Shawn y yo lo éramos todo, y, en un segundo, pasamos a ser nada.

Cada augurio se manifestó, cobro sentido, y de pronto ya no tenía nada que temer. Mis peores miedos se hicieron presentes, le otorgaron motivo a lo confuso, piezas que encajaron y nos mostraron un resultado completamente diferente al que esperábamos. Cada desazón... cada inminencia, se exteriorizó y le dio rostro a lo desconocido. Este siempre fue nuestro final.

Un día, él estaba ahí, y al siguiente... se había ido.

Nuestro último mensaje de texto está congelado en el tiempo, como si los dueños de un hogar hubiesen desaparecido de repente, sin dar explicaciones, y dejado todo tal como alguna vez estuvo, sin ser conscientes de que jamás volverían.

Pensé que se detendría, una vez hubiese renunciado a él, pero las cosas siguieron sucediendo, una tras otra, como una insólita fuerza de la naturaleza que nada la puede detener, contener, suelta ahora, y sume en calamidad todo lo que toca.

Recuerdo lo que le dije. «¿Sabes cómo, al descubrir algo, poco a poco, cosas que normalmente te desconciertan, cobran el más exacto de los sentidos?». En esa ocasión no pude habérmelo imaginado, pero me estaba refiriendo a él, también.

Si sólo lo hubiese sabido antes, si él no me hubiese dado a elegir... sé que seguiríamos juntos, porque él me amaba, y yo le amaba, y tal fue nuestra destrucción.

Shawn me está mirando, como solía mirarme, y ha tenido que dejar de ser correcto, pues en compañía de sus más preciados amigos, su novia está rindiendo honor a su veintiún aniversario de cumpleaños.

—¿Te ha traído Italy? —pregunta, y observa alrededor como si esperase verla.

—Adiós, Shawn.

—Espera —dice él, anticipándose a mi salida. Sus manos se empuñan y desempuñan a los costados de su cuerpo; algo le está matando desde adentro y me duele ser el motivo—. ¿Cómo regresarás a Toronto?

—No lo haré —respondo—. Buscaré un hotel dónde pasar la noche.

—Ven, entonces. —Shawn me ofrece su mano, como si continuase siendo merecedora de sostenerla—. Quédate aquí.

Dudo en tomarla. No deseo verla. —Vamos —me apremia, con una suavidad que me hace querer llorar—, conoces ya la habitación.

¡Es inconcebible que no sienta pizca de resentimiento!

El primero en haber comprendido que le perdí, fue mi corazón. Inverso a la creencia popular, la mente se negó a aceptarlo, y me destruyó en el proceso, a mí y a mi familia cercana. El corazón, sin embargo, lo supo desde el segundo en que sucedió, cuando él me miró y lloró a mis ojos. Es el ente más comprensivo, perspicaz y benigno, incorruptible. Logró entenderlo cuando la mente –principio lógico– se vino abajo al intentar explicar algo que escapaba de todo razonamiento.

Mi cuerpo no es adepto a olvidar. No le es posible. Reconoce su toque, reconoce lo que su cercanía más cálida le causa. La discordia entre mente, cuerpo y corazón nunca ha sido más amplia.

Estoy esencialmente regida por la tristeza.

La celebración de cumpleaños está sucediendo en el patio. Shawn asegura el salón vacío antes de llevarme a seguirlo. Subimos las escaleras en silencio. En el pasillo está la primera puerta, perteneciente a la habitación de su hermana. Después del austero estudio de música, está el dormitorio de Shawn. La música retintineante se filtra desde el balcón, entre las cortinas destendidas. Va hacia ahí, cierra el ventanal y lo cubre. El ambiente se amordaza. En torno a la habitación, los recuerdos de abril luchan por salir, pero los empujo lejos. Me siento fría. Templada en hielo. La temperatura exterior ha ascendido. Es preocupante, empero, porque incluso cuando era incapaz de sentir por más de dos segundos no me había sucedido cosa similar, como si cada uno de mis órganos se hubiese congelado, y me estuviera astillando, minuto a minuto, con cada latido que el corazón rompe contra mi pecho.

Aprehendo la camiseta que él me entrega entre temblorosos dedos –que a Shawn le entristece notar.

—Buenas noches, África.

—Buenas noches —digo a su nuca, antes de que Shawn desaparezca por la puerta.

Las lágrimas me inundan, por mi rostro corre la sangre y arde en mi nariz. Respiro a profundidad, bocanada de aliento, de consuelo. Lengua contra paladar, lengua contra paladar, recuerda bien... La herida me atraviesa el pecho como un latigazo, el golpe me cruza el cuerpo. Una y otra vez me recuerdo que esta ha sido mi decisión. Nos causé esto, él no. Quizá no lo merezco, quizá él no lo merece, pero así es cómo debía de suceder, aunque me rompa el corazón como porcelana. El pasado se queda en el pasado; estancado. Quien fue él, quien fui yo, ¡no importa más!

Shawn no está destinado a mi lado.