Capítulo 47
Pasaron varios días de la revelación de Sakura pero no volvieron a hablar de ello, ya que Sasuke lo evitaba. Saber que lo amaba le agradaba, pero al mismo tiempo lo desconcertaba. Tenía tal jaleo en su cabeza y en su corazón que comenzó a dudar de todo. Incluso de sí mismo.
Sakura, por su parte, al notar que él no se sentía bien y pensando que era una bocazas por haberle dicho aquello, calló. Era lo mejor.
Una mañana, tras una noche en la que Sasuke y Sakura disfrutaron de sus cuerpos, primero en la cocina y más tarde en su habitación, cuando Sakura despertó se encontró sola en aquella estancia tan bonita. Recordar la noche de pasión que había vivido con el vikingo la hizo sonreír, hasta que sus ojos se encontraron con el tapiz que había comprado Ingrid en su momento.
Apartando la vista de aquello, que cada día le molestaba más, se levantó de la cama y, de pronto, notó dolor en la pierna. Al mirarse vio que tenía una astilla de madera clavada en el muslo y se apresuró a sacársela.
Tras limpiar la sangre, se fijó en la mesita vieja y desvencijada que Sasuke le había contado que había pertenecido a los abuelos de Ingrid. En realidad era bonita, los dibujos labrados en la madera eran finos y delicados, pero estaba muy estropeada.
Entonces Sakura, mirando la madera de la mesita y viendo que había más astillas que podía clavarse, musitó convencida:
—Te arreglaré. Quedarás como nueva y así evitaremos futuras heridas.
Tras vestirse, bajó a desayunar. Estaba hambrienta.
—Buenos días, Shensi —la saludó Matsuura—. Por tu cara veo que tienes hambre.
Divertida por ver el gesto pícaro de aquel, tras acercarse a la manta donde estaba Siggy y ver que dormía tranquila, Sakura repuso:
—Solo diré que... ¡probablemente!
Matsuura sonrió. De pronto, se oyeron unos golpes en la puerta de la cocina y este se apresuró a abrir. Era, Janetta, que los había visitado en varias ocasiones en ese tiempo.
—Qué alegría volver a verte —la saludó el japonés sonriendo.
Ella, azorada por la caballerosidad de aquel hombre, se ruborizó y susurró:
—Venía... venía a ver a la señora.
Matsuura asintió y, con una especial galantería que dejó a Sakura sin palabras, lo oyó decir:
—Por favor, Janetta, pasa. Ella está aquí.
Sin dudarlo, la mujer entró en la cocina y Sakura, feliz de volver a verla, indicó después de abrazarla:
—Tu rostro está mejor cada día. ¿Ha desaparecido el dolor?
La mujer sonrió.
—Milady, os aseguro que las hierbas que me disteis para calmar los dolores han sido lo mejor.
—¡Estupendo!
Sentadas a la mesa, Janetta y ella estuvieron charlando con tranquilidad durante un rato, hasta que Sakura preguntó:
—¿Qué te parecería venir todos los días para ayudarnos con la casa y los niños? —Sorprendida, la mujer la miró, y Sakura, pensando que sería bueno que los niños tuvieran a una mujer cerca una vez que ella se fuera, añadió—: Hablaré con Sasuke, te pagaríamos. Creo que sería algo que beneficiaría a ambas partes, ¿no te parece?
La mujer asintió. Trabajar cuidando a los niños de aquella pareja sin duda era algo maravilloso, y afirmó:
—Me parece muy bien, milady.
—A mí también —declaró Matsuura.
Complacidos, continuaron charlando sobre aquello hasta que Janetta, fijándose en lo que hacía el japonés, preguntó:
—Milady, ¿qué hace?
Tras mirar y observar a qué se refería, Sakura rápidamente respondió:
—Prepara la comida.
La mujer parpadeó sorprendida.
—¿La prepara él y no vos?
Sakura asintió y, bajando la voz, añadió:
—Si no queremos morir envenenados, es mejor que lo haga él.
Eso hizo sonreír abiertamente a la mujer. De pronto, Shii y Asami entraron corriendo en la cocina seguidos de Tritón y, tras saludar con una sonrisa a Janetta, a la que ya habían visto otras mañanas, se acercaron a Sakura.
—Mamá —dijo la pequeña—, tío Matsuura irá a pescar cuando acabe de trocear la verdura; ¿podemos ir con él?
Ella, gustosa al oír que la llamaba de ese modo, sonrió y afirmó:
—Claro que sí.
Los niños aplaudieron contentos, y luego Sakura, mirándolos, dijo cogiendo a Tritón en brazos:
—A partir de ahora Janetta vendrá todos los días a casa y nos ayudará a cuidaros. ¿Qué os parece?
Shii y Asami miraron a la mujer y, al ver que aquella sonreía, el niño respondió:
—A mí me parece bien.
Y Asami, con su muñeca en las manos, señaló:
—A Pousi y a mí nos gusta.
La mujer se emocionó y sonrió dichosa, y entonces Sakura, soltando al cachorrillo en el suelo, quiso saber:
—Shii, ¿está Sasuke en la herrería?
—Sí, mamá.
Acostumbrarse a oír eso era bonito y fácil y, viendo que aquellos iban a salir, añadió:
—Dile que quiero verlo. Necesito hablar con él.
—¡Vale! —dijo el niño saliendo con su hermana perseguidos de nuevo por Tritón.
Durante un rato Matsuura, Janetta y Sakura charlaron sobre el tiempo en Escocia, y luego Janetta, satisfecha al sentir la felicidad que se respiraba en aquella casa, comentó:
—No hay nada más bonito que la risa de un niño. —Y, viendo a Siggy dormir, se levantó y susurró—: Milady, permitidme deciros que tenéis unos hijos preciosos.
Conmovida por lo que oía y por lo que para ella suponía decir eso, Sakura respondió:
—Gracias, Janetta.
En ese instante Sasuke entró en la cocina. Como siempre, su presencia imponía. Se detuvo sorprendido al ver allí a aquella mujer que algunos días había visto pasar de lejos, y Sakura terció:
—Sasuke, ella es Janetta. Janetta él es...
—Vuestro esposo, Sasuke —finalizó la mujer.
Con una sonrisa, Sakura asintió, y Sasuke, acercándose a aquella, preguntó:
—Por todos los dioses..., ¿qué te ha ocurrido en el rostro?
Janetta bajó la mirada al oír eso. La cicatriz difícilmente desaparecería como los moratones, y Sakura, para intentar echarle una mano, intervino:
—Se cayó: resbaló en la orilla del río y se hizo daño con las piedras.
—Soy muy torpe, mi señor —afirmó la mujer.
Sasuke asintió. Sabía que lo que Sakura decía era mentira pero, sin querer ser indiscreto, agregó:
—Cuídate bien esas heridas, ¿de acuerdo?
—Sí, mi señor.
Sakura, agradecida por la discreción del vikingo, lo miró, y este, acercándose a ella, le dio un cálido beso en los labios y comentó mirándola:
—Shii me ha dicho que querías verme.
La joven asintió.
—Acabo de contratar a Janetta para que venga todos los días y nos eche una mano con la casa y los niños; ¿te parece buena idea?
—Me parece estupendo —afirmó él. Sin duda la ayuda de aquella mujer les vendría muy bien.
Janetta y Sakura se miraron felices y esta última indicó:
—Por cierto, hay un mueble que quiero arreglar. Siempre me ha gustado trabajar la madera y quería preguntarte si tenías algún inconveniente en que...
—¡Buenos días!
Al oír la voz de Suigetsu Hōzuki, todos se volvieron, y este, con su maravillosa sonrisa, comentó:
—Mmmm..., Matsuura, ese caldo que estás preparando huele de maravilla.
El japonés sonrió.
—Pues cuando le añada luego el pescado, ¡mejor sabrá!
Todos rieron por aquello, y Suigetsu, fijándose también en Janetta, musitó:
—Por el amor de Dios, mujer, ¿qué te ha ocurrido?
Ella bajó la cabeza azorada por su aspecto, y Sasuke se apresuró a intervenir:
—Resbaló en el río y se golpeó con las piedras.
Según oyó eso, Suigetsu levantó las cejas. Lo que aquella tenía en el rostro no se lo había podido hacer por una caída. Pero, entendiendo lo que ocurría, finalmente musitó mirándola:
—Ten más cuidado la próxima vez que vayas al río.
—Lo tendré, señor —aseguró ella.
Sakura, al ver cómo aquel la miraba, terció:
—Suigetsu, te presento a Janetta. A partir de ahora nos ayudará con la casa y los niños. Janetta, él es Suigetsu Hōzuki.
—Un placer, Janetta.
La mujer, colorada como un tomate por ser el centro de atención, susurró:
—Lo mismo digo, señor.
E, instantes después, Suigetsu se dirigió a Sasuke:
—En las caballerizas está esperándonos Genma Shiranui. Se ha enterado de que adquirimos unos buenos fiordos en Edimburgo y quiere comprarnos dos.
Sasuke asintió.
—Pues no lo hagamos esperar más. —Y, cuando iba a salir, añadió mirando a Sakura—: Las herramientas que necesites para arreglar esa madera están en la herrería, cógelas.
Gustosa y feliz, la joven le guiñó un ojo y, cuando él se marchó junto a Suigetsu, Janetta preguntó boquiabierta señalando a Matsuura:
—¿Él cocina y vos arregláis muebles?
Divertida al ver el asombro en su mirada, Sakura iba a responder cuando el japonés indicó:
—Claro que sí. ¿Por qué no?
Durante un buen rato los tres siguieron charlando en la cocina. Hablaron del tiempo en Escocia, de las verduras que por allí se podían conseguir, de las flores que Janetta cultivaba en su jardín, hasta que Matsuura dijo retirando la olla del fuego:
—Me voy a pescar. Siggy queda a tu cargo.
Sakura asintió y Janetta, levantándose, sugirió:
—Si quieres puedo acompañarte para cuidar de los niños y de paso decirte dónde abunda la pesca.
El japonés afirmó con la cabeza al oírla. Con lo tímida que era, que le propusiera aquello era toda una proeza, y con una sonrisa musitó:
—Nada me gustaría más.
Boquiabierta por la caballerosidad que Matsuura mostraba ante Janetta, Sakura lo miró sorprendida.
—Milady, ¿queréis que me lleve a Siggy?
—No, id vosotros —contestó ella—. La pequeña puede quedarse conmigo.
Una vez que ellos se marcharon, Sakura se levantó y, mirando por la ventana, observó a su tío. Verlo andar con la espalda muy erguida y una sonrisa en los labios era nuevo para ella. Sin duda aquella mujer le había gustado. Instantes después, Shii, Asami y Tritón se unieron a ellos.
Se acercó sonriendo a la manta donde estaba Siggy. Continuaba dormida. La herrería estaba cerca, por lo que corrió hasta ella para coger las herramientas que necesitaba.
Con curiosidad, miró a su alrededor. Allí no faltaba de nada. Todo estaba ordenado y en su sitio. Sin duda Sasuke era muy cuidadoso y metódico. Estaba sonriendo cuando vio unas pequeñas herramientas parecidas a las que ella usaba para crear sus joyas y que había perdido el día de la terrible tormenta. Eso la apenó, perder aquello que la había acompañado durante tantos años la hizo suspirar.
Finalmente, tras escoger lo que necesitaba para reparar el mueble, regresó a la casa y vio que Siggy seguía dormida. Sin tiempo que perder, subió hasta su dormitorio. Allí cogió la pequeña mesita y la bajó a la cocina. Cuando iba a comenzar a arreglarla, Siggy se despertó. Durante un rato, olvidándose de la mesa, le prestó toda su atención a la pequeña y, al ver que aquella quería caminar, la ayudó agarrándola de las manitas.
Cuando la niña se cansó y se sentó en el suelo, gustosa y feliz, rápidamente Sakura la rodeó con varias mantas para que estuviera caliente y le dio algunos juguetes para que se entretuviera. Acto seguido ella se centró en la mesa. La estudió como hacía con sus joyas. Tenía que desmontarla con cuidado, lijarla para quitarle todos los picos y las astillas que tenía y, después, debía volver a labrar con el punzón los dibujos que había perdido la madera con el paso del tiempo para, por último, darle color. Oscuro, por supuesto. Como a Ingrid le gustaría.
Pendiente de que la niña estuviera cómoda mientras jugaba, Sakura comenzó a desmontar la mesita con paciencia. Una vez que la tuvo clasificada por partes, cogió una lija y una de las patas y comenzó a lijarla. Las astillas y las impurezas de la madera vieja enseguida empezaron a desaparecer, pero, de pronto, oyó:
—Por Odín, ¡dios de dioses!
Al levantar la cabeza se encontró con el gesto ofuscado de Sasuke.
—¿Qué pasa?
El vikingo, con los ojos fuera de sus órbitas, siseó:
—¿Cómo que qué pasa? ¿Qué narices estás haciendo?
Al entender que se refería a la mesita, Sakura respondió con una sonrisa:
—Estoy arreglándola. Está vieja y necesita...
—¿Quién te ha pedido que lo hagas?
Ella no dijo nada y el vikingo, con los ojos encendidos, exigió:
—¿Quién te ha dado permiso para destrozar algo que es importante para mí?
Boquiabierta por cómo le hablaba y por la rabia que veía en su mirada, la joven finalmente respondió:
—Sasuke, la mesita está vieja. Necesita una buena restauración. Esta mañana, al levantarme de la cama, me he clavado una astilla en la pierna y...
—¿Y por eso te crees con derecho a destrozarla?
Sakura resopló. Su paciencia comenzaba a esfumarse, pero, intentando hacerlo razonar, repuso:
—No la estoy destrozando. La estoy arreglando.
Pero él, furioso al ver aquello hecho pedazos en el suelo, insistió:
—¿Por qué no me has dicho que se trataba de ese mueble?
—Te lo estaba diciendo cuando ha entrado Suigetsu, ¿no lo recuerdas?
Sasuke, perdiendo los nervios por ver aquella mesita tan importante para él hecha trizas, comenzó a gritar. No la escuchaba. No quería hacerlo. Chillaba de tal manera que Siggy, asustada, empezó a llorar.
—¡Maldito pedazo de mierda, deja de gritar! —le ordenó Sakura de pronto.
En cuanto lo hubo dicho, la joven se dio cuenta de que no había estado bien.
—¡Estaba claro que tus malos modales tarde o temprano saldrían a la luz! —exclamó él ofuscado.
Oír eso hizo que Sakura ladeara la cabeza y preguntara:
—¿Exactamente qué es lo que has querido decir con eso?
Sasuke, tan descontrolado como ella, sentía que el cuerpo le temblaba y, sin medir sus palabras, siseó:
—Lo que quiero decir es que eres quien eres... ¿Qué podía esperar de ti?
La joven asintió boquiabierta. Muchas veces a lo largo de su vida la habían despreciado por ser quien era, pero nunca nadie le había hecho tanto daño con sus palabras como se lo estaba haciendo Sasuke.
Un calor extraño invadió su cuerpo. Quiso abalanzarse sobre él, pero oír a Siggy podía con ella. La pequeña lloraba pocas veces y, tras levantarse del suelo y lavarse las manos, cogió a la niña en los brazos y le dio un beso para que se tranquilizara.
—La estás asustando, ¿no lo ves? —le reprochó al vikingo, que no se había movido del sitio.
Sasuke, a quien le costaba hasta respirar, se sintió mal al ver llorar a la pequeña. Sabía que no estaba siendo justo ni con ella ni con Sakura, pero, incapaz de dar un paso atrás, soltó:
—Quiero esa mesa tal como estaba.
—Como estaba, imposible. Cuando acabe con ella estará mejor.
Sasuke maldijo en noruego, como solía hacer cuando se enfadaba.
—Sé lo que has dicho —repuso ella—. Si algo aprendí de tu idioma son las malas palabras.
—En momentos como este siento que todo es un error —siseó él.
Oír eso a Sakura le dolió y, sin poder callar, indicó mirándolo:
—Error o no, aquí estoy porque tú así me lo pediste.
Sasuke resopló y, señalándola con el dedo, sentenció:
—No vuelvas a tocar nada de ella. ¡¿Me has oído?! ¡Nada!
Y a continuación salió de la cocina a toda prisa mientras Sakura arrullaba a Siggy, que lloraba desconsolada.
