Hinata.

Un sonido metálico llegó a mis oídos. Miré alrededor de la oscura habitación, revisando la puerta del balcón, pero estaba cerrada. No había venido de esa dirección, decidí, mi atención en su lugar centrada en la puerta de mi dormitorio que llevaba al apartamento.

Llegó de nuevo, un ruido de raspado suave.

Traté de ponerle un nombre a eso y decidí que era como el sonido que alguien hace cuando se raspa metal con un objeto punzante.

¿Naruto? Mi corazón se calentó, y no pude evitar la sonrisa que se extendió por mi rostro.

El sonido se repitió, esta vez nítido y claro como una campana, y un cosquilleo maligno se extendió por mi espina dorsal.

Algo estaba mal, muy mal.

Fui a tientas alrededor de la mesita de noche por mi teléfono cuando la luz del techo se encendió, cegándome.

Sostuve mis manos en alto para protegerme de la luz y parpadeé.

Jadeé.

Un huracán atravesó mi pecho.

Toneri.

Sus manos se crisparon, llamando la atención hacia un rollo de cinta adhesiva y un pequeño cuchillo plateado. Su nariz tenía una ligera curva, testimonio de la noche en que Naruto la había roto.

Él corrió hacia mí y me tambaleé hacia una posición sentada, pero mis reacciones fueron lentas.

Se abalanzó sobre mí y me retorcí sobre mi estómago, buscando el final de la cama, pero él tomó mi tobillo y me tiró hacia atrás. Me dio la vuelta sobre mi espalda y cubrió mi boca y la mayor parte de mi nariz con su mano.

—Siempre fuiste un poco difícil.

Luché y su agarre se apretó, la presión contra mi boca lo suficientemente fuerte contra mis dientes para que probara el sabor del cobre.

Él se rio, un sonido irregular, sin aliento.

—Y no actúes tan sorprendida de verme. Después de todo, tú enviaste a tu mamá y su novio a chantajear a mi padre. ¿De verdad creíste que iba a dejar pasar eso? —Su nariz se dilató, la ira brillando en su mirada mientras ponía su nariz junto a la mía—. De verdad deberías haberme devuelto la llamada y hablado conmigo. Podríamos haber sido capaces de resolver todo esto, pero no lo hiciste, y ahora tengo que hablar contigo en persona.

Que Dios me ayude, no podía respirar. En realidad, no. Pequeñas cantidades de aire entraban y luego salían de mi nariz. Puntos oscuros bailaban delante de mis ojos, y arañé sus manos, mis uñas arañando tratando de conseguir algún músculo, pero se rio y me dio un codazo en las costillas.

Uf.

La habitación daba vueltas.

Iba a matarme. Aquí en mi cama. Iba a terminar lo que había empezado hace dos años.

Mis pulmones ardían, a punto de explotar.

Mi cuerpo dolía buscando aire. Dios ayúdame. Alguien, por favor.

Gemí y lo pateé, tratando de pegarle en sus hombros, piernas, cualquier lugar. Eso no funcionó, así que traté de apartarlo de mí, mis caderas aún capaces de moverse.

Él chasqueó la lengua, me maniobró en la cama y se sentó a horcajadas sobre mi pecho con sus piernas.

—Voy a quitar mi mano de tu boca para que puedas respirar, pero si gritas, Te acuchillaré justo aquí, ¿entiendes?

Asentí con la cabeza, tranquilizándome rápido, la adrenalina lo único manteniéndome despierta.

Él liberó su mano un milímetro a la vez hasta que finalmente tuve más aire.

Abrí la boca y tragué oxígeno fresco, llenando mis pulmones.

¡Sí, aire, aire, aire!

Él empujó mi barbilla hacia arriba hasta cerrar mi boca y colocó un trozo de cinta adhesiva sobre mi boca mientras su otra mano agarraba mis muñecas.

Gruñí, incapaz de moverme. Mis ojos se humedecieron. La muerte se cernía.

¡No te rindas!, gritó la niña dentro de mí. Lo hiciste una vez. Nunca más.

Me agité, usando mis codos como Naruto me había enseñado para golpearlo en la nariz. Gritó de dolor y se abalanzó sobre mí con más fuerza, usando su rodilla para sujetarme en el lugar sobre la cama. Rebuscó en su bolsillo y sacó una brida de plástico y me ató las muñecas. El sudor goteaba de su cara en mi ojo, y me encogí.

Aspiré aire por la nariz, imaginando la imagen que presentaba, mis muñecas atadas, un pedazo de cinta adhesiva en mi cara mientras yacía cruzada en mi cama. Recuerdos de otra cama volaron hacia mí, cosas que no quería recordar.

Enderezando sus hombros y rodando su cuello, se paseó alrededor de mi habitación.

Él pasó una mano temblorosa por su boca.

—Tenía planes, Hinata. Demonios, tenía planes para una buena vida y entonces empiezas a llamar a mi padre y su asistente, diciéndoles mentiras sobre nosotros. Eres una pequeña puta y quieres dar marcha atrás y decirles a todos que te violé. —Soltó una carcajada. Fue extraño y raro.

Sus ojos llameaban, las venas inyectadas en sangre como mapas. ¿Estaba drogado?

Cruzó sus brazos.

—Padre me llamó todo alto y poderoso y me hizo todas estas preguntas locas acerca de ti. Él ya estaba enojado conmigo por ser expulsado de la escuela, ya sabes, y sus palabras para mí fueron que "me ocupara de eso". Ahora, tal vez eso significaba pagarte, pero ya ves, realmente creo que quería decirme que hiciera lo necesario para asegurarme de que tu pequeña historia nunca llegue a los periódicos o la policía.

¡No! Negué con la cabeza de lado a lado rápidamente. Mis ojos le suplicaron. Por favor. Mamá y Karl habían renunciado, quería gritarle. Se había acabado. ¡Acabado!

Se lamió los labios, los ojos hambrientos pasando sobre mí.

—Sabes, recuerdo esa noche en el hotel. ¿Y tú? —Pasó sus ojos sobre las cicatrices en mi muñeca—. Escuché de esto. Realmente hiciste un espectáculo de ti, ¿no? —Levantó sus ojos hacia los míos—. Esa es una mierda poderosa, cuando puedes hacer que alguien intente matarse a sí mismo.

Me congelé.

Sus ojos nublados con una mirada perdida, como si persiguiera un recuerdo.

—Bebiste ese vodka como agua, y cuando puse esa Molly en tus labios, tú la bebiste a lengüetazos como un gatito bebé en busca de un coma de leche. —Se sentó en mi cama, sus dedos jugando perezosamente con el edredón de la abuela—. Yo tenía que tenerte, supongo. Habías estado diciéndome no por semanas y tú eres el tipo de chica que quiere demasiado, y estaba harto de besar tu culo. Te quería, y, al final, te tuve, ¿no?

Iba a matarme esta vez. Él estaba en algo. Lo sabía por la forma en que la saliva salía de su boca.

Cerré mis ojos, luchando por mantener la histeria a raya.

Luchando para evitar que mi imaginación corriera como loca.

Gemí, una imagen de Naruto en mi cabeza, sus hombros anchos, sus cálidos ojos azules, su boca sensual que nunca probaría de nuevo. Me imaginé el futuro, nosotros teniendo bebés (gemelos) yo trabajando en mis joyas, mientras él se ganaba la vida en el gimnasio, yendo al UFC. Menma apareciendo para cenar… riendo.

Simple y fácil.

Simplemente amor. Amor verdadero. Un tipo épico de amor.

Toneri me atravesó con su mirada, trayéndome de vuelta.

—La verdad es, que las cosas se pusieron de algún modo fuera de control la noche del baile. No quise hacerte daño, o golpearte, pero eso es lo que sucede en el calor del momento. Estabas tan indefensa, me gustó. ¿Entiendes eso? —Apretó mis mejillas, sus manos ásperas. Su lengua se deslizó fuera de su boca cuando se lamió los labios—. Tú eras buena, Hinata. Me gustó hacerte daño.

Cerré los ojos.

—¡No hagas eso! —gritó—. Todavía tengo cosas que decirte.

Mis ojos se abrieron. Se arrodilló sobre la cama, sus ojos sobresaliendo de ira.

—Vine aquí para deshacerme de ti, pero primero, toda esta charla sobre el baile… —Se rio con amargura—. Bueno, ha conseguido excitarme, nena. —Levantó mis manos y las apretó contra su entrepierna—. ¿Ves? Mi polla está dura.