Hola hermosas, muy buenas días, antes de iniciar a leer este capítulo les recuerdo que esta historia al igual que todas mis historias son para mayores de edad (21+) y para las personas que no se sienten incómodas con los temas de contenido adulto y con amplio criterio, esta escrita sin ánimo de ofender, es solo con fines de entretenimiento, así que recuerdo una vez más que es clasificación M, te pido de la manera más atenta y educada posible que si no tienes la edad suficiente para leer por favor retírate, de lo contrario eres bienvenida. Gracias por tu comprensión.

ENTRE CARTAS Y MENTIRAS

INICIO O FINAL

CAPÍTULO 45

La habitación estaba en completo silencio, en la repisa que adornaba la entrada estaba una antigua fotografía que mostraba a una chica rubia de ojos verdes tratando de alcanzar su sombrero mientras el aire había estado jugando con sus rizos y sus ropas, otra más donde tres pequeños rubios y sonrisa angelical se abrazaban felices a sus padres, unos ojos azules observaban con una gran sonrisa aquellas imágenes que habían sido tomadas una justamente frente a aquella habitación que él ocupaba, y la otra en su otro lugar favorito, aquel lugar donde había conocido al amor de su vida, unas lágrimas de nostalgia recorrían su rostro.

-¿Cómo se encuentra? - Preguntó con su voz que a pesar de ser ya la de una persona madura no perdía su sensualidad.

-Lo siento papá. – Respondió Alexander con pesar a la pregunta que su padre le había hecho. Alexander había crecido y ahora era un adulto hecho y derecho, había formado su propia familia y era padre de tres atractivos jóvenes, al igual que su padre no había tenido la dicha de tener una niña. Se había convertido en médico y ahora era el encargado de valorar la salud de su madre quien tenía días en cama y no mostraba señales de mejoría.

Anthony sintió que la fuerza de su corazón se debilitaba al escuchar aquella respuesta, buscando en los ojos de su hijo una esperanza por más mínima que fuera para que le dijera que había una mínima posibilidad de recuperar la fuerza del amor de su vida.

-No te preocupes hijo. – Dijo con una sonrisa cargada de tristeza, sabía que su hijo no era el responsable de ello, por el contrario era el que más empeño había puesto para devolver la salud y la conciencia de su madre, sin embargo contra el tiempo no se podía luchar y aquella pecosa que una vez tuvo sus cabellos rubios que ahora se habían tornado blancos había vivido con intensidad cada uno de los años que habían pasado juntos, lo mismo que él que había disfrutado a su lado cada uno de los momentos de felicidad que ella le había regalado.

Alexander salió de la habitación incapaz de no sentir dolor en su alma, dejando solo a su padre para que acompañara a aquella que le había dado la vida, a aquella mujer que le había enseñado que lo más importante en la vida era precisamente eso la vida misma y vivirla, ser feliz e intentar buscar siempre la felicidad con optimismo y buena cara.

-¿Cómo está? – Preguntó Andrés y Adrián en cuanto vieron salir a su hermano de la habitación de sus padres. Alexander negó y por fin comenzó a llorar como un chiquillo desprotegido, sintiéndose perdido por la inminente próxima partida de su madre.

-¿Tan mal está? – Preguntó Andrés y Alexander asintió. - ¿No se puede hacer más? – Preguntó impaciente.

-Con el tiempo no se puede hacer nada. – Respondió Adrián, como siempre era el menor pero a veces era el que más comprendía esas situaciones, había heredado el optimismo de su madre. – Nuestra madre fue muy feliz al lado de nuestro padre. – Dijo un tanto conforme con haberlos tenido tanto tiempo a su lado, los tres ahora eran hombres adultos, habían vivido una niñez, adolescencia, juventud y ahora una madurez muy feliz, habían sido apoyados en todo momento por aquella pareja que los había engendrado, los habían hecho feliz, los habían amado, los habían educado de la mejor manera posible logrando lo que su padre siempre había deseado en su juventud "Mejorar a los Andrew".

-Tienes razón hermano, tuvimos a los mejores padres. – Dijo Alexander seguro de ello, sonriendo y suspirando al mismo tiempo para dar la razón a las palabras de su hermano menor.

-¿Mi abuelita no está bien? – Preguntó uno de los hijos de Alexander, un joven que era el vivo retrato de Candy, incluso con las pecas que este poseía.

- Lo siento hijo. – Dijo Alexander con una mueca de dolor.

-No te preocupes papá, ella estará bien. – Dijo el menor de sus hijos, de pronto todos los nietos de la pareja Brower se acercaron para abrazarse entre sí, sabían que su abuela estaría bien ella siempre les había enseñado con una sonrisa que la vida a pesar de todo era maravillosa y ella así la había vivido. Nueve nietos varones había tenido la pareja y solo Andrés había tenido una hija siendo diez en total, la única que había heredado los ojos azules de su abuelo y las pecas de su abuela, tenía sus rizos envueltos entre su peinado y la sonrisa tierna de Anthony y a la vez pícara de Candy, era una joven hermosa y al igual que su abuela captaba las miradas de los jóvenes que la rodeaban.

Anthony se acercó a la cama para sentarse cerca de su esposa, Candy al sentir que la cama se hundía a su lado, abrió sus verdes ojos para sonreír con ternura a aquellos ojos azules que la veían con amor, él correspondió a su hermosa sonrisa, viendo a través de aquellas arrugas a la misma dama que lo había enamorado, el seguía viendo su rostro blanco y liso, sus pecas habían desaparecido con el paso del tiempo y el escaso sol que ahora tostaba su piel, sin embargo él las seguía observando en ella, sus hermosos ojos seguían manteniendo aquel brillo que lo había enamorado, a pesar del tiempo la inocencia y pureza de su mirada se mantenía firme en ella.

-¿Cómo te sientes? – Preguntó Anthony con melancolía, intentando ocultar el dolor que sentía por su posible pérdida.

-Bien. – Respondió como siempre con una sonrisa, obligando a Anthony a sonreírle también. – Si estoy contigo, siempre estoy bien. – Dijo se nuevo Candy ante la sorpresa de su esposo, tenía días que no reconocía a nadie y minutos atrás había desconocido a su hijo confundiéndolo con él una vez más, sin embargo a pesar de todo a él nunca lo desconocía, pero veía en sus tres hijos a su amado Anthony, a los cuatro los llamaba de la misma forma y les decía cuanto amaba a su príncipe de las rosas, provocando que los jóvenes continuaran con aquella confusión que ella tenía, ninguno tenía el valor de contradecirla al ver la felicidad que desprendían sus esmeraldas cuando los veía.

Anthony le sonrió y besó sus labios una vez más, con la misma ternura con la que la había besado por primera vez.

-Me alegra que estés bien mi amor. – Dijo con una sonrisa, tratándola como si todo estuviera bien.

-Estaba pensando… - Dijo de nuevo a su esposo.

-¿En qué? – Preguntó Anthony para animarla a continuar al ver que había mantenido una pausa.

-En que no tengo nada que ponerme para el baile. – Le dijo de pronto y Anthony sintió un nudo en la garganta.

-Cualquier cosa que uses se verá hermosa en ti. – Dijo en respuesta.

-Lo mismo me dijo Dorothy. – Dijo Candy. Anthony sonrió al recordar a la mucama que un día había trabajado para ellos. – Pero es un baile muy elegante. – Dijo de nuevo la rubia al parecer hablaba de su primer baile en Lakewood.

El silencio reinó en la habitación, aquella en la que la había hecho mujer por primera vez, a pesar del tiempo se había mantenido casi intacta en su decoración, hasta la puerta que separaba a la habitación contigua seguía en su lugar, solo que ahora ya no se mantenía bajo llave.

-¿Qué sucede amor? – Preguntó de pronto Candy al ver que su príncipe de las rosas tenía los ojos derramando sus lágrimas. Anthony se sorprendió con aquella pregunta ya que de pronto había cambiado la manera de hablarle.

-Nada preciosa. – Le respondió intentando mostrar naturalidad en su voz. Candy sonrió y se sentó en el lecho ante la sorpresa de Anthony, quien la miraba sorprendido porque tenía días que no la había vuelto a ver de esa manera. El semblante de Candy había cambiado, su mirada estaba más brillante y su ánimo de pronto se había renovado.

-No llores mi príncipe. – Le dijo Candy a su esposo mientras con sus manos acariciaba su rostro, admirándolo con detenimiento, observando que a pesar de las marcas inevitables que dejaba el tiempo en él seguía siendo el hombre más guapo que conoció a lo largo de su vida.

-No estoy llorando. – Le respondía una vez más. – Es exceso de felicidad lo que me brota del alma. – Siempre le decía lo mismo cuando él estaba emocionado por algo.

-Ese exceso de felicidad que tú tienes es lo mismo que me has hecho vivir todos estos años a tu lado. – Le dijo acercándose más a él para que la cobijara en sus brazos. Anthony hizo lo que ella le pedía con su cuerpo y la atrapó en su pecho sintiendo como su corazón volvía a latir ilusionado una vez más, feliz de tenerla a su lado y de compartir una vez más un abrazo tan cálido como ese, uno que creyó minutos atrás que ya no volvería a sentir. - ¿Y los muchachos? – Preguntó con curiosidad. Anthony la observó no sabiendo qué responder ya que no podría asegurar en que tiempo estaba ubicada.

-Están abajo con los demás. – Dijo el ojiazul en respuesta, arriesgándose para hablarle en su presente.

-¿Esperándonos? – Preguntó sorprendida volteándose a ver que aún se encontraba en camisón. - ¿Y por qué estoy en cama? – Decía intentando levantarse de la cama.

-¿Qué haces pecosa? – Preguntó con cariño su esposo, sonriendo por la acción tan repentina de su esposa, sin embargo tenía un poco de preocupación por ella. – No has estado bien estos días. – Decía ya más serio cuando vio que realmente la intención de ella era la de bajar con los demás.

-¡Tonterías ya me siento bien! – Decía Candy haciendo a un lado las sábanas ante la mirada seria de Anthony, la cual se fue suavizando como siempre cuando se encontraba con los verdes de ella. – ¡Sigues siendo tan guapo! – Le dijo de pronto provocando una sonrisa pícara en Anthony.

-De todas formas no me vas a convencer. – Dijo cruzándose de brazos como solía hacerlo cuando ella trataba de salirse con la suya, no funcionaba pero lo intentaba siempre. Candy sonrió pícara, sabía lo que hacía, ese siempre había sido su juego y a pesar de que su matrimonio había sido casi perfecto esas eran las pequeñas discusiones que tenían uno y otro, no solo era discutir quien iba arriba y quien iba abajo, sino que Anthony siempre tenía que retar a Candy por el poco cuidado que tenía ella misma con su salud y cuando ella caía enferma y él se quedaba a cuidarla siempre, ella intentaba saltar sus cuidados y continuar como si nada pasara y en ese momento ella estaba haciendo precisamente eso.

-¿Seguro? – Le sonrió coqueta, sabía que siempre lo convencía con un beso o una caricia. Anthony sonrió al ver que su esposa se acercaba a él para besarlo, ¿quién era para decir que no? Siempre disfrutaba sus besos y tenía ganas de volver a sentirla en sus labios después de días de no haberlo hecho. Anthony asintió seguro para seguir el juego, cuando sintió los labios de su esposa en los suyos, se dejó llevar por aquel cálido contacto que tanto disfrutaba y la tomó por la cintura para continuar con aquella demostración de amor que tanto le fascinaba y que quería aprovechar por más tiempo.

-¿Lo ves? – Preguntó traviesa mientras caminaba hacia el vestidor para poder estar presentable para sus hijos.

-¿A dónde vas? – Preguntó Anthony al ver que ella lo liberaba para comenzar a vestirse.

-Los muchachos nos esperan. – Dijo Candy en respuesta. Anthony la observó con curiosidad.

-Pueden subir a verte. – Le dijo tranquilo.

-¡Por supuesto que no! – Respondió la rubia de inmediato. – A ti no te gusta que nadie suba a nuestra habitación. – Dijo de nuevo, recordando que al rubio no le gustaba que nadie entrara cuando estaba soltero.

-Sabes que los muchachos siempre se pasaban por esa puerta. – Respondió con gracia. Candy sonrió sabiendo que eso era verdad, ya que la habitación que un día ella había ocupado cuando llegó por primera vez a la casa de la playa la habían ocupado cada uno de sus hijos en su momento y cuando tenían miedo siempre atravesaban la puerta que comunicaban las habitaciones para poder protegerse entre ellos, resultando noches que amanecían los cinco juntos hechos bola en la gran cama que había en aquella elegante habitación.

-¿Me vas ayudar a vestir o no? – Preguntó Candy con travesura y Anthony de inmediato se fue a ayudarla, despojándola de su bata para ayudarle a poner un vestido que la hiciera presentable para los demás. Anthony no podía evitar mirarla, seguía amando a su esposa y si no fuera por su enfermedad y sus años volvería a amarla con la misma intensidad que lo había hecho la primera vez, pero su amor había trascendido más allá de lo sexual y el deseo ya no era lo primordial en su relación, eso aunado a que ella no estaba bien de salud había mermado su intimidad semanas atrás. – No me veas así. – Le dijo Candy con su mirada coqueta.

-¿Así como? – Preguntó Anthony de la misma forma, siempre le había gustado ese juego que tenía cuando estaban solos en su cuarto.

-Así como si fuera una jovencita. – Dijo en respuesta.

-Para mí siempre serás una jovencita. – Dijo abrazándola por la cintura para perderse en sus ojos una vez más. Candy le sonrió y de nuevo besó sus labios.

-Vamos, no debemos hacerlos esperar más. – Dijo Candy tomando a su esposo de la mano y dirigiéndolo a la salida de la habitación para comenzar a bajar lentamente por las escaleras.

-¿No prefieres bajar por el elevador? – Preguntó Anthony preocupado por la salud de su esposa, aún la veía sorprendido por la manera en la que había reaccionado de pronto, no estaba tan seguro si ella podría bajar o si su hijo los retaría a ambos por su imprudencia, pero la energía de Candy por alguna extraña razón se había renovado y estaba como si nada hubiera pasado y en ese momento era de nuevo la mujer con fuertes bríos que siempre había sido. Candy sonrió por su sugerencia.

-Por hoy vamos por la escalera como la primera vez. – Le dijo con una sonrisa enamorada. – Quiero recordar la primera vez que me llevabas del brazo cuando bailamos nuestro primer vals. – Anthony le sonrió sabiendo que nunca había podido decir que no a sus ojos verdes, ni a aquella sonrisa que le dedicaba.

Mientras bajaban por aquellas escaleras un viejo vals comenzó a resonar en su cabeza mientras a su lado veía al joven de catorce años que un día la había enamorado, sus ojos lo veían con la misma ilusión con la que lo había visto aquella primera fiesta a la que había asistido hace casi ochenta años. Parecía imposible que todos esos años hubiesen pasado y que a pesar del tiempo transcurrido sus cuerpos se habían mantenido en buena forma, ambos seguían ágiles, delgados, Anthony sobre todo que su cuerpo se había mantenido en forma por los hábitos que tenía, seguía cabalgando y practicando esgrima con sus nietos a pesar de que siempre le decían que era un deporte pasado de moda.

Cada paso que daban por aquellas escaleras les recordaban los años que habían pasado juntos, cada década que pasaba les recordaba una y otra vez que era un ciclo más en el que se habían amado, generaciones habían ido y venido, sus hijos habían nacido, crecido y partido para hacer sus familias y sus nietos habían nacido, crecido y algunos de ellos comenzaban también a hacer sus vidas, reían con las ocurrencias de sus abuelos y sobre todo se maravillaban con el amor tan infinito que su abuelo mostraba por su abuela y la devoción con la que ella regresaba aquel amor, siempre juntos, siempre unidos. No hubo viaje que no recorrieran juntos, no hubo dolor que no atravesaran juntos, a pesar de todo, de contratiempos, y alguno que otro mal entendido, todo era insignificante cuando uno y otro terminaban en la noche en su alcoba de nuevo todo volvía a la normalidad, aunque a veces era un pretexto para hacer más interesante la velada.

-¡Mamá! – Dijo Alexander quien fue el primero que captó la presencia de sus padres al pie de la escalera, ya habían bajado ambos cuando se dio cuenta de su llegada.

-¡Mamá! - Dijeron los otros dos rubios cuando vieron a su madre bajar del brazo de su padre.

-¡Abuela! – Fueron los gritos que se escucharon casi de inmediato cuando los demás captaron lo que el mayor de los Brower decía.

-¿Qué sucede? – Decía Candy sorprendida por el recibimiento que le habían dado sus hijos y sus nietos, quienes corrían rápidamente hacia donde ella estaba. – Parece como si tuvieran años de no verme. – Decía la rubia un tanto confundida por la presencia de todos, ya que no era ni navidad, ni año nuevo, ni mucho menos su cumpleaños para que todos estuvieran reunidos, la rubia no tenía conocimiento que llevaba más de una semana en cama.

-¿Qué no le dijo su médico que no podía estar de pie señora bonita? – Preguntó Alexander con amor, pero a modo de reprimenda por el atrevimiento de su madre, sin dejar de ver también a su padre con cierto reclamo en su mirada, sin embargo al ver la mirada de su madre vio algo diferente esta vez.

-¿Y que no te ha dicho tu madre que a pesar de que seas un excelente médico y un cirujano reconocido para mí seguirás siendo el pequeño principito que llegó a comenzar mi familia? – Dijo Candy con la mirada puesta en su hijo haciéndole ver que estaba en perfecto estado de salud y que lo reconocía de nuevo. Alexander sonrió feliz por aquella reacción, volteó a ver a su padre y Anthony le sonrió con alegría y a la vez con una mirada acuosa que su hijo supo comprender muy bien, los ojos azules de Alexander se nublaron por las lágrimas.

Andrés y Adrián se acercaron también a su madre felices de escuchar que ella había reconocido al mayor y que ya no le decía Anthony, querían saber si también los reconocería a ellos.

-Hola mis amores. – Les dijo la rubia con una linda sonrisa, ambos tenían los ojos verdes unas cuantas pecas pero eran igual a su padre también.

-Hola mamá. – Dijeron ambos abrazándose Candy a ellos mientras estos la besaban y abrazaban sin poder contener sus lágrimas.

-¿Por qué lloran Andrés…? ¿Adrián…? – Preguntaba la rubia un tanto desconcertada. Ambos se pusieron felices porque ella los había reconocido.

-¿Nos reconoces? – Preguntó Andrés emocionado.

-¿Pero qué estás diciendo? ¡Por supuesto que los reconozco! – Dijo Candy un poco ofendida. – ¡Estoy vieja pero no es para tanto! – Dijo con un poco de gracia poniendo sus manos en su cadera a modo de reclamo, mientras los demás se reían por su comentario.

-Tú nunca estarás vieja amor. – Le dijo Anthony abrazándola por los hombros. – Para mí siempre serás la pequeña pecosa que llegó un día al portal de las rosas para quedarse a vivir a mi corazón. – Candy sonrió enamorada una vez más, mientras los demás sonreían por aquel comentario que habían escuchado tantas veces de los labios del patriarca de los Andrew.

-Y para mí siempre serás el hermoso ángel que reconfortó mis lágrimas y llenó mi corazón de amor y alegría. – Decía Candy mientras se dejaba guiar por su amado príncipe de las rosas al salón principal para tomar asiento y poder así disfrutar a toda su familia.

Las esposas de sus hijos y sus nietos caminaban detrás de los representantes de la familia, ambos habían quedado a cargo de los Andrew dos décadas atrás cuando Albert y su esposa se declararon incapaz de continuar con el cargo, ambos cansados de tantos viajes y responsabilidades decidiendo retirarse para vivir sus últimos días en completa tranquilidad y al no haber tenido hijos hombres aquella responsabilidad recayó en Anthony quien a pesar de haber estado siempre al lado de su tío siempre lo vio como la máxima autoridad de la familia hasta que ocho años atrás había dejado de existir a sus noventa años.

Stear era otro que había partido una década atrás, su salud se fue deteriorando por la cantidad de químicos que usaba para sus inventos y no pudo evitar que estos le afectaran, dejando a su adorada Patty y a sus dos hijos ya casados, sin embargo le había tocado conocer a sus nietos y convivir con ellos. Patty seguía viviendo en Chicago junto a Archie y Annie, quienes por su edad ya no viajaban pero seguían manteniéndose en contacto con ellos y ambos estaban también al pendiente de la salud de la matriarca de los Andrew, la ventaja que ahora los teléfonos móviles comenzaban a aparecer y podían llamarlos más a menudo que cuando eran unos jovenzuelos.

-¿Cómo han estado? – Preguntó Candy a sus nietos quienes se sentaron como cuando estaban pequeños a su alrededor, Candy los observaba con amor mientras seguía sosteniendo las manos de su esposo, quien no quitaba su vista de encima de ella pendiente de sus reacciones.

- Muy bien abuela, hemos hecho muchas cosas. – Decían los chicos emocionados, puros hombres, el mayor de los nietos tenía poco de casado y pronto tendría a su primer hijo, el cual también sería varón, manteniendo con ello el apellido Brower a la cabeza ya que sus facciones eran las de la esposa de Alexander. Candy esperaba ilusionada a su primer bisnieto ya que esperaba conocerlo.

-¿Y tú Antonella? – Preguntó Candy a su única nieta, la chica era una joven igual de hermosa que su abuelo, con los rizos y las pecas de Candy, su alegría y su manera tan espontánea de hablar.

-Antonella tiene un pretendiente que la tiene de cabeza. – Dijo uno de sus hermanos.

-¿Pretendiente? – Preguntó Andrés algo celoso, era el único que había tenido una niña y por consecuencia se había convertido en la consentida de todos tanto de sus abuelos como de sus tíos, primos y hermanos y era muy cuidada por todos.

-¿Pretendiente? ¡Estás loco! – Respondió la joven ofendida. – Además yo estoy muy joven para tener novio, aún tengo que terminar mi carrera y sobre todo viajar mucho como mi abuelita y mi abuelito. – Dijo la joven con gracia. – Además él es un engreído y un arrogante. – Dijo haciendo un gesto que provocó que Anthony recordara a su pecosa de joven. Todos comenzaron a reír y Candy recordó aquellas palabras que un día ella había utilizado con Terry.

-Además Alan se pone muy celoso con ese chico. – Dijo Andrés, quien sabía bien que el nieto de Archie estaba pretendiendo a su hija desde que eran unos niños, y si había que irle a un pretendiente para su hija que mejor que el nieto de su tío.

-Eso es verdad. – Dijo Antonella completamente sonrojada, ella sabía bien que Alan estaba enamorado de ella y ella de él desde que eran niños. – Además Terruce no hace más que reírse de mí todo el tiempo, sobre todo de mis pecas. – Dijo la joven.

-¿Terruce? – Preguntó Candy, llamándole la atención aquel nombre que hacía tiempo no había vuelto a escuchar. Anthony también puso atención a ello. – Hace tiempo que no escuchaba ese nombre. – Dijo la rubia y Anthony le sonrió, él tampoco lo había vuelto a escuchar.

-Lo sé es un nombre muy chistoso. – Dijo la joven. – Pero le pusieron así en honor a su difunto abuelo, un actor que murió arriba del escenario. – Dijo la joven de nuevo.

-¿Terruce Grandchester? – Preguntó Anthony y la joven asintió.

-¿Lo conocen? – Preguntó Antonella sorprendida.

-Conocimos a su abuelo. – Dijo Candy con una sonrisa. Anthony tomaba su mano sonriendo también a su nieta. Ella conocía la historia hacía tiempo, cuando ambos se enteraron de la trágica muerte del actor, quien decían que había vivido como había querido y muerto haciendo lo que más amaba.

-Estuvo enamorado de su abuela. – Dijo con cierta gracia.

-¡Anthony! – Dijo Candy sorprendida.

-¡Es la verdad! Pero ¿Quién no se enamoraba de ti amor? – Preguntó orgulloso por la manera en la que su esposa había conquistado a tanto caballero en su juventud. – Todos nos enamoramos de tu belleza y de tu noble corazón. – Dijo atrayéndola más hacia su cuerpo.

-¿Entonces la abuela era una rompecorazones? – Preguntó uno de los nietos con gracia.

-¿Qué no has visto las fotos de la abuela de joven? – Preguntó otro. - ¡Era bellísima! – Dijo sincero.

-Es… es bellísima. – Dijo Anthony corrigiendo a su nieto. Candy le sonrió con dulzura.

-Y tú sigues siendo un perfecto caballero, guapo y elegante. – Le dijo Candy, mientras sus hijos y nietos los miraban con ternura. Un beso tierno llegó con aquellas palabras, mientras todos sonreían por aquella demostración de amor que para ellos era muy tierna. Después se dirigió a su nieta y la miró con amor. – Antonella, lo más importante es que identifiques a quien amas realmente para que no lastimes a alguien con tus decisiones. – Dijo serenamente.

-Lo sé muy bien abuela, yo no quiero aún ponerme de novia y sé de los sentimientos de Alan. – Dijo un tanto tímida por estar descubriendo sus sentimientos ante toda su familia.

-¿Y tú que sientes por él? – Preguntó Anthony mirándola fijamente. Los colores de Antonella se subieron de nuevo a su rostro, coloreándose de inmediato en un furioso color rojo. Anthony comenzó a reír por aquella reacción y los demás lo siguieron. – Entiendo hija, lo único que yo te puedo decir es que te quedes con el que hace que tu corazón se detenga cuando lo observas. – Dijo sin dejar de ver a Candy. – Que elijas al que hace que tu respiración se quede suspendida en el aire y que no sientas la noción del tiempo cuando miras sus ojos. – Dijo con una sonrisa.

-Quédate con el que haga sentir que eres la única mujer en el mundo, con el que hace que todo alrededor parezca insignificante, con el que te robe el aliento con solo mirarte y con el que te demuestre que tú eres siempre lo primero para él. – Dijo Candy sin romper la mirada que compartía con su adorado príncipe de las rosas.

-Pero sobre todo. – Dijo Andrés a su hija. – Quédate con el que te mire como tu abuelo mira a tu abuela. – Dijo su padre observándola con mucho amor. Candy y Anthony se voltearon a ver nuevamente sorprendidos, sin ocultar el amor que se seguían profesando uno al otro.

-En eso tiene razón tu padre. – Dijo Alexander a su sobrina. – Ahora los jóvenes solo piensan en diversión. – Habló con sabiduría, demostrando que había heredado la inteligencia de su padre.

-No te preocupes tío, creo saber lo que me dicen. – Dijo poniéndose de nuevo con su rostro totalmente colorado.

-Creo que Alan es el ganador. – Dijo Adrián causando que la pobre chica volviera a sonrojarse.

-¡Tío! – Dijo completamente tímida por el comentario de su tío, mientras que sus abuelos, y toda su familia reían emocionados por aquella pareja que pensaban sería hermosa, por fin un Cornwell se uniría a una Brower.

La familia siguió compartiendo hasta muy tarde, todos felices por la recuperación tan espontánea que había tenido Candy después de tantos días en cama, sin embargo Anthony y Alexander seguían observándose preocupados, ambos sabían que cuando una persona llegaba a lo último de su camino, siempre había una oportunidad para despedirse de lo que más amaban.

Regresaron a su habitación por el elevador para no cansar más a la rubia, mientras Alexander les decía a su familia que lo más probable era que su madre pronto dejara de existir, ella ya era una mujer mayor al igual que él y sabía que la vela que alumbraba el camino de su madre se estaba extinguiendo.

-¿Estás seguro papá? – Preguntó su hijo mayor. Alexander se había casado ya "grande" porque había decidido primero terminar sus estudios de medicina y su hijo mayor al haber seguido sus pasos también se había casado grande y apenas estaba a la espera de su primer hijo.

-Tú sabes bien que sí hijo. – Dijo de nuevo el mayor a su primogénito. Aquel hombre tan guapo como su abuelo y su padre asintió ante las palabras de su papá.

Candy y Anthony caminaban por el pasillo que los llevaba a la habitación y al entrar a ella Candy lo miró con picardía.

-¿Recuerdas la primera vez que atravesaste esa puerta? – Preguntó una vez más, siempre que podía hacia la misma pregunta a su esposa quien bromeaba con él porque decía que ella había sido la primera en convencerlo.

-Como si fuera ayer. – Respondió Candy con sus memorias frescas. Sus manos se posaron en su cuello mientras las manos de Anthony la sujetó por la cintura, a pesar de que sus estaturas habían cambiado, seguían teniendo la misma distancia entre ellos.

Algo sucedió aquella noche, Anthony y Candy de pronto volvían a ser los jóvenes que se habían amado en aquella habitación y juntos se recostaban en la cama, la pasión había despertado en sus experimentados cuerpos y procedieron a amarse dulcemente, ya no con la pasión e intensidad de antes, sin embargo la dulzura y la ternura con la que lo hicieron marcaba ahora el ritmo que habían seguido en sus años dorados.

-¡Te amo pecosa! – Decía Anthony sintiendo el placer recorrer una vez más su cuerpo. Sus ojos no veían los cabellos blancos de Candy, sino sus rizos dorados, no veían la piel marchita por el tiempo, sino la lozanía y la suavidad de su juventud. Candy no veía las marcas de sus ojos azules pare ella seguía viendo al joven hermoso que la había convertido en mujer, su cuerpo para ella perfecto, ambos habían envejecido juntos y ambos se habían amado y disfrutado en cada una de las etapas de su vida, avanzando siempre juntos, de la mano, amando en lo que se habían convertido por el pasar del tiempo.

-Te amo mi eterno príncipe de las rosas. – Decía Candy enamorada sintiendo como su cuerpo reaccionaba a la estimulación que recibía de su esposo.

El cuerpo de Candy volvió a recibir aquella descarga eléctrica que hacía tiempo había olvidado su cuerpo, mientras Anthony llegaba a la cumbre máxima del placer junto con ella, cerrando ambos los ojos para llegar a la cima al mismo tiempo, el cuerpo de Candy estalló junto a su esposo y poco a poco comenzó a perder su fuerza al relajarse y quedar recostada sobre su cama. Anthony sintió como se fue desvaneciendo poco a poco debajo de él, él observó a su novia, a su pecosa, a su pequeña cerrar los ojos para no abrirlos nunca más.

El dolor que fue para él aquella pérdida no lo hizo volverse loco de dolor. Lloró en silencio su partida, la había amado por última vez, y la había vuelto a hacer feliz hasta el último minuto de vida y eso era algo que agradecía. Se levantó de la cama y comenzó a vestirla con dulzura y paciencia, sin dejar de derramar una lágrima por su pérdida, colocándola de nuevo en su lecho cual princesa de cuento de hadas, se sentó junto a ella para llorar en silencio y en privado su dolor, mientras esperaba que los rayos del sol entraran por aquellas enormes ventanas.

Avisó a sus hijos de la partida de su madre temprano por la mañana y a pesar de que todos lo esperaban no pudieron evitar sufrir su dolor, llorando todos por aquella pérdida que sería irreparable para los Brower-Andrew.

-¿Estás bien papá? – Preguntó Alexander a Anthony una vez que habían llegado del sepelio. Anthony asintió con tristeza, comenzando a subir las escaleras con cuidado. Nadie fue capaz de interrumpir su dolor, todos lo observaban triste cuando iba subiendo poco a poco.

-¿Crees que estará bien papá? – Preguntó el menor de sus hijos.

-No lo sé hijo. – Dijo Alexander suspirando preocupado.

-Démosle tiempo. – Dijo Andrés sin dejar de observar al elegante hombre que se perdían en el pasillo de su habitación.

-Tienen razón, ha perdido al amor de su vida, es normal que actué así. – Dijo Adrián.

Anthony llegó a su habitación y sus lágrimas comenzaron a recorrer su dulce rostro, mientras con sus bellos y tristes ojos azules comenzó a recorrer aquella habitación que estaba llena de recuerdos, observó los detalles que había en aquel lugar, su lugar, aquel que habían iniciado juntos aquel verano en el que él la había amado por primera vez.

-Creo que ya es tiempo pecosa. – Dijo el ojiazul al viento, hablándole a la nada, más sin embargo para él le hablaba a su pecosa, aquella que se había convertido en su eterna compañera y que en esos momentos solo como un sueño se presentaba en su vida.

Anthony se recostó en la cama sumido en sus recuerdos, observando en ellos una y otra vez su vida pasar por su mente, desde el primer día en el que la había visto, porque para él después de la muerte de su madre su vida había iniciado cuando la conoció a ella. El viejo vals que ya no se escuchaba en la actualidad comenzó a tocar una vez más en su cabeza, sonaba una y otra vez mientras recordaba cómo había bailado por primera vez con ella aquella noche antes de primavera y que había sentido que flotaba entre las nubes.

Sus ojos se fueron cerrando poco a poco y las fuerzas lo fueron abandonando, terminando rendido en la cama mientras el cielo comenzaba a cerrarse.

-Hola. – Escuchó de pronto, abrió sus ojos de nuevo y sonrió cuando encontró a la dueña de esa voz.

-Te estaba esperando. – Respondió el rubio con una sonrisa.

-Lo sé. – Dijo la rubia que le extendía una mano, el vals en el fondo sonaba más fuerte. Ella le extendió su mano y él la tomó para levantarse de su cama, dejando en ella los años vividos.

Atrás había quedado el dolor y la soledad que sintió en esas horas, atrás quedaba el movimiento lento y pausado que iba teniendo su cuerpo con el paso de los años, se sentía de nuevo joven y fuerte, se sentía más vivo que nunca y sobre todo una vez más se sentía completo al tener a su pecosa a su lado.

-Te amo Candy. – Dijo Anthony a su amada pecosa.

-Te amo Anthony. – Le dijo ella ofreciendo su boca para que el la tomara una vez más.

-No podía dejarte ir sola. – Le dijo con dulzura.

-Es hasta que la muerte nos separe. – Le dijo traviesa.

-Ni eso nos pudo separar amor. – Le dijo mientras comenzaban a caminar a la salida de la habitación para recorrer una vez más las escaleras que habían bajado la noche anterior, solo que esta vez lo hacían jóvenes de nuevo, habían dejado los años en otro plano y en ese volvían a ser los jóvenes amantes que se habían enamorado siendo unos pequeños.

Su eterno vals sonaba de nuevo, su sonrisa era la de una joven enamorada y la de él un joven enamorado, sus miradas habían recuperado su brillo y sus cuerpos comenzaban a danzar en medio del salón principal de la mansión de la playa.

-¿Escuchan eso? – Preguntó Adrián.

-¿La música? – Preguntó Alexander.

-¿Qué música? – Preguntó Andrés. - ¿El vals de nuestros padres? – Preguntó sorprendido, todos salieron del salón del té para ir hacia donde escuchaban la música, sin embargo no había nada afuera del salón simplemente una brisa con olor a rosas los cubrió en su paso por aquel lugar.

-¡Papá! – Dijo Alexander sintiendo en ese momento una corazonada. Todos lo siguieron de inmediato, parecían una marcha de caballeros subir las escaleras.

-Estarán bien. – Dijo Candy con una sonrisa a su príncipe.

-Lo sé. – Respondió el rubio con una sonrisa dulce a su amada, mientras la invitaba a seguir con su eterno baile.

La música continuó de fondo, el baile iniciaba de nuevo, el amor perduraba por siempre y las sonrisas y miradas que ellos se dedicaban seguían siendo profundas y cargadas de amor, mientras que las otras generaciones lloraban la partida de aquellos sus seres tan queridos, estos bailaban felices celebrando su reencuentro una vez más.

FIN

Hola hermosas, hasta aquí se termina esta historia, la más larga que he escrito hasta el momento, una historia que a pesar de que no tuvo tantos seguidores como las anteriores puedo decirles que la amé tanto como ellas. Es una historia que hizo brotar en mi de nuevo sensaciones nuevas por esta pareja y que despertó también emoción al escribirla y describir nuevamente un amor entre ellos. Gracias a las personas que la añadieron a sus favoritos, gracias a las personas que la siguieron sin falta y que estuvieron al pendiente de su actualización. Gracias por las lectoras de Estados Unidos en las que se reflejó un aumento considerable en el número de lectoras, tan es así que dejaron abajo a México y Colombia que eran los dos países que siempre estaban fuerte en el número de lectoras, gracias a cada uno de los países que a pesar de que hablan otro idioma diferente al mío pueden leerla. Gracias a las que siempre me dejaron un comentario y a las que me dejaron diez por el mismo capítulo, gracias por querer mantener con ello mis ganas de escribir. Agradezco su lealtad en cada momento. Les mando un fuerte abrazo a cada una de ustedes, no necesito decir sus nombres porque cada una de ustedes saben quien es, espero continúen conmigo a lo largo de la otra historia. Les deseo lo mejor a cada una de ustedes, gracias por sus bendiciones y buenos deseos.

Sinceramente

GeoMtzR. (Esta historia la inicié en mi cumpleaños y a un poco más de cuatro meses llega a su desenlace.) 18/03/2021.