¡Holi!

Nuevo capítulo por fin. Por supuesto, no esperéis que sea como el anterior, aunque tiene escenas bastante… intensitas, si entendéis lo que quiero deciros.

Quería daros las gracias por la acogida de la historia de Valka. Me emociona mucho que os haya gustado tanto y que hayáis recibido esta versión de la historia con tanto amor. Escribir a Valka fue un descubrimiento, casi tan bueno como lo fue escribir a Brusca. La verdad es que estoy muy abrumada por vuestras reviews, que no han sido menos que preciosas y me habéis hecho hasta llorar. Así que, gracias, en serio.

Como siempre, si tenéis tiempo y ganas no dudéis en darme señales de vida y dejarme una review que yo estaré encantada de responder. También recordad que no puede escribir a las personas que me escriben por guest y me da muchísima pena no poder hacerlo, así que si tenéis cuenta, por favor, no dudéis en escribirme por allí para que pueda escribiros y daros las gracias personalmente.

Espero de corazón que todes estéis bien.

Os mando un abrazo muy grande.

Disfrutad del capítulo.


Astrid llevaba varios días sin dormir bien.

Sus sueños estaban invadidos de pesadillas que la hacían despertar en mitad de la noche, hiperventilando y empapada de sudor frío. Si no soñaba con dragones arrasando con aldeas, incendios y cadáveres calcinados, su mente reproducía las palizas y torturas que había sufrido de la mano de Le Fey y otras brujas del aquelarre cuando apenas había sido una niña. Se despertaba en mitad de la noche, jadeando y temblando como un Terrible Terror desvalido. Cuidaba de no despertar a Hipo, agradecida de que últimamente tuviera un sueño más profundo que no le desvelara a la primera de cambio y, al no querer rendirse ante de las pesadillas, se levantaba con cuidado y se marchaba a tomar un poco de aire que le ayudara a despejarse.

Aquella noche en el nido, por supuesto, no fue diferente a las anteriores.

Ante la previsión de su regreso al nido, Valka les había preparado una cama hecha a base de hierba y paja en una pequeña cueva apartada donde pudieron dormir más cómodamente que la última vez. A la vista de que Hipo seguía sumergido en la conversación con su madre, Astrid se retiró ella sola a dormir, pero cuando se despertó en mitad de la noche, su novio dormitaba a su lado en un sueño aparentemente tranquilo. La bruja se sintió tentada a despertarle, pero se detuvo a sí misma. No quería preocupar a Hipo más de lo necesario y sabía que la abordaría a un montón de preguntas sobre su estado emocional antes de que ella pudiera formular las suyas, por lo que decidió dejarle descansar y levantarse para despejarse un poco.

Caminó por el corto túnel que llevaba al epicentro del nido y Astrid admiró la belleza de aquel lugar. No cabía duda que la fuente de Freyja que se escondía en el lago había sido la causante de que en aquel lugar hubiera tanta vida y vegetación, aún encontrándose en mitad de un auténtico desierto de hielo. Resultaba incluso irónico que allí hiciera tanto calor que Astrid no necesitara ponerse nada más que una fina túnica encima pese a lo friolera que ella solía ser. Se acercó al borde del precipicio para observar el lago del alfa. No había ni rastro del Bestibestia, aunque había dragones chapoteando felices en el agua. Astrid se sintió tentada a bajar y hacer lo mismo, sobre todo porque quería quitarse la sensación pegajosa causada por el sudor de su cuerpo, pero no era prudente molestar a los dragones. No había que ser muy lista para no reparar que los dragones del nido desconfiaban de ella y, pese a que el vínculo con Hipo suavizaba su olor de bruja, su magia debía ser lo bastante notoria como para que los más salvajes le enseñaran los dientes cada vez que pasaba cerca de ellos.

A Hipo no le había pasado lo mismo, por supuesto. Los dragones pululaban a su alrededor como moscas y Astrid se preguntó si el hecho de que hubiera sido bendecido por Surt había influído en eso. Al fin y al cabo, la mayoría de los dragones eran seres de fuego, por lo que podían ver a Hipo casi como un igual.

—¿No puedes dormir?

Astrid se volteó al escuchar la voz de Valka. La mujer estaba descalza y llevaba puesta una túnica distinta a la de antes, seguramente porque sería la que usaba para dormir. Tenía una sonrisa amable dibujada en sus labios, aunque la bruja estaba de repente demasiado nerviosa como para devolvérsela. No podía negar que se sentía un tanto intimidada por la figura de Valka. Ella había insinuado que no era una gran bruja, pero que pudiera ocultar tan bien su magia suponía un gran dominio sobre su poder y eso la convertía en imprevisible, cosa que ponía nerviosa a Astrid. Hipo también era capaz de ocultar su magia con esa misma facilidad, aunque Astrid la podía percibir gracias al vínculo. Sin embargo, solo había conocido a otra bruja capaz de ocultar su poder sin que ella se percatara y esa había sido Le Fey. Por esa razón, Astrid estaba convencida de que si Odín había escogido a Valka para ser la guardiana de aquel lugar no había sido únicamente por su afinidad con los dragones.

—¿Tú tampoco puedes? —preguntó la bruja de manera cordial.

—Bueno, el reencuentro con Hipo me ha despertado muchas emociones y es complicado pegar ojo cuando una está muy excitada —comentó Valka mientras se colocaba junto a ella en el borde del acantilado, aunque no apartó la mirada de su rostro—. ¿Te encuentras bien? No tienes buena cara.

—Sufro de pesadillas últimamente —se justificó Astrid a la vez que se esforzaba en ocultar su rubor.

Valka alzó las cejas sorprendida, pero enseguida dijo:

—¿Por qué no me acompañas? Te preparé un vaso de leche caliente con miel, es el mejor remedio para los malos sueños.

—¡Oh! No quiero molestar, de verdad, yo…

—¡Tonterías! —exclamó la mujer a la vez que cogía de su mano—. No cocino nada bien, pero aún puedo calentar un poco de leche.

Astrid se dejó llevar por Valka hasta su cueva y le pidió que se sentara mientras ella preparaba la leche. En aquellas circunstancias, Astrid podría haber sacado una conversación ligera para aliviar sus propios nervios, pero la bruja descubrió avergonzada de que no sabía realmente qué decir. Valka le dio un vaso humeante de leche y se sentó justo enfrente de ella para dar un sorbo al suyo.

—Mi padre solía prepararme leche caliente con miel cuando las visiones me alteraban el sueño —comentó Valka con cierta nostalgia.

—¿Nunca llegaste a saber dónde o cuándo murió? —preguntó Astrid sin poder ocultar la lástima en su voz.

La mujer negó con la cabeza.

—Siempre fue un hombre discreto, a veces me gusta pensar que su barco sigue a la deriva más allá del mar del Archipiélago, pero quién sabe… —Valka hundió los hombros con aire deprimido, aunque enseguida recuperó la compostura—. Hipo me ha contado por encima tu historia. No tenía conocimiento de que fueras hija de Eyra y Erland Hofferson, aunque ni siquiera sabía que habían llegado a tener hijos.

—Sí —respondió Astrid más seca de lo que le hubiera gustado y apretó el vaso de leche entre sus manos.

—Tampoco sabía que habían fallecido —confesó Valka con tristeza—. No… no debe haber sido fácil haber procesado tanta información en tan poco tiempo.

Astrid tomó aire un tanto incómoda por la conversación. No había hablado de esto siquiera con Hipo, ¿cómo iba hacerlo con Valka?

—Te cuesta mucho abrirte, ¿me equivoco? —apuntó Valka con simpatía—. No tenemos que hablar de esto si no quieres, pero he pensado que tal vez tendrías preguntas de tus padres e incluso de tus abuelos que igual yo puedo resolverte.

El vaso de leche estuvo a punto de resbalar de sus dedos por la sorpresa de su sugerencia y Astrid no fue capaz de formular palabra por unos segundos.

—¿No… no te importa? —cuestionó ella desconcertada.

—Claro que no —insistió Valka sin perder la sonrisa—. Pregunta lo que quieras.

Astrid tragó saliva un tanto nerviosa.

—Yo… no estoy muy segura de qué preguntar, la verdad. Lo que más me gustaría saber es qué es lo que vio Eyra para que Asta la detestara tanto después.

Valka ladeó la cabeza pensativa.

—En ese sentido, Eyra era muy discreta. Por lo que tengo entendido, ni siquiera le gustaba usar su don, pero sé que con los años llegó más o menos a dominarlo. Es más, es probable que tu madre supiera los secretos más oscuros de toda Isla Mema, pero eligió no usar ese poder a su favor —explicó Valka—. Sin embargo, no creo que su enemistad se reduzca únicamente a lo que Eyra pudo haber visto en su momento, creo que la cosa iba más en lo diferentes que eran la una de la otra.

—Bueno, Eyra era un desastre para algunas cosas… y, por lo poco que sé, Asta parecía que siempre tenía un palo metido en el culo.

Valka rompió a reír ante su comentario, pero Astrid no negaba que de lo poco que había sabido de su abuela era que había sido una remilgada de cuidado.

—Discúlpame, aunque no sea así del todo, creo que es una descripción que le sienta de maravilla a Asta —comentó Valka esforzándose en apagar sus carcajadas—. En realidad, hasta que supo lo que hice con Hipo, Asta siempre se portó muy bien conmigo y era una mujer a la que admiraba y respetaba profundamente. Amaba a su familia con todo su ser, de ahí que se decidiera a no hacerle nada a Hipo, ¿te imaginas lo que hubiera pasado si se hubiera descubierto que la matriarca de los Hofferson había matado a un niño que además era el heredero de la tribu? Estoico habría sentenciado a muerte sin parpadear no sólo a Asta, sino a Thror y a sus hijos también, incluso a Eyra teniendo en cuenta que para entonces ya era una Hofferson.

—¿Lo crees así de verdad? —cuestionó Astrid extrañada—. ¿Y por qué temías tanto a los Hofferson cuando mencionamos nuestro encuentro con Finn?

—Porque Asta era una mujer muy sujeta a sus creencias y siempre temí que ella pudiera hacerle algo una vez que me marchara de Mema. Es más, no he conocido a una bruja con tanta fé en los dioses como ella. Hipo era para ella y otras brujas lo que para los cristianos sería el Anticristo.

Astrid alzó una ceja.

—¿Conoces a muchos cristianos?

—Llevo veintitrés años abatiendo y saqueando barcos tramperos, Astrid, es obvio que una Biblia acabaría cayendo en mis manos tarde o temprano —argumentó Valka en su defensa—, pero lo que quería decirte con todo esto es que mi temor siempre fue que Hipo estuviera demasiado expuesto a Asta. Puede que no le hiciera nada físicamente, pero me aterraba la idea de que a tu abuela le diera por soltar una maldición o algo peor con tal de quitárselo del medio.

—De ahí que quisieras que Eyra se hiciera cargo de Hipo —señaló Astrid.

Valka sonrió ante la mención de su madre.

—Como ya os conté, solo Eyra era capaz de enfrentarse a Asta sin titubear. Sabía que no iba a permitir que le pasara nada a Hipo si estaba a su cuidado y, de alguna manera, creo que Asta temía a Eyra, probablemente porque ella conocía el secreto de su pasado y no quería que se lo contara a ningún miembro de su familia. Además, Eyra representaba todo lo que Asta desaprobaba. Tu abuela era una mujer de tradiciones que le gustaba el orden y tener las cosas bajo su control. Eyra, en cambio...

—¿Era puro caos? —se adelantó en adivinar Astrid.

—No —le corrigió Valka—, yo no diría que eso. Tu madre nunca fue como las demás, Astrid, no tenía miedo en ser ella misma. Tenía una personalidad abierta, algo estrambótica y, sí, solía tener la cabeza en las nubes, probablemente porque la mayor parte de su infancia la pasó en su mundo interior para protegerse de una realidad poco agradable para una niña; pero Eyra era perfectamente capaz de cumplir con las exigencias que marcaban el rango que obtuvo cuando se casó con tu padre y, aún así, decidió no cumplirlas.

—¿Por qué?

—Porque no le gustaba que le dijeran qué tenía que hacer, simple y llanamente —contestó Valka sacudiendo los hombros—. Era una rebelde sin causa.

Astrid no pudo evitar formular una sonrisa vaga. Aquella descripción parecía encajar perfectamente con la imagen que ella tenía de su madre, aunque no estaba segura todavía de si era bueno o malo, dado que ella también había preferido el orden pese a que siempre la habían catalogado de rebelde por ir a contracorriente de las normas establecidas por el aquelarre.

—¿Y Erland no decía nada al respecto? —preguntó Astrid con inevitable curiosidad.

Valka no pudo contener una pequeña risa.

—Hasta donde yo sé, tu padre jamás tuvo ningún problema con tu madre en ese sentido. No se casó con ella porque necesitara una esposa que llevara su casa y le diera hijos, sino porque la amaba —argumentó la mujer con una sonrisa nostálgica—, y por lo que vi, fue un amor construído con el roce de los años y no dudo que por un solo segundo que fuiste una niña muy esperada y querida, ya no solo por tus padres, sino por tus abuelos también —Astrid sintió un nudo en la garganta que le impidió pronunciar palabra y Valka extendió su mano para cogérsela—. Sé que todo esto es muy duro para ti. No tengas vergüenza de llorar.

Astrid apartó su mano con brusquedad.

—Estoy bien —murmuró la bruja.

Valka estrechó los ojos, claramente sin creerla.

—Hipo me ha contado sobre tu relación con esa tal Le Fey —comentó la mujer preocupada—. Me he fijado también que tu lenguaje no verbal cambia radicalmente según lo expuesta que te sientas. Cuando os estaba contando mi historia estabas tranquila y sin soltar la mano a Hipo, casi parecía que estabas dispuesta a abrazarlo si hacía el menor gesto de necesitarlo. Sin embargo, ahora estás tensa, casi como a la defensiva, y te esfuerzas por mantenerte fría y serena.

—¿Y qué tiene que ver eso con Le Fey? —replicó ella con las mejillas encendidas.

—Te maltrataba, ¿verdad?

Astrid sostuvo la mirada a Valka en un silencio sepulcral.

—Hipo ya sabe que lo hacía —dijo la bruja esforzándose en no balbucear.

—Sí, me lo ha mencionado, pero me da que no conoce los detalles ni los motivos por los que te trataba así, ¿a que no?

Astrid sintió que se le revolvía algo por dentro, que Valka estaba abriendo una puerta que ella mantenía cerrada bajo llave desde hacía muchos años.

—Yo… yo… yo no…

—Astrid —le cortó Valka suavemente y volvió a cogerla de su mano—. ¿Cuando te pegaba?

—Valka, no creo que…

—Astrid, ¿cuando te pegaba? —repitió ella con voz firme.

La bruja se sintió contra la espada y la pared, sobre todo porque le venían todos los recuerdos de aquellos años de golpe. Ella había sido muy pequeña, quizás tendría por entonces dos o tres años cuando todo empezó. Hablaba mucho por entonces, demasiado quizás. La curiosidad no estaba bien vista en el aquelarre y Astrid cayó que quizás por entonces se había parecido demasiado a su madre, porque no había forma de callarla. Hilda le daba collejas porque era demasiado blanda, pero las maestras le destrozaban las manos con las finas varas que cargaban encima hasta dejar sus palmas y sus dedos en carne viva. Las otras niñas la empujaban e incluso le tiraban comida y desperdicios cuando no estaba alerta. No obstante, nada de todo aquello se asemejaba a cuando la llevaban ante Le Fey. Ahora que Le Fey sabía que no podía matarla, comprendía que la reina había experimentado con ella hasta el límite que tenía permitido. Tal vez no podía matarla por la razón que fuera, pero sí podía ejercer todo el daño que ella quisiera siempre y cuando no fuera una herida mortal, de ahí que nunca se hubiera contenido. Daba igual que Astrid hubiera sido prácticamente una bebé, cada paliza y cada insulto habían sido para quebrarla desde lo más dentro y ahora comprendía que quizás lo que había intentado alentar había sido a que la propia Astrid se quitara la vida. Sin respuestas, con todo el aquelarre dándole la espalda y con las torturas de la reina, ¿quien hubiera querido vivir de aquella manera? El despertar de su poder y su propia cabezonería habían sido clave de todo, no cabía duda, pero Le Fey ya había hecho su mal, pues Astrid no había vuelto a abrirse con nadie ni a ser aquella niña charlatana con ansias de aprender que había sido.

—¿Astrid? —le llamó Valka con dulzura apartando unos mechones de su rostro—. ¿Estás bien, cielo?

La bruja no había reparado que estaba temblando. Su magia se removía nerviosa dentro de ella, inquieta por su estado emocional y deseosa de salir. Intentó soltar la mano de Valka, aterrada de que pudiera hacerle daño, pero la bruja la apretó con más fuerza y la obligó a mirarla sujetándola de la barbilla.

—No fue tu culpa —dijo Valka muy seria.

—¿Qué? —preguntó ella sin comprender.

—Todo lo que te hicieron… no había razón para hacerlo. No fue tu culpa, Astrid. Sólo eras una niña que anhelaba cariño y, a cambio, sólo recibiste odio.

—Pero yo… no…

¡Por Freyja! ¿Por qué no podía contener sus lágrimas? ¿Por qué Valka la miraba así? ¿Como si la comprendiera? ¿Por qué sus palabras le hacían sentir de repente más ligera? Valka la abrazó y Astrid no pudo contenerse por más tiempo. Sus brazos, pese a ser flacos, eran fuertes y la abrazaba con tal vehemencia que casi iba a quedarse sin aire. Es más, no entendía porque le consolaba tanto que le acariciara su espalda con ese aire tan maternal mientras ella empapaba su túnica con sus lágrimas y sus mocos. Estaba muy abrumada, sobrepasada por el repentino cúmulo de emociones que le había invadido de repente; pero, por una vez, se sentía liberada de una carga que había arrastrado desde hacía años a sus espaldas.

—¿Sabes una cosa? —dijo Valka cuando Astrid por fin empezó a calmarse—. Me recuerdas mucho a tu abuelo.

Astrid alzó la mirada sorprendida. La habían comparado tantas veces con Asta que no se hubiera esperado que alguien le viera similitudes con otro miembro de su familia.

—¿Por qué?

—Era un hombre muy introvertido en comparación, por ejemplo, a Erland. Tu padre era un hombre muy sociable, amigo de prácticamente todo el mundo y acostumbraba a ser el centro de atención allá por donde iba, quizás porque era un caramelito y el soltero de oro de entonces —Astrid recordó la visión que tuvo de la boda de Valka en la que claramente Eyra se veía molesta por eso—, pero tu abuelo siempre fue un hombre muy discreto. Su vida no debía ser nada fácil, su familia...

—Murió en la guerra contra los dragones, lo sé —masculló Astrid—, pero no veo que en qué me parezco a él salvo en lo de que no soy precisamente la alegría de la fiesta como lo era Erland Hofferson.

—Tu abuelo era un hombre de grandes valores y una moral asombrosa, Astrid. Él sabía que tu abuela era una bruja y, aún así, se enamoró y se casó con ella.

—Sí, pero…

—Y tú sabías que el hecho de que Hipo tuviera magia era, de por sí, antinatural —continuó Valka convencida—, y aún así decidiste hacer todo lo que estuviera en tu mano para ayudarle a aceptar y controlar su magia. Decidiste amarlo cuando otras brujas lo hubieran matado sin dudarlo.

Astrid nunca había sentido a Hipo como una amenaza real. No negaba que al principio le daba miedo su magia, sobre todo por lo extraña y peligrosa que le resultaba, pero sabía de sobra que Hipo jamás le haría daño, al menos conscientemente. Es más, todas esa leyenda en torno que si Hipo era el elegido para iniciar el Ragnarok y que era una supuesta abominación por ser un hombre que poseía magia le parecía una soberana estupidez, no porque no se la creyera —el propio Odín había confirmado a Valka que Hipo era el paladín de Surt después de todo—, sino porque no creía que un alma tan bondadosa y gentil como la de Hipo fuera a encender la mecha que iniciara el fin del mundo. Puede que su confianza hacia su novio fuera algo ciega, no lo iba a negar, pero si el Padre de Todos lo había apostado todo por dejar a Hipo vivo había sido por algo.

—Hipo tiene mucha suerte de tenerte —insistió Valka con calidez.

Astrid no pudo evitar soltar una risita nerviosa a la vez que negaba con la cabeza.

—Creeme, si alguien es afortunada aquí soy yo —advirtió la bruja—. Si no fuera porque nuestras almas están vinculadas, hacía tiempo que Hipo me hubiera mandado a la mierda. Tiene demasiada paciencia conmigo.

Valka se rió y Astrid la observó sin comprender.

—¿Qué pasa?

—Nada, es que Hipo me ha dicho exactamente lo mismo antes —comentó la mujer sin dejar de reírse—. Sois tal para cual.

Astrid se ruborizó tanto que quiso ocultar su rostro entre sus manos, aunque se redujo a dar un sorbo a su vaso de leche mientras Valka avivaba el fuego con una rama.

—Sé lo frustrado que está conmigo últimamente —argumentó ella azorada—, porque no soy capaz de abrirme con él y eso le frustra. Piensa que no confío en él.

—¿Y es así?

La bruja la miró sorprendida.

—¡Por supuesto que no! A Hipo le confiaría mi vida si hiciera falta —se defendió Astrid.

Valka no parecía conforme con su respuesta.

—Pero sigues sin abrirte con él…

—¡Porque no sé cómo hacerlo! —chilló ella con voz rota—. ¡No puedo abrirme en canal con él sin sentir que me rompo por dentro! No soy capaz de expresar en palabras toda esta mierda que me azota por dentro, duele… duele tantísimo…

Astrid se llevó la mano a su pecho al tener aquella sensación espantosa que bloqueaba el funcionamiento de sus pulmones. ¿En serio iba a ponerse a llorar otra vez? ¡Menudo ridículo que estaba haciendo ante Valka! La madre de Hipo, sin embargo, se arrodilló ante ella y alzó su barbilla con suavidad para que la mirara.

—Astrid, si quieres llorar, llora. Si quieres gritar, grita. Si quieres romper cosas, rómpelas. Pero nunca, jamás de los jamases, te guardes todo este dolor dentro —le advirtió la mujer con firmeza—. No diré que tu dolor no duele a los demás, pero la familia está precisamente para compartir y suavizar esa angustia que...

—Yo no tengo familia —le cortó Astrid con sequedad.

Valka alzó una ceja.

—¿Estás segura de que eso es así?

Astrid miró a la mujer desconcertada, pero Valka le dio un apretón en su mano antes de levantarse y pedirle que se terminase su vaso de leche. La mujer se asomó por el hueco de la cueva que daba al nido y miró hacia arriba.

—Está empezando a amanecer, así que tengo que ponerme en marcha —comentó Valka—. Suelo patrullar desde bien temprano para asegurar todo el perímetro, ¿por qué no vuelves a la cama y descansas un poco? Se nota que hace tiempo que no duermes bien y al menos hoy podéis daros el lujo de dormir hasta cuanto queráis. Os vendrá bien a los dos, a ver si así desaparecen esas horribles ojeras que tenéis.

Astrid tenía la sensación de que Valka no quería presionarla más y por eso había decidido zanjar la conversación. En ese sentido, Astrid estaba agradecida, puesto que estaba demasiado agotada a nivel físico y emocional como para continuar indagando en los fantasmas de su pasado. Además, sabía que su familia estaba muerta, por tanto, ¿qué sentido tenía remover la mierda? Ninguno, por supuesto. Dejó que Valka se preparaba para su ronda mañanera y Astrid regresó a la cueva que compartía con Hipo.

Su novio seguía profundamente dormido, por lo que Astrid se descalzó y se quitó las mallas de la forma más silenciosa posible para deslizarse suavemente bajo las mantas. Casi como si la estuviera esperando, Hipo extendió sus brazos y acercó su cuerpo hacia el suyo. Astrid suspiró contenta por el agradable calor de su contacto y enredó sus piernas con las suyas antes de acomodar su cabeza en el hueco de su cuello. Hipo siseó contra su cabello.

—Tienes los pies fríos —se quejó medio dormido.

—Siempre los tengo fríos, no sé de qué te quejas —le advirtió ella sin poder evitar una sonrisa.

Hipo bufó, pero no hizo ningún amago de moverse. Es más, Astrid sintió que su magia fluía suavemente hacia su cuerpo para calentarlo. Aunque el vínculo causaba que Astrid tuviera una temperatura corporal más propia de los humanos, aún seguía siendo friolera, por lo que Hipo había aprendido a canalizar su magia para transmitir su calor corporal hacia su cuerpo sin dañarla. Después de todo lo que habían sufrido para que aprendiera a controlar sus poderes, resultaba sumamente fascinante cómo un hechizo tan complejo como aquel resultara tan fácil y natural de realizar para Hipo. La bruja le envidiaba, pero a su vez estaba muy orgullosa de él.

—¿Dónde has estado? —preguntó Hipo aún con la voz pastosa por el sueño.

—Con tu madre —respondió ella paseando su mano por su espalda donde podía sentir la rugosidad de sus quemaduras bajo la fina tela de su túnica—. Es una mujer con un encanto muy especial.

Hipo no respondió a su comentario, aunque tampoco pareció tensionarse por su observación. Sus dedos toquetearon sus mechones cortados de forma desigual y respiró profundamente antes de moverse y quedarse tumbado mirando al techo.

—Hizo un sacrificio enorme por mí —comentó Hipo con tristeza—. Mientras que yo… he sido un capullo con ella.

—Creo que tenías razones de sobra para estar enfadado —apuntó Astrid apartando el pelo de la cara de su novio—. Y tu madre también se ha mostrado comprensiva con tu actitud, así que yo no le daría más vueltas, Hipo.

Su novio se frotó sus ojos con su mano libre mientras murmuraba que aquello no era excusa para haberse comportado como lo había hecho y que era una persona horrible. Astrid, sin embargo, no fue capaz de prestarle atención porque su mente regresaba a la conversación que había tenido con Valka.

—Hipo —su novio se calló al instante y giró la cabeza hacia ella—. Siento haberte hecho pasarlo tan mal estos últimos días, yo… —la bruja inspiró y exhaló un par de veces a la vez que sentía un ligero apretón en su mano por parte de su novio para animarla a seguir—. Sabía que ibas a decirme lo que no quería oír y por eso no… no quería abrirme contigo. Me cuesta… aceptar lo que ha pasado. Me he pasado toda mi vida luchando por algo que no existe y pensar que estoy sola… me destroza.

Astrid parpadeó varias veces para contener sus lágrimas, pero entonces sintió la mano caliente de Hipo posarse sobre su mejilla para obligarla a que le mirase. La tenue luz rosada del exterior acentuaba el verde de sus ojos y su piel, todavía tostada de su estancia en el Egeo, lucía tersa y suave como el terciopelo. La bruja se sintió tentada a acariciar la barba incipiente que cubría su mandíbula, pero la intensidad de su mirada la tenía absorta y paralizada.

—Jamás me pidas perdón por esto. No todos tenemos la misma forma de expresarnos y… no niego que yo también me frustro por no ser capaz de brindarte la ayuda que necesitas, pero… yo te quiero, Astrid —apoyó su frente contra la suya y la bruja casi pudo jurar que se iba a derretir por la intensidad de emociones que la estaba embargando—. No estás sola, mi amor. Yo… para mí eres mi familia, Astrid, y sé que no es lo mismo mi caso teniendo en cuenta que tengo a mis dos padres, pero… para mí lo eres todo, te quiero más que nada en el mundo.

Astrid se abrazó con él con tanta fuerza que le escuchó jadear e incluso sintió el dolor que ella le estaba haciendo en sus propias costillas, pero no se sentía capaz de expresar sus sentimientos con simples palabras. Hizo fuerza con sus muslos y se sentó sobre él para buscar sus labios. Hipo cogió de su rostro para meter su lengua en su boca y ella sacudió su cadera cuando sintió el inicio de su erección contra su trasero desnudo. Hacía más de una semana que no se besaban y tocaban de aquella manera y la bruja se preguntó cómo habían podido soportarlo durante tanto tiempo.

Las manos rugosas de Hipo subieron peligrosamente por sus piernas hasta la zona baja de su espalda, aunque terminó sentándose sobre el colchón para agarrar bien sus glúteos a la vez que se apoderaba de su boca con mayor vehemencia. Astrid suspiró por la presión que ejercían sus manos calientes contra su piel y arqueó su espalda cuando bajó sus labios a succionar la zona sensible de su cuello. La bruja enredó sus dedos entre sus largos mechones a la vez que soltaba un sonoro gemido.

Astrid lo empujó de nuevo contra el colchón y sonrió sugerentemente a la vez que se quitaba la túnica, quedándose completamente desnuda sobre él. Los ojos de Hipo ardían por el deseo y sus manos viajaron rápidamente hasta sus pechos para apretarlos con fuerza, como a ella le gustaba. Tras quitarse su túnica, Hipo se incorporó para torturar sus pezones con su lengua y Astrid contorneó su cadera contra su dura erección que aún posaba llameante contra su culo. La estimulación de sus sensibles senos la estaba volviendo loca y le costó esfuerzo apartar a Hipo de ellos. Mordió su labio inferior antes de pedirle que volviera a tumbarse y se movió para colocarse entre sus piernas. Hipo había sido el único hombre con el que había realizado el sexo oral y no negaba que adoraba hacerlo solo por ver su cara de placer. El vikingo era la persona más expresiva que Astrid había conocido nunca y solo por cómo la miraba con absoluta lujuria cada vez que lamía y besaba su pene casi podía correrse allí mismo. Eso por no mencionar sus deliciosos gemidos que eran música para sus oídos. Pese a sus súplicas para que parara cuando estaba a punto de correrse, Astrid jamás se veía capaz de hacerlo. Sentirle correrse en su boca resultaba adictivo. Sus cara se contraía y lanzaba un grito desde lo más profundo de su pecho que le ponía la piel de gallina. Eso por no mencionar que, lo que más loca le volvía de todo aquello era que, aún cuando todavía le quedaba esperma en su boca, él no titubea ni por un instante en devorarle la boca.

Por supuesto, Hipo se había vuelto muy competitivo en el área del sexo oral y, por desgracia, sabía muy bien cómo ganar aquella pelea. Le pidió que se sentara sobre su cara y Astrid dio gracias a que la cama diera a una pared, porque habría perdido el equilibrio tan pronto Hipo se puso a succionar su clítoris sin ninguna piedad. Astrid tuvo que concentrarse para inclinar su cuerpo ligeramente hacia atrás y coger de nuevo de su erección. Subió y bajó su mano lentamente por su miembro y éste volvió a endurecerse con rapidez. Para entonces, Hipo ya había metido dos dedos dentro de ella sin dejar de lamer su clítoris y, cuando metió un tercer dedo, Astrid no pudo soportarlo más y se corrió con tal fuerza que empapó su cara.

Astrid miró hacia abajo y observó su sonrisa burlona. Tenía rastros de su excitación por toda su rostrón y tenía la boca húmeda de su saliva y del festín que se acababa de dar con sus jugos. Astrid estrechó los ojos, ya no tan contenta pese a que acababa de tocar el Valhalla con la punta de sus dedos gracias a su lengua.

—Borra esa sonrisa —le advirtió ella.

—Tienes un mal perder terrible, milady —se mofó él antes de coger de su cintura y empujarla hacia atrás.

Los labios y la lengua del vikingo sabían a sí misma y pronto sus manos y su boca volvieron a sus senos. Jugó con ellos durante un rato hasta que la tumbó a un costado de la cama y, tras elevar su pierna izquierda hacia arriba con cierta rudeza la penetró de una sola estocada. Astrid gritó, ¿cómo no hacerlo cuando la follaba así? Cuando estuvo a punto de correrse de nuevo, el muy maldito paró y ella soltó una palabrota que maldecía prácticamente a todos los Haddock habidos y por haber. Hipo se rió como respuesta y acarició con su erección sus labios inferiores con demasiada lentitud, sin querer dar muestras de querer entrar de nuevo en ella.

—¡Maldita sea, Hipo! —gimió ella al borde de las lágrimas.

—¿Quieres arriba o por detrás? —preguntó él contra su oído antes de morder el lóbulo de su oreja.

Se dejó follar por detrás. Aunque jamás lo admitiría en voz alta, le gustaba que de vez en cuando Hipo tomara el control y, además, tenía la sensación de que se la debía después de haberse portado tan mal con él. No duraron mucho. Era inevitable que ambos tiraran del vínculo para replicar la maravillosa vibración dentro de sus cabezas que les hacía llevar a una dimensión distinta en la que solo ellos dos existían casi como un único ente. Eso junto a las estocadas rápidas y fuertes de Hipo y que ella ya había estado al borde del orgasmo antes, ambos se corrieron en cuestión de minutos.

Se dejaron caer en la cama en un maravilloso estado de éxtasis aún luchando por recuperar el ritmo de sus respiraciones. Al cabo de un rato, Hipo les tapó con una manta aunque él no lo necesitara y Astrid se abrazó a la almohada, incapaz de borrar su sonrisa estúpida de la cara. Hipo acarició su mejilla antes de pegar su cuerpo de nuevo contra el suyo. El vínculo vibraba con el simple roce de sus pieles y Astrid podía sentir su piel casi tan caliente como la de Hipo. No recordaba estar tan en paz desde hacía semanas y estaba tan contenta de haber arreglado por fin las cosas con Hipo que casi no podía entrar en su dicha. Es más, estaba incluso agradecida de que Valka no estuviera en el nido, porque ninguno de los dos habría soportado la vergüenza de encararla después del escándalo que habían montado y, lo peor de todo, ninguno de los dos se habría arrepentido de ello.

Se quedaron en un agradable estado de duermevela en el que la mente de Astrid vagó entre el mundo de los sueños y la realidad. No sabía que harían ese día, si se quedarían allí hasta que regresara Valka o acabarían marchándose al atardecer de regreso a la isla del Vindr. El cosquilleo del recorrido de los dedos de Hipo por su espalda la espabiló un poco. ¿Irse todavía? Tenía la sensación de que aún faltaba algo por hacer y tenía claro qué era.

—¿No tienes curiosidad? —preguntó Astrid de repente.

—¿Sobre qué? —dijo Hipo distraído con el paseo que estaba realizando con sus dedos sobre sus cicatrices.

—De ver una fuente de Freyja con tus propios ojos.

Hipo detuvo el baile de sus dedos y posó su mano sobre su hombro para hacer que se girara hacia él.

—No estarás hablando en serio.

Astrid sonrió algo azorada.

—Es una fuente de energía hecha puramente de magia —argumentó ella con las mejillas ardiendo, pero Hipo seguía con el gesto torcido—. No creo que Elea profetizara que debíamos descubrir lo que el guardián escondía para luego no verlo con nuestros propios ojos.

—¿Y crees que mi madre nos va a dejar pasar así como así?

—No, pero tampoco tiene por qué enterarse…

El vikingo entreabrió la boca sin dar crédito a lo que estaba escuchando.

—¿De verdad quieres traicionar la confianza de mi madre? —cuestionó Hipo.

Astrid puso los ojos en blanco.

—No, Hipo, no quiero hacerlo, pero piénsalo por un segundo: ¿y si la fuente es el medio que necesitamos para cumplir con el resto de las profecías?

—¿No se supone que las fuentes tienen guardianes precisamente para evitar que entren intrusos cotillas como nosotros? —replicó Hipo—. Además, ¿qué pretendes? ¿Hacernos bucear dentro de un lago que podría llevar hasta el mismísimo Helmheim? ¡Ni siquiera sabemos a qué altura está la entrada! Tú no sé, pero yo nunca he destacado por ser precisamente el mejor nadador o el que más tiempo aguanta debajo del agua.

Astrid se levantó un tanto irritada para acercarse hasta su alforja y coger el grimorio. Buscó en el libro y volvió de nuevo a la cama para enseñarle la página con el hechizo que necesitaban emplear.

—¿Quieres que creemos una burbuja de aire en nuestra cara? —cuestionó él con recelo.

—Es un hechizo fácil y funcional —le aseguró Astrid con aire triunfal—. Realizamos el conjuro, nos sumergimos y nadamos hasta la entrada del túnel y todo lo demás es caminar.

—Te das cuenta que si me meto en el agua me hundiré, ¿verdad? —comentó Hipo con impaciencia mientras señalaba la prótesis de metal que estaba junto a la cama.

Astrid hizo una mueca de descontento por la poca predisposición del vikingo por ayudar, por lo que pasó las páginas del grimorio hasta que encontró otro conjuro.

—No vamos a transformar mi prótesis en una pata de palo —le advirtió él indignado.

—Es un hechizo temporal —matizó Astrid con impaciencia—. Lo suficiente para que puedas meterte en el agua sin que te hundas y lo bastante para que puedas caminar casi sin problemas.

—Casi —repitió Hipo—. Si transformas la prótesis el agua hará que la madera se hinche y sea inservible.

Astrid le dio un puñetazo en el brazo que hizo que su novio soltara un quejido.

—¡Colabora, Hipo! ¡Tú eres el que sabe de prótesis! —exclamó ella molesta—. Si no podemos transformarlo en madera, ¿qué podemos hacer para que te metas en el agua sin que te hundas y puedas caminar sin problemas después?

Hipo cogió el grimorio de mala gana y pasó las páginas mientras Astrid se ponía la túnica de su novio para no quedarse fría. El vikingo se detuvo ante un hechizo y Astrid lo leyó con interés.

—No te podías conformar con algo sencillito, tenías que ir a lo difícil —se quejó ella.

—Tú eres de la clase avanzada, As, estoy seguro que no tendrás problemas en aplicar un conjuro que cambie la densidad del metal para hacerlo más ligero —comentó Hipo con una sonrisa cómplice—. Además, a ti te gustan los retos.

—Sí, los que tengan que ver con romperle la boca a uno que me saca dos cabezas, pero este hechizo conlleva a cambiar toda la composición del material de tu prótesis para que deje de pesar —le recordó Astrid—. Este sería un hechizo perfecto para Heather, no para una bruja como yo.

—¿Una bruja como tú? —cuestionó Hipo alzando una ceja y se inclinó para coger su prótesis del suelo—. Astrid, eres la bruja más capaz y lista que conozco. No pierdes nada por intentarlo, tampoco es que te vaya a juzgar teniendo en cuenta que esta magia es de un nivel demasiado alto para mí.

Astrid no quiso pronunciarse al respecto, sobre todo porque era consciente que al paso que iba y con un buen entrenamiento, Hipo no tardaría en realizar hechizos de un nivel tan alto y extraordinario como aquel. La bruja cogió la prótesis y sintió su peso en sus manos. Sin lugar a dudas, pesaba lo bastante como para hundir a cualquiera que se bañara con él puesto. Hipo siempre había sido especialmente cauto con nadar con la prótesis puesta, sobre todo cuando vivían en el Egeo. Si iban a nadar a zonas donde el agua pasaba de su cintura se quitaba la prótesis sin pensárselo dos veces, por lo que meterse en el lago del nido con ella puesta sería un suicidio. Astrid nunca había trabajado en ninguna herrería de brujas, pero tenía noción de que se aplicaban hechizos como aquel en armas que eran especialmente pesadas cuando no se contaba con un acero lo bastante fino para hacerlas más ligeras. Supuso que si esas brujas podían aplicar aquel conjuro, no debía ser especialmente difícil para ella. Estudió el hechizo meditadamente durante unos minutos antes de respirar hondo y concentrarse en el conjuro.

Era fácil.

Solo era cambiar el peso del metal. No había que alterar nada, no era como si fuera a convocar una gran tormenta perfecta.

Era algo pequeño. Simple. Cambiar lo que a primera vista era imperceptible.

El conjuro le salió a la cuarta vez que lo cantó. Sintió el sudor resbalar por sus sienes debido al esfuerzo físico y mental que había tenido que emplear, pero casi se puso a chillar de la excitación cuando sintió el cambio del peso de la prótesis en sus manos. Hipo la cogió con cuidado, como si temiera que pudiera romperse al tacto, y alzó las cejas sorprendido.

—¡Si no pesa nada! —apuntó fascinado—, es como si estuviera cogiendo una pluma.

—Así seguro que no te hundes —señaló ella emocionada.

—El efecto no es permanente, ¿verdad? —preguntó preocupado—. Está muy bien que sea así de ligera, pero una vez que hagamos esta locura preferiría que volviera a su peso original.

—No creo que dure más de un día —comentó ella sacudiendo los hombros—. Si mi magia estuviera al nivel de cuando estaba en el aquelarre, lo más probable es que ni siquiera se pudiera revertir el hechizo, pero ahora soy lo bastante mediocre como para que estos conjuros ni siquiera sean permanentes.

Hipo frunció el ceño.

—No eres mediocre —le achacó él con tono severo.

Astrid sonrió sin muchas ganas.

—Claro que lo soy, pero lo tengo asumido desde hace mucho —se defendió ella—. Que pueda convocar grandes tormentas, no me convierte en una gran bruja. Más bien, todo lo contrario. No soy lo bastante poderosa como para despertar a Gothi o curar una aldea entera de una epidemia de peste o de borrar una simple cicatriz como la que tiene Brusca en su mano o incluso de cerrar una herida de muerte de la persona que amo —Hipo abrió mucho los ojos, probablemente recordando el día que Anya le atacó con su lanza y casi les mató a él y a Desdentao. De no haber sido por el vínculo, tanto él como Astrid habrían muerto desangrados—. Soy una bruja más del montón, una que brilla precisamente por estar totalmente descontrolada y no ser suficiente. Soy débil, Hipo, mucho más de lo que me gustaría admitir.

Astrid abrazó sus piernas contra su pecho, sintiéndose pequeña e insignificante. Hipo dejó su prótesis a un lado y se movió para pegar su cuerpo todavía desnudo contra el suyo. Cogió un mechón que caía sobre su cara y lo llevó tras su oreja.

—Sé que hay cosas que me cuestan entender, pero… que no seas capaz de hacer ciertas cosas ahora no quita que no seas extraordinaria en otras —comentó Hipo con ternura—. Creo que no te valoras como te mereces. Tu persona no se construye únicamente en tu capacidad mágica, Astrid. Eres valiente, fuerte y compasiva, virtudes con las que no todo el mundo cuenta. Además, no he conocido a nadie más inteligente que tú, hasta mi padre lo cree —Astrid le miró sin comprender e Hipo sonrió—. Me asegura que nunca ha visto a nadie tan consciente de lo que pasa a tu alrededor como tú.

—Años de experiencia —apuntó ella sin evitar cierto resquemor en su voz.

Hipo paseó sus dedos contra la piel expuesta de su hombro.

—Eres la mejor guerrera que conozco, Astrid. Más que cualquier vikingo que haya habido en este Archipiélago y, tras descubrir que eres una Hofferson, tiene aún más sentido —Astrid parpadeó confundida—. Ya sabes que he leído mucho y, tras tiempo haciendo devanando los sesos, recuerdo que había un libro en los Archivos que recogía las memorias de mi tataratatarabuelo en el que hablaba de la ferocidad y la destreza de los Hofferson en el combate. Al parecer, los Haddock y los Hofferson llevan siendo aliados desde la fundación de Isla Mema.

—¿Me lo dices en serio? —preguntó la bruja fascinada.

Nunca se había parado a pensar que pudiera existir material escrito que hablara de sus antepasados. ¿Cuánta información acumulada habría habido de su familia en los Archivos de Isla Mema? Sintió mariposas en el estómago ante la sola idea de entrar en la biblioteca subterránea. Una cosa había sido buscar a ciegas y otra muy distinta era contar con un nombre. Desafortunadamente, aquel era un sueño imposible de realizar por el momento.

—Tienes el arte del hacha en la sangre —continuó Hipo con una sonrisa radiante—. Así que puede que no seas la que fuiste en su momento cuando liderabas los ejércitos de Le Fey, pero dudo mucho que si fueras todo lo mediocre que crees que eres estaríamos hoy vivos aquí.

Astrid sintió el rubor cubrir toda su cara a la vez que Hipo besaba su mejilla con una ternura muy propia de él. Solo Hipo Haddock era capaz de hacerla ruborizar como si fuera una adolescente, pero a aquellas alturas de su relación, no podía evitarlo por mucho que quisiera. Hipo era el único que todavía veía algo bueno en ella y siempre sabía qué decirle, aún cuando muchas veces sus palabras se sentían como puñaladas por lo ciertas y sinceras que eran. Y, sin embargo, Astrid sabía que aún cuando Hipo le decía en muchas ocasiones cosas que ella no quería oír, lo hacía porque la amaba.

No se lo merecía.

Por supuesto que no.

Por eso estaba tan agradecida de tenerlo en su vida, porque Hipo Haddock siempre estaría allí para ella al igual que Astrid estaría allí siempre para él. A día de hoy era imposible concebir una vida sin Hipo y, aún sin saber qué les iba a deparar en un futuro muy próximo, sabía que tenía que aprovechar cada segundo que tuviera con él.

—¿Sigues queriendo bajar al lago? —preguntó Hipo con cautela.

Ella le regaló una sonrisa confiada.

—Tu madre no volverá hasta media mañana, así que tenemos tiempo de sobra.

Hipo se colocó la prótesis modificada y Astrid no pudo evitar carcajearse cuando se puso a andar. Acostumbrado al peso del metal, Hipo movía una pierna más rápido que la otra y eso le hacía parecer como si fuera a perder el equilibrio en cualquier momento. El pobre parecía un pato mareado, pero se rió tanto o más que ella de lo surrealista que se le hacía que su pie no le pesara nada en absoluto. Dado que iban a empapar todas sus ropas, se vistieron únicamente con sus túnicas más usadas y unos calzones y bajaron al nido descalzos. Por suerte, no había rastro del alfa por ningún lado, aunque los dragones los observaban entre curiosos y recelosos, sobre todo cuando bajaron hasta el lago. Desdentao planeó hasta su ubicación tan pronto los vio.

¿Queréis daros un chapuzón? —preguntó el dragón entusiasmado—. ¡Me apunto!

—En realidad, tenemos intención de ir a la fuente de Freyja —replicó Hipo algo nervioso sin apartar la vista del lago—. Parece demasiado profundo.

—Este túnel debe llevar al exterior y tiene que tener las dimensiones para que el alfa entre y salga sin problemas —comentó Astrid inclinándose hacia agua para tener una mejor perspectiva del oscuro fondo.

¿Seguro que es buena idea que vayáis allí abajo? —preguntó Desdentao temeroso—. No sé si aguantarán vuestros pulmones.

—Vamos a usar magia, respirar no será un problema —le indicó la bruja y se dirigió al vikingo—. ¿Estás listo?

¿Y si vuelve Valka? —intervino Desdentao preocupado—. Estos de alrededor se van a chivar.

Astrid miró a los dragones que los vigilaban atentos mientras murmuraban «brujas, brujas, brujas» sin cesar. Tragó saliva consciente de que debían andarse con cuidado, pero su curiosidad superaba por una vez su prudencia. Había deseado ver una fuente de Freyja desde que tenía memoria, ¿qué tenía de malo querer ver una con sus propios ojos? No es que fueran hacer nada malo allí, solo quería comprender cómo aquellas charcas podían proporcionar poderes tan extraordinarios.

El agua estaba helada, por lo que se tiró de cabeza sin pensárselo dos veces. Sintió que su estómago daba un vuelco al ver el fondo tan oscuro y aterrador que había bajo sus pies y se apresuró a sacar su cabeza a la superficie. Hipo estaba justo a su lado y Astrid no dudó ni por un segundo rodear su cuerpo con sus brazos para entrar rápido en calor.

—Tampoco está tan fría —se mofó él.

Astrid le fulminó con la mirada.

—Tú nunca tienes frío —le acusó con envidia.

Hipo puso los ojos en blanco, aunque no borró su sonrisa. Ambos intercambiaron una mirada cómplice antes de tomar aire profundamente y sumergirse al mismo tiempo en el agua. Astrid llevó rápidamente su mano hasta la boca de Hipo y éste replicó su gesto. Tras cantar mentalmente el hechizo, Astrid apartó cuidadosamente su mano y observó como alrededor de la boca y la nariz de Hipo se formaba una burbuja de aire. El vikingo imitó su movimiento y Astrid se sintió aliviada de respirar por fin dentro de la burbuja que él había creado a través de su magia.

La bruja podía sentir la ansiedad de Hipo al ver el enorme abismo que había bajo sus pies y, tras titubear un segundo, ambos nadaron hacia abajo. Les costó coger el ritmo, sobre todo por la presión que les empujaba hacia arriba, pero Astrid era una gran nadadora e Hipo tampoco se permitió quedarse atrás. Encontrar la entrada del túnel no fue especialmente difícil, sobre todo porque ni estaba tan profundo como en un momento habían pensado y no estaba oculta a la vista. Nadaron hasta la entrada y se apoyaron contra la pared rocosa, algo abrumados por la intensa magia que emitía la barrera. Astrid sacó el valor para extender su mano hacia el muro mágico pese a que había grandes posibilidades de que la lanzara hacia atrás por allanar en un espacio sagrado. No obstante, respiró aliviada cuando su mano atravesó la barrera sin problemas y la sensación fue como si la estuviera sacando hacia la superficie. Miró a Hipo un segundo antes de animarse a entrar en el túnel. Soltó un quejido cuando la burbuja de aire explotó tan pronto entró en el túnel y sus dientes castañeaban debido al frío que le había entrado por estar empapada con el agua helada del lago.

La mano de Hipo atravesó la barrera y Astrid no titubeó en agarrarla para ayudarle a entrar en el túnel. El vikingo dio una fuerte bocanada de aire aún sin necesitarlo y su túnica se pegaba a su cuerpo como una segunda piel. Su cuerpo no tardó en emitir vapor debido al contraste de temperatura y Astrid observó con envidia que su pelo ya empezaba a secarse.

—Hipo, ¿te importaría…?

—¿Qué? ¡Ah! ¡Claro!

Con la misma maestría que había demostrado antes y posando sus manos sobre sus hombros, Astrid sintió cómo la calidez de su magia fluía desde su cuerpo hasta el suyo, evaporando el agua y secándola en cuestión de segundos. Ella le regaló un beso en la comisura de la boca e Hipo iba a devolvérselo cuando se detuvo en seco y miró hacia la oscuridad del túnel.

—¿Has oído eso?

Astrid frunció el ceño.

—¿Oír el qué?

Hipo giró la cabeza hacia ella con expresión desconcertada.

—¿No oyes esa voz?

La bruja abrió la boca, pero la cerró enseguida para concentrarse en los sonidos del túnel, pero a excepción del eco del movimiento del agua del lago que estaba ahora a sus espaldas y sus propias respiraciones no oyó nada.

—¿Me estás tomando el pelo? —preguntó ella con prudencia.

—¿Por qué demonios iba a tomarte…?

Hipo se calló de repente y sus ojos se abrieron de par en par, como si se hubiera asustado que ella no era capaz de ver u oír.

—Hipo, ¿qué pasa? —preguntó ella angustiada.

—Esa voz no para de repetir mi nombre, Astrid, ¿y si es…?

La bruja sintió un escalofrío. ¿Estaría Surt al final del túnel? Si era así, la bruja ya había empezado a arrepentirse de bajar allí abajo y fue a coger de la mano de Hipo para salir de nuevo al lago cuando oyó esa voz.

Astrid.

No era una voz que ella hubiera escuchado antes, de eso estaba segura, pero había cierta familiaridad en su tono. Tampoco le inspiraba el mismo terror que parecía estar sufriendo Hipo. La voz era grave, varonil e imponente, pero no parecía pertenecer a alguien que quisiera ejercer ningún daño. Casi… casi sonaba como si perteneciera a un viejo amigo, aunque estaba convencida de que no la había escuchado nunca antes.

Astrid.

La bruja se sintió impulsada en caminar hacia la voz, pero la mano de Hipo tiró de ella hacia atrás con tanta fuerza que le hizo daño.

—¿Qué haces? —cuestionó ella molesta.

—¿Estás loca? ¿En serio vas a caminar hacia esa voz de ultratumba? —dijo Hipo horrorizado.

Astrid no entendió a qué se refería. La voz que la llamaba podía sonar intimidante, pero no daba miedo. Es más, quería seguirla. Necesitaba seguirla. Sin embargo, el miedo marcado en el rostro de Hipo la preocupó. Posó su mano contra su mejilla con una intención de calmarlo cuando, de repente, lo oyó.

Hipo.

La piel se le puso de gallina y Astrid sintió que los vellos de su nuca se le erizaban. Tal y como había dicho Hipo, aquella voz sonaba como si viniera de otro mundo, casi como si perteneciera a un espectro o a algo peor. No cabía duda, que fuera lo que fuera lo que estaba llamando, no pertenecía a alguien que, a primera vista, quisiera brindarles la mano, sino más bien lo contrario. Hipo, en cambio, se relajó por un momento y preguntó:

—A ti te llama una voz distinta.

—¿Las has oído? —preguntó ella desconcertada.

Hipo asintió.

—¿Quienes son, Astrid? ¿Por qué nos llaman?

—Yo… no lo sé —admitió la bruja frustrada—. ¿Quieres que nos marchemos?

El vikingo reflexionó por un momento.

—Si en la fuente está el ser que me llama… quizás también esté la que te llama a ti.

—Sí, pero eso no significa nada.

—Bueno, la voz que te llama me transmite muchísima más confianza que la otra —admitió Hipo nerviosa—. Además, quizás tengas razón. Aunque no me haga especial gracia, puede que la razón por la que debíamos descubrir lo que ocultaba mi madre era precisamente esta.

Ella asintió, aunque ya no se sentía tan motivada con el plan inicial y le aterraba lo que pudieran encontrarse al final del túnel. No obstante, caminaron hacia la oscuridad sin soltar sus manos, escuchando las dos voces susurrar sus nombres cada vez con más intensidad. Astrid encendió una de sus llamas ignífugas cuando ya empezaba a estar demasiado oscuro como para ver nada y estuvieron caminando durante un largo rato. El suelo, por suerte, era lo bastante liso como para que pudieran caminar sin temor a hacerse daño en sus pies descalzos, aunque el aire estaba viciado y respirar no era precisamente fácil. A Astrid se le hizo el camino eterno, pero cuando su llama se apagó de repente y vieron la luz al final del túnel, su corazón brincó del miedo y la excitación. Las voces también se habían callado y podía escuchar el suave eco del agua rozando contra las rocas. Con paso cauto, pero ahora más acelerado, la pareja siguió el camino del túnel hasta una galería iluminada por rocas que emitían una intensa luz turquesa.

La caverna era más grande de lo que Astrid hubiera imaginado, pero la sensación era tal y como la había descrito Valka. Se respiraba tanta magia que se sintió un poco mareada e Hipo había necesitado apoyarse contra la pared rocosa para no perder el equilibrio a causa de los mareos. Astrid se colocó a su lado y le pidió que se sentara con ella hasta que se acostumbraran al ambiente tan cargado y se tomaron tiempo para inspirar y exhalar hondo con los ojos cerrados para adaptarse al lugar.

—Madre mía, es cómo si estuviera teniendo un colocón —comentó Hipo al cabo de un rato.

—Lo dices como si hubieras tenido muchos —bromeó Astrid aún sin abrir los ojos.

—Todos hemos pillado uno o dos —se defendió él y Astrid casi pudo escucharle sonreír—. Me siento un poco raro, ¿es normal?

No, no debía serlo, pero ella también se sentía diferente. Entreabrió los ojos, aún con la cabeza dándole vueltas, y miró al techo alto de la galería, el cual casi parecía un cielo cubierto de estrellas turquesas por todas las gemas relucientes que estaban insertadas en la roca. La bruja se levantó dificultosamente para recorrer la orilla del pequeño lago y se preguntó qué pasaría si se metiera dentro. Ninguna bruja que no fuera reina contaba con la suerte de ver una fuente de Freyja con sus propios ojos a excepción de su bautismo, por lo que se sintió inevitablemente tentada. Estiró su pierna hasta que la planta de su pie se encontraba a un escaso milímetro del agua y, con un ligero movimiento de su tobillo, tocó el agua turquesa con sus dedos. En ese momento comprendió qué era diferente.

—No puede ser —murmuró ella.

Hacía mucho tiempo que no sentía ese cosquilleo dentro de ella y jamás pensó que iba a volver a sentirlo. Dibujó inevitablemente una sonrisa en su rostro que llamó la atención del vikingo.

—¿Qué pasa? —preguntó él.

—Algo que te va a encantar.

Hipo soltó un jadeo que hizo eco por toda la galería cuando los pies de Astrid empezaron a despegarse del suelo hasta que la bruja se quedó flotando en el aire. Hipo se levantó de un salto, con la boca entreabierta y los ojos brillantes, aún sin entrar en su asombro de que Astrid pudiera volar. La bruja se movió hasta por encima del lago, extendiendo su cuerpo hacia delante e incluso se atrevió a hacer una voltereta hacia atrás. Era un consuelo no haber perdido práctica, aunque ella había volado desde el mismo instante que había aprendido a caminar. Era algo natural, fácil y sencillamente maravilloso.

—Pareces una valquiria —dijo Hipo todavía en shock.

Ella descendió cuidadosamente, quedando a la altura de sus ojos.

—¿Quieres intentarlo? —le propuso ella sonriente.

—¿El qué? ¿Volar? —preguntó él sorprendido—. No creo que pueda hacerlo.

—Si yo puedo, tú también —insistió ella cogiendo de sus manos—. Es muy fácil, más que montar un Furia Nocturna.

—¿Pero qué tengo que hacer? —cuestionó él nervioso.

—Solo volar, Hipo. Esto es tan sencillo como andar, te lo prometo.

Astrid se elevó con lentitud sin soltar sus manos e Hipo estiró sus brazos a medida que la bruja subía más y más. Astrid temió que la cosa no fuera tan fácil para él como ella había pensado, pero Hipo soltó una palabrota cuando su pies y prótesis empezaron a elevarse en el aire. Astrid se rió por su reacción, aunque Hipo no parecía estar pasándoselo tan bien, sobre todo cuando ella soltó una de sus manos.

—Ni se te ocurra soltarme —le advirtió él en pánico.

—Vamos, Haddock, eres el Maestro de Dragones —le recordó ella sonriente—. ¿Me vas a decir que esto te va a dar miedo?

—Acostumbro a volar sobre dragones, no por mi cuenta —replicó él con voz temblorosa—. Esto da mucha impresión, ¿eh?

Astrid dibujó una sonrisa malvada y, sin mucha delicadeza, soltó la otra mano. Hipo gritó asustado, pero enseguida se calmó al ver que no se iba a caer de bruces al suelo. La fulminó con la mirada, aunque ella le dio un beso en la mejilla a modo de disculpa y seguido cogió de su brazo para ayudarle a moverse. Como era de esperar, Hipo Haddock había nacido para volar. Tras haber comprendido cómo funcionaban las dinámicas de vuelo, enseguida volaba de un lado a otro de la galería como si hubiera estado toda la vida haciéndolo. Era rápido, mucho más de lo que sería nunca a pie, y tenía una gracia especial para volar. Ambos jugaron un largo rato en el aire, persiguiéndose el uno a la otra o haciendo diferentes piruetas que hubiera sido imposibles de hacer en tierra, jugando como dos niños pequeños sin preocupaciones de adultos.

Fue maravilloso.

Astrid no recordaba haberse reído tanto en su vida e Hipo se veía más radiante y sonriente que nunca. Cuando se cansaron, se sentaron junto al lago, aunque sin meter los pies en el mismo. Ambos luchaban por recuperar el aire y, aún así, no había forma de borrar sus sonrisas de sus caras.

—Ahora entiendo por qué echabas tanto de menos de volar —comentó Hipo.

—Bueno, volar sobre un dragón es muy parecido —opinó ella apoyando su espalda contra su pecho e Hipo rodeó su cintura con su brazo.

—Sí, por supuesto, pero no deja de ser… extraordinario —apuntó él—. Lo que no entiendo cómo hemos podido hacerlo, ¿no se supone que solo se puede volar cuando perteneces a un aquelarre?

—¡Ah! Es que parece que nuestros poderes han incrementado al entrar aquí —respondió Astrid y le enseñó su mano—. Fíjate, casi puedes sentir la magia correr con rapidez en mis venas. Hacía mucho que no la notaba con tantísima intensidad.

La magia de Hipo también estaba muy presente dentro de él, aunque curiosamente emitía una energía mágica estable e incluso podría decirse que agradable. Ambos notaban como sus respectivas magias estaban en perfecta sintonía al tacto y el cosquilleo del vínculo se sentía con más fuerza de lo habitual.

—¿Qué pasaría si nos metieramos en el agua? —pregunto Hipo con inevitable curiosidad.

—No lo sé —admitió Astrid—. Me siento muy tentada, pero a la vez tengo la sensación de que perturbaríamos algo que no debemos.

Ambos se quedaron callados contemplando las aguas luminosas del lago. Hipo pasó sus dedos por su nuca y Astrid suspiró.

—¿Quieres meterte? —preguntó Hipo en voz baja, como si tuviera miedo de que un ente invisible estuviera escuchando su conversación.

—¿Quieres hacerlo tú? —replicó ella en el mismo tono—. Porque me niego a entrar sola.

Hipo chasqueó la lengua, pero el apretón que le dio en el hombro le dio a entender que él estaba dispuesto a hacerlo. ¿Y cómo no? Quizás se debía a que ambos eran brujas y, por esa razón, el suave murmullo del agua sonaba como un canto de sirenas a sus oídos. Sabía que no estaban siendo precavidos, pero ahora que se habían hecho al aire cargado de aquella cueva y se sentían más poderosos y mágicos que nunca, ¿quién podía temer a las consecuencias? Se desvistieron casi ansiosos y Astrid fue la primera en entrar en el lago mientras Hipo se preocupaba de quitarse la prótesis.

El agua estaba caliente y la bruja no pudo evitar soltar un gemido de puro gozo. Nadó un poco hasta que se dejó llevar por el agua mientras contemplaba el precioso techo de gemas estrelladas. Enseguida sintió los ardientes dedos de Hipo acariciar la piel de su abdomen y Astrid inclinó la cabeza para mirarle. Su piel resplandecía a la luz de las gemas y su pelo caía suelto por su espalda llena de cicatrices. La bruja no pudo evitar caer rendida a la tentación de sus labios cuando se inclinó para besarla. No obstante, tan pronto sus labios rozaron los suyos, un fulgor los cegó por unos segundos. Se apartaron y ambos soltaron una pequeña exclamación de sorpresa al comprender qué estaba pasando.

Ninguno había vuelto a ver el vínculo desde que habían intentado romperlo.

El hermoso lazo color aguamarina se había extendido por toda la caverna. Era muy largo, se enredaba en sus cuerpos y, a diferencia de la última vez, ya no había un único nudo que unía sus almas, sino varios que se extendían por todo el lazo. De su pecho nacía un extremo de color azul celeste y del de Hipo salía el otro de un verde que recordaba al color de sus ojos. Astrid enredó sus dedos en el lazo bajo la atenta mirada de Hipo, aunque no quiso agarrarlo. Una pregunta inevitable pasó por su mente: ¿podrían romper el vínculo allí? La fuente amplificaba sus poderes considerablemente y tal vez uniendo fuerzas podrían llegar a rasgar aquel lazo en dos; sin embargo… ¿quería hacerlo? Astrid había asumido que ya no había forma de romper el vínculo y que pasaría el resto de su vida vinculada con Hipo. ¿Pero y si esta era su oportunidad para quebrarlo por fin? Indudablemente sería una ventaja, empezando porque Le Fey ya no podría matarla a través de Hipo y se ahorrarían un montón de quebraderos de cabeza, como la incesante necesidad física que resultaba a veces abochornante, la dependencia que tenían el uno de la otra o incluso el poder separarse a largas distancias sin morir en el intento.

Astrid apartó su mano del lazo y se volteó hacia Hipo.

Ninguno necesitó pronunciar una sola palabra para entender que no querían cambiar nada.

La bruja sonrió y nadó hasta él para rodear su cuello con sus brazos. Hipo la sujetó por la cintura y volvió a besarla con suavidad en los labios. De repente, Astrid sintió su cuerpo tensionarse y tanto Hipo como la cueva desaparecieron ante sus ojos. Estaba tirada en el suelo de un bosque que se le hacía extrañamente familiar en plena noche. Seguía desnuda, aunque por suerte no tenía frío. Se levantó con las piernas temblorosas y dio un barrido rápido a su alrededor y cayó que estaba en los bosques de Isla Mema que ella tantas veces había recorrido en el pasado. ¿Qué hacía allí? ¿Acaso estaba teniendo otra visión?

El sonido de una rama quebrándose a su espalda la alarmó. Se giró con los puños en alto, pero se quedó congelada al reconocer a Asta Hofferson caminando únicamente con un camisón y unas llamas volaban a su alrededor para iluminarle la ruta. Se veía mayor, aunque Astrid era consciente de que todo aquello no era más que una ilusión creada por ella. La siguió con cuidado de no hacer ruido, aunque sabía que no la oiría aunque se pusiera a cantar a grito pelado. Asta estaba muy seria y tenía el ceño ligeramente fruncido, como si no parara de darle vueltas a algo. Caminaron durante un largo rato hasta que por fin llegaron a unos acantilados que debían estar al este de la isla. Asta se detuvo con la mirada puesta en el horizonte y Astrid se preguntó qué debía hacer allí en mitad de la noche. Por desgracia, no tardó en recibir su respuesta.

—Buenas noches, Asta.

La bruja de pelo platino se tensó al escuchar la voz que provenía de encima de sus cabezas y Astrid alzó sus ojos a la vez que Asta para encontrarse con una bruja con vestiduras oscuras que sonreía pícaramente. Debía estar cerca de los cuarenta y tenía un cuerpo entrado en carnes increíblemente curvilíneo y atractivo. Su cara era redonda y su cabello largo y oscuro estaba cortado para realzar sus rasgos. Su sonrisa era lo único que no encajaba. Una mujer que a primera vista daba la impresión de ser tan bella e incluso podría decirse que amable, no podía contar con una sonrisa tan déspota y cruel. Movida por su ansiedad, Astrid se acercó de puntillas hacia la bruja para apreciar sus ojos.

Eran grises, como la nieve sucia.

Aquella bruja era Le Fey, era imposible no reconocerla. Aquel debía ser otro de los cuerpos que había poseído antes de contar con la versión que Astrid conocería.

—Moryen —saludó Asta con sequedad.

Le Fey torció el gesto.

—¿Por qué te presentas como una vieja a mis ojos? —se quejó la reina e hizo un movimiento con su mano que hizo a Asta gemir a su lado y llevarse las manos rápidamente a su rostro. Astrid entreabrió la boca atónita tras contemplar cómo el rostro mayor de Asta se transformaba en una versión mucho más joven—. Mucho mejor. Siempre has sido una belleza, Asta, no entiendo por qué insistes en envejecer.

—Tengo más de cincuenta, Moryen, debo verme como tal para que los humanos no sospechen —señaló Asta irritada.

—¿Y qué hay de malo que sepan lo que eres? Ya te dije que tienes poder de sobra para someterlos a tu voluntad —replicó Le Fey con aire divertido—. No entiendo cómo soportas vivir bajo el mando de humanos. Es más, ¿no es común que las mujeres casadas juren obediencia a sus maridos? No te consideraba una de esas.

Asta le fulminó con la mirada y Le Fey se rió aparatosamente.

—De verdad, no entiendo la fascinación que tienes con ese maridito tuyo. Puede que de joven fuera un bombón, pero ya se le ve mayor, querida —Le Fey se acercó peligrosamente a Asta y esta quiso dar un paso hacia atrás, pero cayó que estaba casi al borde del precipicio. Le Fey le apartó el pelo de la cara—. Tus hijos, en cambio, son muy guapos.

—¿No tienes nada mejor que hacer que espiarme a mí y a mi familia? —escupió Asta con las mejillas encendidas.

Le Fey ladeó la cabeza sin borrar su sonrisa pícara y cruel de sus labios.

—Ya sabes lo que quiero para que eso suceda, Asta —le advirtió con una voz que sonó de todo menos amistosa y su expresión se volvió muy seria—. Devuélveme lo que es mío.

—¡Ya te dije que no tengo el grimorio! —exclamó Asta exasperada—. ¡Me lo robaron!

Le Fey estrechó los ojos.

—Sabes que no me gusta que me mientan.

—No te miento —replicó la bruja de pelo platino con voz firme.

Por supuesto que mentía, pensó Astrid. El grimorio debía estar en su casa bien escondido, probablemente oculto bajo su apariencia de libro de recetas para esconder su enorme poder a los ojos de otras brujas.

—Asta eres la mayor mentirosa que existe sobre la faz del Midgar —dijo Le Fey con voz envenenada—. Sé bien que tienes el grimorio y si no me lo das, habrá consecuencias.

Asta sostuvo la mirada de la bruja muy seria, aunque Astrid podía leer el miedo en sus ojos.

—No tengo el grimorio, te lo juro, pero… pero puedo ofrecerte algo incluso mejor —balbuceó la bruja de pelo platino—. Algo que puede arreglar tu… problema a largo plazo.

—¿Problema? —cuestionó Le Fey sin comprender.

—El cuerpo que tienes… apesta —le aseguró Asta y Le Fey cerró los puños furiosa, claramente descontenta por el calificativo que había hecho—. ¡Es verdad! Ese cuerpo que tienes… debe estar al límite, ¿a que sí? Es más, seguro que ya estás buscando un nuevo recipiente para traspasar tu alma.

—Asta…

—Puedo ofrecerte un cuerpo poderoso, Moryen —insinuó Asta sin ocultar su ansiedad—. Uno que aguante toda tu magia sin miedo a que tu nuevo cuerpo se pudra por dentro.

—¿Vas a ofrecerme el tuyo? —preguntó Le Fey con una sonrisa traviesa.

Asta palideció y negó rápidamente con la cabeza.

—No… yo… —la mujer tragó saliva—. Aún tiene que nacer.

La expresión de Le Fey se tornó en una de pura confusión.

—¿Me estás ofreciendo un bebé que ni siquiera ha nacido? ¿Tú estás tonta o qué coño te pasa? —gritó la reina rabiosa—. ¡Quiero el puto grimorio, Asta! No quiero…

—¡El bebé es sangre de mi sangre! —le cortó Asta desesperada.

Astrid se quedó tan impresionada como Le Fey por las palabras de Asta. La bruja de pelo platino jadeaba a causa de la ansiedad y sujetaba la tela de su camisón con fuerza para esconder el temblor de sus manos.

—¿Tengo que felicitarte? —preguntó Le Fey con cautela—. Estás plana, ¿cómo sabes que estás…?

—No es… no es exactamente mía —respondió Asta azorada.

—¿Entonces por qué coño dices que es sangre de tu sangre?

—Porque es la hija de mi primogénito —contestó la bruja.

La bilis subió rápidamente por su exófago, aunque Astrid se vio forzada a contener una arcada contra su mano.

—¿La völva está embarazada? —cuestionó la reina sin dar crédito—. ¿Pretendes darme a una niña que tiene sangre de bruja mezclada con la de völva?

—Moryen, puedo detectar el poder de la niña aún estando sin bautizar y en el vientre de su madre. ¿Cuántas veces has visto tú eso? —Le Fey abrió la boca, pero volvió a cerrarla al no tener respuesta—. Una vez que la bautices, su sangre de völva no será un problema y…

—¿En serio me estás diciendo que eres capaz de darme a tu propia nieta, Asta? —preguntó la reina sin dar crédito, aunque enseguida se mostró de mejor humor—. ¡Mírate! ¿Qué diría Masha si te oyera? ¿De verdad tienes tanto apego al grimorio que eres capaz de regalarme tu propia nieta a cambio?

—¡Ya te he dicho que no tengo el grimorio! —exclamó Asta rabiosa—. Te doy a la niña como precio para que me dejes en paz a mí y a mi familia.

Le Fey lanzó una carcajada tan estridente que hasta la piel de Astrid se erizó del horror. Asta, en cambio, parecía muerta de ganas de abalanzarse sobre la bruja.

—Dirás lo que quieras de mí, amiga mía, pero no cabe duda que eres la bruja más despiadada y cruel que existe sobre la faz del Midgar —se mofó Le Fey—. Sabes cómo funciona el traspaso de mi alma, ¿verdad? —Asta no respondió—. Es un proceso terriblemente doloroso para cualquiera que sufre el procesa. Creo que no existe un dolor igual, si me permites decirlo. Arranco de cada poro, de cada célula, de cada cabello y de todo la esencia del alma que habita en el cuerpo y lo devoro con gusto. A más joven, más deliciosa es el alma que consumo. ¿De verdad serías capaz de someter a tal tortura a esa niña?

Pese a que su cuerpo se sacudía del terror y su piel estaba tan pálida que casi parecía transparente, la cara de Asta dibujó una expresión firme de asco y de pura repugnancia. La voz de Asta no tembló por la duda:

—No hay nada que desee más que quitarme a esa niña del medio. ¿Aceptas el trato o no, Moryen?

Astrid sintió un impulso tan horroroso para vomitar que se despertó con violencia. Sacó todo lo que tenía en su estómago hasta el punto que las lágrimas escaparon de sus ojos sin ningún control. Sintió una mano caliente apartando el pelo de su cara y otra que acariciaba su espalda con mimo.

—Hipo, pon agua a calentar. Le vendrá bien tomar un té para asentar su estómago.

Astrid alzó la mirada y cayó que estaba en la caverna de Valka. La madre de Hipo estaba muy seria, casi podía decirse que enfadada, pero tuvo el detalle de limpiar el sudor y el vómito de su rostro con un paño frío mientras Hipo las observaba ansioso desde el hogar. La habían vestido con una túnica diferente a la que había usado para bajar a la fuente.

—¿Qué…? —Astrid carraspeó molesta por la irritación en su garganta.

—Me imagino que estarás muy sorprendida por estar aquí, ¿verdad? ¿Quieres saber qué ha pasado? —preguntó Valka sin poder ocultar el enfado en su voz—. Dos idiotas decidieron adentrarse en un sitio sagrado y prohibido para hacer filigranas y tonterías con sus magias sin ser conscientes de lo peligroso que es. ¡Os he encontrado a los dos inconscientes y no os habéis ahogado en el lago de puro milagro!

—Valka, no es culpa de…

—Ya, ¿me vas a venir tú también con lo de que no es culpa de Hipo? Porque él bien que ha insistido en asumir la culpa —le indicó la mujer irritada—. Las fuentes de Freyja se protegen por algo y es precisamente para evitar este tipo de cosas. ¡Habéis sido unos irresponsables! ¡Os habéis aprovechado de mi confianza para hacer lo que os venga en gana!

Astrid se sentía demasiado enferma y cansada como para aguantar una bronca de aquel calibre. Hipo volvió a excusar a Astrid y su madre saltó furiosa. La bruja no prestó atención a su discusión, sobre todo porque lo único en lo que podía pensar era en la visión de Asta y Le Fey. El solo recordarla le daba náuseas y cuando Hipo le brindó un vaso humeante de té, la bruja tuvo que pensárselo dos veces antes de convencerse que no iba a vomitar el contenido.

—¿Cuánto tiempo llevo inconsciente?

Hipo tragó saliva y acarició su melena antes de responder.

—Al menos tres horas.

La bruja volteó la cabeza atónita.

—¿Tanto? Es imposible —señaló ella desconcertada—. La visión que he tenido ha sido muy corta.

—¿Has visto a tus padres? —preguntó Valka acercando un taburete para sentarse frente a ellos. Se estaba esforzando en bajar el tono, pero aún se apreciaba el enfado en su voz.

—No, he visto a Asta y a Le Fey —respondió ella con sequedad—. Hablaban de… bueno, de mí, básicamente, aunque aún no había nacido cuando pasó esa conversación.

—¿Y qué decían? —preguntó Hipo con curiosidad.

El recuerdo del gesto marcado por el asco de Asta le revolvió las tripas.

No hay nada que desee más que quitarme a esa niña del medio.

¿Tanto la había odiado? ¿Pero por qué? ¿Por el simple hecho de tener sangre de völva? No tenía sentido. Astrid jamás había destacado por ser diferente entre otras brujas y, en lo único que se diferenciaba con las demás era que, además de contar con el poder de Thor, ahora podía tener visiones del pasado, un don del que ella no había sido consciente hasta hacía relativamente poco. Asta había querido tener una hija más que nada en el mundo, ¿acaso todo había sido una estratagema para que Le Fey la dejara en paz? Venderla y condenarla a ella para que Asta pudiera quedar libre de vivir su vida como le viniera en gana. ¿Y si esa era la razón por la que Astrid había acabado en el aquelarre de Le Fey? No obstante, si lo pensaba fríamente, no tenía mucho sentido entonces que la hubiera echado del aquelarre si pretendía usarla como recipiente. Es más, lo más lógico hubiera sido que la hubiera tenido encerrada, bien cuidada y alimentada para asegurarse de que su cuerpo estuviera en perfectas condiciones y eso no era algo por lo que Le Fey se hubiera preocupado jamás.

—¿Astrid?

La mano caliente de Hipo sobre su pierna la trajo de vuelta a la realidad.

—¿Recuerdas cuando tuvimos la fiesta en la playa y sufriste la visión de aquel monstruo? —Valka arqueó las cejas por su comentario, pero Hipo asintió dubitativo—. También viste en que Le Fey decidiría en un futuro próximo poseer mi cuerpo.

—¿Qué? —cuestionó Valka horrorizada.

—Sí, tenía pensado utilizarme para conseguirte —añadió él preocupado—, ¿por qué lo preguntas?

—¿Mencionó Le Fey a Asta en tus visiones? —preguntó Astrid ansiosa.

Hipo lanzó una mirada a su madre antes de volverse a ella.

—No dijo ningún nombre, solo que…

—Yo era el precio a cambio de que Le Fey dejara en paz a una tercera persona —acabó Astrid por él y sujetó el vaso de té con tanta fuerza que oyó un chasquido del barro quebrándose—. Hija de la grandísima puta.

—Astrid, ¿qué pasa? —dijo Valka preocupada.

Pese a que todavía seguía sintiéndose mareada, Astrid se levantó de la cama para caminar por la habitación y poner en orden sus ideas.

—¡Asta quiso venderme a Le Fey para que ésta la dejara en paz! Le Fey quería el grimorio y, en lugar de dárselo, prefirió darme a mí como moneda de cambio.

—¿Qué? —cuestionó Hipo horrorizado—, ¿pero por qué iba hacer eso? Se supone que tu abuela estaba ansiosa porque hubiera una niña en su familia a la que pudiera transmitirle su legado, ¿por qué iba a quitar su propia sangre de en medio entonces?

—¡Porque odiaba a mi madre! —gritó Astrid rabiosa—. ¡Se le hacía tan insoportable la idea de tener una nieta con sangre de völva que estaba más que dispuesta a entregarme a la mayor hija de puta que existe sobre la faz del Midgar con tal de salvar un puto libro!

La bruja no pudo contener sus ganas de golpear algo y pegó un puñetazo en la pared que hizo que sus nudillos sangraran. Hipo soltó un quejido, pero Astrid no podía evitar sentir cierto alivio por el dolor en su mano. Sin embargo, aquella sensación duró muy poco, pues Valka estaba de repente a su lado curando su herida.

—Focaliza tu ira en lo que realmente importa, Astrid —le advirtió Valka con cautela y limpió la sangre de la mano con un pañuelo—. Tienes mucho dolor en ti, pero haciéndote daño no vas a conseguir nada.

Astrid chasqueó la lengua.

—¿Y qué coño queréis que haga? No solo me entero de que toda familia está muerta, sino que ahora resulta que mi propia abuela me quiso vender a un puto parásito para que me devorara el alma y se quedara con mi cuerpo.

Valka hundió los hombros y miró a su hijo.

—Tienes que decírselo.

—No sé si una teoría va a ser lo que ella necesita escuchar ahora mismo —se defendió él angustiado.

—¿Teoría de qué? —cuestionó Astrid confundida.

—Hipo cree que Asta está viva —respondió Valka al ver que Hipo no iba a hablar.

La bruja miró a su novio sin dar crédito.

—¿Y tienes alguna prueba de ello? ¿Lo has visto en alguna visión? —preguntó ella acercándose a la cama.

—No, no… es solo que… las brujas no mueren a causa del fuego de los dragones —argumentó Hipo nervioso—. Dudo mucho que Asta Hofferson muriera por eso. Entiendo que Finn lo dudara, pero nosotros tres, incluido yo, sabemos que eso es imposible.

—¿Y por qué crees que puede estar viva? —cuestionó Astrid pasmada.

—Si es tan poderosa como se dice que era… pudo haber fingido su muerte tranquilamente y estar ahora oculta en algún lugar del Archipiélago.

—¿Dejándose su amado grimorio detrás? Me parecería muy raro —señaló Astrid con amargura.

—Por no mencionar que Asta Hofferson nunca dejaría a su marido y a sus hijos en la estacada —añadió Valka convencida.

—Bueno, eso es más que cuestiona…

—Astrid —le interrumpió la mujer muy seria—. Si alguien conoce bien aquí a Asta Hofferson soy yo y dudo muchísimo que ella abandonara a su marido y a sus hijos así como así en un ataque de dragones. Ya te dije que ella amaba a su familia con locura.

—¿Entonces por qué no me quería a mí? —preguntó Astrid con voz rota.

La bruja no pudo evitar soltar un sollozo y enseguida sintió los brazos de Hipo rodearla y guiarla de nuevo hacia la cama de Valka. Parecía mentira que aún le quedaran lágrimas que derramar, pero se le hacía muy complicado digerir todo aquello. La presencia de Hipo era un consuelo para ella, al menos, ya que no estaba segura cómo habría sido todo aquello si lo hubiera descubierto ella sola.

—Astrid —Valka se había sentado a su lado y había cogido de su mano—. Asta era una mujer muy complicada, con un pasado que no dudo ni por un segundo que fue muy difícil y tormentoso para ella. Lo que has visto no deja de ser algo que está fuera de contexto, puede que estuviera engañando a Le Fey o tuviera algún tipo de plan…

—Y no olvides que Le Fey dijo que Asta la había traicionado —añadió Hipo en un intento de animarla.

La bruja soltó un suspiro largo. Su magia se movía nerviosa dentro de ella, alterada por su estado emocional, aunque por una vez no parecía dejarse llevar por su ansiedad y su ira, lo cual era de agradecer.

—Ninguno de vosotros dos habéis visto esa cara de asco que puso cuando le dijo a Le Fey que no deseaba nada más que quitarme de en medio —señaló Astrid rabiosa—. Pobre de Asta Hofferson como esté viva y me entere que tuvo algo que ver con la muerte de mis padres, porque si es así juro por mi magia que removeré cielo y tierra para encontrarla y matarla con mis propias manos.

Y cumpliría esa promesa aunque fuera lo último que hiciera.

Xx.

Aquel no era el mejor día para hacer un viaje largo.

Hipo había dormido fatal y tenía un inicio de migraña que retumbaba contra su ojo como si tuviera martillo golpeándole sin cesar. Desde el pequeño incidente sucedido en la fuente, Hipo había tenido que aguantar una bronca —muy merecida, no iba a negarlo— de su madre junto a la ira desbocada de Astrid, quien no para de echar chispas y nunca mejor dicho. Pese a que su enfado hacia Asta Hofferson se veía totalmente justificado, le preocupaba que su teoría de que pudiera estar viva sólo hubiera empeorado las cosas. Sin embargo, hacia el final del día y tras sacar todo lo que tenía dentro, la bruja estaba mucho más calmada, aunque sus ojos estaban apagados y tristes. Su madre preparó la cena, aunque Astrid apenas probó bocado e Hipo consideró que comer lo que había "cocinado" su madre era poner su estómago a prueba. Por suerte, los tés de Valka eran lo bastante fuertes como para aplacar el desagradable sabor a pescado semicrudo y salitre. Cuando se retiraron a dormir, Astrid había apoyado su cabeza contra su pecho, demasiado cansada por todas las emociones que les habían envuelto ese día e Hipo acariciaba su ahora larguísimo cabello con ternura mientras observaba a unas crías de Terribles Terrores jugar en la abertura que daba al nido.

—¿Tú has visto algo? —preguntó Astrid de repente.

—¿Eh?

Ella se movió para mirarle directamente a los ojos.

—¿Has tenido alguna visión? Acabo de darme cuenta que tu madre ha dicho que nos encontró a los dos inconscientes, por lo que puede que hayas visto algo y no hayas querido contármelo para no agobiarme más de lo que estaba antes —comentó Astrid preocupada—. Conociéndote no me extrañaría en absoluto.

Hipo rió nervioso. ¡Cómo le conocía! Pero tenía toda la razón. El beso que se había dado con Astrid en la fuente le había causado un cúmulo de visiones borrosas que no había sido capaz de poner en contexto. Había vuelto a sufrir la visión en la que Drago le tenía encadenado y torturaba a Desdentao mientras él observaba todo con impotencia. Seguido, tuvo una visión muy corta en la que Thuggory y Astrid parecían mantener una conversación muy tensa, aunque no era capaz de recordar de qué habían estado hablando. También vio a Dagur con los ojos inyectados en sangre clavando su espada como un salvaje a todo aquel que se le cruzaba por delante. Y, por último, volvió a ver al monstruo en la oscuridad.

Hipo solo le había visto una vez en la visión en la que devoraba a Acke. En su nueva visión volvía a estar en la misma caverna oscura de la última vez, aunque esta vez estaba iluminada y pudo apreciar con mayor claridad todas las marcas de arañazos que la criatura había hecho e incluso observó que había más huesos y carne putrefacta desperdigados por el suelo que la última vez. Hipo apenas tuvo tiempo para reaccionar ante aquel horroroso escenario porque reparó que Le Fey estaba justo a su lado. Su primera reacción fue dar un bote del susto y convocar su magia para defenderse, pero ni Le Fey reaccionó a su presencia ni su magia apenas reaccionó a su llamada porque estaba adormecida a causa de la visión. La reina estaba quieta a su lado, con los ojos puestos al fondo de la caverna al que apenas llegaba la luz. Tenía un aspecto demacrado y su ceño fruncido deformaba la belleza del rostro de Kateriina Noldor. Parecía irritada, casi enfadada, aunque había algo en su expresión que claramente daba a entender que se estaba armando de paciencia para no perder los nervios.

—Tienes que acostumbrarte a la luz —dijo la bruja de mala gana—. No puedes quedarte aquí para siempre, lo sabes perfectamente.

La bestia gimió al fondo de la caverna y Le Fey puso los ojos en blanco, pero procuró suavizar su tono.

—Sé que no es fácil, ¿vale? Pero no puedes quedarte aquí para siempre. Es hora de que salgas al exterior y luches por mí.

La criatura rugió como respuesta y Le Fey respiró hondo.

—¿Tanto odias tu nueva forma? Eres más fuerte que nunca y tienes una piel impenetrable. Eres prácticamente indestructible —le aseguró Le Fey—. Sé que eres capaz de entenderme, así que no te hagas el tonto conmigo. Además, una vez que tenga el cuerpo de Astrid…

Hipo escuchó a la bestia moverse bruscamente en la oscuridad y gruñó ante la mención del nombre de la bruja. Le Fey sonrió enseñando sus dientes relucientes.

—Ahora sí que tengo tu atención, ¿verdad? Quieres vengarte porque lo que te hizo —comentó ella—. Tranquilo, mi amor, todos nuestros problemas se resolverán cuando posea el cuerpo de Astrid. Irónicamente, es el único que podrá aguantar todo mi poder y podré cumplir con todos tus deseos. Te lo devolveré todo, aunque me siento tentada a dejarte como estás…

La criatura se acercó a la luz lo suficiente como para que Hipo apreciera las brillantes orbes púrpuras resplandecer en la oscuridad. Aún no se atrevía a exponerse a la luz, pero Hipo se horrorizó por la enorme silueta de la bestia.

—¿He dicho algo malo? —replicó Le Fey con falsa inocencia—. Ahora eres más fuerte y bello que nunca, ¿por qué querrías volver a tu débil forma humana?

Hipo jadeó horrorizado. ¿Aquella cosa había sido humana? ¿Pero cómo? La bestia rugió furiosa como respuesta y, seguido, farfulló algo, como si intentara hablar.

—Todo volverá a su curso cuando los destruyamos, mi amor —le advirtió la reina con voz maternal. La bestia gruñó como respuesta—. Y esta vez me aseguraré que nadie te vuelva a hacer daño, eso te lo garantizo.

Las luces se apagaron y la bestia gritó a pleno pulmón a la vez que escuchó la risa de Le Fey, pero antes de que Hipo pudiera ver o hacer nada algo le golpeó con fuerza en la cara. La visión le había causado que le dieran violentos espasmos que había obligado a su madre a despertarlo con una bofetada. Por suerte o, probablemente por experiencia, Valka no le inundó a preguntas ni le forzó a hablar. Lo bueno de tener una madre vidente era que sabía que contar sus visiones era lo último que le apetecería hacer, más teniendo en cuenta que para ponerle en contexto de todo lo que había visto necesitaría contarle todo los detalles y no era algo que le apeteciera hacer en aquel momento.

Sin embargo, contárselo a Astrid no resultaba tan complicado, aunque su relato estuviera tintado por su propio miedo y ansiedad.

—¿Qué humano transformaría Le Fey en semejante monstruo? —preguntó ella tras escuchar sus visiones.

—¿Thuggory?

Astrid arrugó la nariz.

—¿Por qué iba a transformar a su amante en un monstruo? —cuestionó ella con recelo—. Además, Thuggory está vinculado con ella, ya es prácticamente invencible, así que no tiene ningún sentido.

—¿Entonces quién puede ser? —insistió Hipo ansioso.

—Alguien a quien haré daño, está claro —apuntó Astrid intrigada, entonces hizo un gesto sorpresivo—. ¿Y si es Drago?

—¿Drago?

—Puede que Drago se entere que Le Fey es una bruja y ésta decida transformarlo para someterlo a su voluntad. Tendría sentido, ¿no crees? Además, me muero de ganas de reventarle la cara a ese cabrón.

Hipo no estaba del todo seguro. Había algo que le resultaba familiar en aquella criatura, pero todavía no había conseguido adivinar el qué. No había conocido nunca a Drago en persona, por lo que le resultaba complicado relacionar a esa bestia con aquel hombre.

—De todas formas, tenemos otros asuntos de los que preocuparnos —comentó Astrid con aire cansado—. Ya hemos descubierto qué esconde el guardián, pero aún nos falta por descifrar el resto de las profecías de Elea.

—Sabemos quién es el tuerto…

Astrid se sentó sobre el colchón y se apoyó contra la pared con una mueca.

—Dejemos a Finn para más adelante, por favor, no tengo energías para pensar en él siquiera.

Hipo no podía culparla, sobre todo porque a él le entusiasmaba ese plan tanto como a ella.

—Luego nos quedaría restaurar la línea de sangre, encontrar el perdón y tres deben sacrificar lo imposible —repasó Hipo.

—¡Si al menos supiéramos a quién se refiere cada una de esas profecías! —se lamentó Astrid—. ¡Hay una infinidad de líneas de sangre perdidas! ¡Y todos necesitamos encontrar el perdón! Tu madre, tú, Thuggory, Le Fey, yo… ¡Somos demasiados! ¿Y quienes son esas tres personas que tienen que sacrificar lo imposible? ¡Maldita Elea! Podría habernos dado alguna pista más...

Entre las quejas de Astrid, Hipo hizo otro repaso mental de las profecías. Una línea de sangre que podía ser restaurada… No podía tratarse de los Hofferson. Algo dentro de él le indicaba que aquella predicción poco tenía que ver con Astrid y Finn Hofferson, pero sí con alguien que él había conocido. El agua lo sabía todo, se recordó. Elea no podía haber lanzado una profecía como esa si él o Astrid no conocieran la línea de sangre que había que reconstruir de nuevo. ¿De quién podía ser entonces? ¿Quién podía haber pensado que lo había perdido todo, pero que en realidad…?

—¡Joder! —gritó él al caer en la solución.

—¿Qué? —preguntó Astrid sobresaltada—. ¿Qué pasa?

—¡Sí hay una línea de sangre que se puede restaurar! —Hipo casi podía ponerse a bailar de la excitación—. ¿No te has dado cuenta? ¡La línea de sangre es la Berserker!

Astrid parpadeó confundida.

—¿Por qué piensas eso?

—Nunca he tenido visiones relacionadas con Dagur y… se supone que él lo ha perdido todo, ¿no? —advirtió Hipo—. ¿Pero qué pasa con Heather? ¡Ella también es una berserker!

—Una que no puede procrear —le recordó Astrid irritada.

—Pero sigue siendo una berserker, ¿y si tal vez se trata de reunir a los dos hermanos? —sugirió el vikingo, aunque la expresión de su novia se ensombreció de repente—. Astrid, sé que no te emociona especialmente la idea, pero llevas tiempo evadiendo lo de contarle la verdad a Heather...

—¡Porque no me fío de ella ni un pelo! —se defendió la bruja indignada—. Sigo pensando que nos va apuñalar por la espalda en cuanto tenga la oportunidad.

Hipo comprendía la desconfianza de Astrid hacia Heather. Sabía que si no le había contado nada a la otra bruja se debía, principalmente, a que estaba celosa de ella, pero Hipo no se había atrevido a recriminárselo y tampoco le parecía justo hacerlo. Astrid había luchado toda su vida por conocer la verdad de su pasado y el hecho de haber descubierto por pura casualidad que Heather tenía un hermano le dolía, más teniendo en cuenta que si no hubiera sido por el poder que había heredado de su madre jamás lo hubiera sabido.

—No ha llegado a hacer nada que nos haga pensar que vaya a traicionarnos, As —le advirtió Hipo con cautela—. Es una imbécil, no te diré que no, pero… ¿te gustaría que ella te hubiera escondido algo como esto?

—Yo… —se mordió el labio inferior—. No, claro que no, pero Dagur está en las galeras de Drago, ¿no?

Hipo asintió con la cabeza. Rescatar a su amigo era una misión prácticamente imposible. Por lo que le había contado Astrid, los barcos de Drago eran imperturbables. No obstante, Hipo reconoció un brillo en los ojos de la bruja que hizo que su corazón latiera de repente más rápido.

—¿Qué se te ha ocurrido? —preguntó él sin poder ocultar su expectación.

Astrid alzó la cabeza sorprendida por su pregunta, pero dibujó una sonrisa nerviosa.

—No te va a gustar —le advirtió ella.

—Lo doy por hecho.

—Antes de marcharnos de la isla del Vindr, Brusca mencionó que debíamos atacar Isla Mema.

Hipo sintió que la sangre abandonaba su rostro y tensó los labios.

—Y ya dije que no era buena idea.

—Sería una idea terrible organizar un ataque frontal con los poquísimos recursos que tenemos —replicó Astrid—. Una batalla en abierto sería un suicidio, pero yo no hablo de hacer nada de eso.

—¿Entonces qué?

—¿Y si atacáramos Isla Mema desde dentro? —sugirió ella—. Seríamos un grupo muy pequeño que atacara diferentes puntos al mismo tiempo. Generaría muchísima confusión y, si somos listos, tal vez podríamos inmovilizar al Jefe actual y recuperar el control de la isla.

Hipo contempló a Astrid como si le hubiera salido una segunda cabeza. ¿Estaba hablando realmente en serio?

—A ver, señor receloso, ¿qué pasa? —se quejó Astrid molesta.

—¿Has pensado qué pasaría si Le Fey está allí cuando ataquemos? —cuestionó él incrédulo—. ¿Vamos a tomar el té con ella para ponernos al día de las últimas novedades?

Astrid no parecía para nada contenta por su reacción.

—Me sorprende que no te hayan dado todavía un par de hostias cuando te pones así de sarcástico —musitó la bruja.

—Soy tan bueno en ingenio como en el arte de escaquearme —argumentó él—. No, ahora en serio, ¿cómo pretendes llevar a cabo este plan si Le Fey está en Isla Mema?

La bruja no respondió, pero por sus labios fruncidos supo que no había contemplado ese pequeño detalle en el plan. En la Resistencia se había planteado mandar espías para vigilar Isla Mema, pero Astrid les había advertido que toda la isla estaría vigilada por las brujas de Le Fey y eran lo bastante agudas —Astrid se había asegurado de entrenarlas bien para ello— como para detectar cualquier movimiento extraño, ya fuera por aire o por mar. Además, Hipo tampoco estaba seguro de que fuera buena idea atacar la isla si Drago pululaba por allí. Sabía que Astrid era un trofeo que el cazador de brujas llevaba mucho tiempo intentando conseguir y, aunque no dudaba ni por un instante en la capacidad de lucha de su novia, Hipo no podía evitar sufrir cierta ansiedad ante la sola idea de que Astrid pudiera enfrentarse ella sola contra aquel loco.

Ninguno de los dos durmió bien aquella noche y, a la mañana siguiente, ambos se sentían terriblemente deprimidos y agotados. Una vez más, no habían conseguido nada que les ayudara a trazar un plan como era debido y seguían exactamente en el mismo punto de partido. Cierto era que la reconciliación con su madre había sido un punto muy positivo, pero tampoco había arreglado ningún problema. Es más, tenía la sensación de que todo era peor a cuando habían llegado al nido. Astrid había descubierto que su abuela la había vendido a Le Fey e Hipo era el que iba a iniciar el Ragnarok, así que el escenario actual no era precisamente el mejor.

Es más, Hipo pensaba que nada podía ir a peor hasta que, durante el desayuno, a Astrid le dio por preguntar a su madre si regresaría con ellos al escondite de la Resistencia.

El silencio de su madre lo dijo todo.

—¡Papá tiene que saber que estás viva, no me jodas! —exclamó Hipo furioso.

—¡No le dirás ni una sola palabra a tu padre, Hipo! —gritó Valka rabiosa—. Esto tiene que quedar entre nosotros tres. Estoico no puede saber nada bajo ningún concepto.

—¿Y por qué no? —cuestionó Astrid desconcertada—. Valka, tu marido…

—No sabrá nada. Fin de la discusión —le cortó la mujer furioso.

—¡Y una mierda! —chilló Hipo mientras apartaba la sartén rápidamente del fuego al avivarlo demasiado por su ira—. ¡Papá te lleva guardando el luto veintitrés años! ¡Lo mínimo que le debes es que sepa que estás viva!

Su madre le fulminó con la mirada.

—Soy la guardiana de este nido, Hipo. ¿Crees que puedo irme cuando me plazca? —dijo ella rabiosa—. Lo he dado todo porque estés vivo. ¡Todo! ¿Me entiendes? Y volvería hacerlo sin pensarlo dos veces, así que no me vengas con exigencias cuando estoy aquí precisamente por ti.

Hipo se mordió la lengua, consciente de que tal vez se había pasado un poco su madre. Contó hasta diez y acercó la sartén a la mesa para distribuir los huevos revueltos entre tres platos.

—Mamá… yo solo quiero que papá y tú seáis felices. No hablo siquiera de que estéis juntos, pero… papá se merece conocer la verdad y tú… —Hipo posó su mano sobre la de su madre—. Mereces ser feliz también.

Su madre miró sus manos durante unos segundos antes de apartarla con cuidado. Hipo se sintió dolido por el gesto, pero su madre terminó acariciando su mejilla con ternura.

—Aunque no hay nada que desee más que reencontrarme con tu padre, no puedo romper la promesa que hice, Hipo —le aseguró ella con tristeza—. Yo soy muy feliz aquí. He… he aprendido a serlo. Nunca me he sentido tan unida a un lugar como lo estoy con este. Además… creo que no podría soportar la decepción de tu padre si descubriera que llevo todo este tiempo viva y oculta en este lugar —sus ojos se cubrieron de lágrimas—. No podría soportarlo.

—Pero mamá…

—Hipo —le cortó Astrid con suavidad.

El vikingo miró a su novia quien le respondió con una negación con la cabeza. ¡Se sentía tan impotente! Ojalá pudiera hacerle entender a su madre que su padre no dudaría en perdonarla si le diera la oportunidad, pero Valka no iba a dar su brazo a torcer. Indudablemente, no se podía recriminar que su madre fallara a sus promesas, aunque ello conllevara sacrificar su propia felicidad.

—Valka, ¿entiendo que no vas a involucrarte de ninguna manera en el conflicto? —preguntó Astrid con prudencia.

—Me temo que no —respondió la mujer con firmeza—. Mi misión es proteger este lugar y así lo haré.

—¿Ni siquiera para recuperar Isla Mema? —insistió Astrid.

Valka tuvo que reprimir una mueca de pura impaciencia.

—Ni siquiera para salvar al Archipiélago entero —dijo ella tajante—. Me debo a la promesa que le hice al Padre de Todos y nada que digáis me hará cambiar de parecer.

Hipo y Astrid intercambiaron derrotados las miradas y terminaron el desayuno en un tenso silencio que podía cortarse con un cuchillo. Su madre les ayudó a preparar los suministros del viaje de vuelta y se alegró de que pudieran mantener una conversación mucho más relajada sobre sus diseños de las sillas para montar a los dragones. La despedida, sin embargo, fue amarga. Hipo no estaba seguro de si iba a reencontrarse con su madre pronto o si ni siquiera volvería a verla. Su madre le abrazó tan fuerte que casi se quedó sin respiración y apartó el pelo de sus ojos para contemplar su cara con una sonrisa triste.

—Creo que no soy capaz de expresar lo orgullosa que estoy de ti, hijo —confesó ella—. Los dioses no pudieron darme un hijo mejor.

Hipo no pudo evitar un horrible sentimiento de rechazo por aquellas palabras tan llenas de amor. ¡Él la había tratado tan mal! Y, además, no sentía que él fuera el orgullo de nada, sobre todo porque, por mucha magia que pudiera hacer ahora, seguía siendo el desastre con patas que había sido siempre.

—Mamá, yo no…

Astrid le interrumpió con un pellizco en el brazo.

—Acepta un halago por una vez —le susurró contra el oído.

Valka no pareció entender de qué estaban hablando, pero Astrid se aseguró de salir del paso ofreciendo su mano a modo de despedida. Su madre, en cambio, lo ignoró y le dio un abrazo que dejó a la bruja sin habla. Cuando se apartó, Valka pasó sus manos por las puntas del cabello que ella misma había cortado esa mañana y le regaló una sonrisa afectuosa que hizo ruborizar a Astrid.

—Cuídalo, ¿vale?

—Tranquila, me he vuelto una experta en eso —le prometió Astrid azorada.

Montaron sobre Desdentao y Tormenta, quienes parecían tristes por tener que abandonar el nido. Hipo no pudo evitar mirar una última vez hacia atrás para ver a su madre antes de entrar a los túneles que los llevaría al exterior. Su madre les despidió con la mano, aunque Hipo no pudo ni imaginarse lo duro que debía ser para ella el tener que mantener la compostura mientras los dejaba marchar. Valka Haddock era muy distinta a como la habían presentado y la idea que se había hecho de ella tras haberla conocido por primera vez difería mucho de quién era realmente. Su madre había vivido una vida solitaria, llena de desgracias y de dolor.

¿Por qué no podía ser feliz?

¿Por qué no podía vivir la vida que se merecía junto a su marido y su hijo?

Durante todo el viaje, Hipo no pudo apartar aquellas preguntas de su mente y, mientras volaban bajo la lluvia, se preguntó si no habría solución para su madre. Nadie salió a recibirles cuando llegaron en plena madrugada a la isla del Vindr, suponiendo que solos los vigías estarían despiertos y aterrizaron en los establos para dejar que Desdentao y Tormenta descansaran en un espacio cerrado y calentito. Mientras se quitaban sus capas y escurrían sus ropas, Hipo sacó el valor para hablar de una locura de idea que se le había pasado por la cabeza.

—¿Sabes si se puede convocar a Odín?

Astrid se volteó estupefacta por su pregunta.

—¿Por qué demonios querrías convocar a Odín?

—Pues para hablar con él.

La bruja sacudió la cabeza escandalizada.

—¿Pretendes renegociar el trato que tu madre hizo con el Padre de Todos? ¿Para qué?

—Para liberarla, por supuesto —contestó él con impaciencia—. No es justo que esté allí encerrada para proteger esa fuente de Freyja.

—Hipo, no entres tú también en el juego, hazme el favor.

—¿Juego?

Astrid echó la cabeza hacia delante para escurrir su cabello e Hipo se soltó la trenza para hacer lo mismo con el suyo.

—Sí, juego —repitió ella irritada—. ¿No te has dado cuenta que a los dioses les encanta jugar con nosotros? ¿Te crees que Odín te dejó vivir porque sintió lástima por ti y por tu madre? ¡Lo hizo porque quería desafiar a Surt! Dejándote vivo se arriesga a que suceda el Ragnarok y decide hacer una apuesta con él para ver qué decides tú al final.

—Astrid, no creo que…

—Freyja juega con nosotras también —escupió Astrid furiosa—. ¿Qué clase de diosa bendice a un parásito como Le Fey? ¿Cómo permite que esa hija de puta secuestre a niñas, las deje yermas y prediga que es todo a favor de la Diosa? ¡Me cago en Freyja y en todos los dioses de mierda que viven felices y tranquilos en el jodido Asgard mientras en el puto Midgard nos dejamos sangre, sudor y lágrimas por sobrevivir un solo puto día más!

Astrid le dio una patada a un cubo de madera e Hipo sintió el dolor azotar en su pie bueno. La bruja se llevó las manos a la cara y respiró muy hondo.

—Lo siento, eso ha estado muy fuera de lugar —se disculpó avergonzada.

—No tienes que disculparte. Entiendo lo que quieres decirme, era una mala idea de inicio, y las cosas ya son muy complicadas de por sí como para ponernos a convocar a dioses —le aseguró él colocándose a su lado—. Es solo que… me gustaría poder hacer algo por ella.

—Encontraremos una solución —le prometió ella apoyando su cabeza contra su hombro—. Ahora no sé cómo, pero buscaremos la forma de ayudar a tu madre, te lo prometo.

Hipo tuvo que conformarse con esa promesa por el momento. Ambos compartieron una sonrisa cansada antes de despedirse de Desdentao y Tormenta, quienes ya habían caído rendidos en sus nichos. Astrid se pegó más a su cuerpo para agazaparse con él bajo su capa y corrieron torpemente hasta la montaña sin poder contener sus risas cuando Hipo estuvo a punto de darse de bruces contra el suelo. Su prótesis iba recuperando su peso de siempre poco a poco, pero aún pesaba demasiado poco y su torpeza seguía muy presente en él. Entraron en la galería principal haciéndose gestos para acallar sus risas y no despertar a nadie, pero se sorprendieron encontrándoselo vacío.

—¿Pero qué…? —soltó Astrid confundida.

—¿Dónde está todo el mundo? —preguntó Hipo en pánico.

Un estruendoso conjunto de risotadas provenientes del comedor les sobresaltó. La puerta de la sala estaba entreabierta y una larga línea de luz iluminaba levemente un rincón de la galería principal. Con paso precavido, la pareja se acercó hasta allí y miraron a través del hueco de la puerta para ver qué estaba pasando, aunque se encontraron con las espaldas de un grupo de refugiados que volvían a reírse por algo que una voz femenina estaba contando. Molesta por no entender qué era tan divertido, Astrid cogió de su mano y se hizo paso entre la multitud sin inmutarse por las quejas e insultos de las personas que empujaba. Cuando por fin consiguieron localizar el foco de atención del comedor, Hipo y Astrid soltaron una exclamación que cortó el discurso de la hermosa mujer de piel oscura y vestida de verde que se sentaba junto a Estoico y a Alvin.

—¡Vaya, vaya, dichosos los ojos! —exclamó la reina del aquelarre del Nakk.

—¿Iana? —pronunció Hipo sin creerse que la bruja estuviera sentada allí tan tranquila.

—¿Qué coño haces tú aquí? —cuestionó Astrid aún más alucinada.

Iana arrugó el gesto por las malas formas de la bruja y Estoico se levantó con una expresión de puro alivio dibujado en su rostro.

—¡Menos mal que habéis vuelto! Ya estábamos organizando la partida para ir a buscaros.

—Ellos, nosotras no —matizó Iana y el grupo de brujas que se mezclaban entre los refugiados rieron con ella—. Teníamos plena confianza de que volveríais a tiempo.

Tanto Hipo como Astrid no comprendían qué demonios estaba pasando y su confusión pareció divertir aún más a la reina. La bruja susurró algo a Estoico y a Alvin, estos asintieron y pidieron a todo el mundo que se retiraran a dormir. Hubo quejas, pero cuando Iana prometió que seguiría con sus anécdotas durante el desayuno los refugiados se marcharon más contentos. Las brujas del Nakk esperaron que su reina diera las órdenes para que se marcharan también y se quedó únicamente una mujer de cabello rubio rojizo y de piel casi transparente de lo pálida que era. Hipo la reconoció como la general del aquelarre del Nakk de cuando fueron apresados por las brujas días antes, aunque desconocía su nombre. A diferencia de Iana, quien se mostraba tranquila y sonriente, la general estaba tensa y callada y no apartaba sus grandes ojos verdes de Astrid, quien claramente se esforzaba por ignorarla.

Esperaron pacientemente a que todo el mundo se marchara y se quedaron únicamente las dos brujas, Estoico, Alvin y Camicazi. Brusca hizo un amago de quedarse, pero para su enorme frustración Estoico le pidió que se retirara también con el resto de jinetes de Mema. No se avistaba a Heather por ningún lado, probablemente porque no debía sentirse especialmente cómoda rodeada por brujas que no fueran de su aquelarre. Iana se sentó sobre la mesa y su falda se deslizó suavemente por sus piernas, mostrando la oscura piel de sus pantorrillas. Alvin y Camicazi la observaron con fascinación y a Hipo no le extrañaba, Iana era indudablemente una mujer muy bella y las brujas destacaban precisamente por ser muy poco pudorosas en lo que respectaba sus cuerpos.

—¿Dónde habéis estado? —preguntó Iana sin darse muchos rodeos.

—No vamos a decir nada hasta que nos digas qué haces tú aquí —respondió Astrid tajante.

Iana se dirigió a Hipo y sonrió.

—¿Por qué no viniste a pedirme ayuda? —le achacó la mujer.

Todas las miradas posaron inquisitivamente en él, incluida Astrid quien no entendía de qué estaba hablando.

—Puede… puede que le pidiera ayuda a Ying Yue para enfrentarnos a Le Fey, aunque me dijo que no quería involucrarse en el conflicto —explicó el vikingo muerto de vergüenza.

—¡¿Qué?! —clamó Astrid escandalizada—. ¿Por qué demonios hiciste eso? ¡¿Y sin decirme nada?!

—¿Quién es la Yong Yua esa? —preguntó Camicazi sin comprender.

—Ying Yue —le corrigió Iana cortesmente—. Es una bruja muy poderosa que reina en otro aquelarre. Os caería bien.

Astrid sacudió su brazo para que volviera a prestarle atención. Hipo se sintió terriblemente culpable, sobre todo porque Astrid estaba muy dolida porque no le hubiera dicho nada sobre su encuentro con la reina del Mairu.

—No consideré en ese momento que estuvieras en condiciones de hablar con nadie, sobre todo porque… —miró al resto de los presentes quienes los escuchaban atentamente y bajó el volumen de su voz—. ¿Podríamos discutir esto luego?

Astrid no estaba contenta por su sugerencia; pero, por suerte, desistió al tratarse de un tema tan delicado y personal para ella. Iana alzó una ceja expectante e Hipo empezó a sentirse molesto por la sonrisa que seguía sin desaparecer de su cara.

—No te pregunté nada porque Ying Yue me convenció de que el resto de aquelarres del Archipiélago no querían involucrarse en el conflicto —se defendió Hipo—. Así que por eso ni se me pasó por la cabeza seguir preguntando.

—Porque Ying Yue es la reina de todos los aquelarres del Archipiélago, claro —observó Iana con sarcasmo.

—Bueno, es a la única que Drago no ha encontrado todavía —anotó Astrid con maldad.

Hipo le dio un codazo para que moderase el tono y Astrid puso los ojos en blanco. No obstante, esta vez fue la general del Nakk la que decidió intervenir.

—Tus brujas atrajeron los barcos de Drago a nuestra isla —escupió la general rabiosa—. ¿Y encima te mofas de nosotras, sucia traidora?

—Ya no son mis brujas —siseó Astrid conteniendo la ira en su voz.

—¡Claro que lo son! Tú las has...

—Sylvie —le cortó Iana con dureza—. Ya hemos hablado de esto.

El rostro de la general se tiñó casi del mismo color rojizo de su pelo.

—Sí, pero…

—Ya no es parte de ningún aquelarre —insistió Iana—. Y creo que ella más que nadie en esta sala tiene razones para querer acabar con la tiranía de Le Fey; así que, por favor, no me pongas en evidencia.

La general asintió y bajó la cabeza para colocarse de nuevo tras su reina, aunque la intensa magia que desprendía de ella daba a entender lo poco contenta que estaba. Iana bajó de la mesa de un salto y puso los brazos en jarras, ahora con una expresión mucho más seria y serena.

—Ying Yue es una gran reina, pero ella no lo ha perdido todo. A nosotras nos forzaron a abandonar nuestro hogar, al igual que a vosotros —Estoico, Alvin y Camicazi asintieron—. He estado hablando con ellos tres para anunciarles que mi aquelarre está dispuesto a unirse a la resistencia humana siempre y cuando se cumplan con una condición.

—¿Qué condición? —preguntó Hipo dirigiéndose a su padre.

Estoico carraspeó, contento de poder intervenir por fin.

—La reina Iana quiere que se erradique la caza de brujas en el Archipiélago. Cualquier Jefe que lleve a una mujer, sea bruja o humana, a juicio por brujería o la pase por una inspección deberá ser cesado de inmediato.

—Algo perfectamente lógico —concordó Astrid cruzando los brazos sobre su pecho.

Hipo, en cambio, frunció el ceño receloso.

—¿Y quien va a tener la potestad para hacer eso? —preguntó Hipo preocupado—. Las tribus son pueblos independientes que conviven en armonía en el Archipiélago. Isla Mema no podría intervenir en la política de otra tribu por mucho que quiera. Todo esto está regulado en los tratados de paz.

—¡Alguien que habla con lógica aquí, gracias! —exclamó Alvin aliviado.

—Pero a Iana no le falta razón —añadió Astrid indignada—. Si ganáramos la guerra, las brujas estaríamos expuestas a la persecución de los humanos debido al odio generado por Le Fey hacia nuestra especie.

—¿Tantas ganas tienes de cubrirte las espaldas, brujita? —cuestionó Alvin.

—¿Me lo dices tú, Marginado? —replicó Astrid con tono amenazante.

Hipo agarró el hombro de Astrid para calmarla y Estoico hizo lo mismo con Alvin, quien enseguida hizo un aspaviento para que le soltara.

—Haya paz, por favor —insistió Estoico armándose de paciencia—. Alvin, tras acabar los conflictos entre nuestras tribus y las berserker, convocamos varios concilios precisamente para establecer leyes que asegurasen la paz y la convivencia en todo el Archipiélago. Nadie se fiaba ni de vosotros ni de Dagur, pero hicimos un esfuerzo titánico para convencer al resto de Jefes de que no volveriais a traicionarnos.

—No es lo mismo —se defendió Alvin furioso—. Nosotros no éramos diferentes.

Iana, Sylvie, Astrid e incluso el propio Hipo se indignaron por aquel comentario tan despectivo. La reina del Nakk compartió una mirada cómplice con Astrid y su general antes de dirigirse al Jefe de los Marginados.

—El racismo os sienta fatal, que lo sepáis —le recriminó Iana con dureza—. Sonáis igual que Drago.

—¡No somos para nada como él! —exclamó Camicazi indignada por la acusación.

—¿Ah no? —dijo entonces Astrid—. ¿Entonces por qué tanto recelo a una convivencia en paz con las de nuestra especie?

Camicazi se ruborizó ante el comentario de Astrid y balbuceó algo que nadie entendió. Alvin, sin embargo, estaba cada vez más furioso.

—¿Qué nos garantiza que alguna de vosotras no volverá a hacer lo que está haciendo la loca que ahora llaman Reina del Salvaje Oeste? Todos los humanos somos vulnerables a las brujas. Tú —señaló a Astrid con sus dedos—, puedes convocar tormentas que hacen temblar la tierra. Podrías destruir aldeas y ejércitos enteros con tu magia con un chasquido de tus dedos si quisieras.

—Jamás usaría mi magia para matar inocentes —le aseguró Astrid ofendida—. Puede que mi pasado esté manchado de sangre, pero no soy la asesina que todos pensáis que soy. Yo solo quiero que haya paz, que las mías puedan vivir aquí sin que las tachen de apestadas.

Hipo sabía bien que Astrid había vivido toda su vida apartada de la sociedad humana precisamente porque las brujas eran vistas como una amenaza en el continente. Ellos mismos habían sido considerados herejes por el simple hecho de no acudir a los rituales cristianos que con tanta frecuencia se celebraban en Fira. Incluso cuando descubrieron el funcionamiento real de un aquelarre que no fuera el de Le Fey, las brujas seguían viviendo apartadas de las aldeas humanas y sólo se relacionaban con otros aquelarres. Las pocas que habían decidido convivir con los humanos, como eran los casos de Asta Hofferson o de su propia madre, habían tenido que ocultar su magia y, por tanto, su verdadera identidad. Hipo se preguntó qué pasaría en su caso si se difundía el rumor de que él también podía ejercer magia. Además de Astrid, solamente Alvin, Camicazi y su padre lo sabían, pero era un hecho que las brujas jamás le aceptarían y temía que pasara lo mismo con el resto del Archipiélago, sobre todo su tribu.

—De igual manera, una alianza entre nuestras especies es precisamente lo que Le Fey no se esperaría —señaló Iana convencida—. Ninguna bruja querría aliarse con los humanos ni loca y mucho menos si la antigua general de Le Fey está con ellos.

Sylvie hizo un gesto afirmativo a la espalda de su reina. Astrid, en cambio, se mostró impasible, aunque era obvio que estaba harta de que todo el mundo desconfiara de ella.

—¿Entonces por qué habéis venido aquí? —cuestionó Camicazi con recelo—. Dijiste que nos ayudarías.

—Admito que los humanos no me dais ninguna confianza, pero no comparto la opinión general que hay sobre ella —argumentó Iana y le regaló una sonrisa radiante a una Astrid muy desconcertada—. Me salvaste la vida, aún cuando no tenías razones para hacerlo.

—Tu deuda de sangre quedó saldada cuando nos ayudaste a liberarnos de Ying Yue —le recordó Astrid confundida—. No me debes nada.

—Por supuesto que no, ¡solo faltaba! —exclamó Iana con diversión—, pero tenemos un enemigo común. Tú conoces a Le Fey mejor que nadie y eres, con diferencia, la que mejor estrategia puede formular contra ella —se dirigió entonces al resto—. Es curioso que vosotros seáis los líderes de esta Resistencia y, sin embargo, no tengáis ni un triste plan para contraatacar —Alvin iba a alzarse indignado, pero la bruja posó sus largos dedos contra sus labios para silenciarlo—. Cálmate, amigo, no estamos aquí ni para enfadarnos entre nosotros ni mucho menos para discutir. Por suerte, no toda la esperanza está perdida, una refugiada me ha sugerido que os convenciera de que llevaramos a cabo un ataque estratégico en conjunto.

Astrid dibujó una pequeña sonrisa de triunfo. Hipo puso los ojos en blanco como respuesta, pero tampoco pudo ocultar un gesto divertido. Por irónico que sonara todo aquello, no cabía duda que a Brusca Throston no la ganaba nadie de cabezota y, por una vez, la jugada parecía haberle sabido bien.

—¿Un ataque estratégico contra quien? —preguntó Camicazi sin entender.

Iana se volteó hacia Hipo y Astrid para darles a entender que era su turno para hablar. Por supuesto, Brusca también le había contado que ellos tenían conocimiento de su idea suicida. Astrid le dio un pequeño empujón para que diera un paso al frente e Hipo tragó saliva nervioso. Su padre le observaba con extrañeza, Camicazi lucía expectante mientras que Alvin se mostraba totalmente escéptico.

—Creemos… no... nosotros…

El corazón le latía muy rápido y su magia parecía estar despertándose a causa de su repentino estado de nerviosismo. Sin embargo, sintió una mano templada coger de la suya e Hipo giró la cabeza hacia Astrid, quien le lanzó una mirada llena de confianza.

Puedes hacerlo, le decían sus hermosos ojos azules. No estás solo.

—¿Y bien? —cuestionó Alvin malhumorada—. No tenemos todo el puto día, Hipo.

—Alvin… —le advirtió Estoico molesto.

—No, papá, Alvin tiene razón —intervino Hipo sintiéndose un poco más seguro—. Hemos perdido demasiado tiempo y creo que ha llegado la hora de actuar y recuperar lo que es nuestro.

Los tres Jefes abrieron mucho los ojos, sin estar muy seguros de que estuviera hablando en serio.

—¿Te refieres a lo que yo creo que te refieres? —preguntó Camicazi sin entrar en su asombro.

—Sí —afirmó Hipo y apretó la mano de Astrid para coger valor—. Ha llegado el momento de liberar Isla Mema.

Xx.