Hola!
Tuve una pésima semana. Básicamente me quedé sin trabajo por culpa del Covid. Aún así, estoy con los ánimos suficientes para seguir escribiendo. En el capítulo anterior me confundí con un par de cosas, nada que afecte a la trama, pero ya lo corregiré.
Juli: tendrás que seguir leyendo XD
Cris: gracias.
Wolf: Me mandé varias cagadas horribles. Luego las corrijo.
Entendé la época. Esto pasa en 1994, hacía apenas cuatro años se dejó de considerar la homosexualidad como enfermedad. Lo que vio fue chocante porque me imagino que los Dursley eran unos homofobicos de mierda.
Christopher daría su alma al diablo por sus hermanos.
Dumbledore se guarda DEMASIADA información. Solo la suelta en el momento apropiado.
Capítulo treinta y seis
La promesa de Christopher
Eran las siete de la mañana y Harry ya estaba despierto. Lo había despertado una lechuza que le estaba picoteando la cara. Era la lechuza de Hermione, con un paquete entre sus patas y Harry recordó de golpe: era su cumpleaños número catorce.
Abrió el paquete con avidez y resultó ser justo lo que necesitaba: un pastel de cumpleaños de chocolate y crema. A Harry se le hizo agua la boca con tan solo verla. Estaba pasando el mismísimo infierno en estos momentos.
Harry había pensado que, usando a Sirius como amenaza hacia los Dursley (no de manera directa, claro), todo estaría mejor. Si bien había funcionado, se había llevado una desagradable sorpresa cuando llegó a la casa de sus tios.
Como de costumbre, tío Vernon y tía Petunia habían logrado encontrar disculpas para las malas notas de su hijo: tía Petunia insistía siempre en que Dudley era un muchacho de gran talento incomprendido por sus profesores, en tanto que tío Vernon aseguraba que no quería "tener por hijo a un mariquita" .Tampoco dieron mucha importancia a las acusaciones de que su hijo tenía un comportamiento violento ("¡Es un niño un poco inquieto, pero no le haría daño a una mosca!", dijo tía Petunia con lágrimas en los ojos).
Pero al final del informe había unos bien medidos comentarios de la enfermera del colegio que ni siquiera tío Vernon y tía Petunia pudieron soslayar. Daba igual que tía Petunia lloriqueara diciendo que Dudley era de complexión recia, que su peso era en realidad el propio de un niñito saludable, y que estaba en edad de crecer y necesitaba comer bien: el caso era que los que suministraban los uniformes ya no tenían pantalones de su tamaño. La enfermera del colegio había visto lo que los ojos de tía Petunia (tan agudos cuando se trataba de descubrir marcas de dedos en las brillantes paredes de su casa o de espiar las idas y venidas de los vecinos) sencillamente se negaban a ver: que, muy lejos de necesitar un refuerzo nutritivo, Dudley había alcanzado ya el tamaño y peso de una ballena asesina joven.
Y de esa manera, después de muchas rabietas y discusiones que hicieron temblar el suelo del dormitorio de Harry y de muchas lágrimas derramadas por tía Petunia, dio comienzo el nuevo régimen de comidas. Habían pegado a la puerta del refrigerador la dieta enviada por la enfermera del colegio Smeltings, y el refrigerador mismo había sido vaciado de las cosas favoritas de Dudley (bebidas gaseosas, pasteles, tabletas de chocolate y hamburguesas) y llenado en su lugar con fruta y verdura y todo aquello que tío Vernon llamaba "comida de conejo". Para que Dudley no lo llevara tan mal, tía Petunia había insistido en que toda la familia siguiera el régimen.
Pero tía Petunia no sabía lo que se ocultaba bajo la tabla suelta del piso de arriba. No tenía ni idea de que Harry no estaba siguiendo el régimen. En cuanto éste se había enterado de que tenía que pasar el verano alimentándose de tiras de zanahoria, había enviado a Hedwig a casa de sus amigos pidiéndoles socorro, y ellos habían cumplido maravillosamente: Hedwig había vuelto de casa de Hermione con una caja grande llena de cosas sin azúcar para picar (los padres de Hermione eran dentistas); Hagrid, el guardabosque de Hogwarts, le había enviado una bolsa llena de bollos de frutos secos hechos por él (Harry ni siquiera los había tocado: ya había experimentado las dotes culinarias de Hagrid); en cuanto a la señora Weasley, le había enviado a la lechuza de la familia, Errol, con un enorme pastel de frutas y pastas variadas. El pobre Errol, que era viejo y débil, tardó cinco días en recuperarse del viaje.
Comenzaron a llegar más paquetes a lo largo de la mañana. Ron, Hagrid e incluso Sirius le habían enviado pasteles y se sintió muy feliz. Mientras que Dudley sufría con su dieta, él comía pasteles y cosas dulces. Eso le bastaba para mejorar su humor.
Harry leyó las cartas de felicitación de parte de sus amigos, pero la carta que estaba más ansioso de leer la de Sirius. Quería saber cuándo iba a ser dado de alta del hospital o al menos si podía visitarlo.
¡Feliz cumpleaños, Harry!
Espero que la estés pasando bien.
Yo sigo internado en San Mungo, mucho mejor. Los sanadores me permitieron salir a la cafetería y comprarte un pastel para enviártelo.
Al principio me tenían un poco de miedo, casi como si no me creyeran que me hayan declarado inocente, pero el sanador Junior habló con ellos para tranquilizarlos. Ahora me atienden como un ser humano.
Harry sonrió. Había llamado a Christopher por su título al menos. Generalmente lo nombraba en las cartas como "pequeño cretino" "Junior" "dos caras" y toda clase de apodos insultantes. Al fin había entendido que Christopher solo quería ayudarlo y no ser su enemigo.
El único que ha venido a visitarme de vez en cuando ha sido él, ya que tiene cierta influencia en el hospital y solo tú y Remus me han estado enviando cartas de manera regular.
Apenas pueda recibir visitas te avisaré, lo prometo. Tengo muchas ganas de verte.
Sirius.
Si bien Harry estaba feliz de que Sirius estuviera bien, una parte de él se sentía decepcionado por no poder ir a visitarlo. Esperaba al menos poder ir una vez antes de entrar al colegio.
Con los ánimos un poco caídos, Harry bajó por las escaleras hasta la cocina. Vernon estaba sentado en la mesa leyendo el diario y Dudley estaba esperando su desayuno como si le fueran a dar la cosa más horrible del mundo, mientras que Petunia estaba terminando de preparar el desayuno. Ninguno le deseó un feliz cumpleaños. Cuando ella le sirvió una taza de té con dos simples tostadas, él la miró con el ceño fruncido. Lo mismo hizo Vernon cuando dejó de leer el diario y miró su desayuno. Harry, sabiendo que tenía pasteles y muchas otras cosas deliciosas escondidas en su habitación, comenzó a comer sin ninguna queja.
Cuando iba por la mitad del desayuno, sonó el timbre. Vernon se levantó con mucho esfuerzo de la silla y fue a la sala de estar. Dudley aprovechó ese momento y le robó a su padre lo que quedaba de las tostadas.
Harry escuchaba murmullos desde la sala de estar, pero nada más. Luego sintió la voz de su tío Vernon elevándose cada vez más.
—¡No permitiré que alguien como usted me hable de esa manera! —escuchó decir a tío Vernon. Harry se levantó de su silla, pero Petunia fue más rápida y fue corriendo a la sala de estar. Pasaron un par de segundos y escuchó a su tía gritar aterrorizada. ¿Qué demonios estaba pasando?
Dudley estaba tan desconcertado como él, pero no se animó a levantarse. Escuchó unos pasos acercarse y alguien que no era ni tío Vernon ni tía Petunia entró a la cocina.
Harry estaba preparado casi para cualquier cosa, pero definitivamente no estaba preparado para ver a Christopher. Estaba vestido con una playera negra con el logo de la banda Queen y unos jeans rotos. Su cabello, como siempre, estaba atado con una cola de caballo.
—Hola, Harry —saludó el sanador con una sonrisa, como si fuera habitual visitar la casa de los Dursley.
Harry se levantó como un resorte. Estaba tan sorprendido y feliz de verlo que directamente lo abrazó. Christopher le pasó una mano por el cabello y se lo desordenó aún más de lo que ya estaba.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó, bajando la voz.
Christopher no respondió. Se giró justo a tiempo para ver a Vernon entrar en la cocina. Parecía un búfalo enardecido. Dudley se levantó y se puso detrás de él y su madre.
—¿Quién se cree usted que es? —bramó. Christopher como toda respuesta sacó la varita.
—Por favor, señor Dursley, no se ponga violento o me temo que deberé tomar medidas más… extremas —su tono era amable, pero había sacado la varita y lo estaba apuntando con ella. Tío Vernon se puso pálido enseguida y retrocedió un par de pasos, asustado.
—Harry, ve a buscar tus cosas —dijo, sin sacar la vista de su tio—. Nos vamos.
Harry parpadeó.
—¿Qué?
—¿No querías visitar a tu padrino?
—Si, ¿pero por qué tengo que buscar mis cosas?
—¿Quieres quedarte aquí el resto del verano? Ve a buscar todas tus cosas y asegúrate de no olvidarte ni un rollo de pergamino.
Harry asintió rápido con la cabeza. Los Dursley tuvieron que apartarse para que él pudiera pasar. Subió las escaleras de dos en dos y entró en su habitación.
No lo podía creer. Sencillamente no lo podía creer. Mientras metía todas las cosas en su baúl, se preguntaba si no estaba soñando. El sanador dijo que le avisaría si podía ver a Sirius, pero pensó que le mandaría una lechuza o algo, no que se presentaría en persona.
Harry vació toda la habitación (incluida la comida que tenía escondida) y revisó dos veces para asegurarse de que no se había olvidado nada de nada (incluso arrancó el calendario de la pared). Todo eso le llevó veinte minutos. Se preguntó que demonios estarían haciendo los Dursley con Christopher a solas en la cocina.
Harry bajó las escaleras con todas sus cosas, incluyendo su escoba y la jaula con Hedwig. Dejó las cosas en la entrada y se acercó despacio a la cocina, para fijarse si estaban hablando.
—... mintiéndome —oyó decir a su tía Petunia, con tono duro.
—No te estoy mintiendo —oyó decir a Christopher, con hastío—. Si todo sale bien, tal vez nunca tenga que poner en marcha el plan, pero si hay que hacerlo, juro que solo serán unas pocas semanas.
—No me gusta. No me gusta para nada.
—Esto es por el bien de todos, tanto para ustedes como para Harry. No tienen otra opción que aceptarlo. Hay vidas en riesgo, la mía incluida.
Hubo un silencio tenso.
—Tienes razón, no hay opción.
Sintió un ruido de sillas arrastrándose y Harry se apresuró a irse hacia la puerta de entrada. ¿De que plan estaba hablando?
Christopher salió de la cocina. Sonrió al ver a Harry.
—¿Todo listo? —preguntó. Harry asintió, rogando que no se haya dado cuenta—. Perfecto, nos vamos.
Christopher tomó su carrito y lo llevó hacia el exterior. Harry salió con la jaula detrás de él y notó un auto rojo estacionado al frente que desentonaba mucho con los de los vecinos, ya que parecía que tenía al menos veinte años. Había una persona en el asiento de copiloto.
—¿Quieres que te ayude, Christopher? —el hombre asomó su cara por la ventanilla y no era nada más ni nada menos que el profesor Lupin. Se lo veía mucho mejor que la última vez que lo había visto. No estaba palido y las ropas muggle que llevaba parecían nuevas y de su talla.
—Abre la puerta trasera —le respondió. Se dirigió a Harry—. Entra al auto y acomoda bien la jaula.
Harry obedeció. Primero metió la jaula con Hedwig y luego entró el mismo.
—Profesor Lupin, ¿qué hace usted aquí?
—Acompañando a Christopher —respondió—. Me dijo que podría necesitar ayuda. Y no me llames "profesor Lupin", ya no trabajo en Hogwarts. Llamame Remus.
Escuchó el baúl del auto cerrarse con fuerza y vio a Christopher ir hacia el asiento de conductor.
—San Mungo queda en Londres, así que el viaje va a ser un poquito largo —advirtió, mientras cerraba la puerta.
Harry, quien había ido a Londres con sus tíos cuando tenía que ir a King Cross, tenía idea de que tardarían al menos una hora en llegar. Christopher arrancó el auto y los tres dejaron atrás la casa de los Dursley.
—Ah, lo olvidaba —dijo Christopher de manera distraída—. Feliz cumpleaños.
—Feliz cumpleaños —agregó Lupin.
—Gracias —dijo, con una sonrisa radiante.
Christopher extendió la mano hacia el estéreo y lo encendió. Comenzó a sonar una música que Harry identificó como Queen, aunque no estaba seguro que canción era exactamente. Los Dursley no escuchaban música y él tampoco le había dado mucho interés, pero desde que Christopher le había dado ese disco de Los Beatles, se preguntaba que tanto se había perdido.
—Sirius me envió una carta esta mañana diciendo que todavía no le permitían visitas —dijo Harry.
—Ah, eso —respondió Christopher—. Debieron informarle después de que envió la carta. El hospital me avisó a mi temprano, así que vine enseguida para aquí.
—Pensé que me iba a mandar una carta o algo, no que iba a venir a buscarme hasta aquí.
—San Mungo no queda en el Callejón Diagon, sino cerca de King Cross. Podría haberte enviado una carta con las especificaciones para entrar, pero preferí mostrártelo en persona.
Harry iba a preguntar por qué le había hecho llevarse todas sus cosas, pero un rugido de su estómago lo hizo callarse. Se escuchó a pesar del ruido del motor.
—¿Desayunaste, Harry? —le preguntó Lupin.
—A esa porquería que vi que se comían no se le podría llamar desayuno —respondió Christopher antes de que Harry pudiera siquiera inventar una excusa.
—Curioso, lo dice la misma persona que se come un tazón de cereales con leche como un niño de seis años.
—Remus, estaban tomando té con edulcorante y dos tostadas minúsculas sin siquiera un poco de mermelada. Antes de comer eso, me pegaría un tiro a la cabeza.
—Christopher, por favor…
—No te preocupes, Harry —siguió Christopher—. En la cafetería de San Mungo se desayuna bien.
Harry no se atrevió a decirle que tenía un montón de comida que le habían enviado sus amigos. Iba a preguntarle si podía comer un poco de pastel, pero recordó que Vernon odiaba que comieran en su auto y prefirió aguantarse el hambre.
Cuando al fin llegaron, estacionaron frente a una tienda de departamentos de ladrillos rojos, grande y pasada de moda, llamada Purge y Dowse Ltd. El lugar tenía un aspecto destartalado y miserable; Los aparadores consistían en unos pocos maniquíes astillados con sus pelucas torcidas, parados desordenadamente y modelando ropas de al menos diez años atrás. Había grandes letreros en las polvorientas puertas donde se leía: 'Cerrado por Remodelación'.
—Aquí es — comentó Christopher, haciendo señas hacia un ventanal que solo mostraba un feo maniquí femenino. Sus pestañas postizas colgaban y modelaba un vestido verde de nylon con delantal — ¿Todos listos?
Lupin asintió, empujando un poco a Harry hacia adelante y Christopher se inclinó cerca del cristal, mirando al feo maniquí.
—Hola —saludó —Estamos aquí para ver a Sirius Black.
Harry pensó cuan absurdo era que Christopher esperase que el maniquí la oyera hablar tan silenciosamente a través del vidrio, con el ruido del tráfico detrás de ella y todo el barullo de una calle repleta de compradores. Luego se acordó que de todas maneras los maniquíes no podían oír. Un segundo después, su boca se abrió con sorpresa al ver que el maniquí asentía levemente y hacía señas con su dedo. Christopher tomó a Harry y a Lupin por el codo y los empujó a través del vidrio. Se sintió como atravesar una cortina de agua helada, sin embargo, emergieron tibios y secos del otro lado
No había señales del feo maniquí o del lugar donde ella había estado. Estaban en lo que parecía ser una sala de recepción muy concurrida donde filas de brujas y magos estaban sentados sobre raquíticas sillas de madera, algunos luciendo perfectamente normales y leyendo con atención viejos números del Semanario La Bruja, otros luciendo espantosas desfiguraciones como una persona con la cabeza tan hinchada como una piñata u otra con un cuerno saliendo de su boca. Las salas de espera solían ser silenciosas, pero este no era el caso: había una persona que cada vez que abría la boca, sonaba música como si fuera una radio o tal vez un gramó y magos con túnicas verde-lima recorrían las filas, haciendo preguntas y tomando notas en sujetapapeles. Harry notó el emblema bordado sobre sus pechos: una varita mágica y un hueso cruzados.
Lupin tomó del brazo a Christopher.
—Entiendo que quieras ayudar, pero ya no eres sanador — le dijo.
—Nunca se deja de ser sanador —replicó Christopher—. Tal vez haya dejado de ser sanador de este hospital, pero nunca dejaré de ejercer la profesión.
—De todas maneras, vamos a lo que vinimos
Christopher suspiró y se dirigió a los ascensores. Uno de los magos de túnica color verde lima notó su presencia y fue directo hacia él.
—Christopher, que bueno volver a verte. ¿Vienes a reincorporarte al hospital? —preguntó, esperanzado.
—Solo vengo de visita, Andy —respondió.
—Ah —respondió, decepcionado.
—Tengo que ir al cuarto piso a ver a un paciente del sanador Irving. Si me disculpas…
—De acuerdo —el hombre se dio media vuelta y siguió con su rutina, tomando notas de los pacientes.
Subieron los cuatro pisos, mientras Harry se ponía cada vez más y más inquieto, a pesar de que se moría de hambre. Después de varias semanas… ¡iba a ver al fin a su padrino!
El ascensor se detuvo y Christopher salió, seguido de Harry y Lupin. Tomaron el pasillo de la derecha hacia unas puertas dobles. El cartel de arriba decía "Salud Mental"
—Está aislado de los otros pacientes —explicó Christopher—. No porque sea peligroso, sino porque los demás están internados por afecciones permanentes —aclaró, al ver la cara de indignación de Harry.
—Buenos días, sanador Snape —saludó una señora que parecía la recepcionista—. ¿Viene a ver a Sirius Black?
—Si, Gloria.
—Solo puede entrar uno a la vez, con un máximo de una hora por persona, son las reglas.
—Lo sé —palmeó el brazo de Harry—. El chico es el ahijado e irá a verlo, yo tengo que hablar ciertas cosas con un par de sanadores. Regresaré cuando la hora termine.
—De acuerdo, sanador.
—Una cosa más: ¿pueden traerle a Harry algo de la cafetería? Algo sustancioso, por favor.
—Me comunicaré con el quinto piso.
—Gracias, Gloria —se dirigió a Harry—. Vuelvo en una hora.
—Yo me voy al quinto piso a tomar un café —dijo Lupin.
Los dos hombres se alejaron. Gloria le dio una palmada en el hombro.
—Ven, vamos a ver a tu padrino.
Apenas aguantando el impulso de salir corriendo detrás de la mujer, siguió a Gloria por el pasillo hasta que se detuvo frente a una puerta.
—Es aquí.
La mujer tocó la puerta tres veces, con suavidad.
—Sirius Black, su ahijado vino a visitarlo.
—¡Que pase, que pase! —exclamó una voz, con tono jovial, pero ronco. Era la voz de su padrino, no había duda.
Gloria abrió la puerta.
—Tienes una hora, recuerda —le advirtió, con tono maternal. Harry asintió y entró a la habitación, con las manos temblando por la emoción.
