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Capítulo XLVIII

Mirando por la ventana del hotel mientras se fumaba un cigarrillo, Candy observó el amanecer. Siempre le había gustado comprar postales de amaneceres, pero ante ella, y gratis, tenía uno de los más bonitos que había visto en su vida.

Desde que había llegado a Edimburgo estaba nerviosa. Necesitaba ver a Albert y leer en sus ojos que la había echado tanto de menos como ella a él. Con una sonrisa en la boca observó a Óscar, dormía plácidamente a los pies de Karen que abrazada a Tom dormía como un tronco. La noche anterior se habían acostado tardísimo y habían bebido demasiado.

De pronto unos toques en la puerta llamaron su atención, por lo que cruzándose el albornoz se dirigió hacía ella, y cuando la abrió se quedó sin habla. Ante ella tenía a Archie con una pinta desastrosa.

—Hola Candy.

—Vaya… ¿mira quién está aquí?

—Vaya… vaya —contestó con despecho él—. Si es la novia del año.

—¿Algo que objetar a mi boda, Archie?

—Por mí como si te casas con un salmonete.

Al escuchar aquello Candy sonrió.

—¿Cómo está tu primo el conde?

—Fantástico gracias a ti. ¿Y tu futuro marido?

—Estupendo y feliz.

Tras un silencio incomodo entre los dos fue Candy la que habló.

—¿Qué quieres?

—Ya lo sabes —respondió e intentó entrar, pero Candy le cerró el paso.

—¿Dónde crees que vas?

—Tengo que hablar con tu hermana.

—Quizás ella no quiera hablar contigo.

—¿Sabes, Candy? —bramó echándosela al hombro—. Me importa una mierda si ella quiere o no.

—¡Suéltame idiota! —casi rió Candy—. Suéltame ya.

Dentro de la habitación, Archie se quedó sin habla al ver a Karen dormida entre los brazos de aquel tipo, por lo que tensándose gritó.

—¡Maldita sea, Karen! ¿Quién es ese tío y por qué estás en la cama con él?

Tanto Karen como Tom, al escuchar aquel rugido, abrieron los ojos asustados, pero mientras Tom se quedaba paralizado al ver cómo aquel gigante de pelo cobrizo y ojos de loco, se tiraba encima de él y lo asía por el cuello, Karen, muy digna, se levantó y se encerró en el baño con Óscar.

—Archie, por Dios —gritó Candy tirándose encima de él—. ¡Suéltalo!

—¡Socorro! —se revolvió Tom—. ¡Que me mata! ¡Que me mata!

El derechazo que Archie le propinó en la mejilla, hizo que viera las estrellas.

—Karen ¡sal inmediatamente! —gritó Archie peleando con Tom.

—¡Maldita sea, Archie, suéltalo! ¿Pero, te has vuelto loco? —gritó Candy dándole puñetazos que Archie parecía no sentir—. ¡Suéltalo! ¿Pero quién crees que es?

—Me da igual —bramó Archie—. Estaba abrazando a mi mujer.

—Soy gay ¡muy gay! —gritó Tom cogiendo aire—. Juro que soy el rey de los gays.

Candy incrédula, miró a su alrededor y tras coger una lámpara gritó.

—O le sueltas o te la estampo en la cabeza.

—¡Karen! —gritó Archie sin escucharla—. ¡Quiero hablar contigo!

—Ahhhhh, me ahogo —aulló Tom cada vez más rojo.

—¡Maldita sea, Archie! —gritó Candy—. ¡Suelta a Tom que lo vas a matar!

—¿Tom? —susurró Archie y tras aflojar la presión preguntó—: ¿Tú eres Tom?

—Sí —boqueó a punto del infarto.

—Pues claro que es Tom, y casi lo matas, energúmeno —confirmó Candy ayudándolo a incorporarse.

Archie horrorizado por lo que acababa de hacer suspiró.

—Lo siento. Discúlpame. ¡Joder lo siento! por un momento creí que te habías acostado con mi mujer.

—Acepto tus disculpas —susurró Tom en inglés.

—No lo olvidaré, amigo —asintió Archie avergonzado.

—Anda Chewaka, ve a hablar con tu mujercita —animó Candy.

Archie, tras darle a Tom un par de manotazos en la espalda, entró en el baño, pero la puerta del aseo estaba cerrada con pestillo.

—Karen mi amor, abre la puerta. Necesito hablar contigo.

—¡Ja! Lo llevas claro —se mofó ella—. Yo contigo no.

—Cariñito, por favor. Perdóname —insistió Archie resoplando.

—¡Ni lo pienses! Para mí no existes.

—Karen ¡abre la puerta de una vez! —bufó éste perdiendo la paciencia.

—Archie ¡pírate de aquí de una vez! —gritó al escucharlo.

—Vaya… veo que seguís en vuestra línea —sonrió Candy al entrar en el baño con Tom—. Karen ¡Por Dios! Sal de una vez.

—He dicho que no.

—¡Maldita sea, Karen! Si no sales tendré que tirar la puerta.

—Oh, Dios —señaló Tom—. ¡No serás capaz!

—Por esa española —susurró Archie haciéndoles reír— soy capaz de cualquier cosa.

—Pues siento decirte que la española —gritó Karen—, está harta de ti, que no piensa volver contigo y que cuando se marche mi familia para España me voy con ellos.

Al escuchar aquello Archie sintió que se le partía el corazón y apoyando su frente contra la puerta dijo sin importarle quién estuviera.

—Cariño, perdóname, pero necesito que entiendas que Albert es como un hermano para mí, y ver cómo sufre día a día me está matando. Sé que eso no justifica mi manera de hacer las cosas. Pero aunque suene tonto y romanticón lo que voy a decir —dijo mirando a Candy— cuando escuché que su princesa volvía aquí para casarse con otro en su castillo, te juro que sentí en mi corazón su dolor. Y no pude soportar tu alegría por aquella noticia.

—¡Qué momentazo, por Dios! —murmuró Tom agarrado a las manos de una emocionada Candy.

—Escucha, cariño —continuó Archie recostándose contra la puerta—. Nunca debí darte a elegir entre tu familia y yo. He sido un egoísta. No he pensado que Candy es tu hermana, y que sientes por ella el mismo amor que yo siento por Albert. Tras comportarme como un idiota me he dado cuenta de que si ella es feliz con su futura boda, es normal que tú lo seas también y que yo, como persona que te ama, esté feliz también por ella.

Como Karen no abría la puerta, Archie volviéndose hacia ellos, dijo.

—Os pido disculpas por mi rudo comportamiento. No sé qué me ha pasado pero…

—Tranquilo, amigo —contestó Tom que chocó la mano con él—. Ahora sé quién le ha enseñado a Candy a dar esos derechazos.

—Archie, siempre has estado disculpado —sollozó Candy y secándose las lágrimas gritó—. Karen deja de hacer la idiota y sal de una vez.

—No me da la gana —respondió con la voz entrecortada.

—¡Qué cabezona es, por Dios! —susurró Candy.

—Mira, Karinloca —gritó Tom—. Si no sales en menos de cinco minutos, te juro que este highlander me lo quedó enterito para mí.

Al escuchar aquello Archie sonrió y volviéndose de nuevo hacia la puerta llamó.

—Karen, por favor.

—Dejémoslos solos —susurró Candy que tomó la mano de Tom.

Una vez cerraron la puerta del baño, Tom, que portaba un rollo de papel del WC, cortó un trozo y se lo tendió a Candy que se había tirado en la cama a llorar. Pasados los primeros momentos y cuando ella paró de hipar, Tom la miró.

—Por dios, Candy. Lloras igual que el payaso de Micolor.

—Eres un idiota. ¿Lo sabías?

—Sí. Pero me quieres.

—Nunca lo dudes —asintió abrazándolo.

—Oye, Candy. ¿Qué tenéis vosotras que no tenga yo para encontrar un maromo así?

Aquello les hizo reír y estaban limpiándose las lágrimas cuando se escuchó un estruendo procedente del baño y la puerta se abrió.

—¡Por todos los santos, Candy! ¿Qué es eso de que no te casas?—gritó Archie.

—¡Por favor! ¡Por favor!-susurró Tom—. ¡Qué pivón!

—Candy, le he contado la verdad —señaló Karen con una sonrisa enamorada.

Ella ya lo había imaginado.

—Archie: ¿Cómo me voy a casar con otro si yo sólo quiero a Albert?

Archie la miró confundido.

—Pero ¿por qué sois tan complicadas? —vociferó.

—Eso mismo llevo preguntándome toda la vida —asintió Tom.

—Sólo quiero hacerle ver lo que duele ser engañado y…

—¿Qué hora es? —gritó Tom llevándose las manos a la cabeza.

—¿Qué pasa? —preguntó Candy.

—Las diez y veinte —apuntó Tom.

Archie, sacó de su vaquero un móvil, marco el teléfono de Albert, pero le dio desconectado o fuera de cobertura.

—¡Maldita sea! —gritó mirando a Candy—. Albert se marcha de Escocia.

—¡¿Cómo?! —gritó Candy.

—¡¿Cuándo?! —susurró Karen.

—Albert no quería estar aquí cuando te casaras —dijo Archie—. Anoche llamó a Steven, su piloto, quiere partir hacia México a las cuatro de la tarde.

—¡Oh, Dios mío! —susurró Candy pálida como la cera.

—Por favor, por favor —gritó Tom—. ¡Qué romántico! Ni en Pretty woman.

—Tenemos que localizarlo como sea —señaló Karen mirando a Archie.

—Llamaré a Steven, le diré que se invente un fallo en el avión.

—Hola chicos, buenos días —saludó Mary que entró en la habitación.

—Mary —gritó Tom en español—. ¡Por Dios lo que te has perdido!

—¿Qué pasa? —preguntó la mujer que miró a Candy—. Tesoro ¿qué te ocurre?

—Mamá, no hay tiempo de muchas explicaciones —señaló Karen—. Albert cree que Candy se va a casar con Neall y se marcha del país.

—Bendito sea Dios —gritó la mujer—. Pero eso no lo podemos consentir.

—Por supuestísimo que no —indicó Tom, que cortó más papel del WC.

—Pero… ¿Pero a ti que te ha pasado en la cara? —gritó Mary al verle la mejilla hinchada y enrojecida.

—Dejémoslo —rió Tom mirando a Archie— es que me he dado un golpe contra un armario empotrado.

—¡Maldita sea! —gritó Candy que salió de su mutismo—. Tengo que encontrar a Albert antes de que se vaya del país. ¡Por Dios! ¿Pero cómo va a marcharse y permitir que me case con Neall?

Al decir aquello todos la miraron.

—Te recuerdo que este lío lo has montado tú sólita, bonita—señaló Tom.

—¡Vete a la mierda! —gritó Candy.

—Contigo delante para que no me pierda —respondió su amigo.

—Oye —gritó Karen—. No empecemos ¿vale?

—Tranquilízate, chatunga —apaciguó María dándole un cariñoso beso—. En cuanto venga Ray veras cómo solucionamos todo esto.

Archie desconcertado sin enterarse de nada los miraba a todos.

—Karen —llamó Tom y señalando a Archie dijo—. Creo que tu highlander, aparte de estar flipando con este momentazo, no está entendiendo nada de lo que hablamos. Mira con qué cara de leñador nos mira. ¡Madre del amor hermoso!

Efectivamente, Archie, que no entendía español, observaba sin decir nada.

—Mamá —dijo Karen en español—. Este grandullón sin afeitar y con cara de pocos amigos es Archie.

—¡Por Dios, qué tío más grande! —susurró Mary fijándose en él.

—Con razón no quiere volver Karen a Madrid —asintió Tom y mirando con picardía a Karrn preguntó—: Oye ¿todo lo tiene igual de grande?

—¡Tom! —gritaron madre e hijas a la vez, haciéndole reír.

—Por favor ¡cuánta decencia reunida! —se carcajeó Tom al escucharlas.

Mary, levantándose, se acercó hasta Archie, que intentaba entender sobre qué hablaban. Sabía que era sobre él por las miradas, y eso le inquietó.

—Hola, Archie —saludó Mary y comenzó a hablar como un indio— en-can-ta-da de co-no-cer-te.

—¡Mamá! —preguntó Candy— ¿Por qué le hablas así?

—Para que me entienda —respondió Mary.

Con una sonrisa Karen tomó a Archie de la mano y le dijo en inglés.

—Cariño, ella es mi madre.

—Lo había imaginado —respondió él—. Os parecéis muchísimo.

—¿Qué dice? —preguntó Mary.

—Dice que está encantado de conocerte, y que nos parecemos mucho.

—Oh, qué adulador —sonrió—. Anda, guapetón, agáchate para que te dé dos besazos.

—¿Qué dice? —preguntó Archie.

—Qué te agaches para que te bese.

Con una enorme sonrisa, Archie se agachó y abrazó a María, quién al sentir el calor de aquel enorme muchacho, entendió a la perfección lo que su hija había encontrado.

En ese momento entró Raymond y levantó una ceja al ver a Candy, aunque fue Karen la que habló.

—Ray. ¿Tú hablas inglés verdad?

—Sí.

—Pues te presento a Archie, mi novio —después se volvió hacia Archie—. Cariño, él es Raymond, el novio de mi madre.

—Encantado de conocerlo —asintió Archie.

—Lo mismo digo, muchacho —sonrió Raymond saludándole.

—Bueno… bueno —gritó Tom—. Todo esto es precioso y entrañable pero si no movemos el culo el novio de esta muchacha se nos va a escapar —y mirando a su amiga dijo—: Comienza el plan «B».

CONTINUARA