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Capitulo XLIX

En la granja, Ona y Rous preparaban un pastel de carne, mientras observaban intranquilas cómo Albert regresaba de dar un paseo. Había llegado de Edimburgo aquella misma mañana, con el mismo humor con el que se fue. Ona y Rous, felices por el plan de Candy, intentaban disimular la sonrisa, aunque a Ona se le estaba consumiendo el corazón al ver cómo su nieto sufría.

Silencioso y poco comunicativo, Albert entró en la casa y tras pasar por su habitación, volvió a la cocina.

—Qué guapo te has puesto hoy, cielo —señaló su abuela.

—¿Para qué bajas esa maleta? —preguntó Rous.

—Ona —murmuró Albert— me voy a marchar de viaje a México.

—¿Cuándo, hijo?

—En diez minutos salgo para Aberdeen.

Al escuchar aquello las dos se miraron sorprendidas. ¡No podía marcharse! Candy había organizado un plan para reunirse con él en un par de días. ¿Qué podían hacer? Deberían avisar a Candy, pero no había manera. No tenían teléfono.

—¿Por qué te vas? —preguntó Rous.

—¿Cómo que te vas de viaje? —señaló Ona—. ¿Cuándo lo has decidido?

—Anoche —asintió y tomó un trozo de pan—. Tengo un par de amigos que visitar y creo que éste es un buen momento para hacerlo.

—No —respondió la muchacha—. No lo es.

—Estoy de acuerdo con Rous.

Albert, extrañado de que Rous interviniera en una conversación, la miró.

—¿Por qué dices eso?

—Bueno… es que… —tartamudeó la muchacha.

—En dos días es fin de año —intervino la anciana dejando el pastel— y no quiero privarme de tu compañía.

En ese momento se escuchó el ruido de un motor, y con alivió Rous y Ona vieron que se trataba del coche de Archie.

—¿Sabe Archie que te vas?

—Sí.

Al mirar por la ventana Albert sonrió al ver regresar juntos a aquellos dos. «Por lo menos algo salió bien de todo este lío» pensó con tristeza.

—Buenos días a todos —saludó Karen con una radiante sonrisa.

—Buenos días, amores —sonrió Ona, y cogiendo a Karen por el brazo dijo—: Ven. Tengo que enseñarte lo que compré el otro día en Dornie.

—Ona —rió Archie— Te estás volviendo una compradora compulsiva.

—Oh, ¡cállate! —regañó la anciana.

—Voy con vosotras —se levantó Rous.

Tras besar a Archie y coger un pedazo de pan recién hecho, Karen con disimulo salió de la habitación, y al quedar solas las tres, Ona y Rous comenzaron a hablar a la vez.

—¡Oh Dios mío, Karen! —susurró Rous a punto de llorar.

—Tenemos un problema —señaló Ona—. El cabezón de mi nieto me acaba de decir que se marcha en un par de horas para México. ¿Qué vamos a hacer? Tenemos que avisar a Candy, ella es la única persona que lo puede frenar.

—Tranquilas, chicas —sonrió mirándolas—. No os preocupéis por nada. Gracias a Dios Archie nos lo dijo está mañana en el hotel y como nos ha fallado el plan «A», pues hemos pasado al plan «B».

—¿Entonces Candy está al tanto de todo? —preguntó Rous.

—Sí. No os preocupéis.

—Oh… gracias a Dios —suspiró la anciana.

—Por cierto, habrá que preparar bastante comida. Este fin de año vamos a hacer una gran fiesta aquí —sonrió Karen pensando en sus familiares.

—¡Magnifico! —gritaron Rous y Ona emocionadas.

—Pssssss —indicó Karen—. Volvamos antes de que Albert nos descubra, y no os preocupéis por nada de lo que pase a partir de ahora ¿vale?

Tras asentir regresaron a la cocina donde Archie y Albert hablaban sobre su marcha. Karen cogió un trozo de pan y se sentó junto a Archie.

—Entonces, ¿cuándo volverás?

—No lo sé.

—¿Te vas? —preguntó Karen.

—Se marcha a México. ¿Te lo puedes creer? —dijo Ona.

—¿Te vas a perder la boda de mi hermana?

Al escuchar aquello Albert la miró a los ojos sin entender la diversión que veía en ellos.

—Creo que no hace falta que yo esté para que se case ¿no crees?

—Tú sabrás —respondió Karen que tomó más pan—. A ella le hubiera gustado poder presentarte a Neall. Además, ayer se probó el vestido de novia y parece totalmente una princesa.

Al escuchar aquello Albert se tensó, y Archie con picardía dio una patada por debajo de la mesa a su novia, que al sentirla lo miró.

—¿Por qué me das una patada, pedazo de bruto?

—Ese comentario sobraba, cariño —susurró Archie.

—¿Cuál? ¿El de Princesa? —y miró a Albert que estaba a punto de saltar sobre ella—. Fíjate qué curioso Albert, el futuro marido de mi hermana también la llama princesa.

—¡Basta ya! —gritó Albert furioso—. ¿Qué os parece si cambiamos de tema?

En ese momento la puerta de la cocina se abrió y entró Set con cara de apuro.

—Tenemos un problema.

—¿Qué pasa? —preguntó Albert levantándose.

—Hemos encontrado el cercado de las vacas forzado —y tras mirar a Archie prosiguió—. Alguien cortó el alambre para llevarse las vacas. Creo que nos han robado unas cincuenta cabezas.

—¿Cincuenta? —gritó Karen poniéndose en pie.

—¡Maldita sea! —Archie parecía furioso—. Cuando pille a esos ladrones se las van a ver conmigo.

—¡Oh, por Dios, qué disgusto! —susurró Ona.

Albert miró su reloj comprobó que era la una y media.

—No te preocupes Albert —dijo Archie—. Vete para Aberdeen, nosotros nos ocuparemos de esto.

—¿Estás seguro? —preguntó incómodo.

—Por supuesto que sí —asintió levantándose—. Pero a cambio, me tienes que prometer que pronto regresaras ¿vale?

—Por supuesto —asintió con una sonrisa, abrazándolo.

Tras despedirse de Ona, Set y Rous, se volvió hacia Karen, que parecía divertida por su marcha. Albert se lo leía en los ojos y eso le molestó.

—Karen, felicita a tu hermana, y dile que le deseo la mayor felicidad del mundo.

—Se lo diré —asintió dándole un beso—. Estoy segura que ella te desea lo mismo.

La puerta de la cocina se volvió a abrir precipitadamente. Era Doug.

—Acabo de avisar a la policía, he visto movimientos extraños cercanos al lago Lochy. Creo que allí tienen nuestras vacas.

—¿Cómo? —gritó Albert colérico.

—¿Ya viene la policía? —preguntó Karen que intentó no reír.

—Sí. Ya están en camino, y me han pedido que no nos acerquemos al lago Lochy hasta que ellos lo indiquen —indicó Doug.

—¡Maldita sea! —bufó Albert—. Creo que no debo de marcharme ahora.

—¡Oh, sí! Debes marcharte —animó la anciana— aquí no puedes hacer nada salvo esperar. Además, el cielo me indica que puede llover, así que márchate cuanto antes.

—¡Abuela, por Dios! —bramó Albert—. No puedo permitir que nos roben nuestras vacas.

—Por supuesto que no —asintió Doug—, por eso he llamado a la policía.

—Ellos son unos profesionales y los detendrán —asintió Rous.

—No te preocupes, Albert, la policía ya está en camino —dijo Archie y cogió la maleta de su primo—, venga, te acompaño hasta el coche.

—Albert, cariño, por Dios no te acerques al lago —repitió Ona con picardía.

Con un extraño malestar en el cuerpo, Albert siguió a Archie, que tras dejar su maleta en la parte trasera del todoterreno, se acercó hasta él.

—Oye —susurró Archie— respecto a Candy…

—Mejor no digas nada —siseó Albert y tras darse un abrazo, se montó en su coche malhumorado y se marchó.

Archie, cuando vio que el coche desaparecía de su vista, con una enorme sonrisa en la boca se volvió, para encontrarse con todos los demás.

—Sí… Sí… Sí ¡Ha picado! —gritó Archie contento.

—¡Te lo dije! —aplaudió Karen haciendo que todos prorrumpieran en un estallido de júbilo.

Si algo todos ellos tenían claro era que Albert nunca se marcharía sabiendo que algo ocurría en sus tierras.

CONTINUARA