N/A: algunas de ustedes saben que soy de Texas. Seguramente están enteradas del mal tiempo que estamos viviendo en estos momentos con frío congelante, nieve, interrupciones de energía eléctrica y sin agua. Por favor tengan paciencia si llego a tardar para el siguiente capítulo.
Disclaimer: la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.
Capítulo treinta y cinco
Estamos por elegir un taxi cuando un hombre maduro, apuesto y de bonita sonrisa se acerca a nosotras al salir del aeropuerto.
― Soy Joseph Jenks, señora Platt, señorita. Seré quien cuide de ustedes el tiempo que estén en la ciudad ―abre la puerta de un auto de lujo.
Esme voltea a verme sin comprender haciéndome encoger de hombros.
― Fue idea de Edward ―murmuro y ella resopla enfadada.
― ¿Quién demonios le dijo a mi hijo que debo tener una niñera? ―reniega.
Es curioso cuánto se parecen madre e hijo cuando están de malas.
El señor Jenks hace un ademán instando a ingresar al vehículo dejando avanzar a Esme primero.
― Su madre tiene un carácter fuerte ―susurra para mí al tiempo que me da un guiño.
Sonrío. Siento mi pecho calentarse al escuchar las palabras del señor Jenks, él cree que Esme es mi madre y no tengo el valor para sacarlo de su error.
En el momento que nos adentramos al penthouse, el buen gusto y elegancia nos recibe en todo su esplendor. Me cautivan los grandes ventanales que nos dan una vista panorámica de todo Manhattan.
― Aquí está mi número ―el señor Jenks extiende una tarjeta a nosotras, que por supuesto Esme ignora, dejándome la opción de tomarla por ella―. No pueden salir solas.
Esme se cruza de brazos arrugando su entrecejo saca su móvil dando media vuelta alejándose de nosotros. Está discutiendo con Edward y se escucha muy molesta.
Asiento brindando mi mejor sonrisa cuando el buen hombre se despide.
― Mi hijo es insoportable cuando quiere serlo ―expresa Esme inspeccionando la estancia.
― No te enojes con Edward. Él solo quiere cuidar de nosotras.
Esme me da una sonrisa.
― No me has dicho qué te pareció el penthouse. ¿Te gusta? ―camina elegantemente hasta el ventanal, la sigo y me apoyo en el cristal: la vista es preciosa e inspiracional.
― Es fantástico. Muy espacioso…
La madre de Edward sujeta mi muñeca guiandome por el primer pasillo pasando las dos primeras puertas cerradas, la tercera la abre y me hace entrar.
― Esta es tu habitación, la diseñe especialmente para ti, pero si algo no te gusta puedes cambiarlo con toda confianza. Quizá elegí todo el inmobiliario muy de adolescente ¿no crees?
Presiono mis labios para no echarme a llorar. Es una habitación preciosa como nunca la soñé con una cama grande cubierta por un edredón rosa pastel y llena de almohadones del mismo color y con muebles necesarios para tener una descansada estadía.
Es un hermoso gesto que nadie ha tenido conmigo a parte de Edward cuando mandó a comprar mi tocador con iluminación incluida.
― Gracias ―aclaro mi garganta― no hacía falta que te molestaras, yo hubiese dormido igual en una cama sencilla.
― Nada de eso, de ahora en adelante vivirás como una princesa. Te voy a consentir demasiado que Edward querrá apartarte de mí ―sujeta mis manos, de pronto su semblante decae llenándose sus ojos de lágrimas―. Gracias a ti por no dejarme sola cuando el mundo se cayó en mis hombros.
Impidiendo que llore la abrazo fuertemente sintiéndome agradecida por sus atenciones y por su muestras de cariño. Esme realmente es una mujer admirable que se equivocó y merece una oportunidad para encontrar su propio camino sin depender de nadie como lo hizo de él.
― Te dejo descansar ―articula― me gustaría que mañana fuéramos juntas al supermercado y eligiéramos la despensa ¿quieres ir conmigo?
Su voz es de emoción desbordante, cómo si elegir alguna fruta o legumbre fuera realmente interesante para ella. Es tierna y a la vez tan maternal.
― Por supuesto.
La mañana se convirtió en una aventura rimbombante y casi desesperante. Esme miraba con mucha paciencia cada etiqueta de cada alimento eligiendo todo lo menos dañino y libre de gluten según sus conocimientos.
― Ese chico no deja de verte ―murmura mientras sigue mirando con atención la etiqueta de una bolsa de fresas congeladas.
De reojo puedo ver que tiene razón. Un chico desgarbado y alto me está observando con una sonrisa distraída hasta que nuestras miradas se cruzan y él se enrojece mirando hacia otro lado. Tal vez tenga dieciocho años.
Mis mejillas se calientan al sentirme avergonzada de la misma manera.
― Solo está encandilado. Él es muy joven.
Esme eleva su mirada y sin ocultar su sonrisa sacude su cabeza.
― Bella, también eres joven y es muy normal que aparezcan chicos que intentan conquistarte, eres muy bonita.
― Lo sé, solo que no estoy interesada.
― Entiendo tu punto, cielo. ¿Cómo ha seguido Edward? ―cambia de tema― He olvidado preguntar por sus malestares.
― Sigue pasándola mal, en nuestra videollamada de anoche me ha mencionado que tiene vómitos constantes a parte de la acidez que padece. Lo veo fatal.
Esme no quita sus ojos de mí cuando estoy oliendo de nuevo el detergente lavatrastes. Lo he hecho desde que estábamos en el pasillo de limpieza. Mi boca saliva por su olor que debo reprimir un jadeo al tener la necesidad de probarlo.
Definitivamente me estoy volviendo loca.
.
Dos semanas después estoy lista para iniciar un curso intensivo sobre orfebrería. Estoy tan nerviosa que bien me puedo comer una vaca entera y ni así seré capaz de saciar mi apetito.
Camino a la cocina en busca de alimentos.
Esme está detenida frente al gran ventanal con su mirada perdida entre los rascacielos, borra disimuladamente sus lágrimas al escuchar mis pasos y se vuelve a mí con una ligera sonrisa.
No comprendo por qué a esta hora de la mañana ella puede lucir impecable y tan hermosa, quizá es cuestión de personalidad porque se podría vestir con una bolsa de basura y se vería igual de bella.
― El desayuno está listo ―señala todos los manjares, silbo por lo bajo al ver la cantidad de comida preparada. En mi vida he visto tanta delicia en una mesa―. Espero que sea de tu agrado.
― Esme, no hace falta que hagas tanta comida, yo puedo comer cualquier cosa. No es obligación alimentarme. ―Digo esto último cuando estoy demasiado impaciente para esperar, me arrodillo sobre la silla preparando la primera tostada.
― No estoy de acuerdo y menos ahora que tengo una ligera sospecha sobre ti.
Sigo engullendo la tostada con mermelada hasta atragantarme.
― ¿Qué quieres decir? ―pregunto un poco inquieta dando un pequeño sorbo a mi jugo de naranja y volviendo a atragantarme con otra tostada.
― En estos días compartiendo me he dado cuenta de tus ansias por comer todo el tiempo y tu excesiva obsesión por comer champú, quizá tienen un motivo. ¿Has tenido tu período?
Niego mientras comienzo a toser… incluso mi tos es exagerada porque estoy escupiendo migajas de comida, me duele la garganta. Y Esme atina a frotar suavemente su palma en mi espalda.
― ¿Por qué no salimos de dudas? ―dice― hace días compré un test de embarazo pensando en ti.
Mi corazón martilla tan fuerte que se siente retumbar en mis tímpanos al ver la caja sobre la mesa. Alargo mi mano tomándola entre mis dedos, la observo como si fuese algo terrorífico y la alejo de mí.
― Yo… ―trago saliva― estoy tomando píldoras anticonceptivas, no he fallado ningún día. También mi regla ha venido ―mi voz se apaga― poca, pero ha venido.
Con mirada comprensiva sujeta una de mis manos.
― Bella, ningún método anticonceptivo es cien por ciento efectivo.
― Esme, no puedo estar embarazada, no ahora que estoy por iniciar una nueva etapa en mi vida haciendo lo que siempre he querido… no puedo estarlo.
Me ayuda a ponerme de pie y cuál autómata me dejo guiar al cuarto de baño donde pone en mi mano el test libre de caja.
Lo tomo sintiendo que pesa una tonelada en la palma de mi mano.
Es mi pasado, presente y futuro representado en un pequeño test.
― Aquí está el instructivo, aunque no es tan difícil porque sólo tienes que orinar…
Levanto mi mano, no necesito que me explique. Sé cómo funciona porque Jessica y yo ayudamos a varias compañeras a realizar estas mismas pruebas cuando aún no alcanzábamos la mayoría de edad.
Esme cierra la puerta comprendiendo.
Me recargo en la puerta soltando un hondo suspiro.
― Seguro estoy soñando y pronto me voy a despertar ―pienso en voz alta presionando el test contra mi pecho.
― ¿Qué dices…?
La voz de Esme me hace comprender que no es un sueño.
Exhalo.
Soportando mi miedo doy un hondo suspiro dando mis primeros pasos al váter…
Después de tres minutos y un parpadeo siento mi mundo dar vueltas en un giro de 180° al mirar la diminuta pantalla:
Embarazada
3+
Me detengo del lavado antes de que pueda caer de bruces.
Siento náuseas y todo está dando vueltas.
Estoy temblando, mas no sé si es de felicidad o de miedo.
― ¿Bella? ―golpes ligeros en la puerta― ¿estás bien?
Muevo mi cabeza como si Esme pudiera verme y niego. Estoy llorando, mis lágrimas resbalan sin detenerse que en instantes bañan mi rostro y pruebo el sabor salado en mi boca.
Ella abre la puerta; no sé cuál sea mi semblante porque enseguida me sostiene en sus brazos, en un abrazo tan necesitado en estos momentos. Frota mi espalda con tanta ternura susurrando que todo estará bien.
En verdad quiero creer que lo estará.
― Debes hablar con Edward ―me alienta sin dejar de abrazarme.
― ¿Por qué a mí? ―logro decir― ¿por qué justo hoy que es mi primer día de clases? ¿por qué cuándo al fin me animo a dejarlo todo por un nuevo comienzo? ¿por qué, Esme... por qué?
― Tal vez un hijo es tu nuevo comienzo. Se necesita mucho valor para afrontar la maternidad. ―sujeta mis manos, dándome una sincera sonrisa― No estás sola, cariño.
― Necesito pensar ―la punta de sus dedos borran mis lágrimas― saldré a caminar un rato, no me esperes a comer.
― Pídele a Jenks que te acompañe.
No respondo. Cierro la puerta tras de mí con el test y mi móvil en mi mano.
No recuerdo cómo llegué pero estoy caminando por el puente Brooklyn sintiéndome tan perdida entre los peatones que van y vienen recorriendo la majestuosa construcción hasta llegar a su destino.
Voy a ser mamá.
Una señora se disculpa cuando su bolso golpea mi antebrazo a la vez que un tierno viejecito me sonríe. Ellos no tienen idea de que mi cabeza está repitiendo la misma frase.
Voy a ser mamá.
Una mujer joven camina presurosa de la mano con su chico alto, ambos vestidos de manera formal comparten sonrisas y miradas cómplices.
Voy a ser mamá.
Todos los peatones parecen tener prisa en llegar a su destino mientras yo... tengo tanto miedo a seguir.
Lleno de aire mis pulmones y sin darme cuenta mi palma está sobre mi vientre plano e instintivamente las comisuras de mis labios se elevan.
― ¡Hola! ―le digo― yo soy mamá.
Es tan surreal este momento.
Miro entre los peatones y nadie parece ponerme atención. Cada uno tiene su propio diálogo interno y otros lo susurran al celular sin detener sus pasos.
Sé lo que debo hacer y es mejor que sea ya.
Busco el contacto de Edward, estoy haciendo una videollanada.
― Buenos días, amor ―Edward sacude su mano ante su móvil, observa con atencion y frunce su entrecejo al darse cuenta que voy caminando― ¿estás sola?
― Sí, necesitaba un momento para reflexionar.
Su semblante cambia de inmediato comenzando a frotar su barba. Se ve desesperado y gruñón a la vez. Boquea, está por hablar y yo interrumpo levantando mi palma y mostrando el test.
― Tal vez ya sepa la razón de tus malestares.
― ¿La razón de mis malestares? ―repite― tengo cita con el gastroenteorologo. Mañana saldremos de dudas, Isabella.
― Vas a ser nuevamente papá ―suelto sin adornos.
El rostro de Edward se queda paralizado. A decir verdad todo él se queda inamovible, sin siquiera parpadear deja su boca entreabierta.
― Tengo mucho miedo, mucho. ―Empiezo a decir de forma atropellada― No es algo que pensé pasaría hasta tener unos treinta, porque realmente no estoy preparada, es decir ¿quién está preparado para ser madre o padre? Nadie, no. Pero también quiero tenerlo y no quiero ser madre soltera. Quiero que mi bebé tenga un hogar, una familia, quiero que te cases conmigo, Edward.
Por está ocasión no podré saludar a cada una, lo siento. Prometo que lo haga a la siguiente actualización.
¡Gracias totales por leer!
