Holi.
¿Sorprendides? Yo también lo estoy. Una actualización en dos semanas justos. Un auténtico récord, no cabe duda, sobre todo teniendo en cuenta lo largo que es este capítulo. A continuación, vais a leer uno de los capítulos más esperados de Wicked Game. Por fin, vais a conocer la historia de Valka y el motivo de los orígenes de Hipo.
Sin embargo, quería hacer un pequeño inciso antes de que empezarais el capítulo. Yo comprendo que hay capítulos que despiertan más emociones que otros. Este fanfic tiene capítulos con mucha acción y otras con poquísimo por el ritmo que tiene la historia. Y, aún así, todos los capítulos llevan trabajo y son precisamente los que tienen poca acción los que cuesta más escribirlos, porque requiere más trabajo con los personajes y en el capítulo en sí. Dada la casi nula interacción que recibí en el capítulo anterior desconozco si el capítulo gustó o no gustó. He intentado no darle más importancia de la que se merece, probablemente porque soy super consciente de que todes tenéis vuestra vida, estudios, trabajos, amistades… pero es que me rompe un poquito el corazón ver que el fic tiene visitas, pero luego no sé nada de nadie. No os voy a reclamar que me escribáis reviews si no queréis o no os apetece, porque no soy nadie para hacerlo ni quiero obligaros, pero como hace cinco capítulos señalé, yo no cobro por escribir por esto. Este es uno de los fanfics más largos de todo el fandom y sé que mucha gente se ha ido ya porque el fandom está muerto, pero yo sigo aquí porque estoy decidida a acabar esta historia que tanto quiero y que tanto me está costando.
Casi tres años estoy con esto y sé que no estoy sola, pero de vez en cuando un «holi» y el saber si os está gustando o no no está de más.
No es obligatorio, ya lo sabéis, pero una sola review marca un día entero en la vida de una autora cuyo fanfic es su único refugio de una vida monótona y aburrida. No lo olvidéis.
No me voy a enrollar mucho más. Tenéis un capítulo muy largo e intensito por delante. Estoy muy orgullosa de él y sobre todo de cómo he construido el personaje de Valka que, en medida de lo posible, e intentando respetar el concepto del original pese a ser algo diferentes.
Os mando un abrazo enorme.
Valka nunca tuvo grandes expectativas en la vida.
En realidad, era de esas que se conformaban con poco. Aún siendo una cría, nunca había envidiado a las demás niñas por tener vidas más estables que la suya. Es más, ella no hubiera cambiado su vida nómada por nada y su padre nunca había sido un hombre que le gustara afincarse en un solo lugar. Viajaban de un lado a otro, explorando las islas más recónditas del Archipiélago y viviendo al día con los recursos que iban encontrando sobre la marcha. Cada día era una aventura y Valka consideraba que era infinitamente más interesante vivir en constante movimiento que estar estancada en un mismo lugar por el resto de su vida.
Su padre había sido hijo de una bruja. Le llamó Lórien, que en el idioma de las brujas se traducía como «jardín», aunque había sido poco amante de la tierra. Él era un marino que podía escuchar el susurro del viento y el arrullo del agua cuando navegaban en mar abierto, algo muy común entre los hijos de brujas. Valka amaba a su padre con todo su ser, pues aunque era flacucho en comparación al resto de vikingos, era amable, melancólico y un gran contador de historias. Había crecido rodeado de brujas y su conocimiento de las viejas leyendas de la brujería y los vikingos era tan amplio como el más antiguo de los archivos.
Valka nunca había contado con una figura materna en su vida. Es más, por conocer no conocía ni el nombre de su propia madre y no porque su padre no quisiera decírselo, sino porque nunca lo había sabido. Lórien solo había visto a la madre de Valka dos veces: la primera vez, en su corta pero intensa aventura de una noche en la que concibieron a Valka claramente por accidente y, la segunda, cuando apareció diez meses después cargada con ella para cargarle con la responsabilidad de cuidarla. Por supuesto, su padre siempre supo que aquella mujer era una bruja, pero no esperaba que le entregaran a una bebé a la que habían bautizado mucho antes de tiempo. Para aquel entonces, Lórien ya había perdido la pista a su propia madre, por lo que tuvo que arreglárselas solo para criarla, pues para él mismo era impensable abandonar a aquella criatura a su suerte, aún sin tener ni idea de cómo demonios se cuidaba a un bebé. La llamó Valhallarama, como su abuela, aunque ella se presentaría siempre como Valka porque su nombre completo sonaba demasiado pomposo para alguien como ella.
Por suerte para su padre, Valka no tenía especial interés en el estudio de la magia. Al no formar parte de un aquelarre, no podía volar y sus poderes no mostraban ser nada del otro mundo. No por ello la mantuvo ignorante de lo que era y llegó incluso a plantearle si deseaba unirse a algún aquelarre.
—Pero no podré estar contigo —se lamentó la niña cuando se lo propuso.
—No, pero estarás con las de tu especie —argumentó su padre con templanza, aunque Valka dibujó una mueca de desagrado—. La decisión es tuya, pequeña.
Valka, por supuesto, dijo que no. Era incapaz de concebir un mundo en el que no estuviera su padre y ella era tan torpe como él para relacionarse con los demás, por lo que separarse no era una opción. Es más, si no hubiera sido por su padre, habría sido muy probable que Valka jamás hubiera sabido lidiar con las visiones. Se despertaba prácticamente todas las noches llorando, sudando sudor frío y muerta de miedo, sin comprender porque tenía esos sueños tan confusos y aterradores. No eran realmente pesadillas, ni siquiera se sentían como sueños, pues eran tan vívidos que parecían reales y lo peor era cuando, de repente, aquellas visiones se hacían realidad. Valka jamás olvidaría cuando tuvo la visión de un hombre que se resbalaba sobre una superficie llena de escamas de pescado y moría en el acto por el golpe que se daba en la cabeza. Justo dos días después de esa visión, se toparon con ese mismo hombre en un puerto cortando pescado. La niña se acercó a él muy alterada y le dijo:
—Señor, limpie las escamas del suelo, sino se va a morir.
El pescadero, en lugar de mostrarse agradecido por su advertencia, se enfadó tanto por su comentario que la amenazó con su hacha de cortar pescado. Su padre se disculpó de todas las maneras posibles, pero el hombre se había sentido tan amenazado e indignado por el comentario de Valka que los siguió por el puerto hasta que, de repente, resbaló con unas escamas de otro puesto de pescado y se golpeó en la cabeza. Padre e hija observaron horrorizados que el pescadero estaba muerto y no tuvieron otro remedio que marcharse antes de que los señalaran como causantes de tal terrible accidente. Valka se sintió tan culpable por lo sucedido que estuvo llorando y sin dormir durante dos noches seguidas. Desesperado por ayudar a su hija, Lórien buscó por todo el Archipiélago hasta que por fin encontró una bruja en una aldea periférica que pudo resolver sus dudas.
—La niña es vidente, deberías entregarla a una aquelarre para que la entrene —sugirió la mujer, muy entrada en carnes, observándolos con recelo.
—No quiere —señaló su padre con cautela.
—Entonces más vale que se acostumbre porque la clarividencia no es un poder fácil de controlar —Valka hundió los hombros al escuchar eso—. ¡Menuda irresponsabilidad que su madre la hubiera abandonado bautizada! No es normal que se dejen brujas a cargo de un humano. Si una madre no quiere a su hija, la reina suele coger la responsabilidad.
Valka sabría muchos años después que el aquelarre de su madre había sido exterminado por los cazadores de brujas. Su madre, probablemente en un afán de protegerla, decidió hacer lo que en su momento consideró más lógico: ocultarla entre los humanos. Además, gracias a que llevaban un estilo vida nómada, nadie tenía la oportunidad de sospechar de que Valka fuera una bruja. El evento del pescadero la motivó a no anunciar sus visiones a nadie que no fuera su padre y, con el paso de los años, fue aprendiendo a reducirlas, aunque no siempre podía controlarlas. Por lo demás, tampoco era que Valka fuera una bruja que llamara mucho la atención, sobre todo porque era bastante mediocre en el arte de la magia y prefería focalizarse en aprender a navegar el barco de su padre. No podía pedir más, sobre todo porque ella se conformaba con muy poco. Salvo en contadas ocasiones, su infancia y adolescencia habían sido tremendamente felices al lado de su padre y nunca hubiera pensado que su vida pudiera cambiar tan radicalmente en un margen tan corto de tiempo.
Valka tenía dieciocho años. Se había convertido en una mujer alta en comparación a las chicas de su edad. Flaca, pero atlética, tal y como había sido su padre. Ambos manejaban el barco como si fueran uno con él y no tenía pinta que nada pudiera perturbar sus vidas. Entonces su padre enfermó. Todo empezó con lo que parecía ser un simple resfriado al que su padre ni siquiera le quiso dar importancia, aún cuando la tos sonaba tan fuerte que parecía que iba a escupir los pulmones. La fiebre bajaba y subía sin ningún control y su padre, cuya constitución ya de por sí era delgada, se quedó en los huesos. Valka tuvo que atracar el barco en una isla en la que nunca habían estado antes y, camino a buscar a la galena de la aldea, iba tan nerviosa que se chocó con un hombre y cayó de bruces al suelo. Le llamó la atención el intenso color rojizo de su cabello y su corta y cuidada barba, pero sobre todo lo grande que era.
—¿Estás bien? —preguntó el hombre preocupado extendiendo la mano para ayudarla.
—S...Sí —balbuceó ella avergonzada y se levantó sin aceptar su mano—. Per… perdón.
—No, no pasa nada, yo tampoco miraba por dónde iba —se disculpó él con una sonrisa, aunque enseguida la borró al ver que ella se veía muy angustiada—. ¿Estás bien?
—Me tengo que ir —dijo sin más y corrió a casa de la galena sin mirar atrás.
La galena de la aldea la atendió con cierta desconfianza, pero Valka le insistió tanto que no tuvo opción de negarse. Volvió a ver al hombre de cabello rojizo a lo lejos cuando regresaron al barco, por lo que se aseguró de tener la vista al frente para que pensara que no le había visto. La galena le pidió que se marchara mientras comprobaba el estado de su padre, pero Valka no dio su brazo a torcer y se quedó a su lado en todo momento mientras la anciana procedía a regañadientes a su revisión.
—Tiene neumonía y, por lo que parece, es bastante grave —señaló la galena en un tono más suave.
—¿Qué tengo que hacer para que se recupere? —preguntó Valka desesperada.
—Rezar, querida, me temo que no se puede hacer nada por él.
Valka siguió a la galena hasta la borda de su barco, suplicándole que por favor le diera alguna medicina que pudiera ayudarle a sobrellevar el dolor. Allí, junto al barco, se encontraba el hombre de antes acompañado de otro algo más bajo con bigote rubio y un tipo pelirrojo que tenía toda la pinta de ser el Jefe de la aldea.
—¿Va todo bien? —preguntó el Jefe a la galena.
—Solo una neumonía muy grave, Jefe, nada contagioso —respondió la galena con indiferencia—. No creo que dure.
—Podrías ser un poco más delicada, ¿no crees? —reclamó el hombre de cabello rojizo enfadado.
—Estoico, ya sabes como somos los berserkers —se defendió el pelirrojo—. No tenemos pelos en la lengua.
—No tenéis que jurarlo —se quejó el rubio con aire resignado y se dirigió a ella preocupado—. ¿Estás bien?
—¿Podéis marcharos? Mi padre tiene que descansar —dijo Valka con un tono que pretendía ser cortés, pero le salió demasiado seco.
El Jefe pareció deseoso de replicar, pero el hombre que se llamaba Estoico intervino:
—Por supuesto, si algo que necesites no dudes en buscarnos, estaremos en el Gran Salón.
Valka esperó a que los hombres y la galena se retiraran antes de volver con su padre. Pasó la noche entera en vela, intentando por todos los medios ventilar el pequeño camarote y bajarle la fiebre. En pleno delirio, su padre murmuraba su nombre, aunque no estaba segura de si la llamaba a ella o a su madre. Se maldijo por no saber magia curativa que pudiera aliviar su malestar al respirar y lloró de plena impotencia cuando perdía la consciencia a causa de la fiebre y el dolor. Intentó obligarlo a comer, pero Valka era una terrible cocinera y si su padre ya de por si estaba inapetente por su estado, resultaba mucho más complicado hacerle tragar sus caldos. En plena madrugada, alguien subió al barco y tocaron a la puerta del camarote. Valka temió que fuera el Jefe de la aldea que había venido para echarlos —no habría sido la primera vez, había tribus que no toleraban bien a los forasteros—, pero se encontró con la sonrisa amable del tal Estoico que venía cargado con comida y un caldero con sopa humeante.
—He pensado que tendríais hambre. Cuando uno está enfermo tiene que comer para recuperar fuerzas —argumentó el hombre.
Los ojos de Estoico, verdes como un bosque en una mañana primaveral, eran amables. Su padre siempre le había advertido de que no debía fiarse de los hombres, sobre todo porque la mayor parte de ellos aparecían siempre con segundas intenciones. Sin embargo, su propio instinto mágico le advirtió que con ese hombre no había peligro. Estoico se acercó a la cama de su padre y arrugó la frente preocupado.
—¿Quizás deberíamos cambiarle las sábanas? Si quieres te ayudo a limpiarlo, el pobre está todo sudoroso.
—Está tan débil que no sé cómo cogerle sin hacerle daño —argumentó ella angustiada.
—Es comprensible, no te preocupes, yo te ayudaré —se ofreció él amablemente.
—¿Por qué? —cuestionó Valka con recelo.
—Me parece que es lo correcto —explicó Estoico algo nervioso—. No es fácil cuidar de un padre enfermo. El mío tiene momentos que ni se acuerda de cómo levantarse —Valka se llevó las manos a la boca horrorizada—. Está bien, no te preocupes, tiene una enfermedad de la mente desde hace unos años y tiene ocasiones que no recuerda ni cómo se come, pero es algo que tengo asumido. Así que podría decirse que tengo experiencia cuidando enfermos.
—Lo siento mucho —susurró Valka.
Estoico sacudió la cabeza para restarle importancia al asunto y le pidió que preparara un bol con agua templada y jabón para lavarlo. Entre los dos limpiaron a Lórien, cambiaron las sábanas y consiguieron que se comiera medio plato de sopa. Cuando su padre cayó en un sueño medianamente tranquilo pese al silbido de su pecho, Estoico le propuso salir a la cubierta para tomar un poco el aire y dejar que la habitación también se ventilara de la enfermedad. Valka se aseguró de arropar bien a su padre antes de acompañar a aquel amable desconocido a la borda. No cayó en que habían pasado horas desde que había aparecido Estoico y ya se estaban apreciando las primeras luces del nuevo día.
—No sé cómo darte las gracias —dijo Valka conmovida.
—No tienes que dármelas —le aseguró el hombre con tono amable.
—Sigo sin comprender por qué me has ayudado, no creo que solo lo hayas hecho porque te recuerdo a tu padre —comentó la mujer con inevitable curiosidad.
Las mejillas de Estoico se cubrieron de un ligero rubor que contrastaba mucho con la palidez de su piel.
—Antes parecías muy alterada y, al ver que no eras de aquí y que no conocías a nadie, me ha parecido oportuno ayudar, más conociendo el estado de tu padre —aclaró Estoico—. ¿Qué años tienes?
—Estoy cerca de cumplir los diecinueve —respondió Valka un tanto ruborizado—. ¿Y tú?
—Recién he cumplido los veinticuatro —dijo él—. Oye, ¿por qué no venís a mi aldea? Estoy convencido de que Gothi, mi galena, podría ayudar a tu padre.
—No quiero molestar… Además, ni siquiera nos conocéis.
—No es molestia —insistió el vikingo—. ¿Eres capaz de navegar el barco por tu cuenta?
La mujer asintió titubeante.
—Entonces no se hable más, tan pronto acabe mis asuntos aquí, iremos a Isla Mema.
Estuvieron dos días más en la Isla Berserker antes de partir a Isla Mema, para entonces, gracias al apoyo de Estoico y el de su otro amigo, Bocón, su padre mejoró un poco. Al menos habían conseguido bajarle lo bastante la fiebre como para que saliera del estado de delirio y permaneciera relativamente consciente. Su padre parecía algo confundido por la amabilidad de los dos desconocidos, pero tanto Estoico como Bocón se mostraron en todo momento amables y educados, un trato al que estaban poco acostumbrados.
—¿Por qué no os establecéis en ninguna parte? —preguntó Bocón con curiosidad el día antes de partir mientras movían las últimas provisiones del viaje a su barco.
—¿Por qué habría que hacerlo? —cuestionó Valka extrañada por su pregunta.
—Ya no es muy común encontrarse con familias nómadas en el Archipiélago y con la plaga de los dragones es mucho más seguro integrarse en un tribu —argumentó Bocón extrañado.
—¿Plaga? —repitió ella sin comprender.
Su confusión sorprendió muchísimo a Bocón, pero a ella también le extrañó su sorpresa. Nunca habían tenido problemas con los dragones, es más, su padre había tenido suficiente contacto con ellos como para que se dejaran tocar y acariciar por él para conseguir recursos medicinales como saliva o escamas. Que Valka pudiera hablar con ellos había sido una ventaja más, aunque para ella los dragones eran algo más que una fuente de herramientas. Pese a su condición de bruja, lo cual despertaba cierta animadversión en aquellas criaturas, Valka sentía una conexión muy especial con los dragones. Le gustaba escuchar sus voces, tan variadas y singulares dentro de su cabeza y le fascinaba la inteligencia y la bondad con la que hablaban siempre. Había dragones y dragones, por supuesto, pero Valka consideraba que eran seres maravillosos, hermosos y únicos.
De ahí que no le encajaba en absoluto el relato de Bocón, quien los había descrito como criaturas monstruosas y peligrosas que estaban exterminando a gran parte del Archipiélago. Valka nunca había visto una redada de dragones, pero por lo que le había contado Bocón parecía ser una auténtica masacre tanto para los reptiles como para los propios humanos. Antes de partir, su padre le pidió a Estoico que fuera con ellos en el barco. Aquello había molestado a Valka, convencida de que su padre estaba suponiendo que no podría llevar el barco ella sola, aunque le sorprendió que durante gran parte del viaje el vikingo y su padre estuvieran encerrados en el camarote. Cuando Estoico por fin salió, sin mirarla a los ojos y con un fuerte rubor que rivalizaba con el color de su cabello, le dijo que su padre deseaba hablar con ella en privado.
Valka se alegró de ver a su padre sentado sobre la cama. Tenía mejor aspecto, aunque seguía muy pálido y tenía los ojos vidriosos a causa de la congestión. Valka se sentó junto a él y su padre cogió de su mano. Su piel se sentía ardiente contra la suya, aunque Valka siempre tenía el cuerpo mucho más frío debido a su condición de bruja.
—¿De qué has estado hablando con Estoico? —preguntó ella con inevitable curiosidad.
—Quería que me hablara de su isla y de su tribu —respondió Lórien—. Creo que te va a gustar Isla Mema.
—¿Por qué nunca hemos ido por allí si crees que me iba a gustar? —cuestionó ella extrañada.
—Había oído que las redadas de los dragones son especialmente violentas por allí y ya sé cómo te pones en lo que respecta a esas criaturas. Les tienes demasiado apego.
No había reproche en la voz de su padre, pero Valka casi lo sintió como tal.
—Sin embargo, no es de eso de lo que quería hablarte —siguió su padre con voz más firme.
Valka miró a su padre expectante y éste vaciló antes de decir:
—Hija, es probable que me muera muy pronto.
La joven le sostuvo la mirada unos segundos antes de negar tajantemente con la cabeza.
—¡No digas tonterías! Estás muchísimo mejor.
—Uno sabe cuando la diosa de la muerte pulula a su alrededor —insistió su padre—. Y está bien, hija, he tenido una vida muy feliz y plena teniéndote a mi lado.
Valka se mordió el labio para contener un sollozo y parpadeó varias veces para impedir que las lágrimas cayeran de sus ojos. Sabía que a su padre no le gustaba verla llorar, así que más le valía contenerse.
—Pero yo no quiero que te mueras —dijo ella estúpidamente—. Igual la galena de Isla Mema te puede ayudar y…
Su padre posó sus dedos contra sus labios y le sonrió con tristeza.
—Nadie puede salvarme, estoy casi seguro de que no tengo una simple neumonía —argumentó Lórien con voz cansada—. Por esa razón, he decidido que te quedes en Isla Mema.
—¿Qué? ¡No! —chilló ella escandalizada—. ¡No pienso abandonarte! ¡Además, yo no tengo ni casa ni nadie allí que me importe!
—No me vas a abandonar y sí tendrás un lugar al que ir, eso he acordado con Estoico —le aseguró su padre.
—¿A qué te refieres? —preguntó ella sin comprender.
—He concertado tu matrimonio con él, Valhallarama.
Valka soltó su mano con brusquedad. Tenía la sensación de que la había echado un barreño de agua helada encima. ¿Ella? ¿Casada? ¿Sin dar siquiera su consentimiento? Valka jamás había pensado en casarse, su idea había sido siempre quedarse en el barco con su padre y seguir explorando el extenso mar del Archipiélago. ¡Si apenas había tratado con hombres, por Odín! Bueno, por tratar, había tratado con muy poca gente a excepción de su propio padre. ¿Y ahora quería casarla? ¿Para convertirse en ama de casa y en un recipiente para hacer bebés? ¡Valka no podría encajar menos con ese rol!
—Valka…
La joven alzó la mirada hacia su padre para encontrárselo tan roto como ella. Además, la había llamado «Valka», algo que nunca antes había hecho porque él insistía en llamarla por el nombre que le había dado.
—¿Por qué me obligas a abandonarte? —cuestionó ella dolida—. ¿Por qué haces que me case?
—Para protegerte, cielo —insistió su padre extendiendo su mano para que se sentara con él en la cama. Valka se abrazó a él temblorosa—. Estoico es un buen hombre y está dispuesto a casarse contigo.
—¡Pero si no me conoce! —exclamó ella frustrada—. Yo no tengo madera para ser esposa y además no tengo dote.
—A él no le importa —le aseguró su padre—. Es el Jefe de la tribu. Me ha dicho que tiene libertad para escoger y, si tú estás dispuesta a aceptarlo como marido, él está dispuesto a tomarte como esposa.
—¿Y si me niego? —murmuró Valka.
—Entonces no podrá garantizarte tu seguridad y es probable que terminen echándote de la aldea por la escasez de recursos debido a la guerra con los dragones.
—Pero puedo quedarme en el barco, papá, te cuidaré y luego seguiré navegando como hemos hecho siempre —sugirió ella desesperada.
Su padre negó con la cabeza.
—No quiero que te quedes sola. Me niego a hacerte lo que mi madre me hizo a mí cuando era apenas un niño.
—¡Pero yo soy ninguna ni…!
—Valhallarama —le cortó su padre con sequedad—. Esto es lo mejor para todos, pero sobre todo para ti, así que por favor, no me lo pongas más difícil.
Todo aquello le parecía muy injusto. No quería casarse con Estoico ni mucho menos deseaba abandonar a su padre a su suerte. Se sentía impotente ante la posibilidad de no poder hacer absolutamente nada. Lórien le pidió que le dejara descansar y Valka, resignada, salió de nuevo a la cubierta para enfrentarse al que parecía ser ahora su prometido. El vikingo estaba tan concentrado en amarrar unos cabos de las velas que no reparó en su presencia hasta que Valka pronunció su nombre. Estoico dio un salto del susto, aunque dibujó una sonrisa nerviosa cuando se volteó para encararla.
—Per...perdona —balbuceó el hombre—. Tenía la cabeza en otra parte.
—¿Por qué quieres casarte conmigo? —le preguntó Valka enfadada y sin muchos tapujos.
Estoico tragó saliva.
—Tu padre es muy persuasivo —argumentó el vikingo.
—¡No me jodas! —rugió ella rabiosa—. ¡No te conozco de nada!
—¡Ni yo a ti! —replicó Estoico irritado—. Oye, mira, tu padre me lo ha ofrecido y yo he dicho que sí por deferencia a él. Tienes la opción de decir que no.
—¿Para que me eches luego de la aldea? ¿Para vivir en la calle? —cuestionó ella molesta—. ¡No conozco a nadie en Mema! ¡Y mi padre ya me ha dicho que no puedo seguir con él!
Valka parpadeó varias veces para evitar que las traicioneras lágrimas no volvieran a derramarse. Estoico soltó un largo suspiro y carraspeó.
—Hagamos un trato —propuso él.
La bruja le miró sin comprender.
—¿Trato?
—Sí —insistió el vikingo—. Tú y yo nos comprometemos. Si para la noche antes de la boda ninguno sigue conforme con este matrimonio, yo mismo te compraré de mi bolsillo un barco cinco veces mejor que este y te marcharás adonde te venga en gana.
—¿Y no quedarás fatal cuando te rechace el día antes de la boda? —cuestionó ella con cierto recelo.
Estoico sonrió.
—Pareces muy convencida de que vas a rechazarme —observó el vikingo divertido.
—No te conozco —repitió ella a la defensiva y avergonzada de que la sangre se le hubiera subido tan rápido a la cara.
—Bueno, piensa que podría ser peor, porque podrías haberme conocido el mismo día de nuestra boda, al menos ahora tenemos oportunidad de conocernos antes de que la sangre pueda llegar al río —le aseguró él sacudiendo los hombros y extendió su mano hacia ella—. ¿Tenemos un trato?
En ese momento Valka pensó que solo ella salía ganando de aquel ridículo trato, por lo que le dio la mano sin pensárselo demasiado. Estoico decidió que se adelantaría él con su barco para hacer el anuncio a su aldea y, a la vista de que Lórien se encontraba un poco mejor, ellos podrían presentarse un par de días más tarde para aumentar las expectativas de la tribu. A Valka todo aquello le parecía ridículo, pero su padre parecía entusiasmado de que ella tuviera un buen porvenir por delante. Por esa razón, Valka decidió guardar su enfado para sí misma y procuró disfrutar de aquellos dos últimos días junto a su padre, consciente de que toda su vida cambiaría para siempre tan pronto pusiera un pie en Isla Mema. En aquellas dos jornadas, su padre se encontraba lo bastante bien para salir de la cama y pasear por la cubierta del barco. Valka procuró memorizar cada rasgo su padre: las arruguitas que se le formaban en el contorno de sus ojos; el cabello castaño que ya presentaban bastantes canas pero ello no impedía que sus mechones bailaran al son de la brisa marina; sus grandes y callosas manos acunando las suyas; su sonrisa calmada cuando la escuchaba hablar o su melódica y profunda voz nasal. La noche previa a alcanzar Isla Mema, Valka le pidió que le cantara una de las canciones que su abuela le había enseñado cuando aún vivía con el aquelarre. Su padre era un gran cantante, pero era demasiado vergonzoso como para hacerlo a menudo. Sin embargo, pese a sus dificultades respiratorias, esa noche le cantó todas las canciones que le había cantado cuando era niña. Canciones en la lengua de la especie a la que ella había pertenecido sin quererlo y a la que él le hubiera gustado pertenecer.
Se despidieron esa noche.
Su padre estaría con ella unos días en Isla Mema, pero Valka sabía que nunca más volvería a verle. Lórien había decidido morir él solo y, pese al enorme malestar que aquella última voluntad suponía para ella, debía respetarla a toda costa. A pesar de su estado demacrado y el haber perdido tanto peso que parecía que iba a llevarle el viento en cualquier momento, su padre salió del barco por su propio pie y subió las sinuosas escaleras del puerto sin aceptar la ayuda de Valka o Estoico.
Isla Mema era… gris.
Eso fue lo primero que Valka pensó cuando entró en la aldea. Quizás el hecho de que había estado lloviendo en los últimos días y la sobriedad de las casas hizo que le diera la impresión de que aquel lugar era soso y con poco carácter. A medida que iban adentrándose en la aldea, Valka deseó huir a la seguridad del camarote del barco de su padre, sobre todo cuando oyó algunos de los cuchicheos que la gente de la aldea murmuraba a su espalda:
—¡Qué alta! ¡Es casi tan alta como Estoico!
—¿Pero has visto qué flaca es? ¡Por tener casi no tiene ni cadera!
—Tampoco es muy guapa, tiene una frente muy ancha para la cara tan alargada que tiene…
Valka nunca había esperado a ser la mujer de nadie y tampoco se había preocupado mucho de su aspecto. Se parecía mucho a su padre, tanto en estructura ósea como en rasgos; aunque, por lo que le había contado su padre, los ojos azules los había heredado de su madre. Nunca había vestido con otra ropa que no adquiriera su padre en los mercados del Archipiélago y casi siempre eran de segunda mano. Por primera vez en toda su vida, Valka sintió vergüenza de no ser lo que los demás esperaban que fuera. Su padre jamás había pedido nada de ella. Ni que fuera la más lista, ni la más guapa ni siquiera la mejor bruja. Él solo le había pedido que fuera ella misma, ¿pero qué esperaban Estoico y esa tribu de ella?
El recibimiento había sido sumamente cortés y Estoico fue sumamente cordial. Los presentaron ante el Consejo, quienes se mostraron algo reticentes con ellos, sobre todo porque ni tenían apellido —la madre de Lórien nunca se lo había dado— ni disponían de ninguna propiedad más allá de su barco. Sin embargo, nadie manifestó oralmente el evidente desacuerdo ante aquel compromiso, quizás porque Estoico había mentalizado a todo el mundo que iba a suceder sí o sí. A Valka también le sorprendió lo mucho que su padre conservaba con su prometido cuando él siempre se había caracterizado por ser callado y muy introvertido. Supuso que estaría haciendo un enorme sobreesfuerzo para dar buena impresión y Valka temió que aquella actitud fuera a repercutir a su ya muy delicada salud. Se alojaron en casa de la familia Jorgenson, quienes les recibieron con los brazos abiertos. Valka sabría más tarde todo el embrollo que relacionaba a los Haddock con los Jorgenson, pero le agradó que, pese a que su figura pudiera ser la que alejaría a esa familia de la Jefatura, en ningún momento decidieron tomarlo con ella.
Al día siguiente, Valka consiguió convencer a su padre para llevarlo a ver a la galena de la tribu. Gothi era una anciana pequeña en tamaño, pero grande en corazón. A diferencia de la galena Berserker, Gothi se tomó su tiempo para examinar a su padre y le hizo toda clase de preguntas. Sin embargo, las conclusiones fueron las mismas que las de la otra galena.
—Me temo que no es una simple neumonía —comentó la galena con tristeza—. Hay cosas que la medicina corriente no puede curar y estas enfermedades que se desarrollan y se extienden por todo el cuerpo son imposibles de parar. Lo siento mucho.
Valka tuvo que esforzarse en no romper a llorar en aquel mismo momento. Había puesto todas sus esperanzas en aquella mujer y, una vez más, se habían roto en mil pedazos. Estaba resignada a dejar a su padre marchar mientras se quedaba en aquella aldea a la espera de romper el compromiso con Estoico e irse por su cuenta. Lórien le dio las gracias a Gothi y se agarró al brazo de Valka para bajar de nuevo a la aldea.
—Me marcho mañana —anunció su padre.
—¿Por qué tan pronto? —se lamentó ella sin poder ocultar su ansiedad.
—A más tiempo que me quede más difícil se me hará irme —argumentó Lórien con una sonrisa triste y se detuvo para meter un mechón suelto de sus trenzas tras la oreja—. Valhallarama, te irá muy bien, pero tienes que prometerme una cosa.
Valka se sorbió la nariz antes de preguntar el qué.
—Nadie debe saber que eres una bruja. Si lo supieran, correrías un gran peligro.
—Pero…
—Nadie, Valhallarama, ni siquiera Estoico debe saberlo. Solo puedes fiarte de las de tu propia especie. Lo entiendes, ¿verdad? —ella asintió con desgana—. Si supieran que eres vidente atraerías la atención de los cazadores de brujas. No sé cómo reaccionaría Estoico si lo descubriera, pero no quiero que te ahoguen, ¿vale? ¡Ah! Y, ante todo, ni se te ocurra hablar con los dragones ni mostrarte amistosa con ellos.
—¿Por qué no? —cuestionó ella indignada.
—Valhallarama, solo hay algo peor que ser una bruja entre humanos y es ser una simpatizante de dragones en el Archipiélago —sentenció su padre con severidad—. Jurámelo.
Valka no quería hacer ese juramento, pero no le quedó otro remedio que hacerlo. A la mañana siguiente, su padre ya se había marchado. Valka se había despertado temprano y encontró su cama vacía, por lo que corrió hacia el acantilado del puerto para asegurarse de que el barco seguía allí atrancado, que su padre simplemente estaba preparando los aprovisionamientos del viaje, pero no estaba ni en el muelle ni se avistaba en el horizonte. Su padre se había ido sin despedirse y aquello le dolió más que una puñalada en el corazón.
Valka se fue directa a casa de Estoico y, pese a encontrarlo todavía con la ropa de dormir, se abrazó a él y rompió a llorar a moco tendido. Estoico acarició su pelo y le prometió que todo iría bien, que pasara lo que pasara en las siguientes semanas, a ella no le faltaría nada y estaría bien. Aquel mismo día, Valka conoció al padre de Estoico, Carapota, quien estaba totalmente ido y le preguntó su nombre hasta diecisiete veces. Estoico congeniaba bien con su padre, quien pese a no reconocerle la mayor parte del tiempo, parecía calmado y cómodo con su presencia, aunque Valka tendría que acostumbrarse a los repentinos episodios violentos que le daban a aquel pobre desgraciado.
Valka siguió viviendo con los Jorgenson a la vez que se organizaba la boda. A los pocos días de marchar su padre, apareció una mujer muy bella, de grandes ojos castaños y tan rubia que su pelo casi parecía blanco. Valka tuvo que contener la respiración al darse cuenta de que aquella mujer, quien se había presentado como Asta Hofferson, era una bruja.
—¿Cómo te encuentras? He oído que tu padre ya se ha marchado —comentó la mujer con un suave acento extranjero cuyo origen Valka no supo identificar—. No tiene que ser fácil para ti, he oído que vivías en un barco.
Valka no se sentía especialmente cómoda hablando de su vida con aquella mujer que irradiaba una magia tan poderosa. A su lado, ella no alcanzaba siquiera la suela de su zapato. Es más, su magia era tan vulgar que ni siquiera se dio cuenta de que era una bruja hasta que cogió de su mano. Asta abrió sus ojos de par en par y se llevó la mano a la boca.
—¿Cómo es posible…?
—Por favor, no se lo diga a nadie —suplicó la joven en la lengua de las brujas—. Prometí que no diría nada.
—¿Pero no te has criado en ningún aquelarre? —Valka negó con la cabeza—. ¡Pobrecita! ¡No me extraña que ni yo me diera cuenta de quién eres realmente! ¿Por qué vivías con tu padre si estabas bautizada? ¿Qué bruja haría semejante barbarie?
Valka no supo qué responder a esas cuestiones; pero, por suerte, Asta no la forzó tampoco. Es más, a raíz de aquel encuentro, ambas brujas empezaron a verse todos los días y Asta le enseñaba sobre las bases de la magia, cosa que su padre jamás fue capaz de explicar. Nunca había tratado tan mano a mano con ninguna bruja, pero Asta Hofferson resultó ser una mujer sumamente inteligente y bondadosa con ella. Incluso el propio Estoico parecía sorprendido de su afinidad con ella.
—¿Acaso no ves bien que me lleve con ella? —preguntó ella preocupada.
—Todo lo contrario —le aseguró Estoico con rapidez—. Thror Hofferson es un consejero al que valoro muchísimo y Erland, su hijo mayor, es íntimo amigo mío. La señora Hofferson es una gran mujer y muy sabia, ¿pero no piensas que estaría bien relacionarte con alguien de tu edad? La señora Hofferson no deja de estar cerca de los cuarenta.
—¿Y con quién quieres que me relacione? No conozco a nadie aquí y tampoco están ¡ muy por la labor de entablar conversaciones conmigo.
—Déjame eso a mí —le indicó Estoico con confianza—. Sé quién puede ayudarte.
A la mañana siguiente, Eyra Andersen apareció en casa de los Jorgenson cargada con un ramo de flores silvestres para ella y la cara manchada de tierra. Sin embargo, tenía la sonrisa más radiante que Valka había visto en su vida, los ojos bicolores más extraños y curiosos del Midgar y parecía brillar con luz propia por el carácter tan risueño que tenía. Era algo atolondrada y charlatana, todo lo contrario que ella, pero no podía no caerle bien.
—No te preocupes, a mí también me costó encajar al principio —le explicó Eyra mientras daban su primer paseo juntas por la aldea—, pero no son mala gente. Cuando se acostumbre a ti, te tratarán como si fueras de aquí de toda la vida.
—Me cuesta creer que a ti te costara encajar…
—¡Uf! ¡Fue terrible, creeme! —exclamó ella con cierto dramatismo—. Dicen que tengo un temperamento "complicado".
Valka no pudo evitar reírse cuando replicó las comillas con sus dedos. Sin lugar a dudas, Eyra Andersen era un peculiar toque de color a tanto gris. La presentó a todas sus amigas, quienes tenían más o menos su edad —ambas mujeres se llevaban apenas dos años— y se aseguró de integrarla en la vida social de Isla Mema. Reparó que pronto pasó de ser el bicho raro de la prometida del Jefe, a la silenciosa pero simpática prometida de Estoico Haddock. En realidad, Valka nunca se hubiera considerado simpática si no hubiera sido por lo mucho que la empujaba Eyra a que se relacionara con los demás. Sin embargo, su amistad con Eyra causó que se viera menos con Asta y, pese a que su relación con la bruja seguía siendo estrecha y muy didáctica, resultaba más que obvio que Asta no aprobaba su amistad con Eyra. Es más, la propia Eyra evitaba a la bruja por razones que Valka no lograba comprender, pues ninguna de las dos mujeres parecían congeniar demasiado bien y eso que Eyra parecía relacionarse mucho con el primogénito de los Hofferson, pues siempre parecían estar chinchándose el uno a la otra.
—Veo que te llevas muy bien con la sobrina de Gothi —le comentó Estoico una tarde mientras paseaban por la playa.
Acostumbraban a caminar juntos para conocerse un poco mejor, pese a que Valka al principio se había mostrado reticente a hacerlo. ¿De qué le servía conocer a alguien a quien no tenía pensado ver más? No obstante, se había descubierto a sí misma disfrutando de la compañía del Jefe. Estoico era un hombre muy fácil con el que tratar, quizás no tan extrovertido como Eyra —en su defensa, era literalmente imposible ser más extrovertido que Eyra Andersen—, pero era un estupendo oyente y se mostraba interesado por su comodidad, sus intereses y sus viajes por el Archipiélago.
—Eyra es un huracán, pero no dudo que es un caos divertido con el que estar. Nunca había tenido amigas y ella no parece ser de las que juzguen sin conocer a nadie —Valka se detuvo un momento y miró a Estoico con el ceño fruncido—. Tengo un poco de miedo de que quiera ser mi amiga porque tú se lo pediste.
Estoico alzó las cejas sorprendido por su comentario y negó con la cabeza efusivamente.
—En realidad, fue todo idea de Erland Hofferson —Valka frunció el ceño extrañada, pues apenas había tratado con los hijos de Asta Hofferson en el tiempo que había estado allí—. Yo no tengo confianza con Eyra para pedirle esas cosas, pero Erland y Eyra se llevan mucho desde que ella vino a la aldea. Le enseñó a leer y a escribir, ¿sabes? Casi podría decirse que son como hermanos.
Valka soltó una sonora carcajada que desconcertó a Estoico.
—¿Qué pasa? —preguntó él confundido.
—¡Por Freyja, Estoico! Yo no llevo mucho tiempo aquí ni sé nada del amor, pero hasta yo sé diferenciar cuando alguien está enamorado.
Estoico abrió tanto los ojos que parecía que iban a salirse de sus cuencas.
—¿Enamorados? ¿Quienes? ¿Eyra y Erland?
Ella asintió sin dejar de reírse.
—¡No te creo! —declaró Estoico sin entrar en su asombro.
—¡Por favor! A Eyra se le nota muchísimo que está loca por él y, no conozco mucho a Erland, pero solo hay que ver cómo la mira…
Estoico enseguida rompió a reír con ella y siguieron caminando, inconscientes de que se habían dado de la mano. Pronto, Valka empezó a tener una extraña sensación en su estómago cada vez que estaba con él, como si hubiera mariposas danzando dentro de ella. Ya no era únicamente cuando se daban de la mano, también cuando Estoico le sonreía o cuando reparaba en ella entre la multitud y, pese a estar muy ocupado con sus asuntos de Jefe, paraba todo para acercarse a saludarla.
El afecto de Estoico hacia ella era cada vez más notorio, pero Valka se sentía cada vez más confundida y extraña. Nunca, en toda su vida, hubiera pensado que pudiera sentirse atraída por nadie. Había comparado a todos los hombres que había conocido con su padre y nadie había estado nunca a su altura; sin embargo, Estoico no tenía nada que ver con Lórien. Tenía un temperamento muy fuerte, Valka había podido apreciarlo con sus propios ojos en las reuniones del Consejo, pero con ella siempre era tierno y dulce. Procuraba sacar tiempo de donde no lo tenía para estar con ella, le regalaba flores e incluso se había atrevido a escribirle un poema que no tenía rima alguna, pero que a Valka le había encantado igualmente, sobre todo al verle tan colorado cuando se lo recitó con torpeza.
Estoico estaba enamorado de ella, no tenía dudas al respecto. Sin embargo, Valka no se sintió cohibida o escandalizada. Es más, se sentía abrumada ante la idea de que ella pudiera despertar tales sentimientos en alguien, más en una figura tan imponente y respetada como Estoico Haddock. ¿Pero qué sentía ella por él? Estoico y ella no podían ser más diferentes, como el día y la noche o el sol y la luna. Estoico era la más pura estabilidad, responsabilidad y prudencia; mientras que Valka jamás había estado afincada en un solo lugar ni sabía lo que era ser responsable de algo que fuera más allá de sí misma. Su convivencia con los Jorgenson había dejado clara que ella no estaba hecha para ser ama de casa, pues cocinaba tan mal que casi nadie podía comer lo que ella preparaba o su concepto de limpieza parecía diferir bastante con los exigentes estándares de las familias acaudaladas de Isla Mema. Eyra le había animado diciéndole que no podía ser peor que ella para las tareas del hogar y que tenía otros muchos atributos para ser consorte del Jefe, pero Valka no era capaz de adivinar cuales eran.
Es más, se sintió imbécil por pensar que ella podía ser consorte o líder de nada. Además, ¿desde cuando estaba valorando la opción de casarse? Estoico le había ofrecido la solución a sus problemas con comprarle un barco que la sacara de aquel lugar para no volver jamás, pero tras haber pasado varias semanas allí, esa idea le resultaba cada vez menos atractiva.
—Aquí no se vive mal —le aseguró Asta cuando Valka le expresó sus inquietudes—. Tengo que advertirte que al ser pleno invierno no has sufrido todavía ningún ataque de los dragones, pero al margen de eso, la vida en Isla Mema es tranquila y dudo que Estoico vaya a tratarte mal cuando claramente está enamorado de ti.
—¿Pero y si yo no siento lo mismo? Me da miedo quedarme estancada en un lugar en el que no seré feliz.
—¿Y qué prefieres? ¿Quedarte sola a la deriva? —cuestionó Asta con recelo—. Valka, una cosa es que viajases con tu padre, pero a la gente le resultará extraño que una mujer viaje sola. Atraerás la atención de más de un indeseable, eso por no mencionar que a los cazadores de brujas. Aquí cuentas con la protección de la isla y de tu posición. Ya de por sí resulta extraño que Estoico haya cedido a casarse contigo cuando no tienes nombre ni una familia que te respalde.
A Valka le pareció un tanto hipócrita que Asta opinara de esa manera cuando, al parecer, ella tampoco había tenido una familia y unas propiedades que la respaldaran. Es más, Asta era claramente extranjera y se había casado con uno de los hombres más poderosos de Isla Mema. Sabía que no lo había dicho con mala intención, pero no por ella le dolía menos el no ser una mujer que pudiera estar a la altura de Estoico.
—Eso es una gilipollez —comentó Eyra irritada cuando Valka habló del asunto con ella—. No hagas caso a esa mujer, Valka. Es una creída, siempre lo ha sido. Se cree moralmente superior a todos los demás cuando ella tiende a olvidar que sus orígenes son más que cuestionables también.
—Pero no se equivoca, yo no soy nadie —insistió Valka con tristeza.
—Valka, si Estoico no quisiera casarse contigo, no estarías hoy aquí —insistió la joven—. Deja de pensar por un momento en el bien común y reflexiona sobre lo que realmente quieres hacer.
Sin embargo, Valka no sabía lo que quería. Por un lado, deseaba volver a la mar para viajar y seguir conociendo mundo; pero, por otro lado, vivir en Isla Mema le había dado la oportunidad de disfrutar un estilo de vida que jamás había podido disfrutar estando con su padre. Ahora tenía amigas, vida social y tenía un sentimiento de pertenencia que hasta ahora no había tenido con ningún lugar.
Quería irse porque era lo único que sabía hacer, pero tampoco quería marcharse porque ahora tenía un lugar al que querría volver.
Una semana antes de la boda, Valka se acercó indecisa a casa de Estoico para hablar con él. Necesitaba conocer su opinión, saber si realmente quería casarse con ella por compromiso hacia su padre y, de no ser así, comprender por qué quería hacerlo realmente. Deseaba comprender qué narices había visto Estoico en ella, porque ella ni ella misma conseguía comprender sus propios sentimientos.
—Espera, ¿estás planteandote casarte conmigo? —cuestionó Estoico atónito.
—¿Sí? —dijo ella confundida por su pregunta—. No… no lo sé.
Estaban junto al hogar de la casa de Estoico y solo se escuchaban los ronquidos de Carapota Haddock al fondo de la casa y el crepitar del fuego. Estoico llevaba una túnica simple de andar por casa y, pese a verse todavía enorme, se veía algo más pequeño sin su capa de oso encima. Le había servido un té endulzado con miel, aunque ninguno de los dos había dado ningún sorbo.
—Pensaba… pensaba que no te interesaba en ese sentido —comentó Estoico nervioso.
Valka alzó una ceja.
—¿Por qué crees eso? A mí me gustas mucho, Estoico. Si no, no estaría aquí hablando contigo —argumentó ella azorada—. No… no quiero estar sola. Toda mi vida he estado con mi padre y, ahora que vivo aquí, me doy cuenta de que no quiero quedarme sola. Si me voy, es cierto que volveré a la vida que llevaba antes con mi padre, pero…
—¿Pero? —le animó Estoico al verla tan dubitativa.
—Pero pienso en marcharme y me duele aquí —posó su mano en su pecho—. Estoy empezando a ver Isla Mema como mi hogar, Estoico.
El Jefe jadeó conmovido por su declaración, pero Valka se mordió el labio indecisa.
—No obstante… no sé si seré una buena esposa para ti.
—¿Por qué demonios dices eso? —cuestionó él molesto.
—¡Porque soy un desastre con patas, Estoico! —exclamó ella exasperada—. No podré llevarte esta casa como Asta Hofferson o Agnes Jorgenson.
—No te estoy pidiendo nada de eso —le aseguró Estoico cogiendo de sus manos—. Solo deseo que sigas siendo tu misma, Valka. Eres lista, hablas con conciencia y eres una mujer tan fuerte como admirable. Por no mencionar que te quiero con locura, pero no quiero que te veas obligada a quedarte por eso.
—¿Pero por qué me quieres? ¡Yo no puedo ofrecerte nada que esas otras mujeres no puedan darte! —se lamentó Valka.
Estoico soltó sus manos para acunar su rostro. Valka sintió sus mejillas calentarse, aunque no sabía si era por la calidez de su piel o por lo abrumada que estaba por tenerle tan cerca. Casi parecía que iba a besarla y se sorprendió a sí misma con desear ardientemente que lo hiciera. Nadie la había besado nunca, pero no dudaba que su primer beso debía ser de él.
—Valka, ¿no comprendes que me quedé perdidamente enamorado de ti desde el mismo instante que te vi? —preguntó el vikingo con suavidad—. No me importan tus defectos, porque los amo tanto como tus muchísimas virtudes.
—Estoico, yo… yo…
Valka se sintió estúpida por no ser capaz de decir algo coherente que estuviera a la altura de una declaración tan bella y sincera, pero Estoico apoyó su frente contra la suya.
—No tienes que decirme nada, mi amor. Solo di que te casarás conmigo porque realmente quieres hacerlo.
—Quiero… ¡Freyja, claro que quiero! —confesó ella sin poder contener más las lágrimas.
Y así, pasó de ser simplemente Valka a ser Valka Haddock, la Jefa consorte de Isla Mema. Su boda fue increíble, la luna de miel lo fue aún más y ya no le cabía en la cabeza una vida que no compartiera junto con Estoico. Estaba enamorada de él, le había costado procesarlo, pero tras haberse quedado embarazada dos meses después de la boda, Valka no podía estar más segura de ello.
Amaba a Estoico y amaba a Isla Mema y a toda su gente.
Entonces, con la llegada de la primavera, llegó el primer ataque de los dragones.
Y todo cambió para siempre.
Todo el mundo se lo había advertido. Bocón, su padre, Estoico, Asta e incluso Eyra se lo había dicho más de una vez: no había redadas de dragones más violentas que las de Isla Mema. Valka, que había tratado con los dragones de primera mano y conocía su naturaleza tan pacífica y amable, no les creyó. Sin embargo, jamás vio un espectáculo tan terrorífico y horripilante como aquel ataque. Los dragones robaban el ganado, atacaban a los humanos que se enfrentaban a ellos y los vikingos… no titubeaban en utilizar todos los recursos a su alcance para matar a aquellas pobres criaturas. A Valka no le encajaba aquel comportamiento tan errático e inusual en los dragones, sobre todo porque no solían ser tan violentos, ni siquiera entre ellos. Es más, aquella primera noche intentó hacer entrar en razón a un dragón que, de no haber estado Asta Hofferson con ella para apartarla, la habría matado de un zarpazo.
—¿Estás loca? —le reprendió la bruja horrorizada—. ¡Tienes que ir de inmediato al Gran Salón!
—¿No ves que se están comportando de una forma extraña? —cuestionó Valka desesperada—. ¡No hay maldad en los dragones! Si me dejaras hablar con ellos, yo podría…
Asta sacudió de su brazo con violencia.
—Valka, los dragones no son amigos de nadie. ¡Ni de los humanos, ni de las brujas! —le advirtió la bruja desesperada—. Si alguien de la aldea te ve que simpatizas con los dragones, ¡dará igual quién seas! ¡No puedes ser amiga de ellos y estar de nuestro lado!
Aquellas palabras calaron muy hondo en Valka y, por aquel entonces, estaba convencida de que el aborto que tuvo esa misma noche fue debido al trauma sufrido. Es más, estaba tan trastocada que ni siquiera se había dado cuenta de que estaba sangrando hasta que Eyra se lo dijo. Valka pensó que iba a morirse esa noche. Por suerte, solo Eyra se había dado cuenta de lo sucedido y no se lo mencionó a nadie. La muchacha la llevó a una sala contigua al Gran Salón y la ayudó como pudo dentro de su limitada experiencia. Valka no sintió mucho dolor y se preguntó por qué, pues en ese momento pensó que debería retorcerse y morirse por no haber sido capaz de aguantar el bebé dentro de ella.
—Valka, los abortos espontáneos son muy normales, más de lo que te piensas —le aseguró Eyra tras limpiarla y vestirla con lo habían encontrado por el Gran Salón—. Sé que ahora es duro, pero… todo irá bien, ¿vale? Habla con Estoico y verás que…
Valka rompió a llorar ante la mención de su esposo. ¿Qué iba a decirle ahora? ¡Había estado tan ilusionado por su embarazo! No soportaba la idea de decepcionarlo, de confesarle que ella había matado a su hijo, aunque hubiera sido por accidente. Se dejó abrazar y consolar por Eyra, llorando desconsolada al mismo tiempo que el caos de la guerra resonaba más allá de aquellos muros de piedra.
Durante las dos siguientes semanas hubo ataques de dragones prácticamente todas las noches, por lo que Valka fue incapaz de sacar el valor de confesar lo que había sucedido a Estoico. Su marido estaba agotado física y emocionalmente y parecía que su único consuelo era abrazarla mientras palpaba su vientre con ternura. Valka tenía que contener sus intensas ganas de vomitar cada vez que hacía ese gesto y se obligaba a fingir que todo estaba bien. Eyra, sin embargo, desaprobaba su comportamiento.
—Se lo tienes que decir, Val —insistió la joven angustiada—. A más tiempo que dejas pasar, peor va a ser para ambos.
—¿Y cómo coño esperas que se lo diga? —clamó Valka indignada—. ¡No espero que lo entiendas, Eyra! ¡No eres más que una cría! ¡No sabes lo que es tener que soportar ese peso sobre tus hombros!
La muchacha parecía dolida por sus palabras, pero se esforzó en contener su molestia y simplemente dijo:
—Puede que no sepa lo que es ser la esposa de un Jefe, pero Estoico no es idiota, Valka. Tarde o temprano se dará cuenta y será mucho peor que se entere por sí mismo que por ti.
Valka sabía que tenía que haber escuchado a Eyra, que tenía razón en todo lo que le había dicho, pero estaba tan ansiosa de proteger a su esposo y abnegada por su propio dolor que hizo oídos sordos. Por supuesto, pasó lo que pasó. Estoico, como bien había señalado la joven Andersen, no tenía ni un pelo de tonto. Pese a que Valka se esforzaba en ocultar su tristeza y malestar, Estoico se había dado cuenta que ya no se portaba como ella misma y, por supuesto, había caído que el vientre de Valka no presentaba signos de agrandarse a medida que pasaban las semanas. La abordó a una y mil preguntas, pero Valka siempre se excusaba de que durante aquel periodo el embarazo no se notaba tanto y que su estado de ánimo se debía más al cansancio y al estrés que a otra cosa. Sin embargo, su cuerpo fue la que la traicionó, pues había decidido que su primera menstruación tras el aborto fuera en mitad de la noche. Valka se había despertado tras sentir la humedad caliente entre sus piernas y salió discretamente de la cama para limpiarse. Imbécil de ella, no cayó que no solo había manchado su camisón sino las sábanas también. Cuando regresó a la habitación, se encontró que Estoico se había levantado y observaba la pequeña mancha de sangre que había ensuciado la bajera de la cama. El vikingo se giró hacia ella horrorizado y con lágrimas en los ojos y Valka comprendió que no podía mentirle por más tiempo.
Decidió quitarle hierro al asunto, hacer como si no fuera para tanto, replicando las palabras exactas que Eyra le había dicho el día que perdió al bebé y procurar convencerle de que ella estaba bien. Dejó que supusiera que el aborto había sucedido esa noche y que no era carga que llevaba arrastrando sobre sus hombros desde hacía semanas. Su compostura fría e indiferente por lo sucedido desconcertó a su esposo, quien insistía que le expresara sus verdaderos sentimientos, pero Valka no soportaba la idea de derrumbarse y que él lo hiciera con ella. Estoico Haddock era un hombre fuerte y valiente, el líder de la tribu de los Gamberros y ella debía estar a la altura de las circunstancias y de su posición como Jefa consorte de la aldea. Además, sabía que no estaba bien visto entre los vikingos mostrar sus emociones y no quería parecer una melodramática, aunque estuviera rompiéndose por dentro. Sin embargo, solo aguantaron una semana así hasta que Estoico explotó harto de la situación.
—¿No comprendes lo horroroso que es que me apartes de esa forma cuando yo también estoy roto de dolor, Val? ¡No dejas que lloremos a nuestro hijo! ¡Si tengo que consolarme con alguien es contigo y actúas como si todo estuviera bien cuando te siento más lejos que nunca!
—¿Y qué quieres que haga? ¿Que me arrastre por el suelo y llore su pérdida? —gritó Valka furioso—. ¿Quieres que toda la aldea piense que soy una loca? ¿Que el simple hecho de perder a mi bebé que ni siquiera podía llamársele como tal me destruye por dentro? ¿Qué pensarán entonces? Dirán que soy débil, que soy una loca…
Era tal la ira y la tristeza que la inundaba que quería arrancarse la piel con tal de apagar aquel dolor. ¡No podía soportarlo más! ¡Era demasiado! Cayó sobre sus rodillas y se abrazó a sí misma a la vez que rompía de nuevo a llorar. Se sintió como una niña pequeña a la que no podía consolarse, pero Valka estaba desesperada por hacer desaparecer aquella sensación de fracaso y humillación. De repente, sintió unos enormes brazos rodearla y cayó que Estoico también se había arrodillado a su lado para abrazarla.
—¿Por qué tienes que pasar por esto tú sola? —cuestionó él ahogando un sollozo—. Eres mi mujer, jamás deberías cerrarte conmigo. Estoy aquí para lo bueno, pero también para lo malo.
—Pero la aldea…
—Olvídate de eso ahora. Antes de ser Jefe, soy tu esposo, y no quiero que sufras por no creer que no estás a la altura —le aseguró Estoico besando su cabeza—. Habrá más oportunidades, Val, pero no te fustigues más ni vuelvas a aislarte de mí nunca jamás.
Esa misma noche, Estoico la llevó al modesto templo de Isla Mema para presentar sus respetos a Odín y a Frigga y cantaron una oración en nombre de su hijo y los futuros que debían venir y, por primera vez en semanas, Valka se sintió un poco más ligera, aunque, sesgraciadamente, aquel no fue el último aborto que sufrió.
En realidad, la bruja perdería hasta siete bebés y, algunos de ellos, ni siquiera sabría de su embarazo hasta que los perdía. Por otra parte, cada vez sufría más pesadillas a causa de sus visiones y su magia estaba descontrolada, hasta el punto que movía los muebles o destruía la vajilla por accidente. Por suerte, Estoico estaba demasiado ocupado con los asuntos que concernían a la búsqueda del nido de dragones como para fijarse en aquellos detalles que Valka se preocupaba en ocultar, pero su apoyo fue lo único que hacía soportable toda aquella miseria.
Cuando Valka sufrió su último aborto, que sucedió al poco del anuncio del compromiso de Eyra y Erland, Estoico tomó una decisión.
—No tengamos hijos, Val.
—Pero Estoico…
Su esposo alzó la mano para pedirle que le dejara hablar.
—Esto solo nos causa sufrimiento a los dos, sobre todo a ti. Quizás los dioses no quieran bendecirnos con un hijo y estamos sufriendo por nada —Estoico besó sus palmas con delicadeza—. Yo solo quiero que seas feliz, Val, y esto solo te hace desgraciada.
—Pero si no tenemos hijos te habré fallado a ti y a la aldea… No… no cumpliré con mi responsabilidad como tu mujer y consorte de la aldea y…
—Val, mi hermanastro Patón se acaba de casar y es probable que tengan algún hijo pronto —Estoico limpió sus lágrimas con sus pulgares—. Me es igual quien herede la Jefatura con tal de que vuelva tu sonrisa, mi amor.
Valka sintió que el peso que llevaba dos años cargando en su pecho desaparecía por fin. No hicieron ningún anuncio, aunque Valka sí que se lo comentó a Eyra y a Asta. Eyra le proporcionó las hierbas necesarias para evitar que se quedara de nuevo embarazada y Asta mostró una enorme empatía, sobre todo porque ella había vivido aquel sufrimiento en sus propias carnes tras haberse pasado años intentando engendrar una niña.
Por primera vez en muchísimo tiempo, Valka estaba relajada pese a la tristeza que la embargaba por no poder darle hijos a su esposo. El anuncio del embarazo de los Jorgenson se sintió como una bofetada, aunque procuró esconder su malestar para no parecer que estaba corroída por la envidia. Estoico intentaba quitarle hierro al asunto e incluso llegó a plantearle que, tras encontrar el nido de los dragones, ambos se irían de viaje. Cogerían un barco que ella capitanearía y recorrerían los mares que iban más allá del Archipiélago. Aquel día, cegados por la ilusión y la dicha de tener planes que fueran más allá de bebés y ataques de dragones, Valka volvió a quedarse embarazada.
Su primera reacción fue de la más pura rabia. ¿Cómo demonios podía ser posible? ¿Tendría que soportar otros dos o tres meses agónicos hasta perder a la criatura? Valka corrió a buscar a Eyra, quien la pilló caminó a casa de Sigrid Throston para las primeras pruebas de su vestido de novia. Quería tirarle de las trenzas y zarandearla por hacerla pasar por ese martirio de nuevo, pero Eyra le pidió muy seria que se calmara.
—Valka, las hierbas funcionan la mayor parte de las veces, pero no garantiza que no vuelvas a quedarte embarazada —le explicó la joven—. De igual manera, no te precipites, quizás esta vez…
—¡Quizás esta vez nada! ¡Volveré a perderlo! —se lamentó ella—. Sabes de sobra que mi cuerpo no puede aguantar más de dos meses de embarazo, Eyra.
La muchacha cogió de su mano con fuerza y clavó sus bicolores ojos en los suyos.
—Este aguantará —dijo ella convencida.
Aquella misma noche Gothi se presentó en su casa junto con su sobrina y, tras hacerle una revisión completa, le ordenó que hiciera reposo absoluto. No podía salir de la cama salvo excepciones muy contadas y debía seguir una dieta al pie de la letra. Estoico recibió la noticia del embarazo con sorpresa, aunque Valka sabía que estaba tan receloso como ella. Tan pronto supo del embarazo, Asta Hofferson se ofreció a hacerles las comidas y a hacer turnos con Eyra y otras personas de la aldea para encargarse de los cuidados de Carapota, quien seguía viviendo con ellos, aunque se pasaba la mayor parte del tiempo con la mirada perdida en algún punto de la pared o dormido. Valka se pasaba los días tumbada en la cama sin hacer nada y aburrida como una ostra a la vez que de su casa entraba y salía gente sin cesar. Eyra, quien tenía una pasión casi enfermiza por la lectura, le traía libros para entretenerla, pero Valka nunca había sido una gran lectora. Finalmente, fue Sigrid Throston quien la ayudó a entretenerla durante aquellas tediosas semanas por sugerencia de Asta. Valka había aprendido a coser por necesidad, dado que a su padre nunca le había sobrado el dinero para comprarle ropa, por lo que había tenido que arreglar ella misma la ropa de segunda mano que su padre compraba y que casi nunca eran de su talla. Entre Sigrid y Asta, Valka aprendió a bordar con suma rapidez y enseguida se puso a ornamentar las túnicas de gala de los Hofferson y el propio traje de novia de Eyra sin tener que salir de la cama.
En aquellos días, tanto Eyra como Asta se esforzaron en mantener una relación cordial, algo que había sorprendido a todos. Se había extendido el rumor de que Asta no aprobaba el enlace de Erland con Eyra y que si la boda había salido adelante había sido por la intervención de Thror, el patriarca de los Hofferson. Sin embargo, durante aquellas últimas jornadas de verano, Asta Hofferson y Eyra Andersen parecían haber encontrado por fin algo en común: asegurarse de que el futuro heredero de Isla Mema aguantara el tiempo suficiente en el vientre de su madre.
Valka había estado convencida de que perdería el bebé en cuando sucediera el primer ataque de dragones, pero tan pronto sonaba la alarma, Estoico la cogía en brazos y la llevaba a todo correr a un lugar seguro antes de regresar a la batalla. Las personas que se refugiaban con ella, casi siempre en el Gran Salón, se volcaban en que estuviera lo más cómoda posible y en que no hiciera ningún tipo de esfuerzo. Valka, quien siempre había odiado depender de los demás, se sintió frustrada porque la trataran como un objeto delicado que podía romperse a la mínima de cambio. Sin embargo, pasados los tres primeros meses y, a la vista de que el bebé seguía en su sitio y que su vientre se iba hinchando poco a poco, Valka comprendió de que tal vez aquello iba a suceder de verdad.
Iba a ser madre e iba a darle un heredero a Estoico.
Valka, por supuesto, asistió a la boda de Eyra y Erland Hofferson, aunque no la dejaron levantarse de su silla repleta de almohadones y ni siquiera le permitieron bailar y comer nada que estuviera fuera de la dieta marcada de Gothi. Aún así, Valka no recordaba haberlo pasado tan bien desde su boda. Es más, Eyra estaba radiante con su corona de flores silvestres y el vestido azul y rojo con bordados en hilos de oro que Valka había cosido con Sigrid y a Erland se le veía pletórico y profundamente enamorado, hasta el punto que no se separó de la novia en toda la noche.
Tras la boda, entró en invierno y los ataques de dragones cesaron para dar paso a las largas jornadas frías y oscuras de la temporada invernal. Sin embargo, fueron en aquellos días cuando, por primera vez, sintió al bebé patear dentro de ella. Fue una sensación sumamente surrealista. Hasta ese momento no era del todo consciente que dentro de ella había un ser vivo y por un segundo pensó que iba a perderlo, pero al repetir los movimientos una y otra vez, Valka por fin comprendió que ese bebé iba a salir adelante. Estoico lloró de alegría cuando sintió la patada del bebé tan pronto puso su mano sobre su vientre y le aseguró que sería un niño sano y fuerte, como su madre.
—¿Cómo sabes que será niño? ¿Qué te dice que no vaya a ser una niña? —preguntó ella divertida.
—Si es niña, será Jefa igualmente, la primera de la historia de Isla Mema —le prometió mientras acariciaba su vientre—. Sea niño o niña, será nuestro y es lo único que importa. Lo protegeré hasta mi último suspiro.
Si Valka hubiera sabido controlar su clarividencia, tal vez hubiera podido ver si estaban esperando un niño o una niña, pero no quería arriesgarse a usar su magia. Durante todo el tiempo que había estado su magia había hecho ligeros actos de presencia, pero el reposo había influído en que sus emociones no se vieran tan alteradas como en los otros embarazos. Además, no deseaba que a esas alturas Estoico descubriera que era una bruja, más teniendo en cuenta que ella había sido fiel a la promesa de su padre y no estaba del todo segura de cómo reaccionaría su esposo si descubriera lo que era ella realmente. Pese a las insinuaciones de Asta, Valka tenía claro que si el bebé era niña y nacía marcada por Freyja, no iba a bautizarla. Deseaba que su hija fuera una humana más en la aldea y que no estuviera torturada por un don de la magia que ella nunca había llegado a comprender ni a disfrutar del todo.
Pasó noviembre, llegó Snoggletog en el que Valka tejió un peluche con forma de Nadder para el bebé, después entraron en enero y, antes de que pudieran darse cuenta, estaba a punto de terminar febrero. Valka tenía el vientre abultado y el bebé seguía moviéndose dentro de ella, aunque todavía tenía terminantemente prohibido salir del reposo. Aún quedaban dos meses hasta que el bebé naciera, pero se pronosticaban grandes festejos a pesar de que el bebé vendría en un mes con muchos ataques de los dragones y muy lluvioso. Dos largos y tediosos meses en los que Valka tenía que aguantar los dolores lumbares, pese a que el bebé no se movía tanto últimamente.
No estaba muy segura de cómo sucedió lo que sucedió.
Era una de esas rarísimas ocasiones en las que se encontraba sola en casa con Carapota. No controlaba muy bien los turnos de las personas que habituaban ir a su casa, por lo que no tenía ni idea de quien debía estar esa tarde allí, pero Valka podía escuchar a su suegro jadear sonoramente desde su habitación. Preocupada por el estado del anciano, Valka se levantó de la cama con cuidado y bajó las empinadas escaleras pegándose a la pared y con la mano puesta sobre su vientre. Carapota sencillamente tenía calor, quizás porque Estoico había dejado el fuego demasiado vivo antes de irse o porque le habían arropado con una manta de más. Con cuidado de no alterar al anciano, Valka le retiró una de las pieles de oveja al pie de la cama.
Fue entonces cuando lo escuchó dentro de su cabeza.
Valhallarama.
Valka se giró bruscamente, con el corazón en la garganta, convencida por un instante de que su padre estaba allí, pero se llevó una rápida decepción al no ver a nadie más.
Valhallarama.
No, aquel no era su padre. Era una voz mucho más grave. Más rugosa. Más antigua. Más aterradora.
—¿Hola? —llamó ella al aire.
No recibió respuesta, pero si sintió que algo la empujaba por detrás con suma violencia. Debía haber vigilado las reacciones de su suegro, pero no se hubiera esperado que Carapota la empujara al suelo sin ningún motivo. Valka cayó sobre su vientre y, aunque a primera vista no se hizo daño, su impulso fue llevar sus manos sobre su tripa. El bebé no se movió y se volteó a Carapota, quien se movía hacia delante y hacia detrás muy nervioso. Apoyándose contra una silla, Valka consiguió levantarse y fue entonces cuando sintió algo húmedo bajar por sus muslos. Al principio, pensó que se había hecho pis encima, pero enseguida cayó que aquello era transparente que enseguida se entremezcló con sangre.
—No… —murmuró Valka sin dar crédito—. ¡No, no, no!
Lanzó un grito tan desgarrador que alguien, no recordaba quien, entró disparado en la casa y dio la voz de alarma. La primera en llegar fue Asta, quien rápidamente la acomodó junto al hogar ante la imposibilidad de volver al dormitorio arriba. Eyra y Gothi aparecieron poco después acompañadas de un alteradísimo Estoico. Valka estaba tan presa del pánico que no oyó a Asta ladrar a Estoico para que sacara a su padre de allí, quien se había puesto a gritar y a gemir como un niño, o a Gothi dando instrucciones muy precisas a Eyra para lo que parecía ser un un parto inminente.
—No puede… es muy pronto —se lamentó Valka—. No puede salir todavía.
—Valka, el bebé no sobrevivirá si lo dejamos dentro y tú morirás con él —le aseguró Asta muy seria—. Quizás tenga una posibilidad si nace ahora.
—Estoico… ¿puede venir Estoico? —suplicó ella entre lágrimas.
Sintió una mano caliente cogiendo de la suya con fuerza y se encontró con los ojos bicolores de Eyra.
—Es mejor que no esté aquí, Val —le aseguró ella—. Te prometo que no soltaré tu mano aunque me la destroces, ¿vale? No te preocupes, estamos las tres contigo.
Fue un parto que duró toda la tarde y gran parte de la noche. Valka perdió mucha sangre, hasta el punto que le costaba mantener la consciencia, pero finalmente consiguió dar a la luz a un niño en la madrugada de un frío veintinueve de febrero. El niño era muy pequeño, casi podía entrar en una sola mano de Estoico, y no lloraba porque le costaba respirar. Valka contempló horrorizada de que el bebé agonizaba y tanto Gothi como Asta le anunciaron que moriría en cuestión de días.
—Asta, por favor, tú podrías salvarlo.
La bruja negó con la cabeza con una expresión triste.
—No puedo interferir en la voluntad de los dioses, Valka. El bebé está demasiado débil para aguantar ningún conjuro, lo siento mucho…
Ni siquiera Eyra, quien siempre había pecado de optimista, fue capaz de darle esperanzas porque compartía los puntos de vista de su tía y de su suegra. Las posibilidades de sobrevivir del bebé eran prácticamente nulas, es más, cuanto antes muriera, menos sufriría. En cuanto a Estoico, tan pronto sostuvo al bebé en su mano, rompió a llorar de pura tristeza, pero fue el único que se negaba a aceptar de que el niño iba a morir.
—Vivirá, Valka, puede que sea pequeño y que ahora no esté bien, pero este niño vivirá. Es nuestro hijo, Val, tiene lo mejor de los dos —se sorbió la nariz—. Lo llamaremos Hipo. Hipo Horrendous Haddock III, como los dos mejores jefes que esta tribu ha tenido jamás. Él será grande y sé que todo lo que nos traerá será bueno, ya lo verás.
Valka sabía que Estoico no iba admitir que no había esperanza para el niño. Es más, no soportaba ese optimismo vago que negaba la realidad presente. Su hijo iba a morir. Había venido a este mundo a sufrir una agonía y ella estaba impotente, furiosa contra los dioses que se habían atrevido a hacerle pasar por aquel calvario. Parecía que se burlaban de ella, porque no se habían conformado con haberla arrebatado los hijos que había perdido anteriormente, sino que para cuando conseguía dar a luz a uno se lo iban arrebatar de la forma más cruenta posible.
Los odiaba.
¡Malditos fueran todos ellos!
A medida que más acrecentaba su ira más se intensificaba aquella voz dentro de su cabeza.
Valhallarama.
Valhallarama.
Valhallarama.
Alguien la llamaba y Valka temía que fuera la encarnación de la mismísima Hella. Había intentado ver el futuro de su hijo, pero no conseguía visualizar nada, solo oscuridad. Hipo no tenía futuro si se quedaba quieta en Isla Mema esperando a que sucediera un milagro. Tenía que hacer algo y, la voz, consciente de su determinación y de su rabia, le susurró en su oído que cogiera al niño y lo llevara al norte de la isla. Obediente, Valka arropó a su hijo en una manta y vestida únicamente con una túnica y una capa de invierno, se marchó hacia el bosque para coger la ruta que llevaba a las playas del norte. Sin embargo, a medio camino, se encontró con Eyra.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Valka a la defensiva.
Era plena madrugada, Estoico se había quedado en una reunión hasta tarde y el resto de la aldea estaba durmiendo; por tanto, resultaba extraño que Eyra estuviera allí cargada con una cesta llena de hierbas y cubierta de tierra.
—Erland está reunido y no podía dormir —se excusó ella confundida—. He aprovechado para recoger unas plantas para mi tía, pero tú… ¿Qué haces a estas horas aquí con Hipo? ¿No…?
—Tengo que irme —musitó Valka abrazando a la criatura a su pecho para volver al camino.
—¡Val, espera! ¿Adónde vas? —preguntó Eyra angustiada caminando tras ella—. Es muy tarde, el bosque puede esconder dragones hibernando y claramente no estás bien… ¡Valhallarama!
La bruja se volteó sorprendida cuando la muchacha gritó su nombre completo. Salvo a Estoico, no le había dicho a nadie de la aldea su nombre completo, por lo que le era incomprensible que Eyra lo supiera.
—Yo… —la chica pareció darse cuenta de que había metido la pata—. Solo… dime si sabes lo que haces y si volverás.
—Eyra…
—Solo prométemelo, Val —insistió la muchacha.
—Yo… prometo intentarlo, pero Eyra… ¿cómo…?
Ella negó con la cabeza.
—Eso no importa ahora —insistió la joven y titubeó un segundo—. Val, dame la mano.
—¿Qué…? Eyra, no tengo tiempo, tengo que…
Sin embargo, la muchacha ignoró sus quejas, se inclinó rápidamente en el suelo para coger un puñado de tierra y, tras coger de su mano, la frotó contra la suya a la vez que murmuraba algo en voz muy baja. Cuando Valka consiguió soltarse, casi furiosa por el tiempo que estaba perdiendo por culpa de Eyra, observó que en la palma de su mano sucia de tierra había algo dibujado. Valka jadeó al reconocer el símbolo del Vegvísir, una brújula que guiaba el camino hacia la verdad. Alzó la mirada hacia la muchacha quien parecía avergonzada y muy nerviosa.
—Eyra, ¿acaso tú eres…?
—No soy muy buena —le interrumpió ella azorada—. Mi tía insiste en que practique, pero queda claro que no soy muy válida para llevar la vida de völva. Aún así, el Vegvísir te guiará por el camino correcto, Val —Valka abrió mucho los ojos, sin dar crédito a lo que estaba oyendo—. Puede que seamos de razas que han estado enemistadas desde hace eones, pero no quiero que las antiguas tradiciones me digan lo que tengo que hacer. Yo también quiero que Hipo se salve, por lo que solo te pido que tengas mucho cuidado. El Vegvísir solo te protegerá durante el camino, pero cuando llegues a tu destino estarás sola. Lo único que espero es que, pase lo que pase, tomes la decisión correcta, Val.
Eyra se acercó para darle un suave beso en la cabeza a Hipo, quien dormía jadeante contra su pecho. Le lanzó una última mirada a ella antes de coger su cesta y tomar el camino de regreso hacia la aldea. Aún abrumada y confundida por lo que acababa de pasar con Eyra, Valka retomó la ruta que llevaba al norte. Cuando alcanzó la playa, se encontró una barca vieja y abandonada en la orilla. Tras comprobar si la barcaza estaba en buen estado para navegar, Valka puso a Hipo dentro de un cesto que había dentro de la barca y la empujó hasta asegurarse de que no fueran a encallar. Con gran sobreesfuerzo, Valka subió a la barca y se tumbó unos minutos junto al cesto de Hipo para recobrar el aire. Le dolía todo el cuerpo, sobre todo la zona del bajo vientre y sus genitales. Asta había intentado enseñarla a curar su cuerpo a través de su magia, pero Valka había estado tan ansiosa por Hipo y era tan torpe con su magia que no había conseguido aplacar siquiera el dolor de sus heridas del parto. Ni siquiera la propia Asta había conseguido ejercer su magia sobre ella de lo alterada que había estado. Sin embargo, su dolor físico no era nada en comparación a la angustia e incertidumbre que sufría ante la sola idea de perder a su hijo.
Después de lo que le había costado tenerlo, no iba abandonar ahora.
Si tenía que vender su alma a Loki lo haría con tal de salvarlo.
Valka se incorporó dificultosamente y fue a coger uno de los remos cuando cayó que la barca se estaba moviendo sola. La bruja sintió su estómago revolverse, consciente de que estaba metiéndose en la boca del lobo, pero si un ser superior a ella estaba decidido a ayudarla, debía callar y rezar porque estuvieran dispuestos a salvar a su hijo. Cogió a Hipo entre sus brazos para abrazarlo contra su pecho y envolverlo también con su capa antes de tumbarse de nuevo y quedarse dormida mientras inconscientemente acariciaba la marca del Vegvísir de la palma de su mano, la cual se sentía inusualmente cálida.
Soñó con dragones.
Con muchos, muchísimos dragones. Más de los que había visto nunca.
Estaba en un lugar cubierto de hielo, pero a su vez estaba repleto de vegetación, agua y vida. Había dragones volando por el cielo de hielo, revolcándose en la hierba tan verde como los ojos de Estoico y parecían… felices y pacíficos. Valka no daba crédito a lo que sus ojos veían, aquel lugar parecía ser el paraíso de los dragones y se portaban de una forma tan distinta a cuando atacaban Isla Mema… Le recordó a los dragones que ella había conocido de niña, a los que ella había estado tan familiarizada.
La visión cambió.
Estaba en una cueva iluminada por las llamas de unos dragones que hacían un corro alrededor de dos personas. Una de ellas, un chico alto al que no podía apreciar bien su cara, tenía una antorcha que movía de un lado a otro, como si supiera que aquello iba a amansar a los dragones. Es más, llegó incluso a extender la mano hacia uno de los dragones con intención de acariciar su hocico. La otra persona, una mujer, tenía sus ojos clavados en ella. Era rubia, de ojos muy azules que le resultaron muy familiares y parecía vigilar con cierta ansiedad cada uno de los movimientos que Valka estaba haciendo. Sin apartar la mirada de ella, la chica susurró algo que Valka no consiguió escuchar y el chico se volteó…
Una sacudida despertó a Valka. Se incorporó con rapidez para caer que la barca había atrancado en la orilla de una pequeña playa que estaba a pies de una montaña gigantesca de hielo. Hacía mucho frío y había una niebla tan densa que no pudo apreciar la cima de aquel lugar. Valka se encogió intimidada, aunque los jadeos de su bebé le hicieron recordar cuál era su verdadero miedo. Sus pulmones debían estar al límite, porque cada respiración que daba parecía ser un calvario para él. Resultaba cruel permitir que aquella criaturita tan preciosa y pequeña sufriera de aquella manera y, lo peor de todo, era que Valka sabía que le quedaba muy poco tiempo.
—Aguanta, Hipo, pronto estarás bien —le prometió Valka conteniendo las lágrimas.
Valhallarama, camina hacia la oscuridad.
Valka no había caído que en la pared de hielo había una la estrecha entrada hacia el interior. Alentada por la voz, Valka se ató la manta de Hipo a la espalda para tenerlo colgado contra su pecho y así mantenerlo caliente con el poquísimo calor corporal que su cuerpo era capaz de emanar. Se colocó bien su capa y bajó de la barca con cuidado. Valka se acercó a la entrada y tomó aire profundamente antes de entrar en la cueva. No veía nada de nada, por lo que se vio obligada a encender unos fuegos que Asta le había enseñado a crear. Eran un reflejo del fuego, le había explicado la bruja, pues las brujas no tenían poder alguno sobre el fuego pese a ser inmunes a él. Por suerte, el hechizo le salió a la primera, aunque la llama era tan pequeña que apenas iluminaba unos pocos metros hacia delante, por lo que su paso era titubeante. Caminó por el túnel hasta que alcanzó una galería que daba a otros muchos túneles.
—¿Por dónde tengo que ir? —preguntó Valka ansiosa a la nada.
La voz no dijo nada y Valka sintió que le flaqueaban las piernas. Cerró los ojos mientras intentaba contener sus sollozos, aunque eso fue muy difícil. ¡Ni siquiera sabía qué estaba buscando! Si fuera capaz de usar su poder como era debido, quizás pudiera ver lo que el futuro le deparaba, pero era débil y una inútil como una bruja. Iba a fallar a la tribu, a Estoico y a su propio hijo por no saber encontrar el camino.
—Bruja, ¿te has perdido?
Valka alzó la mirada alarmada al escuchar una voz desconocida en su cabeza y jadeó al ver a un Cortatormentas observándola con enorme curiosidad desde un saliente cercano al techo. Por pura intuición, Valka rodeó el bulto de su hijo entre sus brazos y se echó hacia atrás con intención de protegerlo de aquel dragón. El Cortatormentas, en cambio, bajó del saliente deslizándose por la pared de hielo y roca sin apartar sus ojos de ella.
—¿Tienes miedo? —preguntó el dragón—. No tienes que tenerlo si no vas a hacernos daño.
—¿Daño? Yo… no… una voz me dijo que viniera aquí para… para salvar a mi hijo. No quiero… haceros daño —balbuceó ella aterrada.
El Cortatormentas se acercó cauteloso hacia ella y Valka siguió caminando hacia atrás hasta que se dio contra la pared. El dragón se quedó a un metro escaso de ella y bajó la cabeza para olisquearla primero a ella y luego al bulto que cargaba contra su pecho.
—¿Puedo verlo? —preguntó el Cortatormentas inquieto.
—¿No te lo comerás? —replicó ella desconfiada.
El dragón ladeó la cabeza confundido.
—¿Por qué iba a comerlo?
—Yo… no… no lo sé.
—Quiero verlo —insistió el dragón.
Consciente de que el dragón no se iría hasta que le enseñara el bebé, Valka movió ligeramente la manta para que pudiera verla. Hipo estaba demasiado débil como para reaccionar a nada y, por suerte, aún no podía ver. El Cortatormentas miró a Hipo con ojos curiosos e incluso podía decirse que tiernos, e incluso llegó a alzar una de sus garras para tocarlo, aunque Valka se apartó a tiempo.
—Está enfermo —le dijo ella angustiada—. Le queda muy poco tiempo. ¿Sabes adónde debo llevarlo?
El Cortatormentas levantó la mirada hacia ella y a Valka le dejó sin respiración la inteligencia y la empatía que se leía en aquellos enormes y amarillos ojos. Se apartó y extendió su ala hacia ella.
—Sube, te llevaré ante el alfa.
A aquellas alturas, Valka sabía que había dos opciones: morir en aquellos túneles junto a su hijo o morir a manos de los dragones. Sin embargo, aquel dragón parecía lo bastante abierto y amable como para desear ayudarla, por lo que subió sobre su lomo sin pensárselo dos veces. El Cortatormentas alzó el vuelo hacia los túneles del techo y Valka tuvo que usar toda la fuerza de sus muslos para no caerse. Además, el dragón volaba tan rápido que se vio obligada a cerrar los ojos mientras procuraba no soltar a Hipo de la protección de la manta y de sus brazos. El viento helado de los túneles cambió a uno cálido y sofocante tan pronto el dragón ralentizó el vuelo y Valka por fin pudo abrir los ojos.
Allí estaba.
El lugar de su visión.
El paraíso de los dragones.
Valka observó fascinada como dragones de diversas razas volaban a su alrededor. Algunas de ellas ni siquiera estaban dibujadas en el libro de los dragones que le habían obligado a estudiar tan pronto había llegado a Isla Mema, aunque pudo librarse del terrible entrenamiento para matar dragones tras haberse quedado embarazada al poco de casarse. El Cortatormentas planeó sobre un enorme lago que había en el corazón de aquel nido y mientras descendía con suma destreza, Valka pensó en su marido.
¿Qué pensaría Estoico si la viera montada sobre un dragón? ¡Seguramente se llevaría las manos en la cabeza! Es más, estaba segura que aquello sería motivo suficiente para pedirle el divorcio y echarla de la tribu. Ni aún garantizando que aquel contacto con los dragones podía salvar la vida de su hijo, Estoico habría desaprobado todo aquello. Valka sintió un escalofrío al pensar de lo que pasaría si su esposo encontraría aquel lugar. Arrasaría con absolutamente todo, desde los dragones hasta los huevos, quemando cada planta y brizna de vida que hubiera en aquel maravilloso lugar.
El Cortatormentas aterrizó a orillas del lago que ahora burbujeaba y, por primera vez, Valka sintió una gran fuente de magia. La bruja jadeó sorprendida, pues nunca había sentido tal intensidad de magia, ni siquiera cuando la había ejercido ella misma. Intentó asomarse al lago, pero el Cortatormentas interpuso su ala para que diera un paso hacia atrás.
—El alfa ya viene.
Los dragones que se encontraban alrededor del lago rugieron y murmuraron:
—Alfa, alfa, alfa…
Valka no entendía qué estaba pasando hasta que, de repente, una criatura de enormes proporciones emergió del agua con lentitud. No se parecía a ningún dragón que Valka hubiera visto antes, pero sabía que existían pocos dragones que fueran tan grandes como aquel. No obstante, el temor de Valka hubiera podido haber ido a más de no ser porque aquella criatura, tan temible e intimidante por su tamaño y aspecto, contaba con los ojos más bondadosos y sabios que ella había visto jamás. Los dragones de su alrededor, incluido el Cortatormentas, se inclinaron hacia el dragón como si estuvieran haciendo una reverencia a un rey.
—¿Qué busca esta joven bruja en nuestro hogar? —cuestionó el alfa con voz profunda y grave.
Valka no pudo evitar cierta decepción al ver que el alfa no era la voz que la había estado llamando.
—Yo… una voz me guió hasta aquí… mi hijo está muy enfermo y necesito curarlo —Valka sacó a Hipo del manto y se lo mostró al gigantesco dragón—. No sé donde debo ir, ¿podéis ayudarme?
El dragón observó a Hipo en un profundo silencio antes de dirigirse a ella.
—¿Sabéis quién os ha llamado?
—N...no —tartamudeó Valka azorada—. No me ha dado su nombre.
—No sois la primera que viene a este lugar guiada por una voz, joven bruja. Más sois la primera que no ha huido despavorida según verme, ¿estáis segura que queréis seguir adelante? Pues sabed que una vez que encontréis la voz ya nada será como antes. Un precio deberéis pagar.
—¿Precio? —cuestionó Valka sin comprender—. ¿Qué precio?
—No puedo revelaros más, si deseáis continuar debéis atenuaros a las consecuencias —le advirtió el alfa.
Valka volvió a meter a Hipo en la manta e inspiró aire profundamente antes de mirar al alfa a los ojos.
—Haré lo que sea necesario con tal de salvar a mi hijo.
—Sea pues —concluyó el alfa y abrió su gigantesca boca mostrando unos dientes muy pequeños pero sumamente afilados.
La bruja se quedó muy quieta, incapaz de comprender qué quería el alfa que hiciera.
—Quiere que te metas en su boca —murmuró el Cortatormentas a su lado.
—¡¿Qué?! —exclamó Valka horrorizada.
—Venga, no le hagas perder el tiempo —dijo el dragón nervioso, empujándola suavemente con su ala hacia la boca—. No te hará ningún daño, te llevará adonde debes ir.
Valka no estaba nada convencida de que eso fuera verdad, pero sabía que si no entraba ahí dentro, Hipo moriría en cuestión de horas. Se metió en la boca inusualmente fría y le sorprendió que al pisar la lengua del dragón se la encontrara llena de escarcha. ¡Qué raro! ¿Acaso los dragones no expulsaban fuego por sus bocas? Aquello no tenía mucho sentido, aunque a estas alturas ya nada parecía impresionarla. Tan pronto cruzó el umbral de sus dientes, el dragón empezó a cerrar la boca con lentitud y cuidado, aunque ello no evitó que perdiera el equilibrio y cayera sobre la lengua. Intentó mantenerse lo más cerca posible de los dientes y estaba agradecida de que no pudiera ver más allá de la garganta del dragón. Cuando la boca se cerró del todo, todo se volvió oscuro y el dragón se puso en movimiento, causando que Hipo se pusiera a gimotear con lo poca fuerza que le permitían sus pulmones. La bruja sabía que el bebé detectaba su miedo, por lo que le cantó un arrullo que solía cantarle su padre cuando sufría pesadillas.
No pasó mucho tiempo hasta que el alfa se detuvo y habló.
—Hemos llegado. Ahora debéis cruzar la barrera vos sola con el niño. Id con cuidado, pues ni yo mismo sé que os encontraréis.
—Gra...gracias —murmuró Valka a la vez que el alfa abría ligeramente la boca.
Valka observó que de la comisura de la boca del dragón entraba agua, por lo que debían estar bajo el lago. Ante ella, sin embargo, había una entrada a un túnel que parecía protegida, como bien había señalado el dragón, con una barrera. La bruja extendió su mano y jadeó sorprendida al sentir un cosquilleo cuando su mano la atravesó. Aquello era magia, no cabía duda, y una muy poderosa. Apretando a Hipo contra ella, Valka cruzó la barrera y entró en el túnel. Tras ella, el alfa se movió hacia abajo y Valka observó que el lago era aún más profundo, como una especie de pasaje subterráneo que debía llevar a otro lugar, probablemente al exterior, dado que por sus dimensiones resultaba imposible que el alfa pudiera entrar y salir del nido por otro lado. A varios metros por encima de la entrada de aquel túnel, se podía apreciar la luz de la superficie y a algunos dragones nadando cerca de la misma.
Valhallarama.
La voz asustó a Valka, sobre todo por lo nítida y clara que sonaba ahora. La bruja caminó hacia el oscuro interior del túnel con paso decidido y nervioso, convenciéndose a sí misma de que estaba haciendo lo correcto. Estuvo caminando durante al menos diez minutos, acompañada únicamente por su débil llama ignífuga para que le iluminara el camino hasta que ésta se apagó de repente y apreció un fulgor hacia el final del túnel. Valka aceleró su paso, abrumada por la intensa energía mágica que provenía de aquel lugar.
Era un lago subterráneo. No era muy grande, pero la galería era amplia y tanto el techo como el fondo estaba iluminado por gemas que emitían una bonito luz color turquesa. Valka tuvo que apoyarse contra una roca por el intenso mareo que le había entrado de repente como consecuencia de la magia que había en aquel lugar.
—Date tiempo, Valhallarama, aquí apenas hay ventilación por lo que es normal que te sientas mareada.
Valka levantó la mirada asustada para encontrarse a un hombre encapuchado sentado en una roca, no muy lejos de donde se encontraba ella. La bruja abrazó a su hijo asustada, convencida de que no había nadie cuando había entrado en la galería, aunque el hombre alzó la mano para tranquilizarla.
—No te alteres, no voy hacerte ningún daño.
Su voz era cálida, grave y suave como el terciopelo, pero el hecho de que no pudiera ver su cara le inspiraba mucha desconfianza.
—No acostumbro a mostrar mi rostro a cualquiera —argumentó el desconocido y Valka dio un respingo al caer que había seguido el hilo de sus pensamientos—. Puede que lea tu mente, pero tienes una expresión muy fácil de leer, Valhallarama.
—¿Quién eres? —demandó saber la bruja—. ¿Eres tú el que me ha llamado? Tu voz suena distinta.
—Porque no he sido yo quien te ha convocado, pero he sido listo y me he presentado antes —respondió el hombre con diversión—. A veces me hace mucha gracia que piensen que soy un viejo chocho y que no me entero de nada. ¡Ilusos!
Valka no entendía lo que ese hombre quería decir, aunque cuando se levantó reparó que era casi tan alto como ella y andaba con pasos lentos y cuidadosos. Aún así, Valka no pudo evitar moverse para alejarse de aquel desconocido, pese a que este no dio muestras de ser especialmente agresivo. El hombre soltó un resoplido por su escepticismo.
—Valhallarama, solo quiero ver a Hipo, ¿te importa? Te doy mi palabra de que no le haré ningún daño —prometió el hombre con delicadeza.
—¿De qué me sirve la palabra de un hombre que no me muestra su cara? —le recriminó Valka con dureza—. ¡Ni siquiera me has llamado tú!
—No, eso es cierto, pero creeme, es mejor que haya sido yo…
—¡No te creo! —exclamó Valka alterada.
El desconocido hundió los hombros antes de decidirse en retirar la capucha que cubría su rostro. Valka había visto esa cara antes. En realidad, era una de las caras más conocidas de todo el Archipiélago y seguramente del norte del continente también. Los templos tenían dibujos de él en las paredes y había visto muchos retratos de él en diferentes libros, aunque solía aparecer vestido con un yelmo de oro, armado con un tridente y acompañado de sus cuervos. De todos los seres que Valka hubiera esperado encontrarse allí, al último que esperaba encontrarse era al Padre de Todos, al gran Odín, vestido con ropajes humildes y encarnado en un rostro más anciano de lo normal, aunque el hueco en su ojo izquierdo era inconfundible.
Valka abrió la boca, pero volvió a cerrarla. Odín, quien al principio parecía un tanto reticente por mostrar su rostro, ahora lucía de mejor humor ante su desconcierto.
—¿Te sirve ahora mi palabra, Valhallarama? —cuestionó el dios.
—Yo… tú… ¿por qué? —balbuceó ella tontamente.
—Ya te lo he dicho, Valhallarama —replicó Odín con cierta impaciencia—. Quien te ha llamado pretendía recibirte, pero me he asegurado de entretenerlo para estar yo aquí en su lugar. Además, suena irónico, pero he oído cada uno de tus insultos y maldiciones hacia mí, lo cual me ha resultado muy divertido. No todos los días escucho a nadie insultarme con el mismo arte y resentimiento que tú, hay que tener valor para hacerlo —Valka sintió morirse de la vergüenza, aunque la expresión de Odín era afable e incluso podía decirse que divertida—. ¿Puedo coger al niño ahora?
Valka sacó a Hipo de la manta y se lo tendió a Odín quien lo cogió con una delicadeza muy propia de un padre. El dios no sonrió cuando contempló al niño en sus brazos, pero sí que lo meció para calmar sus sollozos entrecortados.
—Le queda muy poco tiempo —pronóstico el dios—, minutos me temo.
—Por favor —suplicó Valka poniéndose de rodillas—. Padre de todos, por favor, sálvalo.
Odín no respondió a su súplica y caminó un poco junto a la orilla del lago sin dejar de mecer a Hipo entre sus brazos.
—Valhallarama, sé que has vivido toda tu vida en la ignorancia en lo que respecta a tu especie, ¿pero sabes quién te estaba llamando?
—N… no —admitió ella avergonzada.
Odín asintió con la cabeza con lentitud. Parecía de repente muy cansado y más mayor.
—Existe una profecía que dictamina que Surt escogerá a un niño bautizado en las aguas de Freyja para convertirlo en su paladín y así iniciar el Ragnarok. Surt no puede ver el futuro, pero huele la desesperación de una madre que haría lo que fuera con tal de salvar a su hijo. Sólo necesitaba que esa mujer fuera una bruja y lo trajera a una fuente de Freyja sin custodiar para bautizarlo.
—¿Qué? —dijo ella sin comprender—. Hipo… mi hijo… ¿iniciará el Ragnarok? Pero si solo es un bebé, no… no…
—Pero algún día será un hombre —replicó Odín—. Valka, si lo bautizas hoy, yo no podré evitar que tu hijo se convierta en el paladín de Surt. Será bendecido con el don de la magia, como otras brujas que han sido bautizadas en las aguas de Freyja, y su poder será el del fuego.
—¿Fue… fuego? —tartamudeó ella—, pero las brujas no podemos controlar el fuego.
—Él sí lo hará.
Valka quiso arrancar a su hijo de los brazos de Odín, sobre todo al encontrarse tan cerca del lago. Temía que el Padre de Todos decidiera tirarlo al lago para que se ahogara, podría esperar eso del dios si su hijo estaba destinado a convocar el Ragnarok que destruiría todo, incluidos a los propios dioses.
—Padre de Todos, por favor, tened clemencia con mi hijo —le suplicó Valka cogiendo de su capa—. Bastante calvario está pasando ya, yo… yo solo quiero que viva. Me esforzaré por educarlo para que no sea lo que Surt quiere que sea.
—¡Ay, Valhallarama! ¡Nada me gustaría más! —el dios se inclinó a su altura y acarició su mejilla con sus rugosas manos—, pero me temo que ese no es tu destino.
—¿Qué…?
—Si deseas que salve a Hipo, tendrás que pagar un precio —sentenció el Padre de Todos muy serio.
El alfa ya le había advertido de aquello; sin embargo, Valka sabía que nada de lo que el Padre de Todos pudiera decirle le haría cambiar de parecer.
—Esta es una fuente de Freyja que, aún estando bien escondida, está expuesta a cualquiera —argumentó Odín—. El aquelarre que lo protegía fue exterminado hace años por lo que ahora solo cuenta con la protección de los dragones. No obstante, las fuentes de Freyja deben ser protegidas por brujas. Por eso es mi deseo que, a cambio de salvar la vida de tu hijo, tú te quedes aquí para custodiar este lugar.
Valka sintió que perdió el aire de sus pulmones y, aunque le hubiera gustado cuestionar de que aquello era una broma barata, la expresión de Odín le dejaba bien claro que aquel no era el caso.
—¿Quiere que viva separada de mi hijo?
—No quiero, Valhallarama, pero este lugar necesita un guardián y eres claramente la candidata perfecta —explicó el dios—. En cuanto a tu hijo… deberá quedarse en Isla Mema con su padre.
—¿Y no podré verlo? —preguntó ella en un hilo de voz.
—Me temo que el destino de Hipo es crecer sin una figura materna que lo quiera. A Hipo le aguarda un gran destino, Valhallarama, pero me temo que si tú estás presente durante su infancia y adolescencia jamás podrá cumplirlo.
—Pero…
—Es eso o que muera, Valhallarama —le advirtió Odín.
¡Qué injusto era todo aquello! Con todo lo que había sufrido tras separarse de su padre, los abortos y el nacimiento prematuro de Hipo, tenía esperanzas de que los dioses compensarán su esfuerzo con hacer que pudiera vivir una vida junto con su marido y su hijo. Lo último que hubiera esperado era que tendría que dejar a su hijo y a su esposo marchar y ella se quedaría sola en aquel inhóspito lugar dominado por los dragones.
—Hábleme de cómo será —susurró Valka cogiendo de la manita de Hipo—. Dígame si al menos será feliz —susurró Valka.
Odín sonrió con tristeza.
—No le espera un camino fácil, Valhallarama. Pese a que sus poderes no despertarán hasta que sea un adulto, durante mucho tiempo le odiarán, le despreciarán y lo marginarán por lo que es. No será sencillo ser lo que será él, dado que será muy listo, más de lo que conviene, y me temo que tendrá un sarcasmo que le meterá en más de un problema —Valka no pudo contener las lágrimas por más tiempo—. Pero será amado, Valka, muy amado. Es probable que tenga muchos desencuentros con su padre, pero se entenderán y se querrán de corazón. Y luego está ella.
—¿Ella? —preguntó Valka desconcertada.
—Es complicado, pero ella será la desencadenante de todo —explicó Odín—, pero debes confiar en la bruja. Puede que a primera vista no lo tengas muy claro, sobre todo por la naturaleza de la relación que ambos mantendrán, pero la bruja es de fiar. Después de todo, ella será elegida y bendecida por el poder de mi hijo…
Valka no entendió muy bien a qué se estaba refiriendo Odín, pero asintió obedientemente.
—Tienes que confiar en Hipo también. Vuestro primer encuentro no será nada fácil y será cruel contigo. Tendrás que ser paciente y abrirte con él cuando llegue el momento.
—¿Y cuándo sabré que es el momento? —preguntó ella desconcertada.
—Valhallarama, si eres clarividente es porque tienes sangre de las primeras völvas corriendo por tus venas —le aseguró Odín con una sonrisa—. Sabrás cuando será el momento, confía en ti misma. Hasta entonces, no podrás contarle a nadie de nuestro encuentro, ni siquiera a tu esposo. Volverás a Isla Mema cuando hayas terminado, pero pronto irán a por ti para cumplir tu parte del trato. Ahora, es hora de que bautices a este niño.
Valka asintió nerviosa y se desvistió hasta quedarse solo con una fina camisola; sin embargo, a la vista de que Odín lucía expectante terminó desnudándose por completo. Fue entonces cuando el dios le entregó el bebé de vuelta y, con cuidado de no resbalarse, Valka entró en el lago. Curiosamente, el agua estaba caliente, probablemente por la intensa corriente de magia que fluía a través de ella. Miró a Odín, no muy segura de qué debía hacer.
—Sumérgete con el niño, todo lo demás vendrá solo.
Valka titubeó un segundo.
—Padre de Todos.
—¿Sí, Valhallarama?
La bruja tragó saliva nerviosa.
—Si Hipo es el elegido por Surt para convertirse en su paladín y así iniciar el Ragnarok, ¿por qué quiere salvarlo? —cuestionó ella.
Odín sonrió como si hubiera estado esperando desde hacía un buen rato a que formulara esa pregunta.
—Porque esa decisión recaerá únicamente en Hipo y, de momento, no he avistado un futuro claro al respecto —explicó el dios—. ¿Es un riesgo dejarlo vivir? Por supuesto, pero me gusta apostar fuerte y, haga lo que haga, confío en que se dejará aconsejar y que tomará la decisión correcta llegado el momento.
—Pero…
—Ahora o nunca, Valhallarama —le interrumpió Odín.
Esta vez, Valka se sumergió sin dudarlo. La bruja nunca había visto un bautizo con sus propios ojos, por lo que tampoco sabía muy bien qué debía esperar. La luz que emitían las gemas se intensificó bajo el agua y Valka se vio obligada a cerrar los ojos por unos instantes. Cuando fue capaz de abrirlos de nuevo, la luz había pasado del turquesa al rojo y enseguida pasó al verde. Valka sintió algo muy caliente entre sus brazos, aunque no era capaz de ver bien a su hijo debido a la corriente de magia que giraba a su alrededor. Cuando no pudo aguantar por más tiempo la respiración, las gemas volvieron a su tono turquesa original y Valka se impulsó hacia arriba, sacando sus brazos primero con Hipo y seguido su cabeza. Tomó una gran bocanada de aire que le hizo toser, pero recuperar el aire era lo que menos importaba ahora, pues en sus oídos retumbaban los lloros de su hijo.
Seguía siendo pequeño, pero un precioso rubor cubría su carita debido a que estaba llorando a lágrima viva. Su maravillosa vocecita resonaba por toda la caverna y Valka pudo jurar que nunca, en toda su vida, había oído un sonido tan precioso. Abrazó al bebé, llorando de la más pura felicidad y se acercó hasta la orilla para darle de mamar, pues parecía que ahora que su hijo iba a vivir su propio cuerpo parecía estar dispuesto a darle absolutamente todo, incluida la leche que no le había dado tiempo a producir. Alzó la mirada para darle las gracias a Odín, pero el dios ya no estaba allí. Tras haberse alimentado como era debido, Valka le cantó un arrullo que le hizo dormir enseguida y se quedó observándolo dormir plácidamente entre sus brazos hasta que empezó a entrarle frío. Se vistió y, tras dar un último vistazo al lago que había salvado la vida de su hijo, regresó por donde había venido.
El alfa la esperaba cuando llegó a la barrera y la subió de nuevo a la superficie. El Cortatormentas que había conocido antes aguardaba junto al lago del nido. La sorprendió con una hoguera que él mismo había hecho y había dejado un montón de fruta y pescado crudo mordisqueado para que ella comiera. El gesto conmovió a Valka, quien se arrodilló junto al fuego y saboreó la fruta que le supo más dulce y exquisita que cualquier cosa que hubiera comido en su vida.
—Debéis dormir, joven bruja —le indicó el alfa—. Al atardecer partiréis de regreso a vuestro hogar. El que asalta las nubes os llevará a casa.
—¿El que asalta las nubes? —preguntó ella curiosa.
—Se refiere a mí —indicó el Cortatormentas—. A los dragones no se nos conoce por nombres como a los humanos, sino por aquello por lo que se nos reconoce.
—¿Y te gusta asaltar nubes? —cuestionó Valka con diversión.
El Cortatormentas ladeó la cabeza.
—Supongo que sí, me divierte volar entre ellas porque es divertido hacerlas evaporar con mis alas.
Hipo gorgojeó de repente y el dragón se inclinó ligeramente para observarlo, aunque mantuvo la suficiente distancia para no asustarlo. Valka, sin embargo, sacó a Hipo de la manta y se acercó al Cortatormentas para que lo viera más de cerca.
—Este es Hipo —le presentó con orgullo.
—Es muy pequeño —comentó el dragón preocupado y esnifó al bebé—, pero al menos ya no huele a muerte.
—Ahora es un niño sano y fuerte —apuntó Valka con alegría y apoyó su mejilla contra su frente—. Es el orgullo de su madre, aunque él no vaya a saberlo…
La bruja se sintió muy deprimida de repente, aunque sabía que había hecho lo que debía: su vida por la de su hijo. Valka no vería a Hipo dar sus primeros pasos, tampoco sabría cuál sería su primera palabra, no apreciaría la gran inteligencia que tantos problemas le daría más adelante, ni tampoco estaría allí para protegerlo de aquellos que lo despreciarán por ser quién era. No le vería enamorarse de aquella bruja que desencadenaría todo y le rompía el corazón que su hijo fuera odiarla cuando se reencontraran.
En realidad, Valka no estaba dando su vida por la suya. Hipo era su vida, su hijo, fruto de su amor con Estoico y anhelado más que ningún otro niño en el Archipiélago.
Tendría una vida difícil, pero sería amado y, lo más importante de todo, es que estaría vivo.
Ella no podía pedir más.
Pagaría el precio con gusto.
Valka durmió todo el día junto al Cortatormentas y caída la tarde, tras darle de mamar a Hipo, volaron de regreso a Isla Mema. Volar fue una experiencia… única. Siempre había tenido la curiosidad de lo que debía haber sido volar, pero al haberse negado a unirse a ningún aquelarre, nunca había tenido la oportunidad de experimentarlo. Supuso que volar sobre aquel dragón debía causar una sensación similar a cuando las brujas lo hacían por su cuenta, pues se sentía… ligera y, sobre todo, libre.
Ni siquiera cuando había navegado con su padre se había sentido así.
Aquello era mejor.
Infinitamente mejor.
Llegaron a Isla Mema en plena madrugada, cuando estaba cerca de amanecer, y Valka se despidió del Cortatormentas que le había dejado en un área despejada del bosque, no muy lejos de la aldea. Valka acarició su cabeza con ternura y se despidieron con cierta lástima, aunque la bruja sabía que volverían a verse pronto. Regresó a la aldea sin ser avistada por los vigías y entró en su casa por la puerta de atrás. Carapota estaba dormido en su cama, aunque no había ni rastro de Estoico, por lo que Valka aprovechó para meter a Hipo en su cuna y quitarse la ropa sucia por el viaje. No se metió en la cama, no sentía que pudiera dormir ahora que había vuelto a la realidad.
Su realidad.
Una que duraría muy poco.
Se decidió a disfrutar cada minuto que le quedaba junto a su esposo y su hijo. Grabaría todos los recuerdos en su mente y recurriría a ellos cuando se sintiera sola en el nido. Rezaría todos los días fielmente a Odín para que protegiera a Hipo y esperaría los años que hicieran falta hasta que llegara el momento de reencontrarse con su hijo. Lo que más le dolía de todo aquello era que no podría decirle nada a nadie, ni siquiera a Estoico.
A su marido casi le dio un infarto cuando se la encontró en casa sana y salva junto a su hijo que ya no parecía una criatura que iba a ser llevada por Hela en cualquier momento. Estoico le preguntó adónde había ido, pero ella le respondió con evasivas, asegurándole que había ido a rezar a los dioses para que curaran a su hijo y, ahora, Hipo viviría para convertirse en el futuro Jefe de la tribu de los Gamberros. La dicha de su regreso y la milagrosa recuperación de su hijo causó que Estoico se decidiera a no hacer demasiadas preguntas sobre lo que había pasado realmente. Él era así a veces, preferiría ignorar algunos hechos y quedarse solo con el resultado, pues Estoico Haddock era lo bastante intuitivo como para suponer qué había pasado, pero la quería lo suficiente como para decidirse a no indagar demasiado.
No obstante, en todo aquel halo de felicidad que sabía que duraría muy poco, hubo algo que casi lo estropeó todo. Asta Hofferson se presentó en su casa tan pronto supo de su regreso. Al igual que Estoico, le preguntó adónde había ido, pero Valka no le dio ninguna pista al respecto. Sin embargo, tan pronto sus ojos se enfocaron en Hipo supo qué había pasado. No podía culparla, aunque aún no pudiera hacer magia se la podía sentir fácilmente si una estaba cerca de él.
—¿Qué has hecho? —cuestionó Asta horrorizada.
—Hice lo que tuve que hacer para salvarlo —se defendió Valka con aire desafiante.
Valka no fue capaz de predecir la bofetada que le propinó Asta.
—¡Niña estúpida! —rugió la bruja—. ¿No te das cuenta de lo que has hecho? ¡Existe una razón por la que no se bautizan a los niños! Esta… esta... cosa es una abominación que destruirá el mundo.
Valka cogió de su muñeca con fuerza tan pronto Asta alzó su mano para atacar a Hipo con su magia.
—Pon un dedo sobre mi hijo y te destruyo —le advirtió Valka.
—¿Crees que eres capaz de mantenerlo a salvo? ¿Qué harás cuando Hipo tenga ocho años y empiece a incendiar todo? Si él no nos mata a todos, el resto de la tribu se encargará de hacerlo —escupió Asta soltándose de su agarre—. Tienes que hacer algo, Valka.
—No voy hacer nada que perjudique a mi hijo.
—¡Es peligroso! —rugió la bruja—. ¿Quién va a enseñarle a dominar su magia? ¿Tú? ¡Si eres mediocre hasta para eso!
Aquellas palabras de Asta le hirieron profundamente, pero sabía que en parte tenía razón. Ella no estaría allí para entrenar a Hipo con su magia y, aún estándolo, sabía que no sería una buena maestra. No había contemplado el hecho de que tal vez Estoico tuviera que lidiar con la magia de Hipo él solo y, a la vista de que Asta era también una amenaza para el pequeño, quizás debía buscar la manera de aplacar todo aquello.
—Tienes que buscar una solución, este niño no puede quedarse aquí.
—¿O si no qué? —cuestionó la bruja—. ¿Me pides que mate a mi propio hijo?
—¡Es una abominación, Val, por Freyja!
Valka sacudió su brazo con tal violencia que no fue consciente de que había lanzado a Asta contra la pared con su magia hasta que esta gimió de dolor. Nunca, en toda su vida, había sentido su magia fluir en ella con tal intensidad. ¡Estaba tan enfadada y se sentía tan fuerte ahora que casi podía jurar que podía reventarle el cráneo a esa bruja con solo cerrar los puños! Asta, sin embargo, alzó su mano en señal de paz.
—Lo he captado, Valka —dijo con voz rendida—. No hace falta que intentes enfrentarte a mi, no saldría bien para ninguna de las partes.
La bruja de pelo platino consiguió levantarse y Valka observó extrañada que ahora lucía ligeramente más joven que hacía un momento. Asta suspiró cansada, aunque Valka podía leer la furia en sus castaños ojos.
—Si no vas a quitarlo del medio, al menos permíteme que bloquee sus poderes.
—¡Ni hablar! —exclamó Valka escandalizada.
—Val, ese niño emana magia allá por donde vaya. ¿Crees que otras brujas no van a detectarlo? Tan pronto lo descubran, irán a por él y no pararán hasta matarlo —le aseguró Asta—. Y creeme cuando te digo que yo no pienso mover un dedo para protegerlo a menos que me permitas bloquear sus poderes.
—¿Pero… puede hacerse algo como eso? —cuestionó Valka con desconfianza—. ¿No será malo para él? ¿Y si vuelve a enfermar como antes?
—El niño seguirá siendo una… —Valka le lanzó una mirada de advertencia—. Seguirá teniendo magia, pero vivirá y envejecerá como un humano normal porque no se desarrollará. No enfermará, es probable que Surt haya dado poder de sobra a tu hijo como para que no muera de una simple gripe, pero al menos su poder estará dormido dentro de él a no ser que…
—¿A no ser qué de qué? —demandó saber Valka.
—A no ser que le sometan a algún hechizo o una magia lo bastante poderosa como para que sus poderes despierten —argumentó Asta frustrada—. No obstante, tal vez pase toda su vida sin incidentes, así que creo que es un riesgo que se puede asumir.
Valka no podía negar que aquella no era mala idea. Hipo podría crecer tranquilo en la aldea sin exponer su verdadera naturaleza a los demás. Es más, con un poco de suerte, quizás las profecías de Odín no se cumplían si llevaban a cabo ese hechizo. Lo único que temía ahora era que Asta pretendiera hacer algún tipo de daño a su hijo aprovechando que no podría usar su magia para defenderse. Debía buscar la manera de proteger a su hijo de Asta una vez que ella se marchara, ¿pero cómo? Un nombre le vino en ese instante a la cabeza.
Eyra.
Eyra Hofferson podría proteger a Hipo de Asta. Ella había sido la única que se había mostrado abiertamente en contra de la bruja, probablemente porque Eyra contaba con una intuición innata para conocer a las personas como eran en realidad.
—Está bien, Asta —aceptó Valka—. Bloquearemos sus poderes para que crezca como un niño normal.
Asta estaba complacida por su actitud más voluntariosa y, justo a la noche siguiente, Asta realizó el hechizo. No hubo ningún ritual ni mucha pompa ni circunstancia, ni siquiera hizo falta sacar a Hipo de la cuna. Con su libro flotando en el aire, Asta cantó el hechizo con una pasión muy propia de una bruja fiel a sus principios y creencias. Cuando terminó, Valka cogió a Hipo en brazos y se sintió aliviada de que su hijo pareciera igual de sano que hacía cinco minutos, la única diferencia es que ya no sentía su magia fluir por su cuerpecito. Ahora era un niño de lo más normal y corriente, como siempre debió ser.
Su relación con Asta Hofferson terminó aquella misma noche. A Valka le apenó perder la amistad de la bruja que tan valiosa había considerado desde que llegó a la isla, pero comprendía que la mera existencia de Hipo para ella era un insulto a su persona y a sus creencias y estaba segura de que una parte de sí misma se odiaba por haberla ayudado. En el tiempo que Valka estuvo en la aldea, tuvo que soportar sus miradas furtivas, aunque la bruja era lo bastante prudente como para no hacer nada contra ella, probablemente porque su posición era sobradamente relevante como para poder dañarla a ella o a Hipo.
—¿Cómo puedes aguantarlo? —le preguntó Valka a Eyra en una de sus muy frecuentes visitas.
La muchacha, cuya atención había estado focalizada en hacer caras a Hipo para robarle una sonrisa, alzó la mirada con gesto pensativo.
—Supongo que estoy acostumbrada. Nunca le he gustado.
—Nunca me has contado por qué.
—Porque soy la única en toda la isla que conoce su pasado —contestó ella sacudiendo los hombros—. Parece que cada que me ve se lo hago recordar porque sabe que lo sé.
—¿El qué? ¿Cómo puedes saber todo eso?
Eyra meció a Hipo en sus brazos cuando notó que la joven volvä se había tensado.
—Valka, no solo las brujas tenéis dones. Yo soy capaz de ver lo que todo el mundo esconde de su pasado —la chica hundió los hombros y sonrió a Hipo—. Pero no voy a decirte qué es lo que vi. No me parece justo revelar secretos que no me pertenecen.
La bruja acarició el símbolo del Vegvísir que todavía seguía dibujado en la palma de su mano. Admiraba la moral de Eyra y no debía olvidar que Asta era la suegra de Eyra y la madre de su marido. Por muy enemistadas que estuvieran, Eyra no haría nada que pudiera dañar a la familia de su esposa y, honestamente, Valka tampoco quería hacerles daño. No obstante, la semilla de la desconfianza hacia los Hofferson se quedó plantada en su pecho tan pronto sintió las miradas furtivas de Finn Hofferson cuando rara vez se cruzaba con él en la aldea e incluso llegaron a extenderse rumores de que Hipo no era hijo de Estoico que Valka sabía bien que había salido de casa de los Hofferson. Tanto Erland como Thror Hofferson se mostraban amables y atentos con ella y con Hipo, e incluso Erland aprovechaba para lanzarle indirectas a Eyra durantes sus visitas para ver cuando les tocaba a ellos tener uno, a lo cual Eyra siempre ponía los ojos en blanco, excusándose en que ella todavía era muy joven para ser madre.
Al margen de lo sucedido con Asta, aquellos dos meses fueron los más felices de la vida de Valka. Hipo crecía cada día hasta que alcanzó el tamaño normal de cualquier bebé y Estoico se portaba como un auténtico padrazo. Es más, a Hipo le encantaba estar con su padre, como si él siempre se sintiera a salvo entre sus fornidos y enormes brazos. Eso por no mencionar que Estoico era el que más hablaba con él con diferencia. Le contaban las cosas que pasaban en la aldea, de cómo quedaba poco para la primavera y que no debía tener miedo a los dragones porque él estaría allí para protegerlos de todo mal. Hipo no era más que un bebé, pero era fascinante el cómo miraba a su padre cada vez que le relataba sus cosas, como si realmente pudiera entender todo lo que le estaba explicando. No cabía duda de que Odín había acertado con lo de que su hijo era muy inteligente y a Valka le enorgullecía que fuera a destacar precisamente por eso, aunque los demás no le fueran a entender.
—Cuando crezca quiero que estudie —comentó Valka a su esposo una noche cuando se acostaron—. Que aprenda idiomas, nos vendrá bien teniendo en cuenta que cada vez vienen más extranjeros al Archipiélago.
—No sé, Val, prefiero que se entrene para ser un gran guerrero —replicó Estoico somnoliente.
Valka hizo una mueca.
—Estoico, tienes que prometerme que pase lo que pase, Hipo estudiará de todo, ¿entendido? Matemáticas, idiomas, literatura… Que lea mucho, seguro que le encantará.
—Val, apenas es un bebé, ya nos preocuparemos de eso cuando llegue el momento —susurró Estoico abrazándose a ella.
Pero Valka sabía que no tenía tiempo. Todavía no estaba segura de cuándo irían a buscarla para regresar el nido, pero estaba ansiosa por dejar claro qué era lo que quería para Hipo sin ser demasiado obvia de su marcha. Bocón la miró con cierta sospecha cuando le comentó que había que ser insistentes con Estoico respecto a la educación de Hipo.
—¿Por qué me comentas todo esto ahora? El mayor hito que ha logrado Hipo hasta ahora es meterse el pie entero en la boca, Val. De lo cual estamos muy orgullosos, ¿a que sí? —dijo Bocón sonriente al bebé mientras revolvía sus cabellos cobrizos—. No me gusta que mires tan hacia delante.
—¿Por qué? —preguntó ella.
—Porque es como si pensaras que no vas a estar aquí cuando haya que tomar todas esas decisiones —argumentó Bocón preocupado y Valka sintió un nudo en su garganta—. ¿Seguro que estás bien? Estás muy pálida.
—Es la falta de luz, por eso me ves tan blanca —se excusó Valka.
La bruja sabía que Estoico no podría hacerse cargo de Hipo él solo. No dudaba que contaría con la ayuda de Bocón, pero estaba convencida de que tan pronto se marchara, Estoico buscaría a alguien, lo más seguro a una mujer, para que pudiera hacerse cargo del bebé mientras él se encargaba de sus responsabilidades como Jefe. Le dejó caer la idea a Eyra una vez que fue a visitarla a su casa. La casa era un caos, sobre todo porque Eyra era la encarnación del mismísimo caos. Había libros desperdigados por la mesa de la cocina y las esquinas, además de un montón de notas y tarros llenos de hierbas y mejunjes que Eyra preparaba para su tía. Tenía la colada acumulada en un cesto junto a la puerta y todavía no se había puesto a hacer la comida pese que ya era cerca de mediodía. Valka sabía muy bien que si aquella casa no estaba ordenada no se debía a la falta de capacidades de Eyra para hacer las tareas del hogar, sino más bien porque detestaba hacerlas. Mucha gente de la aldea tachaba a Eyra de inmadura e incluso de loca, aunque la muchacha había demostrado que era su fuerte carácter precisamente lo que la diferenciaba de las demás. Eyra nunca se callaba, ni se sometía a nadie. Tenía un temperamento terrible e incluso se había liado a hostias con algún ingrato que se había atrevido a tocarla donde no debía. Y, sin embargo, era fiel a sus principios y tan pronto sonrió a Hipo y este reaccionó extendiendo sus manitas hacia la joven völva, Valka supo que Eyra sería la figura materna que Hipo necesitaría para el futuro.
—Eyra… si me pasara algo… ¿me prometes que cuidarás de él? —le preguntó Valka con cautela.
Eyra frunció el ceño sin comprender e incluso llegó a extender su mano hacia la de ella para ver por sí misma a qué estaba refiriéndose realmente, aunque Valka apartó la mano con cierta brusquedad.
—No va a pasar nada, solo quiero asegurarme —se defendió Valka—. Vivimos en tiempos oscuros con los dragones, nunca se sabe qué podrá pasar cuando sucedan los primeros ataques.
—Tú ves el futuro, ¿acaso no puedes adivinarlo?
Valka sostuvo su mirada en silencio hasta que Eyra suspiró de pura resignación.
—Más te vale que no te suceda nada, pero te prometo que de pasar, me aseguraré de que esté bien cuidado —la muchacha acarició la carita de Hipo quien había metido una de sus trenzas en la boca—. Me van a cantar las cuarenta si me encargo de ti, pequeñín. Así que más te vale que no le quites el ojo encima a tu madre.
Una semana después de aquello, Valka tuvo una visión que le anunciaba que se iría el último día de abril, coincidiendo con un ataque de dragones que sucedería en mitad de la noche. En sus últimos días consiguió convencer a Estoico para que pasara más tiempo con ella y con Hipo e incluso llegaron a hacer una excursión a la playa, aunque aún no hacía tiempo para bañarse. ¡Echaría tanto en falta a su esposo! Estoico, quien de conocerla de nada, se enamoró perdidamente de ella, la cuidó y le proporcionó un hogar y un nombre. Había sido su mayor confidente, su mejor amigo y su más fiel y adorado amante. Le rompía el corazón dejarle solo con Hipo, que él fuera a mantener el luto por ella una vez que los dragones se la llevara. Quizás, con un poco de suerte, volvía a encontrar la felicidad con otra mujer, aunque eso le carcomiera también por dentro. Por esa razón, solo deseaba con toda su alma que Estoico fuera feliz y que la recordara a ella la mitad de lo que Valka iba a recordarle a él.
El día señalado, Valka apenas pegó ojo. Intentó organizar una excursión para los tres, pero se levantó tarde debido a su noche de insomnio y Estoico ya se había marchado a hacer su ronda por la ronda. Además, aquel día estaba jarreando, por lo que se pasó la mayor parte del día en casa quedándose sin uñas de los nervios. Hipo parecía detectar su ansiedad y hacía pucheros cada vez que lo sostenía en brazos, así que ni siquiera pudo disfrutar todo lo que le hubiera gustado de las últimas horas que disponía con su hijo. Fue un día sin más, de los más grises que había tenido desde que Hipo había nacido.
Al anochecer, llegaron los dragones y se desató el caos. Había más dragones de lo habitual, probablemente porque algunos de ellos venían del nido del alfa. Valka iba a coger a Hipo y llevarlo a un lugar seguro cuando vio desde la ventana de su casa como un hombre iba a decapitar a un Pesadilla Monstruosa que había sido golpeado por uno de los cañones.
—¡Para! ¡Así va a ser peor!
Los ojos desconcertados y furiosos de aquel vikingo le hicieron entender que tal vez obraba bien en marcharse. Su padre ya le había advertido que nunca fuera amistosa con los dragones y Asta ya le había achacado que solo podía estar en un lado o en otro, pero Valka jamás había coincidido con lo de asesinar dragones y aquel debate era el que más desencuentros había causado con Estoico, quien encontraba su punto de vista una auténtica locura. Tras haber estado en el nido, había vuelto a recordar y a reforzar su ideal de cuán bellas e inteligentes eran aquellas criaturas y estaba segura de que aquello podría haber generado eventualmente un abismo en su matrimonio.
Oyó un estruendo en su espalda y Valka vio al Cortatormentas que asaltaba las nubes destruyendo la pared de su casa. Consciente de que Hipo seguía todavía allí, la bruja corrió aterrorizada de que pudiera pasarle algo a su hijo. No obstante, tan pronto entró en la casa se quedó paralizada al ver cómo el Cortatormentas extendía su garra con cuidado hacia Hipo y cómo éste reía y se la cogía curioso. Valka no pudo evitar formular una sonrisa. Aquella era la prueba que demostraba que dragones y humanos podían entenderse y respetarse unos a otros.
Al reparar en su presencia, el dragón se asustó al pensar que sería algún extraño y causó que arañara accidentalmente a Hipo en su barbilla. El niño se puso a llorar y Valka intentó acercarse para calmarlo, pero el Cortatormentas se interpuso en su camino.
—Es la hora —dijo el dragón con voz tajante.
—Deja que al menos pueda llevar a mi hijo a un lugar seguro —le suplicó Valka.
—Ningún dragón pondrá la mano encima a ese niño —le prometió el Cortatormentas—, pero debemos partir ya, Valka.
De repente, un hacha saltó entre ellos, sobresaltándolos a ambos, y Valka oyó a Estoico gritar mientras corría hacia la cuna de Hipo:
—¡Valka! ¡Corre!
El Cortatormentas se enfureció tanto por la inoportuna presencia de Estoico que soltó sus llamas contra su esposo. Movida por el más absoluto pánico, Valka cogió de su ala con todas sus fuerzas para detenerlo.
—¡No! ¡Para! —chilló ella desesperada.
El Cortatormentas se giró y le enseñó los dientes.
—Si no quieres que le pase nada debemos irnos ya —le advirtió el dragón.
Valka contempló al dragón aterrorizada, consciente de que le sobraban motivos para matar a Estoico. No porque fuera su marido, sino porque había matado a cientos de los suyos sin ninguna piedad.
—¡Aguanta! —le pareció escuchar gritar a Estoico mientras se movía entre las llamas para coger a Hipo.
Con el corazón roto y lágrimas en los ojos, Valka asintió y el Cortatormentas extendió sus alas para cogerla con sus garras. Aquella fue la simulación perfecta de un secuestro imposible de resolver, aunque sus gritos de súplica llamando a Estoico fueron reales.
No quería irse.
No quería dejarlos solos.
No quería quedarse sola.
A medida que se fue elevando hacia el cielo, Valka vio por última vez a su marido destrozado por la pérdida y la impotencia de no poder alcanzarla y a su hijo llorando confundido y sostenido en su enorme brazo. Debía ser una visión terrible para él, pero indudablemente eficaz. Estoico la buscaría, estaba segura de ello, pero jamás la encontraría. Seguramente iría de nuevo en búsqueda del otro nido para buscarla, pero nunca encontraría el suyo.
Su nido.
El nido que ahora debía proteger y cuidar.
Las primeras semanas fueron muy difíciles para ella. La pérdida dolía demasiado, casi como si le hubieran arrancado el corazón directamente del pecho. Su magia se descontroló, sufría pesadillas a causa de visiones inconexas e incoherentes que no era capaz de interpretar y, cuando no eran premoniciones, los recuerdos la atormentaban. Lloraba todos los días y apenas se atrevía a salir de la cueva que había encontrado para esconderse de los dragones más agresivos, porque esa era otra: una gran parte del nido rechazaba totalmente su presencia. Cabía de esperar, pues las brujas jamás se habían entendido con los dragones y Valka tampoco estaba especialmente abierta a entenderse con ellos.
Asaltanubes —así había decidido llamar al Cortatormentas— fue el que le animaba a seguir adelante y el único que le hacía compañía por gusto. Le traía fruta y pescado mordisqueado todos los días y se quedaba con ella todo el tiempo en silencio, a la espera que se animara a entablar conversación con él. La bruja no negaba que se sentía conectada con aquel dragón que tan comprensivo y amable se mostraba con ella, pero no podía evitar sentir cierto rechazo porque la hubiera obligado a marcharse. Sin embargo, sabía que aquella no era siquiera voluntad de Asaltanubes, sino del Padre de Todos.
A la tercera semana, Valka asumió que si no cumplía con la voluntad de Odín, Hipo podía sufrir las consecuencias. Por esa razón, decidió cambiar de actitud y a aprender a convivir con los dragones. No fue tarea fácil ganarse su confianza, pero Valka había tomado la iniciativa de que cada dragón de aquel nido iba a ser parte de ella. Iba a querer a cada uno de ellos como si fueran sus hijos, pues Valka, después de todo, había sido la madre de ocho hijos, de los cuales siete jamás llegaron a conocer el mundo, por tanto le sobraba amor que dar a todas aquellas criaturas que tan perdidas y desamparadas se encontraban a causa de una guerra que ni ellas mismas comprendían.
Durante veintitrés años, Valka focalizó el arte de la magia en cuidar y proteger a los dragones. Gracias a la ayuda del alfa, comprendió la verdadera naturaleza del nido y la fuente de Freyja que se escondía bajo el mismo. Por esa razón, vigilaba los alrededores montada sobre Asaltanubes y, cuando surgía la ocasión, asaltaban los barcos y las fortalezas de los tramperos para liberar a los dragones que tan cruelmente habían capturado. Conoció a Drago Bludvist, aunque por suerte él jamás llegó a saber de ella ni supo de la existencia del nido. Se había convertido en un fantasma, nadie pensaba que fuera humana o siquiera una bruja. Era un espíritu que custodiaba y protegía a los dragones de las crueles manos de los humanos e incluso de las de su propia especie.
Valka había matado a más de una bruja que había intentado poner las manos sobre los dragones de su nido. Conocía los hechizos y conjuros que requerían de los órganos de los dragones para encontrar pócimas que otorgaran la juventud y belleza eterna. Con los años, se volvió fría y desconfiada con las de su propia especie y se había vuelto muy hábil en ocultar su magia, hasta el punto en el que ninguna había descubierto que era una bruja hasta que las mataba de un movimiento de su muñeca. Por suerte, ninguna de aquellas brujas descubrió que bajo aquel lugar se encontraba una fuente de Freyja.
No iba a negar que no era feliz viviendo en el nido. Había descubierto su verdadera pasión viviendo en aquel maravilloso lugar, aunque la espina de Hipo y Estoico seguía en su corazón. No obstante, se descubrió que cada vez echaba menos en falta su vida como «esposa de» y disfrutaba más y más de su independencia como guardiana de aquel lugar sagrado. Aún así, se había sentido tentada de regresar a Isla Mema, de vigilar a lo lejos cómo se encontraban Hipo y Estoico. Se preguntó cómo se vería su hijo con los años, ¿a quién se parecía más? ¿Estaría bien? ¿Estaría encontrando su lugar en el mundo? Aquellas eran preguntas crueles que inevitablemente se formulaba cada día, aunque cada vez se le hacía menos doloroso hacerlo y tenía la sensación de que su vida en el barco de su padre y los pocos años que estuvo en Isla Mema pertenecían a otra vida de una persona completamente distinta a la que se había convertido. Además, a medida que más tiempo pasaba en el nido, más caía en cuenta que probablemente su presencia en la vida de Hipo habría complicado más las cosas. Tras haber convivido tantos años con los dragones, ella no habría podido soportar la sola idea de ver más asesinatos y no hacer nada al respecto.
Solo esperaba que Hipo estuviera bien.
Solo pedía eso.
Sin embargo, todo cambió aquella noche. Conocía muy bien a la Nadder que le gustaba bailar en el aire durante las noches de tormentas. Más de una camada suya había nacido y crecido en el nido, por lo que le resultó muy extraño encontrarla sola, volando herida y agotada, suplicándole que por favor fuera a salvar a su amiga que había sido secuestrada por unos tramperos. Alarmada por la extraña montura que la Nadder llevaba encima, Valka partió con su mejor partida de dragones a buscar aquel barco y se encontraron con un Furia Nocturna que cargaba a dos personas. Al principio, Valka pensó que Drago había llegado al horrible punto de atreverse a usar a los dragones como medio de transporte, por lo que no dudó por un instante en atraparlos y llevar al Furia Nocturna a un lugar seguro.
Nada le habría preparado para descubrir que aquel chico de expresión fiera y ansiosa fuera su hijo. Le dolió no haberlo siquiera reconocido hasta que no avistó la cicatriz de su barbilla. Lo primero que pensó fue que parecía cansado, muy cansado. Era joven, pero sus ojos, tan verdes como los de Estoico, parecían los de un hombre mucho más adulto que vivía atormentado. Era guapo, no cabía duda, aunque puede que siendo su madre no era la más objetiva. Su rostro estaba cubierto de pecas, como lo había estado el de su abuelo Carapota, aunque había heredado la porte y la altura de Lórien, pese a que Hipo estuviera quizás más fibroso de lo que su padre había estado nunca. Al principio no cayó que uno de sus pies era metálico y se preguntó cómo demonios lo había perdido. No le pareció coincidencia que el Furia Nocturna del que estaba tan preocupado —¿desde cuándo Hipo se llevaba bien con los dragones? ¡Tenía tantísimas preguntas!— le faltara también parte de su cola.
Como había esperado desde hacía veintitrés años, Hipo no la recibió con los brazos abiertos, pero cada palabra de rechazo que salió por su boca se sintió como si le clavaran astillas bajo sus uñas. La odiaba, no cabía duda. Ni siquiera la presencia de la bruja, cuya magia era tan poderosa como inestable, la que tan perfectamente coincidía con la visión que había tenido años atrás y con la descripción de Odín —había que ser imbécil para no darse cuenta de que esos dos estaban enamorados— parecía calmar la ira de Hipo.
Es más, ni siquiera la propia Valka, quien llevaba años mentalizándose de que aquello iba a pasar, era capaz de procesar lo que estaba pasando y de aplacar el rencor de su hijo por el que había sacrificado todo.
Fue torpe —e injusto— el desaprobar la relación con la tal Astrid. La bruja había intentado mediar entre ellos, calmar a Hipo y animarle a que se abriera con ella, pero entonces Hipo le confesó que Estoico había sido asesinado por una serie de eventos que Valka ni comprendió ni pudo conectar. Le habían hablado de que Isla Mema se había convertido hacía años en un lugar donde los dragones y los humanos convivían en paz, pero ahora el Archipiélago estaba dominado por una bruja que dominaba el cuerpo de la hija de Bardo Noldor y el caos y la muerte gobernaban las islas ahora. Estoico había sido asesinado en consecuencia de ello y ahora Hipo era un forajido junto con Astrid.
Y, pese a todo, lo único que podía pensar era que Estoico había muerto.
Hipo se lo había dicho sin ningún filtro, casi podría decirse que se lo había escupido en la cara. Por suerte, Astrid consiguió echar a Hipo de allí antes de que ella perdiera los nervios y rompiera a llorar desconsoladamente. La bruja intentó darle consuelo como pudo, pero no había nada que pudiera levantar el ánimo a Valka. ¡Estoico estaba muerto! Y todo lo que podía ver en su mente era el rostro de impotencia y dolor al verla marchar, engañado por una treta que los dioses la habían obligado a crear.
Astrid se marchó cuando Valka le suplicó que lo hiciera y se sentía tan abrumada por todo aquello que tuvo que tumbarse. Asaltanubes se acercó y la rodeó con su cuerpo para darle calor en un silencio sepulcral, pues temía que la bruja todavía los oyera. Se quedó dormida en un sueño tumultuoso que mezclaba pesadillas con visiones de buques de guerra, dragones y brujas. Se despertó cuando ya era de noche y se asomó a la ventana de su caverna para buscar a Hipo y a Astrid. Se horrorizó ante la visión del alfa hablando con ellos y temió que pudiera contárselo todo. El Bestibestia era sabio y tenía siglos de edad, pero Valka sabía que él no funcionaba a voluntad de los dioses y el dragón tenía la suficiente memoria y percepción como para recordar el aroma de Hipo y cantar todo lo que ocurrió la noche en la que le bautizó.
Aún no podía conocer la verdad. Ya no solo porque Odín se lo había advertido, sino porque ella estaba muy lejos de estar preparada para contárselo. Aquel definitivamente no era el famoso momento, ni para Hipo ni para ella. Es más, era muy probable que Hipo no fuera capaz de comprender su verdadera naturaleza ahora. Además, seguramente su magia ni siquiera había despertado, ¿por qué alterarlo más con eso?
Tan pronto intentó detener todo aquello, Astrid la inundó a las preguntas más inoportunas posibles. Necesitaban conocer la verdad sobre el nacimiento de Hipo. ¿Cómo demonios podían saber que había un secreto tras ello? Ella jamás contó nada a nadie, ni siquiera le dio los detalles a Eyra o a Asta, por tanto ellas no podían haberles revelado nada al respecto. Estaba tan agobiada que simplemente les ordenó que partieran al día siguiente y, en respuesta, Hipo le soltó que él también poseía magia.
Cuando vio la ardiente llama surgir en su mano de la nada y sintió aquella intensa magia resurgir desde él, Valka quería morirse. El hechizo de Asta se había roto a causa de una maldición que unía sus almas. Asta le había advertido que la magia de Hipo despertaría si estaba expuesto a un hechizo y no le extrañaba en absoluto que la influencia de la poderosa magia de Astrid hubiera acelerado el proceso. Sin embargo, cuando le mencionaron a Finn Hofferson se sintió en el límite. ¿Acaso Asta estaba detrás de todo ello? ¿Quería destruir a su hijo como quiso hacerlo años atrás? Quizás estuviera usando a Finn para matar a Hipo, a estas alturas podía esperarse cualquier cosa.
Valka no podía lidiar con todo aquello ahora.
Quería que se fueran.
Resultaba irónico, ¿no? Llevaba años esperando el reencuentro con su hijo y ahora no quería otra cosa más que su marcha. No podía soportar su mirada llena de odio, su desprecio y que le achacara —con razón— que los hubiera abandonado. El sentimiento de culpa era insoportable, le dolía tanto o más que cuando se marchó de Isla Mema.
No podía soportarlo.
Los ojos de su hijo estaban llenos de ira, de dolor y de decepción.
Si ella hubiera estado allí habría podido proteger personalmente a Hipo de todo peligro y habría hecho lo imposible por impedir el asesinato de Estoico.
Todo hubiera sido diferente.
A la mañana siguiente, Hipo y Astrid ya no estaban allí.
Valka no sabía si reír o llorar. Se sentía estúpida por haber reaccionado tan infantilmente ante un reencuentro del que llevaba preparándose mentalmente veintitrés años. También estaba asqueada consigo misma por sentirse aliviada de que ya no estuvieran allí. Incluso se había horrorizado ante el pensamiento de que si ellos no estaban allí el problema dejaba de existir e incluso podía fingir que todo aquello no había pasado.
—Soy una persona y una madre terrible —se lamentó Valka pocos días después de su marcha.
—No lo eres —le aseguró Asaltanubes con lástima—. Él tampoco te lo ha puesto fácil.
—Da igual, soy su madre, tendría que haber reaccionado mejor. ¡Por Odín! ¡Si ni siquiera me ha llamado «mamá»! ¡Para él no soy más que una desconocida que le abandonó! ¡Me odia!
—Yo no sé mucho de humanos, pero muchos dragones pasamos también por la fase de odiar a nuestros padres. Sé de alguno que incluso ha llegado a matarlos.
Valka lanzó una mirada de circunstancias al dragón y éste ladeó la cabeza preguntándose si había dicho algo malo.
—Tal vez debería ir a buscarlos y arreglar esta mierda. Quizás mi ayuda pueda serles de utilidad.
—Valka, tienes que ser paciente. Intenta hacerlo bien la próxima vez que vuelvan.
—Pero…
—Tu misión es proteger el nido. No puedes abandonarnos, lo prometiste.
La bruja hundió los hombros consciente de que tenía toda la razón. No podía irse, ya no solo porque debía cumplir con su promesa con Odín, sino porque los dragones dependían de ella tanto como del alfa. Valka los cuidaba, los curaba de sus heridas y les proporcionaba la protección necesaria de los tramperos que cada vez navegaban más al norte. No podía abandonarlos, ni siquiera por Hipo.
Por esa razón, esperó.
Se preparó mentalmente para su próximo encuentro, el cual se anunciaba cerca a través de sus visiones. Le consolaba de que, al menos, Hipo se viera más tranquilo pese a que el desprecio aún estaba presente en sus hermosos ojos.
Regresaron a inicios de junio, cuando estaban cerca del solsticio de verano. Ambos lucían agotados y les ofreció descansar antes de hablar, pero estaban impacientes de conocer las respuestas que, al parecer, llevaban tanto tiempo buscando. Así que Valka les contó toda su historia, desde el principio hasta ese mismo instante. Le sorprendió observar que su hijo tenía un rostro muy fácil de leer, algo que había heredado de su padre. No podía decirse lo mismo de Astrid, cuyo rostro se deformó ligeramente ante las menciones de Eyra y Asta Hofferson, pero no comentó nada al respecto ni a Valka le pareció oportuno interrumpir su relato para preguntar sobre ello.
Cuando por fin finalizó su historia, Astrid susurró algo al oído de Hipo y éste asintió con lentitud antes de que ella le diera un beso en la mejilla e hiciera un gesto a los dragones para que se marcharan con ella. Valka hizo lo mismo con Asaltanubes y éste se fue no muy convencido de que fuera prudente dejarle sola con él. Sin embargo, la expresión de Hipo, aún marcado por un cúmulo de emociones encontradas, era suave y su magia parecía ronronear tranquila dentro de él.
—Creo que te debo más de una disculpa —dijo él con suavidad.
—En absoluto —le aseguró ella nerviosa—. Yo… entiendo perfectamente tu rechazo. Probablemente yo habría reaccionado igual.
Hipo negó con la cabeza.
—Lo dudo, no tienes pinta de ser rencorosa —señaló su hijo.
Ella sonrió con tristeza.
—Hipo, yo…
—Antes de nada, tengo que decirte una cosa —le interrumpió él—. Papá está vivo.
Valka sintió que su corazón se paraba en ese mismo instante.
—¿Qué? —preguntó ella casi sin voz.
—No lo sabía cuando te dije que estaba muerto. Me enteré esa misma noche a través de una visión, pero no te dije nada porque… bueno, estaba demasiado enfadado contigo —argumentó él avergonzado—. No voy a excusarme, por eso he preferido decírtelo ahora antes de que hablemos de nada más, porque tengo muchas preguntas.
Ella asintió, aún sin creerse que Estoico estuviera vivo de verdad.
—¿Está bien? —preguntó ella.
—Sí, un poco sobrepasado por la situación del Archipiélago, pero está bien. También sabe lo de la magia.
Valka se llevó la mano a la boca.
—¿Y cómo ha reaccionado?
Hipo hizo una mueca.
—Aún lo está procesando.
—A tu padre nunca le ha gustado los cambios. En ese sentido siempre ha sido un cabezón.
Su hijo soltó una débil carcajada.
—Es un mal de los Haddock, aunque él alguna vez me ha dicho que la cabezonería la heredé de ti.
Valka puso los ojos en blanco e Hipo se rió.
—Tengo cosas que contarte también. Creo… creo que necesitas saberlas también, puede que necesite tu ayuda.
La bruja le observó expectante y él miró hacia atrás como si temiera que alguien pudiera escucharles. Valka frunció el ceño extrañada por su comportamiento. Hipo tragó saliva antes de hablar:
—Estoy desesperado y no sé qué hacer para ayudarla, pero Astrid está en el límite y temo que eso traiga consecuencias fatales para todos, sobre todo para sí misma. Gothi está en coma y necesitamos despertarla.
—¿Cómo que está en coma? —replicó Valka sin comprender—. Hipo, necesito que seas más claro, por favor.
—Mamá —la bruja sintió su corazón hincharse cuando escuchó por primera vez esa palabra salir de la boca de su hijo—. Astrid es la hija de Eyra y Erland Hofferson y necesito que vuelvas con nosotros a nuestro escondite para despertar a Gothi y así saber cómo murió realmente la familia Hofferson, ya que no me creo ni por un instante que una bruja tan poderosa como Asta Hofferson muriera a manos de los dragones. O una de dos, o esa mujer murió de otra forma o…
—¿O?
—O sigue viva en algún lugar del Archipiélago.
Xx
