La Muerte está Detrás de Ti
Cinco Meses y Catorce Días desde la Última Muerte (Nueve Muertes)
El olor a muerte se mecía en el aire. Cuadros pintados con sangre, representaban escenas de violencia y depravación. En esta tierra corrompida por los pecados, cuyos suelos habían sido regados por la sangre de los inocentes y en los que nunca podría volver a florecer la paz de pétalos blancos. Corazones rotos derramaban el fluido de vida, mientras sus espíritus segados lloraban a aquellos seres queridos cuyos cadáveres habían sido profanados.
Los enemigos de la humanidad volvían a dejar su huella negra, de la que solo podredumbre podría brotar. El Culto de la Bruja, repudiado y temido a partes iguales, sembraba muerte y destrucción en todo aquel lugar en que sus adeptos mostraban sus desagradables figuras. Con sonrisas perversas, los arzobispos atestiguaban las aborrecibles hazañas de sus seguidores. Los creyentes del Culto de la Bruja, parias de la sociedad, cuyos espíritus corrompidos jamás serían aptos para constituir parte de la sociedad.
Salvajismo, asesinatos, torturas, violaciones, profanaciones, mutilaciones, decapitaciones, desollamientos, necrofilia, necromancia, canibalismo, empalamientos, múltiples actos de barbarie utilizando la fuerza, la magia y demás habilidades de naturaleza similar como instrumento. Allá donde aquellos adoradores de la Bruja de los Celos se mostraran, la vida encontraría su fin de las maneras más grotescas que una mente humana pudiera imaginar.
El Culto de la Bruja era el grupo de individuos más temido en el continente, sobre cualquier mafia o secta de asesinos, y razones para ello se encontraban de sobra. Antisociales que solo mostraban sus vomitivos rostros encapuchados para sembrar el mal. Seres lejanos a la comprensión de mentes humanas cuerdas, seres temidos por todo aquel que tuviera un ápice de razón.
De entre todos los despreciables miembros de culto, sus líderes definitivamente serían los más temidos, y al mismo tiempo los más misteriosos; aquellos que portaban el título de Arzobispos del Pecado. Solo las acciones de dos de estos terribles sectarios realmente sobresalían lo suficiente como para que se mantuvieran constantemente en el consciente colectivo, pues el temor que causaban en los corazones de los habitantes de ese mundo no podría ser descrito con palabras.
Pereza y Codicia. Los Arzobispos del Pecado más prominentes. Codicia, conocido por devastar ciudades enteras con su sola presencia, y por dejar atrás mínimas cantidades de sobrevivientes, los suficientes para que su nombre fuera un fantasma que atormenta a aquellos lo suficientemente indiscretos como para esparcir los rumores relacionados a sus hazañas. Destruir por sí mismo la ciudad del Imperio Vollachia, Garkla, y derrotar al héroe que la custodiaba, siempre resultaba su hazaña más renombrada. Predecir el siguiente lugar donde podría aparecer se podría considerar algo básicamente imposible, y, aun así, tomando en cuenta lo ocurrido con el experimentado Demonio de la Espada, lograrlo podría significar lo mismo que buscar la propia muerte.
Pereza, contrario a lo que implica su nombre, resalta por ser el miembro más activo del Culto de la Bruja. Una bestia diligente que nunca está satisfecha con la cantidad de sangre que él y sus súbditos derraman. La ironía de pereza es bien conocida entre los caballeros del Reino del Dragón, que incansablemente siguen la pista de sus destructivas y retorcidas muestras de amor a la bruja. Sin embargo, como el ser irracional que es, sus acciones siempre son demasiado erráticas como para poder detectar un patrón a seguir.
Pereza siempre está diez pasos más al frente que todas las fuerzas militares que anhelan finiquitar su vida y la de sus seguidores. Sin embargo, una derrota mancha su casi impecable palmarés. A manos del Hechicero de la Corte, Roswaal L. Mathers, quien frustró sus planes de tomar la vida de la candidata "medio-demonio" de la Selección Real. La "prueba" que había aclamado era su razón para llevar a cabo semejantes acciones, el cómo utilizaba constantemente señuelos llamados "dedos" para evitar su muerte definitiva, y la naturaleza de estos, seguían siendo factores cubiertos bajo el más denso velo de misterio.
La información concerniente a los pecados restantes es ínfima, casi inexistente. La única prueba de su existencia bien podría ser la existencia de sus compañeros, y las intermitentes matanzas de autor anónimo que surgen erráticamente a lo largo del continente. ¿Cuántos Arzobispos del Pecado son en totalidad? Esa es una pregunta que los aterrorizados habitantes de ese mundo solo pueden hacerse en sus peores pesadillas.
Y, sin embargo, había una buena noticia que podría ser adjuntada a toda esa pila de información descorazonadora. El fallecido Wilhelm Van Astrea logró la asombrosa hazaña de acabar con la vida de uno de esos temidos fenómenos de la oscuridad. Ley Batenkaitos fue derrotado por el ardiente filo de la espada del Demonio de la Espada, que en menos de un par de segundos sentenció la vida del misterioso sujeto.
Un monstruo menos acechaba en las sombras, y aun así eso no era suficiente para calmar a las masas temerosas, que con ojos recelosos observan los recovecos de sus sociedad, de los cuales podrían surgir en cualquier momento las alimañas de pesadilla conocidas como el Culto de la Bruja. Aun así, nadie realmente consideró nunca que este temor que esperaban infundado fuera a resultar tan abrumadoramente acertado.
El día en que la reunión de las candidatas había tenido lugar, tres horas después del medio día, comenzó la masacre. Un niño intentó gritar, pero se atragantó con la sangre que se precipitaba ferozmente por su garganta. Las dagas de los pecadores rebanaron las carnes de los inocentes, y de aquellos no tan inocentes. Bebés, niños, ancianos, hombres y mujeres, los despiadados fanáticos acabaron sin contemplaciones con todo aquel que se posara en su campo de visión.
Ríos de sangre y caminos de carne fueron construidos en lo que una vez fue un ajetreado mercado, ubicado en el sudeste del distrito comercial de la capital. Los órganos y extremidades de las víctimas se convirtieron en desagradables decoraciones que servían para reforzar la escena infernal que había sido desplegada. ¿Acaso se trataba de una enferma corriente artística? ¿Una expresión del alma de aquellos salvajes inhumanos? ¿O es qué querían dejar un corrupto mensaje destinado a aquellas mentes desprovistas de la sanidad necesaria para no descifrarlo?
Mientras recorría las calles ensangrentadas de la zona comercial de la capital, Subaru no pudo hacer más que preguntarse tales cosas. ¿Cómo es que seres tan despreciables existían? ¿Es acaso no respetaban el regalo de la vida? Alguien como él, que era un involuntario confidente de la muerte, reconocía como nadie más el valor de la vida. El dolor de morir, la agonía de sentir el fluido de la vida filtrarse entre tus dedos, la melancolía del futuro que nunca tendrá lugar.
Subaru era consciente de estos aspectos de la vida y la muerte como nadie más; él, el hombre que había experimentado su muerte en nueve ocasiones. Dos veces destripado, una vez apuñalado en la espalda, otra devorado por una mabestia, una causada por su propia mano, dos decapitado por una cuchilla de viento, y finalmente, dos muertes desangrado y rebanado por la magia de viento de una vengativa Oni.
Subaru conocía el sufrimiento de la muerte, y por ello reconocía el dulce de la vida. Que existieran personas capaces de apagar tan vanamente las llamas del espíritu de tantas personas inocentes, sin sentir remordimiento alguno, le repugnaba. Sentía asco e ira ardiendo en su interior, sentía unas incapacitantes náuseas y por ello le resultaba difícil caminar; ya ni siquiera estaba seguro de si el origen de su malestar era la masacre que le rodeaba, o sus concurrentes pensamientos enardecidos.
"No escucho nada… Solo un completo, genuino silencio…" Escuchó Subaru susurrar a uno de sus compañeros. Letárgicamente, Subaru volteó su rostro hacia el punto en que había escuchado tal afirmación. Su vista se posó en el cadáver de una mujer, cientos de cortes recorrían su cuerpo, lo suficientemente profundos como para distinguir las capas de piel, grasa, músculo y finalmente hueso. Sus cuencas oculares carentes de ojos, pero en su lugar inundadas de sangre, lo miraban incriminatoriamente.
Conteniendo la urgencia de vomitar, Subaru miró precipitadamente a Otto, que en ese momento estaba caminando junto al cadáver masacrado. El mercader tenía su mirada en blanco, sin embargo, por el temblor en sus rodillas era obvio que había fracasado en ignorar la mirada sangrienta del cadáver de la fémina. Tosiendo ligeramente para aclarar su garganta, en la que permanecían residuos de vómito, Subaru preguntó a Otto. "¿Tu bendición?"
"Sí…" Confirmó él, mirándolo de reojo. "Lo había notado desde que salimos de la casa de Leith, pero ahora se volvió demasiado obvio como para seguir ignorándolo. Entre más nos acercamos al distrito de los ricos, más silencio hace. Es como si todas las creaturas que rondan las casas, puesto de venta, calles y alcantarillas, hubieran sido silenciadas por el miedo a ser descubiertas por lo que acecha en la oscuridad. Es un silencio espantoso…"
Tragando audiblemente otro reflujo gástrico que había amenazado a escapar de su esófago, Subaru alejó la mirada de Otto y se enfocó en el camino que quedaba por recorrer. La velocidad de sus zancadas aumentó, y con ello las taquicárdicas pulsaciones de su corazón. La terrible imagen de la familia de Leith masacrada y convertida en una desagradable obra infernal seguía grabada en sus retinas.
Desde el momento en que Utada le informó sobre el asedio a la ciudad, Subaru asumió que tendría que lidiar con situaciones de lo más desgarradoras; no obstante, su imaginación no fue suficiente como para predecir lo que estaba pronto a atestiguar. Ahora que era testigo del estado de la capital, del terrible destino que habían corrido sus habitantes, finalmente comprendía que estaba lidiando con algo que le sobrepasaba por mucho más que aquellos eventos de muerte que ya había superado.
Cada paso que daba hacia el castillo, más desesperanzado se sentía; la esperanza estaba derramándose por los poros de su piel, y no había nada que le permitiera impedirlo. Aun así, la muerte de la familia de Leith también había aumentado extremadamente la urgencia que sentía por llegar al castillo. Necesitaba reunirse con Anastasia cuanto antes, no podía permitir que lo mismo que ocurrió a la familia de Leith le ocurriera a ella, o a Mimi.
De reojo, Subaru observó a Otto una vez más. El comerciante estaba manteniendo el ritmo del paso, ¿pero por cuánto tiempo más lo haría? En silencio, Subaru trasladó su mirada a la espalda de Otto, donde se encontraba un cadáver con vida. Leith, cuyos ojos se encontraban completamente vacíos, carente de razón y espíritu. Subaru realmente no podía culparlo, no después de presenciar una escena tan traumatizante como la que se encontraba en su antiguo hogar.
Subaru había optado por abandonar la zona cuanto antes y apresurarse en llegar al castillo, y en el fondo él sabía que eso implicaba dejar atrás a su compañero. Se detestaba por ello, de hecho, estaba seguro de que la próxima vez que se viera en un espejo, vomitaría, pero Subaru tenía prioridades; encontrar a Anastasia y salir con vida de esa situación eran las primordiales.
Y, aun así, Otto, comprendiendo los vomitivos pensamientos egoístas de Subaru, decidió cargar a espaldas al trastornado y enajenado artesano. Utada no podía ocupar sus manos destinadas al combate, así que él no se encargaría de Leith, y Subaru no estaba dispuesto a limitar su movilidad. Solo él podría impedir el desolador destino que se cernía sobre Leith Hendar…
Otto no se quejó por ello, ni habló de lo injusta que le parecía la situación, simplemente se limitó a hacer lo que consideraba correcto. Su amigo comerciante era inteligente, y sabía que necesitaba a Utada para sobrevivir, por ello no podía darse el lujo de alejarse de Subaru. Y Otto podía comprender, aunque fuera parcialmente, las preocupaciones de Subaru y por qué se encontraba desesperado por llegar al castillo.
Sin decir nada, Subaru regresó su mirada al frente. Era consciente de que tendría que agradecer a su amigo una vez terminara ese evento de muerte, tendría que compensárselo en grande. También tendría que disculparse con Leith… El único sonido perceptible era el de sus pasos sobre los ríos de sangre que recorrían las calles; aunque, si se prestaba atención, sería posible escuchar la respiración de los cuatro jóvenes y el rápido latir de sus corazones.
Como Otto había señalado, se habían sumergido en un mundo de silencio absoluto, en el que sus espíritus rotos eran la única fuente de sonido. Ya ni siquiera era posible captar los agónicos gritos de las víctimas del Culto de la Bruja, ni los sonidos de hierros chocando; cualquier señal de combate había sido desvanecida, junto con la resistencia del pueblo. Toda el área correspondiente al este distrito comercial había sido arrasada, completamente desolada; transformada en una obra maléfica del fanatismo religioso.
Sin embargo, Subaru era consciente de que ese tétrico silencio no duraría por siempre. Estaba destinado a desparecer en las garras de los cultistas, ya que tarde o temprano se acercarían a la cresta de la ola sangrienta que estaba arrasando la capital de Lugunica. Una vez ingresaran al área de clase alta, sus probabilidades de encontrarse con los dementes agresores se elevarían enormemente. Era solo cuestión de tiempo, y de distancia.
Forzándose a seguir adelante, Subaru avanzó zancada a zancada, sintiendo como su corazón se fragmentaba cada vez que daba un solo paso. El terror le estaba atormentando, le susurraba a al oído que escapara una vez más, que dejara atrás a Anastasia, a sus amigos, sus objetivos; que lo dejara atrás todo y escapara en la dirección contraria al castillo. Podría haber vigías colocados en los límites de la ciudad, eso es cierto, sin embargo, sus posibilidades de encontrarse a los cultistas seguirán siendo menores a que si continuaba acercándose al castillo.
Porque no podía ser coincidencia que el asedio de los villanos tuviera lugar el mismo día que la reunión de las posibles futuras gobernantes del reino, por pura lógica se podía afirmar que existía relación entre ambos eventos. Bajo esa premisa, en ese momento estaban siguiendo los pasos del Culto de la Bruja, lo que claramente anulaba una de las razones por las que se dirigían a su actual destino; la seguridad.
Escapar hacia el castillo no era la opción más segura que tenían a mano. Si se detenían a pensarlo, rápidamente encontrarían una alternativa mejor. En ese caso, ¿por qué no lo hacían? Utada tenía la obligación de cuidar a Subaru, sin importar a donde fuera, pero su jefa se encontraba en el castillo, así que no tenía razón para oponerse.
Leith en ese momento se encontraba en un profundo estado de shock, así que no tenía manera de trasmitir sus palabras, y Otto sabía que no podía alejarse de Subaru, eso quedó claro desde el momento en que él ordenó que partieran rápidamente al castillo tras presenciar la masacre de la familia de Leith. Subaru, aunque se encontraba abrumado por los miedos y las dudas, no veía otra manera de vivir su vida que no fuera siguiendo el camino que hace un año había comenzado a recorrer.
Subaru no estaba dispuesto a romper otra promesa, y no tenía razón para hacerlo; por ello, iría al mismísimo infierno si hacía falta; después de todo, éste no le era desconocido. Los cuatro se aproximaron al distrito de los nobles, con sus corazones constreñidos; algunos por temor, otros por odio, otros por la incertidumbre. Subaru pudo visualizar las primeras mansiones del área de clase alta, y fue incapaz de decidir si aquello le tranquilizaba o le atormentaba.
Aún estaba debatiéndose internamente la respuesta más acertada, cuando con la comisura de su ojo izquierdo logró captar un ligero movimiento. Ha de tratarse de un animal, pensó ingenuamente; sin embargo, sus esperanzas fueron traicionadas antes de que pudiera tan siquiera mover su cabeza para intentar comprobar la identidad de aquello que se había movido en las sombras. Estaba rodeado. Al menos diez hombres con vestiduras que cubrían por completo sus cuerpos se encontraban alrededor de él, a poco más de un metro de su piel, por la cual corrían paralizantes escalofríos.
Sudor helado se condensó en su rostro, cuyos ojos de pupilas dilatas observaron aterrados a las figuras cubiertas por túnicas clericales de color negro y capuchas triangulares del mismo color, en las que podían ser vistos dos triángulos carmesí ubicados donde deberían estar los ojos, y un símbolo similar a un "tercer ojo" dibujado sobre estos. Las ominosas figuras se mantuvieron estáticas, con sus ambiguas miradas enfocadas en Subaru, que era incapaz de reaccionar.
"¡Subaru!
"¡Mierda! ¡Subaru-sama!"
Dos gritos finalmente asesinaron al tétrico silencio que se había asentado en el devastado distrito comercial. Otto, incapaz de hacer nada más que ver, considerando que estaba cargando a Leith y que, además, carecía de la habilidad necesaria para enfrentar a los enemigos, atestiguó como el mercenario de imponente figura se abalanzó sobre los desconocidos que abruptamente habían rodeado a Subaru.
No había nada que dudar, sus túnicas y sus acciones eran prueba más que suficiente de que pertenecían al Culto de la Bruja. Por lo tanto, Utada no contuvo su fuerza al momento de dejar caer su pesado puño sobre la cabeza de una de las sombrías figuras. Ninguno de los cultistas parecía tener intenciones de moverse, todos se encontraban completamente mesmerizados por la patética existencia de Subaru.
Aprovechando la distracción de su enemigo, Utada había usado su fuerza sobrehumana para golpear a uno de los cultistas, cuya cabeza explotó por la fuerza del impacto y derramó a todos aquellos a su alrededor con fragmentos de cerebro y sangre. Estremecido, Subaru observó con sus ojos bien abiertos como su escolta procedía a partir en dos a otro de los cultistas, dejado así sus intestinos, riñones y vejiga al descubierto, los cuales se esparcieron por la túnica destrozada por las garras del mercenario.
Percatándose finalmente de la fuerza opositora, los cultistas se alejaron de un salto de la razón de su lapsus y se voltearon hacia el enorme guerrero que a puño limpio parecía dispuesto a exterminarlos. Con una sonrisa viciosa en su rostro y sus manos completamente bañadas en sangre, Utada observó a los ocho cultistas restantes, que ahora lo rodeaban a él con dagas en forma de cruz en cada mano.
"¡Vengan, hijos de puta! ¡Lo estoy esperado!" Gritó Utada, buscando así provocar a sus contrincantes. Sin embargo, éstos se vieron inafectados por sus palabras, puesto que mantuvieron sus posiciones, denotando que estaban siendo precavidos con él. Liberando un audible gruñido de molestia, Utada decidió no seguir perdiendo el tiempo y retomó la iniciativa.
Tomó la enorme hacha que se encontraba colgando de su espalda y dio un brusco giro, partiendo en dos a otro de los cultistas, uno de los que se encontraba más cerca de él y había fallado en esquivar su ataque. Utada se dispuso a atacar a otro de los asesinos sombríos, cuando sintió algo acercándosele rápidamente por la espalda.
Ágilmente se giró, justo a tiempo para detener la frenética apuñalada de uno de los cultistas con el mango de su hacha. Usando su fuerza para desequilibrar al atacante, Utada lo repelió y le atravesó el pecho con la punta de la empuñadura de su hacha, la cual se asemejaba enormemente a una lanza. El cultista cayó al suelo, empapando su capucha de vómito sangriento.
Subaru, espantado, observó a la sombría figura caer al suelo. La sangre se filtró de su capucha y un río color carmesí comenzó a correr hacia los pies de Subaru, empapando su calzado. La sucesión de eventos había sucedido demasiado rápido y se encontraba completamente abrumado por todo lo que recién había tenido lugar. Aun así, no podía morir allí, y si no se movía solo estaría facilitándole el trabajo a los cultistas.
Forzándose a mover sus pies, Subaru se alejó del charco de sangre que se había formado bajo sus pies, y buscó con la vista a su guardaespaldas, al que no tardó en encontrar, rodeado por los cuatro cultistas restantes. A pesar de la inferioridad en número, Utada estaba demostrando porque se encontraba en la elite del Colmillo de Hierro, y no parecía encontrarse en ninguna clase de aprieto.
"Podríamos lograrlo…" Escuchó Subaru murmurar a Otto. Una bandera de muerte, pensó Subaru. Y nunca en su vida se sintió tan desdichado por haber tenido la razón…
Sus ojos apenas y pudieron captarlo, pero en su interior, pudo sentirlo perfectamente. Una especie de creaturas sombrías, casi invisibles, se arrastraron por el aire. Subaru se percató de ellas por el terrorífico escalofrío que le causaron, puesto que lo único que captó con la vista fue una extraña ondulación en el espacio, que servía de prueba de que no estaba imaginando cosas.
¿Qué son? Se preguntó, perplejo. Pero esa resultó ser una pregunta carente de valor cuando notó hacia donde parecían dirigirse las creaturas. "¡Uta-!" El mercenario intentó mirarlo, pero ya era demasiado tarde. Una fuerza invisible comparable a la de un cañón golpeó a Utada en el pecho, mandándolo a volar lejos de la avenida en la que se encontraban.
"¡¿Utada?! ¡¿Qué demonios sucedió?!" Exclamó Otto, aterrorizado por lo ocurrido con el mercenario. Sin embargo, Subaru no se encontraba en condiciones de despejar sus dudas. Con su mirada fija en la perturbación en el espacio que marcaba la ubicación de las creaturas, Subaru intentó alejarse de su trayecto, pero se detuvo al escuchar una escalofriante voz proveniente de las sombras.
"¡Vaya, vaya, vaya, vaya! ¡Parece que aún quedaba un grupo de diligentes sobrevivientes! ¿Cómo fue que sobrevivieron a nuestro barrido de la zona? Es que acaso significa que somos… ¡¿Pereza?! ¡No, no, no, no, no! ¡No puede ser! ¡Esa no es forma de pagar por el amor que recibimos, después de todo!"
El corazón de Subaru se encontraba completamente oprimido por la presión ejercida por el ser de las sombras, aquel que, sin mostrar su rostro, despotricaba en contra del hecho de que en la zona aún quedarán supervivientes. ¿Es que acaso sus vidas nulificaban el amor del que ese desviado mental hablaba? Subaru suponía que la respuesta era afirmativa; al menos lo era en la mente del enfermo que se ocultaba en la oscuridad.
Es alguien de poder dentro del culto; dedujo rápidamente. El aura de muerte que emanaba del enloquecido anónimo resultaba tan extremadamente abrumadora, que Subaru inconsciente comenzó a prepararse para un indeseado reinicio. Recolectar información otorgaría valor a su muerte, solo así podría partir sin sentir que había fallado a su promesa con Anastasia; era momento de enfocarse en todo lo que le rodeaba.
Subaru despreciaba la idea de volver a morir, en verdad lo hacía. El miedo que le causaba el solo pensar en los agónicos segundos en que la conexión entre su alma y su cuerpo era cortada, bastaba para quitarle el sueño por hasta una semana. Subaru no se consideraba capaz de soportar otro ciclo de muerte, su sanidad mental se había marchitado en extremo, y carecía por completo de la determinación y resiliencia necesarias para lidiar con la agonía de morir y regresar repetidamente de manera indefinida.
No obstante, su impulso por vivir y alcanzar sus objetivos era mayor que los miedos que le encadenaban. Anhelaba no tener que volver a experimentar un ciclo de muertes, ambicionaba alcanzar su final feliz sin necesidad de perder su corazón en el camino; porque eso es lo que temía ocurriría si volvía a pasar por una tortura física y mental similar a las que sufrió el día de su llegada a Lugunica, en Priestella y en el área metropolitana de Kyo.
Su mente inestable perdería para siempre cualquier posibilidad de mejora si volvía a pasar por ello. Su corazón fragmentado terminaría de romperse y se convertiría en polvo carente de vida. Su espíritu corrompido se teñiría de negro y toda inocencia restante sería obliterada. Subaru, en un sentido metafórico, moriría por completo, y ni siquiera Regreso por Muerte sería suficiente para regresarlo a la vida.
Evitar ese oscuro desenlace había resultado vital para Subaru. Pero dado el desalentador contexto en el que se encontraba envuelto, Subaru inconscientemente asumió la cruda realidad; tendría que desechar ese ingenuo deseo. Necesitaría una vez más del Regreso por Muerte, y era incierto cuantas veces haría falta usarlo para conseguir un resultado que satisficiera su agenda. Internamente y sin percatarse conscientemente de ello, Subaru se preparó para recorrer el oscuro túnel en el que estaba por sumergirse.
"Subaru…" Mientras Subaru era cubierto por la niebla oscura causada por la confusión interna que desolaba su mente, un susurró alarmado alcanzó sus oídos. Encontrándose en un profundo estado de alerta, el cuerpo de Subaru reaccionó inmediatamente, disparándolo fuera de su mente y obligándolo a mirar instintiva a Otto.
Subaru, gracias a la adrenalina que recorría sus venas vehementemente, pudo procesar la información que recibieron sus sentidos rápidamente. Asintiendo lentamente, Subaru dio entender a Otto que comprendía lo que quería transmitirle. "Tenemos que salir de aquí"; era un mensaje simple y obvio. Utada ya no se encontraba con ellos, y sin él, no eran más que pequeños insectos danzando en la palma de un cruel monstruo.
"Tengo un idea…" Gesticuló Subaru, realizando una fonomímica. Haber pronunciado sonido alguno podría haber implicado su prematura muerte, por lo que había optado por evitarlo. Otto, siendo el joven perspicaz y con recursos que era, asintió levemente, dándole a entender que confiaba en él.
Satisfecho con esto, Subaru volvió a mirar fijadamente la zona oculta por las sombras de la que había provenido la frenética voz. Cómo había deducido Subaru, aquel que aún no se mostraba se trataba de alguien importante para los cultistas, puesto que desde que aquellas enloquecidas palabas habían sido pronunciadas, éstos no se habían atrevido a mover un solo dedo.
Es mi oportunidad, pensó Subaru. Entonces visualizó mentalmente a la esfera oscura que era su compañero y pronunció el único conjuro capaz de llevar a cabo. "¡Sha-!" Sin embargo, Subaru se interrumpió a sí mismo al escuchar un fuerte impacto a pocos metros de él, exactamente en donde se encontraba Otto.
Incapaz de encontrar el valor dentro de su corazón para mirar nuevamente hacia allí y comprobar el estado de Otto, Subaru agudizó su oído y esperó en silencio, completamente paralizado por el miedo. Un goteo podía ser escuchado, tip, tip, tip, tip… No, era algo más violento que un simple goteo; era un chorro, un violeto chorro de alguna clase de líquido.
Un chorro de un líquido desconocido que estaba regando los alrededores cubiertos por charcos de sangre, por eso era capaz de escuchar goteos; eran las gotas rebeles que se habían separado del chorro y terminado cayendo en los charcos cercanos. Tip, tip, tip, tip. Subaru se negaba a mirar, de igual manera a como se había negado a aceptar la ayuda de Halibel.
Su cordura pendía de un delicado hilo, y Subaru temía que si se volteaba este sería reventado. Tip, tip, tip… El chorro fue disminuyendo en potencia, hasta que solo un delicado goteo podía ser escuchado. Congelado por el horror, Subaru no hizo más que escuchar. Sin embargo, le fue imposible no mirar, cuando sintió un ligero golpecito en su calzado.
Lentamente, Subaru bajó la mirada, para entonces encontrarse con una canica. Una canica blanca, decorada con líneas ramificadas de color rojo y una especie de circulo negro, dentro de otro circulo azul. Era una canica peculiar… Tip, tip… Era una canica de contextura de lo más extraña, más considerando que una especie de hilo carnoso estaba conectado a esta, un hilo del que surgía un líquido carmesí que recordaba a la sangre… Tip… No era una canica.
"¡Arrrrgghhhh!" Finalmente, Subaru fue incapaz de mantener la compostura. Enloquecido, Subaru comenzó a gritar mientras jalaba enloquecidamente de su cabello negro. No era una canica blanca, era el ojo de Otto, cuyo cuerpo, junto al de Leith, había sido convertido en una pila de órganos, carne y sangre de repugnante olor. "¡Blergh!" Cayendo de rodillas, Subaru vomitó todo el contenido de su estómago.
"Sí, sí, sí, sí, sí, sí… Ya lidiamos con dos de los remanentes y demostramos que no negligimos del amor que desciende sobre nuestros corazones, ahora solo falta el otro." Exclamó la voz de manera jovial. Para entonces pronunciar solemnemente. "Sin embargo…" Entonces, el sonido de pasos caminando sobre la sangre y pedazos de carne se pudo escuchar aproximándose.
Subaru, hiperventilando, levantó lentamente la mirada, para entonces toparse con dos ojos enrojecidos y desquiciados que lo miraban detenidamente. Se trataba del único de todos los cultistas que no estaba cubriendo su rostro con la capucha triangular. Era un hombre que aparentaba unos treinta años, con cabello café mohoso, piel pálida como la de un cadáver y ojos con pupilas amarillentas que poseían un cegador brillo de locura. El sujeto, tras unos segundos observándolo, lo señaló con uno de sus aberrantemente alargados dedos, los cuales tenían marcas de mordeduras por toda su superficie.
"¿Podría saberse quién eres, además de un desagradable ser?" Subaru, confundido, fue incapaz de reaccionar ante la súbita pregunta del sujeto. "No, no, no… Esto no está bien… ¡Definitivamente no lo está! ¿Por qué un ser despreciable, asqueroso, vulgar como tú es tan profundamente amado? Conmueve mi alma encontrarme con otro amado compañero, pero me resulta repulsivo descubrir que se trata de alguien como tú… Hmm… Mi alma rebozaba en gozo por tener la oportunidad de repetir la prueba, y parece que eso me hizo descuidado y… perezoso. Por ello tres remanentes lograron sobrevivir… ¡Y, aun así, me encuentro con alguien tan particular como tú! ¿Quién… eres?"
"¡Shamak!" Desesperado por alejarse del tétrico hombre que lo cuestionaba frenéticamente sobre su identidad, Subaru comandó a su espíritu súbitamente y, con toda las fuerzas que era capaz de obtener de sus piernas, escapó en dirección al castillo. "¡No puedo detenerme, no puedo parar!" Murmuró Subaru, mientras se alejaba velozmente de la nube de oscuridad que había explotado donde hace solo un segundo se había encontrado. "¡Ya es demasiado tarde, necesito seguir adelante, no puedo detenerme!" Añadió, buscando así grabar en su mente y corazón su resolución. Ya era demasiado tarde como para cambiar de camino, así que tendría que seguir sumergiéndose en ese pantano de sangre sin voltear atrás.
Subaru dobló en la esquina al final de la cuadra. Al fondo de la calle en la que había ingresado, se encontraba el límite entre el distrito comercial y el distrito de la nobleza; un puesto de peaje servía como la marca que dividía los caminos de roca común de aquellos lujosos caminos de roca… Si lograba eludir al enloquecido hombre y sus súbditos, existía la posibilidad de que pudiera escapar al castillo. Una vez allí, explicaría a Anastasia lo sucedido y utilizarían a la Guardia Real para detener a los atacantes. Subaru inconscientemente tomó su brazo derecho y lo apretó con fuerza; solo tendría que seguir adelante…
Pero antes de poder poner a prueba su renovada determinación, que había sido labrada en las llamas de la tragedia, Subaru se vio en la necesidad de frenar abruptamente su escape. Frente a él apareció una persona cuyo cuerpo, exceptuando su pelo plateado, ojos morados y dientes amarillentos, se encontraba completamente vendado. Sobre las vendas llevaba la misma túnica que el resto de cultistas, lo que claramente indicaba su afiliación a los seguidores de la bruja.
"Hmm… Parece que tendré que hacerme cargo de ti en lugar de mi querido. En verdad lamento la molestia, realmente desearía no importunarte de esa manera, pero por él haría lo que fuera." Con voz anormalmente conciliadora, la mujer se disculpó por lo que fuera que estaba a punto de suceder.
"¿De qué hablas?" Preguntó Subaru, sintiendo como comenzaba a ser inundado por un intrusivo sentimiento de tranquilidad.
"De verdad, ¡perdón!" Entonces, la mujer mostró sus vendados brazos, que recordaban a los suyos propios, en los cuales colgaba una larga cadena de color dorado. Incapaz de reaccionar, Subaru de pronto se vio rodeado por la cadena. Su cuerpo entero se encontraba constreñido por esa serpiente de acero.
"¿Huh?" Una estúpida expresión de incomprensión se filtró de su garganta, y entonces su mundo entero fue convertido en dolor.
La cadena se prendió en llamas, incendiando rápidamente el cuerpo de Subaru, que estaba completamente atrapado por su ardiente agarre. Con gritos agónicos escapando de su garganta, Subaru se revolcó, intentando inútilmente escapar de la serpiente de fuego y apagar las llamas que le cubrían. Su piel le ardía, era como si le estuvieran clavando miles de aguijones y cuchillos; no había parte de su cuerpo que no hubiera sido transformada en un infierno.
Todas las alarmas de su cuerpo resonaban con extrema insistencia, sus nervios le rogaban porque detuviera aquello que estaba causando semejante anomalía infernal. Sin embargo, no había nada que Subaru pudiera hacer para acabar con aquel extremo sufrimiento, puesto que su cuerpo estaba envuelto por aquello mismo que le estaba provocando ese intenso y agónico dolor.
Calor, calor, calor… Su cuerpo ardía como nunca en su vida lo había hecho, su pelo era invisible debido a las llamas que lo consumían, y su piel lentamente estaba comenzando a carbonizarse. Un fuerte olor a grasa, pelo y carne quemados inundó el ambiente, mientras Subaru liberaba los últimos gritos agonizantes que su calcinada garganta era capaz de proferir. Su cuerpo rápidamente fue perdiendo todos sus sentidos, hasta que el benevolente fuego incineró sus nervios y fue incapaz de seguir sintiendo dolor.
Con sus ojos derretidos por el calor y convertidos en una pasta de desagradable presentación, Subaru fue incapaz de seguir observando. El sonido de las llamas consumiendo su cuerpo fue el último estimulo externo que recibió. Fue entonces que, ahogándose por la falta de oxígeno debido a sus terribles e interminables alaridos, Subaru dio una última desesperada bocanada de aire flameante; la cual el fuego aprovechó para infiltrarse en su interior. La última bocanada de vida entonces se convirtió en la bocanada de la muerte; su cuerpo había sido reducido a cenizas y pedazos de carne carbonizada. Su alma calcinada entonces abandonó su cuerpo de carbón.
