Alex buscaba frenéticamente entre las pertenencias del departamento vacío Kara.

Lo que mantenía a su novia tan alterada era el miedo de no volver a ver a Kara y, por algún motivo, buscar un indicio imposible entre las cosas de la rubia era su manera de lidiar con todo lo que estaba ocurriendo.

Por unos minutos más Maggie se quedó apoyada en el marco de la puerta, hasta que Alex se llevó una mano a la frente y necesitó recostarse en el sofá. La detective le alcanzó un vaso con agua y aguardó unos segundos.

—Necesitas tomarte esto con calma.
—Debí saber que haría algo así. No sabe quedarse quieta y nunca ha tenido que pedir ayuda antes.
—Alex...
—¿No pensó en las consecuencias? ¿Por qué tiene que actuar tan impulsiva todo el tiempo? Ya no es Supergirl. No comprende lo difícil que es el mundo para los mortales.
—Alex, solo respira un minuto. No sabemos lo que está ocurriendo, no necesitamos agregar más preocupaciones.
—Estamos hablando de Kara. Es mi hermana —murmuró con la voz rota—. Quizá ella aún tenga dificultades para reconocer que sus poderes no volverán, que no es la heroína que solía ser, pero sigue siendo mi hermana. Y yo debía protegerla. Era mi...
—Ha crecido. No quieres verlo, pero no es una niña. Esto de la perdida de poderes es... un gran cambio para todos. Diez veces más para ella. Pero es Kara, sabe cómo sobrevivir. Tienes que confiar en que saldrá de esto viva.

Alex meditó las palabras de su novia con bastante pesar. No tenía la facilidad positiva de Kara, o la habilidad calmada de Maggie cuando sucedía algo potencialmente peligroso para alguien cercano. Ella tenía su intelecto y sus puños para hacerse paso de ser necesario, no había previsto tener que pasar por algo así en ningún momento próximo.

Asintió con el pasar de los segundos. Momentos después la puerta de entrada se abrió violentamente dando paso a una Lena agitada. Sus ojos ansiosos se fijaron en Maggie y luego en Alex.

—Sam. Sam la tiene.


—Repítelo. Desde el comienzo.
—Ya lo ha hecho dos veces, Alex, ha quedado cla...
—Lo he dicho. Habían sonidos extraños, no pude identificar nada, pero después de tantos años créeme que reconozco algo así. Sam ya no es precisamente el modelo más auténtico de persona, nunca lo fue. No confiaría nunca en alguien que crea lazos con Lionel.

Mi boca se secó con su mención. Aquel hombre calculador y terrible, lleno de sinismo y crueldad, conseguía arruinar mi vida incluso desde la cárcel. Sam no podía esperar que creyera que era una mujer diferente y arrepentida después de todo el sufrimiento que me había causado al hacer una alianza con él. Al ir a la cárcel a visitarlo y contarle mi vida.

Maggie se dirigió a mí.

—¿Parecemos estar ignorando lo de Sage, o es mi imaginación? No confiamos en Sam pero si habló en serio sobre que tu vida peligra deberíamos tomar medidas —me sorprendí, ni siquiera había pensado más de dos veces en esa cuestión de camino hasta allí. Maggie puso los ojos en blanco—. Tienes que al menos considerarlo.
—Kara es lo importante en este momento. Es ella a la que secuestraron.
—¿Y cómo planeas que la mire a la cara si algo te sucede? No seas tonta. Sabemos las tres que nada tendría ningún sentido para ella si tú no estás a salvo. Tienen conductas muy raras ustedes dos, todo el tiempo pensando en el bienestar de la otra sin cuidarse sus propias espaldas.
—Maggie tiene razón —afirmó Alex. Yo me sentía objeto de reproche frente a ellas—. Tenemos que ponerte a salvo.
—Chicas, en serio, les aseguro que todo...

El florero a dos metros estalló en el aire y lanzó por los aires cristal y flores en partes iguales. Las dos gritaron un «al suelo» muy sincronizado y me empujaron contra la alfombra en un instante. No sabía cómo actuaban tan alerta cuando yo ni siquiera comprendía la magnitud de lo que pasaba.

—¡Mierda!

Otro sonido mordaz hizo su curso veloz sobre mi cabeza y dejó un agujero prominente en el sillón. Luego otro más arriba. Y otro.

—Kara ama ese sillón —murmuré entre el terror y la confusión. Me asusté al percibir a Alex muy inmóvil a mi derecha y me arrastré para tocarla—. ¿Alex?
—No tenemos diez minutos. Ni siquiera sé si tenemos cinco. No, no vamos a quedarnos. Solo tengo conocimiento de un tirador pero ignoro que hayan más o... —me miró a los ojos y noté el celular—. Debemos salir.

Colgó bruscamente y entonces su mirada fue buscando, estudiando las opciones. Luego sus ojos cambiaron, medio alarmada empezó a buscar por Maggie. La vimos después de unos segundos, asomándose por la puerta nos hizo señas para que sin levantarnos saliéramos.

—No hay señales de más gente en este piso. Pero no sé cómo está la situación más allá de aquí —Alex asintió en reconocimiento. Sacó su arma y me observó con una preocupación que intentó ocultar pobremente—. Tomaremos la escalera.

Intercambió una mirada con Maggie y esta última inhaló.

—Será mejor que guíes tú el camino, tienes más experiencia en estas cosas —si Maggie tenía miedo de que no llegáramos con vida abajo no lo dejó ver. Las dos estaban siendo más valiente que yo, eso seguro— . Yo me quedo con Lena.

Alex no se lo discutió y se adentró en el pasillo sin hacer ruido. Maggie cuidó la retaguardia. Y yo... bueno, yo intenté no pensar demasiado en que tenía la peor suerte del universo y que en la siguiente esquina vería mi indudable fin.

A toda marcha nos echamos a andar. Pasamos del ascensor, cuyo destino marcaba el número de nuestro piso y atravesamos la puerta de las escaleras sin mucho cuestionamiento. Bajamos unos metros hasta que Alex puso la mano en alto y nos quedamos de pie en el rincón más oscuro, escuchando no sabía yo qué. Nos miró un segundo y entendimos que ordenaba que nos quedaremos allí. Maggie se inquietó mientras su novia desaparecía, sujetando mi brazo con demasiada intención. Iba a decir algo para tranquilizarla pero el forcejeo proveniente de abajo me hizo quedarme muy quieta.

Se oyó un gruñido y algo seco caer al suelo. Al rato una Alex agitada nos abordó deprisa. Sostenía un aparato en la mano izquierda.

—Comunicador. Si no reporta en menos de tres minutos vendrán más. Necesitamos correr.

No hubo tiempo para más conversación. Saltamos los escalones de dos en dos esquivando el cuerpo inconsciente del extraño. No tenía ya aire al cual recurrir al llegar al tercer piso, y no me gustó para nada la falta de ventilación en esos tramos tan infinitos.

—Necesito... un momento —pedí echándome sobre la pared—, respirar.

Yo no manejaba tanto ejercicio como ellas, necesitaba al menos un segundo para recuperar el aliento. Pero cada respiración costaba más que la atención. Hacía demasiado que no me alarmaba por tantas cosas al mismo tiempo.

—Debo llamar a Sam —hablé tomando otra bocanada de aire—. Kara sigue en peligro, lo que sea que planea Samantha... No puedo... permitir que le suceda algo a Kara.
—Tenemos que lograr salir de aquí antes. Pensaremos en eso después.

Me quedé viendo a Alex incrédula. No captaba cómo mantenía tanta calma con respecto al hecho de que su hermana estaba en peligro. Pero ella se estaba poniendo en marcha otra vez. Maggie, al contrario, golpeó suavemente mi hombro y lo que murmuró aturdió una gran parte de mi corazón. Algo olvidado hace tiempo en mí.

—Solo ten un poco de valentía, Excalibur. Y pasará.

Cambió de mano el arma, dándome su mejor sonrisa de seguridad.

Fue un antes y después en ese día. El antes donde estaba asustada hasta las entrañas y el después, dónde también, pero con el conocimiento de que era la maldita Lena Luthor y no me iba abajo tan fácilmente.


—A despertar, que no estás de vacaciones.

Un olor persistente me sacó de mi adormecimiento. No estaba en la cocina, ni siquiera en el departamento, sino en el asiento trasero de un auto. Me dolían las muñecas y la parte baja de la espalda, cortesía de las cuerdas y la presión. El hedor de ese vehículo que se denotaba por su poco uso y descuido me molestaba en la nariz, era penetrante y químico.

Cuando visualicé mejor mi cercanía, la que no era tanta, vi a dos sujetos sentados a cada lado de mí. La oscuridad no permitía mucho reconocimiento de las caras pero las siluetas eran enormes en comparación a mi reciente nuevo cuerpo delgado. Mis extremidades flojas sufrieron la tensión cuando uno de ellos se movió y presionó mi costado para enseñar un revolver. Sam esbozó una sonrisa complacida por el espejo retrovisor.

—Tus dos desmayos seguidos pedían a gritos un poco de aire, ¿verdad que sí? Resultó a tu favor que ya tuviéramos programado un paseo —se escuchó el clic de un botón y la ventana a mi derecha bajó escasos centímetros. Me vino bien el viento fresco en la frente sudada—. Uno de tus grandes defectos siempre fue ver villanos dónde no los hay. Podemos aceptarlo de Lionel, digo, es un sujeto malvado y sin corazón. No tendríamos ninguna conversación agitada para decidir aquello. Por otra parte, Kara, yo solamente busco mi final feliz. Soy capaz de amar, ¿sabes? No quieres reconocerlo pero puedo amarla.
—Amas la idea de sus millones, la comodidad —dije sintiendo las quejas de mi labio amoratado. El tipo a mi izquierda me sonrió con sus amarillos dientes—. Cuando te conocí eras una mujer con un nombre honesto, tenías tus importantes títulos. No necesitas a Lena para escalar más alto. Estás a tiempo de...

Sam sonrió al retrovisor y un bache hizo que golpeara mi cabeza con el techo.

—¿De qué, Kara? ¿Piensas que desperté ayer y decidí todo esto? Llevo esperando la oportunidad adecuada hace meses. No quisiste morirte cuando Sage explotó y se volvió loca al dispararte. No hubo posibilidad de infiltrarme dónde te tenían vigilada para curarte. Pero entiendo ahora que todo tiene su momento y su correspondiente motivo; no moriste, no pude deshacerme de ti antes, y ayer te metiste en mi casa por tu propia cuenta. Admite que tienes un grave problema, cariño, no valoras tu vida. Es un desperdicio —inhaló, satisfecha—. No es lo que Lena merece.
—No sabes qué merece. Y si fuera el caso, tú... tú seguirías sin serlo.
—Bueno, llegamos. Bájenla.

El suelo que mis pies tocaron era árido. Había viento, y pequeñas motas de polvo se alojaron en mis ojos con dolor. Miré atenta el espacio desértico en el que habíamos acabado. La ciudad se veía a lo lejos, desdibujada, y lo único próximo era un edificio en ruinas de tres pisos con las maderas rotas y astilladas, huecos negros en vez de ventanas y una pared de cemento que desde hace tiempo había tapado la puerta.

Trastabillé contra el matón a mi izquierda y él me empujó hacia el frente, forzando a que me enderezara y volviera a tragar polvo. Sam se dirigía al edificio y cruzaba la valla metálica destrozada. Caminó varios metros hacia el extremo derecho y se perdió en la esquina. La encontramos junto a un hueco de metro y medio, oculto por una tabla.

—Después de ti, Kara, princesa.

No tuve más remedio que hacer lo que pidió.

Fui yo la primera que debió subir las escaleras medio podridas, muy tentada a lanzarme por la ventana en el rellano pero muy consciente de que no llegaría muy lejos. Sam presionaba mi espalda baja con la punta del arma, guiando el camino. Hasta el momento no había visualizado mucho del primer piso; nada más objetos viejos descuidados y cosas inservibles amontonados.

El segundo piso contaba con más iluminación que la solar que atravesaba las ventanas; pequeños focos de poca fuerza colgaban carentes del techo sobre un escritorio y una silla alta. Más allá de ese haz de luz, la estancia podía ser casi idéntica a la de abajo.

Me quemaban los ojos cuando fui obligada a sentarme. No era el mejor momento para mis síntomas secundarios sobre la perdida de mis poderes. Un bolso resonó en el escritorio, levantando el polvo que me alcanzó al momento y me provocó un ataque de tos.

—Manejas mucha amabilidad este último tiempo, Samantha —dije luego de un rato de ahogo y agotamiento. Me ignoró e hizo una seña y el matón menos tosco acercó una botella a mis labios. Después de beber pasó un paño húmedo alrededor de mi rostro. Lo miré sin una pizca de gracia y él se marchó—. ¿Por qué no me dices lo que harás conmigo? Comienzo a aburrirme del misterio.
—Eras Supergirl. Mereces una salida triunfal.
—¿Qué?
—En el trayecto he estado pensando. Pensando en Lena sobretodo, en lo aburrido que sería soportar su depresión y todo el esfuerzo que conllevaría hacer que te olvide. Creía que ella era mi sueño, pero tenías razón, sus millones lo son. El dinero lo compra todo.
—¿Qué estás planeando? —me alerté demasiado, me chocó la convicción malvada en sus ojos y lo maniática que su mirada se tornó al sonreír.
—¡Estoy en su testamento, querida! ¡Seré millonaria!

Entonces, como si fuera la revelación más importante del universo y nada más tuviera sentido, se echó a reír con ganas mientras yo me aterraba con cada segundo por sus carcajadas estruendosas.
Paró de hecho, un segundo sin aire, tan solo para agregar a mi confusión;

—Sage... Sage se está encargando de eso. Dios mío, que fantástica historia de amor.


—¡Sigan corriendo! Ah, grandioso. ¡Equitativa tu metralleta, infeliz!

Llegado ya a las afueras del departamento sin un rasguño, lo único que quedaba era seguir corriendo sin mirar atrás. Pero Alex se había quedado atrapada detrás de una camioneta y le llovían los disparos desde el techo y el extremo frontal de la calle. Con Maggie no deseábamos por nada largarnos sin ella.

—¿Por qué siguen aquí? Corran, no paren —gritó hacia nuestro escondite que consistía en un callejón estrecho y lleno de barro. Maggie estaba particularmente más alterada.
—Yo te cubriré y tú tomarás la oportunidad. A la cuenta de...
—Maggie, cariño, cállate. Es una distancia de cuatro metros —la mujer a mi lado se tensó, lo había previsto también—. Por favor, váyanse.
—Alex, no puedo dejarte aquí —murmuró Maggie con una voz que no sonaba suya. Un disparó marcó la pared cerca de nuestras cabezas.
—¡Vete ya! Tienes que salvar a mi hermana, por favor. Debes encontrarla. Puedes hacerlo.

Más disparos llovieron contra el auto, no tardarían en avanzar los extraños armados a nuestro sector.

—Estaré bien, las alcanzaré —masculló Alex cambiando el cargador de su arma. Se pasó la mano por el cabello y asintió frenéticamente en nuestra dirección. El estado absorto de Maggie fue desapareciendo, pese a la inquietud extrema de su rostro. Tragó y su pecho tembló cuando tomó aire.

Sabiendo yo que no se podría mover por su propia cuenta la fui arrastrando hacia atrás, por el callejón que se volvió un pasillo incómodo de atravesar. Los disparos se escucharon con claridad un rato muy largo en el que no estuve segura hacia donde me movía. Entonces Maggie volvió un poco en sí y sujetó con fuerza el arma. Visualizó la salida a la que habíamos llegado después de un par de desviaciones, miró todas las posibles opciones y entonces con un golpe de la culata rompió el vidrio del auto más próximo.

—Hay que salir de esta zona ya mismo.
—Seguro, vaquera, no dudo de tus decisiones —repliqué levantando un momento las manos en defensa. Nos encerramos dentro mientras ella forcejeaba con los cables del tablero, creí entonces en mi deber de darle un poco de esperanzas—. Sabes que saldrá de esta, ¿no?
—Con todo respeto, Lena, no todas las lesbianas tenemos tanta suerte como ustedes.

No me molesté, pero me hizo pensar de nuevo en que Kara podría estar con un pie en otra vida. O de por sí ya haberla perdido para siempre. Cuando el auto encendió me esforcé por mantener la calma. Habíamos dejado a Alex atrás, no sabía si volveríamos a verla, pero las dos entendíamos que no había regreso a esa balacera.

—Ha sido un camino muy largo —murmuré en la penumbra, en lo que Maggie aceleraba.
—¿No te me pondrás sentimental justo ahora, verdad?
—Solo quiero a Kara de regreso. Y tú volverás a tener a tu novia junto a ti como siempre —había algo en esa declaración, una sospecha de que ese día podría significar la perdida de una de ellas dos. Pero no fue buena idea considerar las probabibilidades—. ¿A dónde vamos exactamente?
—En primer lugar intentar que no nos sigan, entonces...

Una sacudida me envió hacia la derecha causando que mi cabeza rebotara con fuerza contra la ventanilla. Maggie estaba concentrada en el volante y en evitar que chocásemos con algún edificio en lo que enderezaba el automóvil. Me froté con cuidado la cabeza y me asusté al percibir la humedad caliente que se hacía su propio camino sobre mi frente en un hilo fino.

—Mejor ponte el cinturón —dijo Maggie con aspereza.

Tardé cierto tiempo en ubicar la tira y unirla en el lado lateral. Me volví a limpiar la sangre y forcé mis ojos a través de la calle detrás nuestro en dónde nos habían chocado. No habían autos a la vista.

—¿Sabes, Maggie? Definitivamente no quiero morir hoy —murmuré consternada. El ataque próximo sería inminente, ella también lo sabía y por eso verificó el retrovisor por cuarta vez antes de acelerar.
—Sí, muchos animales por adoptar aún —aseguró metiéndose de lleno en un callejón que con suerte nos permitía pasar. Llegamos al otro lado, volvió a pisar el acelerador—. Mis vacaciones las quiero con todo incluído, sin quejas.
—Todos nos iremos un tiempo de este lugar maldito, te lo aseguro.
—¿Cómo sigue tu cabeza?
—¿Eh... ? Ah, sí, sí... Bien, solo unas leves pulsaciones.
—¿Lena? Oh no, no te desmayes justo ahora. ¡Lena!


No faltaba mucho para el anochecer. Todo sería más difícil cuando el sol se escondiera y la oscuridad se hiciera paso. Un poco quizá tenía que ver que durante años el sol amarillo significara todo eso que me daba mis poderes. Todas mis fuerzas, lo que Supergirl podía hacer día tras día, cada parte de lo que había sido era producto de esa luz que en menos de una hora se perdería también en el horizonte. La idea me generó náuseas por mucho que yo supiera que el sol ya no hacía nada por mí.

—¿Qué te tiene tan melancólica?

Se trataba de Sam. Se había marchado diez o quince minutos atrás y las carcajadas de sus matones en el piso de abajo eran la compañía indeseada que me tocó. Cualquier intento por soltarme de las cuerdas o buscar la forma de escapar era inútil. Me faltaban fuerzas, me sentía inútil y desgraciada.

—No estoy de humor para verte justo a ti —espeté sin ganas.
—Claro, señora, discúlpeme —exageró con una odiosa sonrisa—. Quizás tenía deseos de saber cómo sigue su amada.
—¿Qué hiciste con Lena?
—Yo nada en lo absoluto, pero Sage me ha estado manteniendo al tanto. Lena y tu amiga, esa... esa estúpida policía son como brillantes cucarachas. Escapando por los pelos. Pero no faltará mucho para que las alcance. Sage está muy determinada, ya sabes como son las ex novias despechadas. Es cuestión de minutos para que me vuelva exquisitamente rica.

No poseía suficientes fuerzas para burlarme de lo estúpida que sonaba, o de cómo su plan no resultaría. Lena era mucho más que inteligente. Y si estaba con Maggie tenían aún más posibilidades de escapar de lo que sea que corrían peligro. De igual manera me sentí empequeñecer, la acidez se estancó en mi garganta: Alex habría estado con ellas sin importar qué.

Al ver Samantha que yo no me disponía a discutir, entrecerró los ojos.

—¿Ni siquiera una pizca de felicidad para mí? Habríamos resultado muy buenas amigas tú y yo. Luchando contra el crimen —exclamó demasiado emocionada, los ojos le brillaron con placer. Descubrí que no solo estaba disfrutando cada segundo con todo su ser, pero también que Sam no tenía retorno. No había regreso de algo así—. ¡Anímate, Kara! ¡Todos estaremos muy contentos pronto!
—Eres patética.

Sam dejó de moverse con tanto dramatismo pero su sonrisa no flaqueó. Mis ojos se cerraban cada cierto tiempo por sí solos, los brazos no los sentía gracias a las cuerdas y mi cabeza dolía con tanta furia que comenzaba a desear quedarme dormida.

—Repítelo —susurró bajando a la altura de mi cabeza. Mantuve mi pobre visión en ella.
—Eres patética y me das lástima. Nadie va a quererte jamás, nadie va a mirarte con verdadero amor —el odio reprimido desde hace tantos años, lo que nunca tuve intenciones de sentir ni experimentar, se escapaba de mis labios con dulzura y claridad. Dejé salir todo ese antiguo rencor—. No eres nadie y no lo serás jamás. No más que una pobre y desesperada mujer sin corazón. Ni todo el dinero del mundo cambiará lo podrida que está tu alma. Tú ya estás condenada.

Sam deseó golpearme al instante, lo noté. Como su cuerpo tenso se esforzaba por mantenerse quieto y sus puños aún más a los costados. Su rostro enrojecido se alejó del mío, con furia, con puro desequilibrio. A decir verdad hubiera optado por los golpes. La gloriosa siesta oscura que me evitaría tener que estar alerta, dolorida, o sufrir del asco de oír su voz.

No me hacía sentir más feliz el haber dicho aquellas cosas a su cara, en realidad no sentía nada en lo absoluto.

Pero Sam terminó por reaccionar. No tenía esa sonrisa vanidosa de hace momentos, su expresión no transmitía nada mientras del bolsillo derecho de su chaqueta sacaba una pequeña caja rectangular. La abrió, dejó caer la tapa y tomó en su mano un aparato negro. Lo sostuvo con afecto, girando en mi dirección el lado opuesto. Había un botón cuadrado bajo la minúscula pantalla apagada.

—La última hija del famoso Krypton —dijo sin sonreír, el matiz de repulsión fue muy claro—. Cerca de morir tal como debió hacerlo en un principio, aunque dudo que tus padres hayan volado en mil pedazos con la misma expresión lamentable y penosa que tienes ahora. ¿Dónde quedó tu valor, Kara Zor El? ¿A dónde fueron tus esperanzas?

No quise oír. Me dolieron los ojos, como agujas picando una y otra vez sin fin. Agaché la cabeza y mi instinto fue querer frotar el ardor, alejar el imposible calor inhumano de mi visión. Pero tenía las manos atadas y era una tortura sentir que el interior de mi cabeza se estaba fundiendo lentamente. Empecé a quejarme cada vez más alto.

—¿Qué es ahora, Kara? —escuché en alguna parte decir a Sam. Mi estado repentino de agonía le devolvió el buen ánimo—. ¿Sientes dolor? Mejor así. Sufre tanto como me hiciste sufrir a mí.

El calor detrás de mis ojos tuvo un pequeño estallido invisible antes de extenderse hacia mi cuello y bajar con creciente dolor por mi columna. El sol que con calma se disponía a ocultarse iluminó con elocuencia mi rostro, quizá el universo se burlaba también de la pobre situación irremediable en la que estaba.

El miedo se hizo una cosa densa en mis entrañas, se convirtió en algo tan insoportable de tolerar que estuve a punto de vomitar si no fuera porque era turno de mis brazos para sentirse más débiles de lo que ya eran. El temblor alcanzó mis dedos, se hundió en mis huesos, como si estos fueran una pasta gelatinosa. No comprendía el dolor, no lo entendí ni cuando Sam se mostró harta de mi estado y golpeó mi rostro con su puño.

Sirvió para que la corriente de tortura se concentrara en mi cara de nuevo. Cerca de volver a desmayarme como estaba, de no sentir el resto de mi cuerpo, me dejé llevar por la cálida sensación de los suaves rayos del sol. Con los ojos cerrados y una preocupación que no se iría, tuve un instante de paz al escuchar la voz dulce y serena de Lena, como una vibración tan lejos de mí que el corazón se me quebró.

—¿Te has quedado dormida ya? —una pausa para verificar desde más cerca. Un beso dulce en mi frente—. Buenas noches, Kara.

Sin esfuerzo perdí la conciencia.


—¡Lena! ¡Hey, despierta!
—¿Que... ?
—Tienes que volver, vamos. Abre los ojos.

Todo temblaba, como si fueran a tragarme las paredes en cualquier instante y no supiera por dónde escapar. Abrir los ojos era una gran idea, fantástica, así que al hacerlo descubrí que seguíamos dentro del auto y nos seguían dos camionetas. Me llené de terribles panoramas, y en todos nos iba mal.

—Me duele la cabeza.
—Fue un golpe poderoso, compañera —medio gritó. Otra sacudida casi me despide hacia delante—. Nos conformaremos con pensar que no fue grave. Ahora necesito tu ayuda para...

De suerte estaba bien sujetada con el cinturón, o habría recibido otro impacto. Nos habían golpeado desde atrás nuevamente, con más furia. El auto robado estaba resistiendo pero no tenía la seguridad de que fuéramos a tener la misma suerte en la siguiente embestida. Era mi turno de pensar una solución.

—Tomaremos la... la calle principal —indicó Maggie seguido de una palabrota hacia el retrovisor.
—No, no. Dobla en la siguiente, tenemos que volver.
—¿Qué dijiste? No, estás loca. ¡No podemos regresar! Nos están acosando desde atrás, ¿recuerdas? No contaremos con otra oportunidad si nos...
—Hazme caso, ¿quieres? Tenemos que llegar a CatCo cuanto antes. Dobla... ¡Ahora!

La duda fue cuestión de un segundo. El auto se sacudió bruscamente pero se internó con rapidez en la calle en contra mano. Maggie volvió a mascullar otra serie de delicadas alabanzas al taxi que casi estrellamos de frente. Uno de nuestros perseguidores no corrió con la misma fortuna. Evitando el taxi la camioneta más cercana acabó atascada bajo la lluvia de una boca de incendios.
Maggie lanzó un golpe seco, alegre, al volante a la par que su optimismo se recargaba despacio en su semblante. Contuve mis expectativas a raya, controlé la ligera emoción de recibir una leve victoria porque al fin y al cabo aún teníamos una camioneta detrás.

El otro coche había recuperado su velocidad luego de perder segundos importantes evitando la colisión de su compañero. Se acercaba peligrosamente pero sin duda a Maggie le había revitalizado tener igual de condiciones. Siguió esquivando los autos de frente, como en un juego de video, a la perfección. No tardaríamos en ver CatCo en tan solo algunas calles más adelante, era cosa de unos latidos, solo unas respiraciones largas más y...

Mi celular me tomó desprevenida en alguno de los bolsillos de la ropa.

—Sam —murmuré al contestar. La tensión se atascó en mi estómago, mantuvo mi cuerpo temblando de nervios—. Déjala ir.
—Ah, que decepción, creí que realmente confiarías en mí.
—No confiaría nunca en alguien que me vendió a Lionel sin pensarlo dos veces. Me mentiste, fuiste a la prisión a contarle todo de mí, cada maldita cosa —noté que la camioneta ya no nos seguía detrás. Maggie frunció el ceño con preocupación—. No podías en serio creer que no me daría cuenta de que tú la tienes secuestrada. Ella no tiene nada que ver con esto, Sam. Es entre tú y yo. Por favor.
—Me abandonaste. ¿Recuerdas? Solo bastó con que ella volviera para que perdieras la cordura. Para que me dejaras de lado. ¿Has olvidado ya lo qué te hizo? ¿Cómo te mintió y se largó? ¡Debió morirse en ese estúpido planeta! ¡Debió hacerlo cuando Sage le disparó! Créeme, Lena, no tendrá una tercera oportunidad cuando estalle por los aires.

La llamada se cortó abruptamente, casi mientras llegábamos a CatCo. Maggie tuvo que rodear el auto y sacarme a rastras para que volviera a la realidad y recordara mi objetivo. Sacudí la cabeza, la sentía pesada producto del golpe. Entramos. Volví en sí, le expliqué rápidamente la conversación a Maggie mientras tomábamos el ascensor. Las dos veíamos el número en rojo con ansiedad.

—Si no la matas tú, lo haré yo —susurró fríamente.

Esa oscuridad no la había visto jamás, desprecio intenso que brotaba de su expresión. Yo no haría nada contra esas emociones, por todo lo que sabíamos Alex podía estar muerta. Kara podía estarlo también.

Las puertas se abrieron un piso debajo de mi oficina. Maggie levantó el arma en alto, verificó los alrededores y casi corrimos hacia donde indicaba.

—Dime de una vez qué buscamos, ¿quieres? —preguntó. Toda esa planta estaba demasiado en silencio, era extraño. Atravesamos un pasillo y le indiqué el siguiente.
—Todos en CatCo utilizan el mismo teléfono celular. Lo diseñé yo hace años, tiene todas las herramientas de vital importancia de la empresa y cada uno se adapta a su usuario. Sam pasó por alto ese detalle al llamar, su número está grabado y coincide con mis dispositivos —Maggie se detuvo, yo hablaba de memoria, demasiado acelerada. Temí que me diera un abrazo ahí mismo.
—Eres brillante, Lena.
—Estoy segura de que dejó en su oficina el procesador gemelo de su celular. Todos recibieron uno hace poco, en unas semanas necesitaría un recambio luego de tantos años, el proceso era fácil y manual. Si llego a él podría rastrear la ubicación de Sam en un instante.
—Joder, apenas acabemos con esto te juro que...

El estruendo de balas provenientes del final del pasillo la hizo callar. Saltamos a cubierto por los pelos, aunque con horror descubrí un pestañear después que a Maggie le habían alcanzado. Se me subió el corazón a la garganta y por instinto quise acercarme, sin embargo nos separaba el corredor por donde se acercaba el sujeto que nos quería muertas. Maggie gruñó entre dientes.

—No es nada más que un rasguño, estoy bien, estoy bien —dijo con voz entrecortada por la agitación. Sonrió a medias, alzando un pulgar. No sé si con el fin de calmarme a mí o a ella. Miré menos de un segundo por el pasillo y el disparo que pasó volando frente a mí fue una indicación suficiente de la situación. Inhalé, pensando en mis opciones. Maggie se me adelantó—. Bueno, no podrá con las dos al mismo tiempo. A la cuenta de...
—¿Qué? No digas tonterías, cállate —le corté. La preocupación se mezclaba con miedo y ansiedad y toda la maldita lista de sensaciones siniestras que experimentaba. Me palpitó el golpe en la cabeza.
—No podemos retroceder, nos habrá matado a las dos antes de que lleguemos a la siguiente sala. Tú eres demasiado valiosa ahora mismo como para echar todo a perder y yo puedo distraerlo.
—¡Deja de decir estupideces! ¡Nadie hará nada! —otra bala se disparó en el corredor, caminaba excesivamente lento, como un desalmado matón que juega con su presa. Pero igual estaba a pocos metros.
—Lena. Por favor. No quiero fallarle dos veces a mi mejor amiga —brotaba necesidad de ese tono, lamentaciones y resignación sobretodo. Todo indicaba que Alex podía haber muerto segundos después de irnos y entendía el modo en que Maggie no se podía deshacer de aquella emoción. No facilitaba en absoluto el siguiente paso. Ella verificó su pistola, se removió con dolor hasta quedar en pie y puso todas sus pocas fuerzas en sujetar bien el arma. Asintió—. Hazlo bien por mí, Lena, y no mires atrás. Dile que es la mejor amiga que he tenido nunca.

Contó hasta tres justo cuando el brazo del robusto hombre asomó del pasillo. Maggie saltó con todo su peso sobre él y aproveché su distracción. Corrí tal como dijo, ignorando el forcejeo y los disparos que resonaban cruelmente en mis oídos. La puerta estaba allí, a pocos segundos. No tardé en saltar dentro y cerrar de un golpe, tenía lágrimas a punto de salir, el corazón hecho trizas de la preocupación y la angustia. Pero no podía quedarme de piedra toda la vida.

Di manotazos temblorosos a la pared hasta ubicar el interruptor. Cuando la oficina se iluminó, no fue sorpresa lo que me invadió primero. Fue real e intranquilo odio. Era de esperar que Sage estuviera ahí. Un último disparo se escuchó al segundo siguiente, provenía de afuera y le sacó una sonrisa a la mujer en frente de mí.

—Al fin tengo el honor de verte otra vez, Lena —saludó con gracia, como si nunca nada hubiera pasado desde su llegada—. Te diría que me asombran las malas decisiones de tu novia pero sabemos cómo es en realidad. No sabe hacer nada bien.
—¿Por qué, Sage? ¿Por qué causar tanto dolor?
—Ella lo causó primero —masculló, su cara desfigurada por el resentimiento—. Los restos de su nave, su llegada... Mató a mi familia. Destruyó todo lo que amaba.
—No fue su culpa. ¿Cómo podría serlo?
—A Sam y a mí nos une la misma cosa. La noción de que su regreso arruinó nuestras vidas. No podrías entenderlo, Lena, estás totalmente cegada. Enamorada de una mentirosa cobarde —di un paso hacia ella, estaba parada detrás del escritorio se Sam. Sacó a la luz un arma que pese a detenerme no me asustó.
—Evita hablar de ella de ese modo, Sage.
—¿Calienta tu sangre de odio, acaso? —inquirió sonriente—. No comprendo tu obsesión Lena, no cuando cada beso que tenía que darle me provocaba ganas de vomitar. Cuando tenía que hablarle en un tono tan suave y humillante. Todo por ganar su confianza. Dar a conocer su identidad sería mi mayor logro en la vida, matarte y saber su dolor significaría la cereza del postre. Fue un obstáculo que Sam tuviera planes diferentes —añadió rascando su sien con la punta del arma—. Sus deseos de poseerte son tan enfermizos, ¿cómo no los percibiste con antelación? Jugó muy bien contigo. No encontrábamos la manera de que nuestros planes no chocaran: ella quería matar a Kara para ser la venda que cubriera tu dolor, yo deseaba matarte a ti para que la desagradable heroína sufriera cada día de su vida como yo lo hago por su culpa.
—Vaya planes estúpidos, no me sorprende que les haya ido mal.
—Oh no, Lena, sí cometiste un error al venir aquí. Sam replanteó recientemente sus decisiones, fue un grave error poner su nombre en tu testamento. También me advirtió de que podrías rastrearla, imagina mi placer de venir a esperarte. Tan predecible como cualquier Luthor.

Empezó a mover el arma hacia arriba en lo que se acercaba y quedaba plenamente frente a mí. Sage estaba llena de odio, de emociones a punto de explotar. No era una mujer a quien sería prudente importunar.

—Hay algo que debes entender de mí, Sage.
—¿Sí? ¿Y qué sería?
—Que estoy muy cabreada y tú eres la última persona que debería estar a solas conmigo.

Empezó a esbozar una pequeña sonrisa que no duró. Me avalancé hacia Sage de un modo tan desprevenido que no pudo reaccionar a tiempo. Su pistola disparó hacia el techo, terminó en el suelo detrás de nosotras y aproveché su restante conmoción para propinarle un golpe seco con la palma de la mano, justo bajo su nariz. Sage quedó aturdida al instante, llevándose las manos a la cara y tropezando con el escritorio hasta caer contra la pared detrás. No dudé en coger su arma, apuntarle en la espera de que intentara algo, pero había dejado caer la cabeza y no se movía. Respiré.

Rodeé el escritorio por el otro lado, Sage siguió inconsciente mientras yo abría los cajones y encontraba el dispositivo de un dedo de longitud. Lo conecté al computador suspendido, este volvió a la vida y reveló en su pantalla un recuadro rojo. A pesar del miedo de salir afuera y encontrar lo peor, de todas las posibilidades que implicaban llegar tarde y no salvar a Kara, encontré los comandos necesarios. Los escribí a las prisas pero con seguridad de lo que hacía. El proceso me tomó tres minutos, otros tres en darme resultados.

El código que se mostró separado por letras verdes en el recuadro me envió a una página web. Un mapa. Con un símbolo circular sobre lo que tenía toda pinta de ser algún desierto. Uno en las afueras de National City. Sam podía saber que yo estaba al tanto, haber hecho de las suyas y enviar el móvil lejos de la verdadera posición de Kara. ¿Pero qué otra cosa tenía?

Guardé la ubicación en mi teléfono y, dando un último vistazo receloso a Sage, me enfrenté a lo que había al otro lado de la puerta.


Un líquido, agua descubrí, mojó mi cara para traerme a la realidad.

Sam apartó el cabello de mi frente, yo temblaba por el repentino frío, mi piel se había erizado y no encontraba cómo entrar en calor en esa sala tan vacía y de ventanas abiertas. ¿Por qué helaba tanto? No había estado inconsciente durante demasiado, el sol todavía no se ponía pero no tenía ya la suerte de recibir sus rayos cálidos. Me deprimí aún más, no podía recordar cosas de vital importancia que sabía que necesitaba no olvidar.

—Sage no se reportó como debía hace diez minutos, ni sus matones —me comunicó sin darle importancia, mirando la hora. Su teléfono parecía estar junto a una de las cajas más allá del centro de la habitación, roto. Volvía a tener el artefacto con el llamativo botón. Podía ser una trampa, algo para asustarme, pero por otro lado... —. He asumido que sus planes de quitar a Lena del camino fracasaron. A estas alturas no me preocupa a gran escala, tendré que encargarme yo misma si en verdad deseo ese dinero, ¿no es así? Eso implica apresurar nuestros planes, mi entrañable Kara.

Un momento de alegría interna por saber que Lena había tenido una oportunidad contra Sage, que estaba a salvo. Pero la realización de lo que pasaba y lo que estaba en riesgo me golpeó de repente. No podía dejarla ir y permitir que llegara a ella. Miré directamente al sol amarillo, inspiré con pesar, deseando que hubiera más tiempo. Con mis poderes, con Lena. Con todo lo demás.

—Te ves más estúpida de lo habitual. ¿Lo sientes mejor ahora, verdad? ¿El final? Sí, es terrorífico. Algo oscuro y ruin de lo que no puedes escapar —volvió a mover mi cabello, corrió un mechón de mi visión y sonrió con esa amabilidad absurda que, hace lo que sonaba como una eternidad, empleó al conocerme. Me provocó náuseas—. Todo estará bien, Kara. Hay cosas tan difíciles en el mundo ocurriendo... no podrías hacer nada por evitarlo por mucho que te fueras de aquí con vida. ¿Entiendes? Eres un despojo, no más que restos inservibles. ¿A quién podrías salvar tú?

La miré a los ojos aunque los míos se sintieran tan débiles, aunque no tuviera ninguna fuerza más en el cuerpo y sus palabras dolieran con verdad. Ella no podría saber jamás lo que el amor real significaba. Lo que implicaba querer sin esperar nada más a cambio. Yo lo había tenido a pesar del dolor y estaría eternamente agradecida.

Sonreí, un momento vago en el tiempo cruzó por mi mente. Hace más de seis años en un baile Lena se había quitado una máscara, habíamos bailado, habíamos reído. El recuerdo me azotó con felicidad, como un viejo amigo perdido ofreciendo un último abrazo. ¿Qué tenía yo para ofrecer ahora? Sam pensaría que nada, no más que deshechos y humillación. Olvidaba que lo verdaderamente importante residiría por siempre dentro de mí y nadie, mucho menos ella, me lo quitaría jamás.

—¿Qué te divierte tanto, morirte?
—No, Sam. Estoy feliz. Tuve la oportunidad de enamorarme y que me amen con la misma intensidad —ella pudo haberme golpeado, pero el desconcierto por mi nuevo arrebato extraño la detuvo. El sol procedía a ponerse, su calor me bañó, besó mi piel amablemente alejando el frío. Bien, no sería un final helado—. Fue un muy buen viaje. Es una pena que no lo hayas disfrutado.

Me lancé hacia adelante con el impulso de todas mis emociones. Sacudí el dolor, la alegría, cada una de mis penas y mis culpas. Me aproveché de los recuerdos, los que me sacaban lágrimas y los que hicieron alguna vez explotar mi corazón de felicidad. Estaba aún atada a la silla mientras me avalancé sobre el cuerpo de Sam, empujé con todo de mí y cuando caímos el dispositivo rodó hasta la ventana. Yo forcejeaba sobre ella, en una pose confusa, mientras la madera pegada a mí comenzaba a romperse por los bruscos roces. Me estaba ganando tantos golpes yo misma que no tardaría en perder esa fuerza en los movimientos acelerados. La mujer debajo de mí, bajo los grandes pedazos de madera que intentaba alejar de entre nosotras, reaccionó y gritó en dirección a los hombres que llegaban por las escaleras a ver qué era el alboroto.

—Yo me encargo de esto, vayan a CatCo, busquen a Lena. ¡Vayan a matarla!

Me paralicé, me subió el terror otra vez hacia la boca. Negué frenéticamente, volví a temblar y dirigí los ojos con pánico hasta el aparato a pocos metros. Sam debió comprender, lo vio en mi cara y en la consecuente determinación de deshacerme del peso de la silla rota que me tiraba hacia abajo. Conseguí quitarme los restos en segundos, solo para sentir las manos fuertes de Sam apretar con furia mis brazos.

—No, no, tú no irás a ninguna parte.

Aturdida por el peligro que Lena corría, embriagada de pánico creciente, ni siquiera escuché por completo. Mi vista solo miraba aquel objeto tan cercano, si solo... Me sacudí como una maniática de su agarré, creo que mi antebrazo hizo contacto con alguna parte de tu cara y fui libre un breve instante.

Fue todo lo que bastó.

Me arrastré tan rápido como fui capaz, Sam ya no pudo atraparme y el tiempo se detuvo tan pronto como supe que había pulsado el botón con la yema de los dedos.


El pasillo vacío fue el camino más largo que había tenido que recorrer en mucho tiempo. Sentí que me demoraba años en llegar al otro lado, alzando con fuerza el arma que le había quitado a Sage, me llevé un susto de muerte al ver el cuerpo de Maggie en la esquina del corredor. Abrió los ojos perezosamente y a duras penas supo cómo sonreírme a través de los golpes y la herida en el hombro.

—Perdona que no haya podido auxiliarte, puede que mi conciencia se hiciera polvo cuando lo maté —dijo con amargura, indicando el cuerpo inerte del tipo a pocos metros—. Pero llamé a los refuerzos antes de desmayarme, no creo que tarden demasiado... —con el brazo sano señaló en dirección a la puerta al fondo, frunció al ceño al vislumbrar la figura inconsciente de Sage. Su cara se ensombreció.
—Está viva. Y sé dónde está Kara —informé ansiosa, tenía que correr pronto—. Tengo que ir, Maggie.
—Sí, sí. Ayúdame a ponerme en pie.
—No. Yo debo ir —me arrodillé segundos vitales, pero era importante—. Debes asegurarte que ella siga aquí cuando la policía venga. No tengo a nadie más en quién confiar, Maggie.
—Pero Kara... No puedes hacerlo tú sola.
—Sage tiene que pagar y lo hará —con rapidez envié la dirección del lugar que marcaba el teléfono de Sam al móvil de Maggie—. Envía policías ahí. Estaré bien, todo estará bien.

Asintió confundida, probablemente más por el dolor que por lo que decía pero lo hizo. Me puse en pie, apreté en mi mano las llaves que había encontrado en el escritorio de la oficina y comencé a correr. Escuché un grito de ánimo por parte de Maggie, mientras doblaba el corredor.

—¡Eres brillante, Lena, nunca lo dudes!

La marca en el mapa no estaba tan lejos en auto. Si no quitaba el pie del acelerador llegaría en menos de diez minutos. Con algo de habilidad para nada desarrollada, en nueve. Pero igualmente eran muy largos e infinitos minutos que no pasarían mucho más rápido. Atravesé la calle principal con tanta brusquedad que el carro bien podría haber salido disparado hacia cualquiera de los edificios. Respiré, tomé varias bocanadas de aire mientras mantenía mi mente concentrada y en su sitio. Llegaría. Tenía que hacerlo.

Empezaron a escucharse sirenas provenientes de CatCo, algunas más cercanas. Maggie habría enviado refuerzos de inmediato, yo igual no pretendía aminorar mi velocidad. Cada segundo era tan valioso que el corazón me daba vuelcos y latía con inquietud en todo semáforo que cruzaba. Debía alcanzarla, salvarla del modo en que ella lo había logrado. Como había salvado a todos.

Doblé la siguiente esquina, una calle menos concurrida. No podía acelerar más, en sí era un trabajo concentrarme del todo cuando podía embestirme cualquier vehículo al andar a tal velocidad. Logré ver a tiempo una camioneta de frente, que daba marcha atrás, antes que frenar decidí lanzarme a una maniobra que casi no me dejó contarla. El costado del auto rozó con violencia la camioneta al esquivarla, escuché a medias un insulto pero aceleré, con más insistencia. Más determinada.

Salí de la ciudad finalmente.

Estaba asustada, no, lo siguiente a eso. Por completo aterrorizada de que el tiempo jugara en mi contra. Lentamente empecé a culparme de no pensar antes una solución, no recordar que podía rastrearla, apreté con violencia el volante en vez de golpearlo como deseaba. Deshacerme de esa rabia triste, alterada. No sabía qué haría si...

Divisé una casa en la lejanía. Como una mancha puesta a propósito en medio del terreno desértico. Estaba conteniendo el aire, odiando lo despacio que el vehículo avanzaba por el camino rocoso, sufriendo debido al calor concentrado en mi rostro y por el sudor de mis manos.

Apresada por el condenado pánico como estaba no fui consciente de que una patrulla estaba avanzando por la derecha a toda velocidad. Quizás ellos podían llegar antes, tal vez con suerte era una oportunidad mejor para Kara. Pero no hacía la sensación menos difícil.

Otra patrulla apareció detrás, a la izquierda. Por el retrovisor creí ver señas de que me detuviera, que me hiciera al lado quizás, pero como atraída por el cada vez más cercano edificio volví la vista a esa construcción medio desecha: salían dos personas del lado derecho, hombres de complexión gruesa que no llegaron a subirse al auto estacionado a tiempo.

El sonido lo oí en cadena.

Primero como algo chocando contra otro objeto, quizá cayendo. En un parpadeo ocurrió lo peor. El edificio estalló en una explosión tan enorme y ruidosa que la vibración alcanzó mi auto. Me cerraron el paso las patrullas a los lados, me impidieron seguir y actuaron con rapidez cuando me bajé sin sentir el cuerpo en dirección a las llamas. Se trataba de una nube inmensa, de cargadas flamas naranjas y humo buscando el cielo.

Fue probable que gritase, o no. En el momento no supe lo que hacía, lo que ocurría conmigo. Mi atención estaba únicamente en el fuego, incluso en la seguridad de mi distancia llovía un poco de arena y polvo. Los brazos que me sujetaban eran muy fuertes, me presionaban el estómago e intentaban arrastrarme hacia atrás. Peleaba con todas mis fuerzas, con furia, por ir. Por... ¿por qué?

Un grito ahogado surgió de mi garganta, sin alma ni voz, me dolió con tanta intensidad que nunca creí sentir algo parecido. El aire me faltaba, las respiraciones eran difíciles de manejar.
Cuando otras patrullas se adelantaron cuidadosas a las llamas me desprendí débilmente de las manos que cedieron.

Tambaleando, con piernas inservibles, me ayudé del coche de policía adelante para avanzar. Tragué algo desagradable y terroso, además de mis lágrimas, mientras las emociones tenían pequeños estallidos en mi pecho y rasgaban mi corazón.

Cuando el humo dejó entrever la construcción se me cerró la garganta.

No había más nada.

Escombros. Apenas restos de madera quemándose y piedra dispersa en la base. Ya no existía nada que sostuviera el edificio. Nada en pie.
Me detuve con solo un par de metros recorridos. El calor llegaba hasta ahí, y yo no sentí más el corazón de tanto que se quebró al visualizar con más atención el fuego, ni siquiera el auto a un costado había sobrevivido entero al impacto ardiente.

Sentí que caería en ese instante, que al derrumbarme no volvería a erguirme nunca más y estaba bien. De no ser por la predisposición de un extraño de tomarme por el brazo y hablarme lo habría hecho. Aunque tuvo que repetirlo para que escuchara.

—Este sector es muy peligroso. Debes regresar —algo contesté. Tan cansada y fuera de mí misma que no tuvo sentido. La persona, una mujer, volvió a tirar suavemente—. Insisto...

Me solté y eché a correr. Vomitaría en cualquier momento, plagada de una sustancia débil, una emoción tan agria y antigua que no podía consentir volver. Había sentido eso antes, la total perdición que habituó mis días pasados. No podía ser tan fácil, no era justo que me ocurriera otra vez. Negué frenéticamente mientras corría. Me negaba a dejarme atrapar por la misma pena.

Me gritaban desde atrás con vehemencia. Pasó lo mismo al frente cuando me vieron correr hacia ellos, hacia el fuego abrasador que no apaciguaba. Ansiaba respirar y el costado me quemaba cuando creí ver algo, una figura en medio de las flamas, algo moverse a la vez que el fuego se doblaba en sí y lanzaba chispas.

Corrí con más determinación. Como si me valiera la vida esa carrera. Estaba tan cerca, a tan pocos... Un oficial me atrapó a metros del auto calcinado, ellos no habían visto, no miraron en lo profundo de las llamas pero cuando fueron conscientes los gritos se alzaron. El hombre me soltó para girarse al camino por donde habíamos venido, muy a lo lejos un camión rojo parecía acercarse. Pero tan lento.

Ninguno de ellos se atrevería, quizás los bomberos llegarían condenadamente tarde y entonces... No, no. Yo. Seguramente yo podría idear algo para...

Ella cayó con fuerza a un costado de lo que había sido la construcción minutos antes.
El fuego me había hecho perder la figura entre el desastre y no sabía dónde se encontraba. Pero ahí...

Kara estaba tirada sobre un espacio de piedra en donde el fuego no llegaba. Todos los policías se apresuraron a moverla, a intentar verificar su estado en un sitio apartado del calor. Me hice paso entre ellos, los empujé fuera y entonces la vi al fin.

El ser más frágil que había visto jamás.

Busqué su pulso. Una nota triste y lenta, apenas pude notarla. Su cara estaba magullada, con más manchas púrpuras que tintes de ceniza. Su boca lastimada en múltiples sectores y sus mejillas parecían tener cortes sutiles. No sangraba por ninguna parte, me aseguré. La ropa estaba humeando, sin embargo no por completo quemada.

Volví a su cara. Los policías nos dieron espacio, extrañados, mientras más patrullas además de los bomberos llegaban.

—Estoy aquí, cariño. Siento llegar tan tarde —le susurré, arreglando tras su oreja el cabello oscurecido por el fuego. Sonreí a la mujer que no daba señales de regresar, sin quitar los dedos del interior de su muñeca. Estaba helada. Con la mano libre froté mis ojos, luego la sujeté más contra mí a pesar de las obvias intenciones de los otros de querer llevársela—. Hice muchas cosas para llegar a ti. No puedo rendirme contigo. Nunca me rendiría contigo, Kara. Eres el único hogar que poseo, ¿entiendes? —toqué con suavidad su pecho, algo latía allí con tanta quietud, como un hilo muy fino a punto de romperse con la mínima tensión. Lloré un poco más. Que tonta era por perder tanto tiempo preciado, por no dejar el orgullo a tiempo—. Tenía una fantasía antes, hace mucho. De ser completamente normal junto a ti, de que nada más tuviera ninguna importancia tan grave en nuestras vidas. Absurdo, ¿eh? ¿Por qué no me das esa última oportunidad, Kara? Quédate aquí, conmigo. Tienes cosas que hacer a mi lado, ¿sabes? Lugares a donde ir, estúpidos libros por leer —me reí, atacada por el recuerdo tonto, por el peso universal que ese dolor causaba—. No has terminado mi libro. No es justo que te vayas sin haber acabado nuestra historia.

Personas corrieron a mi alrededor. Sin fuerzas levanté el rostro, era Maggie. Apenas fui internamente feliz, un momento, de que fuera Alex la que estuviera junto a ella. Que no estuviera ninguna de ellas sola. Esta última se derrumbó también junto a su hermana. Sus ojos se humedecieron a gran velocidad.

El pecho de Kara se movió violentamente un par de segundos. Nos hizo sobresaltar, pero mucho más cuando se oyó su voz rasposa y demasiado diferente hablar en un murmullo. Mi propia respiración se descontroló al sentir sus pulsaciones ligeramente más presentes.

—Fue... fue sol —dijo Kara separando apenas los labios.

Cuando abrió los ojos Alex se echó atrás, muy asustada de ver el tono rojo presente en la mirada. Mi mente empezó a imaginar, a considerar. Observé con brevedad el sol que se ocultaba en el horizonte.

Sus ojos eran del mismo color que a veces solía tener cuando oleadas de poder, los últimos destellos de sus habilidades, aparecían aleatoriamente sin aviso. Sabía cuánto le dolía experimentar eso, lo mucho que sufría su cuerpo con esos restos intermitentes.

¿Había sido completamente invulnerable en el momento justo de la explosión? ¿Significaría algo más?

Tragué. Acerqué las manos a su pálido rostro, cuidando no molestar los moretones. La vista calorífica, lo que quedaba a duras penas, se mantenía vibrando y amenazando con desencadenar un desastre. O lo creían los demás que se alejaron. Sabía yo que Kara no tenía esas fuerzas. No tenía ninguna.

—Estoy aquí. No me iré nunca. Podemos pasar la eternidad en este mismo lugar —musité rozando su frente, estaba tibia—. O buscar cualquier sitio de tu agrado. Yo te pondré a salvo, te protegeré como debí hacerlo siempre —sin desearlo mi tono perdió la diversión que intentaba usar para que aquella voz rota no me descubriera—. Te amo, Kara. No ha pasado ni un solo día de mi existencia en que no haya pensado en lo mucho que te amo —el calor en sus ojos dejó de vibrar hacia afuera, comenzó a ser translúcido—. Te amo. Lo hice toda mi vida. Lo volvería a hacer en cualquier realidad.

Cerró los ojos y cuando los volvió a abrir habían vuelto a la normalidad. Fijos en el cielo que se oscurecía fue como ver a una niña perdida que no entendía el funcionamiento de su entorno. Que recién descubría estrellas asomarse al firmamento. Lentamente me observó a mí. Yo debía ser un desastre importante, con la cara mojada por las lágrimas y los ojos ardiendo.

—Sol —dijo respirando profundo, buscando aire por cada letra. De a momentos temblaba.
—Sí, cariño, fue el sol —respondí sonriendo. Cerró los ojos un instante, que me preocupó pero me tranquilicé una vez volví a verificar su pulso. Se encontraba mucho más estable.
—Mi sol —soltó en un suspiro. Su mano ubicó la mía, sujetó con sorprendente firmeza los míos y Alex me miró como un rayo. No dejé de sonreír. Una afirmación. Una señal para mi calma.

Besé su mejilla y visiblemente se relajó en su casi estado de inconsciencia. Respiró hondo y observé menos tensión en su semblante. Me vi obligada a hacerme a un lado cuando llegó la ambulancia, Alex casi me sostuvo en mi sitio para que dejara a los demás subir a Kara a una camilla.

—Te salvaste. Me explicarás más tarde cómo exactamente —dije deprisa, ansiosa por volver con Kara. Maggie me sonrió a través del cansancio, después a su novia.
—Deberías ir con ella.
—Pero tú...
—Solo es un rasguño. La rubia te necesita más que yo. Ve.

No me demoré en esperar respuestas. Me apresuré a volver con Kara, que tenía al fin mejor color. Le habían colocado un respirador para ayudarla. Volvía a abrir los ojos, en silencio, pero concentrada únicamente en mí. Incluso cuando Alex se sentó en frente y la ambulancia se dirigió al DEO.

Esa mirada la conocía, la había adorado y esperado toda mi vida: ese modo de verme con un amor inquebrantable.

—Te pondremos mejor —le aseguré, frotando su mano entre las mías, besando el dorso—. Te lo prometo.

Kara me ofreció una sonrisa débil, imperceptible si no la hubiera estado mirando. Terminó por dormirse sin permitir que soltara su mano. Como si yo fuera a querer de todas maneras.

—¿Qué pasa ahora, Lena? —inquirió Alex con preocupación un rato más tarde—. ¿Qué es lo que sigue?

Ella no estaba tan nerviosa como antes. Pero sí temía el siguiente paso. Me permití limpiar una mancha oscura de la barbilla de Kara, apenas apoyando el paño húmedo en su piel. Contesté un minuto más tarde, sonriendo por el sencillo hecho de tener a la mujer que amaba todavía a mi lado. Eso bastaría por toda la eternidad.

—La ayudamos. Y lo que pase entonces lo resolveremos con el tiempo. Es momento de que las cosas mejoren para ella. Y no pretendo descansar hasta que así sea.

«Mi ángel» pensé mirándola, su rostro tan sereno como hermoso a pesar de las heridas. «Te ofreceré mi alma en tus manos, mi último aliento y mis días, con tal de que estés a salvo y seas por siempre feliz».