Tuve unos dias bastante jodidos, gente. Perdí mi trabajo, no pude entrar a la universidad porque se traspapeló mi solicitud... Todo mal. Pero bueno, al menos puedo publicar el final.

Juli: El reencuentro más esperado de toda América Latina XD

Wolf: Creo que todos nos esperabamos eso de los Dursley, así que no hay nada de sorpendente XD

Tanto el episodio de la comida escondida como lo de Errol pasa en el Caliz de Fuego, no me inventé nada.

Muchas gracias por darle una oportunidad a esta historia ¡Nos vemos en otra ocasión!

Capítulo treinta y siete

Liberado

—Harás que me quiten la matrícula algún día, Christopher.

La sanadora experta en mentes Katleen Tanner estaba diciendo una frase que cualquiera lo haría temblando. Sin embargo, ella lo decía de manera juguetona, casi divertida. Su cabello castaño oscuro y lacio como una cortina le hacía recordar vagamente a su hermana. No le importaba hablar en voz alta: el despacho estaba insonorizado.

—Si sale bien, hasta te aumentarán el sueldo.

—Si, pero no has hecho mucho progreso, mi querido sanador.

—No pude encontrar hadas para hacerlo con criaturas más humanoides, en parte porque tuve mucho que hacer en Hogwarts como para ocuparme de eso.

—¿Sirius Black? Oí que fue una verdadera pesadilla.

—Un poco, si —comentó Christopher, pensando en todo lo que se había involucrado y no precisamente se trataba de Sirius Black.

—Pero si viniste aquí de nuevo a hablar conmigo es porque tienes algo en mente.

—Puede que si.

—Dime.

—Legeremancia.

Katleen lo miró en silencio durante un par de segundos.

—No te ofendas, pero tú no eres un experto en eso. Lo has intentado ya y lo único que conseguiste fue que Alice se pusiera a gritar por casi una hora.

—Pero conseguí que reaccionara—murmuró Christopher— Desde que Melissa se retiró, estuve a cargo de ellos por tres años. He probado hechizos y pociones y no he logrado avance alguno. El director del hospital está en contra de la experimentación con pacientes de este hospital desde hace varios años y eso me dificultó mucho hacer pruebas. La legeremancia fue lo último que probé antes de irme a Hogwarts

Katleen lo miró de manera comprensiva y se estiró para darle unos golpecitos en el hombro.

—No te deprimas, Chris. Ambos sabemos que la mente es lo más complicado que existe para curar. Eres el único que quiso buscar una solución en lugar de simplemente tirarlos por ahí para que no molesten.

—Gracias.

—Lo único que se me ha ocurrido y no lo he probado es darles una potente poción del Olvido. Podría borrarles la memoria por completo, pero no quiero que queden como Lockhart.

—Si, si —Christopher se apretó el puente de la nariz.

—Entiendo que seas un poco narcisista, pero has hecho mucho por tus pacientes. Los Longbotton no son los únicos pacientes que has tenido, sino muchos más. Nadie te culparía si les das más prioridad a los demás que a un par que parecen una causa perdida.

Christopher la miró a los ojos. Katleen podría ser muy fría. Ella continuó hablando:

—¿Me repites que es lo que has probado en ellos?

Christopher echó la cabeza hacia atrás.

—Dejame ver… Al principio reparé los nervios dañados que provocó el Crucio, luego me puse a hablarle de su familia; probé unas pociones de claridad mental en distintas dosis y por último Legeremancia. Fue lo único que provocó alguna reacción, pero el director dijo que si llegaban a quedar peor de lo que estaban o morían, me sacarían la matrícula. Eso… eso me acobardó bastante —admitió Christopher.

Katleen le mostró una sonrisa comprensiva.

—No te avergüences por eso, es lógico que tuvieras miedo. Apuesto que el Boggart de la mayoría de los sanadores es perder la matrícula.

—Lo sé, pero aún…

—Has hecho todo lo que ha estado a tu alcance y te aseguro que los parientes de Longbottom están muy felices por la dedicación que les diste.

Christopher se mordió el labio. Tal vez fuera cierto, pero una parte de él sentía que había una solución en algún lado.

—Mandaré unas cartas a Perú. Allí tienen a los mejores sanadores del mundo y pueden tener una idea sobre cómo solucionar algo como esto. Dejo todo en tus manos.

—No hace falta que me lo digas dos veces. Cuídate

—Tú también.

Christopher se retiró y fue a ver si Harry había salido. Gloria le dijo que seguía en la habitación con Black y que ya le habían servido el desayuno, así que fue al piso de arriba para tomarse un café.

La cafetería era enorme. Había un mostrador con varios jóvenes atendiendo pedidos y muchas mesas distribuidas. Al otro extremo había un puesto donde vendían flores, peluches y toda clase de chucherías para que los familiares y amigos les regalaran algo a los pacientes. Al igual que Hogwarts, el techo estaba encantado para que reflejara el cielo de afuera. Una perfecta mañana de verano.

Ubicó a Remus en una mesa para dos y le hizo señas para que lo esperara. Se pidió un café y lo llevó hacia la mesa.

—¿Cómo te fue? —preguntó.

—Bien, supongo. ¿Quieres ver a Black?

Remus frunció la nariz por un segundo.

—No ahora. Pasaré más tarde

—Te veo preocupado. ¿Tienes miedo de algo?

—No, claro que no.

—Mentiroso.

—No quieras usar legeremancia conmigo.

—No lo hago. Frunciste la nariz cuando te pregunté si ibas a ver a Black.

Remus puso los ojos en blanco.

—Tarde o temprano se va a enterar de lo nuestro y se va a poner como loco —dijo, con un leve tono de desesperanza.

—Estoy plenamente conciente de cuanto me odia, Remus, pero no se lo vas a poder ocultar para siempre. A menos que quieras romper conmigo por…

—No, no, claro que no —se apresuró a decir Remus—. Solo que no quiero que llegue el momento.

Christopher sonrió.

—Lo superará, lo prometo. Pero si quieres saber mi opinión como profesional, te sugiero que esperes a que esté un poco más estable emocionalmente.

Remus se tomó un sorbo de café.

—Hablando de revelaciones… ¿Cuándo le piensas decir a Harry y a Sirius lo tuyo?

Christopher sonrió de manera culpable y evitó su mirada.

—Hoy. A Harry, al menos. Black no está en condiciones para soportar una noticia así.

—Estoy de acuerdo. Pero opino que debiste decirle a Harry antes.

Christopher terminó su café y le sonrió de manera tan seductora que Remus tuvo que desviar la mirada.

—¿Y estropear la diversión? Ni soñarlo.

—Christopher… ¿notaste como estaba vestido Harry?

Christopher suspiró.

—Si, si, es espantoso.

—Dime la verdad… ¿Cómo son los tíos de Harry?

—No son muy buenas personas, confórmate con eso. Lo importante es que ya no está ahí, ¿si?

Remus suspiró y también se terminó su café. Tardó un rato en volver a hablar.

—Nunca te voy a agradecer lo suficiente, Chris.

—Oh, vamos, Rem…

—Me conseguiste un trabajo en el hospital, no es cualquier cosa.

—En archivos, el trabajo más aburrido que hay y la paga no es precisamente buena.

—Pero tengo un trabajo. Tengo compañeros a los que le importa un comino mi condición. Tengo poción matalobos asegurada mientras esté aquí. Estamos viviendo juntos… yo…

Christopher le palmeó el hombro.

—No me debes nada, Remus, nada. Hice esto porque te amo y quiero darte un poco de lo que este gobierno te ha negado.

Remus se frotó los ojos para evitar que las lágrimas rodaran por sus mejillas. Christopher fingió no notarlo y continuó.

—Sólo es el principio, Remus. Te juro que voy a ser lo imposible para que consigas todo lo que nunca has podido.


—Christopher me dijo que él había sido amigo de mi madre. Lo sabías, ¿verdad? —le preguntó, después de tomarse todo el té de la taza. No solo le habían servido eso, sino que también panceta, huevos, tomates fritos, champiñones fritos, pan frito y salchichas. Harry se preguntó si normalmente daban tanta comida frita en un hospital, pero estaba delicioso y no quería discutir.

Por primera vez, la sonrisa de Sirius fluctuó. Habían hablado durante toda la hora (Gloria le permitió quince minutos más) y desde el momento en el que entró había estado con una sonrisa de oreja a oreja.

—Si, si, lo sabía. Eran muy cercanos —bufó—. Nunca supe que le vio ella.

—¿Ustedes lo molestaban por eso?

Sirius sonrió un poco.

—Si, pero el pequeño bastardo sabía jugar sus cartas. Solo bastaba lloriquear un poco delante de Lily y bastaba para ella se nos lanzara encima como una fiera. No niego que él era bastante astuto y hábil con la magia para su edad, el muy desgraciado, pero a veces le hacía pagar —terminó diciendo, con una risotada

A Harry no le pareció nada gracioso.

—Christopher es una buena persona —dijo, con tono serio.

Sirius resopló.

—Lo admito, de no ser por él, ni siquiera estaría en esta bonita habitación —dijo.

—Podrías ser un poco más amable con él.

—Lo estoy intentando. ¿Cómo terminaron ustedes dos siendo tan amigos?

—Al principio pensé que sería como Snape, pero luego resultó ser alguien muy agradable. Deberías darle una oportunidad.

La puerta se abrió y Gloria asomó la cabeza.

—Hora de irse.

Harry asintió y Sirius lo abrazó con fuerza.

—¿Vendrás a verme otra vez?

—¡Claro que vendré a visitarte!

Harry se separó de Siruis (aunque en realidad no quería hacerlo) y salió de la habitación de Sirius. Christopher y Lupin ya lo estaban esperando afuera.

—¿Cómo lo pasaste? —preguntó Christopher, mientras salían del hospital hacia el mundo muggle.

—¡Genial! Sirius se ve mucho mejor ahora. Estuvimos hablando de mis padres y de nuestras vidas y de Quidditch.

Remus le abrió la puerta del auto.

—Les habrá faltado tiempo —comentó.

—¿Puedo verlo otra vez?

—La próxima semana —contestó Christopher, ya poniendo a arrancar el auto.

Condujeron durante un rato y Harry comenzó a ponerse nervioso. No entendía a donde iba. ¿Lo llevaría a la casa de los Weasley? No creía que lo devolviera con los Dursley.

Carraspeó con fuerza.

—¿A dónde vamos?

Lupin miró a Christopher, quien solo se limitó a seguir conduciendo. Podía ver su sonrisa desde el espejo retrovisor.

—En un rato lo sabrás.

Se alejaron de Londres y comenzaron a adentrarse en un lugar más tranquilo, con menos edificios. Harry se ponía cada vez más nervioso. Había estado conduciendo alrededor de cuarenta minutos viendo el paisaje, cuando se adentraron en un pueblo con casas de aspecto desigual, nada que ver en el lugar donde vivía con los Dursley, donde todas las casas eran iguales. Remus le dio un papel con algo escrito.

—Memorizalo.

Harry tomó el papel y leyó la dirección. Cuando menos se dio cuenta, ya el auto se había detenido.

—Llegamos.

Harry se bajó del auto y al principio no notó nada raro.

—Piensa en la dirección que te acabo de dar.

Harry lo hizo y, de repente, una casa comenzó a hacerse lugar entre las otras. La gente que pasaba ni siquiera se daba cuenta que estaba saliendo una casa de la nada.

—¿Pero qué…?

—Bienvenido a nuestra casa —dijo Christopher.

Era una pequeña casa de ladrillo, de dos pisos y tejas rojas. Tenía un jardín delantero bien cuidado, pero sin muchas flores o canteros.

—Te ayudaré con el equipaje —dijo Lupin, tomando su carrito. Christopher tomó la jaula con la lechuza y la escoba y los tres entraron a la casa.

Harry había estado en casa de Ron antes y creyó que el hogar de Christopher estaría lleno de artilugios mágicos por doquier, pero se equivocaba. Era un hogar tan muggle como el de los Dursley, solo que más sencillo. Mientras subía las escaleras, juraba que había visto un televisor.

Christopher abrió una puerta y se encontró con una habitación pequeña, pero acogedora. Una cama, un ropero, un escritorio con una silla y no mucho más. Lupin se aclaró la garganta.

—Estaré abajo —dijo y se marchó, cerrando la puerta.

Harry se quedó de pie, todavía nervioso. Se sentía secuestrado por alguna razón.

—Christopher… ¿Qué hacemos en su casa?

—Es mía y de Remus —explicó —. Vivimos juntos.

Harry recordó el día que había ido al despacho de Lupin y lo había encontrado junto a Christopher en una situación… comprometida. Harry había escuchado que había hombres que salían con otros hombres. Tío Vernon los mencionaba con asco, diciéndoles "maricas de mierda". Harry nunca había interactuado con un homosexual antes, pero si tío Vernon los odiaba, significaba que eran buena onda.

—¿Estás saliendo con Lupin? —le preguntó Harry.

Christopher se mordió el labio. ¿Estaba preocupado porque pensara mal de él? Eso jamás.

—Si —respondió Christopher.

—Me parece genial. ¿Me dices por qué estoy aquí?

Christopher se relajó, aliviado. Soltó una risotada.

—Oh, eso. Nada, solo que vas a vivir conmigo de ahora en adelante.

La mandíbula de Harry casi se desencajó de la sorpresa.

—¿Qué?

—Me quedaré contigo hasta que Sirius Black salga de San Mungo, consiga una casa y un trabajo estable para que puedan vivir juntos —lanzó un suspiro—. Sé que yo no soy precisamente la mejor opción, pero…

No lo dejó terminar. Harry se le tiró encima y lo abrazó, llorando.

—Te quiero —murmuró, antes de siquiera poder contenerse. Christopher le acarició el cabello.

—Yo también —Christopher se separó de él, sonriendo—. Te dejaré solo, ¿si? No le envíes ni una carta a nadie hasta que te lo diga. Te dejaré a solas para que te acomodes. Vendré en un rato.

Christopher salió de la habitación y Harry a duras penas pudo sentarse sobre la cama. No le importaba lo que Christopher había hecho para sacarlo de los Dursley, ni que fuera homosexual, ni que fuera el hermano de Severus Snape, el murciélago de las mazmorras. Lo único que le importaba era que, después de tantos años, su sueño de irse de la casa de sus tíos al fin se había hecho realidad.


Christopher no bajó enseguida por las escaleras. Se fue directo al baño para darse una larga ducha. Eso lo ayudaría a relajarse un poco.

Mientras el capullo de agua lo envolvía pensó en todas las cosas que había hecho en el último año. Había renunciado a su muy estable trabajo en San Mungo para ser profesor en Hogwarts. Se había involucrado en la vida de los alumnos de tal manera que podrían llevarlo a Azkaban por las cosas que había hecho.

No solo había cambiado las vidas de los alumnos, sino que la suya propia. Se había enfrentado con sus propios demonios con la ayuda de Remus; se había enamorado y había tenido la voluntad suficiente para al fin mudarse de esa casa, aunque eso significara no vivir más con sus hermanos.

Tener a Harry con él era de por sí un peligro. Si algún mortífago se enterara, Severus pagaría los platos rotos. El era consciente de que era un espía doble, aunque no tenía idea de cuales eran los planes de Dumbledore. Ahora tenía que concentrarse en la misión que le había dado Dumbledore: encontrar los Horocruxes de Voldemort.

Por lo que Dumbledore le había dicho, cinco de ellos estaban en paradero desconocido. Uno ya había sido destruido por Harry Potter al final del segundo año.

El otro era Harry Potter.

No le había contado de eso a nadie. Ni siquiera a Severus o a Remus. Tarde o temprano, el chico iba a tener que morir por el bien de todos y era algo que a duras penas estaba soportando. Vivir una vida de sufrimiento para descubrir un lugar maravilloso y luego morirse para salvarlo. ¿Qué clase de crueldad era esa?

Bueno, si así tenían que ser las cosas, se aseguraría de que Harry tuviera la mejor vida posible. Le daría todo el amor y la compresión que había tenido con sus hermanos menores. Era lo minimo que podía hacer por él.

Christopher salió de la ducha, se secó y se cambió de ropa. No pensaba salir afuera, así que se puso una camiseta roja y unos pantalones de gimnasia grises. Se calzó unas viejas zapatillas de deporte y fue a ver como seguía Harry.

Vio al chico acomodando su ropa en el armario. Christopher le dio una ojeada y notó que toda la ropa que tenía era para una persona bastante más grande que él. No solo eso: solo tenía dos pares de zapatillas y estaban muy desgastadas.

—¿Te estás acomodando bien? —le preguntó.

—Si, muy bien —respondió Harry. Su sola sonrisa hizo derretir el corazón de Chirstopher—. Es muy bueno poder poner las cosas del colegio a la vista.

—Entiendo lo que dices. Yo también solía esconder mis cosas del colegio... Ah, una cosa más: mañana mismo vendrás conmigo para comprar ropa.

—¿Ropa? Pero…

—Pero nada. Eso que está colgando ahí parecen trapos viejos. Dejame ayudarte un poco.

Christopher, recordando algunos hechizos que le había enseñado Amaranta, achicó toda la ropa de Harry hasta que le quedó de su talla.

—Esto servirá por el momento —dijo—. Al menos es de tu talla.

—Gracias.

—De nada. Mañana después de desayuno nos iremos a una tienda de ropa y te compraré algo.

—Tengo mi dinero en Gringotts…

—Eso es para tu educación. Deja que me encargue yo.

Harry lo miró desconcertado, pero le sonrió.

—Te lo agradezco mucho. ¡Cuando Ron y Hermione se enteren!

Christopher carraspeó.

—Harry, nadie puede saber que vives conmigo.

El chico parpadeó.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Ahora que Pettigrew está suelto, es muy probable que vaya a buscar a Voldemort y luego vayan detrás de mí. Solo Dumbledore, mi hermano, Remus y yo sabemos que estás aquí.

—¡Pero ellos no le dirán a nadie!

—Estoy seguro que jamás dirían una palabra. Pero el solo hecho de que lo sepan es peligroso, ¿entiendes?

—¿Pero puedes mandarles cartas?

—Si, mientras no digas que estás aquí.

Harry asintió. Luego, pareció recordar algo.

—Ron me invitó al Mundial de Quidditch. ¿Puedo ir?

Christopher vaciló. Era un riesgo, pero estaría con los Weasley y el chico merecia ver el campeonato.

—Puedes ir, pero prométeme que…

—No le diré a nadie que estoy aquí, si, lo prometo.

Christopher sonrió y le palmeó la espalda.

—Sé que es frustrante, pero no será para siempre, ¿si? Lo prometo.

Christopher bajó las escaleras despacio y se dirigió a la sala, donde Remus estaba viendo la televisión.

—¿Qué estás mirando? —le preguntó.

—Vecinos.

—¿Todavía lo siguen emitiendo?

—Si—Remus lo miró de reojo—.¿Le dijiste? —le preguntó.

Christopher se sentó a su lado.

—Lo hice.

—¿Y como reaccionó?

—Feliz, como suponía. No le gustó mucho el hecho de ocultarse, pero vivirá.

—¿Y de lo nuestro?

—También. No le importó, la verdad, solo está contento de que estemos bien.

Remus suspiró y le pasó un brazo por los hombros.

—No había nada de qué preocuparse entonces.

—Aparentemente no.

—Más tarde iré a comprar pizza, ¿quieres?

—Eso no se pregunta.

Se quedaron en silencio, solo interrumpido por el murmullo del televisor. Estaba consciente de que sus decisiones tendrían consecuencias en el futuro, pero estaba en paz. Estaba haciendo lo correcto.

Estaba haciendo lo necesario.