. Nada más nos quedaremos una noche.

—Lo sé. —Sirius esbozó una sonrisa peligrosa, que le apretó todo por dentro, a la vez que se inclinaba sobre ella. Puso las palmas sobre el colchón, acorralándola—. Pero una noche es justo lo que necesito.

Mar le devolvió la sonrisa, sintiendo como todo su cuerpo reaccionaba ante sus cercanías y más que claras intenciones. Su vientre se apretó con ganas. ¿Quién era ella para seguir negándose a lo que tanto quería?

Un segundo después, le echó los brazos al cuello y se impulsó hacia arribas para encontrar sus labios. Podía haber jugueteado un poco más con él, pero ya habían esperado demasiado.

No pensaba seguir conteniéndose ni un segundo más.

Sirius gruñó contra su boca, enterrando las manos en su cabello. La empujó hacia atrás, acostándose sobre la cama. Mar flexionó las rodillas a cada lado de sus caderas, mareándose al imaginarse haciendo lo mismo, pero sin toda esa ropa de por medio.

Aun así, aguardó un segundo antes de perder por completo el control. Se permitió disfrutar de ese beso, dejarse derretir por esos labios que conocía tan bien. Los mejores que había probado en su vida. Dejó que Sirius la acariciara con ganas, y que se separara para besarle el rostro, el cuello y el inicio de los senos.

Mar sentía cosquillas en todo el cuerpo, pero, sobre todo, en su interior. Nacían desde el centro de su estómago y subían hasta su pecho, envolviéndole el corazón.

El día había sido maravilloso, todo lo que hubiera podido desear y que nunca habría creído obtener. Sirius se lo había dado, y estaba feliz.

Y tan, tan, enamorada.

Podía habérselo dicho en ese instante. Podía haberlo susurrado en su oído o sobre sus labios, pero decidió guardarlo para después. Más tarde.

En su lugar, decidió ponerse manos a la obra.

Tomó los bordes de su camisa y los jaló hacia arriba, instándolo a quitársela. Él obedeció, sin rechistar, y Mar se relamió los labios cuando lo observó. Sirius sonrió, pagado de sí mismo.

Antes de que pudiera decir algo, ella lo tomó por los hombros y lo empujó hacia atrás para que volviera a estar de pie.

Mar se inclinó hacia él y con la punta de la lengua recorrió desde el punto abajo de su ombligo hasta el esternón, sin dejar de mirarlo a la cara. Los ojos de Sirius se oscurecieron cuando la vio hacer el mismo camino, solo que hacia abajo.

Soltó un gruñido grueso cuando ella lo tomó por el bañador, abriéndole el cierre.

Ella ya había visualizado su próximo movimiento cuando, en un parpadeo, el momento llegó a su fin.

El aire cargado de excitación se enfrió cuando el cuarto fue invadido por un cuerpo de luz azul pálido. Mar jadeó, alejándose de él con el corazón en el puño.

—¿Qué? ¿Qué pasa…? —Sirius se giró y agrandó los ojos al encontrar la razón de su sobresaltó—. ¡NO! No, no, no. No me jodan… James, ¡¿qué mierda…?!

Antes de que pudiera terminar su pregunta, el patronus en forma de ciervo adulto entregó su mensaje, con la voz distorsionada de James cargada de angustia mal disimulada.

Mar, Sirius, necesitamos que vuelvan de inmediato.

Harry está en peligro.

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—No voy a… No quiero… ¡No necesito ir a la enfermería!

Harry balbuceaba mientras intentaba zafarse del agarre del examinador, el profesor Tofty. El anciano lo había ayudado a levantarse del piso del Salón Principal para luego llevarlo al vestíbulo a que se tranquilizara.

Pero no podía hacerlo. No con las imágenes tan frescas en su mente y el dolor en su cicatriz todavía presente, amenazando con abrirle la cabeza en dos.

—Estoy… Estoy bien, señor —mintió con la voz irreconocible. Se pasó una mano por la frente, tratando de secarse el sudor—. Fue… Una pesadilla…

—La presión de los exámenes, sin duda alguna —señaló el mago, con comprensión. Le palmeó el hombro antes de agregar—: ¡Eso pasa, mucho! Nada que no pueda resolverse con un trago de agua fresca. ¿Qué te parece si regresamos al Salón? El examen casi terminó, pero quizás alcances a completar la última respuesta.

—¡No! —se negó Harry, demasiado rápido—. Digo, no… Ya hice todo lo que pude, creo. Había terminado.

—Está bien, no hay problema —murmuró el hombre de forma amable—. Iré a recoger su pergamino. Le sugiero que se vaya a descansar, señor Potter.

Harry asintió de forma vigorosa, aunque no estaba escuchándolo del todo. Esperó a que Tofty volviera a entrar al Salón para darse la vuelta y salir disparado hacia las escaleras. Corría tan rápido que casi volaba, ignorando los reproches de los retratos frente a los que pasaba mientras iba subiendo de a dos o incluso tres escalones.

La carrera lo hizo volver a reproducir, sin poder evitarlo, el sueño que lo había obligado a terminar el examen.

Reconoció de inmediato el pasillo que conducía al Departamento de Misterios; tan oscuro y frío como siempre. Al igual que en otras ocasiones, Harry se había dirigido a la sala redonda de múltiples puertas. Se acercó a la que estaba más cerca de él y entró en la habitación llena de cristales relucientes. No le prestó atención. Al final de la habitación había otra puerta, y esta daba paso a una más grande.

Pronto volvió a encontrarse en la conocida habitación con tamaño de iglesia, llena de estantes y esferas de cristal polvorientas. Su corazón latía a todo lo que daba. Estaba seguro de que esa vez sí llegaría a su meta. No sabía qué era, pero lo adivinaría apenas la viera.

Giró a la izquierda cuando alcanzó la fila número noventa. Se detuvo en seco cuando divisó, al final del pasillo, una forma negra en el suelo, que se retorcía y gemía como un animal herido. Su estómago se contrajo, lleno de miedo.

Entonces, Harry habló con una voz que no le pertenecía. Una voz fría, cruel, libre de cualquier tipo de bondad humana.

Tómalo para mí… Bájalo ahora. Yo no puedo tocarlo… pero tú sí.

La figura en el suelo se movió, apenas. Harry vio una mano con dedos largos y pálidos alzar una varita al final de su propio brazo, justo cuando la voz ajena gritaba:

—¡Crucio!

La mujer que estaba tendida en el suelo dejó escapar un grito de dolor, a la vez que intentaba ponerse de pie. Volvió a caerse, retorciéndose por el sufrimiento. De la boca de Harry salían risas malignas. Levantó la varita y detuvo la maldición.

Lord Voldemort está esperando…

Muy despacio, con los brazos temblando, la mujer en el suelo irguió los hombros y levantó la cabeza. Su rostro estaba manchado de sangre, herido y palpitante de dolor. Sin embargo, su expresión permaneció rígida, firme.

—Tendrás que matarme —susurró Lily—. Hazlo. Mátame a mí… Déjalo ir, por favor… No le hagas daño…

Claro que te mataré —afirmó la voz—, pero primero necesito que tomes esto para mí. ¿Crees que has sentido dolor? Apenas estamos empezando…

Harry apartó el recuerdo con un rápido movimiento de cabeza. El grito de su madre volvió a taladrar sus oídos, revolviendo su estómago hasta casi hacerlo vomitar. Pateó el terror frío que trataba de escalar desde sus pies.

No podía distraerse, ni entrar en pánico. Tenía que concentrarse y actuar.

Lily lo necesitaba.

—¡Potter! —exclamó Madam Pomfrey cuando atravesó como un huracán las puertas de la enfermería—. ¿Qué cree que está haciendo?

—McGonagall… Necesito ver a la profesora McGonagall —jadeó Harry, sintiendo que sus pulmones ardían con cada respiración—. ¡Es urgente! Yo…

—Lo lamento, Potter, pero la profesora McGonagall no se encuentra aquí —le informó la enfermera con tristeza—. Fue transferida a San Mungo esta mañana. ¡Cuatro hechizos aturdidores directo al corazón! A su edad es un milagro que no la hayan matado.

—Ella… ¿No está?

Su voz pasmada fue interrumpida por el sonido de la campanada, seguido por los acostumbrados gritos y voces de los chicos que salían de sus clases. Harry permaneció inmóvil, mirando a la enfermera mientras sentía como el terror se abría paso desde su estómago.

Estaba solo. No había nadie a quien contarle.

Dumbledore se había ido, al igual que Hagrid. Por su mente nunca había pasado que también dejaría de contar con la presencia de la Profesora McGonagall. Inflexible y dura, pero digna de confianza, resolutiva. Ella habría sabido qué hacer.

—No me sorprende que estés impresionado, Potter. ¡Como si uno solo de ellos hubiera podido aturdir a Minerva McGonagall de frente y a la luz del día! Cobardes, eso es lo que…

Harry no se quedó a escuchar el resto de la oración. Se giró redondo y se marchó de la enfermería tan rápido como había llegado.

Volvió a retomar la carrera, empujando a los otros estudiantes para apartarlos de su camino, sin escuchar sus protestas enojadas. El pánico seguía creciendo dentro de su interior, impidiéndole pensar con claridad, nublando todo como un gas envenenado.

James. Tenía que hablar con James.

Llegó a la torre de Gryffindor más rápido de lo que nunca lo había hecho. Dio la contraseña de forma tan brusca que la dama del retrato no se atrevió a demorar su entrada ni un segundo. Entró a su dormitorio, encontrando que ninguno de sus compañeros había regresado, pero sabía que debían estar en camino. Tenía que darse prisa.

Con manos temblorosas, deshizo la última de sus gavetas para dar con el espejo escondido.

—¡PAPÁ! Papá, ¿estás ahí? —casi gritó, desesperado—. ¡Papá, levanta el espejo, por favor!

Su rostro desapareció de la superficie del espejo, dando lugar a la imagen de un techo que reconoció como la cocina de Grimmauld Place. Esperó y esperó a que alguien apareciera, pero no llegó nadie.

—¡Papá…! ¡Remus, Sirius… Mar! —volvió a intentar, sintiendo las lágrimas alcanzar sus ojos—. ¿Hay alguien?

Jamás había pasado eso. Nunca, en todo ese tiempo, había llamado por el espejo sin recibir respuesta. ¿Por qué tenía que ocurrir esto ahora? ¿Por qué desaparecían en ese momento? Cuando más los necesitaba.

Cuando Lily los necesitaba.

Estaba a punto de resignarse y entregarse por completo al pánico cuando, por fin, alguien atendió.

—¿Kreacher? —preguntó Harry, parpadeando varias veces.

—¡Es el muchacho Potter! —exclamó el elfo doméstico, poniendo el espejo a la altura de su puntiagudo rostro—. ¿A qué ha venido? ¿Cuándo llegó?

—Kreacher, ¿hay alguien en la casa? —quiso saber Harry, sin perder el tiempo—. ¿Están mis padres ahí? ¿Sirius o…? ¡Regulus! ¿Está Regulus ahí?

—Ah, mi amo. Estará tan feliz de tener la casa para él solo —anunció Kreacher, sin escuchar lo que Harry decía—. ¡Por fin! Libres de los sangre sucia y los traidores a la…

—¡Kreacher! ¡¿Dónde están todos?!

—¡Se han ido! Todos se han ido —canturreó el elfo, luciendo satisfecho—. El traidor Potter ha salido con el mestizo, y el amo Sirius está con la chica McKinnon… Todos se han ido…

—¿Y mi madre? ¿Sabes en dónde está mi madre? —preguntó Harry.

—¡La sangre sucia! —exclamó Kreacher, ahora adquiriendo una expresión de asco—. Esa impura que se pasea por la Noble Casa de los Black… Oh, si mi pobre ama supiera…

—¡Kreacher, te lo advierto! —gritó Harry, apretando las mandíbulas con fuerza—. ¿A dónde se fue mi madre?

—La sangre sucia obtendrá lo que se merece… ¡Se marchará para no volver! —cantó el elfo, alegremente. Empezó a dar saltos mientras entonaba—: ¡Todos se irán y podré estar solo con mi amo... !

—¿Kreacher? ¿Con quién…?

Harry no alcanzó a escuchar la voz que apareció al otro lado del espejo ya que, entre sus saltos de celebración, Kreacher lo dejó caer al piso.

Donde se quebró en pedazos.

No tuvo tiempo de lamentarse porque la puerta del dormitorio se abrió en ese momento. Se apresuró a guardar su espejo, girándose para enfrentar a sus compañeros, que entraban con alegría y alivio después de haber terminado los exámenes.

Buscó a Ron entre todas las caras, solo para encontrarlo en la puerta parado junto a Hannah y Hermione.

—¡Harry! ¿Estás bien? —preguntó la última, luciendo asustada.

—¿Qué te pasó en el examen? —agregó Hannah, pálida y con los ojos rojos—. ¿Te sientes mal?

—¿Pueden dejar que respire? Es obvio que está…

—Síganme —los urgió Harry, atravesando la puerta—. Tengo que decirles algo.

Los guió escaleras abajo para atravesar la Sala Común y salir de la torre. Estaba corriendo de nuevo, y sus amigos apenas podían seguirle el paso. Por suerte, no le llevó mucho encontrar un aula vacía, donde entró de forma apresurada. Cerró la puerta una vez estuvieron los cuatro adentro.

—Voldemort tiene a Lily —les dijo, atropelladamente. Tener que ponerlo en palabras casi terminó por quebrarlo.

—¡¿Qué?! —exclamaron los tres, con distintos grados de impresión.

—Lo vi. Acabo de verlo —les explicó, tragando saliva—. Cuando me dormí en el examen.

—Pero… ¿Dónde la tiene? —preguntó Hermione, pálida—. ¿Cómo?

—No sé cómo, pero sí sé dónde —respondió Harry, alejándose de la puerta—. Hay una habitación en el Departamento de Misterios… Está llena de estantes repletos de pequeñas esferas de cristal… Están al terminar la fila noventa siete —señaló, recordando ese detalle tan claro—. Voldemort la está utilizando para obtener… Lo que sea que busca. Él la está torturando… ¡Dice que va a matarla!

La voz se le quebró al final, igual que sus rodillas. Se dejó caer sobre el primer escritorio que encontró, temblando de pies a cabeza.

Una certeza escalofriante lo invadió en ese momento. Si lo que Voldemort quería ponía en peligro a Harry, Lily nunca iba a entregárselo. Dejaría que la torturara durante horas, de todas las formas posibles, pero no iba a quebrarla. Su madre se sacrificaría por él, justo como había estado a punto de hacer en el cementerio un año atrás.

Iba a morir tratando de protegerlo.

—¿Cómo vamos a llegar ahí? —le preguntó a sus amigos, tratando de concentrarse para no enloquecer.

El silencio reinó el aula durante un par de segundos, antes de que Ron repitiera:

—¿Llegar… ahí?

—¡Al Departamento de Misterios para rescatar a Lily! —completó Harry, alzando la voz.

—Pero… pero Harry… —murmuró su amigo, cauteloso.

—¿Pero qué? —gruñó el aludido—. ¿Qué?

Los miró a los tres detenidamente, sin entender por qué lo miraban como si hubiera perdido la cabeza. Como si estuviera pidiendo algo irracional.

—Harry… —Hermione lo miró, asustada, antes de preguntar—: ¿Cómo…? ¿Cómo logró entrar en el Ministerio de Magia sin que nadie lo notara?

—¡Y yo qué voy a saber! —explotó Harry, furioso—. ¿Qué importa? ¡La pregunta es cómo vamos a entrar nosotros!

—Harry, Hermione tiene un punto —intervino Hannah, dando un paso hacia él—. Son las cinco de la tarde. El Ministerio está repleto de empleados desde la mañana. ¿Cómo podría Él haber llevado a Lily ahí sin que nadie lo viera? Es el mago más buscado del mundo. ¿Crees que podría entrar a un edificio lleno de aurores sin ser detectado?

—¡El Ministerio está corrupto! Todos en la Orden lo dicen —gritó Harry, cosa que no solía hacer con ella. Era la menor de sus preocupaciones—. ¡No lo sé! Quizás usó una capa invisible o… ¡El punto es que el Departamento de Misterios se encontraba vacío cada vez que estuve ahí!

—Harry, nunca has estado ahí —señaló ella con suavidad—. Has soñado que estás, es todo.

—¡Pero no son sueños normales! —volvió a gritar el chico, poniéndose de pie. Tuvo que apretar los puños a cada lado de su cuerpo para no sacudirla—. Tú sabes que no lo son. ¡Los tres lo saben! ¿O cómo explican que vi lo que le sucedió al padre de Ron? ¡¿O es que eso no ocurrió?!

—Tiene razón —admitió Ron, mirando a sus amigas.

—Sí, pero es… Es inverosímil —añadió Hermione, mordisqueándose el labio con desesperación—. Voldemort no se ha dejado ver en casi un año. ¿Y cómo secuestró a tu madre sin que nadie de la Orden lo supiera?

—¡Quizás fue a Grimmauld Place y se la llevó! Kreacher dijo que obtendría lo que se merecía.

—¿Kreacher? —repitió Hannah, mirándolo con incredulidad.

—¿Y cómo entró a Grimmauld Place? Ese lugar es una fortaleza, por algo es el cuartel de la Orden —apuntó Hermione, de forma lógica—. ¿Y por qué se llevaría a tu madre de todos los miembros de la Orden? Es la última que te entregaría.

—Quizás era la única que estaba allí —sugirió Ron, preocupado.

—¡Exacto!

—¿Pero cómo entró?

—El hermano de Sirius está ahí, ¿no? El que era un mortífago —recordó Ron, encogiéndose de hombros—. Sirius no confía en él. Tal vez tenía razón y ha estado del otro lado todo este tiempo.

—¡Sí! Y Kreacher dijo que estaría feliz —apuntó Harry, aunque estaba cambiando un poco las palabras del elfo—. ¡Puede que él lo haya dejado entrar y llevársela!

—Miren, lo siento, pero esto no tiene ningún sentido —les cortó Hermione—. No tenemos prueba alguna de nada de lo que dicen. Ni siquiera podemos verificar que Voldemort y la mamá de Harry estén ahí.

—Harry los vio —apuntó Ron.

—Yo… —Hermione suspiró y sacudió la cabeza—. Chicos, no lo sé.

—Harry, escúchame —le pidió Hannah, viéndolo de forma suplicante—. No estás pensando esto con claridad… Y quizás….

—¿Quizás qué?

—Bueno… Tú sabes cómo eres —murmuró la chica, nerviosa—. Te gusta ayudar, te gusta salvar a la gente… Desde que te conozco… Creo que siempre has tenido un pequeño complejo de héroe.

—¿Cómo dices? —preguntó, boquiabierto. El comentario le había caído como una bofetada—. ¿Crees que hago esto para ser el héroe?

—¡NO! Claro que no, yo solo…

—¡Es Lily de quién estamos hablando! Mi madre está en peligro —señaló, sin poder creer que tuviera que explicárselo—. ¿De verdad piensas que voy a salvarla solo para que me den una medalla?

—Jamás diría algo así —apuntó Hannah, con una determinación que no le había visto en meses—. Pero es la trampa perfecta, Harry. Él sabe que no vas a dejarla morir. Es la forma perfecta de hacer que vayas a donde quiere. ¿Qué tal si sólo está tratando de llevarte al Departamento de Mist...?

—¡No importa si eso es lo que está intentando! Se llevaron a McGonagall al hospital, así que no queda nadie de la Orden a quien podamos decirle. No pude comunicarme con James ni con nadie más. ¡Y si no salimos de inmediato, va a matarla!

—Harry, pero… ¿Y si solo fue un sueño?

—¡NO LO ENTIENDES! —volvió a gritar él, haciendo que la chica diera un salto hacia atrás—. ¡No son simples pesadillas! Si lo fueran, ¿crees que me habrían hecho tomar esas clases de Oclumancia? ¿Por qué crees que Dumbledore quería evitar que viera esas cosas? ¡Porque son reales!

—Dumbledore quería que bloquearas tu mente para que Él no pudiera entrar en ella.

—¡Por un demonio, Hannah! No voy a perder mi tiempo contigo. Si no quieres ir, no vayas —le espetó, harto, sin medir sus palabras—. Haz lo que quieras. Vete corriendo con Malfoy que seguro no te importunará con estas tonterías.

Ella dio un respingo y agrandó los ojos, en los que él pudo leer el dolor que le causó su acusación. Pero antes de que Hannah, o alguien más, pudiera responderle, la puerta del aula se abrió.

Los cuatro se dieron vuelta de inmediato, alarmados. Entonces, entró Ginny con una expresión curiosa, seguida de cerca por Luna Lovegood, quien, como de costumbre, se veía como si se hubiera dejado caer ahí por accidente.

—Hola —saludó Ginny, frunciendo el ceño—. Reconocimos la voz de Harry. ¿Por qué los gritos?

Hannah no se tomó personal el comentario de Harry. Le dolió, obviamente, pero no permitió que la afectara; entendía de dónde venía y que no se trataba de ella. Estaba preocupado por Lily, desesperado por hacer lo que fuera para salvarla, cosa que lo volvía más testarudo y obtuso de lo normal. Hannah también estaba angustiada, pero, al igual que Hermione, se aseguraba de dejar un espacio razonable para la duda.

La situación se les antojaba demasiado fantástica, conveniente. Habían muchas piezas que desencajaban, huecos que Harry no podía llenar con las pocas explicaciones que tenía, aunque tampoco le importaba hacerlo. El miedo no lo estaba dejando pensar con claridad, solo lo empujaba a seguir sus instintos, lanzarse a un plan suicida sin considerar los detalles. A Hannah le seguía pareciendo la trampa perfecta.

En otro momento, quizás, se habría mostrado menos reacia a seguirlo, pero, después del año que habían tenido, cualquier precaución le parecía poca. Era como si cada cosa terrible que había ocurrido en esos meses los estuviera llevando en esa dirección, camino a una catástrofe de la que no iban a poder salir. La ahogaba de desesperación que Harry no pudiera entenderlo.

Cuando Ginny y Luna aparecieron, le quedó claro que tendría que resignarse.

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Como estaba, nada iba a hacerlo cambiar de parecer; la única razón a la que atendería era si se las arreglaban para llevar a Lily sana y salva frente a él. Y, como no era algo que pudieran hacer, iban a tener que acompañarlo, aun en contra de sus instintos.

Podía enfadarse y decir todas las tonterías que quisiera, pero no había duda de que si insistían, ellas irían con él, al menos para asegurarse de que no terminara herido. O peor.

Trazar el plan no les llevó mucho tiempo. El primer paso fue recoger la capa de invisibilidad y el mapa para asegurarse de pasar desapercibidos. Todas las chimeneas en Hogwarts habían sido bloqueadas, así que tendrían que usar la única por la que podían salir: la de la oficina de Umbridge.

A Hannah se le ocurrieron un millón de razones para no hacer eso, pero no quería seguir tentando la paciencia de Harry.

Ron se quedaría junto a Ginny y Luna, distrayendo a la mujer y desviando a cualquier persona que pudiera descubrirlos. El chico protestó por ser dejado atrás, pero ser Prefecto era una carta que podía ayudarlo a librarse de estar deambulando por el castillo. Hermione también contaba con eso, pero Umbridge la odiaba casi tanto como a Harry, así que no era factible que se quedara atrás. Hannah se fue con ellos, sin pensarlo dos veces.

Fue increíble lo rápido que se les hizo entrar a la oficina, sin encontrar ningún obstáculo.

Debieron adivinar que no sería tan fácil.

Apenas tuvieron tiempo de meterse a la chimenea y tomar los polvos Flu cuando todo se desmoronó.

—¿De verdad creíste… —murmuró Umbridge, tirando del cuello de Harry con una fuerza que hizo que el corazón de Hannah cayera a su estómago—, que después de dos Nifflers iba a permitir que otra pequeña criatura asquerosa y rastrera entrara en mi oficina sin mi conocimiento? ¡Quitenles las varitas!

Antes de que pudieran reaccionar, ambas chicas se encontraron desarmadas e inmovilizadas. Hermione bajó el agarre de Millicent Bulstrode, mientras que ella…

—Draco —susurró, agrandando los ojos—. Por favor…

Él no la estaba mirando, desde luego, tenía que fingir que seguía en su papel. Pero, a diferencia de Millicent, él no estaba acorralandola contra la pared ni tampoco apuntaba con su varita. La sujetaba desde atrás, con un abrazo alrededor de su pecho para mantenerla pegada a su cuerpo. Era lo más cerca que habían estado en semanas, y Hannah no sabía si temblaba por el miedo o por otra cosa.

A los pocos segundos, Crabbe y Goyle entraron arrastrando con ellos a Ron, Ginny, Luna y, sorpresivamente, a Neville, a quien capturaron intentando ayudarlos.

Umbridge estaba fuera de sí, como nunca la habían visto antes. Hannah había estado aterrada de ella desde el primer día, pero en ese momento estaba lívida del miedo. Aun así, se obligó a permanecer firme.

No era momento para dejarse quebrar.

—Draco —volvió a intentar—. Déjame…

Su llamado fue opacado por los chillidos de Umbridge, que seguía intentando sacarle a Harry información sobre Dumbledore, o cualquier tontería que, en ese instante, fuera la menor de sus preocupaciones.

Entonces, cuando estaban entrando en un laberinto sin salida, Snape entró en la oficina.

Por la expresión incrédula de Harry, Hannah supo que estaban pensando lo mismo: en lo estúpidos que habían sido. Sí, McGonagall se había marchado, pero no estaban del todo solos. Todavía quedaba un miembro de la Orden en el Castillo. Podía no ser el mejor, pero era su única alternativa en ese momento.

—¡Él…! ¡Él la tiene! —gritó Harry, cuando el profesor estaba a punto de marcharse, luego de dejar claro que no iba a servirle a Umbridge para sus fines—. ¡La tiene… a ella! —explicó el chico, haciendo énfasis en la palabra—. ¡La tiene en el lugar que usted sabe!

Si Snape comprendió, no dio ninguna señal que lo confirmara.

Era imposible adivinar si iba a servir de algo.

—Muy bien —dijo Umbridge, que lucía frustrada y furiosa—. Muy bien. Supongo que… No tengo más alternativa. Esto es más que un asunto de disciplina escolar; es un asunto de seguridad del Ministerio. Sí, claro que sí —murmuró, como si intentara convencerse a sí misma—. Si no quieres colaborar, Potter… La Maldición Cruciatus te aflojará la lengua.

—¡NO! —gritó Hannah, echándose hacia adelante, a pesar del brazo que la sujetaba.

—¡Profesora, pero…! Es ilegal —argumentó Hermione, agrandando los ojos con espanto. Al ver que no le hacía caso, gritó—: ¡El Ministro no querría que quebrantara la ley, Profesora Umbridge!

Pero la mujer no parecía estar escuchándola. De hecho, por la expresión excitada en su rostro, parecía que estaba deseando hacerlo.

Hannah había visto miradas así infinitas veces. Ese deseo sádico de lastimar, de hacer daño solo por el simple placer de poder hacerlo. Volvió a luchar contra el agarre de Draco, mientras giraba el cuello de un lado a otro, tratando de encontrar su mirada. El muchacho hacía lo imposible por no enfrentarla.

Empezaba a resignarse a tener que enfrentar su peor miedo —sin estar segura de si podría soportarlo—, cuando Hermione volvió a hablar. Y dio un espectáculo que no iban a olvidar nunca, porque terminó por salvar la noche.

Cuando logró sacar a Harry y a Umbridge de la oficina, Hannah supo que se las arreglaría para librarse de la mujer.

Ahora les tocaba escapar a ellos.

—No me ignores —susurró, muy bajo, para que sólo Draco la escuchara—. Escúchame…

—Ya basta —le espetó él al oído—. Quédate quieta, no… No lo hagas más difícil.

No pasó por alto el tono de vacilación en su voz. No quería hacer eso; quizás no habría tenido problema si hubieran sido solo sus amigos, pero no quería hacérselo a ella.

Y Hannah tenía que usar lo que tuviera a su favor.

—Draco, necesito que nos dejes ir —volvió a susurrar, agradeciendo que las estúpidas voces de Crabbe y Goyle opacaran la suya—. Es una emergencia, yo…

—No puedo hacerlo.

—Sí, sí puedes —insistió ella, sin titubear.

Mientras decía eso, captó de reojo como sus ojos se movían nerviosos por la habitación. Estaba funcionando.

—Oye, si no te vas a callar, ¿al menos me dejas comerme mis caramelos? —escuchó preguntar a Ron, a unos metros de ella.

—¿Qué? ¿Tienes caramelos? —saltó Goyle, interesado.

Lo que fuera que Ron estaba tramando, no tenía nada que ver con golosinas. Como ella, estaba haciendo lo que podía para salir de ahí.

Con cuidado de que nadie la viera, Hannah bajó una mano para encontrar la que él no estaba utilizando. La sujetó con delicadeza, sintiendo como se tensaba bajo su tacto, aunque sin apartarla.

—Por favor… Mírame.

Draco apretó los ojos y tomó una profunda respiración antes de obedecerla.

Cuando se miraron, Hannah supo que había ganado, y se odió por eso.

No solo a sí misma, sino a él también. Los odio a ambos y a esa maldita situación que los obligaba a estar en dos lados diferentes del campo de batalla. A ser enemigos cuando… cuando lo que sentían estaba tan alejado de eso.

En ese momento, hubiera dado lo que fuera por cambiarlo todo, por encontrar una forma de darle vuelta a esa situación y estar con él sin tener que elegir.

Pero no era una opción. Nunca lo había sido.

—Déjame ir —le pidió, con la voz quebrada—. Hazlo… por mí.

El muchacho le mantuvo la mirada con tal intensidad que, de haber sido otro el ambiente, ella hubiera jurado que la iba a besar.

Un segundo después, las tornas giraron a su favor.

Como Ron seguro había previsto, Crabbe y Goyle no tardaron en devorar los caramelos que tenía escondidos. Debía tratarse de alguno de los productos de los gemelos, porque ambos chicos no tardaron en ponerse enfermos. Muy enfermos.

—En mi bolsillo —le susurró Draco, aprovechando la conmoción para que no lo escucharan—. A tu derecha.

Hannah dio un respingo y se apresuró a hacer lo que le decía. Encontró su varita justo donde él le había indicado.

—Hazlo.

¡Expelliarmus!

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