Capítulo 34

Elsa detuvo la salida de su habitación cuando alguien paseó frente a su dormitorio, interponiéndose en su camino.

—Vaya, sinceramente es magnífico lo que hacen con las bisagras —opinó su marido parándose ante ella.

Miró la puerta un segundo y sonrió. —Pregúntale a Gerda si quieres saber qué método emplean.

Hans rió entre dientes. —Por cierto, buenos días.

Asintió. —Buen día.

Debido a su sangrado (cuya escasez había guardado para sí), habían dormido en sus respectivos aposentos y se veían por primera vez.

Él dio un paso atrás y permaneció allí mientras ella atravesaba el umbral y cerraba su puerta.

—Si es sencillo de replicar y único, podrían venderlo; muchos dueños de fábricas gustarían de visitarlas sin tener que oír las molestias de los engranajes de metal. Lo que se usa hasta ahora solo disminuye el ruido unos cuantos minutos y no tiene caso.

Sería interesante entrar a una construcción de aquella magnitud.

—Para ti todo es un negocio —declaró con un suspiro.

—No en realidad —contestó Hans socarrón.

Arrugó la nariz irónica. —Sin embargo, podrías darme estrategias comerciales para hacer crecer a Arendelle en el corto y largo plazo.

Hans pareció casi emocionado al asentir, cosa que quedó confirmada en el recorrido a la planta baja; de su boca salieron ideas novedosas, atrevidas y fascinantes que llenarían hojas de planeación en el escritorio de Elsa. Era obvio que él triunfara en tan poco tiempo, su gran capacidad de raciocinio y constante investigación estaban detrás de sus fructíferos negocios.

Realmente era un as si podía dirigir su imperio desde un reino remoto, escogiendo la gente adecuada para representarlo en otras partes.

Iba muy inmersa en sus propuestas que casi perdió el escalón cuando él se quedó quieto en el arranque de la escalera.

Sin preguntar, intrigada y discreta observó a su alrededor, deteniéndose en su esposo. Una sonrisa ladina adornaba el rostro de Hans, quien se limitó a apuntar al techo.

Sospechando, Elsa elevó su mirada al techo y su estómago se contrajo al contemplar una ramita de fruto rojo justo arriba de ellos. Se fijó también que había varias por ahí.

—Hay más muérdagos que el año pasado —señaló Hans y ella regresó su vista a él—, ¿es una táctica para contentar a Anna y a Kristoff? ¿Será obra tuya, Elsa? Un detalle así no escapa de tus órdenes. Te quedan pocos días… ¿estás desesperada porque perderás?

Era evidente que él bromeaba.

—Ni un poco —afirmó enarcando una ceja. Él emitió chasquidos. —No cometería un acto así de desesperado. Pienso que eres responsable.

—Podría, pero no. Ahora, esposa, no rompamos la tradición.

Él descendió un peldaño, dejándola a ella con una altura ligeramente superior, y enroscó sus brazos en su cintura.

Sus párpados se bajaron y sus manos se posaron en el pecho de él sin evitar el contacto que se anunciaba. Esa vez no sería demasiado estricta acerca de la tradición navideña.

Hasta su cuerpo sentía el entusiasmo de la temporada.

Los labios de ambos se pegaron levemente y por inercia su boca se entreabrió. La de él también lo hizo, permitiéndole probar el sabor mentolado y salado de su recién limpieza dental.

Él profundizó su beso eliminando la distancia entre los dos, y ella claudicó subiendo sus manos para meter sus dedos en sus suaves cabellos colorados. Se estaba tan bien así; era muy placentero.

Sus pensamientos se abandonaron…

—¡Bah! —La exclamación de Olaf invitó a su separación de Hans, que fue acompañada de una comezón en sus labios y mejillas.

Su lengua borró el resto de su beso mientras calmaba su bochorno.

—El plan de Gerda y mío funcionó en la pareja equivocada —precisó Olaf.

Su primera creación era muy ingenua; Kristoff era madrugador y Anna no, difícilmente conseguirían que coincidieran temprano.

Buscó a su amigo. —Ay, Olaf. —Él tenía los brazos cruzados y miraba el techo enfadado.

Se estremeció al sentir un aire caliente junto a su oído. —Eso aclara la duda —le susurró Hans.

—¡Tengo que colocar más muérdagos! —anunció Olaf antes de irse.

—¿Ves? —Prosiguió Hans burlón. —He cumplido mi palabra. Y aun así voy a ganar. Veamos, ¿qué puedo pedir?

—Sueña bastante, perderás.

Se alejó caminando con andar soberbio, enfatizando su futura victoria.

—¿Y qué tienes en mente como premio, Skaði?

La aludida se paró y miró a Hans sobre sus hombros, los cuales encogió desinteresada.

Sintiendo un calambre en el estómago, el bermejo tuvo que preguntarse si ella optaría por algo inocente o atrevido.

—Tal vez no lamente mi derrota —dijo él acercándose hasta su costado.

Elsa puso los ojos en blanco y resopló. —Camina a varios pasos detrás de mí.

Él rió observando hacia arriba.

—Tú lo viste primero, es tu turno.

Ella frunció la nariz. Al cabo de unos segundos se puso en puntas, besándole la comisura de la boca. Él maldijo para sí porque era tentador, pero se separó y se adelantó a ella.

—¿Seguirás tu propio consejo, Elsa?

Sus ojos azules se entrecerraron y él le regaló un guiño.

—Deberás ser ingeniosa para adelantarte a mí —aseveró él señalando el techo con muérdagos a cada dos metros.

La escuchó gruñir y avanzó riendo. Al dar un paso se desestabilizó y tratando de guardar el equilibrio descubrió que el suelo se había congelado en un círculo grande.

Elsa pasó por su derecha con parsimonia, presumiendo un elegante y sensual movimiento de caderas.

Yo soy la máxima autoridad de Arendelle —señaló ella dignamente.

Él prorrumpió en carcajadas en tanto el hielo desaparecía, igual que ella alejándose.

Muy buena jugada.

Definitivamente no podía haberse casado con alguien mejor.

{…}

En un apuro, Elsa se dirigió al exterior del castillo prácticamente corriendo. Sabía que no tendría tiempo en otro momento y esa era su única oportunidad para cumplir con su objetivo sin tener la mente en otra cosa, como la fiesta que daría en el castillo.

No había dado ni cinco pasos en el patio cuando sus pies resbalaron con la piedra mojada. Escuchando el grito de sus guardias, Elsa sintió que el mundo giraba por el movimiento brusco de su cuerpo y cerró los ojos preparándose para el impacto.

Un par de brazos fornidos la detuvieron de las axilas a medio metro del suelo. Respiró aliviada.

—Ten cuidado, Elsa.

Se enderezó con el corazón raudo.

—Gracias, Kristoff —dijo girándose hacia su cuñado. Él le dio una palmada en el hombro asintiendo.

Era una maravilla que reaccionara tan bien, porque su apariencia era cansada. La habilidad por trabajar en hielo debía ser el motivo de su rápida capacidad para responder al peligro.

Kristoff carraspeó y ella esperó que no hubiese notado su escrutinio. —¿Qué hacías para ir tan rápido?

Iba al pueblo por el encargo para el regalo de Navidad de Hans, mas no se lo diría.

—Tengo un compromiso afuera.

Él volvió a aclararse la garganta. —Mañana es Nochebuena.

Su silencio le animó a continuar y profundizar esa evidente observación.

—Elsa, ¿crees que tú podrías darle a Anna mi obsequio de Navidad? —cuestionó el rubio dubitativo. —No creo que lo acepte si se lo entrego. Involucrar a Olaf, que es casi un niño, no me parece bien.

¿Y a ella sí?

Elsa titubeó. ¿Contaría como trampa? En realidad, eso beneficiaría a Hans.

Ahora que lo pensaba, la condición de su esposo le obligaba a no entrometerse en un problema de su hermana, con lo que él estaría contento.

¿Lo habría sugerido por eso?

No, tenía que ser para no perder de forma deshonrosa.

Contuvo un suspiro; se arriesgaría a cumplir aquella triste petición. —Si no funciona dejarlo bajo el árbol y el espíritu navideño no hace que lo acepte de ti, lo haré.

—Dudo que el espíritu funcione ahora. Gracias, Elsa.

Presionó sus labios asintiendo. ¿Iba a perder su apuesta entonces? Tal vez no era tan malo, no sabía qué podía pedir como pago y había entrado en el juego divertida por llevarle la contraria a Hans.

En lo que Kristoff se alejaba, Elsa sintió un poco de pena por la pareja; ella, que tenía un matrimonio de conveniencia, estaba mejor que ellos dos.

Deseaba por ambos que se arreglaran.

—¿Se encuentra bien, Majestad? —preguntó el jefe de su guardia respetuosamente.

—Lo estoy.

Para no repetir el incidente en el empedrado húmedo del camino, Elsa siguió con más calma, aunque la situación apremiara.

En el puente, un pensamiento cruzó su mente durante unos instantes, relacionado a su imprudencia de andar veloz. Su visita mensual había sido pobre y por ello esa mañana le había nacido una sospecha e ilusión que no quería hacer muy grande en caso de estar equivocada. En ocasiones tenía sangrados menores por causas que desconocía, no era certero que…

El pecho le burbujeó e inspiró tranquilizándose.

Esperaría al próximo mes para considerarlo concreto. Aunque si estaba encinta, debía ser más cuidadosa.

Volvió a tomar aire y fue a recoger su encargo con Andersen, lo cual realizó sin inconvenientes, guardándolo en un bolsillo lateral de su vestido mágico, elaborado con ese fin de disimular su carga.

En su retorno a casa vio a Olaf, que iba en dirección opuesta. Peleando con el sentimiento de culpa al no haberle dedicado tiempo, descubrió que él lucía más animado que desde el comienzo de la brecha entre Anna y Kristoff dos meses atrás.

—¡Hola, Elsa! —le saludó él al cruzarse, aventurándose a abrazarla de las piernas.

—Hola. ¿A dónde vas? —preguntó arrodillándose para devolver el abrazo apropiadamente.

—La paso bien con la modista, Yulene y su dulce hija Eir. Me gusta ver cómo hacen la ropa.

A ella no le causó aflicción recordar a la niña, había superado temores y lamentos en el periodo transcurrido.

—Suenas feliz. ¿Ya… ya no estás preocupado por Anna y Kristoff? Hace dos días que nos viste a Hans y a mí en las escaleras…

Olaf movió su mano de forma displicente. —Bah, hace mucho que no estoy preocupado, preocupado, muy preocupado; aun así, quería que los muérdagos los contentaran. Me gustan las parejas felices. Anna habló conmigo, ummmm, hace semanas, sí, eh, me explicó que su situación de adultos y de pareja no debía involucrarme. Dijo, "a veces los mayores pelean y eso no significa que dejemos de querernos". Tampoco quieren que yo sufra y puedo estar bien con ambos.

Elsa se sorprendió de esa aproximación de su hermana, más interesada en su gran amigo. —Suena perfecto.

Olaf asintió.

—Sí. ¡Me voy! ¡Hasta luego! —Él se aclaró la garganta. —¡Ya viene Navidaaaad…!

Ella se incorporó sintiendo alivio y justo entonces recordó las palabras de Kristoff.

Sonrió. Quizá no se daban cuenta, pero hacían mucho de padres con el muñeco; por supuesto, no era lo mismo que una persona, porque él era estático, no crecía, pero tenían en cuenta su bienestar en su problema.

Ahora bien, su intriga del motivo seguía.

¿Era tan grande para hacer que Hans ganara su apuesta?

{…}

A diferencia del año anterior, Elsa se había abstenido del alcohol, y a Hans le entretenía pensar que quisiera evitar la osadía de la fiesta pasada.

(Que ya no necesitaba.)

En vista de eso, al retirarse al dormitorio tras la medianoche, ella estaba más compuesta que él. Hans no se hallaba tan afectado por las bebidas alcohólicas, pero sí sintiéndose contento por sus efectos, ya que aguardaba con excitación la respuesta de ella a su obsequio cuidadosamente preparado.

Le gustaría, claro, solo quería ver cómo reaccionaría por un detalle con sus preferencias personales.

Sonriendo, ingresó a la alcoba de ella. Elsa estaba sentada frente al fuego y su mirada estaba atenta a una caja en la mesita que no daba pistas sobre su contenido. Tenía el mismo brillo que en la fiesta en el pueblo, mostrando una alegría genuina e inexistente en su primera Navidad como esposos.

Él hizo un sonido de reloj. —Te quedan veintidós horas y unos cuantos minutos para el veintiséis.

Ella pestañeó y lo miró con ojos entrecerrados.

—Se hablarán hoy. Asistiremos a los eventos del día y los veremos decirse una palabra.

—Si quieres, podemos ir a su ala del castillo y comprobar que hablen —invitó burlón y contento llegando a donde ella.

Deslizó el tirante de su camisola con su dedo, haciéndolo caer por su hombro.

—No pretendo… —ascendió por su clavícula— …saber lo que hacen en privado.

—Ah, ah —su dedo subió por su pulso arrítmico—, tienes una mente sucia, querida. No he querido insinuar sus intimidades.

Ella boqueó cogida de sorpresa y él ascendió por su mandíbula hasta cerrarle su pequeña boca con delicadeza.

—Te guardaré el secreto —susurró posando su índice en medio de los labios de ella, indicando silencio.

Los dilatados ojos de Elsa resplandecieron.

—Has bebido de más —sentenció ella después de sujetar su muñeca.

—¿Lo he hecho? —preguntó curioso, alzando la mano que le sostenía para coger un mechón suelto de su trenza. —¿Por qué lo crees?

Ella rió entre dientes. —Tal vez debería darte tu regalo más tarde.

—Oh, no, te quiero dar el mío ahora. —Elevó su mano izquierda; ahí tenía el mencionado.

—Siéntate.

Le acomodó el mechón detrás de la oreja y procedió a su indicación, acomodándose en la silla libre, que movió para estar más cerca de ella.

—Voy primero.

—Me parece justo.

Le tendió el objeto envuelto en plateado y ella pareció algo decepcionada al recibirlo, quizá notando que era un libro. Sabía que no le agradaría la falta de misterio.

—Feliz Navidad, Elsa —murmuró tratando de contener su diversión.

Ella asintió y cogió su caja de la mesa. Se la entregó con una sonrisa. —Feliz Navidad.

Los orbes cerúleos de ella lucían expectantes y él sintió curiosidad por su regalo, si bien no se atrevió a abrirlo para no perderse el momento en que ella descubriera el suyo.

Se miraron el uno al otro, callados, dejando que el crepitar del fuego y su calor dominaran la habitación. El sentía que la tensión crecía y su corazón amenazaba por estallar de la impaciencia.

Tardaron bastante sin apartar la vista del otro, hasta que su falta de sobriedad le hizo transigir.

—Ábrelo, Elsa —intentó que fuese una orden y no una súplica.

Ella frenó un mohín de sus labios antes de formarlo debidamente, mas él captó lo suficiente para saber qué ocurriría.

Casi se adelantó en su asiento mientras ella desanudaba el moño, lo enrollaba y hacía lo correspondiente con la tela, doblándola lento, apenas mirando el cuaderno de tapas azules —él no había querido uno especial para no quitarle protagonismo a su interior.

Calmadamente ella abrió la tapa y dio vuelta a la primera hoja en blanco.

Entonces jadeó.

Él sabía que encontraría un retrato a acuarela de ella, la técnica que más ayudaría a disimular que la creadora no la conocía en persona, aunque el trabajo había sido muy bueno para haber seguido descripciones.

Lo demás que había eran poemas e imágenes de cosas atrayentes para ella —varias de Arendelle, porque Elsa lo amaba tanto como para sacrificar mucho por él—. Sabiendo para quién era, Violet había aceptado hacer los dibujos y luego él había escrito las palabras, copiándoles de un cuaderno suyo y recordándolas de donde había leído; su última adición había sido la poesía de Goethe que le había recitado, la cual le había hecho desenvolver el cuaderno y arreglarlo de nuevo.

A ella le había gustado esa obra corta del alemán.

La rubia cambió la página y sus dedos temblorosos trazaron su contenido, leyendo un bonito poema en compañía de una miniatura del castillo en la esquina derecha de la página.

Se había sentido inconforme y herida por haber pensado que él había puesto mínimo esfuerzo en su regalo, menos que con su broche, y, en cambio, tenía eso.

Era la escritura de Hans en cada hoja.

Tragó saliva con la emoción acumulada en el pecho. Él se había tomado el tiempo para hacer ese regalo.

—Las imágenes fueron hechas por una artista neoyorkina, Violet Walker.

No le mencionó que sabía de la amiga de Daphne. Le dejaba atónita que pudiera dibujar de manera tan precisa con escuchar una descripción. Era verdaderamente talentosa, muy por encima de sus habilidades.

—Son diferentes cosas de Arendelle, así como edificios u obras de arte importantes en el mundo. Le hablé de algunas y otras las encontré en libros para que las replicara, como el Taj Mahal en la India Británica. —Ella cambió de página escuchándolo. —A partir de la mitad del cuaderno dejé libre para que tú escribas en él, y las últimas cien hojas de las trescientas no tienen dibujos para que incluyas tu arte.

Paró en la cuarta hoja. Olaf, Marshmallow y los snowgies estaban ahí.

Él se había fijado en ella y… había planeado con mucha antelación.

Cerró los ojos evitando un sollozo emotivo. Nunca le habían dado un regalo así de especial.

—Gracias. —Rió abriendo los ojos. —Oh, falta Sir Jorgenbjorgen.

—¿Quién? —preguntó Hans anonadado.

—Un juguete de mi infancia, lo conservo en un baúl del ático. Era mi compañero de encierro.

Hans sonrió; como ella, ignorando esa triste historia. —Puede ser tu primera contribución a las hojas.

Ella asintió con una sonrisa luminosa. Él experimentó una satisfacción equivalente —o superior— a la apertura de su negocio inicial; al pedirlo en su regreso de París no sabía que se sentiría así.

Con cosquilleos en las manos, se las pasó por la cara; ella tenía razón, realmente había bebido de más.

—Quiero que veas el tuyo, por favor.

Parpadeó con la solicitud vehemente de Elsa y cabeceó en asentimiento.

Sin la meticulosidad de ella, él abrió su presente. Bufó al encontrarse con que, dentro de la caja, el artículo estaba cubierto por un pañuelo blanco que entorpecía verlo inmediatamente.

Depositó la caja de madera en la mesa una vez que sacó el objeto ovalado.

Al desenvolverlo la tela blanca se le resbaló de la mano. Se cubrió la boca conmocionado.

Ahí estaba su mejor amigo de juventud.

El único ser que al que le había importado incondicionalmente.

—Sitron —expresó conmovido hasta los huesos.

Era un bordado de quince centímetros de la cara de su fallecido fiel compañero, idéntico a él y tan vivo con el resplandor que le daba la magia de Elsa.

No tenía ninguna fotografía o retrato y ella lo había traído a la vida, tan igual como en sus recuerdos.

Los ojos le ardieron. Ya tenía una cosa real para verlo y batallar con las memorias que se perdían en el paso del tiempo.

—Usé algunos hilos mágicos para conseguir los colores reales.

—¿Cómo es que tú…?

—Le vi antes de que le llevaran a las Islas del Sur y… también en mi visita hace años. En la semana que estuve en el reino, fue el caballo más manso y amigable que conocí en los establos, el único que pude montar con mi escasa capacidad. Recientemente había retomado la equitación después de trece años y ninguno me dio confianza.

Sonaba como su viejo amigo, tan diferente a todos los equinos en las caballerizas de su familia, endurecidos y ásperos con los humanos por los maltratos de espuelas o fustas que usaban con ellos. Él no se había atrevido a dañarlo así.

—Me agradó y empleé mis tiempos libres para hacer un esbozo de él a lápiz, lo tengo guardado en uno de mis cuadernos viejos.

Acarició el rostro de Sitron deseando tenerlo ahí. Maldito ciclo de la vida que te arrebataba a seres queridos.

—El señor Andersen elaboró el marco de madera con herraduras.

No lo había notado, pero era un buen complemento para ese gran regalo; un detalle inigualable que le había tocado su sensibilidad de modo tan profundo.

Dejó el retrato en la mesa, se levantó y se acuclilló para verla a la altura de su cara.

Colocó su palma contra su mejilla; cuidadoso, su pulgar se movió contra su piel de seda. Ella ocultó sus ojos detrás de sus párpados y él inclinó su rostro hacia ella.

—Muchas gracias, Elsa —murmuró rozando sus labios.

Por un momento interminable se intoxicó con sus besos, pero su mente le exigió consentir y saborear todo su bello cuerpo.

Y consintió.

{…}

Elsa estaba enfurruñada en la noche del día veinticinco, porque después de que hiciera sonar la Gran Campana y se retiraran al salón, Anna y Kristoff habían cogido sus respectivos regalos debajo del árbol y habían dejado notas con sus agradecimientos sin dirigirse palabra en voz alta.

Debió haber intuido esa posibilidad al apostar con Hans, que se había reído en privado cuando acudieran a cambiarse para la fiesta de esa noche. Dos necios y tontos como ellos harían semejante despliegue de puerilidad.

El día acababa y esa acción de su hermana y cuñado la había irritado de sobremanera. No le molestaba perder, sino que un suceso tan infantil como ese se mofara de ella. Había querido resoplar al presenciar eso y no limitarse a apretar los dientes mientras su marido aguantaba su risa como el demonio que era —no dando una señal a la pareja para adivinar que les interesaba su reconciliación.

Lo peor de aquello recaía en que Hans no había intervenido, a pesar de ella insinuar que sí. Su malévola diversión era superior porque no había metido sus manos en el asunto.

Ahora no podía disfrutar debidamente su celebración en el patio del castillo (más grande que su salón), pues quería un último intento para ganar y seguía a tres personas, esperando que dos coincidieran juntas y la tercera estuviese cerca de ella para cumplir la condición de la apuesta.

Hans le había contagiado su competitividad y el suceso de ese mediodía la había hecho crecer aún más.

Un cambio en la melodía de los músicos le distrajo de sus tres objetivos. Escuchando el vals, miró a las parejas acomodadas detrás de la fuente, cerca de la puerta, dispuestas a empezar el baile.

Le encantaba los movimientos que hacían los participantes en esa danza, coordinando sus pasos y sus cuerpos para no pisar a sus parejas o golpearse entre sí, con una dificultad que no existía en las cuadrillas, las rondas o las polcas, que tenían un espacio limitado en la coreografía. Los valses vieneses obligaban a la gente a moverse de un lado a otro, girando con libertad en la pista.

Adicionalmente, la cercanía con los acompañantes añadía una distracción a lo anterior. Si eran muy afines e íntimos, tenían que evitar romper el decoro, cuidando no caer en la tentación de pegarse a la otra persona en público.

Era entendible que escandalizara a algunas multitudes.

Le había gustado haberlo bailado en su boda, una de las pocas veces que se presentara la oportunidad. Y había sido muy bueno, porque su compañero era fantástico bailarín.

¿O la atracción había ocasionado que Hans y ella se desempeñaran adecuadamente en el baile?

Inspiró y espiró. Nunca había creído que le apetecería esa actividad que implicaba contacto físico, pero al entrar la música por sus venas había sucedido una conexión con sus dotes artísticos que había anhelado mezclarse en ese animoso recreo.

Pendiente del baile, Elsa era ajena a los ojos verdes que la analizaban a unos metros de distancia, conforme el poseedor de ellos serpenteaba entre los asistentes de la fiesta para ir a ella, en los escalones de entrada del castillo.

Le producía coraje que nadie se diera cuenta de sus deseos o prefiriera ignorarlos. Recordaba su boda, cuando habían bailado el vals y se había percatado que a ella le gustaba bailar; no obstante, se privaba de la experiencia por la gente estúpida que la tachaba de bruja, o aquella demasiado respetuosa o temerosa para incluir a su reina en una sencilla actividad.

Al menos la vida se las cobraba todas.

Sin que Elsa lo notara se ubicó a su izquierda; solo le vio hasta el término del vals y el aplauso de los bailarines al grupo de músicos.

—¿Te has acercado a decirme que resta cuarto de hora para el veintiséis?

Él le guiñó un ojo.

—No significa que ganes la apuesta, quedará un mes para definir el resultado.

—Te aseguro que antes de pasado mañana se dirigirán unas palabras.

Era bueno para juzgar a los demás y generalmente acertaba con sus predicciones.

Ella arqueó ambas cejas con sutileza, indicando su desacuerdo.

—Me hiere, Majestad. Soy un experto en definir el carácter de sus súbditos —exageró con una mano en su pecho, cual adulador falsamente afectado.

Elsa frunció sus labios negando con la cabeza, guardándose su hilaridad.

—Míralos, tu hermana está ahí platicando rodeada de niños, y en la otra punta, a la esquina, está tu cuñado rezumando dolor en compañía de su reno. Hoy no será.

Ella entrelazó sus brazos frente a su pecho.

—Seré clemente y te acompañaré para que, en el imposible caso de que suceda, veamos su interacción juntos.

—Largo. No toleraré esa actitud. —Tosió porque los ojos de ella contradecían sus órdenes.

—Serán quince lentos minutos.

Sin embargo, no lo fueron. Apreciando con su esposa la fiesta organizada por ella, comentando aquí y allá, fue sorprendido por el gran reloj del pueblo anunciando la medianoche.

Los hombros de ella cayeron.

Él fue ganado por un bostezo, como si la hora incitara el cansancio.

—Un par de años más y ya no podré desvelarme tres días seguidos —comentó pestañeando con la visión húmida.

—No seas condescendiente conmigo —reprobó ella poniendo sus párpados en rendijas.

—Ni soñando. —Sonrió perverso. —Ayer nos dormimos muy tarde y tú te tomaste el privilegio de permanecer más tiempo en la cama esta mañana. Has descansado mejor que yo.

Los pómulos cincelados de ella adquirieron un tono bermellón, profundizando el color rosáceo que le daba el viento nocturno.

Se giró y Elsa lo hizo también, nuevamente seria.

—Debió agotarte ese pequeño recuerdo que tengo, uno que convenientemente ocultan los atavíos invernales.

La mirada zarca espió rápidamente a su cuello; luego su dueña se ladeó para atender el evento.

Él rió pícaro, imitándola.

—Bueno, verás que ganaré. —Se le escapó una carcajada percatándose de algo. —De hecho…

—No. ¡No! —masculló Elsa en voz baja atrapando lo mismo que él.

Kristoff cruzaba el patio hacia la ubicación de Anna, quien también esquivaba gente yendo a su marido. Sus pasos se veían más apresurados al fijarse que el otro se dirigía en la dirección opuesta.

Elsa no contuvo su expresión y Hans se sujetó el estómago riendo. El semblante de ella gritaba… ¿no podían haberlo hecho una hora o minutos antes!

La pelirroja y su esposo se detuvieron frente a frente, contemplándose en silencio.

Se colocó detrás de Elsa para posar sus manos en sus hombros y descansar su mentón en su clavícula. Ella no haría trampa, pero valía la pena asegurarse que no volteara —obvió que podía cerrar los ojos.

—Vamos, acaben de una vez —apremió entretenido.

Ella se estremeció y él se olvidó por un instante del empalagoso matrimonio. Le frotó los brazos sin un ápice de inocencia.

—Pueden estar callados. No han hablado —sugirió Elsa.

—Lo harán. Lamento que pierdas —expresó burlón alzando la ceja que ella podía ver.

Regresó su atención a la pareja; esta se hizo un gesto silencioso señalando la fuente, a la que fueron a sentarse. Ellos saltaron por la fría piedra.

Elsa gimió cuando Anna y Kristoff intercambiaron unas palabras indicando su equivocada elección de asiento.

O eso creía, porque no leía sus labios.

—Perdiste, Majestad —musitó al oído de su mujer.

Se apartó de ella y le tendió su mano abierta.

—Ahora, me cobraré la apuesta.

Ella estuvo por aceptar su mano, mas paró en último momento, frunciendo el ceño.

—¿Cómo sabías que…?

Dejó caer el brazo.

—Te lo explico, no creí que se hablaran antes del veinticinco, ni en Navidad, porque lo habrían sentido obligado y deshonesto gracias a la época. Después de la fecha, les movería el anhelo mutuo y una reconciliación no sería por los sentimientos de la fiesta navideña. Puse un límite a febrero porque ya para entonces les habría influido la desesperación.

Volvió a ofrecer su mano.

—Será maleducado retirarme —repuso ella serenamente.

Negó. —Ay, Skaði, me halagas. Vamos, bailaremos una polca.

Las cuencas oculares de ella se abrieron levemente, sin dejar de mostrar añoranza en la sorpresa. —¿Qué?

—Un gammel reinlender —replicó inocente, refiriéndose a la versión noruega del baile originario del Reino de Bohemia.

—No. ¿Tu premio será un baile? —preguntó ella calma.

—Es lo que se me ha ocurrido en este momento, esa era la condición. —Movió sus dedos invitando a que depositara los suyos arriba.

—¿Cómo? Ni siquiera debes de saber bailarlo. No has vivido mucho tiempo en el país y en el baile de mi coronación no se llegó a poder hacerlo, el gammel no es el mismo que bailaste con Anna aquella vez.

—La primera vez que lo tocaron esta noche observé los pasos, podré hacerlos. —Elsa resopló por su confianza.

—Pues yo no los sé, es complejo.

—Claro que sí, ya que tampoco te gusta bailar. —Sonrió. —Bien, un dobbel, es más sencillo.

Y no era el que bailara con Anna, ni uno que requiriera cambio de acompañante.

—Vamos, ¿o no tienes honor?

Ella irguió la cabeza.

Fingió ignorar que su brazo temblaba al elevarlo a él. —Gracias —dijo apenas sostuvo su mano—, es incómodo quedarse con el brazo extendido.

Elsa le otorgó una breve mirada de disculpa y él le dio unas palmaditas colocando su mano en la curva de su codo.

La cuadrilla que tocaban acabó en su camino a la pista.

—Mira, no pudimos ser más precisos. Concluyamos tu fiesta participando en un baile.

Solícito como siempre, Kai se acercó previniendo sus acciones; complacido, Hans le pidió que indicara a los músicos la siguiente y última melodía, y también que anunciara ese cambio al repertorio por el aumento de la ventisca y una posible tormenta.

Fue consciente que varios se asombraron al verlos caminar a la pista, y que muchos se lo pensaron dos veces antes de unirse también al círculo, pero ni él ni Elsa reflejaron una reacción ante eso, limitándose a hacer las reverencias iniciales.

Las escalas alegres del acordeón comenzaron y él apretó la mano de Elsa, colocada a su derecha.

A la unión de los demás instrumentos se movieron al compás del ritmo suave, dando pasos dobles hacia enfrente antes de tomarse las dos manos encarándose, para luego repetir sus acciones iniciales en la dirección contraria. Cuando les tocó cogerse de los hombros y brincar en círculos, él levantó sus cejas presuntuoso, haciéndola reír; a la vez, se mantuvo alerta y la sostuvo bien, porque el suelo se mantenía húmedo de la nevada de la tarde.

Regresaron a la posición inicial y empezaron de nuevo, nunca apartando sus miradas del otro, el verdadero objetivo de la pieza.

El baile era una repetición constante de los mismos pasos; avanzar sujetados de una mano, detenerse para tomarse las dos, ir hacia adelante en la rueda en sentido del reloj, hacer esos tres veces más y abrazarse de lejos girando; y habría sido monótono si sus ojos no se hubiesen quedado atrapados en el gozo de la mirada de Elsa, una grácil bailarina que estaba disfrutando en demasía haciendo esa actividad.

Valía la pena haber reclamado ese premio de su apuesta y no algo más carnal.

Después de un giro, la hizo rotar sobre su propio eje. Pese a ser desprevenido, ella se adaptó bien e irradió luz con su brillante vestido similar a pino navideño.

—¿Por qué has hecho eso? No es en esta danza —inquirió Elsa sin interrumpir sus movimientos.

—Me gusta poner mis propias reglas.

Esa vez ella rió en un tono audible para otros. Hans, cautivado, casi se perdió la falla de las parejas por prestar atención a tan raro acontecimiento de su reina.

Quiso burlarse de ellos; ese era un evento común en privado, que él disfrutaba siempre que oía. No le molestaba que estuviese seria; empero, no mentiría diciendo que oírla reír no le gustaba bastante.

Volvieron a girar en brazos del otro y su corazón se aceleró más cuando fue atrapado por las estrellas contenidas en los ojos de su esposa.

Respetando su secreta preferencia, manifestó afable: —Bailas muy bien para no practicar habitualmente.

Ella sonrió. —Gracias.

Tuvo la certeza que no solo era por el cumplido.


NA: ¡Hola!

La India dejó de llevar el nombre de británica con la independencia de ese país, pero fue después. Durante ese tiempo era una de las colonias sobre las que la Reina Victoria era "Emperatriz".

Para el baile, vi vídeos de reindenler. Supongo que esos fueron actuales y el que hicieron en Frozen era la versión antigua, pero no quise que bailaran lo mismo que Anna y Hans, y que tampoco repitieran su vals, tenía que ser algo distinto. El reinlender/la polca noruega surgió a mediados del siglo XIX, después de que el baile se originara en el Reino de Bohemia (nombre que tuvo una parte de la actual República Checa, desde el siglo XIII hasta la Primera Guerra Mundial). Pueden googlear "dobbel reindenler" y les saldrá una con ancianitos, me guié de esa XD, porque no estoy segura de haber expresado correctamente el baile (del cual los pasos son lo de menos).

El amor pone a la gente tonta... pudiendo pedirle que fuera a América y sale con el baile para hacerla feliz. Bueno, no me adelanto, antes están unas cosillas.

Primero, la clara diferencia de encontrarse bajo el muérdago esta vez, desde que platiquen cómodos en su ida al desayuno. ¿Ya para qué cuidan el decoro si Hans le plantó tremendo beso en el muelle a principios de año?

Siguiendo con eso, ¿el alcohol le sacó más cariñitos a Hans con Elsa? No, el pobre culpa a la bebida y es solo un idiota enamorado. ¿Y qué les parecen sus obsequios? Como imaginan, el regalo del primer año pueden portarlo y llevarlo con ellos a donde quieran, el del segundo es de una cosa que llevan en el corazón cuando no lo tienen con ellos (lo difícil para estos tórtolos serán los años siguientes ja,ja, qué bueno que comienzan a surgir muchos inventos de los 1890 en adelante. No les digo qué porque tengo más fics por escribir XD).

Y del final, Hans ya les explicó por qué Elsa iba a perder la apuesta. Anna ha soportado más los dos meses de silencio porque tiene experiencia. Y nop, para quienes aman el chisme como yo, ya dije que sabrán el motivo de la pelea cuando Kristoff esté bebido.

En fin, ¿pueden ver lo rápido que escribo los momentos románticos?

Besos y abrazos, Karo