Capítulo 42
Tras la opípara comida que les ofrecieron Naruto y Temari, Sasuke y la que él ya consideraba su familia cabalgaban hacia su casa cuando, al llegar a una colina, él se detuvo y declaró señalando a lo lejos:
—Bienvenidos a vuestro hogar.
Sakura sonrió al divisar más allá diversas edificaciones situadas junto a un río y varios caballos que pastaban.
—La de piedra grisácea es la casa principal —explicó él—. En un principio mi intención era hacer algo más pequeño, pero Naruto, Suigetsu y sus hombres comenzaron a traer piedras y, al final, se convirtió en una espaciosa casa de dos plantas.
—¡Por Tritón, es increíble! —exclamó Sakura sorprendida.
En la vida había vivido en una casa, ni grande, ni pequeña, y lo que tenía ante ella era un sueño hecho realidad.
Sasuke, complacido al ver su expresión, indicó entonces mirando al japonés:
—Matsuura, a la derecha hay una casa más pequeña. Fue la que utilicé durante el tiempo que tardamos en construir la casa grande, ¿la ves? —El japonés asintió y él continuó—: Tienes dos opciones. O vivir en la casa grande con todos nosotros o quedarte esa casa solo para ti. Tú decides.
Matsuura, que como Sakura nunca había tenido nada para él, pues cuando vivía en La Bruja del Mar simplemente ocupaba un trozo de suelo para dormir, asintió encantado y repuso sorprendido por el ofrecimiento:
—Lo que tú decidas estará bien, Sasuke.
—No, Matsuura —rectificó él—. Lo que decidas tú.
Conmovida por ver la felicidad en el rostro del japonés, Sakura intervino:
—Tío Matsuura, creo que deberías disfrutar del placer de tener una casa solo para ti. —Y, sin mencionar el barco para que los niños no lo oyeran, agregó—: Eso en donde tú ya sabes es imposible tenerlo.
El japonés se emocionó al oírlo.
—Tuya es —declaró Sasuke entonces—. No se hable más.
Sakura sonrió y el vikingo, al verla tan feliz, señaló con el dedo y siguió contando:
—El edificio largo que hay a la izquierda es la herrería, que está unida a las caballerizas, donde criamos a los mejores caballos que sin duda hay en toda Escocia. Yo trabajo en la herrería y..., bueno, el resto del terreno que veis es el que Naruto Namikaze me regaló y que ahora es mío. Nuestros vecinos más cercanos son los Hōzuki, y por el noroeste los Uzumaki.
—¿Esas tierras de los Uzumaki son por las que Suigetsu está enemistado con ellos? —Sasuke asintió y Sakura preguntó a continuación—: ¿Y conoces a los que viven allí?
Sasuke negó con la cabeza.
—No, porque están abandonadas. Al parecer, en la fortaleza que hay en esas tierras vivió hasta hace unos años Mifune Uzumaki criando vacas, pero al morir pasaron a ser de su hijo, a quien nunca he visto.
Sakura asintió y contempló la amplitud de los terrenos que se extendían ante ellos. Sasuke acarició entonces la cabeza de Shii y dijo:
—¿Qué te parece? ¿Crees que tendrás suficiente espacio para correr?
—Claro que sí —se apresuró a responder el niño emocionado.
El vikingo sonrió y luego, mirando a Asami, preguntó al ver su gesto:
—¿Por qué tienes susto?
—Porque es muy grande y pueden venir las señoras malas.
Conmovido, Sasuke acercó su caballo al de Sakura y, al ver su expresión, cogió a la pequeña, la colocó entre su hermano y él y, con seguridad, dijo señalando a su alrededor:
—Nadie va a venir a por ti porque ni yo ni ningún Namikaze o Hōzuki lo va a permitir, ¿de acuerdo, cielo?
—Ni yo tampoco —aseguró Sakura.
—Ni yo —se unió Matsuura.
La cría los miró y, cuando esbozó una sonrisa, Sasuke afirmó feliz:
—Así me gusta. Sonríe, cariño.
Dicho eso, el vikingo continuó adelante con su caballo y Sakura y Matsuura lo siguieron.
Minutos después, una vez que llegaron hasta la casa, Sasuke se apeó. Tras él bajó a Asami y a Shii, y cuando todos hubieron desmontado, al ver que Sakura miraba la casa, el tío Matsuura propuso:
—Shii, Asami, vayamos a las caballerizas a ver a los animales.
Los niños asintieron y, cuando aquel desapareció con ellos, Sakura se dirigió a Sasuke con una sonrisa:
—Es mucho más de lo que esperaba —y, mirándolo, susurró—: Nunca he vivido en una casa.
—Me alegro de que te guste.
—Es preciosa.
Sasuke, conmovido por cómo ella lo miraba todo, la cogió entonces de la mano.
—Vamos. Te la enseñaré.
Sin embargo, al llegar frente a la puerta de entrada, él se detuvo en seco.
—¿Qué pasa? —quiso saber ella.
El vikingo, confundido por lo que había pensado, la miró. Aquello que estaba a punto de proponer era algo que nunca había podido hacer con Ingrid, aunque siempre lo había deseado. Y, sintiéndose culpable por pensar en aquello cuando no era Ingrid sino Sakura quien estaba a su lado, declaró:
—Siempre he oído que trae buena suerte cruzar el umbral de tu casa con tu mujer en brazos la primera vez.
A la joven le gustó oír eso. Ni en el mejor de sus sueños había imaginado que alguien hiciera algo tan romántico por ella, pero Sasuke, desechando la idea, añadió:
—Aunque en nuestro caso es innecesario.
Sakura se sintió dolida, se había emocionado para nada, e intentando que no se notara su decepción, se encogió de hombros sin más.
—Totalmente innecesario.
Acto seguido él abrió la puerta principal y Sakura, lo siguió.
Aquella casa de dos plantas tenía una enorme cocina con alacenas, y un grandioso salón comedor con una impresionante chimenea sobre la que se veía un escudo en hierro forjado. La muchacha se acercó para examinarlo y Sasuke indicó:
—Lo hice yo.
Ella lo admiró complacida; estaba claro que el vikingo era muy hábil forjando el hierro. Al ver una inscripción que no entendía, preguntó:
—¿Está escrito en noruego?
—Sí.
—¿Y qué dice?
Sasuke se acercó y, pasando las manos por la inscripción, tradujo:
—«Eternamente viviré con tu recuerdo».
Al oír eso, la joven asintió sin necesidad de preguntar a quién iban dirigidas aquellas palabras. Y con cierto malestar al pensar que tendría que ver aquello todos los días, finalmente se dio la vuelta y echó un vistazo a su alrededor. Miró los distintos muebles de madera oscura que estaban en medio del salón.
—Los hice traer de Noruega —indicó Sasuke.
—Vaya...
—Ese aparador pertenecía a los padres de Ingrid y Temari, y este —añadió señalando el banco que había frente a la chimenea— lo encargamos Ingrid y yo para nuestra casa.
De nuevo, Sakura asintió y él, al ver su expresión, continuó señalando los muebles que había sin colocar por en medio de la estancia:
—Estos los compré unos días antes de partir hacia Edimburgo. Chiyo me dijo que los habían traído en mi ausencia.
Sakura se acercó a aquellos muebles finamente trabajados. Con placer, paseó los dedos por la suave madera y sonrió.
—Son bonitos y delicados. —Sasuke asintió encantado, y ella agregó—: Aunque, para mi gusto, excesivamente oscuros.
Sorprendido por su matización, él se apresuró a replicar entonces:
—A Ingrid le gustaba este color.
Oír eso no era lo que Sakura esperaba. Ingrid otra vez. Pero, consciente de que no podía quejarse, pues era la casa de Sasuke y no la de ella, finalmente sonrió.
Cogidos de la mano, ambos subieron por la escalera que conducía a la planta de arriba. Feliz y motivado, el vikingo le mostró las habitaciones. Todas eran grandes, todas tenían cama, pero todas estaban vacías y desangeladas.
Al llegar a la última puerta Sasuke se detuvo y, mirándola, comentó:
—Este es mi dormitorio y, si quieres, podría ser también el tuyo.
—¿Si yo quiero?
El vikingo asintió.
—Puedes elegir entre dormir aquí o hacerlo en otra de las habitaciones.
—¿Por qué?
Sasuke suspiró y, seguro de lo que decía, indicó:
—Si duermes aquí, la habitación debe permanecer como está. No quiero que toques ni muevas nada de su sitio. —Sakura parpadeó y él añadió—: Lamento ser tan sincero, pero esas son las reglas.
Si la joven tenía algo claro era que quería compartir habitación con él y, sin importarle las reglas, declaró acercándose a él para besarlo:
—Deseo compartir lecho contigo.
Gustosos, se besaron en la intimidad del que iba a ser su hogar a partir de entonces y, cuando el beso acabó, Sasuke comentó riendo:
—Si sigues así, te voy a poseer aquí mismo, en el pasillo.
—¡Pues hazlo! Ya sabes que soy muy pagana para el sexo.
El vikingo sonrió divertido, pero musitó separándose de ella:
—Cuidado. Podrían venir los niños.
—Te aseguro que los oiríamos —se mofó ella.
Un beso. Dos. Cuatro. La apetencia que sentían el uno por el otro era irracional; Sasuke, retirándose, afirmó:
—Ni te imaginas los esfuerzos que tengo que hacer para no ser tan loco como tú.
Ambos rieron y, a continuación, el vikingo abrió la puerta de la estancia.
—¿Y esa sonrisa? —preguntó al ver la expresión de Sakura.
Complacida, ella se dirigió de inmediato hacia la enorme chimenea. Temari no le había contado que en el dormitorio de Sasuke había una tan espectacular y, feliz, afirmó:
—Siempre quise tener una chimenea en la habitación.
Él asintió encantado, y cuando la joven vio la bonita bañera de cobre que había en un lateral, cuchicheó:
—Qué preciosidad.
Sasuke colocó entonces unos leños en la chimenea y la encendió. La casa estaba helada y necesitaba calentarse. Mientras miraba los troncos, intentó serenarse. Nunca se había imaginado compartiendo su propia estancia con una mujer. Sin embargo, allí estaba, con Sakura.
Mientras él se ocupaba del fuego, la joven iba caminando por la habitación fijándose en los muebles que, como los del salón, estaban sin colocar. Eran nuevos, de calidad y oscuros. Estaba claro que Sasuke había comprado todo aquello pensando en Ingrid, y de pronto, al ver un tapiz colgado en la pared en el que se veía un paisaje que bien podía ser Noruega, comentó:
—¡Qué maravilla!
Al oírla, Sasuke la miró y, viendo a lo que se refería, contó:
—Ingrid lo compró para nuestro hogar, concretamente para nuestra habitación. Le gustaba mucho. Y eso también —indicó señalando una vieja mesita baja que había junto a la cama—. Ella adoraba esa pieza porque había pertenecido a sus abuelos.
Sakura asintió molesta. La mesita baja estaba tremendamente vieja y, mirando un joyero que parecía de plata que había sobre ella, preguntó:
—¿Qué es eso?
Sasuke lo miró unos segundos y al cabo contestó:
—Las joyas de Ingrid. Te rogaría que no las tocaras.
Ella volvió a asentir. Ingrid... Ingrid... Ingrid... Pero ¿cómo podía vivir rodeado de tantos recuerdos?
Acto seguido desvió la mirada y, al fijarse en el cabecero de la cama, con cierto malestar preguntó sintiendo que o se controlaba o algo no muy bonito saldría por su boca:
—Por Tritón, ¿eso qué es?
Sasuke suspiró al ver lo que ella señalaba. Se trataba del nombre de Ingrid, que una noche, desesperado, él había grabado con su daga en la madera del cabecero.
Durante unos segundos se miraron en silencio hasta que el vikingo indicó:
—Es el nombre de mi mujer. Yo mismo lo grabé.
Sakura asintió, sabía leer, e, incapaz de callar, repuso:
—A riesgo de recibir una mala contestación por tu parte, he de decir, o no sería yo, que no es en absoluto de mi agrado estar en una casa donde parece vivir otra mujer y...
—Sakura —la cortó él de pronto—. Te prometí un hogar, no amor. Sabes lo que ofrezco como yo sé lo que tú ofreces. No exijo nada, y espero que tú tampoco.
Oír eso, y en especial ver su mirada, le dolió a la joven. ¿Cómo podía besarla con tanto cariño y al mismo tiempo no entender que estar rodeada de las cosas de Ingrid podía molestarle?
Durante unos segundos los dos permanecieron en un tenso silencio, hasta que él, en cierto tono agrio, añadió:
—Te vas a marchar dentro de dos meses, ¿acaso lo has olvidado? —Ella negó con la cabeza—. Como te he dicho antes, tú decides si quieres dormir aquí o en otra habitación.
Sasuke tenía razón. ¿Quién era ella para decir aquello cuando se marcharía al cabo de poco tiempo? Así pues, esbozando una desconcertada sonrisa, contestó:
—Tienes razón. Discúlpame.
Sasuke cabeceó serio y ella, dispuesta a hacerle saber que no había más que hablar del tema, preguntó a continuación:
—¿Crees que podrías grabar los nombres de los niños en los cabeceros de sus camas? Estoy segura de que eso les gustaría.
Sin dudarlo, Sasuke asintió. Era una excelente idea.
De pronto, Asami entró en la habitación. La alegría de sus pisadas y su risa hicieron que el vikingo cambiara su expresión, y más aún cuando exclamó emocionada mirándolo:
—He visto muchos caballos muy bonitos.
—No me digas —murmuró él.
—Sí. Y... y hay uno muy chiquitito.
Complacido por ver el gesto de felicidad de la pequeña, él asintió.
—Es verdad, es de Yesnia. Cuando partí estaba a punto de dar a luz.
—Es blanco y muy... muy precioso —añadió Asami sobreexcitada.
Sasuke sonrió e, intercambiando una mirada cómplice con Sakura, dijo a continuación:
—¿Sabes? Ese potrillo no tiene nombre.
La niña no respondió y la joven, entendiéndolo, preguntó:
—¿Qué tal si Shii y tú pensáis uno para él?
—¡¿En serio?! —exclamó la niña.
—Seguro que le ponéis un nombre que le encantará —afirmó Sasuke.
La niña brincó feliz. En el tiempo que llevaban juntos, ni Sakura ni Sasuke la habían visto nunca tan encantada y, deseosa de mostrarle el animalillo a Sasuke, lo agarró de la mano y tiró de él.
—Ven..., ¡es precioso!, vamos a verlo.
Sin dudarlo, él abandonó entonces la habitación guiado por la pequeña, dejando a Sakura sola por primera vez en aquel lugar.
Durante unos minutos, incapaz de moverse, sus ojos veían una y otra vez el nombre de Ingrid. Aquella estaba demasiado presente en la casa, y ella no estaba dispuesta a competir con nadie, menos aún con una muerta. Lo que en un principio le había parecido buena idea comenzaba a hacerla dudar, e, incapaz de seguir un segundo más allí, musitó:
—Ingrid, sé que tú no tienes la culpa de nada, pero, por Yemayá, te prometo que antes me enveneno que volver a quejarme por nada que tenga que ver contigo.
Y, dicho eso, salió del dormitorio y corrió tras aquellos. Ella también quería ver al potrillo.
