Capítulo 50
Furiosa, Sakura salió del dormitorio para dirigirse hacia el que había sido el suyo hasta la noche anterior. Saber que Sasuke no estaba allí le facilitaría la tarea de llevarse sus cosas.
Al entrar, el olor a él le inundó las fosas nasales y siseó enfadada:
—¿Por qué tuve que decirle que lo amaba? ¿Por qué?
Sin sorprenderse mucho, vio la mesita restaurada en su lugar, pero se quedó boquiabierta al ver su oxidado joyero junto al de Ingrid, tan precioso y reluciente.
Los miró unos segundos en silencio y musitó:
—Así es, Ingrid. Tú siempre brillarás más que yo.
Dicho eso, se acercó a la mesita y, sin tocar el bonito joyero de Ingrid, cogió el suyo y lo abrió. Sacó de él una caja redonda y luego regresó a su habitación.
Al llegar allí, miró dónde dejar el joyero, pero al no haber ningún mueble a excepción de la cama, finalmente lo puso sobre la repisa de la bonita chimenea. A continuación miró la cajita redonda que sostenía y que contenía los polvos color ocre que tío Matsuura y ella utilizaban para impregnarse las manos siempre que se despedían de alguien. Con el corazón latiéndole con fuerza, cerró los ojos y, consciente de que pronto tendría que utilizarlos, musitó:
—Sakura..., eres la maldita Joya Haruno..., ¡déjate de sensiblerías!
Dicho eso, dejó la cajita junto al joyero y regresó de nuevo a la habitación de Sasuke.
Sin tiempo que perder, recogió su ropa y sus pocos enseres personales y, de nuevo en su cuarto, tras dejarlo todo en un rincón, se metió en la cama. Se encontraba fatal.
Matsuura subió poco después con una bandeja acompañado por los niños y Janetta. Shii y Asami, al ver a Sakura en aquella desangelada habitación y en la cama, se acercaron a ella alarmados.
—¿Qué te pasa, mamá? —preguntó Shii.
La joven, al ver cómo la miraban, indicó para quitarle hierro:
—Estoy bien. Solo cogí un poco de frío.
—¿Y por qué estás aquí y no en tu cuarto? —insistió Shii.
—Este es ahora mi cuarto, cielo.
—Pero...
—Shii —lo cortó ella—, me duele la cabeza.
El niño asintió al oírla. En el tiempo que hacía que se conocían, Sakura nunca le había hablado así. Asami, que lo observaba todo, susurró:
—Estás malita.
Sakura, conmovida por el modo en que los niños la miraban, afirmó:
—Dentro de un par de días estaré bien, ¡ya lo veréis! Y, Shii, perdóname por haberte hablado así. Cuando enfermo no tengo muy buen carácter...
El niño sonrió, y Matsuura, mirando a Janetta, indicó:
—Es mejor que ellos no estén aquí.
La mujer asintió y se apresuró a decir:
—Niños, vayamos al salón a jugar.
Sin dudarlo, ellos asintieron; Asami se acercó a Sakura y dijo tendiéndole su muñeca:
—Pousi dice que quiere quedarse a hacerte compañía.
Oír eso hizo que ella sonriera.
—Será agradable estar con Pousi —afirmó cogiéndola.
En cuanto aquellos salieron de la habitación, Matsuura preguntó:
—¿En serio te vas a quedar aquí?
—Totalmente en serio.
El japonés asintió, y ella, entendiendo por qué lo decía, comentó:
—Cuando mejore, haré algo para que la habitación sea más confortable los pocos días que me quedan de estar aquí. De momento, con la cama tengo más que suficiente.
—Subiré entonces una silla o algo para que dejes tus ropas.
—De acuerdo —dijo ella mientras veía pasar a Tritón.
A continuación se quedaron en silencio; el japonés cogió la talega de las medicinas y, tras buscar unas en concreto, las echó en el caldo y dijo tras removerlo con una cuchara:
—Vamos, tómatelo.
Sin dudarlo, Sakura obedeció. El calorcito que aquel caldo medicinal le proporcionaba era reconfortante.
—¿Cuántas veces habré cuidado tus resfriados? —preguntó él mirándola.
Ambos rieron por aquello y, cuando la joven terminó de tomarse el caldo, su tío musitó al tiempo que le cogía el tazón:
—Ahora cierra los ojos y descansa. Lo necesitas para reponerte.
—Tío Matsuura, quiero ver a Temari. Tengo que hablar con ella.
El japonés asintió y, sin preguntar, indicó:
—La avisaré.
.
.
.
La mañana pasó y el japonés subió un par de veces más a la habitación de la joven para echar madera a la chimenea, subir una silla y ver cómo estaba. Como siempre, se preocupaba por ella. Siempre había sido su prioridad. No tenía hijos, pero sin duda Sakura era su hija, su niña.
En una de las ocasiones en las que Matsuura estaba en la cocina, Sasuke entró y se dirigió a él:
—Shii acaba de decirme que Sakura está enferma.
—Sí.
—¿Qué le ocurre? —preguntó el vikingo alarmado.
Matsuura, al ver la preocupación en su rostro, tras unos segundos en silencio, decidió callar lo que estaba a punto de soltar y, en su lugar, respondió:
—Ha cogido frío y parece que tiene un poco de fiebre.
Sasuke, al oír eso, se dio la vuelta para ir a verla, pero Matsuura añadió:
—Si yo fuera tú, no iría. —El vikingo se detuvo y lo miró—. Necesita descansar. Además, está bastante enfadada. —Sasuke, que comprendió que sabía lo ocurrido, iba a hablar cuando Matsuura continuó—: Las despedidas más dolorosas son las que se alargan en el tiempo y nunca llegan a hacerse.
—¿A qué viene eso? —preguntó él arrugando el entrecejo.
Matsuura dejó entonces lo que estaba haciendo y lo miró.
—Muchacho, soy consciente de que todos tenemos recuerdos en nuestras vidas que nunca desaparecen y personas a las que nunca olvidamos. Pero, mientras respires y estés vivo, la vida continúa para ti, y es una pena que no la disfrutes. Si te digo esto es porque me apena que no te des cuenta de que, si la dejaras entrar en tu corazón, Sakura te haría inmensamente feliz.
Asombrado al oírlo decir eso cuando el japonés era la discreción personificada, Sasuke no sabía qué responder.
—No soy de meterme en las vidas de los demás ni opinar sobre ellas —añadió aquel—. Nunca me ha gustado hacerlo porque nunca me ha agradado que lo hicieran con mi vida. Pero, tratándose de Sakura, me veo en el derecho y en la obligación de decirte que esa mujer no solo merece que acaricies su cuerpo, sino también que acaricies y seduzcas como el hombre que sé que eres su alma y su corazón.
Sin necesidad de preguntar, Sasuke lo entendió perfectamente y, dándose la vuelta, salió de la casa. Necesitaba tomar el aire.
.
.
Esa noche, tras hacer grandes esfuerzos para no presentarse en la habitación de Sakura, el vikingo arropaba a los pequeños en sus camas cuando preguntó mirando a Asami:
—¿Dónde está Pousi?
—Con mamá. Se la he dejado para que le hiciera compañía.
Oír eso a Sasuke lo hizo sonreír y luego Shii, tras ver a Tritón tumbarse en su manta, preguntó:
—Papá, ¿qué pasa? —Oír eso no era lo que él esperaba, y el niño insistió—: ¿Por qué mamá duerme en esa habitación y no en la de siempre?
Sasuke suspiró. Explicarles a los niños ciertas cosas era complicado, y finalmente respondió intentando ser sincero:
—Vuestra madre y yo discutimos. Pero, tranquilos, todo se solucionará. —Y, levantándose para darles sendos besos en la frente, indicó—: Y ahora, ¡a dormir!
Asami y Shii se miraron y no dijeron más.
Una vez que Sasuke salió de su habitación, pasó por la de Siggy. La pequeña dormía feliz y encantada y, tras entornar su puerta, se quedó mirando la del cuarto donde sabía que estaba Sakura.
Llevaba todo el día sin verla, sin hablar con ella, y, necesitado, se acercó a la puerta y prestó atención. Silencio total. Con delicadeza, la abrió y de inmediato oyó el crepitar de la leña en el hogar. Con cuidado, entró en la estancia y, mirando a su alrededor, al ver las ropas y las escasas pertenencias de aquella sobre una silla, maldijo.
¿Por qué había sido tan idiota? ¿Por qué la había echado de la habitación?
Estaba mirando los troncos de madera cuando decidió echar un par de ellos al fuego. Lo hizo y, al levantarse, sus ojos se encontraron con el joyero de Sakura. Permaneció mirándolo unos instantes hasta que descubrió junto a él otra cajita redonda que nunca había visto. Con curiosidad, la abrió y vio que contenía aquellos polvos color ocre que ella se había untado en las manos la noche que se despidió de su padre en la playa. Si mal no recordaba, Matsuura le había dicho que los utilizaban siempre en las despedidas.
Eso lo agobió. ¿Acaso Sakura pensaba marcharse ya?
Una vez que dejó la cajita en su sitio, se acercó a ella y, como un tonto, se quedó mirándola mientras dormía. Era preciosa. La mujer más bonita, linda e interesante que había visto nunca, aunque jamás se lo decía.
Sin poder reprimirse, posó la mano en su frente. Estaba caliente. Tenía fiebre, pero su respiración era regular, lo que lo tranquilizó. Conmovido por verla inmóvil, cuando ella era un torbellino lleno de vida, la observó y sonrió al darse cuenta de que dormía abrazada a Pousi. Sin duda la muñeca le estaba haciendo compañía.
Durante un rato Sasuke permaneció en la desangelada habitación. No quería regresar a la suya. Su cuarto, sin ella, ya no era el lugar al que siempre le había gustado regresar para descansar.
Pensó en el sueño que había tenido la pasada madrugada, en las palabras que retumbaban una y otra vez en su cabeza, y susurró mirando a Sakura:
—No pierdas lo bueno que has encontrado. Cuida para que te cuiden. Ama para que te amen. Sé feliz con quien te importa, y el pasado, aunque no lo olvides, déjalo estar.
Miles de momentos bonitos, pensamientos alegres y acciones locas y divertidas cruzaron por su mente. Y lo que todos tenían en común era que en ellos siempre estaba Sakura. No Ingrid.
Enfadado consigo mismo por su deslealtad hacia las dos mujeres, y en especial hacia Sakura, que era quien estaba a su lado, salió de la habitación con paso firme sintiendo como si de pronto hubiera despertado de un mal sueño.
Ingrid había muerto. Él no. La añoraría toda su vida. La querría siempre, pero la vida continuaba y él, como le había prometido, debía seguir caminando y ser feliz.
Amar a Sakura no significaba que no hubiera amado a su esposa. Sakura era su presente, mientras que Ingrid era su pasado. Un pasado que nunca recuperaría porque había terminado. No obstante, sí tenía un presente y un futuro por comenzar con Sakura.
Ofuscado, entró en su habitación. Miró a su alrededor y sintió cómo se le encogían las entrañas. Aquel sitio estaba hecho por y para su pasado, no para su presente y, acercándose al tapiz que había sido de Ingrid, lo arrancó de golpe y murmuró con él en las manos:
—Sakura, mi amor, he sido el hombre más tonto del mundo, pero si de algo estoy seguro en este instante es de que ya no hay un corazón entre tú y yo.
