Aviso: Para disfrutar el final en calma, y porque ya viene la semana santa, nos vemos el 28 de marzo para el penúltimo capítulo. El último será el 40.


Capítulo XXXVIII.
Ojos rojos


I.


El rayo vuelve y se va. Es inestable y a veces duele sobre las cicatrices de sus brazos y las que ahora adornan todavía más sus manos. Katsuki las besa una y otra vez, una y otra vez. Izuku se lo permite, siente sus labios sobre su piel. Ahora reboza magia de la misma manera que lo hacía Tomura Shigaraki. Y diferente. La que está dentro de él no reboza odio, pero también es, como toda magia, incontrolable. Ninguno de los dos sabe lo que ocurre, así que esperan a Mina.

El príncipe Shouto se levanta un poco después, lleno de ventas, de nuevo, con el cabello desordenado, sin el medio chongo que lo caracteriza. A Izuku le sigue pareciendo terriblemente desdichado, pero tanto Katsuki como él lo dejan en su duelo en silencio. A veces es necesario, se dice Izuku, mirar al destino sin una sola palabra.

Mina llega hasta más tarde y los hace volver a todos a la habitación en donde estaban descansando.

—¡Oh, están despiertos ambos! ¡Me alegra! —Esboza una sonrisa. Kaminari la sigue de cerca—. ¿Estás bien, Izuku?

—Creo que necesitamos de tu ayuda…

—Entonces espera un momento —dice Mina—. Que soy la única que tiene mínimas habilidades de sanación en este lugar.

—¡Ey, yo también sé cosas! —interrumpe Kaminari.

—¡Casi arruinaste el ungüento por ser demasiado desesperado! Tienes que hacerle caso a la bruja. Que seas mago no quiere decir que entiendas todo sobre la magia. ¡Ni yo lo entiendo todo, Denki! —Mina rezonga mientras se acerca a Todoroki—. Tenemos que cambiarte las vendas. Y el ungüento ayudará. No puede regenerar la piel, pero…

—Puedo usar hielo de nuevo, para mantener la herida en paz hasta que volvamos.

—No es una mala idea… —concede Mina.

Denki es quien le retira las vendas con todo cuidado mientras Mina revisa la herida. Es cierto, el hielo se llevó parte de su piel cuando la magia perdió el control. Izuku traga saliva cuando ve la sangre seca de Shouto. Se siente parcialmente responsable del hecho. Katsuki nota su incomodidad y lo abraza; Izuku lo agradece.

La bruja limpia primero la herida con un trapo que va mojando poco a poco en un cuenco que le lleva Denki. Luego, con cuidado, pone ungüento encima y dibuja algunos símbolos mágicos sobre la piel de Shouto, para su pronta recuperación. Al final, el príncipe cubre esa parte con un poco de hielo, para evitar las infecciones y Denki vuelve a poner la venda. Hacen un buen equipo.

—¿Y las quemaduras? —pregunta Mina.

—Están bien. Gracias por el ungüento —dice Shouto—. Gracias —repite, más bajo. Le dedica un asentimiento de cabeza.

—Si necesitas que las revise… —le dice Mina—. No lo dudes. Para eso es mi magia.

Shouto asiente de manera casi imperceptible.

Entonces la bruja se vuelve hacia Izuku y Katsuki.

—Ahora ustedes dos. —Primero, señala con un dedo acusador a Katsuki—. ¿Y tu pierna?

—Curada.

—Falso, el hueso todavía está débil —espeta Mina—. Drenaste un montón de mi magia rompiéndote esa pierna, así que ten cuidado los próximos días, ¿quieres?

Fuera de eso, Katsuki solo tiene unas cuantas vendas en las piernas y en los brazos, heridas en su mayoría superficiales, porque sobre Eijiro lo alcanzaron pocas armas.

—¿Y tú? —le pregunta a Izuku.

—Estoy bien, sólo… —Alza las manos, intentando concentrarse—. Hay algo… —Cierra los ojos y busca dentro de sí. Cree que no podrá encontrar la fuente de la magia que había sentido antes, con las manos de Katsuki, pero al final, efectivamente, lo hace. Esta vez, es más fuerte y trastabilla cuando el rayo o afluente de magia aparece. Katsuki tiene que sostenerlo para que no se caiga.

Cuando vuelve a abrir los ojos, Mina y Denki lo miran con los ojos muy abiertos. Incluso Shouto, que ya había alcanzado a ver un par de destellos, parece sorprendido.

—Denki —dice Mina, sin despegar los ojos de Izuku—, ve por Eijiro.


—Lo que tienes dentro es magia —explica Mina.

Nada que Izuku y Katsuki no supieran. Izuku, sobre todo, que la siente dentro de sí como algo extraño. La magia es una extranjera dentro de su propio cuerpo, pero se aferra a él y él tampoco la suelta. Es extraño. Izuku no es mago, como sí lo es Denki o lo es Shouto, quienes pueden controlar algún elemento, un pedazo de la naturaleza, porque tienen un pedazo de magia dentro; no nació con las mismas aptitudes de Uraraka para entender el lenguaje —los lenguajes— de la magia, las mismas que tiene Mina; no es un hechicero, como lo era Tomura Shigaraki —y por ello la magia de las Tierras Malditas se le pegó, porque su cuerpo lo resistiría.

Izuku es simplemente Izuku.

Un ser humano corriente.

Su padre solía decir, con amargura, que muchas décadas atrás, habían existido reyes Midoriya que eran magos de fuego. «Fuimos gloriosos, Izuku, y por eso nuestro color es el rojo». Se le escapaba el desagrado de entre los labios, al verlo siempre ataviado con los colores de su madre, aun cuando usara los tocados con el emblema de los Midoriya. Solía martirizarlo con historias de reyes magos y guerreros y quejarse de la inutilidad de Izuku, de su poca disposición con la espada, de su poco amor por la guerra. A veces, el príncipe todavía alcanza a atisbar, dentro de sí, la mano que se alza en el aire para impactarse en su mejilla, siempre con la fuerza suficiente para lastimar, pero no para dejar ninguna marca duradera. La misma mano que se había detenido ante Tomura Shigaraki. Su padre siempre lamentó que Izuku fuera Izuku y no un mago.

Pero ahora la siente dentro de él. Magia. No endiente si es magia pura o qué es. Por qué. Es sólo un ser humano corriente. No comprende lo intricado y difícil de su lenguaje.

Eijiro llega de la mano de Denki.

—¿Qué necesitan? No recuerdo haber sido nombrado un enfermero ejemplar…

—Tu olfato —interrumpe Mina—. Eres un dragón, magia pura, así que puedes olerla, ¿no?

—¿Qué? ¿El ambiente? —pregunta Eijiro, alzando una ceja—. Ya no apesta. Está todo bien.

—La magia —dice Mina—, en general. Huele a Izuku.

Y entonces el dragón voltea a verlo, con curiosidad. Izuku recuerda aquella primera mirada, lunas y lunas atrás, de noche, cuando Eijiro y Denki lo encontraron camino a la cocina de la fortaleza de Katsuki. La primera mano amiga, el primer abrazo en territorio desconocido, las primeras personas que partieron el pan con él. Eijiro dirige hacia él su nariz e inhala. Luego exhala. Algo extraño queda en su rostro, por lo que se acerca y vuelve a olfatear a su alrededor. Sus facciones cambian un poco, Izuku ve aparecer vetas de escamas en algunas partes de su piel.

—Es… extraño…

Estira la mano, pidiéndole a Izuku que le de la suya. Con cuidado, el príncipe se la da. Eijiro se la lleva hasta la nariz y huele un poco.

—Es… magia… —declara.

—¡Eso ya lo sabemos! —espeta Mina. Parece tan confundida como el resto—. ¡Lo que no sabemos es por qué! ¡Izuku no es mago! ¡No es nada!

—Espera, es extraño. No es como Denki, ni como tú —explica Eijiro—. No sé cómo explicarlo. La magia es… como… una energía, un lenguaje…, un… La magia es. Simplemente. A los dragones nos crearon los Dioses con magia pura. —Katsuki bufa—. O aparecimos con magia pura. Lo que haya sido. Por eso la sentimos de manera tan clara. Sientes que apesta cuando es una magia corrupta, que han intentado controlar, todo el resto simplemente es. Existe, la sientes. No hay magia buena o magia mala, sólo está allí. Pero si alguien intenta aprovecharse de ella, la magia se rebela. Por eso nos huele mal. Pero en el cas de Izuku… es magia y no lo es. Es algo… —Vuelve a olfatear—. Es como un residuo. Es parte de la magia que había en todas las Tierras Malditas. Todavía se siente así, pero a la vez se siente… pura…

—¿Es mía?

—No lo sé, no creo que la magia sea de nadie. —Eijiro suspira y suelta la mano de Izuku—. Todo cerca de ti apesta a ella. Se siente a ella. Y es demasiada. Si así, pura, hubiera encontrado un hogar en una bruja o en un mago…, quizá también en un hechicero, hubiera acabado con ellos. Pero tú no puedes sentir su peso, no puedes intentar controlarla, no puedes forzarla. Sólo puedes usar el residuo que te deja. —Se masajea las sienes un momento. Olfatea de nuevo—. Se escapa con facilidad. Cuando estuviste inestable, cuando te sacamos del agua, fue cuando se aferró a ti.

»Pero pudo haber…

Olfatea el ambiente. Parece estar buscando algo y al final lo encuentra. Extiende sus manos hacia Katsuki y le agarra una antes de que el Rey Bárbaro pueda quejarse. Olfatea el dorso, pero algo allí no parece complacerlo. Después le da la vuelta a la mano y olfatea su palma.

—¡¿Qué?! —espeta Katsuki.

—Tú lo aferraste —dice Denki, que empieza a seguir el curso de pensamiento de Eijiro—. Cuando lo sacamos del agua. Tú… tus manos…

—Hay algo aquí. —Eijiro pone un dedo sobre la palma de Katsuki y lo pasea en círculo—. Un residuo. Probablemente no se quedará allí toda la vida, pero las vidas humanas resultan casi insignificantes para la magia, así que estará allí mucho mucho tiempo.

—¿Ahora tengo magia? —pregunta Katsuki, frunce el ceño e Izuku no sabe si aquella idea le resulta atrayente o no.

—No, sólo un residuo, un resultado —dice Eijiro—; no sabemos que hace.

—Pero podemos probarlo —interviene Mina, que se acerca. Busca en su bolso hasta encontrar un pigmento color negro—. Podemos hacer que la magia reaccione. Obligarla a hacerlo.

—¿Qué ocurre si es peligroso? —pregunta Izuku.

—Tendremos que lidiar con eso tarde o temprano. Mejor temprano —decide Mina. Se planta frente a Katsuki—. Las palmas de tus manos.

Todos en la habitación pueden apreciar que no es una petición. Es una orden.

—No puedes darme ordenes, maldita bruja —se queja Katsuki, pero todos modos pone las manos enfrente—; soy su rey y…

—¡Katsuki!

Mina abre el pequeño vial con pigmento y lo pone sobre su dedo meñique. Con cuidado, va dibujando varios símbolos sobre las palmas de Katsuki. No le toma mucho rato, pero todos se quejan mirándola con atención. Katsuki parece incómodo, pero no se queja hasta que Mina termina de dibujar y sopla sobre los símbolos.

Entonces sale una pequeña explosión de sus manos. Una chispa.

Mina se hace un poco para atrás. Incluso Eijiro se muestra cauteloso.

—Allí lo tienes. Hay un residuo de magia en ti, Katsuki —dice.

—¿Y eso qué chingados significa? —pregunta el Rey Bárbaro.

Mina se encoge de nombres.

—No lo sé, nunca habíamos tenido que lidiar con uno antes. Pero tus manos pueden soltar chispas. Quizá puedas controlarlo. Sólo durará mientras el residuo este allí, pero… Eijiro ya te lo dijo, las vidas humanas son muy cortas para la magia. Nosotros pereceremos antes que ella. Así que estará allí tiempo suficiente.

Izuku alza su mirada, busca la de Katsuki, que parece confundido, un poco perdido. Baja las manos cuando la chispa se extingue e Izuku se las busca.

Por un momento, el Rey Bárbaro intenta apartarlo, pero el príncipe no se lo permite.

—¿Cómo controlaremos esto? —pregunta Katsuki.

—Instinto. Paciencia. Tenemos tiempo. Primero tienen que sanar —responde Mina—. Antes que cualquier otra cosa.

Izuku asiente. Se pega a Katsuki. Ante el futuro incierto, Katsuki lo abraza.


Casi todo el mundo puede moverse al día siguiente. El trayecto de regreso será largo. Eijiro no puede cargar con todos en su espalda y tampoco pueden abrir otro portal —eso es magia demasiado inestable—, por lo que tendrán que conformarse con la travesía de regreso al Reino Midoriya. Después de reencontrarse allí con quienes los esperan, podrán volver al norte. Izuku quiere volver a casa, la que construyó con Katsuki. Quiere enterrarse en la paz y en la tranquilidad.

Pero antes de eso, tiene algo más que hacer.

Insiste en verlo antes de que Mina lo encierre en un mausoleo. Katsuki lo sigue de cerca, aunque se queja a cada paso.

—No entiendo que chingados quieres verle, ya lo derrotaste.

—Sólo… ver… No sé —responde Izuku, unos pasos por delante, extendiendo sus manos hasta Katsuki, para que lo alcance.

Ya quedan pocos pasos. Izuku se detiene ante lo que considera una distancia respetuosa. Tomura Shigaraki descansa a un paso del manantial de Jaku, sobre la arena. De los otros no se sabe nada. De Dabi —o Touya Todoroki— sólo quedaron cenizas. La bruja desapareció. Eijiro cree que el hombre lagarto también está muerto, pero no fueron capaces de recuperar un cuerpo.

Su cabello, ahora sí, completamente blanco, se arremolina sin ningún orden en torno a su cabeza. Tiene los ojos cerrados, las manos caídas a los lados. Sólo se adivina que no está muerto por el tenue subir y bajar de su pecho.

—Yo lo hubiera matado —dice Katsuki. Lo dice sin ninguna clase de piedad, con la voz dura, terrible—. No puedo perdonarlo, Izuku.

—Yo tampoco —murmura el príncipe—. Te hizo sufrir más de lo que puedo imaginar, así que tampoco puedo perdonarlo. Pero… vi su pasado, Katsuki. Había un niño llorando. Un niño abrazado a un perro, llorando. Un niño asustado, desesperado.

—Dejó de ser ese niño —repone Katsuki, que se mantiene unos pasos detrás de él—. Lo sabes.

—Lo sé —musita Izuku—, pero de todos modos todavía, cuando me enfrenté a él, pude ver su alma y alcancé a atisbar. Todavía estaba allí. El niño. Un poco. —Traga saliva—. Si al principio las cosas hubieran sido de otra manera, habría salvación posible —dice y se arrodilla—. Y al final es triste que el legado en carne de La Madre termine así. —Alza la vista al cielo, esperando encontrarla—. Lo siento, Nana Shimura. Tenko está en paz.

Katsuki no dice nada, pero Izuku lo escucha apretar los dientes. Para él no hay una clara diferencia entre Tenko Shimura y Tomura Shigaraki. Son la misma persona, para él, sin una distinción clara. Izuku lo entiende, puesto que hay cosas que también es incapaz de perdonar. Pero entre todas esas se le atraviesa la imagen del niño que llora y al que desea abrazar. El mundo está en paz. Tomura Shigaraki no despertará jamás. Nadie se arrodillará por él. Así que Izuku lo hace, porque es su enemigo y contrincante.

El Rey Bárbaro se queda de pie y espera.

—Madre de todos nosotros —empieza Izuku—, cuídanos en nuestras horas más oscuras y alégrate en nuestras horas más claras. —Lo repite un par de veces más y entonces dice, al aire—. Tenko está a salvo, Nana Shimura.

«Ya no es una amenaza», piensa para sí.

Se pone en pie y vuelve con Katsuki. Recibe un abrazo del Rey Bárbaro que amenaza con romperle las costillas.

—No puedo tener tu piedad, Izuku —murmura en la curva de su cuello—; me alegra que tú la tengas por ambos.

Izuku se queda allí un momento, en el abrazo. El único testigo es el manantial de Jaku. El príncipe piensa en todos aquellos que se han acercado a su orilla a lo largo de los años y derramado lágrimas de pesar. Por primera vez en mucho tiempo, por fin, le están regalando lágrimas de felicidad.

—Vamos a casa, Kacchan —dice—, volvamos al norte.


II.


Se alejan de Jaku a paso tranquilo, haciendo pausas. Mina insiste porque la pierna de Katsuki todavía no está completamente curada y el Rey Bárbaro sólo se queja. Pero la pierna todavía duele, así que no rezonga demás.

La primera noche montan un campamento. Shouto Todoroki prende el fuego, Denki se encarga de la caza. Katsuki y Mina preparan la comida e Izuku se asegura de que todo el mundo tenga en sus manos una ración. Las manos de Katsuki vuelven a soltar chispas, sin avisar, un par de veces. No pasan de ser explosiones muy pequeñas, pero lo mantienen alerta. Todavía no entiende demasiado bien qué es lo que las desencadena; es cauteloso.

Se retira temprano, a una tienda diminuta e improvisada que armó Eijiro. Izuku tarda un poco más, puesto que se queda limpiando los restos de comida y la basura que quedó de la fogata. Llega mucho más tarde y se tiende a su lado.

—¿Katsuki? —llama—. ¿Kacchan?

Todavía está despierto así que abre los ojos.

Izuku suspira al verlo y se acurruca a su lado, en su pecho. Siente la mano del príncipe sobre su pecho, que sube y baja, donde su corazón todavía late.

—Te extrañé —vuelve a decir Izuku. Esa vez suenan menos a desesperación, no como días antes. Suenan más cálidos, más pacíficos, más seguros.

—Idiota —dice Kacchan, con un dejo de cariño en el insulto—, príncipe idiota. Sabía que estarías a salvo, que eras capaz de cuidarme.

Izuku se pega un poco más contra él.

—En realidad… No sé lo que hubiera hecho. Cuando llegaste. Sentí por un momento que estaba a punto de morir. —Katsuki chasquea la lengua, pero no lo interrumpe—. Pensé que quizá si moría, todo había acabado, también. Pero era una salida cobarde, ¿no? Nana Shimura me pidió que hiciera frente a mi destino y la única manera era acabar con tanta crueldad, no legársela a alguien más.

—Idiota —repite Kacchan. Lo atrae contra sí. Cierra los puños, no lo toca directamente con sus manos; pero sí lo rodea con sus brazos y lo aprieta contra su cuerpo—. Recuerda que te prometí que un día algún bardo o un cuentero entonaría la historia del Rey Bárbaro y el Príncipe del Sur, no puedes morirte sin esa historia.

—Quizá está fue nuestra historia —escucha decir a Izuku.

—Quizá es un pedazo. —Katsuki frunce el ceño—. Ahora te prometo que tendrá un final feliz.

—No puedes prometer que controlarás el destino, es demasiado incierto, Kacchan. —Izuku lo dice con un tono juguetón. Pero estar muy cerca de la muerte hace que a Katsuki todo le llegue al pecho.

—Soy el Rey Bárbaro, Izuku, soy el destino —espeta. El recuerdo de esas mismas palabras, pronunciadas tantas lunas atrás, revolotea por su mente—. No puedes morir antes de que haya un final plenamente feliz. Si lo haces, iré a buscarte a las entrañas del mundo o subiré al cielo hasta encontrarte. Recuperaré tu alma de la tierra y la traeré de vuelta al mundo. ¿Me oyes, príncipe? No puedes morir si no hay un final, feliz.

Las lágrimas de Izuku, silenciosas, mojan su pecho, se dirigen hasta su corazón.

—Kacchan…

—Mírame —pide Katsuki. Con Izuku no da órdenes, pide. El príncipe levanta la cabeza y busca sus ojos. El Rey Bárbaro ve las lágrimas que los pueblan y acerca sus dedos, pero lo piensa mejor antes de tocar a Izuku y vuelve a cerrar los puños.

—¿Kacchan? —pregunta el príncipe.

—No es nada.

Izuku busca sus manos. Katsuki acepta el roce con cautela.

—No tengas miedo.

—Ahora mis manos dejan salir chispas, Izuku, explosiones. Podría hacerte daño.

—No lo harás —asegura el príncipe y Katsuki se muere por creerlo. Los ojos verdes le dicen que esa es la verdad y no hay otra y el Rey Bárbaro ansía creerla—. Lo sé, Kacchan. —Izuku sonríe; qué sonrisa. Todavía ilumina el mundo entero—. Tócame.

—¿Es una orden, Alteza? —pregunta Katsuki.

Izuku se sonroja al oír el honorífico. Parece que duda antes de contestar. Pero no importa lo que responda y Katsuki lo sabe. Hará caso a sus peticiones cuando lo tiene allí, tan cerca de su cuerpo, tan piel contra piel.

—Sí, Kacchan —murmura Izuku.

Y Katsuki abre el puño, poco a poco. Y las yemas de sus dedos, primero, se dirigen hasta el rastro de sus lágrimas. Las recoge con cuidado, poco a poco, todavía temiendo una reacción inesperada de sus manos. Ni él ni Izuku comprenden todavía cómo es que funciona la magia o los residuos de ella que tienen en sus cuerpos.

Pero poco a poco, pasea sus dedos por las mejillas de Izuku y por su cuello y se acerca para besarlo. Siempre que Izuku está lejos siente su ausencia, respira su no-estar, desea tenerlo entre los brazos, como en ese momento. Con cuidado, sus manos se dirigen hasta el cinturón de Izuku.

—¿Puedo? —pregunta. Y después, tras un momento, agrega—: Alteza.

Izuku entiende. Siempre ha entendido el sentido que el honorífico tiene para Katsuki. El Rey Bárbaro siempre lo usa cuando quiere comérselo entero, cuando quiere besar cada pedazo que su piel hasta que Izuku suplique por cualquier cosa.

—No podemos hacer mucho ruido —dice Izuku.

—Me pediste… No, me ordenaste que te tocará —se queja Katsuki. Luego traga saliva. El recuerdo de que sus manos pueden estallar en cualquier momento no se va. Pero tendrá cuidado con Izuku, lo sabe—. ¿Puedo? —insiste—. Alteza.

Espera el sí.

Siempre espera el sí de Izuku.

El príncipe acerca sus labios a los oídos de Katsuki.

—Sí, Kacchan.


Pasan la noche entre caricias y nada más. Katsuki no confía en él mismo lo suficiente. Teme que sus manos dañen a Izuku si no tiene cuidado. Además, están a la intemperie y rodeados por otros. Incluso Eijiro y Denki se contienen. Katsuki los ve al despertar y levatarse: Eijiro duerme transformado, formando un refugio de escamas alrededor de él y Denki duerme acurrucado en el nido que Eijiro forma con su cuerpo. Ni siquiera se atreve a despertarlos. En vez de eso, espera hasta que Izuku emerge de la tienda improvisada también y se le pega.

Siguen la marcha. Días y días. Y más días. Katsuki observa al príncipe Shouto Todoroki y lo extraño que parece sin toda la ceremonia frente a él. Lleva ya el medio chongo desordenado con la peineta que tiene un copo de nieve, pero no las trenzas que lo caracterizan. Parece sólo y desamparado. El Rey Bárbaro lo ve arrodillarse ante templos abandonados o simplemente allí donde parece un buen lugar para rezar. Una vez lo oye pedir por su hermano. Katsuki no sabe si lo perdona o no. Sólo pide por él. A veces Izuku lo acompaña y entonces el príncipe parece un poco menos perdido entre norteños. El príncipe entiende y se entrega al norte, pero también entiende las costumbres de Shouto Todoroki y las honra. El Rey Bárbaro los observa. La sensibilidad de Izuku es única.

Caminan. Shouto Todoroki envía un mensaje en cuanto puede y, al llegar a la frontera, una guardia los está esperando. Llevan palanquines, caballos. Eso hace más rápida la marcha, aunque Katsuki sigue negándose a usar un palanquín. Vuela muchos tramos, sobre Eijiro —aunque tiene que turnarse con Denki, o compartir—. Izuku a veces camina con él. En las poblaciones usa el palanquín, sin rechistar. Las tradiciones del sur son difíciles de oponerse y a los guardias les parece extraño que su príncipe —porque todavía lo es y lo será siempre— insista en caminar.

Pronto, la capital queda cerca. No es casa, pero Izuku ve al horizonte con una expresión esperanzada y eso llena el corazón de Katsuki.


En el palacio de la capital, los recibe una guardia extensa. Un soldado de cabello azul, muy alto, se acerca a Izuku para asegurarse de que está bien.

—Quería unirme a la partida de búsqueda, Su Alteza —lo oye decir Katsuki—, pero no me lo permitieron, no había suficiente magia para…

—No te preocupes, Tenya —dice Izuku—. ¿Puedes hacer que conduzcan a todo el mundo a descansar? Quiero ver a mi madre…

—Claro, Su Alteza. Su madre lo está esperando desde que dieron noticia que había llegado a la capital —responde el soldado. Tanta ceremonia pone nervioso e irritado a Katsuki—. También espera a Su Alteza el príncipe Todoroki. Si pudiera acompañarnos también.

Izuku asiente.

—El Rey Bárbaro viene también.

—Claro, la Reina estará encantada de recibir a Su Majestad…

—Bakugo —espeta Katsuki—. En el norte no usamos honoríficos.

El soldado los guía.


Afuera de la sala del consejo, esperan a ser anunciados. Katsuki entra detrás de Izuku, que se dirige hasta su madre sin mantener la compostura ni el protocolo y prácticamente se lanza hasta sus pies. Katsuki se acerca con más calma, y espera detrás hasta que Inko Midoriya, la Reina del Sur, pone su mano sobre el hombro de Izuku.

Katsuki se acerca entonces y alcanza los pies de Inko.

—No es necesario, Katsuki —repone ella, poniendo una mano en su hombro—. Salvaste a Izuku.

—También él se salvó solo —dice Katsuki, con la voz baja. «También me salvó a mí».

—Gracias. Te estaré por siempre agradecida, Rey Bárbaro.

—¿Mamá…?

Están perdidos en el reencuentro, por lo que Katsuki apenas si recordaba que no habían ido solos, que la Reina Inko Midoriya había solicitado también la presencia de Shouto Todoroki. Katsuki alza la cabeza y ve a quien se refiere.

Una mujer, ataviada de blanco y azul real, está unos pasos detrás de Inko. Shouto Todoroki se dirige hasta ella. Tiene el cabello blanco, largo, con un flequillo en la frente. Le cae sobre los hombros y varios mechones forman pequeñas trenzas en su cabeza que coronan un medio chongo, muy parecido al de Shouto Todoroki. Lleva una sencilla peineta, no tan adornada como las del príncipe. Las mandas de su vestido son un hermoso paisaje nevado, igual que la parte del frente y el pecho. Los bordes de la falda también lo ilustran.

—Hola, Shouto —dice la mujer.

Tiene la misma complexión que el príncipe, el mismo rostro amable y quizá un poco perdido. La misma sensibilidad en los pómulos y en la sonrisa apenas perceptible.

El príncipe se acerca a ella. Estira su mano como si estuviera ante una aparición y, al final, sólo cae de rodillas ante su madre. Abraza sus piernas. Respira hondo. Katsuki no alcanza a ver si derrama alguna lágrima, pero escucha las palabras de otra reina.

—Lo siento, Shouto. —Pasa las manos por el cabello de su hijo—. Lo siento. Cometí tantos errores. Y Touya… Lo siento…

Izuku deja de mirarlos, para darles cierta simulación de privacidad. Katsuki también aparta la mirada; algo en él no puede evitar extrañar a Mitsuki, como cada tanto. Se imagina sentir la mano de su madre en su hombro. Era casi tan alta como él. Tan parecida. El mismo cabello rubio, aunque el de su padre era un poco más largo, los mismos ojos rojos, la misma complexión. Imagina sentir la mano en su hombro o en su cabeza —en esas extrañas ocasiones en que le revolvía el pelo aunque él se quejara— y sueña con oír un: «Estoy orgullosa». Traga saliva. Mitsuki Bakugo sí está orgullosa. Allá donde esté, donde quiera que sea donde uno vaya después de la muerte. Mitsuki Bakugo hizo de él el Rey Bárbaro que es hoy.

Pero no puede evitar buscar una mano invisible en hombro. Nadie más lo nota.

Tras unos momentos, cuando Shouto Todoroki se incorpora, Inko carraspea.

—Su Majestad, Rei Todoroki, vino hasta aquí para hablar de la situación de su reino —dice Inko—. Asegura que no habrá ningún problema con el norte.

Rei Todoroki, la Reina, asiente.

—El Rey… Enji… tiene aún muchas cosas por las cuales hacerse responsable —musita ella—. Lamenta que hayan caído en medio de un desencuentro familiar. —Mira a Izuku—. Lamento si Touya te hizo daño. Era mi hijo, después de todo. Su padre… no supo… Yo tampoco supe lo que ocurría con él —admite, finalmente—. Enji cometió errores. Lo lamento.

—No es necesario, Su Majestad —repone Izuku.

Después se dirige hasta Katsuki.

—Sólo quería decirle, Su Majestad…

—Bakugo —corrige Katsuki—, no usamos los honoríficos en el norte.

—Sólo deseaba asegurarle que no habrá guerra con el pueblo bárbaro. Mi esposo y Hisashi Midoriya planeaban una alianza que finalmente no resultó —dice—. Una guerra es motivo de lágrimas y no empezaremos una. Hemos sufrido lo suficiente. Habrá paz, Rey Bárbaro. El sur no intervendrá en el norte.

Katsuki le dedica un asentimiento seco.

—Habrá paz.


Emprenderán el viaje al norte dentro de dos amaneceres más. Izuku, después de pasar la tarde con Tsuyu y Ochako, también quiere tener tiempo de despedirse de su madre. Así pues, resuelven emprender el camino de vuelta días más tarde.

El resto del tiempo, Izuku lo pasa entre todos aquellos que quieren asegurarse que efectivamente está a salvo y Katsuki acaba al lado de Eijiro y Denki que acaban por correrlo con la excusa de pasar tiempo a solas. Denki siempre hace eso después de pasar tiempo alejado de Eijiro o de viaje. Lo reclama para sí mismo y nada más. Katsuki no lo cupa. Sólo desea a Izuku entre sus brazos.

No es hasta que cae la noche que Izuku vuelve a los aposentos que comparten, sólo para ellos dos. Son los aposentos que pertenecieron a Izuku como príncipe y ahora son la habitación que le corresponderá siempre que visite el sur.

—Ey —lo oye Katsuki.

—Ven —le pide el Rey Bárbaro, sentado en el alfeizar de la ventana.

Izuku se aproxima y Katsuki lo abraza. Como siempre, tiene cuidado con las manos. Han sacado chispas varias veces más, pero empieza a entender como controlarlo.

—Deseaba estar a solas contigo —dice Izuku—. No es tan fácil cuando todo el mundo quiere asegurarse de que estas vivo.

Katsuki sólo bufa. Las palmas de sus manos recorren la espalda de Izuku. Sus manos, lentamente, se dirigen hasta su cinturón.

—¿Puedo?

—Siempre. —Izuku sonríe.

Kacchan vuelve a bufar.

—Siempre puedes decir que no, príncipe.

—Siempre —repite Izuku, muy seguro.

Así que Kacchan deshace el nudo del cinturón, con cuidado y lo deje caer al suelo. El hombro de la chaqueta de Izuku se corre, dejando su piel a la vista. Katsuki la recorre con los dedos antes de acercarse y depositar un beso cerca de la clavícula de Izuku.

—Te amo, Izuku —murmura. Siente los dedos de Izuku en su cabello. Lentos, tranquilos, pacíficos.

Sus manos jalan la chaqueta con cuidado, para quitársela. Luego la camisa que va debajo. La piel pálida de Izuku, que no está allí tostada por el sol, está ante él. Tiene pecas en los hombros, en el pecho, en la cintura. Son hermosas. Parecen las estrellas impresas en su piel.

—Kacchan…

Katsuki atiende a la súplica y se pone de pie. Sus dedos van hasta la barbilla de Izuku, al que le saca estatura. Lo hace alzar la cabeza y él se inclina para besarlo. Como siempre, sus labios entienden perfectamente el vaivén de los labios del príncipe.

—Quiero contarte una historia —dice Katsuki. No es tan bueno para eso como Izuku, pero de todos modos lo intenta. Al final, qué son sino historias.

—Bésame de nuevo —pide Izuku.

—La historia de un Rey Bárbaro al que el mundo temía —sigue Katsuki— y un Príncipe del Sur. —Izuku se sonroja, baja la vista—. Ey, mírame.

Ojos rojos sobre ojos verdes. Nunca se cansará de perder la respiración ante la mirada de Izuku. A dejarse perforar el alma.

—Érase una vez un Príncipe del Sur, con los ojos verdes más hermosos, condenado a casarse con el Rey Bárbaro en contra de su voluntad —empieza Katsuki.

—Al final lo deseé —corrige Izuku—, con desesperación casi.

—No al principio —responde—. Hay que hacerle justicia a la historia. Y esta dirá que, la primera vez que te vio, el Rey Bárbaro perdió la respiración. Al levantar el velo, se quedó sin aire y nunca más volvería a tenerlo, siempre que el príncipe lo mirara, con sus ojos verdes, clavados sobre los ojos rojos. —La mano de Izuku se posa en su mejilla—. Nunca antes había visto a alguien tan hermoso, Izuku.

El príncipe traga saliva.

—Tócame, quiero sentir tu piel, Katsuki —dice—. Cuéntame la historia mientras me besas, con tus labios sobre mi piel. —Se sonroja, porque quizá es demasiado atrevido decir todo eso—. Sé que no soy tuyo y que tú nunca serás mío; pero te amo y por hoy, quiero que ames como si fuera tuyo, Katsuki. Quiero que me ames como si pudiera rendirme ante ti, como si no tuviera que preocuparme por nada. Quiero que tus manos recorran mi piel, que tus labios me hagan suplicarte. Nunca seremos posesiones del otro, porque no se puede poseer el alma de quien amas, Katsuki, pero por hoy… —Las manos de Izuku aferran los bordes de su capa—. Por, Katsuki, está bien si soy tuyo.

Katsuki lo atrae hacia sí e Izuku se le cuelga del cuello. Son tan diferentes como la luna y el sol, pero complementarios.

Ojos verdes sobre ojos rojos.

Sus uñas se clavan sobre la espalda desnuda de Izuku y el príncipe envuelve la cintura de Katsuki con sus piernas, exigiendo que lo levante en el aire. Katsuki lo hace para conducirlo hasta el lecho.

Se quita su capa, como puede, a medio camino y cubre con ella la espalda de Izuku. Lo acuesta sobre ella. Le quita los zapatos e Izuku, torpemente, intenta quitarle las botas, sin ser capaz. Termina riéndose.

Quizá así termina la historia del Rey Bárbaro y el Príncipe del Sur. Con los labios de Katsuki en su piel.

—¿Puedo besarte…, Alteza?

—En donde quieras, Kacchan.

Izuku siempre se lo concede.

Y Katsuki adora verlo deshacerse debajo de él. Verlo temblar ante cada roce, ante cada dedo, ante cada beso y ante cada mordida, verlo contener la respiración cuando, como puede, le jala los pantalones y se jala los suyos propios. Cuando en los labios de Izuku no queda más que un gemido, desesperado y sus ojos verdes se clavan en sus ojos rojos.

—Por favor, Kacchan.

—Alteza —murmura Katsuki.

—Por favor…, Katsuki, por favor…

Por esa noche, es como si fuera suyo.


Notas de este capítulo:

1) Miren, a mí para las escenas picantes me gusta más la sutilidad. Supongo que es un dato curioso sobre mi escritura. Creo que les da la oportunidad de ejercitar la imaginación (entre otras cosas, como que yo no sufra una crisis mientras escribo).

2) Este es el antepenúltimo capítulo. Terminaremos en el número 40, pero ya, por fin, estoy sólo cerrando cabos y tramas (como, por ejemplo, Rei Todoroki, que originalmente no iba a aparecer, pero me pareció adecuado, para terminar con el drama Todoroki y la tensión que existe con el norte). Espero que este viaje les haya gustado. Todavía quedan dos actualizaciones y yo estoy retrasando el momento de poner el punto final.

3) Izuku tiene OfA, aunque no es OfA y Kacchan su poder. Me guardé eso durante mucho tiempo, por eso en esta historia originalmente ninguno de los dos tiene magia. También creo que es muy representativo que sólo Izuku pueda contener esa magia porque es una persona normal, común y corriente, sin magia alguna. Algo muy importante; los que sabemos sabemos por qué. También me parecía poético que Katsuki se quedara con ese pequeño pedacito, haciendo una referencia a Heroes Rising, aunque not quite.

Andrea Poulain