Kara permaneció bajo cuidados intensivos durante cuatro semanas infernales.

Alex, por sobre todos, era la que menos esperanza tenía cuando en la cuarta noche seguía teniendo recaídas fatales.

—Esto es una locura. Ha estado recayendo durante horas, días, y no mejora. ¿Qué clase de ayuda es esta?
—Alex, Lena está haciendo todo lo que está en sus manos —había dicho Maggie acercándose a su novia, su brazo herido colocado en un vendaje—. Son las tres de la mañana y Kara está estable ahora. Debes...
—¡No me iré a dormir con mi hermana en peligro! Esto no la está ayudando en nada. Esto no es un hospital, apenas es un laboratorio —estalló alejándose de Maggie. Sorprendía cuánto cambiaba su rostro al enojarse—. La trasladaré donde tenga las instalaciones adecuadas.
—Ningún hospital puede ayudarla —respondí con paciencia. Alex apretó la mandíbula.
—Ya no es un alienígena. Y no serás tú, ni nadie, el que cambie ese hecho. Llévala dónde médicos calificados sepan atenderla.
—Traje a los mejores científicos y doctores del planeta para que lo hagan. Pasarás sobre mí antes que poner un dedo en esa camilla.

Alex frunció el ceño.

—Tu egoísmo va a matarla.

Con aquello se marchó, casi hizo caer a uno de los doctores de guardia al abrir la puerta. Me senté en el sofá y enterré el rostro en mis manos. Había dispuesto la gran sala de laboratorio en un enorme laberinto de insumos médicos, mesas de alimentos para los que iban y venían, sillones para que descansaran y todo lo que fuera necesario. Kara estaba en el centro de todo ese caos. Mientras yo la miraba a través del espejo en una sala contigua un poco más silenciosa Maggie se paró a mi lado, con una píldora y un vaso de agua. A regañadientes acepté.

—Se está repitiendo lo de la última vez. Cuando le dispararon. Todo se ve exactamente igual.
—Estás haciendo lo que puedes.
—¿No crees que Alex tenga razón verdad?
—¿Me preguntas como tu amiga o su novia? Pues... No lo sé, Lena. Esto no se siente como esa vez. Antes le dispararon, antes... Al menos tenía sus poderes, algo de ellos. Ahora fue un golpe de suerte. Pero igual sigue aquí —repuso Maggie estudiando el cuerpo débil de Kara en la camilla.

Su recaída había sucedido hace cuarenta minutos. Algo estuvo mal desde el anochecer, sus signos vitales cambiando minuto a minuto, volviendo a la normalidad y regresando al caos con la misma facilidad. No tenía ninguna seguridad sobre cuales drogas mantener: las medicinas humanas servían pero eran excesivamente peligrosas. Una dosis para estabalizarla y algo fallaba, podía ser su corazón, podía ser cualquier órgano y tenían que actuar con rapidez para evitar daños inesperados.

Todos eran buenos médicos pero yo no podía parar de pensar en todas las opciones que llevarían a Kara a una muerte segura y rápida. Una que no me daría ni un minuto para entender lo que ocurría. Vivía en tal estado de nerviosismo que no había dormido nada en los pasados cuatro días. Se me apagaba el corazón mientras más la miraba allí. Pálida y solitaria. Iba a regresar junto a ella cuando escuché el viento soplar a mis espaldas.

Se trataba de Kal. Curioso como llegaba siempre en las ocasiones más inútiles.

—Lena.
—Todo está como siempre —miró a su prima a través del cristal. La pena era notoria pero no iba a sentir lástima por su preocupación.
—¿Estás segura de que no puedo hacer nada para ayudar? ¿Una transfusión como esa vez? ¿Llevarla al sol?
—Su sangre ya no es compatible con la tuya y morirá si llega a la atmósfera. Es más apropiado tratarla como humana, la mantiene estable.
—Lamento que se hayan dado así las cosas.

Sentí la mano sana de Maggie posarse en mi hombro. Con fuerza.

—Te haremos saber si algo cambia, Kal, te avisaremos —le dijo con seguridad. Él nos otorgó una sonrisa de pena y por el bien de todos tuvo la decencia de largarse. Me cansé de ese sitio y me dirigí a la sala de Kara. Maggie me siguió—. Lo está intentando.
—Debió intentarlo más. ¿Dónde estaba mientras torturaban a su prima? ¿Mientras una explosión casi la mata? De qué sirve Superman si nunca estará cuando lo necesitas.

Me senté junto a ella, aparté un cabello de su frente, tan amoratada como el resto de su piel, y cogí su mano helada. Su precioso rostro seguía lastimado como el primer día, sus labios secos y resquebrajados. En las mejillas pequeños cortes infinitos como arañazos eran lo único que se dignaban a querer curarse. Maggie se sentó en la silla opuesta cuando la enfermera se retiró de su guardia.

—No perderé la esperanza contigo —le dije al besar sus dedos. Incluso en el dorso de su mano tenía círculos morados y verdes—. Nunca la perdiste conmigo. Aguardaré el tiempo necesario hasta que seas todo lo fuerte que necesites para volver. Todos te estaremos esperando. Eres lo mejor de nuestras vidas, de la mía. ¿De qué otra forma podría ser? —su pecho subía y bajaba tan lento que parecía que ni siquiera respiraba. Usaba un respirador, su cuerpo entero estaba demasiado débil. Y frío—. Te traeremos otra manta. Y te prometo que comeré algo así que no me hagas esa cara.

Le di un beso en la frente y me puse en pie con dificultad. El mareo era señal de los días de agotamiento, tendría que descansar en algún momento si quería seguir funcionando, ser un mínimo de ayuda.
Fui a la mesa de comestibles mientras Maggie pedía otra cobija para Kara. Tomé el plato más cercano, salmón frío y no me molesté en ir hasta el microondas. Mi estómago igual agradeció los bocados que me forcé a tragar. Miré a la detective exhalar cansada.

—Tienes que ir con Alex. Te necesita más que yo.
—Alex no es una fuerza con la que quieres lidiar mientras su hermana está en peligro. Estará bien en su enojo y su odio injustificado. Se le pasará.

Compartimos una pausa.

—Tengo que encontrar una respuesta, Maggie. ¿Pero cómo? No es algo que se haya visto antes, los científicos siguen trabajando a ciegas y a mí no se me ocurren métodos diferentes para investigar esta locura. Siento que camino sobre fuego.
—Porque así es. Esa alienígena está lejos de ser fácil. Pero dejará el drama pronto.
—Lo hará.

Recuerdo cómo me miraste a los ojos luego de esa explosión. No puede ser producto de mi imaginación que estuvieras todavía tan cerca de mí, que pudieras oírme, hablarme. Ahora, sin embargo... mi mente afectada tiene dificultades para recordar a ciencia cierta lo sucedido esa tarde. ¿Seguías conmigo o era una alucinación que me protegía de la realidad?

Todo luce más devastador pasada la medianoche. Es asombroso cuánto.

Muchas recaídas seguidas en tan pocos días y ninguna pista hacia donde dirigirnos. Me siento en un barco a la deriva, no sé si es el sol o la lluvia lo que me ataca constantemente para tirarme por la borda, no sé de dónde agarrarme.

Alguien me toma por el hombro y abro los ojos. En la sala de descanso todo sigue oscuro mientras Maggie me anuncia que está preparado el informe nocturno de Kara. Eran necesarios casi cinco diarios.

Espabilo, froto mis ojos y salgo de la habitación.

Tres médicos rodean la cama de Kara y uno está a un par de metros con una tableta. Levantan la vista con la mayor consideración de mi presencia. Al final estaban ganando fortunas.

Me saluda una doctora, alemana, de cincuenta y tantos. Luego se dispone a leer.

—Trece días en tratamiento, inestable y sin progresos. Cinco recaídas en el día y se esperan conductas similares en la madrugada. Los medicamentos no implican ningún progreso pero son la única opción viable a la hora de aplacar los ataques. No obstante, si todo continúa de este modo, se esperan fallos de varios órganos y la posibilidad de un coma irreversible.

La doctora bajó la cabeza y Maggie le agradeció. Todos se retiraron a sus respectivos puestos de investigaciones. Inútiles como mi presencia. Me dolía la cabeza, estaba haciendo un esfuerzo por repetir todas las palabras que había escuchado a la vez que buscaba ignorarlas.

Me senté en el sofá, no quise tomar la mano de Kara. O no tenía las energías o me temía hacerle daño.

Los golpes más serios habían mejorado en parte. Su pálida cara aún contaba numerosas marcas pero los moretones ya eran menos intensos. Maggie trataba de hacer esos detalles algo bueno a lo que sujetarnos. Yo dudaba. En mi adormecimiento de sentidos me giré hacia ella.

—¿Estoy haciéndole más daño que bien?
—¿Qué dices? Gracias a ti sigue teniendo una oportunidad, Lena —parpadeé. No se sentía de ese modo ya. La estaba castigando a sufrir por mí. A quedarse.
—Siempre pienso en la vez anterior. A pesar de la angustia no me sentía tan desesperanzada como ahora. Tuve una cura en ese entonces. Ahora soy demasiado inútil.
—Son ocasiones distintas. No dejes que tu mente te engañe. Estás cansada y lo sabes.
—Ella también lo está —murmuré con la garganta seca. Kara cada vez se veía más pequeña en esa cama. ¿Qué le estaría haciendo a su alma esta tortura?—. Tan solo necesito saber... qué hacer.
—Tener esperanza.
—No hay tal cosa como eso.
—Kara cree en que todavía existe —mis cansinos ojos volvieron a mirar a Maggie—. Siempre ha tenido esperanza. O nunca lo habría intentado tanto. Lena, por favor, no te rindas con ella.

Fruncí el ceño, bajando la vista al cuerpo frágil de Kara. ¿Rendirme? ¿No te traería calma eso? pensé observándola, esperando un tipo de absurda señal. No. Yo no tendría manera de rendirme jamás mientras existiera en el monitor signos de vida.

—¿Puedes hacerme un favor? —Maggie asintió con velocidad—. Organiza a todos los químicos, que me ofrezcan todas las ideas más alocadas e imposibles que tengan en mente. Las que han tachado de las posibilidades. Que los científicos hagan lo mismo con los prototipos que han desistido de continuar. Necesito todas las opciones. A la vez, al parecer. ¿Puedes hacer eso?
—Ahora mismo.

Me sonrió y se fue rápidamente marcando en su celular.

Sería la estúpida esperanza haciendo efectos en mi visión pero el rostro de Kara casi se notaba más avivado.

—Es su corazón.
—¿Qué ocurre?
—Las nuevas dosis le provocan paros más a menudo, no tiene las fuerzas para resistirlas.
—¿Sus pulmones?
—Estables.
—Es un avance.
—Pero...
—Bajaremos la medicación 4-Y hasta el anochecer. Que administren en apoyo las drogas que utilizamos al principio. Mismas dosis.

El médico asintió y se marchó a cumplir las órdenes.

Me quité los guantes y froté mi cuello. Todo iba más rápido. Hasta parecía que en el laboratorio más que caminar corrían día y noche.

Presioné las palmas de mis manos, estiré mis adormecidos dedos. Estaba haciendo uso de todos los mecanismos para los análisis con químicos que pudieran ser de ayuda. No sentía casi los brazos y me dolía la espalda en toda posición luego de un minuto. Pero había obtenido un progreso, sus pulmones habían permanecido estables tres días y no precisaba el respirador ahora mismo. En contraparte su corazón fallaba más fácilmente. Algo que necesitaba manejar y volver a estudiar en el laboratorio pero no sin un respiro.

Muchas personas y científicos en el mismo espacio. Escribiendo y borrando en las pizarras, sugiriendo alternativas a la medicación que rotaba cada muy poco tiempo. Usábamos materiales escasos, difíciles de conseguir, las muestras tardaban en llegar al país pero tenía una corazonada con las investigaciones que había leído. Los elementos que reunía tenían leves pero potenciales cantidades que de algún modo habían ayudado a Kara. Extrañamente.

Su cuerpo era más drogas y sustancias nocivas que humana o alienígena. Si pinchaba su brazo en ese momento no me sorprendería si su sangre salía de un espeso tono azul.

La observé, yo muy cansada de mover el cuerpo, anhelando el momento en que pudiera encontrar otro progreso tan importante. Pero aún conservaba el serio problema de que no pudiera mirar más allá de esta etapa abrumadora, de que no hubiera cómo adivinar lo que seguiría en medio de ese lugar tan oscuro y...

Levanté la mirada hacia cada parte del gran y abastecido laboratorio. La sala principal en la que estaba se iluminaba por filas de lámparas encendidas siempre, más allá de si afuera era de día o de noche. Me quedé viendo las paredes, incluso el techo. Fruncí el ceño al tiempo que Maggie conversaba con una mujer, más allá de mí. Se percató de mi expresión y se despidió de ella rápidamente.

—¿Qué tienes? —automáticamente echó un vistazo preocupado a Kara.
—No tenemos ventanas aquí —murmuré en el mismo estado ensimismado—. ¿Por qué no hay ventanas?
—Es el subsuelo —repuso confundida. Me levanté tan rápido que el mareo fue una sensación intensa en mi cabeza—. Con calma. ¿Qué tienes?
—¡No tenemos ventanas! Fui una tonta. Dioses.
—Me asustas un poco, ¿sabes?

En mi agitación miré a Kara. Sí, estaba débil y sufría recaídas con regularidad, pero no la podía seguir manteniendo allí abajo tan lejos del sol. Tan vulnerable y fría. La luz solar no significaría muchos cambios, ya había hecho incontables experimentos. Pero no la colocaría en una máquina solo para pretender que tenía el sol cerca. Le daría verdadera luz. Para su espíritu.

—Lamento encerrarte de esta manera —le susurré sin tocarla. Poco podía hacerlo esos días sin que mi mano temblase—. Te llevaré arriba y dejaremos este lugar tan penoso y aburrido. Será un pequeño paseo...

Su pecho se elevó de un modo preocupante y las máquinas enloquecieron ruidosas. Maggie fue rápida y me apartó lejos de la camilla, me empujó hacia atrás en tanto los médicos se encargaban o intentaban estabilizar lo que fuese que ahora estaba saliendo mal. Mis oídos no percibían con claridad lo que gritaban, las órdenes que daban. Mi vista cansada pasó factura y me dolieron los ojos mientras más me intentaba enfocar en Kara.

Cuando acabaron las órdenes y todos hicieron silencio me pareció que era Maggie la que se acercaba a la máquina más próxima y apagaba el sonido.

—Si esa cosa sigue gritando así voy a enloquecer —masculló. Parpadeando caminé hacia Kara, el terror se acrecentó y heló mi sangre. Después de ser capaz de manejar a medias el temor de mirarla pude entender que seguía viva—. Enciende ese aparato horrible cuando nos vayamos —le dijo Maggie a una asistente. Me habló a mi entonces. Pese a que mi atención solo la tenía Kara y sus facciones inexpresivas, la logré oír—. ¿Me explicarás sobre las ventanas ya? Necesito un trago.

—El otro laboratorio parece calabozo comparado con esto. Sin ofender.

Maggie admiraba el nuevo espacio en el que había trasladado a Kara el día anterior. Después de decidir que le daría una fuente directa y estrictamente real de sol había organizado los preparativos adecuados para ubicar el mismo laboratorio pero muchos pisos más arriba. En el último, con exactitud.

Había llamado a vaciar todo el lugar, usualmente dedicado para mis juntas o solo un tiempo tranquilo para pensar. La vista era esencial para despejarme, pero lo más importante para ese momento fueron los ventanales en cada parte a la que uno mirase. Incluso desde el techo se apreciaban espacios de cielo azul. Había un sol radiante esa mañana. Daba en toda mi cara y no dejaba ver si te ponías a contemplar con atención durante muchos segundos.

Me hacía sentir mejor. Y ojalá a Kara pudiera causarle el mismo efecto.

Yo no era tonta, sin embargo. Era improbable y poco racional que el sol le diera cualquier tipo de poder a estas alturas. Yo lo sabía desde mucho antes de aquello, luego del disparo... Al salvarla entonces no había logrado controlar eso que la hacía ser Supergirl. Sus poderes habían casi escapado de mis manos como agua. Que sobreviviese a la explosión era un misterio. Al fuego, que su cuerpo resistiera a esas temperaturas el tiempo suficiente sin arder...

Miré a su rostro tranquilo. La luz le daba en toda la cara. Si hubiera tenido esperanzas en el sol habría estado horas aguardando allí a que abriera los ojos y me sonriera finalmente. No pasó. Pero me senté a esperar de cualquier modo. Incluso cuando el sol se ocultó y las cortinas taparon la noche.

—No se detectaron recaídas —informó un médico a la medianoche, consciente de que yo había seguido allí todo el día. No supe qué responder, era un sentimiento confuso.
—Seguiremos con la dosis de 4-Y. Administre la mitad ahora y la otra en noventa minutos. Gracias —acaricié la mano de Kara con suavidad. No estaba muy cálida—. ¿Escuchaste eso? No has tenido recaídas hoy. Es una importante noticia. Te invitaría a cenar pero no creo que estés de ánimo para tomar un jet a estas horas. Lo agendaré. Me debes muchas citas hasta la fecha y te las reclamaré ni bien regreses. Solo tienes que volver a mí, Kara. Darme una pequeña oportunidad hacia la dirección correcta. Te extraño mucho.

Las paredes de la prisión se cerraban más con cada pasillo en el que me internaba tras la guardia. Me pidió que me detuviera mientras abría la última puerta que daba a las cabinas de comunicación. Al entrar, cada silla estaba vacía, pero del otro lado del transparente plástico que nos separaba hallé a Sage sentada. La guardia me comunicó que estaría en el pasillo esperando.

Me senté, tomé el frío teléfono y Sage inexpresiva hizo lo mismo.

—Eras la última persona que esperaba ver en estos días.
—¿Aún posees amigos que te aprecien? —pregunté interesada—. ¿Deseabas ver llegar a Sam?
—Sé que está muerta. Sé lo que le hicieron.

Por la satisfacción podría haber sonreído. Pero no me rebajaría a su nivel, Sam había elegido sus cartas y las había jugado mal. Nuestra amistad había acabado apenas deseó lastimar a Kara.

—Nunca saldrás de aquí ¿lo sabes, Sage? —trató de plantar una buena cara que ocultara su pesar, no fue sencillo—. Jugaste con ella, le disparaste.
—Esa bala era para ti.
—Querías que todo el mundo supiera quién era. Por una estúpida venganza.
—Es fácil decirlo cuando lo tienes todo, Lena. Tienes una ciudad a tu alcance, todo el dinero que pudieras desear, tienes a la mujer de tus sueños.
—Te equivocas, Sage. Por mucho. Escucha esto, quizás si no le hubieras disparado aún tendría sus poderes y nada de todo esto habría ocurrido de esta forma. Sam estaría viva, Kara estaría conmigo y tú... Tal vez tú podrías haber olvidado esa inútil venganza y no quedarte aquí toda tu vida.
—Legalmente no hay pruebas de que haya hecho algo, Lena —dijo con un brillo en los ojos—. Ninguna evidencia contra mí. Me iré en algún momento.

Hice una pausa. La dejé experimentar esa imposible posibilidad de que pondría pie en la ciudad nuevamente. En cualquier lugar. ¿Realmente esperaba ser libre luego de la destrucción que había causado?

—No debiste acercarte a ella, Sage. Querías una demostración de lo que puedo hacer si te metes conmigo. Pues te pudrirás dentro de este agujero gracias a mí, tengo el poder para hacerlo. Ningún abogado te sacará, nadie te tendrá lastima. Ahora solo ruega que Kara sobreviva.
—¿O qué?
—Seguirás el mismo camino que Sam en un pestañeo. Me voy a encargar personalmente si es necesario, Sage. Ten una buena vida mientras puedas.

Colgué el teléfono y sus facciones dieron paso a una débil expresión de terror. No sabía desde hace cuánto ella estaba en esa prisión, no me importaba, pero no pensaba dejar que nadie intentara sacarla. Sobre mi cadáver lo harían.

Dejé los pasillos húmedos y me hallé en pocos minutos en la oficina central. Se me acercó una mujer de porte recto que despidió a la guardia que me escoltaba a la salida. Caminé entonces con ella por el camino hacia la puerta principal.

—Esa mujer es un peligro hacia la integridad de todos, ¿lo recuerda aún? —la mujer, con su traje sin una arruga y rostro austero abrió la puerta hacia el brillante sol.
—No lo he olvidado, señorita Luthor.

Caminamos por el largo recorrido de piedra hacia el estacionamiento. Los guardias del portón abrieron con un asentimiento.

—¿Tus hijos? —pregunté amablemente.
—Todos en la universidad, señorita. Gracias.
—Estaré encantada de tomar al mayor en mi programa de pasantes. Es un muchacho muy brillante, le sentaría bien un entorno con tantas posibilidades como es CatCo.
—Eso sería muy generoso de su parte —respondió entre la sorpresa y la incomodidad. Le calmé con una sonrisa.
—No se preocupe, me estoy encargando bien de sus superiores también. Usted siga trabajando tan bien como lo hace. Buenas tardes.

Entré a mi vehículo y me largué tan pronto como encendí el motor.

Había hablado con intermediarios para que Sage siguiera en la cárcel, que pagara por el daño que había traído a nuestras vidas aunque fuese encerrada. Sí sentía que mi furia interna la volcaba en ella porque Sam ya no estaba, pero no me importaba. Alguien pagaría. En este caso Sage.

Cogí mi teléfono y marqué a Maggie, se había quedado con Kara luego de pedirle que la vigilara. Llevaba tres días en las nuevas instalaciones y solo dos recaídas en total, era un misterio al que no quería aferrarme. Acabaría pensando que el sol aún lograba cosas en ella y no tenía las fuerzas para más esperanzas. Suficiente energía había tomado para decidir abandonar los laboratorios para ver a Sage.

—Lena —saludó Maggie al teléfono—. Todo en orden por aquí, ¿cómo sigue tu asunto?
—Sage no saldrá nunca más —informé sin vueltas—. Le aclaré también que terminará igual a Sam si Kara no despierta.
—¿La matarías? No eres una asesina, Lena.
—No sé lo que seré si la vuelvo a perder, Maggie. Cada día estoy más cerca de volverme loca.
—Entonces ven aquí y quédate con ella. Háblale. No te des demasiado tiempo a solas para pensar en lo demás, ¿quieres?
—De acuerdo. Llegaré en una hora. Gracias por estar allí. En serio.

Corté y tomé velocidad en la carretera. Encendí la radio, cualquier frecuencia, Maggie estaba en lo cierto sobre la soledad. Cosas extrañas le pasan a uno cuando no queda más que una mente atormentada por pensamientos deplorables.

—El sol no puede estar ayudándole, ¿verdad?

Los médicos y científicos sentados a la mesa intercambiaron miradas dudosas. Quien me respondió fue la doctora más próxima a mí. El ambiente era de una severa confusión.

—Su biología no es de este planeta. Muchas cosas son diferentes con su sistema inmunológico. Lo que venimos intentando para estabilizarla eran simples pruebas a ciegas. No aptas del todo.
—Y dieron frutos a partir del día en que la trasladé. Se suponía que la luz solar no volvería a significar nada para ella.
—Somos primitivos en esto. No tenemos noción de lo que puede estar ayudando a su mejora, pero... —miró a sus compañeros. Varios asintieron—, es una posibilidad que el cambio de ambiente haya sido la razón por la que no ha vuelto a recaer en varios días. No es una afirmación, ni razón para esperar una recuperación completa, pero es algo. Podría salir de su coma.

Lo pensé tanto en el lapso de esa semana que escucharlo de alguien más me dejó sin aliento.

Dieron más datos que yo conocía de antemano los siguientes quince minutos. Yo había presenciado los momentos donde inyectaban las drogas que se suponía podrían ayudarla a volver. Pasos peligrosos teniendo en cuenta su falta de recaídas. Pasos a ciegas.

Me temí a tal grado que volviera a suceder lo peor que cuando Kara parpadeó dos días después pensé que estaba soñando.

No creí que fuera cierto volver a mirar esos ojos azules, perdidos pero allí presentes. Me buscaron y ella observó ausente mi más seguro estado nefasto de pie junto a su cama. Me parece recordar que lloré en voz alta, que le agradecí en jadeos entrecortados que hubiera vuelto. Kara no reaccionó demasiado. Las drogas eran muy fuertes pero no me dejó de mirar. Incluso reí con una felicidad que hace semanas no sentía mientras tomaba asiento tan cerca como podía y cogía su mano.

—No entenderás demasiado ahora mismo. Todos aquí estarán ardiendo de ganas de saber qué es lo que te ha devuelto —respiré todavía sollozando. Su pecho se elevaba y bajaba muy despacio—. Te podré explicar cuando estés en mejores condiciones. Te lo prometo. Sé lo confuso que es. Pero estás bien y haré lo que sea para que siga de ese modo y mejores. ¿Te parece bien? Cielos, cuanto te extrañé.

Besé sus nudillos fríos y dejé descansar su mano. El brazo tenía marcas aquí y allá todavía, como el resto de su cuerpo no eran exactamente notorias, pero variaban las quemaduras y manchas en su pálida piel. Como si leyera mi mente se miró las manos, así también su antebrazo y tanto pudo para reconocer los sitios en que había sido herida.

—Solo cicatrices. Han estado peores pero se irán en su mayoría —le aseguré, acariciando su cabello. Le entró un ataque de tos y me incorporé para ofrecerle agua. Aceptó con un asentimiento y acerqué el vaso junto con su sorbete—. Estás aquí. Lo demás no tendrá importancia cuando esto termine. Es una promesa, Kara, empezaremos de nuevo y esta vez saldrá bien.

Parpadeó, apartó la mirada a su entorno por primera vez y le expliqué la situación tanto como pude sin pretender alterarla. Continuó callada, debía ser el tiempo sin hablar la razón, pero accedió a todo durante las siguientes horas. Los pinchazos de las agujas para extraer sangre, las explicaciones de los médicos sobre las recaídas y detalles de las medicinas tan raras que habían creado esas últimas semanas para poder estabilizarla.

Escuchó todo con mucha atención. Mirando en silencio a los extraños alrededor de su cama. Cuando acabaron se despidieron todos y cada uno amablemente, pasaron muy pocos minutos hasta que Kara exhalara bajo y de pronto estuviera durmiendo.

Le di ese descanso necesario más allá del temor de que fuera a perderla si durmiera. Fueron tres días siguientes muy similares en comparación. Kara sí volvió a despertar, sin decir palabra, incluso recibió a Maggie y Alex, un tanto muy emocionadas y afectuosas. Ella lo permitió, en su estado inalterable, también que yo sostuviera su mano de tanto en tanto.

Pero pasó salgo extraño, cuando volví de buscar mi cena y atrapé sus ojos viendo fijamente hacia un escritorio con los medicamentos que le tocarían en cuestión de minutos. Alejó la mirada al notarme y automáticamente alzó la mano para que se la cogiese. ¿Lo hacía porque lo quería o para reconfortarme?

El mal presentimiento se dio al día siguiente. Cuando ya no estuvo en su cama al regresar de mi siesta tan innecesariamente estúpida.

Ni poniendo a todo el personal a buscar la encontraron en el edificio. Perdí la cabeza mientras miraba las cámaras, la hallé atravesando las puertas y abandonando el lugar. Hace dos horas.

Se había ido solo así.

Tenía mucho sueño. Demasiado.

Nunca había ansiado tanto apoyar la cabeza en cualquier superficie y dormir.

Pensé en lo grato que sería esa tranquilidad mientras una voz me molestaba en cada paso. La ignoraba. Apuraba mi caminata a través de un parque colmado de niños y gente corriendo, haciéndome invisible en mi abrigo.

Lo que recordaba al dejar los laboratorios fue que una doctora se interpusiera entre la puerta y yo me forzara a regresar a la cama. Me resistí, me mareé y probablemente busqué insultarla pero mi garganta no logró demasiado en ese estado. Acabé llorando de un modo muy patético durante cinco minutos y la mujer debió tenerme mucha lastima porque exhaló severamente y me entregó dos frascos de píldoras con instrucciones odiosas de tomarlas cada doce horas. Me advirtió que eran probables efectos alucinógenos, dolores musculares y de cabeza, así como vómito. Me pidió varias veces que no me fuera, que podían tratarme allí, intentar curarme por completo. Mi aspecto debía ser fatal porque nada más suspiró y me dejó salir.

Más o menos así me marché. Me dirigí a mi antiguo departamento, que no lucía muy espléndido con el abandono, y cogí una mochila con una muda de ropa y varias pertenencias útiles. Me llevé efectivo y las tarjetas de crédito. Y me bebí a regañadientes la primer píldora.

La voz maldita continuaba hablando en lo que pensaba sobre las últimas horas.

No me atrevía a mirar a la izquierda. Bastaba con sentir su presencia caminar tranquilamente a mi lado. Pero me estaba agobiando.

—Sé que me oyes, estás muy consciente ahora. No como en esa cama, te encontrabas fatal —doblé una esquina. El silencio duró poco—. Que aburrido es esperar el semáforo cuando puedes volar. Deberíamos intentarlo. ¿No? Vaya, pues caminamos. ¿A dónde vamos? No has hablado desde que dejamos a Lena. Rao, eso fue muy cruel. Demasiado cruel. No puedes solo abandonar las cosas cuando algo sale mal y mira, ya nos fuimos a Krypton antes y fíjate lo que causó. ¡Lo echó todo a perder! Opino que volvamos.

Me eché la capucha del abrigo y crucé otra calle. La mochila me pesaba y ni siquiera llevaba muchas cosas. Las piernas me dolían, me faltaba el aliento cuando trataba de abandonar la pesada voz repetitiva que me acosaba. Sentía bastante frío.

—Está bien, creo entender su punto. Todo apesta, más que nada tú porque no eres siquiera la mínima parte de lo que solías ser. Puedo comprender a medias el motivo de tu abandono, lo despreciable que todo debe ser. Eres un ser muy triste —se calló durante un momento. Entré sin pensar a una cafetería semi vacía con intenso aroma a pan horneado. Me deslicé dolorosamente en una mesa y se acercó un mesero que esperó con incomodidad mi pedido. Terminó carraspeando.
—Por tu aspecto creo que podrías apreciar un buen café.

Con eso se fue a buscar una cafetera y me llenó una gran taza. Dejó también una colorida dona que me generó náuseas solo al ver. La aparté.

—Tengo una duda —la voz de nuevo, ahora sentada en la silla al frente, bajé la mirada a la humeante bebida—. Si no tienes nada de kryptoniana ¿eres realmente alienígena? Digo, te han hecho todo tipo de cosas muy raras y estás viva más por mérito humano que extraterrestre. Y los poderes... Bah, más tragedias por acumular.
—Por favor, cállate.
—¡Has hablado! ¡Hurra! Debimos grabarlo, rayos. Fueron como tus primeras palabras. ¿Lo entiendes? Has renacido en una nueva persona. Ahora debes afrontar la vida como una humana común y corriente. Te sienta el estilo. Y tu cara mejorará. Todos cargamos con marcas. O sea no yo, lo sabes, mi piel es impenetrable.

Bebí un sorbo muy caliente de café que me molestó y agradó en partes iguales. No era muy admiradora de la cafeína pero en aquel momento sentó bien el sabor en mi garganta. A mis sentidos.

—No deberías tomar eso. Debiste pedirnos una malteada o algún té exótico. Lena lo desaprobaría en esta situación.

Levanté la cabeza y miré entonces. Su expresión medio aburrida, medio desaprobadora, me sonrió con todos los dientes. Era radiante, todo en ella. Su piel sin daños, su cabello abundante y dorado, la sonrisa que brillaba perfecta y el rostro iluminado por... ¿por qué usaba el traje?

—Te estás preguntando sobre el traje, lo sé. Bueno, es así como me aparecí, ya que tú estás de Kara no habría resultado original copiarte todo el atuendo. Opté por Supergirl.
—Tú no existes —murmuré con voz rota. Me fallaron las cuerdas vocales.

La deslumbrante imagen de una Supergirl en su mejor momento se apoyó sobre la mesa. Cogió la dona y la aprovechó con mucha alegría. Sentí más náuseas, más miedo. Me temblaron los brazos al coger con las dos manos la taza.

—Soy tan real como tú. Aunque no lo quieras admitir. Estamos atrapadas en este drama solo porque decidiste volver. Pudiste hacernos a todos el favor y continuar tu siesta. Ahora estamos en esto, que aburrido —exhaló y se echó hacia atrás. El símbolo en su pecho me deprimió—. ¿Por que vinimos aquí?
—No puedo estar en ese lugar.
—Es donde está Lena. Te está buscando ahora y lo que haces es comportarte como una estúpida. ¿Por qué?
—¡Porque no puedo hacerlo! No puedo. Esto no soy yo. Lo que sea que queda de mí... No soy yo.
—Y te parece mejor ser una cobarde que huye —entrecerró los ojos. Su facciones perfectas no guardaban ninguna cicatriz.
—Desaparece. No quiero escucharte.
—No. Estoy obligada a soportar tu drama. Hasta que decidas hacer algo al respecto.
—¿Hacer qué? —quise saber. Sentí mis labios resquebrajados doler también.
—No hagas a Lena buscar tanto. No sigas perdiendo su tiempo.

La Supergirl que me observaba no poseía ninguna intención de ser concretamente amable. O de entender algo como la compasión. En sus comentarios se notaba el veneno envuelto en sonrisas ya bien actuadas. Ese último comentario al respecto de Lena no me sonó de forma agradable. Todo lo opuesto.

Hice caso omiso de todo el resto del tiempo que me quedé en ese lugar.

Me dolía la cabeza, y el dolor muscular no disminuía tanto como hubiera querido, pero en teoría estaba bien. Si quitaba lo terrible que me sentaba abandonar a Lena y cómo de desagradable mi cabeza había reaccionado al volver del coma.

Que cuerpo tan débil en el que había terminado.

Lena había explicado con detalles lo pasado en mi ausencia. Que yo había salido en general bastante ilesa, que Sam había muerto y que Sage estaba en prisión. Que no permitiría que saliera. Habría esperado alguna reprimenda por semejante acto suicida, por haber ido sola en busca de Sam en primer lugar, pero todo lo que vi fue cariño y agradecimiento.

Maggie me visitó, también Alex. Apareció incluso Kal durante un rato, incómodo. Fue un poco la gota que derramó el vaso. En todo su esplendor de héroe, con su traje, y sus poderes. Y todo lo que pudiera él querer. Claro que iba a ser capaz de proteger a Lois en cualquier ocasión.

¿Yo podía decir eso ahora?

A los días de seguir sintiéndome tan fatal bajo la mirada de esas personas y una Lena anhelante de palabras que no me salían, escapé.

Ya con varias horas de haberme marchado Lena estaría muy seguramente buscando. Maggie habría dispuesto a toda patrulla en su comisaría en las calles, amenazando a su superior como bien era capaz. Alex haría algo similar en el DEO.

Yo no merecía tanto esfuerzo. Lo que fuera que ellos creían que yo era... No existía. Lo que quedaba de mí luego de ese camino tan largo y doloroso era un cuerpo con cicatrices y quejas. Era gracioso pensar que todas mis acciones me habían llevado a ese estado. Mis propias decisiones.

Si quizá no hubiera regresado a Krypton tanto tiempo atrás nada de esto habría sucedido. Tendría que haber sido egoísta.

—¿Remordimiento? —preguntó mi copia, radiante y poderosa. Contuvo una sonrisa.
—Quiero irme lejos.
—¿Segura?
—No —murmuré cansada—. No sé. Solo no estar aquí. Ni allá. Ni pensar en la suma de mis errores. Ni en el dolor que he causado solo por estar... aquí. Lo que toco lo destruyo.
—Que pensamiento tan negativo —dijo ella distraída. Miraba la pantalla de un televisor, en las noticias se lo veía a Superman salvando el día.

Dejé el café y algunos dólares. Tomé mi mochila, ajusté mi abrigo y me fui.

Las calles eran diferentes cuando las caminaba durante tanto tiempo y me internaba en sitios por donde no había estado. Escuchaba un sinfín de sirenas a medida que me alejaba del centro de National City, evitaba plazas y parques, me escabullía por calles más angostas y bajaba la cabeza cuando patrullas de policía ocasionalmente pasaban.

Tenía buena memoria sobre como se distribuían en situaciones como esta. O como actuaba el DEO si necesitaban encontrar a alguien. Sabiendo esto aún así quise hacer una llamada.

Ubiqué una cabina telefónica y respiré lentamente mientras marcaba. Apoyada en el cristal exterior me sonreía Supergirl, aguardaba. Le di la espalda.

—¿Kara?

No me sorprendió nada que mi madre esperase una llamada. Entre muchas cosas lo que más me molestaba era preocuparla a ella también.

—Hola, mamá —exhaló con mucho alivio.
—Cariño, cielos... ¿Dónde estás? ¿Qué ha ocurrido? ¿Estás bien?
—Estoy bien.
—Debes regresar, ¿lo sabes? Lena está... Lena no está bien. Tú no estás bien ahora mismo para dejar el laboratorio. Necesitamos poder ayudarte, por favor regresa.
—Mamá, yo... Tengo una pregunta y quiero que respondas con honestidad —hubo una pausa. Se debatía entre insistir o ser paciente.
—¿Qué necesitas saber, cariño?
—¿He sido más útil como Supergirl que como Kara?
—¿Qué? ¿Por qué... ? Esto es innecesario ahora mismo. Debes regresar. Deja que te ayuden a mejorar.
—Responde.
—Eres mi hija. Antes que cualquier otra cosa. Siempre has sido la niña dulce y desinteresada que ofrecía todo por la felicidad de los demás. No eras solo el nombre en el periódico, Kara, la esperanza nunca vino del traje ni de los poderes. Por favor recuérdalo.
—Dile a Lena que necesito pensar. Que tengo la medicina, que la tomaré. Pero necesito... liberarme. No puedo estar cerca de ustedes, mamá, todo lo que siento es culpa y miedo. Si regreso y no soy capaz de alejarlos del peligro... Lo siento.
—Kar...

Dejé el teléfono en su sitio y salí de la cabina. Por una vez Supergirl no me molestó, pero tampoco desistió de seguirme.

Tomé un taxi casi hasta las afueras de la ciudad. Un motel cercano a la ruta, modesto y que me daría un par de días. Habría dormido en cualquier parte de no saber que ni Maggie ni Alex cesarían de la búsqueda. Y Lena... Dolía mucho hacerle esto a Lena. Había querido llamarle también, decirle algo que pudiera tranquilizarla, pero solo lo habría empeorado. Quizás. Al menos mi madre le diría.

—Cobarde —dijo Supergirl con una sonrisa, de brazos cruzados en la pared de mi cuarto. La cama estaba mucho mejor de lo que me habría esperado, limpia y suave. Me evité encender el televisor para soportar más noticias innecesarias.
—Sí, lo sé.
—Ya disfrutas de serlo. Fascinante.

Exhalé buscando en la mochila los condenados medicamentos. Tragué una píldora con asco, bebí más agua y me dejé caer nuevamente en la cama. Mis ojos cansados de vez en cuando trataban de ver más allá, como si tal cosa fuera posible. ¿Esto era todo? Una vida de luchar contra todo lo malo y fracasar en lo único que amaba. Estar allí para Lena. ¿Qué pasaría si nuevas amenazas iban en su dirección? ¿Quién la salvaría entonces? Yo nunca fui la mejor en ello, pero lo intentaba. Y ahora... pues ahora no era nada.

Lena no merecía una sombra. Ni una cáscara vacía de algo tan poderoso como Supergirl. Merecía tanto más.

Me dormí antes de la puesta de sol y desperté al mediodía del día siguiente. Confundida, con dolores, y sobretodo grandes náuseas. Vomité aunque seguía sin tener nada en el estómago y me sentí un poco mejor a la media hora. Tenía que comer algo, si bien no lo deseaba ni tenía hambre, las píldoras me sentarían fatal más tarde.

Salí del cuarto y miré al sol. Algunas nubes lo ocultaban pero era un día cálido. Amaba antes esa luz y el calor, los había sentido en la piel durante tanto que era nuevo sentirme tan fría bajo los rayos, tan débil y... sin propósito.

Después de caminar varias calles hacia una gasolinera y comprar algunos emparedados finalmente pude decir que había almorzado. Tragué indiferente el medicamento y, como un reloj, Supergirl se apareció una hora después mientras yo miraba un programa sobre las pirámides de Egipto.

—Este es el plan entonces. Existir en un cuarto de mala muerte a la espera de que se te ocurra algo mejor. Te va pésimo —se quejó. Su capa se movía tras su espalda mientras caminaba—. ¿Recuerdas la universidad? Esa vez tuvo que servirte para darte cuenta de que esto no sirve.
—Lo recuerdo cada día.
—Pues recuérdalo mejor. Dejaste a Lena para regresar años después a una mujer que te odiaba, que despreciaba mirarte. ¿Por qué no aprendes?

No respondí. Ella se detuvo. Mi cara, la suya... frunció el ceño.

—¿A qué estás jugando?
—A nada.
—Estás esperando que vuelva a odiarte. Por Rao, no puedes ser tan cobarde.
—Dije que quería pensar en todo —repuse clavando mis ojos en la pantalla del televisor—. No soy capaz de estar con ella en este estado. No lo merece.
—Sí, cree eso. Será tu excusa para lo cobarde e idiota que eres.
—¿Desde cuándo eres tan agresiva?
—Desde que morí y me tocó verte ser...
—Cobarde, sí. Cállate ya.

Supergirl resopló. Terminó su disconformidad echándose en un lamentable sillón.

Lo que sucedió luego fue una serie de malos días y pensamientos detestables.

Solo comía porque lo veía necesario para mantener las fuerzas y tomar las pildoras. A veces mis músculos dolían más, otros días era peor la cabeza o cualquier sitio como mis brazos o piernas donde tenía cicatrices de la explosión.

Me veía poco al espejo. Mi cara demacrada era la de una persona que no conocía y los indicios de mi perdida de peso eran cada vez más obvios.
El cansancio fue parte grande de mis días viviendo en el motel. No me levantaba más de lo necesario, no me esforzaba por tomar duchas y había decidido dejar el televisor encendido para no quedarme sola con mi cabeza.

Tenía recordatorios repetitivos de Supergirl diciéndome lo cobarde que era y que bien sería si apresuraba las cosas por un cambio en nuestras vidas.
Yo limitaba a quedarme tan quieta que la cama y yo nos sentíamos una sola. Oía los sonidos de los programas que empezaban y acababan, pero sobretodo escuchaba la voz de Lena en todo momento. Mi situación era deprimente, me lo figuraba al no ser capaz de salir para respirar aire fresco, o no dejar en absoluto las sábanas durante largas horas. Me costaba respirar en ocasiones, llegaban a dolerme los ojos, incluso mis sueños tenían algo que ver con la explosión. Pero encima de todo siempre se hallaba Lena.

En mis sueños pocas veces estaba tranquila. Siempre surgían peligros nuevos y yo no era lo suficientemente rápida para salvarla. Cuando sí lograba alcanzarla no era capaz de hacer nada.
Todo era más fuerte y veloz, yo era lo frágil del panorama y Lena siempre desaparecía en mis brazos.

A partir del séptimo día me pareció que era mejor no dedicar tantas horas al sueño. Sentía que todo se estaba poniendo peor en tanto dejaba los minutos correr.

Tomé una ducha caliente que pude disfrutar. Miré unos minutos las noticias, que seguían normales. Pensé en Alex, en mi madre, me pregunté cómo estarían las cosas con Maggie siendo que cuando me visitaron las había notado raras entre sí.
Pensé más en Lena y en lo cruel que era de mi parte hacer lo que estaba haciendo.

Herirla era uno de mis peores temores, pero no poder protegerla me aterraba. ¿Qué haría así? ¿Qué podía darle de mí ahora?

En vez de dormir esa noche me quedé tanto como pude despierta. Saqué un cuaderno de la mochila y le escribí a Lena. Tenía frío ya tarde en la madrugada y mis dedos estaban congelados alrededor del bolígrafo.
Quien había sido yo antes, mi copia menos amable, miraba desde un costado de la habitación en silencio.

Al día siguiente me fui del motel al fin.

El mundo se veía raro luego de más de una semana sin alejarme más allá de la gasolinera.

Pedí un taxi nuevamente, uno que me devolviera a National City, y bajé en un parque con un aire tan distinto al que había sentido en mi encierro que me quedé tan solo allí, sentada en un banco y leyendo la carta para Lena.

Tres páginas sobre lo mucho que lo sentía. Palabras crudas y deprimentes, demasiadas disculpas y muy poca esperanza en un futuro donde no me sintiera tan vacía y frágil. Porque eso no existía, nunca tendría paz mientras supiera que no era lo que había acostumbrado a ser. Mis brazos nunca la rescatarían y ya no tendría una piel que parase las balas. No la llevaría a volar ni la besaría para quitarle los nervios.

Una carta desde lo más doloroso de mi corazón.

Bajé la capucha de mi abrigo y aunque la brisa fue más fría de lo que esperaba, por una vez aprecié el brillo del sol en mi rostro sin esperar nada a cambio.

Estaba muy cansada. Necesitaba detenerme.

Me acerqué a un cesto de basura, dubitativa. Rompí las hojas, las tiré. Junto a mí Supergirl me sonrió. Me guiñó un ojo y ya no pude volver a verla a mi alrededor.

Caminé nerviosa y con mis inseparables dolores por la ciudad. Me tomó un tiempo recordar del todo donde se hallaba, me pasé la dirección incluso, pero luego de diez minutos de cansancio igual de físico como mental, llegué a la puerta del departamento de Lena. El nuestro, a dónde me había mudado hace tanto... O poco tiempo. ¿Estaría allí?

Toqué el timbre después de dos minutos. Me quería ir, escapar, hacerme invisible. Quizás no estaba. Si tan solo esa fuera la señal para...

La puerta se abrió y Lena me miró atónita.

Estaba hermosa como siempre. Su cabello recogido sin esmero en una cola. Su ropa casi como la que recordaba que tenía al dormir. Las ojeras resaltaban sin embargo, y me fue difícil no temblar cuando sus ojos se cristalizaron y me abrazó de golpe. Hice lo mismo. Su aroma fue tan revitalizador como hace tiempo la luz solar. Exhalé agradecida.

—Lo lamento. Tenía que irme. Tenía que decidir quién... quién quería ser —musité con la garganta seca. Mis lágrimas no se tardarían en hacer presencia. Lena se separó un poco, sus manos cálidas inspeccionaron mi piel antes de ofrecerme pasar. Entré con nerviosismo y ella cerró la puerta—. Tengo mucho miedo de perderte, Lena. No sabes cuánto. Yo no lo sabía hasta que me resigné a saber que no podría ya nunca salvarte.

Volvió a mí, su rostro no expresaba enojo. Me deshice de la mochila y me quité el pesado saco. La calefacción de la sala era agradable y no hacía que mis temblores se interpusieran con mis palabras.

—No me perderás, Kara —dijo calmada. Casi asombrada de tener que decirlo.
—Ya no soy... Me fui porque me sentía demasiado inútil mientras más tiempo pasaba allí. Todos hablando del milagro que me había devuelto y que era uno en un millón. No quise hacerte daño.
—No lo hiciste. Sabía que volverías.
—¿Por qué? —fruncí el entrecejo y me sonrió como Lena sabía que agitaba mi alma.
—Siempre has vuelto. Nunca fallaste en regresar. ¿Qué más podía hacer más que esperarte? Te amo, Kara, muchísimo. Lo hice toda mi vida y planeo hacerlo hasta el final de mis días.

Supe muy bien que en ese mismo segundo no merecía a esa mujer. Lo tenía claro. Pero tenía toda la certeza del mundo de que me convertiría en lo que siempre debió tener; alguien que la amara todos los días, incondicionalmente, más allá de cualquier fuerza y poder. Sonreí al mirarla. No tenía que estar bien ahora, pero alguna vez yo había representado la esperanza y si de algo servía debía emplear esos últimos restos ahora.

—Tuve malas ideas estos días, inquietantes. Cosas que no me enorgullecen haber pensado. Pero estoy aquí ahora y no me iré ni seré cobarde otra vez. Va a ser difícil y estoy por completo asustada de que no resulte bien, pero... pediré ayuda. Y resolveré mis problemas. Haré que lo malo desaparezca, Lena. Me arreglaré y seré mi mejor versión. Te prometo que lo haré.

Se largó a llorar en todo el sentido de la palabra. Al volver a abrazarme y sin la mochila ni el abrigo encima, pude dejarme llevar por su calor. La pude contener y a su vez ella lo hizo por mí. Como estaba escrito que debía ser, como siempre había sido. Me sentí feliz por volver. Por no rendirme de luchar por mi felicidad. Por Lena. Por ella siempre.

—Tengo que llamar a tu familia o me prohibirán hablarles si no les aviso que estás bien —dijo con una hermosa sonrisa. Se hallaba en paz.
—Que vengan mañana, ¿si? —Lena asintió, el móvil en su mano. En la otra sostenía la mía. Hizo una breve pausa.
—Me gustaría que pasaras por un pequeño chequeo tan pronto como tú lo desees, quiero decir... Sin presiones, ¿está bien?
—Claro que sí. Iremos por la mañana —le aseguré. La preocupación se calmó en su cara. Inhaló profundo, marcó en el celular.

Me senté en el sofá y escuché su voz mientras explicaba sin detalles que yo estaba bien y que podríamos vernos mañana. Me gustaba el sonido en sus palabras, la tonalidad relajante me hacía ignorar los dolores en mi cuerpo.

—No estamos en nuestros primeros días para permitir que te duermas en el sofá —reprochó divertida sentándose conmigo. Abrí los ojos, no había notado cerrarlos. Los suyos se sentían como mi hogar—. Eres lo mejor que he conocido, Kara. Haré lo que sea por ayudarte a superar esto. Te juro que sí.

Sonreí pese al cansancio. Volví a tomar su mano. Me gustaba como las mías no eran tan frías cuando lo hacía.

—Sabes, sobre lo de que volvieras gracias al sol —comenzó como preparándose—, podríamos investigar más. Quizá no esté todo perdido con respecto a...
—¿Mis poderes?
—Correcto.

Se la veía nerviosa. Preocupada por no poder ayudarme si me daba esperanzas, pero ansiosa por intentarlo todo. Descansé mi cabeza en el respaldo del sofá. Había un gran motivo para que fuera feliz en ese momento y era Lena. Lo demás sería difícil, y malo, y requeriría de mucha voluntad para hablar con alguien más sobre cuánto me vaciaba mentalmente ser normal.

Antes habría buscado día y noche por una solución a los poderes perdidos. Quizás y dejando la negación a un lado en verdad existiría si hacíamos el esfuerzo. Pero negué con la cabeza. Lena vaciló.

—Quiero aprender a ser Kara Danvers sin tener que volar a mitad de algo importante. Amaba ser Supergirl, amaba poder ayudar a tantas personas. Creo que ha estado bien el tiempo que duró. Lo que he aprendido sobre... tantas personas, nunca podré olvidar sus caras de agradecimiento. Fui muy feliz portando ese símbolo, lo llevé con orgullo. La gente tendrá que aceptar que me he ido algún día y estará bien. Todos cambiamos, quiero estar segura de hacerlo para bien. Quiero vivir una vida que me sorprenda, quiero poder envejecer contigo. Eso es lo que deseo, Lena. Ninguna fuerza ni poder se compara con la posibilidad de pasar el resto de mi vida contigo.

La había hecho llorar otra vez, es que en verdad yo tenía una habilidad exorbitante para...

Me tomó por el cuello y me besó. Se sintió como una primera vez. Yo era nueva, pero el contacto lo recordé muy bien con los segundos. Me sorprendió cuanto necesitaba un beso así suyo. Uno que me quitara la respiración y me dejara flotando. Me aseguraría de no pasar nunca mucho tiempo sin esos labios. Poseían la habilidad de transportarme al paraíso.

—Gracias, Lena —musité al separarnos. Aún mantenía sus manos cerca. Su expresión era la más feliz.
—¿Por qué?
—Tienes aún el increíble poder de salvarme —su sonrisa se agrandó. Me hipnotizó—. Dormiré en paz esta noche.
—Y yo trataré de no acosarte demasiado con la mirada para asegurarme de que no estoy soñando.
—Eso estará más que bien por mí.

Acarició mi mejilla, cerré los ojos satisfecha y sonreí por su afecto incondicional.

Quizás no estaba tan mal ser frágil a veces. Era una buena recompensa encontrar el camino de regreso.


Siete meses más tarde.

—Por dios, estamos llegando tarde —murmuró Maggie con nerviosismo caminando detrás de mí. Me estaba tomando un serio trabajo ponerme el vestido adecuadamente. Pero sus movimientos me provocaban muchos más nervios—. ¿Podrías apurarte?
—¡Está atascado!
—Kara, por todos los cielos ¿te lo has puesto al revés de nuevo? ¡Faltan quince minutos y debíamos llegar hace más de media hora! Me voy a desmayar.
—Te dije que no iba a ser de buena suerte llevar vestido.
—Ya siento la oscuridad sobre mí —resopló echándose en el sillón con una mano en la frente. Claro que era más fácil quejarse si estabas llevando un traje de dos piezas.
—Dame un minuto. Ya... Ya casi.
—Me lleva...
—Deja de hiperventilar, terminé —avisé con un último suspiro exhausto—. ¡Levántate!

Maggie miró al techo agradecida, poniéndose de pie y recuperando la cordura. Nos apresuramos escalera abajo, el ascensor por supuesto tenía que estar descompuesto. Cuando llegamos al vehículo el chófer nos sonrió y entendiendo la demora tan obvia nos hizo el favor de ir un poco más rápido.

—Ay por favor, el anillo —exclamó mi amiga aterrada. Para ese momento habíamos transitado más de la mitad del recorrido y su expresión de agobio fue tan grande que empalideció por completo. Rebusqué con dificultad entre los pliegues de mi vestido, sentí la caja de terciopelo en un bolsillo.
—Lo tengo. Yo lo tengo.

Las dos nos desplomamos otra vez y no durante mucho. El coche paró al frente de un portón metálico y agradecimos con rapidez mientras salíamos fuera. Se me atascó el vestido al cerrar la puerta y Maggie farfulló que no volvería a hacer esto en muchísimo tiempo.

—¡Tú corre! ¡No vaya mi hermana a creer que la dejaste plantada!

Maggie rio finalmente. Se adelantó en el camino de piedra, a paso rápido hacia la mansión que se alzaba con su esplendor. La vi doblar a la derecha antes de llegar a las puertas, seguramente al jardín donde la boda se iba a auspiciar. A mí me costó algo más correr en mis zapatos, pero con alivio supe que no estaba todo perdido al oír cerca una tranquila melodía.

Alcancé el jardín eventualmente. Estaban todos de pie pero no me significó una gran tarea ver a Lena cerca de Alex, retandome con la mirada al verme posicionarme de una vez por todas detrás de Maggie. Me sonrió casi al segundo siguiente. Se encontraba hermosa. El sol hacía brillar su piel como si fuera un ángel.

Sujeté el anillo de Maggie en mis manos y la boda comenzó.

Mi hermana estaba radiante. Cuales fuesen las dificultades que había tenido con Maggie meses atrás las habían solucionado. Estaban felices.
En la fila a nuestra derecha mi madre miraba emocionada, sus ojos en lágrimas. Estaban todos nuestros conocidos en el jardín; un espacio al aire libre demasiado agradable, lleno de flores y verde. Estaba disfrutando mucho del momento, del aroma natural, de volverme a mi novia y encontrarla mirándome.

Los pasados meses yo había hecho todo a mi alcance para superar mis pensamientos tan destructivos. Aún me costaba un poco, en raros días, saber que no volaría ya tan cerca del sol. Que no estaría preparada como antes. Era bueno. Ya no era tan difícil asimilar el miedo. Hablar con profesionales había ayudado. Rodearme de las personas que amaba también. Estar con Lena, especialmente. Quitaba de mi mente cualquier duda sobre mis capacidades como la nueva Kara Danvers. Y bastaba con una sonrisa cuando me miraba al despertar. Al besarme al irnos a dormir.

Oyendo los votos de Alex y Maggie sonreí más. Era grandioso haber tenido la valentía de querer intentarlo. Aunque los intentos hubieran sido tantos y el dolor tan profundo de arrancar. La esperanza era todo lo que quedaba cuando todo se venía abajo. No levantarme y luchar habría sido un insulto a mi vida. A todo lo que me quedaba por ofrecer. Y vaya que tenía mucho más por dar.

Después de que se pusieran los anillos y todos aplaudiéramos mientras se besaban, la fiesta comenzó dentro de la casa. El salón interior tenía un estilo precioso con las escaleras adornadas por flores y las paredes, en su mayoría de madera. Un contraste interesante con los parlantes y la pista. Una que Alex y Maggie pronto emplearon para dar su primer baile como casadas. Lena, que al fin se había acercado junto a mí al sorprenderme por detrás, me dio un beso cariñoso.

—Que difícil fueron estas horas en tu ausencia.
—Seguro lo pasaste mejor con mi madre y Alex. Te aseguro que mi jornada fue por lejos más compleja. Este vestido casi me secuestra —Lena soltó una carcajada. Me miró de pies a cabeza.
—Te ves deslumbrante.
—La deslumbrante debe ser mi hermana hoy —le recordé en una voz conspirativa. Ella negó levemente.
—Pero yo no puedo dejar de mirarte a ti.

Nuestro intenso intercambio de miradas fue interrumpido por mi adorable madre. Pasó el brazo por el hombro de Lena, que se relajó en su contacto, y miró primero a las recién casadas en la pista antes de pasar a nosotras.

—¿Cuándo será el turno de ustedes?
—¿Nosotras? ¿Quieres decir... ? —Lena frunció el ceño, no había captado la expresión divertida de Eliza aún, o las palabras.
—Con Lena hemos preferido esperar. O simplemente pasar de esto si no nos apetece a futuro. Lo conversamos y no lo vemos tan necesario de...
—¡Claro que se casarán!

Una voz a mis espaldas me hizo dar un respingo. Lena abrió mucho los ojos y corrió a abrazar a la mujer que acababa de llegar.

—¿Elizabeth? —mi voz no dio crédito mientras aquella, quién había sido como una madre para Lena luego de que perdiera a Lillian de tan pequeña, me abrazara también a mí.
—Sí viniste —dijo Lena muy feliz. Le brillaban los ojos.
—He sido muy intermitente estos meses, ¿verdad? La cafetería me matará cualquier día —suspiró Elizabeth. Su mirada azul eléctrico, una que me había intimidado hace tantos años, era mucho más que cálida. Reparó en mi madre—. ¿Eliza, cierto? Nos habremos visto en algunas ocasiones.
—Es bueno tenerte aquí hoy. Parece que las dos tenemos ganas de ver a estas muchachas armar una fiesta.
—Mamá —me quejé.
—¿Qué? Algún día te casarás, ya lo verás. No hay quién como Lena.
—Eso es cierto —afirmó divertida Elizabeth y Lena se sonrojó—. Me comprometeré a visitarlas más seguido, estoy segura de que Long Island puede sobrevivir a una semana sin mi presencia constante para contratar niños universitarios.

No pasó inadvertida esa implicación. Nunca iba a olvidar el trabajo que la antigua Excalibur me había ofrecido investigar, y la rápida aceptación por parte de Elizabeth al conocerme. Lena sonrió con timidez. Y al cabo de un momento tanto Elizabeth como mi madre fueron a felicitar a las nuevas esposas.

Lena y yo nos retiramos al jardín. Quería apreciar el bonito día, pasear por los caminos florales con ella.

—No pensaba que podía ser tan feliz —confesé mirando los árboles más allá en el patio. Donde estábamos se mezclaba el aroma a rosas con jazmín. Me giré hacia mi novia—. ¿Todavía no quieres casarte aún, verdad?

Me calmó negando ligeramente.

—No es que cambie nada. Te amaré siempre a pesar del título que llevemos. En algunos años quizá podríamos acceder por la presión de esta familia tan terca nuestra —agregó alzando las cejas. Me rei.
—Sí. Quizás sí.
—Me hace feliz que estés bien, Kara. Realmente.
—Y solo tengo dos o tres cicatrices para alardear —bromeé. El humor ayudaba a tratar mejor esos meses traumáticos. Lena lo entendía.
—Asustarás a tus entrevistados, cariño.
—¡Eso es bueno! Puedo sonsacar más información si están incómodos.

Fue su turno de reír. A decir verdad hace poco había vuelto a CatCo como reportera pero no me iba mal. Era extraño a veces, costaba enfrentarme a cosas tan crudas, pero era algo que había apreciado más allá del traje azul y rojo. Lo tomaba con tranquilidad.

Lena exhaló, su cara expresó nostalgia.

—¿Te gustaría hacer un viaje a Francia la semana entrante? —la miré sorprendida con el repentino sugerimiento.
—¿Francia? ¿Te apetece llevarme a la ciudad de las luces acaso?
—De hecho sí. Sin adoptar gatos en nuestra estadía —dijo dándome cierta curiosidad.
—Todavía no me explicas qué fijación tienes con los gatos parisinos —señalé confundida. Lena negó con la cabeza, en sus labios se dibujó una sonrisa tan bonita que generó más cosquillas en mi estómago. Levanté las manos en el aire—. Vale, vale. Me rindo. Pero me dirás un día.

Asintió mirándome a los ojos. Me tomó de la mano y entrelazó nuestros dedos.

—Todo valió la pena —murmuré sin apartar la mirada. Quería recordar por siempre cada detalle de su rostro, especialmente cuando me deslumbraba y sabía brillar feliz. Cada minuto había valido la pena para llegar a disfrutarla de esa forma.
—Te dije que había sido buena idea colarme en la oficina de la decana para tener tu número —declaró con total certeza. Me eché a reír de buena gana.
—Sí. Y que fueras mi inocente compañera de habitación. Fue todo un placer, querida Lena, haber compartido tanto drama contigo.
—Oh, por favor, ya bésame.
—Lo que tú ordenes, Excalibur.

Darlo todo hasta que no quedara más tiempo. Aunque el mundo se acabara en el siguiente latido y ya ningún amanecer tuviera sentido.

Disfrutaría de esos placeres infinitos que Lena me daba al dejarme amarla.

La seguiría a cualquier parte.